"El principal activo de nuetra patria es una lengua que unirá a quinientos millones de personas en el siglo XXI.".
Siguiendo la crónica que relata F. Abad, Menéndez Pidal indica que el origen de la lengua española hay que buscarlo en el "rincón cántabro". Y otro escritor, don José María Codón, acaba de acuñar esta frase: El castellano nació "de padre latino y madre cántabra".
En la configuración de una lengua actúan dos fuerzas, una activa que arranca del tronco o sangre común, y otra pasiva que descansa en las condiciones naturales del lugar donde ha caído la semilla.
El latín es el padre
común de la lengua castellana, francesa, italiana, catalana, gallega
y de todas las llamadas románicas o romances. Lo que las diferencia,
y les da forma diversa, lo que las distingue es la plataforma familiar que le
proporciona la madre, la tierra donde cayó la semilla, las condiciones
sicológicas, temperamentales, climáticas, biológicas, morfológicas,
raciales y de todo tipo que le prestan al latín la región y los
hombres, donde encontró cobijo y hospitalidad.
En la Cantabria cabe perfectamente el San Millán de los siglos VI-IX
que es cuando se fue transformando el castellano del rudo latín bajo
la influencia de la dulce madre cántabra pues en las mismas puertas de
Logroño están los restos de una ciudad que se llamó Cantabria,
a la que predicó el propio San Millán en el año 573, como
nos cuenta en latín San Braulio de Zaragoza.
El primer escrito conservado en romance español, apareció en el monasterio riojano de San Millán de la Cogolla.
Uno de los 65 manuscritos salidos de San Millán en el año 1821 es conocido hoy por "El Emilianense 60" y se conserva en la Real Academia de la Historia, en Madrid. En él, y concretamente en su página 72, se conserva la primera frase escrita en español.
¿Cuál es su génesis?: Un monje del monasterio de San Millán leía y meditaba sobre un manuscrito que contenía varies textos de Santos Padres de la Iglesia y Reglas Monásticas, escritas en latín. El pueblo ya iba abandonando la lengua latina y hablando, cada vez más diferenciado, el naciente idioma romance.
El buen monje era hijo de su época y entendía mejor el romance que el latín. Por eso, como todavía hacen los estudiantes de hoy, sobre el texto latino escribía algunas palabras en español, que eran la traducción de aquél, para así, al volver sobre la misma lectura, entenderla con más seguridad sin necesidad de detenerse ni de hacer nuevas consultas.
Y el monje, del que no sabemos ni sabremos nunca su nombre, pues no estampó su firma, llenó aquel códice de notas escritas entre renglones sobre las palabras latinas ya existentes, y en algún caso al margen del libro, margen que era bastante amplio.
Concretamente escribió 145 pequeñas notas, que se conocen con el nombre de glosas, y de ahí la denominación de "glosas emilianenses".
Insistimos en que esas glosas son en la mayoría de los casos una o dos palabras, todas en romance primitivo, menos dos que las escribió en vascuence, pues aquel anónimo monje debía ser bilingüe, y de ahí el dato curioso de que el mismo documento conserve el primer testimonio escrito en castellano y el primer testimonio escrito en vascuence, para que nadie venga hoy contraponiendo y enfrentando a dos lenguas peninsulares, plenamente españolas, y en el códice histórico de San Millán, hermanas de padre y madre, porque por la misma cabeza, por los mismos labios y por la misma pluma del estudioso monje pasaron. En el Monasterio, dos grandes lápidas de mármol que adornan el llamado Salón de los Reyes de San Millán con los textos del primer escrito en castellano y vascuence respectivamente, allí colocados por ambas Academias de la lengua, son un buen símbolo. La proporción de 143 a 2 no es un inconveniente para ello, sino más bien una exteriorización exacta de la realidad de ambas lenguas españolas, que no impide el respeto y el cariño a la minoría que la referida lápida marmórea se iguala en tamaño a su hermana mayor.
De estas 145 glosas (143 en castellano y 2 en vasco) tiene una especial, especialísima importancia la número 89. ¿Por qué? Porque ya no se trata de palabras sueltas, como las demás glosas, sino de una frase entera. Una frase que tiene exactamente 43 palabras seguidas, y que no son una mera tradución del texto de al lado, sino una frase original del anónimo monje de San Millán, que se ha convertido, sin él saberlo ni pretenderlo, en el primer autor, el primer clásico de la lengua castellana.
Esas 43 palabras (la referida glosa 89) que están en el folio 70 del códice emilianense, al margen, en su parte inferior, ocupan doce pequeñas líneas o renglones. Estas palabras ya no son latín, sino romance primitivo. Tienen vocabulario nuevo, declinaciones y conjugaciones nuevas, hipérbaton nuevo, plorales nuevos, artículos y diptongaciones nuevas.
¿Y de qué
romance se trata? Del dialecto riojano, abierto a todos los aires y a todas
las innovaciones, del cual acaba de escribir una obra definitiva el académico
don Manuel Alvar, una de las primeras autoridades actuales de nuestra historia
lingüistica.
Dialecto más o menos próximo al dialecto navarro y aragonés,
pero en definitiva castellano y más ampliamente,español. La frase,
en castellano de nuestros días, sería así:
"Con la ayuda de Nuestro
Dueño
Dueño Cristo, Dueño Salvador
el cual Dueño está en la gloria
y Dueño que tiene el mando
con el Padre, con el Espiritu Santo
en los siglos de los siglos.
Háganos Dios omnipotente hacer
tal servicio que delante de su faz
gozosos seamos. Amén "
Citando al P. Serafín Prado : "Cuarenta y tres palabras. Poca cosa..., pero si hoy publicáramos una biblioteca nueva de Autores Españoles desde sus orígenes, estas cuarenta y tres palabras tendrían derecho a ocupar en ella el primer lugar, como el copista anónimo en primer puesto entre los autores"...
Ha sido sagrado siempre el primer escrito conservado y conocido en cada uno de los idiomas.
El primer escrito en francés es del año 842 y se trata de un documento político, las capitulaciones llamadas de Estrasburgo: una alianza ofensiva y defensiva entre Carlos el Calvo y Luis el Germánico, nietos ambos de Carlomagno.
El primer escrito en italiano es del año 960 y se trata de un documento jurídico, firmado en Capua, para reivindicar unas tierras a favor del monasterio de Montecasino.
El primer escrito en español es aproximadamente del año 975, final del siglo X, y se trata de una afirmación de fe en el misterio de la Santísima Trinidad y de una oración dirigida a Dios.
Insistamos un momento en el dato, acudiendo a la socorrida comparación de los tres países, francés, italiano y español, plenamente justificados en este caso. El documento francés es politico, el italiano administrativo, el español religioso.
Dámaso Alonso, Presidente de la Real Academia de la lengua, comenta así el dato: "No puede ser azar, no. O, si acaso lo es, dejadme esta emoción que me llena al pensar que las primeras palabras enhebradas en sentido, que puedo leer en mi lengua española, sean una oración temblorosa y humilde. El César bien dijo que el español era lengua para hablar con Dios. El primer vagido del español es extraordinario entre sus lenguas hermanas. No se dirige a la tierra: con Dios habla, y no con los hombres".
De las cuarenta y tres palabras del primer texto escrito en castellano es preciso destacar las catorce últimas.
Las ventinueve anteriores, es decir, la profesión de fe en el misterio de la Santísima Trinidad, son una tradución del texto latino de al lado, aunque se trate de una tradución libre y ampliada. Las catorce siguientes son una oración totalmente original. Podemos decir que el monje anónimo de San Millán es, en el primer caso glosador, y en el segundo verdadero y legítimo autor.
Autor original de catorce palabras, de apenas dos líneas. Pero a un autor no se le mide por la cantidad, sino por la calidad. Y la oración que plasmó el monje riojano creemos que es de una calidad y de una fuerza insuperable.
"Háganos Dios omnipotente hacer tal servicio que delante de su faz gozosos seamos. Amen"
En la Hoja Parroquial Diocesana de Calahorra correspondiente al 19 de abril del año 1970, después de comentar estos datos, hacía esta breve acotación: "Para terminar, una solo sugerencia: ¿No debíamos los españoles aprender de memoria y repetir con frecuencia esta oración, que son a la vez las primeras palabras del idioma castellano?" También la Salve es de autor español, pero fue redactada originalmente en latín. La breve oración del anónimo monje riojano del siglo X es totalmente española y se ajusta, pensamos, como anillo al dedo, al estilo y al talante del espíritu religioso español.
Santa Teresa de Jesús
y San Ignacio de Loyola concebían el cristianismo como "un servicio"
casi castrense, como una lucha en campo de batalla. El fundador de la "Compañía",
nombre tomado de la milicia terrena, velaba sus armas ante la Virgen de Monserrat
antes de emprender su servicio y su aventura hacia Dios; y el Duque de Gandía,
posteriormente San Francisco de Borja, juraba ante el cadaver de la emperatriz,
empuñando la espada, "no más servir a señor que se
me pueda morir".
El monje de San Millán junta la bravura española del "servicio"
con la humildad cristiana de la "súplica" y con la aspiración
esperanzada de la recompensa, que también es muy español y muy
cristiano. Y todo en catorce palabras, en un suspiro.
Definitivamente pensamos que la oración del monje riojano debía pasar al devocionario de todo español, de los trescientos millones de habitantes del mundo que hay se expresan en la lengua que nació con palabras de servicio a Dios en la tierra y de esperanza gozosa en el Cielo.