El dios de la sangre llovía sobre Méjico

Hace más de 500 años, concretamente el19 de febrero de 1.487 se inauguraba en Tenochtitlán, hoy Méjico DF. del monumental teocali o templo de Huitzilopochtli, "number one" de los dioses aztecas, personificación del sol y el cielo diurno, hermano de Quetzalcoatl, rey de la guerra en su representación de Tezcatlipoca azul o del sur. Huitzilopochtli significa "colibrí hechicero", si bien muchos cronistas españoles le llamaron Hiichilobos. El culto que sus adoradores le ofrendaban consistía primordialmente, en sacrificar en su honor seres humanos, personas que, como era lógico, no pertenecían a la failia imperial ni a ninguno de los andamases de la época.

A la sazón era rey Ahuizotl, octavo emperador azteca, quien en su deseo de convertir a Tenochtilán - fundada en 1.325 -, en una gran ciudad, la dotó también del famoso teocali, o casa de dios, y ordenó que las fiestas inaugurales durases cuatro días. Ahuizotl, fiel a las angelicales normas de la civilización local y muy preocupado porque los festejos no resultaran sosos, mandó cumplir ccon la costubre de los sacrificios humanos.- Y en el teocali, en sólo cuatro días, fueron asesinadas sesenta mil personas, a una media de quice mil diarias, que no es mala media. Imagínense los litros de sangre que chorrearon por aquellas piedras recién estrenadas. Ahuizotl, con aquel holocausto, pedía al dios larga y sana vida para él, ya que debía creer firmente que Huitzilopochtli era una divinidad sólo para cuidar de reyes y demás directivos. Así consta en los escritos aztecas. Ahuizotl murió quince años después en 1.502, diecisiete años antes de que Hernán Cortés llegara a Tenochtilán el 8 de noviembre de 1.519 que para los aztecas era el segundo día del mes del flamenco. Bernal Díaz del Castillo hace repetida referencia a estos crímenes masivos, ofrendados a mayor gloria del sangriento dios, que se celebran intermitentemente semana tras semana. "Más de cien mil calaveras - dice, describiendo una plaza - ornaban los oratorios públicos." Por cierto, todo el escalofriante relato, amén de otras magníficas historias, están recogidas en el mejor libro que se ha escrito sobre el tema: "Cuando los dioses nacían en Extremadura", de Rafael García Serrano, que es la más espléndida "opera suma" de la epopeya.

Hernán Cortés dice estas palabras:"...el emperador don Carlos...envía a mandar a ese vuestro Moctezua que no sacrifique ni mate a ningunos indios...y agora lo digo asimismo a vos , Olintecte, y a todos los demás caciques que aquí estais, que dejeis vuestros sacrificios y no comais carne de vuestros prójimos, ni hagais sodomías, ni las cosas feas que soléis hacer..." Olintecte era el cacique de Xocotlán quien, como señala García Serrano, "gélido y ceremonioso salió a recibirle. Había sacrificado cincuenta esclavos para conseguir una sonrisa de sus dioses". Como se ve, las costumbres de aquellos emperadores y caciques aztecas no tenían desperdicio. Y está más claro que lavado por un biodetergente que millones de seres humanos, especialmente jóvenes, salvaron sus vidas gracias a la llegada de Cortés, a la llegada de España. No reconocerlo así es un contradiós de charranes.

El dios de la sangre llovía sobre Méjico. Y mucho. Aquello era un permanente diluvios jarreante. Un holocausto pegajoso, denso, que concluyó cuando llegaron los españoles, o sea, los dioses blancos del otro lado del mar. Entonces fue cuando el crecimiento demográfico comenzó a salirse de madre.

Alfonso Trueba, después de un concienzudo estudios sobre los sacrificios humanos en el Méjico prehispánico - cien mil víctimas anuales dice: "Un infierno y no otra cosa debe haber sido el país que habitaron nuestros antepasados. ¿Cómo hay quien añore esa civilización y lamente que la hayan destruido los españoles (...) Glorioso el día en que apareció la cruz y puso en en fuga la ñegión satánica" (V. Huichilobos Editorial Jus. Méjico 1.983)

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