La gran España de la mar océana: el desarrollo ignorado

Salvador de Madariaga ha especulado sobre lo que debió ser el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma. “Dos mundos – escribe – incomunicados hasta entonces, separados por un gran océano, por todos los siglos; dos mundos a los que la casualidad puso frente a frente...” Los cronistas de la conquista más sobresalientes de la historia humana (España, contrariamente a lo que hizo Roma, por ejemplo, descubre tierras no conocidas para el mundo de aquel siglo XVI) escriben a la Corona: “Ni una rueda giraba, ni un animal relinchaba”, expresa Vaillant, y agrega: “Dentro de los hombres, una profunda diferencia con nosotros, otro espíritu, otros elementos aparte de los comunes a la raza humana”

“Había algo de encantamiento, algo así como las cosas que se cuentan en el libro de Amadís...” ,dice Fray Molinia: “En las pupilas de los españoles se produce un impacto ante aquel paisaje maravilloso, de hechizos, encantos y brujerías”, reitera Madariaga en otra de sus opiniones sobre la conquista de la hoy América, que nada tiene que ver con la “América” de la que, sin haber puesto el pie en ella el Gran Almirante Colón, se han apropiado los menos americanos de todos los nacidos allá. Ortega escribe: “Contrástese la colonización española con la inglesa – ejecutada por minorías selectas -, en la española es el pueblo quien directamente engendra otros pueblos; y lo malo o bueno que pueda haber en nuestra colonización, de aquí proviene”. Hay, parte de estos valores que hemos citado, el choque religioso entre católicos (los españoles) y los calvinistas y luteranos: la Redención era obviada por los segundos.

Cuando por bula de Paulo III se funda la primera Universidad del Nuevo Mundo (Santo Domingo 1538), España lleva a América todos los saberes de Salamanca: ciencias y humanidades conocidas hasta entonces. Cuando John Harward funda en 1636, la que lleva su nombre, solamente se dedicaba a la formación de clérigos protestantes y sólo se estudiaba Teología, Moral y Filosofía. Aquí comienza ya la gran superioridad humanística de las gentes iberoamericanas.

De todo lo ocurrido en el Nuevo Mundo, inicio del que sería el segundo Imperio más grande de la historia (38 millones de kilómetros cuadrados, incluidos seis Estados de EE.UU), después del británico en la era victoriana, España, aficionada a los papeles, archivos y leguleyismos guardó celosamente constancia de ello. Las audiencias, cabildos, parroquias, virreinatos son la mejor fuente de información conservada por imperio alguno a lo largo de la historia.

En la España actual se cree (por muchos) que aquel gigantesco mundo de 22 millones de kilómetros cuadrados era predio para el vago, el pendenciero, el aventurero político y el truhán de turno. Los 22 Estados que integran Iberoamérica (nada de “latina”: eso es cursilería e incultura” están habitados por más de 500 millones de habitantes y cuenta con las ciudades más grandes del planeta. De cada 5 árboles que hay en la tierra dos están allí. El río más caudaloso, el Amazonas, de 5.400 kilómetros, desplaza 85.000 metros cúbicos por segundo. Oro, cobre, zinc, hierro, estaño, caña de azúcar, cacao, caucho, petróleo, tabaco, trigo, carne y un largo etcétera forman parte de la riqueza –mal explotada y peor orientada – que aquellos pueblos a los que se excluyen con total ignorancia, del mundo desarrollado. Buenos Aires es una Viena gigantesca con 13 millones de habitantes y 38 teatros abiertos. Centros científicos y culturales. Argentina tiene desde 1951 una planta enriquecedora de uranio con la que no cuentan muchos países europeos. Ciudad de Méjico, por la que circulan más de 4 millones de automóviles y 55.000 taxis. Sao Paulo 16 millones de habitantes, cinco fábricas de coches con más de 5.000 vehículos producidos diariamente. Lima, la ciudad de los palacios dejados por España, Caracas, Bogotá, La Habana, con poblaciones entre 4 y 6 millones de seres.

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