Los pueblos hispanos comparten desde mucho antes de su encuentro, una tradición, una cultura. En el Popol Vuh (o libro sagrado de los mayas) encontramos un prater cristianismo
La humanidad dividida
Hubo un tiempo en que le
tocó a España unir dos civilizaciones que permanecían separadas
físicamente (por el mar Océano) pero unidas trascendentalmente.
En aquel momento los que dirigían los destinos de España basaban
sus decisiones en la Biblia y las enseñanzas de Jesucristo. Dios se había
“revelado” a ambos lados del océano, les había enseñado
el camino, y no quería que sus hijos permaneciera sin encontrarse y no
tuvieran la revelación completa.
En la zona norte de Centroamérica, en la región que ocupa actualmente
Guatemala, existió un reino de la civilización maya, el Reino
Quiché. Gracias a esta sociedad, podemos darnos cuenta de la “unión”
que ya existía entre los habitantes del Viejo y el Nuevo Mundo, y muy
especialmente en el destino que esperaba a los españoles y que desembocaría
en la Hispanidad. Se halló una narración precolombina, basada
en la tradición quiché, que trata de contar de alguna manera el
origen del mundo, de la civilización, y diversos fenómenos de
la naturaleza
.
El Popol Vuh (o libro sagrado de los mayas)
Dicha narración se conoce como Popol Vuh o Popol Wuj (en
lengua quiché se conoce como “Libro de la Comunidad” o “Libro
del Consejo” – Vuh sería “libro” y Popol puede
interpretarse como “comunidad, reunión, casa común”
–). La primera versión escrita de la cual se tiene registro fue
elaborada en lengua quiché utilizando caracteres latinos entre los años
1554 y 1558. Dicha versión permaneció oculta hasta 1701, cuando
los mayas quiché de la comunidad de Santo Tomás Chuilá
(hoy Chichicastenango, Guatemala) mostraron la recopilación de sus historias
y mitología a un sacerdote dominico: el párroco Fray Francisco
Ximenez, el cual, debido a que los caracteres del manuscrito eran latinos, pudo
sumergirse en su traducción y descubrir su significado.
Se desconoce el original del Popol Vuh, pero sin duda debía ser una acumulación
de jeroglíficos que los sacerdotes se dedicaban a interpretar con la
finalidad de mantener vivos los orígenes de su pueblo y la base de su
religión.
El Popol Vuh está dividido en cuatro partes:
La primera habla de la creación: los dioses crean el mundo, los primeros
seres humanos (de madera, que posteriormente son convertidos en monos), y cómo
los dioses destruyen al arrogante Vucub-Caquix.
La segunda parte narra historias de Hunahpú e Ixbalanqué; la tercera
describe la creación de los primeros hombres reales (de maíz),
cómo hablan el mismo lenguaje y posteriormente se dispersan; y la cuarta
habla de la destrucción del Quiché y enumera las generaciones.
La Biblia maya
El libro sagrado por excelencia
de los mayas guarda unas similitudes conmovedoras con la Biblia y la religión
cristiana. El génesis del primer capítulo del Popol Vuh guarda
conexiones incuestionables con el del Antiguo Testamento (libro sagrado para
judíos y cristianos, y profético para los musulmanes).
Es digno de destacar al menos cuatro áreas de yuxtaposición entre
la Biblia y el Popol Vuh:
1. La Trinidad: en el libro de los quichés se habla de tres personas
celestes que siendo cada una de ellas un dios, entre todas ellas son un único
dios (“el Corazón del Cielo”). Estas tres personas son Caculha
Huracán, Chips-Caculhá y Raxa-Caculhá. Y entre las tres
se ponen de acuerdo para provocar la creación, y crean al hombre para
que les invoque y les adore.
2. La Creación: “todo estaba en calma, en suspenso, existía
sólo el cielo y el Corazón del Cielo”, “llegó
aquí entonces la Palabra”. Esto nos conecta con el Evangelio de
San Juan en donde se dice que “en el principio existía la Palabra”.
Los dos libros sagrados hablan de la Creación: “¡Qué
se llene el vacío! …” (se dice a los quichés), y “haya
un firmamento por en medio de las aguas …” (se exhorta a los judeocristianos).
Los dos libros hablan de la voluntad de los creadores en que se haga la luz
y aclare.
El orden creacional es idéntico en el Popol Vuh y en el Génesis:
se separan las aguas, se crea la luz, las hierbas y la vegetación, se
crean los animales, y finalmente se crea el hombre. “De tierra, de lodo,
hicieron la carne del hombre” (aunque esta experiencia deberá repetirse
al no lograr lo deseado) sentencia el Popol Vuh.
3. El Diluvio: “una inundación fue producida por el Corazón
del Cielo”, “un gran diluvio se formó”, porque los
nuevos seres eran altivos, vanidosos y frívolos, por lo que “enseguida
fueron aniquilados, destruidos, …”. ¿No es acaso estremecedor
este relato similar al del diluvio bíblico?
4. El Demonio: otro aspecto llamativo es la similitud con el Ángel Caído.
Antes de la existencia del hombre “aún no había sol”,
sin embargo había un ser orgulloso de sí mismo que se llamaba
Vacub-Caquix, el Lucifer de los mayas.
La revelación divina
Las coincidencias
del libro prehispánico maya con el Antiguo Testamento y en especial con
el Génesis, hace que al que lo lee se le pongan los pelos de punta. Cotejando
la Biblia con el Popol Vuh, se observa la existencia, en el inicio de los tiempos,
de una fuente común de revelación divina. Pero ¿cuándo
se separó este tronco común maya-judeocristiano?. La respuesta
la encontramos en las migraciones espaciadas y muy diversas que llegaron al
continente americano a lo largo del neolítico superior y a través
del océano Pacífico, trayendo consigo un bagaje cultural propio.
Múltiples son las coincidencias entre ambos libros sagrados, lo que potencia
aún más los lazos de unión que conforman la Hispanidad.
Estábamos predestinados a alabar a Dios en comunión, los españoles
del viejo mundo y los indígenas de allende los mares.
El adelantado Pedro de Alvarado probablemente no se cruzó con las enseñanzas
del Popol Vuh, quizás tan sólo llegó a conocer a los ídolos
mayas, suplantadores de la tradición del pueblo quiché, adoptados
por las diferentes invasiones toltecas que recibió este pueblo creyente.
Cuando don Ramiro de Maeztu cita en el Preludio de “Defensa de la Hispanidad”
el verso de Ovidio «Impetus ille sacer, qui vatum pectora nutrit»,
adivinamos que en ese ímpetu sagrado, que es la corriente histórica
de que han de alimentarse los pueblos, simbolizaba (con los ojos puestos en
nuestra epopeya católica) un ímpetu más alto aún,
y que es el del Espíritu Santo
David Elizalde Arbil.org