EL ERROR DE NAPOLEÓN Y LA CÓLERA DE UN PUEBLO
En la formidable partida que se están jugando Francia e Inglaterra, España sgnifica un triunfo importantísimo. Por eso, cada uno de los adversarios se esfuerza por llevarlo a su campo. Pero las preferencias y los intereses de Godoy se inclinan al emperador. Cree ciegamente en su triunfo final. Y conserva esta fe incluso después de echar Nelson a pique en Trafalgar, la escuadra francesa, anulando para siempre la esperanza acariciada por Napoleón de un desembarco en Inglaterra. Los enemigos de Godoy, le acosan por todas partes, y se agrupan en torno al presunto heredero, el futuro Fernando VII. También ellos están dispuestos a colaborar con Francia, pero su adhesión al emperador es más verbal que sincera. En la corte de España reina la confusión. Llega al máximum cuando Fernando, a favor de una conspiración palaciega, intenta apoderarse del trono paterno. La policía de Carlos IV descubre la conspiración. Detienen al príncipe y a todos sus amigos. El pueblo toma partido por Fernando. La nobleza y el ejército se sublevan. Estalla en aranjuez el sangriento motín. Fernando VII es proclamado rey de España por la voluntad popular. Carlos IV abdica. Godoy es destituido.
Entonces es cuando Napoleón, juazgado maduro el fruto, entra en escena. Aprovechando la crisis española, sus tropas han ocupado ya importantes punts estratégicos. el emperador piensa que ha llegado ya el momento de poner en práctica su plan: Apoderarse de España, hacer de ella un bastión contra Inglaterra y utilizar su situación clave en el Mediterráneo para arruinar el comercio inglés. Sabe Napoleón las proezas que es capaz la vieja infantería del Siglo de Oro. Puede medirse con sus veteranos. Falta liquidar la cuestión dinástica.
el ejército francés entra en Madrid. A la cabeza caracolea Murat, cuñado de Napoleón. Al día siguiente es Fernando VII quien entra en la capital española. La multitud está entusiasmada, pero mira a los franceses - a los franchutes - con malos ojos. Fernando, apenas llegado a Madrid, recibe la invitación de que se vaya a reunirse con él en Bayona. ¿Cómo eludir esta especie de conminación, cuando su autor es el dueño de Europa y el que la recibe carece de carárter? Pero cuál no será su sorpresa y confusión cuando en Bayona encuentra a su padre, Carlos IV, a la reina y a Godoy, el favorito fugitivo. Toda esta gente se explica, discute, se ajusta las cuentas ante la mirada burlona del corso.¡Qué golpe tan magistral haber traído a esta ratonera a los tres jefes de España! Napoleón impone sus planes: Carlos IV abdicará a su favor, Fernando renunciará al trono, uno y otro se quedarán en Francia. El rey de España será José Bonaparte, hermano del emperador. Se acabó la partida. Napoleón cree que ha ganado. Y, sin embargo, la ha perdido ya.
Para este jugador de ejedrez fue más fácil manejar en el tablero las testas coronadas. Pero le faltaba una pieza capital, la que iba a darle mate: el pueblo español. Pensaba apenas en este pueblo, que él imaginaba atrasado, lleno de prejuicios, ignorante. De España no admiraba más que su ejército, cuyas gestas llenaban aún la historia del mundo. En cambio, despreciaba a la corte, a la nobleza y al clero."¿España? Un país de frailes y de curas!"Así definía él la presa que se aprestaba adevorar. Tal vez también era sincero el hijo de la Revolución, cuando hablaba de "liberar" al pueblo español. Esta liberación no era la que él esperaba.
Mientras negocia en Bayona la corona de España, Madrid brama de ira. El pueblo, abandonado por sus reyes, ocupado por un ejército extranjero, comprende que le han engañado. Espantáneamente se organiza un motín contra los franceses. estalla el 2 de mayo - el Dos de Mayo -. En la Puerta del Sol, los mamelucos y los dragones de Murat cargan contra el pueblo madrileño. La artillería francesa barre la calle de Alcalá. Los generales de Napoleón pierden la cabeza, se vuelven locos. Sin juicio previo, son fusilados patriotas españoles. Ha comenzado la guerra de la Independencia.
José Bonaparte hace, sin entusiasmo, su entrada en Madrid. Será el hombre más importante de España, después de Napoleón. "El espíritu es mal", escribe, desanimado, a su hermano. Con la protección de las tropas francesas y la colaboración de intrigas "afrancesados" intenta organizar un gobierno. Jamás el pueblo reconocerá como soberano a ese intruso a quien llaman Pepe Botellas. Reclama a grandes voces que vuelva Fernando VII y que se vayan los franceses.
La insurrección nacional, que había nacido en la Puerta del Sol, se extiende progresivamente a toda España, como un reguerro de pólvora. La técnica de la "guerrilla", familiar a los españoles, se perfecciona y se endurece; las tropas imperiales se ven obligadas a defenderse en todas partes: en Asturias, en la región leonesa, en Castilla, en Aragón, en Cataluña. se organizan juntas que dirigen la lucha contra el invasor. Los "colaboracionistas" son ejecutados. No hay español - hombre, mujer, niño, anciano - que no dispare contra los franceses. Es la guerra total y sin cuartel, la "guerra a cuchillo".
¿Por qué tal ferocidad? ¿Por qué tal desenfreno de odio entre dos pueblos que ayer mismos eran aliados? Porque se trata de una guerra que era nacional y religiosa. Una vez más, patria y religión son una sola y misma cosa en los corazones españoles. El pueblo sabe bien que la acción napoleónica va nos sólo contra la independencia de España, sino también contra la fe de sus mayores. El emperador es el heredero directo de la Devolución. Deísta y masón - como su hermano - apoya su intervención en la masonería. Una de las primeras cosas que hace Murat es crear en Madrid un Gran Oriente. Y los minsitro de José Bonaparte desempeñan un destacado papel en las logias españolas. La guerra de la Independencia es una guerra de religión, una cruzada - armada esta vez - contra las ideas filosóficas del del siglo XVIII francés. Para el pueblo español, Napoleón es un hereje, un "tragacuras", hasta una encarnación del Anticristo. Por eso son frecuentes los sacerdotes que se ponen a la cabeza de la insurrección, como el canónigo de Madrid Baltasar calvo, el padre Rico en Valencia, el padre gil en Sevilla, el padre Puebla en Granada y el obispo Méndez de Luarca en Santander. La campaña antifrancesa lleva el signo religioso. Por los pueblos de la Península circulan unos "catecismos" en los que se leen definicones de esgta clase: ¿Cuá es el origen de Napoleón? El pecado. ¿Qué son los franceses? antiguos cristianos que se han vuelto herejes." Pero el pueblo español no necesita propaganda para justificar su lucha y estimular su ardor. La verdad es que las tropas francesas menudean los actos sacrílegos. En las iglesias se dejan hombres y caballos. Son saqueados santuarios y tabernáculos. Y, naturalmente, violencia llama violencia.
La primera fase de la guerra entre Francia y España es favorable a ésta. La infantería de Castaños infringe a Dupont la terrible derrota de Bailén. ¡Más de veinte mil franceses se rinden en esta ocasión ! Es en Bailén donde recibe la primera herida el águila imperial. La segunda será en Moscú. La tercera - mortal - en Waterloo. Napoleón, furioso, decide asumir él mismo la dirección de las operaciones. Organiza un ejército de doscientos mil hombres y se dirige a Madrid. Junto a este hombre pequeño y furibundo cabalgan sus más ilustres mariscales: Ney, Lefrebre, Masséna. En unos días llegan a la capital española. Franquea la verja del palacio real. Echa una larga mirada al retrato de Felipe II, luego un suspiro: "¡Por fin es mía esta España tan deseada!" Su primera decisión - sin consultar siquiera con su hermano - es suprimir la Inquisición y un tercio de los conventos.
Mientras Napoleón toma estas espectaculares medidas, la resistencia española se exaspera. El mariscal Lanes pone sitio a Zaragoza. Durante cerca de un mes la artillería francesa pulveriza las defensas de la ciudad. La lucha toma un carácter épico y religioso. ¡ Zaragoza patria de Nuestra Señora del Pilar, orillas sagradas del Ebro que oyera el celestial coloquio de la Virgen con Santiago, hijo del Zebedeo! Mientras los granaderos del emperador cercan la ciudad ibérica, los "guerrilleros", crucifico en mano, les cantan desde lo alto de la muralla el himno de la liberación: "La Virgen del Pilar dice que no quiere ser francesa..." Los franceses atraviesan por fin las defensas. Pero casa casa es un fortín que hay que tomar. De la catedral sube el canto del Dies Irae. Son los combatientes de Zaragoza que celebran sus propios funerales. Más de cien mil españoles quedan enterrados bajo sus ruinas. La Virgen de alabastro, en el mismo sitio donde la puso, hace dieciocho siglos, el Hijo del Trueno, desnuda, despojada de su reluciente manto, parece muerta, también entre ella entre los defensores. El sitio de Zaragoza y su desesperada resistencia al invasor subrayan bien el carácter místico de esta guerra francoespañola. Los francotiradores españoles, reunidos en torno a la Madona, defienden, más aún que a su rey y que a su suelo, la encarnación de su fe. Para ellos, esa pequeña imagen en su pilar de mármol está viva. Es la Madre de Dios., la que inspira y protege sus armas, y ellos llevan sus colores, como los caballeros andantes los de su Dama. Contra el francés ateo, volteriano y masón, los héroes de Zaragoza - y, muy pronto los de Gerona - no ven otra alternativa que morir o vencer. "Zaragoza siempre heroica" merece bien el título que le ha discernido el pueblo español.
La guerrilla dura cinco años. En ciertos sectores llevan ventaja las tropas francesas. Pero el español sigue resistiendo. A medida que van cayendo héroes, van surgiendo otros. En esta lucha a muerte contra Napoleón, fraternizan nobles, frailes, campesinos y pícaros. Junto al Empecinado sacerdotes-soldados. El cura Merino de Burgos, resulta de pronto ser un estratega. LLega a ser el especialista de la emboscada. Tales pérdidas hace sufrir a los franceses, que José Bonaparte intenta ganarlo con promeses de distinciones eclesiásticas. El cura Merino rechaza a los emisarios del "rey" de Españ. La intervención inglesa agrava las cosas para el emperador. Wellington, el Duque de Hierro, desembarca en Portugal y rechaza a los franceses hasta Burgos. José huye de Madrid y vuelve a pasar el Bidasoa. Las divisiones francesas, esquilmadas, no tardan en seguirle, Napoleón firma con Fernando VII, que sigue internado en el castillo de Valencay, un tratado que pone fin a las hostilidades y reconoce como rey al hijo de Carlos IV. Pacto nulo. La estrella del emperador está a punto de extinguirse.Vencido en rusia, vencido en Leipzig, vencido en España, Napoleón piensa ya en la isla de Elba.
Que la guerra sin cuartel hecha por el pueblo español al ejército imperial fue una guerra esencialmente religiosa, es cosa que se deduce no solamente de los hechos, sino también de los testimonios contemporáneos. Después de la paz de Tilsitt, un tal M. de Rocca recibe orden de dejar Prusia para ir con su regimiento a España. En sus memorias consigna que los españoles "notenían espíritu filosófico, una de las causas de la Revolución en Francia". Este pundonoroso militar francés, imbuido de los grandes principios de 1.789, va de sorpresa en sorpresa, a medida que avanza hacaia Madrid. "El carácter de los españoles de esgtas provincias no se parece en nada al de las otras naciones de Europa. Su patriotismo es enteramente religioso, como lo era entre los antiguos, cuando ningún pueblo se desesperaba ni se deba por vencido mientras consevaba intactos los altares de los dioses protectores". Reconoce que la política "liberal" del emperador no había hecho más que irritar al pueblo español. "La reducción de las órdenes religiosas y la abolición de la Inquisición, que las autoridades francesas acababan de proclamar, lejos de hacer que los franceses fueran considerados como liberadores, aumentaron el violento odio que les tenía el clero y sus numerosos guardianes" Este oficial veterano en la disciplina y que ha recorrido tras el emperador los campos de batalla de Europa, observa: "Los españoles eran un pueblo religioso, pero no militar...Consideraban la presente guerra como una cruzada religiosa contra los franceses, por la patria y por el rey". Y termian, con una gran probidad: "Europa no debe olvidar que España ha sostenido casi sola, durante más de cinco años, el peso del inmenso poderío del emperador Napoleón... Los franceses han ganado consecutivamente diez batallas regulares, ha conquistado casi todas las plazas fuertes y, sin embargo, no han podido conseguir la sumisión duradera de una sola provincia... Había que herir el alma de todos y cada uno, y a estas trincheras no llegan las balas ni las bayonetas". Este húsar librepensador, ateo y que no admite la existencia del alma, cree sin embargo en el alma del pueblo español. ¿Quién puede negarla cuando se ha combatido en Bailén en Zaragoza o en Gerona? En realidad, una querella dinástica, una ocupación extranjera no hubieran bastado en sí para levantar a todo un pueblo. Tal arranque de cólera y de odio contra Napoleón tuvo su fuente en lo más profundo del alma española. El español consesará en Santa Elena : "Esa desdichada guerra me perdió". ¿Podía imaginar que aquel pueblo sin ejército y sin rey iba a resistir a su invencible ejército? ¡Y qué humillación haber sido derrotado, no por soldados regulares, sino por campesinos con hoces y frailes intrépidos! Allí donde arde la llama mística de las cruzadas, el arte de la guerra es impotente. La España religiosa demostró, una vez más, su patriotismo y su fe.