ESPAÑA AUSTRIACA
Entramos en la época de oro de la Historia de España, de la España
eterna, que con su cultura de fines, convirtiéndose en paladín
del catolicismo, va a asombrar al mundo entero con su idea de la monarquía
católica universal, bajo el reinado de los dos reyes más grandes
que ha tenido España, Carlos V “el más principal hombre
que ha habido y habrá”, y Felipe II, que San Pío V aseguraba
al cardenal Granvela; “que don Felipe era la sola columna y fundamento
de la Religión”.
Estos dos grandes monarcas - dice Juan sáiz Barberá - sintetizaron
el espiritualismo de aquella época; espiritualismo que arrastra en convierte
en misionera a toda una nación en el siglo XVI; espiritualismo que traspasa
los siglos posteriores, y después de cuatro centurias presentan el espíritu
religioso de estos dos grandes monarcas, como los prototipos y conductores de
una nación, distinta de las demás, que encaja maravillosamente
en los designios de Carlos V y Felipe II, que llegan a realizar (sobre todo
el primero) el ideal de una monarquía universal católica. Es Menéndez
y Pelayo el más profundo crítico y el mejor conocedor de la Historia
de España el que con frases elocuentísimas escribe: “Nadie
ha hecho aún la verdadera historia de España en los siglos XVI
y XVII. Cuando esa historia llegue a ser escrita, se verá con claridad
que la reforma iniciada por Cisneros fue razón poderosísima de
que el protestantismo no arraigaba España, por lo mismo que los abusos
eran menores, y que había una legión compacta y austera para resistir
a toda tentativa de cisma. Dulce es apartar los ojos del miserable luteranismo
español, para fijarlos en aquella serie de venerables figuras de reformadores
y fundadores; en San Pedro de Alcántara, la luz de la soledades de Arrábida,
que parecía hecho de raíces de árboles, según la
enérgica expresión de Santa Teresa; en el venerable Tomás
de Jesús, reformador de los agustinos descalzos; en la sublime doctora
abulense y en su heroico compañero San Juan de la Cruz, en San Juan de
Dios, portento de caridad, en el humilde clérigo aragonés, de
las Escuelas Pío, y, en aquel hidalgo vascongado, herido por Dios como
Israel, y a quien Dios suscitó para que levantara un ejército,
más poderoso que todos los ejércitos de Carlos V, contra la Reforma.
San Ignacio es la personificación más viva del espíritu
español en su edad de oro. Ningún caudillo, ningún sabio
influyó tan portentosamente en el mundo. Si media Europa no es protestante,
débelo en gran manera a la Compañía de Jesús”.
“El día 26 de octubre de 1.564 – dice Maeztu – es,
a mi juicio, el día más alto en la Historia de España en
su aspecto espiritual”. Reafirma más adelante el espiritualismo
español de esta magna asamblea (el Concilio de Trento), el polígrafo
montañés con afirmaciones que dan a conocer una de las obras más
grandes de la renovación de la Iglesia universal:” España
– dice – que tales varones daba, fecundo plantel de sabios y de
santos, de teólogos y de fundadores, figuró al frente de las naciones
católicas en otro de los grandes esfuerzos contra la Reforma, en el Concilio
de Trento, que tan español como ecuménico, si vale la frases:”Cuando
el Concilio de Trento se escriba por españoles, y no por extranjeros,
¡cuán hermoso papel harán en ella los Guerreros, Cuestas,
Blancos, el maravilloso teólogo don Martín Pérez de Ayala,
obispo de Segorbe, que defendió invenciblemente contra los protestantes
el valor de las tradiciones eclesiásticas, el rey de los canonistas,
Antonio Agustín, enmendador del decreto de Graciano, corrector del texto
de los Pandectas, filósofo clarísimo, editor de Festo y Varrón,
numismático, arqueólogo y hombre de amenísimo ingenio en
todo, el obispo de Salamanca, don Pedro González de Mendoza, autor de
unas curiosas memorias del Concilio, los tres egregios jesuitas, Diego Laínez,
Alfonso de Salmerón y Francisco de Torres, Melchor Cano, el más
culto y elegante de los escritores dominicos, autor de un nuevo método
de enseñanza teológica basado en el estudio de las fuentes del
conocimiento. Bien puede decirse que todo español era teólogo
entonces.
Con estas frases exalta el más alto grado de esplendor y de egregia espiritualidad
a la nación que había descubierto el Nuevo Mundo, 21 naciones
que la España imperial alumbró a la civilización y a la
verdadera fe, gesta maravillosa, que según la opinión del historiador
Gómara “ después de la Redención nada se ha hecho
en el mundo más grande que esta titánica azaña”,
nuevo y gigantesco cometido que Dios le asignó. Carlos V, el emperador,
el monarca que era a la vez rey y general en 1.526, promulgó en Granada
unas ordenanzas que recordaban el designio religioso de las conquistas y “lo
propio volvieron a rememorar las nuevas leyes de 1.542. y este espíritu
que informaba a la empresa estaba tan arraigado en los descubridores, que Bernal
Díaz hace notar como, apenas se había tomado posesión de
un territorio en el nombre del rey de España, se hacía saber,
para descargo de conciencia y en consonancia con las letras apostólicas,
que aquel derecho de posesión se lo había dado el Santo Padre,
que vive en Roma, y se invitaba a los nuevos vasallos de su majestad a abandonar
su idolatría y a abrazar la fe. Predicábaseles luego sobre el
caso, y enseguida se apresuraban los españoles a levantar cruces y a
construir una iglesia en que se colocaba una imagen de la Virgen”. (García
Villada, Z.) Para responder al mandato de Cristo, expresado pr su vicario, iban
religiosos franciscanos, jesuitas, agustinos, dominicos, con el clero secular,
para dar cumplimiento a las disposiciones, que tales gestas religiosas ordenaba.
La descripción de la conquista de América por el heroísmo
que la acompañó y la rapidez de su realización es algo
sobrehumano, y rebasa las fuerzas naturales y no se puede explicar sin la intervención
de la Providencia Divina. Por eso afirma Bertrand: “En los españoles
influyó un elemento místico de otra índole para dar ímpetu
a una tan rápida conquista. No sólo se creían los dueños
y los apóstoles del Nuevo Mundo, sino que estaban persuadidos de que
la mano de Dios les guiaba en aquella fabulosa aventura. En ciertos momentos,
un Cortés, un Bernal Díaz, se detienen estupefactos ante los resultados
de sus victorias; resultados inesperados y que no guardaban proporción
con sus hechos, por muy heroicos que fuesen, preguntándose si no serían
juguetes de un sueño”.
Carlos V, vencedor de Mülberg en 1521, contra los protestantes, pudo decir
en la conquista de América: “Fui, vi y Dios venció”.
El pueblo español, este pueblo, que ha tenido y tiene, desde que le iluminó
la fe cristiana de Santiago, el genio y psicología de un pueblo de cultura
de fines y con un destino providencial en la historia universal no realizó
en otra cosa en las guerras del emperador en Europa y en la conquista del Nuevo
Mundo que el triunfo de la Religión Católica sobre la herejía
en Europa, y el advenimiento a la fe cristiana que quería llevarles a
Cristo. Pero Europa estaba perdida, necesitaba una renovación. Se imponía
un remedio radical que cortase con tantos abusos. Nadie se atrevía a
plantearlo, y surgió la España de los Reyes Católicos,
la España conquistadora de nuevos mundos, la espada de Roma, dispuesta
a sacar de todas las vacilaciones a la capital del Cristianismo, en otro de
los grandes esfuerzos contra la Reforma, en la promoción y convocatoria
del Concilio de Trento “que fue tan español como ecuménico”,
según Menéndez y Pelayo.
Los españoles identificados con su emperador defendieron con entusiasmo
la idea central de la política imperial de Carlos V, o se, la “Universitas
Christiana” de su imperio, y el emperador hacía de ello el lema
y el eje de su reinado y el punto de partida y fuente principal de su poder.
Las gestas españolas no han sido cantadas por los historiadores españoles,
pero también los historiadores extranjeros emiten su juicio, que por
ser imparcial es de suma importancia, ya que el historiador norteamericano Carlos
Lummis recorrió los principales parajes que presenciaron las inmortales
gestas y asombrosas hazañas de un pueblo, saturado de espiritualismo,
que en marcha triunfal del Cristianismo por Europa, le llevó también
por las nuevas naciones, que ella descubría a la civilización
cristiana. “Amamos la valentía, y la exploración –
dice este tratadista – de las Américas por los españoles
fue la más grande, la más larga y la más maravillosa serie
de proezas que registra la historia. Ninguna otra nación dio jamás
a luz cien Stanleys y cuatro Julio Césares en un siglo; pero eso es una
parte de lo que hizo España en el Nuevo Mundo. Todo el régimen
de España para con los indios del Nuevo Mundo fue de humanidad, de justicia,
de de educación, y de persuasión moral; y aún cuando hubo,
como es natural, algunos individuos que violaron las leyes de su país
respecto al trato con los indios, recibieron por ello el merecido castigo. Hubo
errores y crímenes individuales; pero el gran principio de cordura y
humanidad señala en conjunto el amplio camino de España, un camino
que atrae la admiración de todo hombre varonil. Una de las cosas más
asombrosas de los exploradores españoles es el espíritu humanitario
y progresivo que desde el principio hasta el fin caracterizó sus instituciones.
Ha habido en América escuelas españolas para indios desde 1524.
Allá por 1575 – casi un siglo antes de que hubiera una imprenta
en la América inglesa - , se habían impreso en la ciudad de Méjico
muchos libros de doce diferentes dialectos indios, y tres universidades españolas
en América tenían casi un siglo de existencia cuando se fundó
Harvard. España, después de descubrir las Américas en poco
más de cien años de incesantes exploraciones y conquistas, había
logrado arraigar y estaba civilizando aquellos países. Había construido
en el Nuevo Mundo centenares de ciudades, cuyos extremos distaban más
de cinco mil millas, con todas las ventajas de la civilización que entonces
conocían.” Entusiasma a este tratadista americano la labor misionera
de España: “Nunca pueblo alguno llevó a cabo en ninguna
parte tan estupenda labor como la que realizaron en América los misioneros
los españoles. No creo que historia presente otro cuadro de tan absoluta
soledad, desamparo y desconsuelo como era la vida de aquellos mártires
ignorados, y por lo que toca a peligros, n o ha habido hombre alguno que los
haya arrastrado mayores” (“Los exploradores españoles del
siglo XVI” , Carlos Lummis).
Es otro historiador inglés, que entona, en frases de elogio y admiración
hacia el español Carlos V, un cántico subido a la España
imperial del siglo XVI: “Carlos V “el emperador más grande
que, desde Carlo Magno, había visto la cristiandad”, como dijo
de Nicolo Tiépolo, había acariciado la esperanza de restaurar
en persona el quebranto sufrido por la unidad cristiana en todo el Occidente”
(Wyndham Lewis, “Carlos de Europa”). “Su ímpetu –
dice Menéndez y Pelayo -, fue el último que respondía al
pensamiento de Roma, de San Agustín y de Carlo Magno; fue el primero
que se extendió sobre las tierras del Nuevo Mundo. Así, fue entre
todos el imperio más universal que hubo en la historia, el único
que abarcó los dos hemisferios del globo”. “Escritores como
Massis, Planz y Moeniusen prescriben, como único remedio a las enfermedades
de la Europa moderna, una vuelta a la antigua unidad católica”
Por eso al impulso de esa unidad católica que salvaría a Europa
y proclamada por eminentes escritores extranjeros, exclama un escritor español:
¡España, esta es tu hora! Como siempre, el espíritu de la
latinidad marcha avante. El genio espiritual de la Roma cristiana, proclama
la necesidad de un esfuerzo gigantesco para salvar a la civilización
amenazada. “España – dice Navasal y de Mendiri -, que fue
dueña del mundo, cuando la fe era su ideal, debe recuperar, en esta era
espiritual que se inicia, la supremacía que perdió durante el
eclipse momentáneo del alma de la raza”.
Para confirmar estas cálidas expresiones del tratadista español
están las frases de un eminente hispanista extranjero, Wyndham Lewis:
“Si todavía hay una civilización en Europa, su supervivencia
se debe precisamente a esa religión que la inspiró durante siglos.
Y esa religión no ha decaído en desuso; está siempre viva.
No es un pintoresco residuo de la Edad Media, es de nuestra edad, y de todas.
No responde a ningún capricho efímero ni está unida a ninguna
peculiaridad de nación o de tribu; es universal; es universal, supranacional,
inmutable. En más de una ocasión salvó a Europa de la anarquía;
del bárbaro o del mahometano, y de tantos otros males que hubieran acabado
con nosotros. Y a no ser por la insurrección del siglo XVI, que mermó
su poder civilizador, haciendo que su autoridad no fuera ya universalmente conocida,
su trascendencia hubiera sido mayor”. Es el tratadista español,
Navasal y de Mendiri, en su libro La hora de España, el que expresa con
frases elocuentísimas el destino y las sublimes gestas de la América
imperial de Carlos V y Felipe II: los españoles fuimos los romanos de
América. Al igual que en el último reinado, todo es impulsado
en estos por el espíritu. Es el ideal, es la fe, es el honor lo que guía
en sus empresas a esta raza de titanes y la hace invencible. “El francés
Chevalier, dice hablando de esta época:¡ Cuánta grandeza
y arrojo demostraban los españoles en el siglo XVI! Nunca vio el mundo
tanta energía, actividad o buena fortuna. No veían obstáculos,
ni ríos, ni desiertos, ni montaña, aunque fuesen más altas
que las que dan carácter imponente al suelo de su patria. Construían
grandes ciudades o creaban flotas y reunidos en corto número, lanzábanse,
sin vacilar a la conquista de vastos imperios, como si procediesen de raza de
titanes o semidioses”. Exalta el genio de la raza española con
estas frases: “Al mágico impulso de la fe, España se ha
convertido en la señora del mundo. Libre de las cadenas musulmanas, la
raza generosa derrama a torrentes por todos los continentes, civilización,
religión, genio y cultura en sin igual cruzada”. Proclama la profunda
religiosidad de Carlos V. Y en medio de esos triunfos y de esas glorias, el
poderoso rey y emperador I de España y V de Alemania, en pleno apogeo
de su pujanza y poder, va a Bolonia, en donde le espera el Papa. Y allí,
entre la más selecta y brillante concurrencia de altos dignatarios de
la Iglesia, magnates, nobles y jefes militares, el victorioso soberano de ese
imperio sin rival, veintitrés veces más grande que el antiguo
imperio de Roma, doble su rodilla y besa la sandalia del sucesor de Pedro el
Pescador. Sublime demostración de la grandeza de alma de ese monarca,
que impetuoso y temible para sus enemigos, sabía inclinar tanta majestad
y poderío ante la augusta figura del Supremo Pontífice, depositario
en la tierra de la fe de Cristo. “Mas Carlos V y su hijo Felipe II habían
sido escogidos por la Providencia para realizar una misión de alta trascendencia
espiritual y política; la lucha contra la herejía protestante”.”Convencido
Carlos V de la contumacia de Lutero en la Dieta de Worms, allí mismo
declaró ante los príncipes alemanes reunidos que estaba firmemente
resuelto a consagrar todo su poder, su imperio y su misma vida, a mantener íntegro
e ileso el dogma católico y las doctrinas de la Iglesia romana, que habían
profesado sus abuelos los emperadores de Alemania, los Reyes Católicos
de España y los duques de Austria y de Borgoña”.
“Así se convirtió España en el paladín esforzado
de la causa católica. Las intrigas de Francisco I y la inmoralidad de
Enrique VIII, que sacrificó su fe para poder saciar sus groseros apetitos,
envalentonaros al Elector de Sajonia, al Landgrave de Hesse, al Margreve de
Branderburgo y a los demás príncipes alemanes afectos al protestantismo”.
“A partir de ese momento, la figura de Carlos V se agiganta y España
es la nación que sola, estoica y admirable, derrocha su sangre, sus riquezas
y sus energías en aras de una causa sublime, defendiendo en el Viejo
Mundo y propagando en el Nuevo, por el esfuerzo de sus armas, por el esplendor
de su cultura y por la abnegación de sus reyes, navegantes, capitanes,
teólogos, religiosos, las puras doctrinas del catolicismo”.
“Carlos V decide acabar también con el poder marítimo de
la Media Luna yendo a buscar al orgulloso corsario, personalmente a su madriguera”.
“Y habiendo implorado el apoyo de la patrona de Cataluña, la Virgen
de Monserrat, en cuyo monasterio confesó y comulgó, se embarcó
en Barcelona el 30 de mayo de 1535 en la galera “La Bastarda”, dirigiéndose
con su flora hacia las costas africanas”.
“Preguntado por alguien sobre quién sería el capitán
general de aquella guerra, mostrando en alto el crucifijo, exclamó: Éste,
cuyo alférez soy yo”.
“La toma de la Goleta, la conquista de Túnez y la completa derrota
y fuga del soberbio Barbarroja, fueron los portentosos resultados de esta expedición”.
“Por mar y por tierra España era el terror del turco”.
El espiritualismo español en el siglo XVI y su marcha triunfal por la
historia universal lo da a conocer un pensador español. “El camino
de Oriente lo había abierto el gran caballero andante del pensamiento
cristiano, Ramón Lull; el Occidente se abre después en fecha providencial;
por los dos se aboca el alma hispana y envuelve con su espíritu el universo”.
“Hacia el Oriente se dirigen las primeras salidas del espíritu
hispano. Comerciantes y misioneros navegan primero por el mar latino; pero siéndoles
éste pequeño,, descienden por las costas de África, cruzan
el cabo de Buena Esperanza, se internan en el golfo Pérsico y llegan
hasta la cuna del sol naciente, a la India, a la China, a Oceanía y al
Japón. A su paso ligero, siembras su ruta de colonias, que son focos
de comercio; pero también y más, centros de apostolado y de irradiación
espiritual”.
“El Oriente no es todavía cristiano; sin embargo Filipinas es cristiana
y católica como España”.
“España dijo a los pueblos y fieles conquistados que podían
salvarse lo mismo que nosotros y esto procuró meter en su espíritu
con su acción evangelizadora y civilizadora; por eso, no son las empresas
comerciales, ni las grandes explotaciones mineras o industriales, aunque esto
no faltara, lo que más brilló de España en este imperio
de Oriente, sino los grandes valores humanos y católicos. Raimundo Lulio,
creador de los primeros colegios misioneros en España y en Europa, San
Francisco Javier, apóstol de los indios, la Universidad de Manila, obra
de los religiosos dominicos españoles, y, sobre todo, los ínclitos
confesores de Cristo y embajadores de España, San Pedro Bautista y compañeros
mártires del Japón, que allá sellaron con su sangre la
palabra evangélica y la fe que predicaban, y allá quedaron levantados
sobre el suelo, en alto, pendientes de la cruz, para que todo el Oriente y el
mundo entero pagano los mire y se mire en ellos, ya que ellos no tuvieron más
tierra que recorrer, ni más altas cimas que escalar, donde plantaran
la bandera de Cristo y encendieran la luz del Evangelio, dado por Dios a todo
hombre que viene a este mundo”. (Filosofía de la Hispanidad, Torró).
Pero la obra incomparable y sublime de España, que no ha sido igualada
por ningún pueblo de la tierra se levanta en Occidente.
¿Qué significa esto en el análisis comparativo de las naciones,
que nos presenta a unas con la psicología de la cultura de medios, que
terminan por culminar en el siglo veinte en el materialismo de la historia,
mientras que otras, como España, apuntan a una psicología de cultura
de fines trascendental y con destinos providenciales en la historia universal?
“Tanto ha deslumbrado esta verdad a críticos, historiadores, filósofos
y artistas, que han descuidado casi por completo y dejado de considerar otros
aspectos de la vida de España, que demuestran por igual la esencia católica
de ésta. Porque si España se muestra así en sus generosas
empresas de civilización de los pueblos, incultos a ella confiados por
la providencia, no menos aparece como relevante su nota de catolicismo, cuando
se la compara con otros pueblos civilizados y se relacionan y se miden las obras
de espíritu que todos han producido. España resalta entre estos
pueblos, influye en ellos y los supera de manera indiscutible solo en la relación
de eficiencia católica”. España ha tenido filósofos,
pero no ha sido la nación directora universal del pensamiento universal.
España ha tenido artistas como Velásquez, pero España no
es la maestra del arte como Grecia. España alcanzó gran renombre
en el derecho, que es la más alta expresión del sentido espiritual
y humano de la vida; en esto la nación española llegó a
cotas altísimas y de una brillante e inusitada sobre todas las demás
naciones; así lo manifestaron Vives, Victoria, Suárez, Alfonso
de Castro, la legislación de indias y otros documentos, aunque Roma fue
la fundadora del derecho universal, y desde la antigüedad aparece en la
historia, como no queriendo admitir parangón”.”Hay, sin embargo,
una producción superior de espíritu, que coloca a España
sobre todos los pueblos civilizados, la constituye maestra de ellos y directora
de su pensamiento, y aunque hoy nadie en el mundo se eleva a esas alturas sin
que se reconozca y proclame discípulo de la obra de España: LA
CIENCIA DE DIOS. NO HA SIDO España maestra universal de filosofía,
ni de ciencias naturales, ni de arte; pero lo ha sido de la ciencia más
alta y generosa, de la ciencia del espíritu, de paciencia teológico
y del amor santo: San Pedro de Alcántara, dsaan Juan de Ávila,
San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, Alfonso de Madrid, Osuna,
Fray Juan de los Ángeles, Diego de Estella, Frray Luis de León
y el P. Granada, San Ignacio de Loyola, eran los maestros universales en la
dirección de las almas que buscan a Dios” (Torró, Filosofía
de la hispanidad). Refiriéndose a este último un historiador extranjero,
lo hace con frases que descubren en el fondo de la historia universal la profunda
influencia del espiritualismo español: “No es aventurado afirmar
que en todo el siglo XVI sólo hubo en España un hombre –San
Ignacio de Loyola, una de las gigantescas figuras de todos los tiempos –
que vio y combatió sin cesar el peligro de ese intento de nacionalizar
el catolicismo. Gracias a su triunfante iniciativa, la Compañía
de Jesús no se convirtió en una sociedad exclusivamente española,
y todos nosotros- el ateo, el católico o el protestante – le debemos
que se salvase Europa del caos en el que, de haber perecido la Iglesia, nos
hubieran sumido las desenfrenadas exageraciones nacionalistas”. (Windham
Lewis, Carlos de Europa, Emperador de Occidente)
El espiritualismo español se hacía universal en el siglo XVI con
Francisco de Victoria(1.484-1.546), a quien se debe la creación del Moderno
Derecho Internacional, y con ello da a conocer el espiritualismo universal de
España; el inmortal jurista español proclamó más
allá de la cristiandad la unidad de todo el mundo, sin diferencia de
raza, religión o cultura, como unión de Estados, fundamentada
y basada en “la ley divina”, con la guía de Dios al mundo,
ya que la ley natural es concreción en el hombre de la ley eterna de
Dios, es comprensible a los hombres, mediante la razón. Para el maestro
dominico los bárbaros como los civilizados tienen los mismos derechos;
todos fueron creados por Dios para un fin, todo existe para un fin, y en éste
hay que buscar la causa de la existencia. Un tratadista extranjero, como J.
Hoffner, estima que Victoria fue el primero que definió el concepto del
Moderno Derecho Internacional, y que la fama de Hugo Grotius descansa en su
parte de la “ignorancia que se tenía de la existencia de los escolásticos
españoles”.”Puede considerarse como cierto, que Hugo Grotius
tomó de Suárez el concepto del Moderno Derecho Internacional”.
Este mismo autor dedica un libro a Victoria con estas significativas palabras:”
Con motivo del aniversario de la muerte del paladín de la lucha por la
dignidad humana, del fundador del Derecho internacional, Francisco de Victoria,
12 de agosto de 1.546”. y otro autor extranjero afirma: Gracias al coraje
de Victoria, de considerar a los primitivos pueblos de América como miembros
de iguales derechos d esa comunidad de pueblos fue posible una auténtica
idea universal en el siglo XVI y que surgiese de esta forma un verdadero Derecho
Internacional. “Por eso, la obra de España en América es
igualmente reconocida por los más nobles pensadores hispano-americanos,
así Alfonso Reyes, Carlos Pereyra, José Vasconcelos, Pablo Antonio
Cuadra, Alfonso Junco, Víctor Andrés Belaude, Osvaldo Lira. La
civilización y colonización cristiana de un Nuevo Mundo que despertaba
de su noche milenaria para salir al día luminoso del Cristianismo. Las
luchas contra el Protestantismo y el haber sido el paladín y propulsor
de lo que Maeztu ha llamado “el día más alto de la historia
de España en su aspecto espiritual”. El genio de España
y su espiritualismo y destino en la historia universal llegan a su cenit esplendoroso
y entusiasta manifestación de su grandeza y universalidad en el siglo
XVI, el siglo de Carlos V y de Felipe II. Por eso, cuando la España del
siglo XX llevaba a cabo otra de las gestas gloriosas en la historia de la humanidad;
la lucha victoriosa contra el materialismo marxista, volvía a resurgir
la magnificencia y grandiosidad del genio de España, que volvía
a convertirse en el paladín esforzado de la causa católica.
En tiempos de Carlos V se realizó la frase de un escritor español
contemporáneo: “Los españoles fuimos los romanos de América”,
pero hay que analizar esta frase, porque si Roma fue el ingenio que llenó
caminos y vías militares los pueblos que ella conquistó, dándoles
una prosperidad material. España dio a su imperio, veintitrés
veces superior al imperio romano, un talante espiritual, sin olvidar lo material.
España no retuvo la antorcha civilizadora, que según Spengler
va de Oriente a Occidente. (Juan Sáiz Barberá, Pensamiento Histórico
Cristiano). España, en su imperio espiritual abría un giro copernicano
a la civilización, y la llevó de Occidente a Oriente, para civilizar
a dos continentes: América y Oceanía. España es el pueblo
que ha llevado la civilización y cultura complementando a ambas con mayor
eficacia y energía dentro de la civilización occidental que otro
pueblo de la humanidad. Su impulso dinámico y civilizador es algo que
traspasa los límites del tiempo y espacio y se pierde en los umbrales
de la eternidad y lo trascendente, porque eternos y escatológicos eran
sus valores que España llevó a otros hemisferios completando la
civilización con su visión universal, profunda y elevada, mientras
que otros países como Inglaterra, Francia y otros pueblos han llevado
los bienes materiales con su visión de cultura de medios que busca el
dominio y posesión de lo temporal con olvido o marginación de
lo eterno, España, portadora de valores espirituales, proporcionó
y regaló a otros continentes todo el caudal inmenso de su genio portador
de los valores morales y religiosos, con perjuicio de su propio bienestar y
quedándose exhausta de los bienes materiales. “CASO ÚNICO
EN LA HISTORIA UNIVERSAL, Y QUE PROCLAMA A ESPAÑA COMO LA NACIÓN
CIVILIZADORA Y MISIONERA POR EXCELENCIA”. Un caso hubo en la historia
universal y no se volverá a repetir, porque para ello, tenía que
levantarse otra España, con aquel genial talante del siglo XVI, que llevaba
una generación de gigantes del espíritu, que en gloriosa pléyade
de guerreros, misioneros, artistas y sabios llenó el mundo y asombraba
a la humanidad con seres privilegiados, que presenta a este siglo saturando
de espiritualismo; ella, España, madre y campeona del catolicismo, le
repartió y dio generosamente a todos los pueblos y naciones, en las que
dejó sus huellas, y transformaba con su acción dinámica
y bienhechora. Prueba de ello es que mientras han desaparecido todos los imperios
que se han sucedió en los veinte siglos que llevamos de la Era Cristiana:
así el mundo visigodo, el imperio de Carlos Magno, el imperio musulmán,
el imperio francés de Luis XIV, el imperio napoleónico, el imperio
alemán del siglo XIX, el imperio inglés de las Indias, y se está
extinguiendo el imperio sajón de nuestros días, sigue en pie el
imperio espiritual, que España, la Eterna España, dejó
a veintiuna naciones.
Por eso Maextu calificó de misionero el imperio español, porque
no avanzó únicamente España en su marcha triunfal avasalladora,
sin que llevara por delante como portadora de los valores espirituales a la
Iglesia, mas, no solamente en el hemisferio viejo, sino que, en su pletórico
espiritualismo llegó hasta Oriente con su acción evangelizadora;
era el sentido católico y el sentido de Dios lo que guiaba a los monarcas
de la España imperial de los siglos XVI y XVII. Roma sublimaba las aspiraciones
espiritualistas de aquella verdadera monarquía universal, tan distinta
de las otras naciones, con que España se presentaba a la faz de las naciones.
Coronadas por Roma aquellas gestas imperiales de espiritualismo cristiano en
la persona de Carlos V, que venía a ser el emperador de dos hemisferios
y el más poderoso de todos los emperadores que han atravesado los siglos
de la historia. Los demás cayeron y fueron sepultados en el olvido de
la historia; mas el imperio espiritual de España, el que dejó,
en herencia a aquellas veintiuna naciones subsiste, después de cinco
siglos y seguirá subsistiendo, porque España, pueblo de cultura
de fines, llevaba a los pueblos y naciones el mensaje del evangelio de Cristo.
No se vio otra empresa, ni aconteció otra maravilla en la tierra, que
la tiara pontificia y la corona imperial se aunaran para llevar a cabo la obra
redentora de Cristo. España portadora de los valores eternos y del cometido
que le había encomendado la Iglesia desde las alturas del Vaticano se
sintió responsable de aquella sublime misión, y levantó
aquel ejército de guerreros, teólogos y sabios, unidos con entusiasmo
heroico para llevar a cabo aquellas portentosas hazañas de las que ellos
eran instrumentos admirables de la Divina Providencia, que se servía
de la Imperial España, como única nación, designada pro
Dios y refrendada por su Iglesia para la obra más grande que han presenciado
los siglos después de la Redención del género humano y
su Creación. y en cierto sentido, España solamente entre aquellas
naciones que sólo miraban a su medro y mejoramiento material propio,
supo adivinar el destino que la Providencia le encomendaba, como destinada para
la renovación espiritual de aquellos siglos de grandeza humana y militar,
empequeñecidos por su ideal terreno, para empezar una nueva era de cultura
y edificación espiritual:” España – dice – fue
su heraldo; sus andadores, nuestras leyes de Indias, no se pudo realizar esta
obra sin que España pusiera en ellas sus mejores energías. Descuidamos
lo nuestro para atender a lo de todos. Por eso he dicho, y ahora repito, “QUE
ESPAÑA ES EL CRISTO DE LOS PUEBLOS”. Esta es la obra superadora
de España en la historia universal que no se ha vuelto a hacer, no se
volverá a repetir en el transcurso de los siglos. Cristo no hay más
que UNO, como España, su adelantada no hay más que UNA; las demás
naciones NO HAN ENTENDIDO ESTA OBRA DE ESPAÑA, y marchan por la historia
universal, inmersas en el materialismo que les inspira su cultura de medios.
“Genio de España, genio de Cristo”, proclamó con intuición
reveladora Jiménez Caballero. “Cristo – añade –
ha empuñado la espada que termina en CRUZ, y por esta verdad han luchado
y muerto generaciones y generaciones de hombres de todos los rincones del globo”.”Existe
el genio de España. La divinidad es aquella a quien el genio de España
sirve, donde está inmersa. ¿Y dónde está inmersa
España? ¡España no está Oriente ni en Occidente!
¡España está - desde muchos siglos – en la Cristiandad!
España es Catolicidad. Moros, luteranos, judíos y cuáqueros.
España los acogió y los acogerá siempre bajo su signo fundidor
y antirracista. ¡España- genio romano germánico –
es genio de Cristo. Creedme. ¡Genio de España! Por eso comenta
Maeztu: “La misión histórica de los pueblos hispánicos
consiste en enseñar a todos los hombres de la tierra que si quieren pueden
salvarse, y que su salvación no depende sino de su fe y de su voluntad”
Esta finalidad evangelizadora fue el cometido principal de la conquista de América,
y esto se repite en todas las leyes y mandatos reales. Carlos V, al oír
las relaciones de conquistas de Hernán Cortés, expresaba su mayor
satisfacción:”El que las Indias estuviesen preparadas para conocer
a Nuestro Señor Jesucristo”, y ser instruidas y vivir en su Santa
Fe Católica”. Lo mismo encomendó Felipe II al virrey Toledo,
que cuide de la instrucción y conversión de los indios. Felipe
III fomenta el celo de los prelados virreyes y autoridades en la honra evangelizadora
de las misiones. Con análogas disposiciones procedieron Felipe IV, Carlos,
que integraron la grandiosa Casa de Austria. Con ellos continúa la tradición
misionera de España.
España, con su cultura de fines, escatológica y de calores trascendentales,
no podía, en “su primavera política de mando y preponderancia,
dejarse arrastrar, como los demás pueblos de Occidente (con ligeras excepciones)
por el aumento y ganancia de los bienes materiales que tanta influencia tuvieron
y tienen en los tratados internacionales, desorbitándose más en
el transcurso de los siglos a partir del siglo XVI. Con ellos proclamaban las
naciones de Occidente el materialismo que les inspira su cultura de medios,
que les arrastra tras el dominio de la técnica. España podía
manifestar con voz muy autorizada que hacía “UNA POLÍTICA
DE ALMAS”. Un historiador ha podido escribir:” Que España
podía llamarse con todo rigor un pueblo de teólogos”, fecundo
plantel de sabios y santos, de teólogos y fundadores, figura al frente
de todas las naciones católicas en otro de los grandes esfuerzos contra
la Reforma, en el Concilio de Trento, que como decía Menéndez
y Pelayo “fue tan español como ecuménico”.
No solamente los tratadistas españoles presentan al mundo en el entusiasmo
de su admiración y patriotismo la heroica grandeza espiritual del imperio
español del siglo XVI, sino que abundan los autores extranjeros que supieron
penetrar en el misterioso y arrollador empuje de aquella magna centuria, y de
talante de universalidad, que trajo aquel imperio hispánico, adentrándose
por encima de aquella incomprensión que suele predominar en las circunstancias
ambientales que rodean siempre a un gran acontecimiento, captaron el hondo significado
de renovación y de heroísmo que llevaba consigo aquel imperio
español. Uno de ellos, es Wossler, que ha hecho estas afirmaciones: “Cuando
la dominación universal española se hallaba, en tiempos del emperador
Carlos V en su temible grandiosidad, en Europa se la admiraba y se la temía,
se la amaba poco, se la odiaba mucho, y puede decirse que no se la comprendía.
Acerca de las profundas reformas que los Reyes Católicos y el cardenal
Cisneros realizaron hacia fines del siglo XV y comienzos del XVI en todos los
terrenos de la vida política interna, de la economía, del derecho,
de la religión y de la enseñanza, poco sabía el resto del
mundo y tampoco sospechaba con qué profundidad y con qué eficacia
estas tres vigorosas personalidades echaron los cimientos de la pujante dominación
española. Aún parece hoy al historiador un prodigio el rápido
auge en todos los aspectos”. Proclama la religiosidad del pueblo español
en estas expresiones que le acreditan ser un acertado captador del genio psicológico
español:” Para el europeo no español no resulta difícil
darse cuenta de cuan profundamente enraizada en la religión estuvo la
idea del imperio universal español unitario, idea que se hizo realidad
bajo el reinado del emperador Carlos V. El carácter idealista, altruista
y ultraterreno que podríamos llamar quijotesco, que se observa en la
política española de la época que media entre 1474 y 1700
se desconoce a menudo y es muchas veces mal interpretado. Porque los “expertos”
suelen tener en cuenta la idea válida por entonces en Europa de la “razón
de Estado”, tal como lo había expuesto Maquiavelo”. En cambio
en España se aferraban a la ilusión medieval de un reino cristiano
unitario y tan vivo era este anhelo de una anticipación terrena del reino
celestial, que el joven emperador Carlos, cuando llegó a España,
quedó enteramente prendado de él...y acentuando la materia, añade:
“El testamento ético-político de Isabel la Católica,
que sus súbditos no se cansan de recordar, los consejos del esforzado
obispo de Badajoz, Pedro Ruiz de la Mota(1521), y por último, el pensamiento
y el enfático estilo del franciscano Antonio de Guevara (1532), determinaron
de manera tan definitiva y persistente el espíritu y la conducta del
emperador que, aún cuando no quedó eliminada la influencia de
su canciller Gatitinara, se atenuó considerablemente, hispanizándose”.
Menéndez y Pelayo, admirado ante la grandeza de aquellos héroes
y titanes, raza de gigantes del espíritu, que produjo la España
del siglo XVI, exclama:¿Cuándo ha sido España tan grande
y tan española?
Se extiende Carlos Wosler, escritor alemán, en afirmaciones sobre la
inquisición española con estas frases: “Oigamos . dice también
lo que dice un investigador, exento de prejuicios, el inglés R. Trenor
Davies: “La tradición popular se extingue difícilmente,
así es necesario indicar que la Inquisición española, juzgada
desde el punto de vista de su época, no fue cruel ni injusta en sus métodos
ni en sus penas. En muchos aspectos era más justa y más humana
que casi todos los demás tribunales de Europa”. Así, por
ejemplo, no podía pronunciarse una sentencia si no había, por
lo menos, siete testigos de los cuales dos coincidieran en sus declaraciones,
al menos en lo esencial. Además, el acusado podía pedir consejo
para precaverse de dar un paso por ignorancia. Tenía, asimismo, el derecho
de recusar al juez a quien él tuviese por parcial. Si esta recusación
era admitida, dicho juez tenía que entregar el caso a un colega. Para
evitar que el acusado fuese víctima de venganza personal se le permitía
que diese una lista de las personas a quienes él juzgaba enemigos suyos.
Estas personas no podían declarar como testigos contra él. Las
falsas acusaciones eran asimismo castigadas con las más severas penas.
Se atendía, en todo lo que precisaban, a las personas que se hallaban
en prisión preventiva, sus cárceles eran inspeccionadas a menudo
y sus quejas cuidadosamente examinadas”. Discrimina el tribunal de la
Inquisición española de otros tribunales del continente europeo:
“Al contrario – dice – de lo que ocurría en otros tribunales
del resto de Europa, la inquisición hacía muy poco uso del tormento,
y cuando lo aplicaba era mucho más humano que en otras partes y se cuidaba
de que el acusado no sufriera daño permanente. Tampoco debe olvidarse
que la Inquisición hizo mucho para proteger a los sospechosos contra
las iras de las masas fanáticas y para combatir las torpes supersticiones.
De este modo se libró España, entre otras cosas, de aquellas repugnantes
persecuciones de las brujas, que fueron frecuentes en Europa hasta entrado el
siglo XVIII”.
Sigue en su marcha triunfal apologética de la España imperial:
“Honra a España el haber creado y llevado a cabo un nuevo ideal
humano; el hombre-señor, que no ha de confundirse con el dominador de
Nietzsche, ni con el Renacimiento, culto y con aptitud para todo, ni tampoco
con el “honnete home” del clasicismo francés, ni con el “esprit
fort”, de la Aufklaurung. Aunque las circunstancias históricas
de estos momentos tengan puntos de contacto y se mezclen y coincidan sus maneras
de actuar, ha de descubrirse su ideal precisamente en lo que le es peculiar.
El rasgo predominante de este ideal español es el “honor”.
Pero con profundo conocimiento psicológico del genio español añade:
“Junto a esta interpretación personal del honor no ha de olvidarse
la espiritual, que me parece a mi más importante, que las influencias
antiguas o italianas, que Castro se esfuerza en mostrar. San Ignacio, en los
principios fundamentales de sus “Ejercicios Espirituales”, revela
lo que todo español cristiano ha de sentir desde el fondo de su corazón:
“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro
Señor, y mediante esto salvar su ánima; y las otras cosas sobre
la haz de la tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución
del fin para el que es criado”. En resumen: el hombre, como señor
de la creación y de la tierra al servicio de Dios, ve el objeto teocrático
de la vida, según se conducen el monje, el soldado, el hidalgo, el noble,
el rey, y con él la nación entera, así se sostienen y refuerzan
mutuamente la honra de Dios y la del hombre. Lo mismo que el estado profano
y el poder mundanal se amparan y santifican por el poder de Dios y de la Iglesia,
así también se ampara y santifica el honor terrenal por el celestial.
Gustaba establecer un paralelo entre el honor de los ángeles y el de
los hombres, entre el gobierno de los príncipes y el de Dios, entre el
de los soldados del rey, y el de la milicia de Jesús”.
Señala el carácter trascendente, escatológico y eterno
del español, tal como es la España eterna; es el auténtico
español, lo lleva en el hondón de su alma, introvertido pueblo,
cuando se trata del encuentro con la Divinidad, y extrovertido, centrífugo,
cuando sale y se siente salvadora, esta España de otras naciones a las
que quiere llevar el mensaje eterno del Evangelio de Jesucristo. “Por
encima de la llanura – cercana -, el español dirige la vista hacia
la lejanía y la altura. La fuente del éxito, el camino de la felicidad,
la justificación de nuestras acciones, la motivación de nuestras
pasiones no son cosa nuestra, sino del otro mundo, dependen de Dios. Este rasgo
trascendental del pensamiento y de la voluntad, esta aversión de la inmanencia,
ha dado al español aptitud para forzar la penuria de nuestra vida en
la Edad Media, para navegar alrededor del mundo, descubrir y colonizar extensísimos
territorios, sofocar y vencer el particularismo de los pequeños dominios
feudales, de los gremios y de los cismáticos y para unir a centenares
de pueblos de otras razas a su católico imperio mundial; un Dios, una
fe, un rey”. Y después de esta visión y análisis
de la España imperial de Carlos V, lanza unas afirmaciones de impresionante
actualidad en nuestros días:”El tipo de relaciones que existen
entre España y sus antiguas colonias, es algo a lo que se presta, de
primer momento, poca atención, pero constituye, en realidad, algo extraordinario
y que puede servir de modelo a la futura vida internacional de los pueblos.
El hispanoamericanismo, si se le considera con perspectiva histórica,
constituye la aportación más rica y nueva que debemos a la política
de dominación y educación cristianas, de aquella violencia impregnada
de amor que empezó con espíritu de audacia y cruzada y continuó
realizándose en forma de misión y ayuda, de resignación
y de protección”. ¿Podrá este espíritu, salido
de la Edad Media y de los tiempos heroicos de España, hacer frente al
imperialismo arreligioso de los anglosajones de la época victoriana,
o conseguirá influir en él, completándolo? ¡Quién
sabe! ¿ quién de los dos se llevará el triunfo: la doctrina
de España o los principios del imperialismo más brutal?.
Existe una lucha a muerte entre el materialismo de la raza sajona y el espiritualismo
y genio del talante español. ¿Cuál de los dos se impondrá,
la cultura de medios de aquella raza descreída, paganizada y enamorada
de la técnica materialista, o de la cultura de fines de la España,
que informa la psicología auténtica española en todos los
siglos de su historia? ¿Triunfará el espiritualismo cuyo adalid
es la raza latina con la representación única en el siglo XX de
España o la raza sajona con el brutal pragmatismo que la domina? El gran
profeta de los tiempos contemporáneos, Juan Donoso Cortés, y el
filósofo más grande que ha tenido España en el siglo XIX,
que intuía en sus geniales intuiciones el porvenir de Europa en su marcha
hacia el abismo materialista, socialista y marxista, ha cerrado con broche de
oro en magistrales frases de sabor apocalíptico, pero de actualidad impresionante,
que penetra en el misterioso secreto de nuestro tiempo: “La libertad humana
toca al individuo; lo que es común depende exclusivamente de la voluntad
directa de Dios. Dios ha hecho al hombre señor de sus propios actos,
y se ha reservado el gobierno de la sociedad, el imperio de las naciones. El
mismo Dios, en su sabiduría, quiere que su acción sea secreta
y silenciosa, y por esta causa la oculta siempre en el estéril tumulto
de las acciones humanas”. “Dios ha dicho al hombre y a todos los
hombres: Tened fijos vuestros ojos, individual y exclusivamente, en mí,
que yo tendré los míos sobre todos vosotros a la vez”.”Si
sois justos, yo haré que vuestro linaje sea poderoso, pero pensad en
mí, y no en vuestro linaje”.”Si guardáis individualmente
mis mandamientos, yo engrandeceré la sociedad en que viváis; pero
no penséis en la sociedad en que vivís, porque eso me pertenece
a mí; pensad en cumplir mis mandamientos”.”Soy árbitro
de vosotros mismos”.”A mi me deben los imperios su grandeza y su
decadencia es obra mía”.”En mis manos tengo suspendida la
Historia, con todas sus mudanzas y vicisitudes”. ¿Se acercará
en la dialéctica de la historia universal la tercera fase de síntesis
que conjugue el espiritualismo cristiano con el progreso técnico, informándole
y moderando sus excesos materialistas? Esto es lo deseable, porque la historia
se repite, y si Dios deja el castigo para el otro mundo de las almas individuales,
Donoso Cortés ha señalado en sus maravillosos vaticinios, que
los pecados sociales y de las naciones los castiga en esta vida. Así
desaparecieron los imperios asirio, persa, griego, romano, bárbaro, francés,
inglés, napoleónico, todos materialistas y paganos, y como ejemplo
de espectacular consideración y lección y enseñanza de
las demás naciones, quedó en pie el imperio espiritual, que España
levantó en los siglos pasados. Veintiuna naciones hijas de España
en la América del Sur y Central son el mejor legado de aquella, sublime
y heroica gesta española. Los imperios materialistas de nuestros días,
que proclaman el triunfo del materialismo, seguirán el mismo camino que
los demás imperios pasados, que fueron aventados por los aires por la
mano del Omnipotente, pero entre tanto estos imperios servirán de castigo
y depuración por los excesos, traición e infidelidad de Europa
a su traición cristiana y de otras naciones de Occidente.
¿Cuándo vendrá la hora de la victoria del espiritualismo
sobre el materialismo de Occidente y otras naciones? Dios lo sabe, nos atengamos
a la marcha de la historia, y como la Divina Providencia, ha humillado uno tras
otro, a los imperios que se levantaron contra su poder, lo mismo hará
con los imperios materialistas del capitalismo y comunismo. Mas antes tiene
que venir la depuración de las naciones, de tanto pecado e inmundicia
que inundan a Europa, para que pueda triunfar el día triunfante de la
paz.