Estoy
convencido de que no se puede ser auténticamente humano si no se es
auténticamente mexicano, o auténticamente chino o auténticamente noruego,
según el caso. A la humanidad no se llega por cualquier camino. Hay una serie
de círculos concéntricos: familia, ciudad, nación, raza, cultura, que no se
pueden brincar -a menos de ser hijo de incubadora- en el proceso de
humanización.
Mi tema es la Hispanidad. Las variaciones: México, España, Iberomérica. Así
como las líneas generales del tema del que parte el compositor musical se
pierden de vista en cada diferente variación, pero hay un designio claro de
construirlas todas dentro de una unidad estructural, conservaremos nosotros
en cada una de las aparentes variaciones de esta introducción, la traza
formal del tema.
La Hispanidad se presenta como algo que nos rodea y con lo cual tropezamos en
forma constante. Trátase -según nuestro personal modo de ver- de una realidad
histórico-social compuesta de un conjunto de pueblos que viven en diversos
territorios, pero que tienen un modo de ser análogo. La Hispanidad no es ni
"ente sensible" ni "ente psicológico", ni "ente
ideal", sino "ente cultural".
Cierto estilo peculiar está siempre presente en toda obra y en toda actividad
del hombre hispánico.
La Hispanidad puede ser considerada omo el fruto de un hacer humano peculiar.
Las leyes de la naturaleza no nos dan la Hispanidad como cosa hecha. Al
vivirla la hemos ido haciendo de acuerdo con nuestras disposiciones, nuestra
vocación, nuestra situación y nuestras circunstancias.
Trátase de una estructura humana -fruto de libertad- personal y colectiva.
Esta comunidad formal presenta una serie de rasgos homogéneos. Rasgos que nos
unen a españoles, filipinos e iberoamericanos, por encima de todo lo que nos
divide.
El Humanismo Hispánico supone la Hispanidad. Y la Hispanidad no es tan solo
un fruto o producto de un "factible". Es, antes que eso y de manera
radical, una cosmovisión. La cosmovisión hispánica es una respuesta -nuestra
respuesta al sentido del Universo. El contenido de nuestra cosmovisión, -que
abarca las cosas más grandes, más importantes, más definitivas en la vida-
está entrañando, en última instancia, con estas tres palabras: catolicismo,
jerarquía, hermandad. La cosmovisión hispánica es un fermento que sacia, que
lo llena todo. En ella caben no solo conocimientos, sino también deseos,
anhelos, esperanzas, necesidades del sentido y de la vida.
Tenemos una peculiar manera de interpretar el sentido y valor de la
existencia. Manuel García Morente simboliza nuestro estilo en la figura
del caballero cristiano, cuyo perfil traza con las siguientes notas:
1) paladín; 2) grandeza contra mezquindad,3) arrojo contra timidez;
4) altivez contra servilismo, 5) más pálpito que cálculo; 6) personalidad;
7) culto del honor; 8) idea de la muerte; 9) predominio de la vida privada
sobre la vida pública; 10) religiosidad; 11) impaciencia de la eternidad.
En gracia a la concisión preferimos nosostros expresar todas estas características
en dos palabras: personalismo trascendente.
Hay entre nosotros siempre un hombre del pueblo -elemental y fundamental que
está muy cerca del hombre eterno.
El sentido de la dignidad humana se destaca, con sin igual relieve, en el
hombre hispánico. "Nadie es más que nadie", reza un adagio de
Castilla. Por mucho que valga un hombre
-comenta Machado- nunca tendrá valor más alto que el valor de ser hombre. Lo
esencial humano se encuentra con singular pureza en nuestros pueblos. El
hombre hispánico está dotado de un poderoso sentido para conocer
intuitivamente. Alguien ha dicho que los españoles e iberomericanos no son
cultos, sino sabios. Desdeñan el conocimiento técnico-reflexivo, la
acumulación de ciencias utilitarias y tienden a captar un tipo de saber
humano-religioso. El ideal de la vida es el "otium", la
especulación admirativa, la reflexión antroposófica.
Sobriedad, idealidad, e individualismo -caracteres fundamentales que Don
Ramón Menéndez Pidal descubre en el hombre hispánico- convergen a esa
cosmovisión cuyo tipo hemos llamado personalismo trascendente. Personalismo
porque la concepción del mundo y de la vida organízace en torno del
"sui-ser". Trascendente porque la persona que está abierta -y
religada de raíz- a ese Ser fundamental y fundamentante.
Es misión de los pueblos hispánicos luchar por la salvación -en la historia y
no en lo eterno-de la Cristiandad. Existe entre nosotros una tendencia y una
exigencia vital -carne de nuestra historia- hacia un cristianismo integral:
social, jurídico, económico, cultural, etc.
Frente a todo nacionalismo teocrático, frente a la doctrina protestante de la
predestinación, frente al materialismo histórico y al humanismo
antropocéntrico, se yergue la concepción teocéntrica del mundo con su
auténtico sentido cristiano de la fraternidad universal y de la unidad moral
del género humano proclamada en Trento por Laínez. Aporte fundamental de
América a la Hispanidad, es esa especie de sentido primordial y telúrico de
la cultura y de la historia. Es el "retorno a las cosas" de que
habla Laín Entralgo.
Si España traicionara sus propias esencias hispánicas, la Hispanidad podría
cumplir su fin de realización histórica aún si ella.
Refiriéndose a la Hispanidad, Efraín González Luna nos habla de una
"gravedad vital de la adhesión valorativa", esto es, la manera
"honda, grave y central de escoger valores y de adherirse a ellos una
vez escogidos".
El mundo moderno no ha querido acoger al espíritu de la Edad Media. Solo la
Hispanidad representa una perduración en el mundo en el mundo actual del
espíritu del Medio evo. "Lo que en el mundo queda de Edad Media es el
gran repuesto con que se va a hacer la Edad novísima, y como la Hispanidad es
hoy día la fracción humana que conserva la mayor sustancia medioeval, a ella
hay que suponerla destinada, dentro de la economía de la Historia, para la
gran tarea de presidir esta Edad novísima". (R. Fernández Carvajal).
Ningún grupo humano actual tiene una conciencia de pecado tan clara como el
grupo hispánico. Jamás podremos, hispano-americanos y españoles, entregarnos
a la lujuriosa y burguesa "joie de vivre", porque somos -querámoslo
o no- unos ascetas de la vida que no han podido borrar de su cabeza y de su
corazón, esa línea precisa que separa la conducta natural de la viciosa.
La hora de la Hispanidad -albacea de la Edad Media en el mundo- está próxima.
No hay que confundir la "Hispanidad" con la Españolidad. Con la
palabra Hispanidad -debida al R.P. Zacarías Vizcarra- se ha querido indicar
una comunidad de pueblos -primordialmente moral y no racial- con un mismo
estilo de vida y con análoga actitud ante la muerte. Comulgamos no por la
biología sino por el espíritu.
El hispanismo auténtico -se ha dicho con razón- es el mejor indigenismo. Lo
genuino, lo típico de la Hispanidad, "es el haber infundido y corporado
en sí, tanto la sangre como las peculiaridades y excelencias
aborígenes". A la diversidad heterogénea y antagónica de idiomas, dioses
y poblaciones discontinuas, se vino a imponer la Hispanidad como principio
determinante de un conglomerado de naciones. "El indígena se mantuvo
siempre -porque no podía menos de mantenerse frente a la cultura española en
la posición de la materia prima frente a la forma substancial. Y la materia
es lo determinable; la forma de lo determinante.
Nuestros bisabuelos no rompieron los vínculos con España sino con una
lamentable y podrida corte española.
No se puede hablar de francesidad, italianidad, porque lo francés y lo
italiano se han circunscrito a un nacionalismo fronterizo que no ha
trascendido en el Cosmos espiritual.
Por historia y por espíritu, la Hispanidad tiene por rasgos fundamentales: El
catolicismo, la jerarquía y la hermandad. Catolicismo como unidad y empresa
universal. Jerarquía de valoración como meta de la vida espiritual, cultural
y material. Hermandad como reconocimiento de la igualdad esencial de los
hombres en el espíritu; e igualdad frente a la gracia divina, en cuanto todos
tenemos capacidad para salvar nuestra alma.
La Hispanidad puede ser abordada con dos enfoques: uno lírico y sentimental;
y el otro crítico y positivo.
Una comunidad biológica, psíquica y espiritual es el origen de esa espontánea
simpatía y de esa fácil y mutua comprensión. La lengua castellana -la más
rica y armoniosa- base de unión espiritual y de formación cultural -con los
clásicos del siglo de oro-; la religión católica -trasmitida por España- y el
genio propio de nuestra raza -encarnado en el caballero cristiano- son tres
vínculos que nos unen a los pueblos hispánicos.
Un hispanismo positivo empieza por preguntarse ¿qué piensa la España de hoy
de Hispano-América?, y ¿qué piensan los hispano-americanos como colectividad
de los españoles? Los españoles sienten una irresistible simpatía hacia
nosotros los hispano-americanos, pero nos valoran en menos de lo que somos.
Les inspiramos mas esperanza que confianza. Nos fichan con ese tropicalismo
mas aficionado al énfasis que al rigor. En su mayoría desconocen nuestros
problemas sociales y los resortes de nuestra íntima psicología. Por fortuna a
últimas fechas una porción escogida de españoles han comenzado a
valorizarnos.
Por su parte los hispano-americanos pensamos erróneamente que España no puede
darnos más de lo que nos ha dado. Urge la tarea de conocernos mejor.
Faimiliarizarnos con nuestros problemas políticos y con nuestros problemas
sociales.
Un hispanismo positivo sugiere: a) Una unión económica de aduanas y de
intercambio de productos; b) un intercambio de almas intensificando las
relaciones culturales. Tal vez haya que empezar por lo segundo para poder
llegar alguna vez a lo primero.
Ese afán de supervivencia y anhelo de más allá, esa convicción de que esta
vida no puede agotar el propio ser, -que tan dramáticamente ha expresado
Unamuno- puede señalarse como la actitud hispana ante la muerte. Si Santa
Teresa de Jesús "muere porque no muere" no es que le desespere
vivir, es que alegremente vive en la esperanza impaciente de la muerte.
Cervantes hace decir a Aurelio en "El Trato de Argel":
"Que sea mi vida mucha, que sea poca
importa poco; solo el que bien muere
puede decir que tuvo larga vida,
y el que mal, una muerte sin medida".
Ahí está el caso de Diego de Campo, natural de Toledo, que viéndose muy malo,
no deseaba mas que verse enterrado en la iglesia. Supo que había abierta una
sepultura y, envuelto en su capa, salió de la choza, se fue a la iglesia y se
echó en la sepultura, encomendándose a Dios. Dijéronle que por qué hacía
aquello, que bien podía vivir. Respondió que más quería morir allí porque no
le faltase sepultura. A poco expiró y dio el ánima a Dios.
Lo barroco -patetismo vital trascendente- es nuestro modo de ser: apoteosis
de valores personales. El germen medieval que España transmitió a
Hispano-América es inútil que se trate de negar. Par los hombres hispánicos,
la Hispanidad es irrenunciable. En ese sentido, cabe decir, que para
humanizarnos es preciso hispanizarnos. Para sentirnos realmente en comunión
con todos los hombres, hay que permanecer íntimamente unidos, vinculados al
grupo en que se nace o en que se vive. La cultura hispánica es hoy la
depositaria de ciertos valores fundamentales y eternos -valores cristianos-
de la cultura occidental.
Creo y sueño para un futuro no muy lejano, en un desplazamiento hacia
Hispano-América del centro geográfico y espiritual de la cultura de
Occidente. Nuestro primitivismo esencial, nuestra pureza de alma primordial
-caracterizada por un sentido elemental de las cosas y de su directo, propio
y natural nexo con el misterio e la creación- ofrece una provechosa
revitalizacón a la Europa supercivilizada y superintelectuada. Y México es
"nación de frontera".
Ya no se puede negar la peculiaridad fisonómica de América, evidenciada en
una serie de rasgos insoslayables del hombre iberoamericano: arraigo en lo
telúrico; disposición innata hacia la belleza y preocupación estética;
dualidad violenta y dramática entre lo primitivo y lo refinado; tendencia
hacia la antropología filosófica; gozosa melancolía fatalista, rápida y
vibrante capacidad emocional; un especial y exclusivo sentido del humor que,
de punzante, llega a burlarse y reírse de sí mismo. Estrenamos alma y
territorio. Pero nos falta afirmarnos en nuestro ser para cumplir nuestra
misión. Debemos pensar en hispano-americano.
Hay quienes ven en la conquista de América por los españoles tan solo una
extraordinaria hazaña militar. Todo un continente sometido por un puñado de
conquistadores en un plazo sorprendentemente breve. Pocos ha visto, en la
conquista espiritual, uno de los mayores intentos que el mundo haya conocido
para hacer prevalecer la justicia y las pautas cristianas en una época brutal
e intolerante.
Resulta explicable que se urdiera la "Leyenda Negra" de la crueldad
y el fanatismo de los españoles. En sus dominios nunca se ponía el sol. La
bandera de España oteaba en Italia, Túnez, Marruecos, Flandes, el Franco
Condado, Alemania, y el Nuevo Mundo. La envidia de Francia, Inglaterra y
Holanda eran patentes. Además, España era, el brazo derecho de la Iglesia
Católica odiada por los disidentes religiosos. Era natural que sobre España
cayesen todas las armas de la propaganda malévola y que en su contra
conjurasen todos sus adversarios. Se pintó con la saciedad, el funcionamiento
de la Inquisición -que no fue inventada por los españoles-, olvidándose que
los demás países también la tenían y que el reformador protestante Calvino
queó a Miguel Servet. En todo caso las víctimas de la Inquisición española -a
la cual nunca hemos querido ni podido justificar- fueron mucho menores en
número que las víctimas de la matanza de San Bartolomé de Francia, que los
martirios calvinistas de Ginebra, que los ajusticiados por Enrique VIII en
Inglaterra y que las víctimas de la guerra de religión en Alemania. Se dice
-torpe mentira!- que España era una nación obscurantista, cuando estaban en
su "siglo de oro" y cuando las Universidades de Salamanca y de
Alcalá refulgían con espléndida luz. Se criticaba acerbamente el ascetismo
cristiano de Felipe II y el orden militar del Duque de Alba, mientras se
disimulaba la conducta licenciosa de Lutero y se aplaudían los atracos del
pirata Drake. Antes que Inglaterra tuviese su Carta Magna, España tuvo sus Fueros
de Aragón. Y nunca el absolutismo de los Luises -recordemos tan solo aquella
conocida frase de Luis XIV: "L Etat c'est moi"- sentó sus reales en
España. Pero el Imperio español se desangró en tres Continentes y se vino
abajo. Y aquella "Leyenda Negra" que gestaron sus enemigos, se
perpetúa, más o menos mitigada, hasta nuestros días.
Por Hispano-América nunca ha hablado el éxito económico, ni la potencia
guerrera, ni la ambición de mercados. Es el noble espíritu quijotesco el que
nos mueve a alzar nuestra voz, a embrazar nuestra adarga y embestir con
nuestra lanza a esta tierra, plagada con molinos de iniquidades. Y de esta
locura gloriosa no nos podrán curar nunca.
El Humanismo Hispánico presenta una larga, paciente, madura gestación. Tiene
sus antecedentes -verdadero preludio en lo que Angel Ganivet ha denominado el
seniquismo español. Nunca he podido encontrar en Séneca -y poseo sus Obras
Completas- las palabras que le atribuye Angel Ganivet. Pero puedo decir con
toda justicia que si no las dijo o las escribió Lucio Anneo Séneca, pudo
haberlas dicho o haberlas escrito porque pertenecen a su íntimo modo de ser:
"No te dejes vencer por nada extraño a tu espíritu, piensa en medio de
los accidentes de la vida, que tienes dentro de tí una fuerza madre, algo
fuerte e indestructible, como un eje diamantino, alrededor del cual giran los
hechos mezquinos que forman la trama del diario vivir; y sea cual fueren los
sucesos que sobre ti caigan, sean de los que llamamos prósperos o de los que
llamamos adversos, o de los que parecen envilecernos por su contacto,
mantente de tal forma firme y erguido que al menos, se pueda decir siempre de
ti que eres un hombre".
Y esos son los españoles y esos somos los hispanoamericanos: ¡hombres!.
Hombres que con el ejemplo de su historia, han sabido seguir el supuesto
consejo de Séneca y que no creen que los pueblos o los hombres son mejores
por haber vencido: "La victoria no concede derechos", pudo sostener
la República Argentina, con ideología de neto abolengo hispano. Ni eterno ido
al vencedor, ni servil humillación hasta el punto de considerarle de mejor
manera; la personalidad ante todos los sucesos, incólume y serena.
Nos repugna, a los que tenemos sangre española, sumarnos con espíritu de
manada, a una empresa común, a una nación o a una universidad de principios.
No aceptamos caminar nuestro recorrido vital como el triunfo de borregos que
marchan, lana contra lana y con la cabeza caída. Gustamos de vivir nuestra
vida junto a los demás, pero solos, con avidez interior, sintiendo y palpando
el dolor de la muerte...
Queremos llegar a Dios en solitario coloquio y por nuestra vereda, porque
sabemos que para llegar a El hay muchos caminos y que cada quien tiene el
suyo.
No se puede tomar en serio la vida nacional, si no se ha tomado en serio la
vida individual y "para revolucionar a los demás hay que revolucionarse
previamente a sí mismo". En la apasionada soledad de las conciencias es
donde se gestan las grandes transformaciones colectivas.
Mas allá de formalismos y formulismos, del egoísmo individualista y
anárquico, un caballero andante cabalga eternamente en el mundo del espíritu:
es la figura dolorosa, macilenta, escuálida y sublime de Don Quijote,
individualista exento de taxativas como no fueren lasque el fijaba por su Dios
y por su dama; individualista que no se desentendía de las vidas ajenas, sino
que, del propio recinto, salía a enderezar entuertos, sintiéndose intérprete
de una voluntad y una autoridad que no provenían de él ni de los demás, de
antes ni de ahora; sino que eran eternas, porque eterna es su fuente.
Frente a quienes practican la "doucer de vivre" y creen en un buen
proveedor para su vida burguesa, se yergue detrás de los Pirineos un pueblo
que siente en el fondo de su alma asco y desdén por la actitud de adoración a
la vida. Un pueblo que da su vida precisamente porque la vive en plenitud. De
ese pueblo venimos nosotros, los hispanolocuentes.
Yo quisiera salvar -¿cómo decirlo?- ése ánimo indomable, ese temple magnánimo
que ante nada se amilana, esa entrega que, erguida, desafía embates de vida o
muerte. Los pueblos no mueren si en su acervo tienen un grupo de hombres
enteros dispuestos a dar testimonio por la verdad y por los grandes valores
del espíritu. Nuestro Humanismo Hispánico no es primordialmente racial sino
moral. Nuestra unidad no es física sino psíquica. Comulgamos no por la
biología sino por el espíritu. Por eso no hemos aceptado discriminaciones
raciales. Por eso ha habido una ininterrumpida prédica -desde Trento hasta
nuestros días- de que la gracia suficiente ha sido dada a todos lo hombres.
Por eso el quehacer evangelizador de España se ha dejado sentir en Covadonga,
Manresa, América. Y el mundo ha conocido al hombre de México misionero desde
que San Felipe de Jesús murió en Japón, mártir de su fé. Los hispánicos hemos
preferido siempre los valores éticos y espirituales sobre los principios
económicos y técnicos.
El descubrimiento de América -la efemérides histórica más importante desde la
venida de Cristo- reviste una honda significación en todos los órdenes;
geográfico, político, moral, jurídico-filosófico--- Era natural que se
procediese a revisar viejas fórmulas medievales que pervivían por inercia.
Ante todo, los teólogos, filósofos y juristas españoles de los siglos de oro
se plantean el problema del hombre -natural y sobrenaturalmente examinado-,
la personalidad humana, los derechos fundamentales del ser humano, individual
y socialmente considerado. He dicho que el valor del hombre en cuanto hombre,
no en cuanto trozo de naturaleza sino en cuanto ser teotrópico, es el
descubrimiento máximo de los jusfilósofos españoles de los siglos XVI y XVII.
En América, gracias al genio tutelar de Francisco de Vitoria, nunca hemos
tenido guerras de religión. Paorque "América -como escribe Antonio Gómez
Roblesdo- fue contemplada (por lo menos desde la atalaya espiritual de la
univesidad española) como nativamente libre, sino en pie de igualdad jurídica
con Europa, puesto que Vitoria no reconocía más derechos en uno que en otro
continente para sus relaciones mutuas. Tan antiguo abolengo tiene el
principio de la igualdad jurídica que nos es tan caro, y que es uno de los
pilares del auténtico panamericanismo. Lo que en África se tiene por orgullo,
o sea el hecho de que haya una república, Liberia, cuyo nombre mienta justo
la manumisión de los antiguos esclavos, se tendría por afrenta en América,
"tierra de libertad". "Tierra no de liberación, sino de
libertad constitutiva, originaria y por derecho propio" (Antonio Gómez
Roblesdo: "Idea y Experiencia de América", pag. 25, Fondo de
Cultura Económica, México, 1953). No conozco ningún otro caso de un
continente que nazca bajo los auspicios de una discusión universitaria sobre
la libertad de los nativos y sobre la igualdad jurídica con Europa. Ni
Francia ni Inglaterra, ni Holanda se plantearon el problema de los títulos de
legitimidad para conquistar sus colonias. Sólo España habló de los nativos
-por lo menos desde la atalaya de la Universidad de Salamanca- como veri
domini de sus tierras; sólo España discutió públicamente el dominio universal
de su Emperador y el dominio temporal del Papa. La valoración vitoriana del
Nuevo Mundo no puede ser olvidada por hispanoamericanos, ni por
norteamericanos, canadienses o brasileños. Por algo la séptima conferencia
internacional americana acordó colocar en la sede central de la Unión
Panamericana, en Washington, el busto del teólogo jurista español Francisco
de Vitoria, "en homenaje a quien, en el siglo XVI y desde la cátedra de
Salamanca, echó las bases del derecho Internacional moderno". Es falso
que las corrientes de libertad en América -y más concretamente en América
Española- provengan del pensamiento francés del siglo XVIII. La doctrina de
los teólogos, filósofos y juristas españoles de los siglos de oro llega a América
con los descubridores y con los misioneros. El perdurable anhelo de justicia
y libertad que surge con Francisco de Vitoria y continua en la apasionada y
apasionante figura de fray Bartolomé de las Casas, es anterior al iluminismo
francés y al liberalismo dieciochesco. Hay una filosofía de la conquista que
perdura entre nosotros más allá del hecho histórico. Sislvio Zavala ha
demostrado la vigencia del concepto de libertad cristiana a la hora de la
independencia y -podríamos añadir nosotros- a la hora de la Revolución.
La profundidad del Humanismo Hispánico es -si se me permite recordar una
expresión del escritor mexicano Francisco A. de Icasa- "la del cielo
estrellado de cuyo fondo, si atentamente se mira, parecen brotar estrellas
nuevas". Aún quedan muchas estrellas por descubrir. En el Humanismo
Hispánico hemos tenido, y seguiremos teniendo, inspiración, estímulo, luz y
ejemplo.
El R.P. Bernardo Gómez Monsegú, C.P., catedrático de filosofía y caballero de
la Hispanidad, ha escrito con pluma fogosa y alada una obra que es, a la par,
breviario doctrinal y testimonio cruzado. "El Occidente y la
Hispanidad", cuya segunda edición en México me cabe la honra de
prologar, es una obra estructurada con diecisiete capítulos y dedicada a
quienes quieren conocer las constantes históricas de la Hispanidad. Bernardo
Gómez Monsegú no trata de ofrecernos una historia de la Hispanidad, sino una
visión de la Hispanidad en la Historia. Parte de la existencia de un espíritu
colectivo, de la sensibilidad vital de un pueblo, del genio de una nación. No
se trata de una substancia primera de una cosa, sino de un estilo colectivo
de vida. España, en su estilo colectivo de vida, se caracteriza "por el
matiz teológico de toda su cultura, el carácter moralizador de su filosofía,
la fiera independencia de su genio y la inventiva en el arte. Su sentimiento
de patria reviste una forma de unidad en lo universal. La Hispanidad es la
conjugación más admirable que nunca se ha visto de los dos sentimientos de
nacionalidad e internacionalidad".
El Padre Monsegú tiene una gran capacidad de síntesis aunada a una limpia
pasión por el destino de la Hispanidad. Rápidas y fulgurantes pinceladas
sobre la variedad de genios nacionales -genio de Egipto y Grecia, genio de
Roma, genio Nórdico y genio Meridional, genio Francés y genio Italiano-
predisponen al lector para comprender al genio propio de la España ecuménica
y eterna: Su espíritu, su cultura y su humanismo. Con ejemplar fidelidad al
espíritu europeo, con lealtad heroica a la causa de Cristo; el genio español
ha luchado por la universalidad en el dogma y la universalidad en el amor.
Acaso por mirar al cielo, España haya perdido la tierra, según se decía de
Alfonso el Sabio; pero la huella espiritual española queda estampada,
indeleblemente, en la Roma pagana, en la Iberia visigoda, en la heroica
Reconquista, en el arte de la literatura, en el derecho, en la filosofía y en
la teología de los siglos de oro. "España - escribía al doctor Bernardo
Gómez Monsegú- iba a la conquista de los ideales más estupendos en el orden
cultural y religioso a través de luchas, de sacrificios y muertes, y
objetivaba su espíritu en una literatura y un arte que reflejaban el carácter
agónico, atormentado y esperanzado al mismo tiempo, que ha puesto en la vida
la idea cristiana, al hacer de ella superación de los instintos carnales.
Buscaba la gloria, no como quiera, sino en la realización de una misión
divina por lo que debe darse a todos en comunión de bien y de verdad.
Prefirió morir desangrándose militar y económicamente a arriar la bandera de
la unidad católica que la hizo grande y heroica, manteniéndola esperanzada en
larga lucha de siglos". El Humanismo español es una rara y única
amalgama de "misericordia y caridad, moderación de la carne por el
espíritu, de la naturaleza por la gracia; no sublimación y endiosamiento del
placer y de la bestia humana, como hicieron los paganos, que, si por serlo
merecen alguna disculpa, no la merecen por ser hombres y tener razón, y mucho
menos la habían de merecer los nuevos paganizantes de la época que
historiamos, que, sobre negar la razón, pretendían ignorar lo que la
revelación y la gracia pedían sobre la vieja cultura grecolatina".Para
el humanismo hispano-hablante, Dios, y no el hombre, es la medida de todas
las cosas, la expresión de toda la verdad y de todo el bien con independencia
de los juicios humanos. Trátase de un humanismo teocéntrico. Sobre la unidad
de fé, de origen y destino se predica la igualdad y la fraternidad.
"Por la unidad física del planeta y por la unidad católica del mundo,
España, lo mismo en Trento que en Otumba, en Filipinas que en Ingoldstadt, en
Mühlberg que en Lepanto, en Túnez que en San Quintín, dio lo mejor de su
sangre y lo mejor de su espíritu" La misión de catolicidad que España
desempeña en la Historia, como ninguna otra nación, se pone de relieve en la
colonización de América, en la lucha cntra el turco y la batalla contra los
protestantes. La España Universal y perenne tiende "a hacer de todos los
hombres, sin diferencia de razas ni de fronteras, un solo rebaño y un solo
pastor". Filósofos y teólogos, ascetas y místicos, hombres de letras,
imagineros y conquistadores, son gloria y blasón de la España imperial.
De El Escorial a Versalles media una buena diferencia. El escorial es un
inmenso "palacio", levantado a la gloria de Dios. La Basílica es el
centro de la atracción. La cúpila -corona imperial- señorea la construcción.
Para el Rey solo queda una choza al lado del trono del Omnipotente. El
Escorial, silogismo en piedra y arquitectura, expresa, a la española, la idea
católica, el sentido religioso de la vida. Versalles, en cambio, el ideal
pagano de una vida cómoda, blandengue y sin trascendencia. La capilla, en
Versalles, queda relegada en una de las alas del palacio. Apenas llega a
satélite del trono. En un caso, la gloria del Rey. El Escorial no trata de
asombrar a Europa como Versalles, con fastuosidades de "nouveau
riche". Nada de encantadoras decoraciones para aposentar favoritas y
entretener cortesanos. Dicho en palabras de Monsegú: "El Escorial es la
consagración del trono, del panteón, del arte, de la riqueza, del saber y el
poder por la gracia. Es el símbolo de la España grande al servicio de Dios.
Es el relicario de maravillas, cifras y síntesis de toda la España
tradicional, cuya grandeza está en haber orientado todos sus esfuerzos al
triunfo de la verdad y del bien, a la defensa de la idea católica, dando a la
cultura ese sello de recia espiritualidad, ese sentido, humano y místico a la
vez, que hoy tanto añoramos en nuesta civilización".
"España perdió su camino desde que luces que no eran las de la Iglesia,
encandilaron sus ojos". Pero ese extravío por sendas perdidas ha sido
transitorio. Sus mejores hombres retornan hoy a la unidad en la variedad, a
la solidaridad cristiana, al espíritu católico. El siglo de los renegados y
de los afrancesados ha quedado atrás. España no tiene una tradición, sino que
es tradición. Pero la historia, que se hace a golpes de libertad; es
irreversible. España no tan solo es un pasado de glorias y de derrotas, sino
también una magna empresa de convivencia cara al futuro. Su misión histórica
y crisitiana no ha concluido. Un puñado de pueblos hispanolocuentes abogan,
en nuestro tiempo, por el triunfo del espíritu. Nuestro emblema es la Cruz.
Nuestro dogma de la fraternidad tiene mucho que decir en este mundo de
compartimientos hostiles. Nuestro humanismo integral de sustancia ética
supera al clasicismo de Grecia y Roma. Nuestra ecumenicidad abraza, por el
mensaje redentor de Cristo, a todos los hombres. Unidos en la sangre, en la
lengua, en la religión y en la cultura, podemos ofrecer, a este mundo agónico
y desgarrado, un mensaje de hermandad y de salvación. En un instante de
contenida emoción, Sócrates define al ala. La naturaleza del ala, nos dice
consiste en llevar hacia lo alto lo pesado. La empresa de vivir -así lo creo
y así lo expreso- se aligera con el estilo de vida de la Hispanidad. De esa
misión aerostática de la Hispanidad ha querido darnos testimonio Bernardo
Gómez Monsegú.
DR. AGUSTÍN BASAVE FERNÁNDEZ DEL VALLE
*La Edad Media amaneció cristiana, y sobre las ruinas acumuladas en la Europa
latina por el turbión bárbaro surgió lo que podríamos llamar el Occidente
cristiano, una nueva criatura bautizada en Cristo con el doble bautismo de la
Cultura y de la Fe.
Y si Roma no murió entonces totalmente, si Europa conservó su cultura y hoy
podemos hablar del Occidente como una entelequia espiritual, de algo que no
es únicamente tierra y sangre, lo debemos al Cristianismo, que, recogiendo en
sí las esencias espirituales de Grecia y Roma, las puso en gracia de Dios,
haciendo sobre los nuevos pueblos que venían a la luz de la Historia un doble
bautismo de civilización y de fe.
*No es más rico el pueblo que más abunda en mercados económicos y en medios
defensivos, sino el que mantiene más sano y reaccionante el nervio de la
moralidad pública y privada.
*La cultura no es un barniz literario, no es el poder hablar de todo, no es
el conocer las piezas de una máquina, manipular con un motor, vestir con
elegancia o aparentar ser hombre de mundo, como se lo creen tantos niños
bien. La cultura es cosa más honda, no se toca con las manos, no se resuelve
en saber solucionar cuatro problemas de matemáticas, en hablar francés o
inglés, saber como se viste un sombrero o se entra en un salón, sino en
acertar a moderar el ánimo, en ordenar la conciencia, en cultivar el
espíritu, haciéndole fructificar en obras de virtud que mejoren al individuo
y reformen la sociedad. Si el espíritu no sale mejorado con ella, la cultura
no es mas que aparente; bajo un cuello almidonado o un sombrero japonés puede
esconderse, lo mismo que una cabeza vacía, un monstruo que repele.
*La medida del entendimiento, enseña Santo Tomás, no la da el número de ideas
que posee, sino su calidad y grandeza.
*Cuando la cultura no nos hace ser hombres o más hombres, deja de serlo.
*La civilización tiene por misión hacer al hombre más hombre en lo que tiene,
sobre todo, de específicamente tal. Acentúa el carácter de humanidad que nos
diferencia de las bestias. Esto parece ser lo que hay de más medular en el
contenido secreto de la palabra civilización.
*En la medida en que se haga ver que todo lo temporal realizado por los
hombres debe tener, al menos implícitamente, una misión eterna, se hará ver
también la necesidad de que la civilización, por ser cosa humana, sea, a la
par, temporal y eterna o, por mejor decir, cosa temporal hecha en función de
eternidad.
*La condición en que se halla el mundo moderno exige una revolución
espiritual y moral, una revolución en nombre del hombre, en nombre de la
persona humana, que restituya la escalera de valores perdida y ponga lo
humano por encima de los ídolos que ha entronizado la producción técnica.
*Por eso la Edad Media es la edad más grande de la Historia: porque una fe,
un ideal y una luz parecía patrimonio único de todos los pueblos de Europa.
Nunca las naciones habían vivido, ni han vuelto a vivir después, en una tan
amplia y soberbia comunidad de amor, de espíritu, de ideal.
*En nuestra historia, en nuestra tradición debemos hallar fuerza para
regenerarnos.
*La patria, que es un valor, un hacer, una misión, nunca está acabada
totalmente; siempre está en marcha, siempre en acción, lanzada en proyección
al infinito, al ideal.
*Desgraciado el que se entusiasma al contemplar el poderío militar de las
naciones, se queda boquiabierto a la vista de un rascacielos o envidia la
caja de caudales de los potentados yanquis, y no sabe admirar la grandeza del
ideal que lleva a las naciones a empobrecerse material o económicamente, a
desangrarse en el cuerpo para robustecerse en el espíritu y mantener la
acción de éste en el consorcio de los pueblos y en la progresión de la obra
de perfección humana.
*<<Europa es Cristo, y Cristo es el destino de Europa>>, ha dicho
Hilario Belloc. Y antes había escrito Chateaubriand en su libro El genio del
Cristianismo: <<El mundo moderno le es deudor de todo al Cristianismo,
desde la agricultura hasta las ciencias abstractas, desde los hospicios para
los desgraciados hasta los templos edificados por los Miguel Angel y
adornados por los Rafaeles>>.
*Cardenal Goma: <<El catolicismo es, en el hecho dogmático, el sostén
del mundo, porque no hay más fundamente que el que está puesto, que es
Jesucristo; en el hecho histórico, y por lo que a la Hispanidad toca, el
pensamiento católico es la savia de España. Por él rechazamos el arrianismo,
antítesis del pensamiento redentor que informa la Historia universal, y
absorbimos sus restos, catolizándolos en los Concilios de Toledo, haciendo
posible la unidad nacional. Por él vencimos a la hidra del mahometismo en
tierra y mar, y salvamos al catolicismo de Europa. El pensamiento católico es
el que pulsa la lira de nuestros vates inmortales, el que profundiza en los
misterios de la teología y el que arranca de la cantera de la revelación las
verdades que serán como el armazón de nuestras instituciones de carácter
social y político. Nuestra historia no se concibe sin el catolicismo: hombres
y gestas, artes y letras, hasta el perfil de nuestra tierra, mil v
eces quebrado por la Santa Cruz, que da sombra a toda España, todo está
sumergido en el pensamiento radiante de Jesucristo, luz del mundo, que, lo
decimos con orgullo, porque es patrimonio de raza y de historia, ha brillado
sobre España con matices y fulgores que no ha visto nación alguna sobre la
tierra>>
*Odiar al Cristianismo o a Roma, que mejor que nadie representa la unidad
católica del mundo, es, como ha dicho Chesterton, <<tener odio a cuanto
ha acaecido en el mundo; es decir, hallarse a dos dedos de odiar al género
humano en el terreno propiamente humano>>
+Ni la gracia destruye lo que hay de bueno en la naturaleza humana, ni el
Cristianismo desechó lo que había de aprovechable y naturalmente bueno en la
cultura grecolatina.
*Y como la orientación para el futuro la da el pasado, y el ideal arranca de
la tradición, si la tradición de Europa es fe, amor y comunidad de espíritu
en Cristo, nuestro porvenir, nuestra cultura, si ha de subsistir, debe,
necesariamente, desenvolverse en sentido cristiano.
*Por eso Balmes, en el capítulo LI de El Protestantismo comparado con el
Catolicismo, sienta esta afirmación. Puede <<asegurarse como un hecho
constante en la historia del linaje humano, que jamás ninguna sociedad
adelantó por el camino de la civilización, a no ser bajo la dirección o
impulso de los principios religiosos>>.
*El espíritu tiene como atmósfera peculiar y casi exclusiva, la religión. Si
se le saca de ella, muere. Y la cultura, expresión amplia de todos los
valores espirituales, necesita ir determinada, como ha dicho Huizinga, por un
criterio de orden espiritual, o no hace a los hombres más cultos, sino más
salvajes.
*La Reforma y el Renacimiento torcieron el curso a nuestra civilización,
haciéndola degenerar en un naturalismo, causante de todos los males que
agobian al Occidente cristiano.
*España estuvo siempre arma al brazo en defensa de su credo por espacio de
más de ochocientos años, y, cuando se vio libre de enemigos interiores, se
hizo abanderada de la Iglesia católica, se convirtió en martillo de herejes,
luz de Trento y espada de Roma, llevando en la lanza de sus soldados, en la
pluma de sus teólogos, en las naves de sus marinos y en la voz de sus
misioneros, el mensaje de la catolicidad que España consideraba sustancial
para el progreso y bienestar de los hombres.
*Este espíritu español que flota sobre el río fluyente de la vida y de la
cultura nacionales, que perdura por encima de todas las contingencias
políticas y sociales, que no se estrecha al espacio ni al tiempo, sino que es
algo de superior categoría, asentado sobre la base del espíritu que lo ve
todo en función de eternidad, sub specie aeternitatis, que diría Espinosa,
hoy, desde que Maeztu lo consagró en las páginas de su libro, tiene un nombre
para expresarse, que se dice: Hispanidad.
*...toda aquella España, que al decir del poeta,
...se nos fue: mundo adelante,
velas henchidas y la Cruz en alto;
sandalias misioneras para el polvo;
para el Imperio, limpio castellano,
y para la aventura y el peligro,
el acero mejor que templó el Tajo.
Una inquietud de fe transverberada
por un quehacer de místico y soldado,
voló -quimera azul- al mar y al viento,
con ansiedad de rumbos y de arcanos...
Y en el milagro de su genio fueron
la Cruz, consigna, y el Imperio, brazo.
G. HOYOS
*La Hispanidad es un hecho vivo cuyos gérmenes se difunden por el planeta en
semilla esperanzadora para el porvenir del mundo. Nuestra posición bifronte,
mirando al Mediterráneo y al Atlántico, al nuevo y al viejo continente, nos
invita a esta misión de catolicidad. En estos momentos de inquietudes
tenebrantes, España, como la Iglesia, tiene una palabra de paz y de
salvación: HISPANIDAD. El nuevo orden europeo, concebido en función de
espíritu, debe asentarse sobre el pasado tradicional de Occidente y reposar
sobre los tres grandes puntales de su tradición: lo clásico, lo imperial y lo
cristiano, o mejor aún, católico. Y todos tres los resume y conjuga del modo
más admirable la Hispanidad.
*Porque teníamos conciencia de que es el espíritu el que engrandece las
naciones, y de que más vale quien más espíritu tiene, y que no hay que mirar
en los hombres ni el color de la piel ni a la sangre que circula por sus
venas, sino al alma que en todos ellos reconoce un mismo principio y está
llamada al mismo católico fin; por eso jamás hicimos de la raza un mito, ni
creímos ser mengua de nuestro honor mezclar nuestra sangre con la de pueblos
aborígenes de muy inferior cultura, pero capaces de tenerla.
*...no hay cosa más hermosa que, en lucha por una santa causa, morir, si es
preciso, agotar la propia entraña en aras de una maternidad por la que salen
a luz <<ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda>>,
que dijo Rubén Darío!
*Tanta fama adquirió España al servicio del Imperio que, como antes
recordábamos, San Pablo Apóstol quiso reservarse, y la realizó, la
evangelización de nuestra patria.
*Estudiando los hechos en sus últimas causas, una cosa parece clara en la
historia de la patria española. La unidad religiosa, la vivencia de la fe, el
sentimiento enraizado en el ser como espíritu es lo único que la salva y le
da medios de resistir a los muchos elementos negadores y destructores de la
misma, que laten en nuestro propio interior y que, aprovechados por los
enemigos de fuera, pueden ponernos al borde del abismo, de la desaparición
como pueblo histórico con valor espiritual.
Al servicio de la unidad católica, esto es, desenvolviéndose a tono con la
universalidad de destino y sentido religioso que le dio el ser, España se
engrandece; alejada de él, prepara su ruina y trabaja por su destrucción.
Acaso no muera enteramente, porque es difícil que el espíritu se aniquile
totalmente, pero puede llegar a un estado de atrofia y sumirse en un letargo
muy cercano a la muerte.
*Mas no faltan nunca, en las naciones en que el espíritu no sucumbe
totalmente, quienes aventan las cenizas y provocan una llamarada que abrasa
de nuevo cuantos obstáculos resisten a su acción.
Es con frecuencia, el elemento oficial el que hace traición al sentir y al
espíritu que da el ser a la patria.
*La grandeza de las naciones se mide no por el espacio o longevidad de que se
hallan en posesión, sino por la energía espiritual, el surco más o menos
profundo que han abierto en la historia de la cultura, siquier ello sea en
período limitado de tiempo o en espacio reducidísimo de tierras.
*España, armada de fe y puesta la confianza en Dios, se lanzó a conquistar
nuevos mundos para Cristo, hizo tremolar su bandera victoriosa por todos los
confines del planeta, levantó un valladar inexpugnable a los nuevos bárbaros
del Septentrión, hundió la soberbia del turco en las aguas de Lepanto, hizo
resonar la palabra de Cristo en las más remotas gentilidades y sembró
idealismo, virtud y religión en medio de una sociedad descreída, indiferente,
entregada al lujo, la disipación y la orgía.
*Gracias al espíritu católico, tan arraigado en el alma nacional, tuvimos
nosotros una reforma acaudillada por Cisneros, que nada de parecido tiene con
la que nos ofrecía Lutero: de esta reforma auténtica salieron santos tan
ilustres como San Pedro de Alcántara, Santa Teresa de Jesús, San Juan de la
Cruz, San Juan de Dios, San Pedro Claver, San Ignacio, San Francisco Javier y
otros innumerables amartelados de la soberana Hermosura.
*<<San Ignacio es la pesonificación más viva del espíritu español en su
edad de oro; ningún caudillo, ha dicho Menéndez y Pelayo, ningún sabio,
influyó tan poderosamente en el mundo. Si media Europa no es protestante
débelo, en gran manera, a la Compañía de Jesús.>> Cisneros e Ignacio
realizaron en la Iglesia la única reforma posible e hicieron más por la
cultura que todos los protestantes y seudorreformadores manchados con creces
de los vicios que en otros pretendían.
*Sólo España produjo entonces más misioneros para tierra de infieles que
hayan dado después todas las demás naciones de Europa juntas. Nunca la
Iglesia había logrado ganar ni más tierras ni más almas para Cristo.
*<<España, que había expulsado a los judíos y que aún tenía el brazo
teñido en sangre mora, se encontró, a principios del siglo XVI, enfrente de
la Reforma, y por toda aquella centuria se convirtió en campeón de la unidad
y de la ortodoxia, en una especie de pueblo elegido por Dios, llamado para
ser brazo y espada suya, como lo fue el pueblo de los judíos en tiempo de
Matatías y de Judas Macabeo>>
*La auténtica reforma cristiana, la verdadera renovación espiritual de
Europa, con sentido tradicional y católico, sin transigencias, blandenguerías
ni concomitancias sospechosas, tuvo su adalid y su más general organizador en
un cerebro español: Iñigo de Loyola, reclutador del más aguerrido y compacto
ejército de operarios de la religión y de la cultura, que hizo sentir su
acción en todos los campos de lucha, lo mismo aquende que allende los mares.
*Lo cierto es que España perdió su camino desde que luces, que no eran las de
la Iglesia, encandilaron sus ojos.
*España, sobre ser la que mejor ha comprendido el destino cultural de Europa,
es la que más reservas espirituales atesora para regenerar con ellas a un
mundo que muere por falta de espíritu.
*...hay una verdad y un bien absoluto independiente de lo que a nosotros nos
parezca y a cuyo servicio debe ponerse todo el hombre que por ellos es medido
en mes de ser medida.
*Esta vuelta a la Edad Media no significa ningún retroceso, sino afianzamiento
de los pies para dar el salto hacia delante. Significa enraizarse de nuevo en
los principios que la hicieron ser para la Historia, a cuya luz nació el
Occidente en esa Edad.
*En la Edad Media podía haber inmoralidades y errores, atropellos e incomprensión.
Lo que no había era esa actitud de recelo, de desdén, de indiferencia y odio
a la idea religiosa, característica de la Edad Moderna. El mal era entonces
efecto de la debilidad humana, cuyo desorden se reconocía. Modernamente se ha
querido justificar la maldad, llamando virtud a lo que el mundo creyera
vicio.
*Si hoy hay religión, en la mayoría de los casos se le considera exigencia
del corazón y no postulado de la razón. <<Con la cabeza gentil, con el
corazón cristiano>> que dijo Jacobi.
*La alta cultura cristiana, a partir del Renacimiento, se ha ido recluyendo
en el santuario. Obra todavía en muchos individuos y en no pocas familias,
que conservan aún intactas las
esencias religiosas que dieron ser al Occidente. Pero en la vida pública, en
la vida oficial, desde la escuela a la Universidad, del Municipio al Estado,
el Cristianismo ha sido desplazado, la cultura se ha secularizado, y los
Estados europeos se han constituido con carácter enteramente laico.
*...a poco que interroguemos a la Historia, única llamada a responder en este
caso, oiremos claramente que la unidad en que se fundieron todas las
diferencias raciales y territoriales de Europa, para constituirla en patria y
solar común de todos los occidentales, comulgando en espíritu, no fue otra
que la gran unidad católica representada por el Cristianismo, clave del
pasado y del porvenir de todo el Occidente.
*<<Estamos hoy presenciando la crisis de toda la civilización
occidental -escribe Förster-. O nuestro paganismo político-social, mejor diré
nuestro hinduismo, queda vencido en la contienda por la cultura cristiana, o
la barbarie de nuestra mal llamada civilización acabará por destruir la
cultura cristiana, que se verá obligada a refugiarse de nuevo en los pueblos
orientales donde tuvo su cuna>>
*Y es que en esta época en que todos los imperialismos, basados en sangre,
dinero y fuerza, están en crisis, sólo queda como esperanza cierta el imperio
de la Hispanidad, que se funda en la realización de la idea católica en todo
el mundo por comunión de vida (gracia), de amor y de fe.
*Todo sentimiento social o colectivo es un absurdo, desde el momento en que
se desconoce en el individuo un sentido sintético que le hace sentirse en
relación de dependencia con las generaciones que le precedieron, con los
individuos que comulgan con él en unidad de amor o de empresa, y con los
hombres del porvenir cuya suerte él depara.
*La sociedad surge cuando los ánimos se unen con algún fin, cuando entre
muchos hay solidaridad de empresa, de tradición, de ideal o de destino. Así,
cuando se habla del Occidente como de un todo se significa una comunidad de
espíritu, una cultura basada sobre unos mismos principios fundamentales, y un
congreso de pueblos que participan en igualdad de historia e identidad de
destino.
*No está, pues, la grandeza del genio de los individuos, y lo mismo dígase
del de las nacionalidades, en vivir solo de lo indígena o invención suya,
sino en el poder de adaptación a su ser de todo cuanto puede servirles, venga
de donde viniere.
*España vivió siempre de cara a los más altos valores del espíritu, que son
los representados por el Catolicismo, por cuya integridad y salvaguardia se
debatió en las circunstancias más difíciles, prodigándose en acciones de
gesta y conjugando su destino con el de la catolicidad, en Occidente y
allende los mares.
*Toda colectividad ha de buscar su orientación para el futuro en el pasado,
en lo que le hizo ser para la Historia. Si el Occidente, y cada una de las
naciones que lo componen, consultan su historia verán que lo que les
constituyó en valor fue la idea cristiana, mejor aún, católica; con vistas a
ella, pues, han de desenvolverse si quieren hacer patria y patriotismo
auténtico.
*Pero como está de Dios que por lo que uno es por eso se perfeccione, según
reza un aforismo filosófico, por eso todos los remedadores y refundidores de
ajenas doctrinas en nuestra patria, al perder su contacto con el espíritu
nacional, seccionando el cordón umbilical de la tradición, se imposibilitaron
para hacer nada de provecho, estable y duradero dentro del campo de la
cultura española.
*Conocer el pasado, apropiarse sus esencias y sus valores todos, tener
confianza en el espíritu nacional: he ahí el primero de los deberes de las
generaciones presentes, cuya solidaridad con el pasado no puede romperse sin
herir de muerte al organismo patrio, incapacitándole para toda acción
levantada y noble en el futuro.
*La firmeza y confianza en el ideal que iluminó las rutas de la Hispanidad en
larga marcha de siglos, luchando a brazo partido con la lanza y la pluma para
hacerle salir triunfante dentro y fuera de los propios confines, es la que
debemos recobrar, si queremos ser dignos continuadores de la empresa nacional
que a todos nos aguarda.
La patria es una tradición y es una misión. Es una concepción religiosa
subordinada a una ley histórica permanente, basada en las grandes gestas
nacionales, que crean una conciencia colectiva con una misión y un destino
que cumplir. Sería, por tanto, el más grave de los errores querer romper el
hilo que enlaza unas generaciones con otras, olvidando nuestra tradición.
Equivaldría a tanto como a crear la antipatria, contra la que nos levantamos
en armas el 18 de julio.
*España, que al decir de Pío XII en su Mensaje a la nación española (año
1939) fue <<la nación elegida por Dios como principal instrumento de la
evangelización del Nuevo Mundo y como baluarte inexpugnable de la fe
católica, acaba de dar a los prosélitos del ateísmo materialista de nuestro
siglo la prueba más excelsa de que por encima de todo están los eternos
valores de la religión y del espíritu>>
*Por el catolicismo nacimos a la luz de la Historia, por él fuimos nación y
gran nación, por él reñimos nuestras más duras batallas, luchamos por espacio
de más de ochocientos años contra el poder de la Media Luna y le deshicimos
al fin en las aguas de Lepanto; por él y en defensa de la unidad indivisible
del espíritu europeo luchamos en nuestros siglos, en el Norte y en el
Mediodía de Europa, junto al Sena y junto al Albis, cayendo extenuados y desangrados
en la pelea contra todo un mundo conjurado en contra nuestra.
*Los bienes exteriores y las comodidades son cosa peligrosa que mil veces ha
actuado de disolvente mientras que la pobreza y el dolor han sido alta
escuela de donde salieron los mejores ejemplares humanos.
*Yo siempre fui por alma y por cabeza
español de conciencia, obra y deseo;
y así, nada concibo y nada creo
sino español por mi naturaleza.
Con la España que acaba y la que empieza
canto y auguro, profetizo y creo
pues Hércules allí fue como Orfeo:
ser español es timbre de nobleza.
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