Robos y crueldades de Francisco de Caravajal, con los del
bando del rey
Lope
de Mendoza, enojado porque le habían quitado su repartimiento, impuso a Diego
Centeno, de Ciudad-Rodrigo, alcalde de la villa de la Plata, en que matasen a
Francisco de Almendras, teniente de Pizarro, y se alzasen por el rey. Centeno,
que muy contento se estaba, vino en ello por no ser notado de traidor y
cobarde, ca era valiente hombre, y juntó en su casa secretamente a Lope de
Mendoza, Luis de León, Diego de Rivadeneyra, Alonso Pérez de Esquivel, Luis
Perdomo, Francisco Negral y otros cuatro o cinco, y díjoles que quería matar a
Francisco de Almendras, que había quitado los repartimientos a muchos y muerto
a don Gómez de Luna, y alzarse por el rey con aquella villa y tierra. Ellos,
loando la determinación, respondieron que le ayudarían; él entonces se fue con
Lope de Mendoza, que le había puesto en aquello, a casa del Francisco de
Almendras, su vecino y amigo; díjole que había sabido cómo el virrey tenía
preso a Gonzalo Pizarro en el Quito; y como se turbó con la nueva, abrazóse con
él diciendo: "Sed preso". Sobrevinieron sus diez compañeros,
degolláronlo, y con un criado suyo y con otros que loaran la prisión del
virrey; pusieron la justicia y bandera por el emperador, e hicieron capitán
general a Diego Centeno, el cual convocó gente de guerra; dióle paga de su
hacienda y de la del rey; tomó por maestro de campo a Lope de Mendoza y por
sargento a Hernán Núñez de Segura; pregonó guerra contra Pizarro, y caminó para
el Cuzco con doscientos españoles a caballo y a pie, pensando hacer allí otro
tanto; mas como salió a él Alonso de Toro, teniente del Cuzco por Pizarro, con
trescientos hombres, dio la vuelta, y como le dejaron por ella los soldados,
metióse a las montañas, no osando parar en los Charcas. Alonso de Toro lo
siguió, robó los Charcas, puso en la Plata con gente a Alonso de Mendoza, y
tornóse al Cuzco, donde ahorcó a Luis Álvarez y degolló a Martín de Candía
porque hablaban mal de Pizarro. Diego Centeno, desde que lo supo, volvió sobre
la Plata, rogó a Alonso de Mendoza que, pues era caballero, siguiese al rey; y
como no lo quiso escuchar, ganó la villa, reformó el pueblo, rehizo el
ejército, púsose en campo. Alonso de Mendoza se retiró con treinta hombres casi
cien leguas sin perder un hombre. Es Alonso de Mendoza uno de los señalados
hombres de guerra que hay en el Perú, con quien ninguna comparación tenía
Centeno ni Caravajal. Sabiendo Gonzalo Pizarro la muerte de Francisco de
Almendras y alzamiento de Centeno, por carta de Alonso de Toro, que trajo
Machín de Vergara, envió de Quito a la Plata, que hay quinientas leguas, a
Francisco de Caravajal con gente a castigar a Centeno y a los otros que contra
él se habían mostrado. Caravajal fue robando la tierra so color de pagar su
gente y los gastos de Pizarro hechos contra Blasco Núñez; ahorcó en Guamanga cuatro
españoles sin culpa, y en el Cuzco cinco, [248] entre los cuales fueron Diego de Narváez, Hernando de
Aldana y Gregorio Setiel, hombres riquísimos y honrados; tomóles sus
repartimientos, diólos a sus soldados y caminó para Centeno, publicando que no
le quería hacer mal, sino reducirlo en gracia de Pizarro. Centeno rehusó su
vista y habla; dejó en Chaian, donde tenía el real, a Lope de Mendoza con la
infantería, y salióle al camino con ciento de caballo; dio sobre Caravajal una
noche apellidando al rey, ca pensaba que se le pasarían muchos oyendo aquella
voz, entre tanto que decían: "¡Arma, arma!" Empero ninguno se le
pasó, trabó una escaramuza, como fue salido el sol, por el mismo efecto; mas
como los vio tan firmes, tornóse a Chaian, desconfiado de poder guardar la
tierra por el rey. Caravajal corrió tras él, desbaratóle y siguióle hasta
Arequipa, que hay ochenta leguas; ahorcó en el alcance doce españoles, y los
más sin confesión. Diego Centeno, aunque iba huyendo, levantaba la tierra
contra Pizarro, diciendo que se guardasen del cruel Caravajal; hizo escribir a
don Martín de Utrera una carta para el Cuzco, en que decía cómo Diego Centeno
había muerto a Francisco de Caravajal, y que iba sobre ellos. Alonso de Toro
creyó la carta, por ser vecino de aquella ciudad el don Martín, y huyó con los
más que pudo; pero luego tornó, sabida la verdad y ahorcó a Martín de Salas,
que alzó banderas por el rey, y a Martín Manzano, Hernando Díez, Martín
Fernández, Baptista el Galán y Sotomayor, y otros que mostrado se habían contra
Pizarro. De que Centeno tan perseguido se vio de Caravajal y con no más de
cincuenta compañeros, envió los quince con Diego de Rivadeneyra por un navío en
qué salvarse; mas no le dio tanto vagar su enemigo; y como se vio perdido y
casi en las manos de Caravajal, lloró con sus treinta compañeros la desventura
del tiempo; abrazólos, y rogándoles que se guardasen del tirano, se partió de
ellos y se fue a esconder con un su criado y con Luis de Ribera a unos lugares
de indios que tenía Cornejo, vecino de Arequipa: cada uno echó por donde mejor
le pareció, temiendo morir presto a cuchillo o hambre. Lope de Mendoza se fue
con doce o quince de ellos a unos pueblos suyos; juntó hasta cuarenta
españoles; y queriendo meterse con ellos en los Andes, que son asperísimas
sierras, supo de Nicolás de Heredia, que venía con ciento y cuarenta hombres,
de la entrada que hicieron Diego de Rojas y Felipe Gutiérrez el río de la Plata
abajo en tiempo de Vaca de Castro, y juntóse con él, y entrambos se hicieron
fuertes y a una contra los pizarristas. Caravajal fue con sus cuatrocientos
soldados en sabiéndolo, y púsose a vista corno en cerco. Lope de Mendoza,
confiando en muchos caballos que tenía, dejó el lugar fuerte, por ser áspero o
porque no le cercasen y tomasen por hambre, y asentó real en un llano.
Caravajal con un ardid que hizo se metió en la fortaleza, escarneciendo la
ignorancia de los enemigos. Lope de Mendoza, queriendo enmendar aquel error,
con osadía acometió la fortaleza luego aquella noche con los peones por una
puerta, y Heredia por otra con los caballos: los de pie entraron gentilmente y
pelearon matando y muriendo; los de caballo no atinaron a la puerta con la gran
oscuridad de la noche, y convínoles retirar y huir. Caravajal fue herido de
arcabuz en una nalga malamente; mas ni lo dijo ni se quejó hasta vencer [249] y echar fuera los
enemigos: curóse y corrió tras ellos; alcanzólos a cinco leguas, orillas de un
gran río; y como estaban cansados y adormidos, desbaratólos fácilmente; prendió
muchos, ahorcó hartos y degolló al Lope de Mendoza y a Nicolás de Heredia;
despojó los Charcas, saqueó la Plata, ahorcando y descuartizando en ella nueve
o diez españoles de Lope de Mendoza que halló allí; fue a Arequipa, robóla y
ahorcó otros cuatro; caminó luego al Cuzco y ahorcó otros tantos. Hacía tantas
crueldades y bellaquerías, que nadie osaba contradecirle ni parecer delante.
La batalla en que murió Blasco Núñez Vela
Después
de lanzado el virrey y despachados Hinojosa a Panamá y Caravajal contra
Centeno, se estuvo Gonzalo Pizarro en Quito festejando damas y cazando, y aun
dijeron que matara un español por gozar de su mujer; y Francisco de Caravajal
le dijo, a la que se partía, que se hiciese y llamase rey si quería bien
librar, o porque siempre fue de este consejo, o por soldarla quiebra de no
acabar al virrey en Caxas; tornó aviso de lo que Blasco Núñez hacía en Popayán,
y procuró de engañarlo, y engañólo de esta manera: tomó los caminos para que
nadie pasase a él sino por su mano; publicó que se volvía a Lima, y por que lo
creyesen en Popayán hizo a unas mujeres de Quito escribir a sus maridos, que
allá estaban, cómo era vuelto. Esto negoció Puelles, que por ausencia de
Caravajal era maestre de campo. Lo mismo escribió una espía del virrey, que
tomaron por dádivas y por miedo, Blasco Núñez creyó, por las muchas cartas, que
Pizarro era vuelto a lo de Centeno, considerando la razón que había para no
dejar la riqueza y grandeza del Perú en aquellas alteraciones por guardar la
frontera de Quito. Había llegado Blasco Núñez a Popayán muy destrozado, y aun
en el camino se comiera ciertas yeguas por hambre. Maldijo la hora que al Perú
viniera y los hombres que halló en él, tan corajudos y desleales. Quería vengar
su saña, y no tenía posibilidad; sentía mucho la prisión de su hermano Vela
Núñez y pérdida de los veinte mil castellanos que Hinojosa tomara. No confiaba
de todos los que tenía; pero no perdía esperanza de prevalecer en el Perú,
entrando en Quito y después en Trujillo; y así corno creyó que Pizarro se había
tornado a Los Reyes aderezó para entrar al Quito con hasta cuatrocientos
españoles, que bastaban para trescientos que había allá, según decían; y por
mucho que algunos se lo contradijeron, no quiso otra mayor certidumbre, ca el
tiempo descubre los secretos. Estaba Juan Marqués en un su lugarejo con ciertos
soldados, veinte y cuatro leguas de Quito; espiaba con sus indios a Blasco
Núñez y avisaba a Pizarro cada día. Nunca Blasco Núñez [250] supo de Pizarro, que
fue grandísimo descuido, hasta Otavalo, nueve leguas de Quito, o más cerca que
se lo dijo Andrés Gómez, espía. Pizarro, dejando a Quito, se fue a poner real
cuatro leguas de la ciudad, a par del río Guailabamba, en lugar fortísimo, por
seguridad y por impedir o vencer allí al enemigo. Blasco Núñez entendió el
intento, reconoció el sitio, hizo muestra de subir, mandando bajar al río
alguna gente; encendió muchos fuegos para desmentir los enemigos, y fuése a
prima noche por lugares asperísimos y sin camino; anduvo toda la noche con gran
diligencia, y a mediodía entró en Quito, que sin guarnición estaba. Informado
de la gente y fortaleza de Pizarro, temió él y su ejército. Aconsejábanle el
adelantado Sebastián de Benalcázar, el oidor Juan Álvarez y otros que se
entregase a Pizarro con ciertos buenos partidos. Blasco Núñez, respondiendo que
más quería morir, y animando a los soldados, fue contra Pizarro con más ánimo
que prudencia, ca si en Quito se fortificara se defendiera, a lo que dicen;
pero él no quería que le cercasen, por no ser preso y muerto, sino pelear en
campo, por salvarse si vencido fuese; ordenó de esta manera su gente: puso
todos los peones en un escuadrón, dejando algunos arcabuceros sobresalientes,
que trabasen la escaramuza y encomendólos a Juan Cabrera, su maestre de campo,
y a los capitanes Sancho Sánchez de Avila, Francisco Hernández de Cáceres,
Pedro de Heredia, Rodrigo Núñez de Bonilla, tesorero. Hizo de los caballos dos
escuadrones: el mayor y mejor tomó él, y dio el otro a Cepeda, de Plasencia, y
a Benalcázar y a Bazán. Pizarro siguió aquella misma orden, porque la reconoció
primero. Tenía setecientos españoles; los doscientos eran arcabuceros y los
ciento y cuarenta de caballo; puso a la mano izquierda delante a Guevara con
sus arcabuceros y luego los piqueros, tras quien iba el licenciado Cepeda,
Gómez de Alvarado y Martín de Robles, con hasta ciento de caballo, los más
principales de la hueste. Llevaron la mano derecha Juan de Acosta, con
arcabuces, y tras él los piqueros, y al cabo el licenciado Caravajal, Diego de Urbina,
Pedro de Puelles, que capitaneaban cada trece o cada quince de caballo. Cubrió
Pizarro por esta forma la caballería con las picas, que fue ardid, y estúvose
quedo. Blasco Núñez, que traía cólera, comenzó la pelea. jugaron sus arcabuces
los pizarristas y mataron muchos contrarios, y entre ellos a Juan de Cabrera, a
Sancho Sánchez y al capitán Cepeda. Desatinaron con esto los de caballo, y
juntáronse todos con el virrey, y juntos arremetieron al escuadrón del
licenciado Caravajal, y rompiéronlo, derribando algunos; y Blasco Núñez derrocó
a Alonso de Montalvo, zamorano. Viendo esto, arremetió a ellos el escuadrón de
Cepeda por detrás de su infantería, y como los tomó de través, fácilmente los
desbarató. Huyeron, viéndose perdidos; siguiéronlos Cepeda, Alvarado y Robles,
y no se les fue hombre de ellos, si no fueron Íñigo Cardo y un Castellanos; mas
después trajeron de Pasto al Castellanos y lo ahorcaron, y al Íñigo Cardo mató
el licenciado Polo de los Charcas. Húbose Pizarro con los vencidos piadosamente;
no mató sino a Pedro de Heredia, Pero Bella, Pero Antón, Íñigo Cardo, que lo
dejaron por el virrey; fue también fama que dieron yerbas al oidor Juan
Álvarez, con que murió. Desterró a cuantos pensaba que le serían contrarios, [251] por no matarlos, como
algunos se lo aconsejaron; y después se arrepintió. Soltó a los demás, y ayudó
con armas y dineros a muchos, como fue Sebastián de Benalcázar, para volver a
su gobernación de Popayán, no mirando a lo que había hecho contra su hermano
Francisco Pizarro, que se le alzó; así que ni la batalla ni la victoria fue
cruel, ni murieron más de cinco o seis de los de Pizarro. Hernando de Torres,
vecino de Arequipa, encontró y derrocó a Blasco Núñez, y aun en el alcance,
según algunos, sin conocerlo, ca llevaba una camisa india sobre las armas.
Llególe a confesar Herrera, confesor de Pizarro, como lo vio caído; preguntóle
quién era, que tampoco lo conocía; díjole Blasco Núñez: "No os va en eso
nada; haced vuestro oficio". Temíase alguna crueldad. El caballo en que
peleó tenía catorce clavos en cada herradura, por do pensaron muchos que
quisiera huir viéndose desbaratado. Un soldado que fuera suyo lo conoció y lo
dijo a Pedro de Puelles, y Puelles al licenciado Caravajal, para que se
vengase. Caravajal mandó a un negro que le cortase la cabeza porque Puelles no
le dejó apear, diciendo ser bajeza; y el mismo Puelles tomó la cabeza y la
llevó a la picota, mostrándola a todos. Dicen que le pelaron las barbas algunos
capitanes y las guardaron y trajeron por empresa. Pizarro mandó llevar casa de
Vasco Juárez, que era de Avila, el cuerpo y la cabeza, como supo que estaba en
la picota, y otro día lo enterraron honradamente; y trajo luto Pizarro. También
pagaron después en dinero la muerte del virrey a sus hijos los que le mataron.
Lo que Blasco Núñez dijo y escribió a los oidores
Decía
muchas veces Blasco Núñez que le habían dado el emperador y su Consejo de
Indias un mozo, un loco, un necio, un tonto por oidores, y que así lo habían
hecho, como ellos eran. Mozo era Cepeda, y llamaba loco a Juan Álvarez, y necio
a Tejada, que no sabía latín. Desde Panamá comenzaron a estar mal los oidores y
el virrey sobre si era su superior o no y sobre la manera del proveer cosas de
justicia y gobernación, a causa que unas provisiones hablaban con presidente y
oidores y otras con sólo el virrey. Trajo Juan Álvarez su amiga, que de
Castilla llevaba, del Nombre de Dios a Panamá en hamaca, y enojóse del virrey
porque se lo afeó. Libraron pleitos, soltaron y prendieron hombres sin ser
recibidos por oidores; y Juan Álvarez tuvo en Trujillo a un caballero sobre un
asno, y le diera cien azotes sino por buenos rogadores. Cargaban indios de su
ropa sin pagarlos, contra las ordenanzas. Porque Alonso Palomino, alcalde
ordinario de San Miguel, no se apeó y acompañó a Juan Álvarez, fue reprehendido
y aun afrentado de palabra. Comieron muchos días a costa de sus huéspedes,
hombres ricos que [252] se habían de reformar por sus excesivos repartimientos,
como era Cristóbal de Burgos, y aun echar del Perú los cristianos nuevos,
conforme a una provisión del emperador. Decían por el camino que no eran justas
las ordenanzas, y que no las pudo hacer el rey con derecho, ni ejecutar el
virrey, y que no valía nada cuanto sin ellos se hacía, por más que lo
autorizase con el nombre del emperador. Salíanse al campo a tratar contra el
virrey, corno que iban a pasearse, porque no se les impidiese él la
congregación. Nunca holgaron que hubiese concordia entre Blasco Núñez y Gonzalo
Pizarro, ni firmaron de buena gana el perdón y seguro que llevó el provincial
dominico para los que se pasasen al rey, ni el que pidió Baltasar de Loaisa,
porque exceptuaba al Pizarro y al licenciado Caravajal y a otros pocos,
diciendo que semejantes delitos sólo el rey perdonarlos podía. Loaban a don
Diego de Almagro porque se había puesto en otro tanto como Gonzalo Pizarro,
cuyo partido justificaban. Dejáronse sobornar de Benito Martín, un capellán de
Pizarro, y pidieron cada seis mil castellanos de salario por año, si no, que no
harían más audiencia de cuanto durase el de 44. Oían pleitos sobre indios antes
y después de haber prendido al virrey, contra la cédula, ordenanza y voluntad
del emperador, diciendo que no podían negar justicia a quien la pedía. Tomaron
a Blasco Núñez todas sus escrituras, por aprovecharse de las que hablaban con
presidente y oidores. Pidió Blasco Núñez el guión, estando preso, porque no lo
podía traer sino virrey y capitán general, y Cepeda dijo que lo había él
menester, pues era gobernador, presidente y capitán general. Estas y otras
cosas escribió al emperador Blasco Núñez, y ellos mismos confirmaron muchas de
ellas con los desatinos que hicieron, según la historia cuenta. Aunque también
decían ellos que no podían sufrir la recia condición de Blasco Núñez, que los
apocaba y ultrajaba de palabra, y que no le mandaron prender y que no le
soltaron pensando acertar a servir mejor al emperador, y que no pudieron hacer
al don Gonzalo Pizarro, que los matara. Pero no fueron tan creídos, con el fin
que tuvieron los negocios, como fue Blasco Núñez en la carta que escribió al
emperador con Diego Álvarez Cueto, su cuñado, desde Túmbez.
Que Gonzalo Pizarro se quiso llamar rey
Nunca
Pizarro, en ausencia de Francisco de Caravajal, su maestre de campo, mató ni
consintió matar español sin que todos o los más de su consejo lo aprobasen, y
entonces con proceso en forma de derecho, y confesados primero. Mandó con
prisiones que no cargasen indios, que era una de las ordenanzas, ni rancheasen,
que es tomar a los indios su hacienda por fuerza y sin [253] dineros, so pena de
muerte. Mandó asimismo que todos los encomenderos tuviesen clérigos en sus
pueblos para enseñar a los indios la doctrina cristiana, so pena de privación
del repartimiento. Procuró mucho el quinto y hacienda del rey, diciendo que así
lo hacía su hermano Francisco Pizarro. Mandó que de diez se pagase uno
solamente, y que, pues ya no había guerra, muerto Blasco Núñez, que sirviesen
todos al rey, por que revocase las ordenanzas, confirmase los repartimientos y
les perdonase lo pasado. Todos entonces loaban su gobernación, y aun Gasca
dijo, después que vio los mandamientos, que gobernaba bien para ser tirano.
Este buen gobierno duró, como al principio dije, hasta que Pedro de Hinojosa
entregó la armada a Gasca, que fue poco tiempo; que después muy al revés
anduvieron las cosas, ca escribieron a Pizarro Francisco de Caravajal y Pedro
de Puelles que se llamase rey, pues lo era, y no curase de enviar procuradores
al emperador, sino tener muchos caballos, coseletes, tiros y arcabuces, que
eran los verdaderos procuradores, y que se aplicase a sí los quintos, pueblos y
rentas reales, y los derechos que Cobos, sin merecer los llevaba. No le pesó de
esto a Pizarro, ca todos querían ser reyes; mas no osó declararse por rey,
aunque muchos otros lo acosaban por ello, a causa de algunos grandes amigos
suyos que se lo afeaban, o por esperar que viniese Caravajal de los Charcas y
Puelles de Quito, que eran los que lo habían de haber. Entonces no salía nadie
del Perú sin su licencia, ni sacaba oro ni plata sin perder la vida. Mataban
sin justicia ni confesión; quitaban las vidas por las haciendas; quitaron los
derechos de la escobilla a Cobos, que valían treinta mil castellanos. Unos
decían que no darían al rey la tierra si no les daba repartimientos perpetuos;
otros, que harían rey a quien les pareciese, que así habían hecho en España a
Pelayo y Garci Jiménez; otros, que llamarían turcos si no daban a Pizarro la
gobernación del Perú y soltaban a su hermano Fernando Pizarro; y todos, en fin,
decían cómo aquella tierra era suya y la podían repartir entre sí, pues la
habían ganado a su costa, derramando en la conquista su propia sangre.
De cómo Pizarro degolló a Vela Núñez
Hizo
Pizarro justicias de tres vecinos de Quito, que seis meses había estaban
condenados por el licenciado León, cuyos repartimientos y mujeres dio luego a
otros, según dicen algunos. Otros, que loan su clemencia, lo niegan. Ordenó las
cosas de aquella ciudad y territorio, y fuése a Los Reyes como cabeza del Perú,
para residir allí y gobernar todo lo demás. Tres leguas antes de llegar a Lima,
donde le hiciera grandes fiestas don Antonio de Ribera, lo alcanzó Diego
Velásquez, mayordomo de Hernando Pizarro, con cartas [254] de Pedro de Hinojosa
y de otros capitanes que estaban en Panamá, en las cuales le avisaban el
vencimiento de Verdugo y la venida de Gasca. Alababa mucho Hinojosa a Gasca en
dos cartas, y ofrecíase a sacarle lo que traía, por más callado ni astuto que
fuese, con buenos medios que tenía; y si no trajese lo que les cumplía, que lo
mataría de presto. Estas cartas destruyeron a Pizarro, que se confió y
descuidó, teniendo su negocio por hecho, o con firmeza de Hinojosa, o con
partido que hiciera, ca ciertamente si Hinojosa le escribiera que obedeciera a
Gasca, lo hiciera, porque ya él estaba determinado a ello por consejo de sus
capitanes y letrados, que podían mucho con él, en ausencia de Francisco
Caravajal; así que, confiado de Hinojosa, no temía revés ninguno de la fortuna,
ni hacía caso de Gasca, sino que todo era fiestas, juegos de cañas y
pasatiempos, aunque con atención al gobierno. Acusaron en este tiempo a Vela
Núñez, hermano del virrey, y cortáronle la cabeza. El trato salió de Juan de la
Torre. Tenía Juan de la Torre más de cien mil castellanos en barrillas y
tejuelos de oro limpio y un cofre de esmeraldas finas que había habido de los
indios por su gentil astucia, sin hacerles mal, ca les halló una riquísima
sepultura y tesoro. Deseaba venirse a España con ello, y no se atrevía por
Pizarro, o por no confiarse de nadie. Trató el negocio con Vela Núñez, para que
se fuesen ambos en un navío de Pizarro. Sobrevino en esto la nueva que iba Pero
Hernández Paniagua con despachos de Gasca, en que hacía gobernador a Pizarro, y
acordó de vender a Vela Núñez por ganar la gracia de Pizarro, y para más
engañarle puso en poder del guardián de San Francisco veinte y cinco mil
castellanos, y juróle sobre una hostia consagrada, delante el mismo fraile, de
no descubrirlo, ca Vela Núñez se recelaba mucho de lo que fue; y desde a tres o
cuatro días lo dijo a Pizarro. Él le mandó que continuase el trato para saber
quiénes eran con Vela Núñez. Prendieron algunos, que con tormento confesaron el
negocio, y degollaron a Vela Núñez sin darle tormento, que lo tuvo en mucho, y
más aína que muchos querían, a persuasión del licenciado Caravajal, que le
temía por haber usado de crueldad con su hermano Blasco Núñez.
Ida del licenciado Pedro Gasca al Perú
Como
el emperador entendió las revueltas del Perú sobre las nuevas ordenanzas y la prisión
del virrey Blasco Núñez, tuvo a mal el desacato y atrevimiento de los oidores
que lo prendieron y a deservicio la empresa de Gonzalo Pizarro; mas templó la
saña por ser con apelación de las ordenanzas, y por ver que las cartas y
Francisco Maldonado, que Tejada muriera en la mar, echaban la culpa al virrey,
que rigurosamente ejecutaba las nuevas leyes [255] sin admitir suplicación, y también porque le había él
mismo mandado ejecutarlas, sin embargo de apelación, informado o engañado que
así cumplía al servicio de Dios, al bien y conservación de los indios, al
saneamiento de su conciencia y aumentación de sus rentas. Sintió eso mismo pena
con tales nuevas y negocios, por estar metido y engolfado en la guerra de
Alemania y cosas de luteranos, que mucho le congojaban; mas conociendo cuánto
le iba en remediar sus vasallos y reinos del Perú, que tan ricos y provechosos
eran, pensó de enviar allá hombre manso, callado y negociador, que remediase
los males sucedidos, por ser Blasco Núñez bravo, sin secreto y de pocos
negocios; finalmente, quiso enviar una raposa, pues un león no aprovechó, y así
escogió al licenciado Pedro Gasca, clérigo de Navarregadilla, del Consejo de la
Inquisición, hombre de muy mejor entendimiento que disposición y que se había
mostrado prudente en las alteraciones y negocios de los moriscos de Valencia.
Dióle los poderes que pidió y las cartas y firmas en blanco que quiso. Revocó
las ordenanzas y escribió a Gonzalo Pizarro, desde Venlo, en Alemaña, por
febrero de 1546 años. Partió, pues, Gasca con poca gente y fausto, aunque con
título de presidente, mas con mucha esperanza y reputación. Gastó poco en su
flete y matalotaje, por no echar en costa al emperador y por mostrar llaneza a
los que del Perú con él iban. Llevó consigo por oidores a los licenciados
Andrés de Cianca y Rentería, hombres de quien se confiaba. Llegó al Nombre de
Dios y, sin decir a lo que iba, respondía a quien en su ida le hablaba conforme
a lo que de él sentía, y con esta sagacidad los engañaba, y con decir que si no
le recibiese Pizarro se volvería al emperador, ca él no iba a guerrear, que no
era de su hábito, sino a poner paz, revocando las ordenanzas y presidiendo en
la Audiencia. Envió a decir a Melchior Verdugo, que venía con ciertos
compañeros a servirle, no viniese, sino que se estuviese a la mira. Ordenó
algunas otras cosas y fuése a Panamá, dejando allí por capitán a García de
Paredes con la gente que le dieron Hernando Mejía y don Pedro de Cabrera,
capitanes de Pizarro, porque se sonaba cómo franceses andaban robando aquella
costa y querían dar sobre aquel pueblo; mas no vinieron, ca los mató el
gobernador de Santa Marta en un banquete.
Lo que Gasca escribió a Gonzalo Pizarro
Como
Gasca llegó a Panamá, entendió mejor el estado en que la armada estaba y lo que
se decía de Pizarro. Negociaba de callada cuanto podía, y viendo las fuerzas de
Pizarro, que o se tenían de deshacer con otras mayores o con maña, escribió a
Quito, a Nicaragua, a Méjico, a Santo Domingo y a [256] otras partes por
hombres, caballos y armas, y envió al Perú a Pedro Fernández Paniagua, de
Plasencia, con cartas para los cabildos, haciéndoles saber su llegada con
revocación de las ordenanzas, y dióle una carta del emperador para Gonzalo
Pizarro, de creencia, en que disimulaba sus cosas, y otra suya y muy larga y
llena de razones y ejemplos, para que, dejando las armas y gobernación, se
pusiese en manos del emperador, cuya suma era que traía revocación de las
ordenanzas, perdón de todo lo pasado, comisión de ordenar los pueblos, con
parecer de los regimientos, en provecho de los españoles e indios, licencia de
hacer conquistas donde los que no tenían tuviesen repartimientos, oficios y de
comer, y que confiase en los que hasta allí le habían seguido y amado, por
cuanto lo dejarían, con el perdón que les daba el rey, o le matarían por servir
a su alteza; y también le apuntó guerra si la paz despreciaba.
El consejo que Pizarro tuvo sobre las cartas de Gasca
Entró
Paniagua en Los Reyes y dio a Pizarro los despachos de Gasca a tiempo que solo
estaba. Pizarro lo trató mal de palabra y no le mandó sentar, de que Paniagua
se afrentó. Envió a llamar a Cepeda, que Francisco de Caravajal aún no era
venido de los Charcas, para comunicarle las cartas. Cepeda, hallando enojado al
uno y corrido al otro, hizo sentar a Paniagua y reprehendió a Pizarro, el cual
le respondió, riendo: "Por Nuestra Señora que me enojé porque me dijo que
no podría salir con lo que había empezado". Cepeda se salió, de que
hubieron platicado un buen rato sobre muchos negocios, llevó consigo a Paniagua
y aposentóle en casa de Ribera el viejo, donde fue muy regalado, y le dio
caballos en que anduviese, que era amigo de correr una carrera y parecer bien a
caballo. Hubo muchos corrillos con la venida de Paniagua, y cada uno decía lo
que deseaba. Pizarro no dio crédito a las cartas de Gasca ni a las palabras de
Paniagua creyendo muy cierto que todas eran para engañarlo. Llamó todas las
personas principales, leyóles las cartas, pidióles sus pareceres, juró sobre
una imagen de Nuestra Señora que cada uno podía decir libremente su parecer, y
propuso el caso. No se confiaron todos; y así no hablaron muchos de ellos con
libertad, que si osaran, o si hubiera cartas de Hinojosa, que se dieran;
Pizarro se ponía sin duda ninguna en manos de Gasca, porque no estaba allí Francisco
de Caravajal, para estorbarlo, que era quien le aconsejaba se hiciese rey sin
curar del rey. Lo que más altercaron fue si dejarían llegar a Gasca o no, y
dónde lo matarían, o allí después de venido, no haciendo lo que quisiesen
ellos, o en Panamá. El parecer más común fue que no le dejasen llegar, por ser
así la voluntad de Pizarro, que tenía su esperanza en Hinojosa, y [257] aun su fuerza.
Algunos dijeron que también sería bueno despoblar a Panamá y Nombre de Dios,
con otros muchos lugares, para que los reales no tuviesen comida ni servicio, y
apoderarse de cuantos navíos hubiese en toda la mar del Sur, para que nadie
pudiese entrar en el Perú, y echar quinientos o más arcabuceros en Nicaragua,
Guatemala, Tecoantepec y jalisco, que levantasen por Pizarro la Nueva España y
todas aquellas provincias, confiando hallar favor en muchos pobres y
descontentos; y si no lo hallasen, robar y quemar los pueblos de la marina,
para que tuviesen harto en sus duelos sin curar de los ajenos; empresa peor que
la comenzada. Estando, pues, todos conformes, respondieron juntos en una carta,
que así lo quiso Pizarro por autorizar su negocio, y que viese Gasca cómo toda
la tierra era con él, y por estar más seguro de ellos, pues metían prendas
firmando la respuesta. Firmaron la carta sesenta o más hombres principalísimos,
y Cepeda el primero, como teniente general de Pizarro en guerra y en justicia.
"Muy
magnífico señor: Por cartas del capitán de la flota Pedro de Hinojosa supimos
la venida de vuestra merced y el buen celo que trae al servicio de Dios nuestro
señor y del emperador y al bien de esta tierra. Si fuera en tiempo que no
hubieran acontecido tantas cosas en esta tierra como han, después que a ella
vino Blasco Núñez Vela, fuera bien, y todos holgáramos. Mas, empero, habiendo
habido tantas muertes y batallas entre los que vivos somos y los que murieron,
no solamente no sería segura la entrada de vuestra merced en estos reinos, pero
sería total causa que del todo se asolasen. Ninguno hay de parecer que vuestra
merced entre en ellos, ni aun sabemos si podríamos escapar la vida al que otro
dijese, ni sería parte para ello el señor Gobernador Pizarro, según en lo que
todos están puestos. Todos estos reinos envían procuradores al emperador y rey
nuestro señor, con entera información de cuanto en ellos ha pasado hasta hoy
desde que Blasco Núñez (que Dios perdone) vino; donde claramente muestran y
prueban su inocencia y justificación y la culpa y braveza de Blasco Núñez, que
no les quiso conceder la suplicación de las ordenanzas, sino ejecutarlas con
todo rigor, haciendo guerra y fuerza en lugar de justicia. Suplican al
emperador confirme al señor Gonzalo Pizarro en la gobernación del Perú, como al
presente la tiene, pues él es por sus virtudes y servicios merecedor de ello, amado
de todos y tenido por padre de la patria, mantiene la tierra en paz y justicia,
guarda los quintos y derechos del rey, entiende las cosas de acá muy bien, con
la larga experiencia que tiene; lo que otro no entendería sin primero haber
recibido la tierra y gente muy grandes daños. Confiamos en el emperador que nos
hará esta merced, porque no hemos faltado a su real servicio con cuantos
desconciertos y guerras furiosas nos han hecho sus jueces y gobernadores, que
han robado y destruido las haciendas y rentas reales; y que aprobará todo lo
que hecho habemos en defensa nuestra y en prosecución de la apelación de las
ordenanzas. Perdón, ninguno de nosotros le pide, porque no hemos errado, sino
servido a nuestro rey, conservando nuestro derecho como sus leyes permiten; y
certifican a vuestra merced que si Fernando Pizarro, a quien mucho queremos,
viniera como [258] vuestra merced viene, no le consintiéramos entrar acá, o
antes muriéramos todos sin faltar uno, ca no estimamos en esta tierra aventurar
la vida por la honra en cosas aun no de mucho peso, cuanto más en esta que nos
va la hacienda, honra y vida. A vuestra merced suplicamos, por el celo y amor
que siempre ha tenido y tiene al servicio de Dios y del rey, se vuelva a España
e informe al emperador de lo que a esta tierra conviene, como de su prudencia
se espera, y no dé ocasión que muramos en guerra y matemos los indios que de
las pasadas han quedado, pues de la determinación de todos otro fruto salir no
puede. El capitán Lorenzo de Aldana va a negociar por estos reinos. Vuestra
merced le dé todo crédito. Nuestro Señor la muy magnífica persona de vuestra
merced guarde y ponga en el descanso que desea. De esta ciudad de Los Reyes, y
de octubre a 14 del año de 46".
Hinojosa entrega la flota de Pizarro a Gasca
Había
muchos días que Pizarro andaba por enviar procuradores a España, y estaban
hechos los poderes de todos los cabildos para Lorenzo de Aldana. Mas nunca lo
despachaba, por estorbarlo Francisco de Caravajal, que no quería paz ni España;
y despachólo entonces con esta carta para Gasca, dándole por compañero a Gómez
de Solís. Envió también con él a Pero López, ante quien habían pasado todos o
los más autos. Rogó a fray Hierónimo de Loaisa, obispo de Los Reyes, y a fray
Tomás de San Martín, provincial de los predicadores, que fuesen con él, por que
abonasen su partido con Gasca y con el emperador, o por echarlos del Perú.
Ofrecía Pizarro muchos dineros al emperador, y pedía que le diese la
gobernación, y que no llevase quinto, sino diezmo por ciertos años. Esto iba
con las otras cosas de la embajada. Escribió a Hinojosa, y dijo a Lorenzo de
Aldana que diesen cincuenta o más millares de castellanos a Gasca por que se
volviese a España, o le matasen como mejor pudiesen; y con tanto los despidió.
Ellos fueron a Panamá, dieron la carta a Gasca y avisáronle cómo lo querían
matar, para que se guardase. Certificáronle que Pizarro no lo recibiría y cómo
había muchos en el Perú que lo deseaban ver allá para pasarse a él en servicio
de su rey. Gasca, que antes también se temía no le matasen, temió reciamente. Y
con la carta de los de Pizarro y nuevas que le daban se declaró en todo lo que
llevaba y en todo lo que hacer pensaba. Hinojosa entonces dióle las naos de su
voluntad, que fuerza nadie se la podía hacer, y por grandísima negociación de
Gasca y promesas. Por aquí comenzó la destrucción de Gonzalo Pizarro. Gasca
tomó la flota e hizo general de ella al mismo Pedro de Hinojosa, y volvió las
naos y banderas a los capitanes que las tenían por Pizarro, [259] que fue hacerse
fieles de traidores. No cabía de gozo en verse con la armada, creyendo haber ya
negociado muy bien, y a la verdad sin ella tarde o nunca saliera con la
empresa, ca no pudiera ir por mar al Perú, y yendo por tierra, como al
principio pensara, pasara muchos trabajos, hambre y frío y otros peligros antes
de llegar allá. Luego, pues, que Gasca se apoderó de la flota, envió por la
artillería que había en el Nombre de Dios al oidor Cianca, para mejor artillar
las naos y para tener algunos tiros en el ejército. Puso en las islas a Pablo
de Meneses, Juan de Llanes y Juan Alonso Palomino, con ciertos navíos que
guardasen la costa, por que no fuese aviso a Pizarro de la entrega de la flota
y aparato de guerra que se hacía contra él, los cuales tomaron a Gómez de
Solís, que iba tras Aldana, y que declaró más por entero la intención de
Pizarro. Envió también Gasca por gente y comida a Nicaragua, Nueva-España,
nuevo reino de Granada, Santo Domingo y otras partes de Indias, avisando cómo
tenía ya en su poder la armada de Pizarro, principalísima fuerza del tirano;
ordenó un hospital (a fuer de corte) con su médico y boticario, que fue gran
remedio para los enfermos que allí y en la guerra hubo, y dio el cargo de él a
Francisco de la Rocha, de Badajoz, fraile de la Trinidad. Buscó dineros para
pagar los soldados y socorrer los caballeros, y tan afable, tan cortés, franco
y animoso se mostró, que lo tuvieron en harto más que hasta allí los
pizarristas, cotejando especialmente su prudencia con la presencia de hombre.
Despachó asimismo a Lorenzo de Aldana, Juan Alonso Palomino, Juan de Llanes y
Hernán Mejía en cuatro naos con cartas para los del Perú, y mandó a Lorenzo de
Aldana, que iba por general, que no tocasen en tierra hasta llegar a Lima; y
que, dando allí las cartas de perdón general y revocación de las ordenanzas,
apellidasen al rey y corriesen la costa, yendo unos a Arequipa y volviendo
otros a Trujillo. Dicen que para tener color a mover primero la guerra hizo una
información contra Pizarro y sus consortes de cómo habían prendido a Paniagua,
y de su dañada intención y rebeldía; de suerte que se entendían los dos, y no
se llevaban más de los barriles.
Los muchos que se alzaron contra Pizarro, sabiendo que
Gasca tenía la flota
Hubo
gran mudanza en los del Perú cuando supieron la negociación de Gasca y la buena
manera que tenía y usaba, y mayor con los despachos que llevó Paniagua; y así
se levantaron muchos luego que supieron cómo Hinojosa había entregado a Gasca
la armada; entre los cuales fue Diego de Mora, en Trujillo, que se fue a
Caxamalca, donde recogió gran compañía de hombres [260] que huyeron de
Pizarro, y envió cartas de Gasca y de otros, que Aldana le dio, a muchos
pueblos, para que tuviesen por el rey. Gómez de Alvarado, de Zafra, se alzó en
Levanto de Chachapoyas, y Juan de Saavedra, que estaba en Guanuco, y Juan
Porcel, que de los Chiquimayos iba a Los Reyes, los de Guamanga con otros, y
todos se juntaron con Diego de Mora en Caxamalca. También se alzaron Alonso
Mercadillo en Zarza, y Francisco de Olmos en Guayaquil, matando a Manuel de
Estacio, que por Pizarro estaba, y Rodrigo de Salazar en Quito, dando de
puñaladas a Pedro de Puelles, que pensaba declararse otro día por el rey, según
dijera Diego de Urbina. Diego Álvarez de Almendral se alzó con hasta veinte compañeros
cerca de Arequipa, y llamó a Diego Centeno, que aún se estaba escondido en
ciertos pueblos de Cornejo, como en otra parte se dijo. Centeno se fue
alegremente con Luis de Ribera a Diego Álvarez, y en breve se le juntaron más
de cuarenta españoles, y entre ellos algunos de caballo que andaban remontados,
holgando que Centeno fuese parecido. Fueron todos al Cuzco para levantarlo por
el rey; Antonio de Robles desde que lo supo se puso en la plaza con trescientos
hombres que tenía para llevar a Pizarro, pensando que traía muchos Centeno,
pues osaba tal cosa. Centeno entró de noche secretamente y salteó los enemigos.
Murieron seis o siete peleando, y él quedó herido. Interpuso su autoridad el
obispo fray Juan Solano, y diéronse los que al rey querían; cortó en
amaneciendo la cabeza a Antonio de Robles, y hubo los demás. Dejó por el rey la
ciudad, y fue a los Charcas sobre Alonso de Mendoza y Juan de Silvera, que con
cuatrocientos hombres estaban en la Plata, de camino para Gonzalo Pizarro; el
Mendoza y Silvera se fueron para él, por lo que les escribió y por ver que
llevaba cerca de quinientos españoles. Como Diego Centeno los tuvo en su
ejército, fue a poner real en el desaguadero de Tiquicaca, para esperar lo que
Gasca hacer le mandase.
Como Pizarro desamparaba el Perú
No
hay para qué decir la tristeza y pena que Pizarro y los suyos sintieron
sabiendo cómo su armada estaba en poder de Gasca. Quejábanse de la confianza y
amistad de Pedro de Hinojosa, arrepintiéndose por no haber enviado con la flota
a Bachicao; y aun él decía burlando que la bondad y esfuerzo de Hinojosa tenían
de parar en aquello, y que eran buenos los perros que ladraban y no mordían,
porque nadie se les llegaba. Todavía mostraban buen corazón, como estaban
enseñoreados en la tierra y como no venían por mar contra ellos. Envió Pizarro
al Quito por la gente que tenía Pedro de Puelles; a Trujillo, por la de Diego
de Mora; al Cuzco, por la de Antonio de [261] Robles; a Arequipa, por la de Lucas Martín; a los Charcas,
por la de Juan de Silvera; a Levanto de Chachapoyas, por la de Gómez de
Alvarado; a Guanuco, por la de Juan de Saavedra, y a otras partes también.
Mandó a Juan de Acosta ir con treinta de caballo a correr la costa, el cual fue
hasta Trujillo y lo tomó, que se había rebelado. Empero estaba sin casi gente,
ca se había ido a la sierra con Diego de Mora, y si tuviera doscientos, fuera
allá y lo deshiciera. En Santa prendió cerca de treinta hombres de Aldana,
engañando la celada que le tenían puesta, y llevólos a Lima. Dicen algunos que
no eran soldados de Aldana, sino marineros que cogían agua. Pizarro se informó
de ellos particularmente del aparato y ánimo de Gasca. Tornó a enviar al mismo
Acosta con más de doscientos sobre Aldana y sobre Mora. Mas acordó tarde porque
ya Diego de Mora estaba muy pujante y las voluntades muy declaradas de los que
llevaba por el rey, y se le huyeron Diego de Soria, Raodona y otros, y él
degolló a Rodrigo Mejía porque se quería ir con otros a Caxamalca. Llamó del
camino Pizarro a Juan de Acosta, reforzólo de más gente y enviólo contra
Centeno, que, tomando el Cuzco, iba sobre la Plata. Llegó luego al puerto
Lorenzo de Aldana con cuatro naos, y causó turbación en la ciudad y novedades
entre soldados y amigos de Pizarro, ca envió al capitán Peña con los despachos
de Gasca y traslados de las provisiones del emperador. Pizarro quiso sobornar a
Aldana con un Fernández, y no pudo. Leyó las cartas, y aconsejóse qué se haría.
Halló rebotados a muchos y desfalleció algo, aunque siempre dijo que con diez
amigos que le quedasen había de conservarse y conquistar de nuevo el Perú,
tanta era su saña o su soberbia. Fuéronsele, con tanto, Alonso Maldonado el
rico, Vasco y Juan Pérez de Guevara, Gabriel y Gómez de Rojas, el licenciado
Niño, Francisco de Ampuero, Hierónimo Aliaga, de Segovia; Francisco Luis de
Alcántara, Martín de Robles, Alonso de Cáceres, Ventura Beltrán, Francisco de
Retamoso y otros muchos; pero éstos eran los principales. Entonces cantaba
Francisco de Caravajal:
|
Estos mis cabellicos, madre, |
|
dos a dos se los lleva el aire. |
Estuvo
Pizarro en grandísimo afán y desesperación viendo sus amigos por enemigos, unos
en el puerto, otros en casa. No sabía de quién confiarse, temiéndose de todos,
según maldición de tiranos. No sabía dónde ir, estando en Caxamalca Diego de
Mora y Diego Centeno en el Cuzco, y todos los pueblos contra él. Así que,
dejando a Lima, se fue a Arequipa, teniendo siempre gran cuidado que ninguno se
le huyese. Mas todavía se le huyó el licenciado Caravajal con sus parientes y
amigos. Envió por Juan de Acosta para tener copia de gente, el cual se volvió,
vista la carta y necesidad de Pizarro, desde Guamanga. Dejáronlo en el camino
Páez de Sotomayor, su maestre de campo, y el capitán Martín de Olmos con buena
parte de su compañía; Garci Gutiérrez de Escobar, Gaspar de Toledo y otros
muchos, por sonreírse que huía Pizarro. De esta manera desamparó Pizarro a
Lima, cabeza del Perú, y llegó a Arequipa con propósito de irse fuera de lo
conquistado. [262] Aldana se metió en Lima, y Juan Alonso Palomino y Hernán
Mejía se fueron a Jauja para recoger su gente y esperar a Gasca y su ejército.
Victoria de Pizarro contra Centeno
Llegado
que Juan de Acosta fue a Arequipa, consultó Pizarro lo que hacer debían para
guardar las vidas y dineros, ya que la tierra no podían, ca no eran más de
cuatrocientos y ochenta y todos los del Perú eran contra ellos. Determinados,
pues, de irse a Chili, donde nunca hubiesen ido españoles, o para conquistar
nuevas tierras, o para rehacerse contra Gasca, quisieron abrir camino por donde
estaba Centeno, que por fuerza tenían de pasar por entre sus contrarios, y
también quería Pizarro ponerse a salvo y saber cuántos y cuáles permanecerían
con él, y tratar desde allí en concierto con Gasca, según Cepeda le aconsejaba.
De Cabaña envió a Francisco de Espinosa con treinta de caballo, por el camino
del desaguadero de la laguna de Tiquicaca, que mandase a los indios proveer de
comida para que Centeno pensase que iban por allí, y él echó con toda su gente
por Orcosuyo, camino más allegado a los Andes. Tomó algunos que andaban
desmandados, y un clérigo que venía con respuesta de Centeno para Aldana, y
ahorcólos su maestre de campo Caravajal. Tuvo Centeno aviso del intento de
Pizarro por criados de Paulo, inca, que andaba con él, y porque el capitán
Olea, que se pasó por consejo de algunos mancebos, dejó y cortó la puente del
Desaguadero, donde muy fuerte y seguro estaba, y fuese a Pucarán del Collao a
esperar y ciar batalla, creyendo tener la victoria en la mano y ganar el prez
de matar o vencer a Pizarro. Reparó y ordenó allí su gente como tenía de
pelear; y por acercarse al enemigo, que estaba en Guarina, cinco leguas de
Pucacán, y por tomar y tener a su parte la agua, se fue a poner su real a medio
el camino, en un llano, aunque en lugar fuerte. Y otro día, que fue de las once
mil vírgenes, año de 47, repartió mil y doscientos y doce hombres que tenía, de
esta manera: hizo dos escuadrones de la caballería, que serían doscientos y
sesenta; del mayor, que puso al lado derecho, dio cargo a Luis de Ribera, su
maestre de campo, y a Alonso de Mendoza y Hierónimo de Villegas; del otro, a
Pedro de los Ríos, de Córdoba; Antonio de Ulloa, de Cáceres, y Diego Álvarez,
del Almendral. La infantería estuvo junta, y eran capitanes Juan de Silvera,
Diego López de Zúñiga, Rodrigo de Pantoja, Francisco de Retamoso y Juan de
Vargas, hermano de Garcilaso de la Vega, que estaba con Pizarro. Centeno, que
estaba con dolor de costado y sangrando, a lo que dicen, se puso a mirar la
batalla con el obispo del Cuzco, fray Juan Solano, encomendando la hueste y la
victoria a Juan de Silvera y a Alonso [263] de Mendoza. Pizarro, que sabía cuán a punto estaban por
sus espías, salió de Guarina con cuatrocientos y ochenta españoles. Dio cargo
de ochenta de caballo, que solamente tenía, a Cepeda y a Juan de Acosta, aunque
Acosta trocó su lugar con Guevara, capitán de Arcabuceros, que estaba cojo. De
los peones fueron capitanes, sin Juan de Acosta, Diego Guillén, Juan de la
Torre y Hernando Bachicao, que huyó al tiempo de arremeter. Estando para
encontrarse, huyeron los más de Pizarro que a caballo estaban. Cepeda y Guevara
pusieron entonces obra de veinte arcabuceros entre los caballeros de las
primeras hileras, y estuviéronse quedos, y lo mismo hizo su infantería. Alonso
de Mendoza y los de su escuadrón corrieron hacia los caballos de Pizarro y
fueron desordenados por los veinte arcabuceros y rompidos por Cepeda. El otro
escuadrón acometió los peones; mas como los arcabuceros derribaron a Pedro de
los Ríos y a otros que iban delante, dejáronlos y fueron a ayudar a sus
compañeros, y todos juntos desbarataron la caballería de Pizarro, no dejando
casi hombre de ellos sin matar y herir, o que no se rindiesen. Los de Centeno
calaron sus picas algo lejos; aguijaron mucho, con la prisa que les daba un
clérigo vizcaíno, pensando vencer así más presto. Descargaron de golpe los
arcabuces y sin tiempo, sintiendo tirar a los contrarios; así que al tiempo de
la afrenta estaban cansados y medio desordenados. Los de Pizarro jugaron a pie
quedo sus arcabuces dos o tres veces, aunque Juan de Acosta se adelantara con
treinta de ellos por más desordenarlos, y lo derribaron a picazos e hirieron
malamente. Fue Juan de la Torre a valerle con setenta arcabuceros, y valióle
matando a Juan de Silvera con otros muchos. Llegó por otra parte Diego Guillén,
y brevemente mataron cuatrocientos contrarios y desbarataron los demás. Visto
que sus caballeros eran vencidos, fue a socorrerlos Juan de la Torre con muchos
arcabuceros. Tiró a bulto, que así se lo aconsejó Caravajal, porque andaban
mezclados unos con otros, y a dos cargas los desbarató, aunque mató algunos
amigos con los enemigos. De esta manera vencieron los que pensaron ser
vencidos, aunque pelearon bien los de Centeno. Murieron ciento de Pizarro, y
entre ellos Gómez de León y Pedro de Fuentes, capitanes. Quedaron heridos
Cepeda, Acosta, Diego Guillén y otros. Pizarro corriera peligro si Garcilaso no
le diera un caballo. Murieron cuatrocientos y cincuenta de Centeno, con los
capitanes Luis de Ribera, Juan de Silvera, Pedro de los Ríos, Diego López de
Zúñiga, Juan de Vargas y Francisco Negral. Huyó Diego Centeno, sin esperar al
obispo, y todos los que quisieron, ca no siguieron el alcance los vencedores,
tan deshechos quedaron. [264]
En lo que Pizarro entendió tras esta victoria
Otro
día después de la victoria envió Pizarro a Juan de la Torre con treinta
arcabuceros de caballo al Cuzco tras los vencidos, y a Diego de Caravajal el
Galán con otros tantos a Arequipa, y a Dionisio de Bobadilla con otros treinta
a los Charcas, para recoger la gente y tener los caminos; y él, tomando el
despojo, caminó para el Cuzco por el Desaguadero con todo el ejército. Mas
primero hizo matar al capitán Olea porque se pasó a Centeno. Justiciaron también
otros cuatro o cinco, y Francisco de Caravajal se alabó haber muerto por su
contentamiento, el día de la batalla, cien hombres, y entre ellos un fraile de
misa; crueldad suya propia, si ya no lo decía por gloria de la victoria, que se
atribuía el vencimiento a sí; todo es de creer, pues era batalla civil y
peleaban unos hermanos contra otros. En Pucarán hubieron enojo Pizarro y Cepeda
sobre tratar del concierto con Gasca, diciendo Cepeda ser entonces tiempo y
trayéndole a la memoria que se lo había prometido en Arequipa. Pizarro,
siguiendo el parecer de otros y su fortuna, dijo que no convenía, porque
tratando en ello se lo tendrían a flaqueza y se le irían los que allí tenía, y
le faltarían los muchos amigos que con Gasca estaban. Garcilaso de la Vega con
algunos fueron del parecer de Cepeda. En Juli, lugar del rey, mataron a
Bachicao, y Francisco de Caravajal se fue a Arequipa por el camino de la mar,
entendiendo que huyera por allí Diego Centeno, y para traer las mujeres al
Cuzco, por que no avisasen con indios a sus maridos que andaban con Gasca, y
por que se viniesen ellos a ellas. Entró Pizarro en el Cuzco con gran
admiración del pueblo; ahorcó a Herrezuelo, al licenciado Martel, a Juan
Vázquez y otros, con acuerdo de sus letrados. Puso mucha guarda en todo, y aun
quiso enviar a Juan de Acosta con doscientos de caballo, arcabuceros, a dar en
Gasca, publicando que iban todos contra él, para que no se le fuese nadie. Hizo
muchos arcabuceros y seis piezas de artillería, muchas armas de fierro y muchas
picas. En fin, el atendió más a labrar armas que a ganar voluntades. Trajo
Caravajal las mujeres de Arequipa y otros muchos, y todo el oro, plata y
piedras que pudo sacar, ca tan amigo era de robar como de matar; y así dicen
que despojó toda aquella tierra sin que Pizarro hablase. Mas el lobo y la
vulpeja todos eran de una conseja. [265]
Lo que hizo Gasca en llegando al Perú
Gasca
se partió de Panamá mucho después que Aldana, con todos los navíos y hombres
que pudo; y por ser verano, tiempo contrario para navegar de allí a Túmbez,
tuvo ruin navegación y fue a Gorgona contra la gran corriente de la mar. En
fin, llegó a Túmbez con mucho trabajo, aunque con buenas nuevas, porque supiera
en el camino cómo ciertos soldados de Blasco Núñez habían tomado a Puerto Viejo
matando al capitán Morales, que Bachicao allí dejó, y prendiendo a Lope de
Ayala, teniente de Pizarro; y cómo estaban por el rey Francisco de Olmos en
Guayaquil y Rodrigo de Salazar, el corcovado, de Toledo, en Quito. Luego, pues,
que llegó, tuvo mensajeros de Diego de Mora, Juan Porcel, Juan de Saavedra y
Gómez de Alvarado, que con mucha gente estaban en Caxamalca, de la cual era
maestre de campo Juan González. Él les respondió loando mucho su fidelidad y
ánimo. Supo también la pujanza de Centeno y la huída de Pizarro, de que holgó
infinito, creyendo estar el juego entablado de suerte que no le podría perder.
Escribió a Centeno que no diese batalla hasta juntarse con él. Aderezó las
armas y arcabuces, que venían tomados y perdidos. Envió a don Juan de Sandoval
a recoger en San Miguel los que de Pizarro y otros cabos acudían. Llamó a
Mercadillo que trajese la gente de Bracamoros, y a otros capitanes, a cuyo
mandado y fama vinieron muchos de muchas partes, Sebastián de Benalcázar,
Francisco de Olmos, Rodrigo de Salazar y otros capitanes. Viendo, pues, que
todos venían y estaban por el emperador, envió Gasca un mensajero a la Nueva
España, que no enviase el virrey a don Francisco, su hijo, con los seiscientos
hombres que a punto tenía, pues no eran menester. No vino por esto don
Francisco de Mendoza, mas vino Gómez Arias y el oidor Ramírez con los de
Nicaragua y Cuauhtemallán. Así que de Túmbez fue Gasca a Trujillo con la parte
de los que tenía, y envió los demás a Caxamalca por la sierra con el adelantado
Pascual de Andagoya y Pedro de Hinojosa, su general, para llevar los que allí
estaban a Jauja, donde, se juntaron todos, por ser tierra proveída de
mantenimientos. Pasaron gran trabajo los unos y los otros con las nieves y
sierras, hasta llegar allí. Llegó primero él; y como supo el vencimiento y
perdición de Centeno, recelóse algo y envió al mariscal Alonso de Alvarado a
Los Reyes por los españoles que Aldana tenía, con dineros emprestados para
socorrer y pagar los soldados. Recorrió las armas, aderezó los arcabuces y
tiros, hizo pelotas y pólvora, coseletes, picas, lanzas jinetas y de armas con
una solicitud admirable. Envió a correr y espiar el camino del Cuzco a Alonso
Mercadillo, y tras él a Lope Martín, portugués, que se adelantó y fue a tierra
de Andagoalas, y dio de noche sobre cierta gente de Pizarro que había venido
por bastimento y por los caciques. Peleó y venciólos, aunque eran muchos más;
ahorcó algunos, y trajo hartos que informaron a Gasca del estado, ánimo y
pensamientos de Gonzalo Pizarro; [266] y por su información envió allá a Mercadillo y a Palomino
con sus arcabuceros que ocupasen y defendiesen aquel valle de Andagoalas, que
por ser proveído era importante para la guerra. Llegaron en aquella sazón
Alonso de Mendoza, Hierónimo de Villegas, Antonio de Ulloa y otros que se
habían escapado de la de Guarina, con el obispo del Cuzco, y desde a poco
Hinojosa y Andagoya con toda la gente de Caxamalca, y luego Alvarado con la de
Los Reyes. Así que Gasca, como tuvo junta toda la gente, nombró capitanes a los
que ya lo eran, general a Hinojosa, maestro de campo al mariscal Alvarado, y
alférez del estandarte real al licenciado Benito Juárez de Caravajal, y dio la
artillería a Gabriel de Rojas. Pagó a muchos soldados, que descontentos andaban
y aun soliviantados con la gran victoria de Pizarro, que lo tenían por
invencible en el Perú y por señor de todo él. Y porque había novedades
ahorcaron al capitán Pedro de Bustinca y otros noveleros y pizarristas. Pasaron
alarde más de dos mil españoles, harto lucida gente. Algunos disminuyen y otros
acrecientan este número. Había quinientos caballos y novecientos y cincuenta
arcabuceros, y muchos coseletes y arneses. De Jauja fueron a Guamanga, donde
comenzaron a sentir falta de vituallas; y en Bilcas repartió la comida el oidor
Cianca. Llegados en Andagoalas, comieron mejor; mas como el maíz era verde,
adoleció la cuarta parte del ejército, y entonces se conoció el provecho del
hospital que Gasca ordenara. Llovió tanto sin descampar, treinta noches y días
que allí estuvieron, que se pudrían las tiendas de campo y se hinchaban y
tullían los hombres con la humedad y frío. Llegaron allí Diego Centeno y Pedro
de Valdivia, que venía de Chili a pedir gente de socorro; con los cuales se
holgó Gasca y todo el campo, y corrieron cañas y sortija de placer. Hizo Gasca
a Valdivia coronel de la infantería. Estaban todos ganosos de pelear, y Gasca
de concluir la guerra; y así caminaron a buscar los enemigos en comenzando las
aguas de avadar.
Como Gasca paso el río Apurima sin contraste
Partió
Gasca de Andagoalas por marzo, y pasó la puente de Abancay con increíble
alegría de todo su ejército. Llevaba buen concierto y consejo de guerra, y
mucha reputación con los obispos del Perú, y grandes espías, que dijeron cómo
los enemigos habían quebrado las puentes de Apurima, que a veinte leguas está
del Cuzco. Llegó, pues, al río y mandó traer madera y rama para hacer puentes,
lo cual trajeron los indios con presteza y voluntad, aunque lloviendo. Era el
río trescientos pies de ancho, y no bastaban vigas; era hondo, y no había
manera de hincar postes; y por eso hicieron muchas criznejas de vergaza, que
son unas largas y gordas maromas como [267] sogas de noria, las cuales atravesadas sirven de puente.
Parecióles que sería bien, para encubrir su intención, comenzar tres puentes:
una en el camino real; otra en Cotabamba, doce leguas el río arriba; otra más
arriba, en ciertos pueblos de don Pedro Puertocarrero. Fueron a Cotabamba para
pasar por allí, y cegaron algunos en la sierra, que nevada estaba.
Contradijeron aquel paso algunos capitanes, especialmente Lope Martín, dando
razones cómo era mejor pasar el río más arriba. Fueron a verlo Pedro de
Valdivia, Diego de Mora, Gabriel de Rojas y Francisco Hernández Aldana; y como
dijeron ser mejor, hiciéronlo. Lope Martín, que guardaba la ribera y criznejas,
corno supo que llegaba el campo, echó las maromas sin que se lo mandasen. Y ya
que atadas tenía tres de ellas a la otra parte, cargaron los indios y velas de
Pizarro y cortaron o quemaron las dos sin mucha contradicción; y avisaron de
ello a Pizarro, llevándole treinta cabezas de españoles que habían muerto,
según dicen. Gasca y todos recibieron gran pesar con tal nueva. Aguijaron con
la infantería para remediar aquel error, y en llegando hizo Gasca pasar en
balsas a los capitanes de arcabuceros, y luego piqueros y algunos caballos.
Hartos pasaron a nado por sí y en sus caballos. Corno iban pasando iban atando
criznejas; y como nadie los estorbaba, hicieron la puente aquella noche y el
día siguiente, por la cual pasó después a salvo todo el resto del ejército.
Muchos pasaron a gatas aquella noche por las criznejas: tanta gana lo tenían, o
tanta prisa Gasca les daba; y fue maravilla no caer, que hacía oscuro, aunque
la oscuridad les valería para no desvanecer mirando el agua. Era muy agra la
ribera por ambas partes, y mucha la prisa de pasar; y así, cayeron algunos
rempujándose unos a otros, de los cuales se ahogaron hartos que no sabían ni
podían nadar con la gran corriente del río; y también se ahogaron muchos
caballos, que todo fue gran pérdida para tal tiempo. Mas pasar fue vencer. No
se puede decir el alegría que todos tenían en haber ganado el río, muralla de
los enemigos, y en no ver gente de Pizarro por allí. Fue don Juan de Sandoval a
reconocer un gran cerro que a vista era y áspero de subir; y como vacío estaba,
ocupáronlo a la hora Hinojosa y Valdivia con buen golpe de gente, donde, si
Juan de Acosta, que venía con cincuenta de caballo arcabuceros, llegara más
presto y trajera mayor compañía, los pudiera fácilmente deshacer, según iban
cansados de subir legua y media de cuesta. Mas como trajese pocos, tornó por
más, y entretanto casi pasaron todos y doce piezas de artillería, y se pusieron
en lo alto del cerro.
La batalla de Xaquixaguana, donde fue preso Gonzalo Pizarro
Pizarro,
entendiendo que Gasca venía a pasar el río de Apurima por Cotabamba, salió del
Cuzco. Andaba en la ciudad días había la fama de la pujanza [268] y venida de Gasca con
gran ejército, y desmandábanse muchos en hablar. Y doña María Calderón, mujer
de Hierónimo de Villegas, dijo que tarde o temprano se habían de acabar los
tiranos. Fue allá Caravajal y dióle un garrote, y ahogóla estando en la cama,
por lo cual chitaron todos. Salió, pues, Pizarro con mil españoles y más, de
los cuales los doscientos llevaban caballos, y los quinientos y cincuenta
arcabuces. Mas no tenían confianza de todos, por ser los cuatrocientos de
aquellos de Centeno; y así, tenía mucha guarda en que no se le fuesen, y
alanceaba a los que se iban. Envió Pizarro dos clérigos, uno tras otro, a
requerir a Gasca por escrito que le mostrase si tenía provisión del emperador
en que le mandase dejar la gobernación; porque mostrándosela originalmente, él
estaba presto a obedecerla y dejar el cargo y aun la tierra; pero si no la
mostrase, que protestaba darle batalla, y que fuese a su culpa y no a la suya.
Gasca prendió los clérigos, avisado que sobornaban a Hinojosa y otros, y
respondió que se diese, enviándole perdón para él y para todos sus secuaces, y
diciéndole cuánta honra ganado habría en hacer al emperador revocar las
ordenanzas, si servidor y en gracia quedaba de su majestad, como solía, y
cuánta obligación le tendrían todos dándose sin batalla, unos por quedar
perdonados, otros por quedar ricos, otros por quedar vivos, ca peleando suelen
morir. Mas era predicar en el desierto, por su gran obstinación y de los que le
aconsejaban, ca, o estaban como desesperados, o se tenían por invencibles; y a
la verdad, ellos estaban en muy fuerte sitio y tenían gran servicio de indios y
comida. Asentara Pizarro su real donde por un cabo lo cercaba una gran
barranca, por otro una peña tajada, que no se podía subir a pie ni a caballo.
La entrada era angosta, fuerte y artillada; de suerte que no podía ser tomado
por fuerza, ni menos por hambre, ca tenía cierta, como dije, la comida con los
indios. Salió Pizarro fuera entonces y dio una pavonada en gentil ordenanza,
disparando sus tiros y arcabuces, y aun escaramuzaron los unos corredores con
los otros y se deshonraban. Los nuestros decían: "¡traidores, desleales,
crueles!"; y ellos: "¡esclavos, abatidos, pobres, irregulares!";
porque Gasca y los obispos y frailes predicadores batallaban. Empero no se
conocían con la mucha niebla que hizo aquella tarde. Gasca y otros querían excusar
batalla, por no matar ni morir, y pensaban que todos o los más de Pizarro se
les pasarían; y así le sería forzado darse. Mas entrando aquella noche en
consejo acordaron de darla, porque no tenían buen recaudo de agua ni pan ni
leña, helando mucho, y porque no se pasasen de los suyos a Pizarro, que de
todas aquellas cosas tenía gran abundancia. Así que todos estuvieron armados y
en vela toda la noche y sin parar las tiendas, y con el gran frío se les
cayeron a muchos las lanzas de las manos. Quiso Juan de Acosta ir con
seiscientos hombres encamisados aquella noche, que fue domingo, a desbaratar a
Gasca, teniendo por averiguado que lo desbaratara según el frío y miedo de los
suyos. Mas Pizarro se lo estorbó, diciendo: "Juan, pues lo tenemos ganado,
no lo queráis aventurar"; que fue soberbia o ceguera para perderse. Cuando
el alba vino, comenzaron a sonar los atambores y trompetas de Gasca:
"arma, arma, cabalga, cabalga, que los enemigos vienen". Iban [269] ciertos de Pizarro
con arcabuces subiendo el cerro arriba. Saliéronles al encuentro Juan Alonso
Palomino y Hernando Mejía con sus trescientos arcabuceros, y escaramuzando con
ellos les hicieron volver a su puesto. Enviaron Valdivia y Alvarado por la
artillería; bajó luego todo el ejército al llano de Xaquixaguana, por detrás de
aquella misma cuesta, y tan agra bajada tuvieron, que llevaban los caballos de
rienda; y como bajaban, se ponían en hilera con sus banderas, según Diego de
Villavicencio, de Jerez de la Frontera, sargento mayor, disponía. Hiciéronse
dos escuadrones de la infantería, cuyos capitanes eran el licenciado Ramírez,
don Baltasar de Castilla, Pablo de Meneses, Diego de Urbina, Gómez de Solís,
don Fernando de Cárdenas, Cristóbal Mosquera, Hierónimo de Aliaga, Francisco de
Olmos, Miguel de la Serna, Martín de Robles, Gómez de Arias y otros. Hiciéronse
otros dos batallones de la caballería, que tomaron en medio de los peones. Del
que iba al lado izquierdo eran capitanes Sebastián de Benalcázar, Rodrigo de
Salazar, Diego de Mora, Juan de Saavedra y Francisco Hernández de Aldana. Del
que iba al derecho con el pendón real, que llevaba el licenciado Caravajal,
eran don Pedro de Cabrera, Gómez de Alvarado, Alonso Mercadillo, el oidor
Cianca y Pedro de Hinojosa, que de todos era general. Iban también por aquel
cabo, algo apartados y delanteros, Alonso de Mendoza y Diego Centeno por
sobresalientes para las necesidades. Gasca y los obispos y frailes bajaron con
Pardabe tras la artillería que llevaban Gabriel de Rojas, Alvarado, Valdivia,
con Mejía y Palomino; los cuales dos capitanes se pusieron por mangas de la
batalla con cada ciento y cincuenta arcabuceros; Hernando Mejía y Pardabe a la
diestra, por hacia el río, y a la siniestra, por hacia la montaña, Juan Alonso
Palomino. Ordenadas, pues, las haces como dicho es para la batalla, caminó
Hinojosa paso a paso hasta poner el ejército a tiro de arcabuz del enemigo, en
un bajo donde no lo podía coger la artillería contraria. Pizarro dijo a Cepeda
que ordenase la batalla. Cepeda, que deseaba pasarse a Gasca sin que le matasen,
vio ser entonces su hora, y dándole a entender cómo no era bueno aquel lugar,
por jugar de lleno en él la artillería de Gasca, pasó la barranca como que a
tomar otro asiento bajo, donde no les dañase la artillería, y en viéndose allá
puso las piernas a su caballo para irse a Gasca. Cayó luego, como iba alterado
y medroso, en un aguacero, y si no le sacan unos negros que enviara delante, lo
alancearan los de Pizarro, que le seguían. Desmayaron mucho en el real de
Pizarro con la ida de Cepeda, y con que tras él se fueron Garcilaso de la Vega
y otros principales. Gasca abrazó y besó en el carrillo a Cepeda, aunque lo
llevaba encenagado, teniendo por vencido a Pizarro con su falta, ca, según
pareció, Cepeda le hubo avisado con fray Antonio de Castro, prior de Santo
Domingo, en Arequipa, que si Pizarro no quisiese concierto ninguno, él se
pasaría al servicio del emperador a tiempo que le deshiciese. Pesóle mucho a
Pizarro la ida de los unos y el desmayo de los otros, mas con buen esfuerzo se
estaba quedo. Pizarro, viendo los enemigos cerca, envió muchos arcabuceros a
picarlos; puso los indios, que muchos eran, en una ladera; dio cargo de la
artillería a Pedro de Soria; ordenó dos haces de su gente: una [270] de los peones, que
encomendó a Francisco de Caravajal, cuyos capitanes eran Juan Vélez de Guevara,
Francisco Maldonado, Juan de la Torre, Sebastián de Vergara y Diego Guillén;
otra de los caballeros, que quiso él regir, de la cual estaban por capitanes el
oidor Cepeda y Juan de Acosta. Estando, pues, así todos con semblante de
pelear, jugaba la artillería de ambas partes; la de Pizarro se pasaba por alto,
y la de Gasca tiraba como al hito; y así acertó de los primeros tiros una
pelota al toldo de Pizarro y matóle un paje, por lo cual abatieron las tiendas
los indios con mandamiento de Caravajal, el cual, que iba con los arcabuceros a
escaramuzar, envió a decir a Pizarro que se apercibiese a la batalla, pensando
que le acometerían los de Gasca con la furia y desorden que los de Centeno y
Blasco Núñez; pero Hinojosa estuvo también quedo, porque se lo aconsejaban los
que de Pizarro se le pasaban, afirmando que sin pelear vencerían. Estaban los
ejércitos a tiro de arcabuz, y recogían Mendoza y Centeno, que a ese propósito
se adelantaron un poco, los que se pasaban, entretanto que los unos y los otros
arcabuceros escaramuzaban. Pedro Martín de Cecilia y otros alanceaban los que
se iban de Pizarro; mas no podían detenerlos, ca se pasaron de un tropel
treinta y tres arcabuceros, y luego arrojaron las armas en el suelo muchos,
diciendo que no pelearían; y en breve se deshicieron los escuadrones. Y así
embelesaron Pizarro y sus capitanes, que ni pudieron pelear ni quisieron huir,
y fueron tomados a manos, como dicen. Preguntó Pizarro a Juan de Acosta qué
harían, y respondiendo se fuesen a Gasca. "Vamos, dijo, pues, a morir como
cristianos"; palabra de cristiano y ánimo de esforzado. Quiso rendirse
antes que huir, ca nunca sus enemigos le vieron las espaldas. Viendo cerca a
Villavicencio, le preguntó quién era; y como respondió que sargento mayor del
campo imperial, dijo: "Pues yo soy el sinventura Gonzalo Pizarro"; y
entrególe su estoque. Iba muy galán y gentilhombre, sobre un poderoso caballo
castaño, armado de cota y coracinas ricas, con una sobrerropa de raso bien
golpeada y un capote de oro en la cabeza, con su barbote de lo mismo.
Villavicencio, alegre con tal prisionero, lo llevó luego, así como estaba, a
Gasca, el cual, entre otras cosas, le dijo si le parecía bien haberse alzado
con la tierra contra el emperador. Pizarro dijo: "Señor, yo y mis hermanos
la ganamos a nuestra costa, y en quererla gobernar como su majestad lo había
dicho no pensé que erraba". Gasca entonces dijo dos veces que le quitasen
de allí, con enojo. Dióle en guarda a Diego Centeno, que se lo suplicó. De la
manera que dicho es venció y prendió Gasca a Gonzalo Pizarro. Murieron diez o
doce de Pizarro y uno de Gasca. Nunca batalla se dio en que tantos capitanes
fuesen letrados, ca fueron cinco licenciados, Cianca, Ramírez, Caravajal,
Cepeda y Gasca, caudillo mayor, el cual iba en los delanteros con su zamarra,
ordenaba la artillería y animaba los de caballo que corriesen tras los que
huían. Fray Rocha lo acompañaba con una alabarda en las manos, y los obispos
andaban entre los arcabuces forzando los arcabuceros contra los tiranos y
desleales. Saquearon al real de Pizarro, y muchos soldados hubo que tomaron a
cinco y a seis mil pesos de oro, y mulas y caballos. Uno de Pizarro topó una
acémila [271]
cargada de oro; derribó la carga y fuése con la bestia, no mirando el necio los
líos,
La muerte de Gonzalo Pizarro por justicia
Envió
Gasca luego al Cuzco a Martín de Robles con su compañía que prendiese los
huídos y guardase la ciudad de saco y fuego. Cometió la causa de Pizarro y de
los otros presos al licenciado Cianca y mariscal Alvarado, los cuales, haciendo
su proceso, sentenciaron trece de ellos a muerte por traidores, y ejecutaron la
sentencia otro día de la batalla. Sacaron a Gonzalo Pizarro a degollar en una
mula ensillada, atadas las manos y cubierto con una capa. Murió como cristiano,
sin hablar, con gran autoridad y semblante. Fue llevada su cabeza y puesta en
la plaza de Los Reyes sobre un pilar de mármol, rodeado de una red de hierro, y
escrito así: "Esta es la cabeza del traidor de Gonzalo Pizarro, que dio
batalla campal en el valle de Xaquixaguana contra el estandarte real del
emperador, lunes 9 de abril del año de 1548". Así acabó Gonzalo Pizarro,
hombre que nunca fue vencido en batalla que diese, y dio muchas, Diego Centeno
pagó al verdugo las ropas, que ricas eran, por que no lo desnudase, y lo
enterró con ellas en el Cuzco. Ahorcaron y descuartizaron a Francisco de
Caravajal, de Ragama; a Juan de Acosta, Francisco Maldonado, Juan Vélez de
Guevara, Dionisio de Bobadilla, Gonzalo Morales de Almajano, Juan de la Torre,
Pedro de Soria, de Calatañazor; Gonzalo de los Nidos, que le sacaron la lengua
por el colodrillo, y otros tres o cuatro. Azotaron y desterraron muchos a las
galeras y al Chili. Francisco de Caravajal estuvo duro de confesar. Cuando le
leyeron la sentencia que lo mandaban ahorcar, hacer cuartos y poner la cabeza
con la de Pizarro, dijo: "Basta matar". Fue Centeno a verle la noche
antes que lo matasen, y él hizo que no lo conocía; y como le dijeron quién era,
respondió que, como siempre lo había visto por las espaldas, no lo conocía,
dando a entender que siempre le huyó. Largo sería de contar sus dichos y hechos
crueles; los contados bastan para la declaración de su agudeza, avaricia e
inhumanidad. Había ochenta y cuatro años; fue alférez en la batalla de Rávena y
soldado del Gran Capitán, y era el más famoso guerrero de cuantos españoles han
a Indias pasado, aunque no muy valiente ni diestro, Dicen por encarecimiento:
"Tan cruel como Caravajal"; porque de cuatrocientos españoles que Pizarro
mató fuera de batallas, después que Blasco Núñez entró en el Perú, él los mató
casi todos con unos negros que para eso traía siempre consigo. Murieron casi
otros mil sobre las ordenanzas, y más de veinte mil indios llevando cargas y
huyendo a los yermos por no llevarlas donde perecían de hambre y sed, Por que
no huyesen, ataban muchos de ellos juntos [272] y por los pescuezos, y cortaban la cabeza al que se
cansaba o adolecía, por no pararse ni detenerse; cosa que los buenos podían
mirar y no castigar.
El repartimiento de indios que Gasca hizo entre los
españoles
En
siendo degollado Pizarro, se fue Gasca al Cuzco con todo el ejército para dar
asiento en los negocios tocantes al sosiego y contento de los españoles, al
bien y descanso de los indios y al servicio del rey y de Dios, que lo más
principal era. Como llegó, derribaron las casas de Pizarro y de otros traidores
y sembráronlas de sal, y pusieron otra piedra con letras que dicen: "Estas
casas eran del traidor de Gonzalo Pizarro". Envió Gasca al capitán Alonso
de Mendoza con gente a los Charcas a prender los pizarristas que allí huído
habían y traer los quintos y tributos del rey. Envió eso mismo a Gabriel de
Rojas, a Diego de Mora y a otros, por toda la tierra, a recoger las rentas y
quinto real. Hizo un pueblo entre el Cuzco y el Collao, que llaman Nuevo.
Despachó al Chili a Pedro de Valdivia con la gente que seguirle quiso, y al
capitán Benavente a su conquista, tierra hacia Quito, y rica de ganado y minas
de oro. Proveyó a Diego Centeno para las minas de Potosí, que caen en los
Charcas y que son las mejores del Perú y aun del mundo, ca de un quintal de
mineral sale medio de plata y mucho más, y una cuesta hay allí, toda veteada de
plata, que tiene media legua de alto y una de circuito. Dio licencia que se
fuesen a sus casas y pueblos todos los que tenían vecindad, vasallos y
hacienda. Era todo esto para desecharlos de sí, que lo fatigaban pidiéndole
repartimientos y en qué vivir. Salióse, pues, a Apurima, doce leguas del Cuzco,
y allí consultó el repartimiento con el arzobispo de Los Reyes, Loaisa, y con
el secretario Pero López, y dio millón y medio de renta, y aun más, a diversas
personas, y ciento y cincuenta mil castellanos en oro, que sacó a los
encomenderos. Casó muchas viudas ricas con hombres que habían bien servido al
rey. Mejoró a muchos que ya tenían repartimientos, y tal hubo que llevó cien
mil ducados por año, renta de un príncipe, si no se acabara con la vida; mas el
emperador no la da por herencia. Quien más llevó fue Hinojosa. Fuése Gasca a
Los Reyes por no oír quejas, reniegos y maldiciones de soldados, y aun de
temor, enviando al Cuzco al arzobispo a publicar el repartimiento y a cumplir
de palabra con los que sin dineros y vasallos quedaban, prometiéndoles grandes
mercedes para después. No pudo el arzobispo, por bien que les habló, aplacar la
saña de los soldados a quien no les alcanzó parte del repartimiento, ni la de
muchos que poco les cupo. Unos se quejaban de Gasca porque no les [273] dio nada; otros,
porque poco, y otros, porque lo había dado a quien desirviera al rey y a
confesos, jurando que lo tenían de acusar en Consejo de Indias; y así, hubo
algunos, como el mariscal Alonso de Alvarado y Melchior Verdugo, que después
escribieron mal de él al fiscal, por vía de acusación. Finalmente, platicaron
de amotinarse, prendiendo al arzobispo, al oidor Cianca, a Hinojosa, a Centeno
y Alvarado, y rogar al presidente Gasca reconociese los repartimientos y diese
parte a todos, dividiendo aquellos grandes repartimientos o echándoles
pensiones, y si no, que se los tomarían ellos. Descubrióse luego esto, y Cianca
prendió y castigó las cabezas del motín, con que todo se apaciguó.
La tasa que de los tributos hizo Gasca
Asentó
Gasca en Los Reyes Audiencia real, y presidió como presidente a todas las
causas y negocios de gobernación. Eran oidores los licenciados Andrés de
Cianca, Pedro Maldonado Santillán y el doctor Melchior Bravo de Saravia,
natural de Soria, caballero de ciencia y conciencia, que tenía la segunda silla
y audiencia. Procuró Gasca la conversión de los indios que aún no eran
bautizados, y que continuasen la predicación y doctrina cristiana los obispos,
frailes y clérigos porque con las guerras habían aflojado. Vedó, so grandísimas
penas, que no cargasen indios contra su voluntad ni los tuviesen por esclavos,
que así lo mandaban el papa y el emperador; mas por la gran falta de bestias de
carga, proveyó en muchas partes que se cargasen como lo hacían en tiempo de
idolatría, sirviendo a sus incas y señores, que fue un pecho personal, por el
cual les quitaron la tercia parte del tributo. Empero mandóse que no los
sacasen de su natural, porque no se destemplasen y muriesen, sino que los
criados en los llanos, tierra caliente, sirviesen allí, y los serranos, hechos
al frío, no bajasen al llano, y que los remudasen a tiempos, por que no
llevasen siempre unos la carga. También dejó muchos que llaman matimaes y que
son como esclavos, según y de la manera que Guainacapa los tenía, y mandó a los
demás ir a sus tierras; pero muchos de ellos no quisieron sino estarse con sus
amos, diciendo que se hallaban bien con ellos, y aprendían cristiandad con oír
misa y sermones, y ganaban dineros con vender, comprar y servir. Dicen que
faltan los medios de lo conquistado en el Perú por cargarlos mucho y a menudo;
que los encomenderos no lo podían ni osaban contradecir a los soldados, que sin
piedad ninguna los llevaban, o mataban si no iban; y aun en presencia de Gasca,
durante la guerra y camino, lo hacían. Escogió Gasca muchas personas de bien
que visitasen la tierra. Dióles ciertas instrucciones; encargóles la conciencia
y tomóles juramento en manos del sacerdote, que les dijo una [274] misa del Espíritu
Santo, que harían bien y fielmente su oficio. Aquellos visitadores anduvieron
todos los pueblos del Perú que sujetos están al emperador, unos por un cabo y
otros por otro. Tomaron juramento a los encomenderos o sus personeros, aunque
fuesen del rey, que declarasen cuántos indios, sin viejos y niños, había en sus
lugares y repartimientos, y que y cuánto pechaban. Echábanlos fuera de su
tierra, y examinaban los caciques e indios sobre las vejaciones y demasías que
sus dueños les hacían, y sobre qué cosas se criaban y cogían en su territorio;
qué solían tributar a los incas; dónde llevaban los tributos, ca tributaban a
sus incas lagartijas, ranas y tales cosas, si no la tenían; y lo que al
presente pagaban, pagar podrían en adelante, dándoles a entender la merced que
les hacía el emperador en moderar el tributo y dejarlos casi francos y señores
de sus propias haciendas y granjerías, ca muchos indios del llano, que viven
sin casas ni población, como entendieron la visita y tasa, huyeron, pensando
que cuanto menos personas hallasen los visitadores, menos pechos pondrían, y
así quedarían libres en la hacienda como en la persona. Vueltos, pues, que
fueron los visitadores, encomendó Gasca la tasación al arzobispo Loaisa y a
Tomás San Martín y Domingo de Santo Tomás, frailes dominicos. Los cuales
tomando el parecer de los visitadores, y cotejando los dichos de los señores y
de los vasallos, tasaron los tributos mucho menos que los mismos indios decían
que podrían buenamente pagar. Gasca lo mandó así, y que cada pueblo pagase su
pecho en aquello que su tierra producía; si oro, en oro; si plata, en plata; si
coca, en coca; si algodón, sal y ganado, en ello mismo, aunque mandó a muchos
pagar en oro y plata no teniendo minas, por razón que se diesen al trabajo y
trato para haber aquel oro, criando aves, seda, cabras, puercos y ovejas y
llevándolo a vender a los pueblos y mercados, juntamente con leña, yerba, grano
y tales cosas; y por que se vezasen a ganar jornal trabajando y sirviendo en
las casas y haciendas de los españoles y aprendiesen sus costumbres y vida
política cristiana, perdiendo la idolatría y borracherías a que con la gran
ociosidad mucho se dan. Publicóse, pues, la tasa, y quedaron muy alegres los
indios y contentos, que de antes no descansaban ni dormían, pensando en los
cogedores; y si dormían, los soñaban. Quedóles puesta pena si dentro de cierto
tiempo de cada un año, en veinte días después, no pagasen sus tributos y
pechos. Y al encomendero que llevase más de la tasa, el cuatro tanto por la
primera vez, y por la segunda, que perdiese la encomienda y repartimiento. [275]
Los gastos que Gasca hizo y el tesoro que juntó
No
entró Gasca en el Nombre de Dios con más de cuatrocientos ducados; empero buscó
prestados y a cambio cuantos dineros menester hubo para la guerra, cuando
Pizarro se puso en resistencia; con los cuales compró armas, artillería,
caballos y matalotaje; pagó el sueldo y dio socorros, e hizo otros muchos
gastos, en que, echada cuenta por pluma, gastó novecientos mil pesos de oro
desde que llegó hasta que salió del Perú, ca fue necesario gastar largo con los
españoles, y valían carísimo las cosas de Castilla, no solamente las de comer y
vestir, pero las de guerrear, como eran caballos, arcabuces y coseletes, y es
de notar que, siendo aquella tierra tan cara y lejos, hay tantas y tan buenas
armas y caballos; mas allá van mercaderías donde quieren dineros. Recogió Gasca
las rentas y quintos del rey y el oro y plata de los traidores y condenados, y
allegó tanto tesoro, que pagó los novecientos mil pesos, y le quedaron para
traer al emperador un millón y trescientos mil castellanos en plata y oro, cosa
de que mucho se maravillaron todos, y no por el dinero, sino por la manera con
que lo juntó. Nunca procuró ni tomó para sí un real, y así, digo que nunca pasó
al Perú español, con cargo ni sin él, que no tomase algo, sino Gasca, que no le
conocieron, aunque lo miraron, señal de avaricia, por la cual se perdieron y
mataron cuantos habemos contado en las guerras del Perú. Sacó, empero, a Blasco
Núñez Vela, que realísimamente fue servidor del emperador y libre de tal vicio,
aunque porfió algo los negocios por sus diez y ocho mil ducados de salario.
Gabriel de Rojas sacó demasiado a los indios vacos en cabeza del rey, y a los
españoles que favorecieron a Pizarro y a los que no le favorecieron, diciendo
que se habían estado a la mira, todo lo cual pasó de un millón; y como murió en
el camino casi súbitamente, dijeron que por juicio de Dios, y que se aparecía
espantosamente a ciertos frailes de Santo Domingo de Lima. Y pues hablamos de
tesoro, bien es decir la riqueza del Perú que hasta aquí nuestros españoles han
habido, así en lo que hallaron en poder de los indios como en lo que sacaron de
minas, que mucho es. Agustín de Zárate, que tomó las cuentas, halló cargados a
los oficiales del rey, en los libros de cuentas, un millón y ochocientos mil
pesos de oro, y seiscientos mil marcos de plata del quinto y rentas reales, y
toda esta plata y oro ha venido en España de una o de otra manera, porque allá
no la quieren para más de traerla, y danse tanta prisa a traerla como a sacarla
y haberla. Aunque don Diego de Almagro, Vaca de Castro, Blasco Núñez, Gonzalo
Pizarro, Gasca y otros capitanes gastaron mucho de lo del rey en las guerras;
mas todo al fin, como dije, es venido a España, y es una cantidad increíble,
pero cierta. [276]
Consideraciones
De
cuantos españoles han gobernado el Perú no ha escapado ninguno, sino es Gasca,
de ser por ello muerto o preso, que no se debe poner en olvido. Francisco
Pizarro, que lo descubrió, y sus hermanos, ahogaron a Diego de Almagro; don
Diego de Almagro, su hijo, hizo matar a Francisco Pizarro; el licenciado Vaca
de Castro degolló a don Diego; Blasco Núñez Vela prendió a Vaca de Castro, el
cual aún no está fuera de prisión; Gonzalo Pizarro mató en batalla a Blasco
Núñez; Gasca justició a Gonzalo Pizarro y echó preso al oidor Cepeda, que los
otros sus compañeros ya eran muertos; los Contreras, como luego declararemos,
quisieron matar a Gasca. También hallaréis que han muerto más de ciento y
cincuenta capitanes y hombres con cargo de justicia, unos a manos de indios,
otros peleando entre sí, y los más ahorcados. Atribuyen los indios, y aun
muchos españoles estas muertes y guerras a la constelación de la tierra y
riqueza; yo lo echo a la malicia y avaricia de los hombres. Dicen ellos que
nunca después que se acuerdan (algunos han cien años) faltó guerra en el Perú;
porque Guainacapa y Opangui, su padre, tuvieron continuamente guerras con sus
comarcanos por señorear solos aquella tierra. Guaxcar y Atabaliba pelearon
sobre cuál sería inca y monarca, y Atabaliba mató a Guaxcar, su hermano mayor,
y Francisco Pizarro mató y privó del reino al Atabaliba por traidor, y cuantos
su muerte procuraron y consintieron han acabado desastradamente, que también es
otra consideración. Ya leístes el fin de Diego de Almagro, Francisco y Gonzalo
Pizarro. A Juan Pizarro, que de todos sus hermanos era el más valiente, mataron
indios en el Cuzco, y Juan de Rada y sus consortes, a Francisco Martín de
Alcántara. Los isleños de Puna mataron a palos al obispo fray Vicente de
Valverde, que huía de don Diego de Almagro, y al doctor Velázquez, su cuñado, y
al capitán Juan de Valduneso, con otros muchos. Almagro ahorcó a Felipillo allá
en Chili; Hernando de Soto pereció en la Florida, y otros en otras partes.
Algunos viven de aquéllos, como es Fernando Pizarro, que, si bien no se halló
en la muerte de Atabaliba, está en la Mota de Medina del Campo por la muerte de
Almagro y batalla de las Salinas y otras muchas cosas.
Otras consideraciones
Comenzaron
los bandos entre Pizarro y Almagro por ambición y sobre quién gobernaría el
Cuzco; empero crecieron por avaricia y llegaron a mucha crueldad [277] por ira y envidia; y
plega a Dios que no duren como en Italia güelfos y gibelinos. Siguieron a Diego
de Almagro porque daba, y a Francisco Pizarro porque podía dar. Después de
ambos muertos, han seguido siempre al que pensaban que les daría más y presto.
Muchos han dejado al rey porque no les tenía de dar, y pocos son los que fueron
siempre leales, ca el oro ciega el sentido, y es tanto lo del Perú, que pone
admiración. Pues así como han seguido diferentes partes, han tenido doblados
corazones y aun lenguas; por lo cual nunca decían verdad sino cuando hallaban
malicia. Corrompían los hombres con dineros para jurar falsedades; acusaban
unos a otros maliciosamente por mandar, por haber, por venganza, por envidia y
aun por su pasatiempo; mataban por justicia sin justicia, y todo por ser ricos.
Así que muchas cosas se encubrieron que convenía publicar y que no se pueden
averiguar en tela de juicio, probando cada uno su intención. Muchos hay también
que han servido al rey de los cuales no se cuenta mucho, por ser hombres
particulares y sin cargos; que aquí solamente se trata de los gobernadores,
capitanes y personas señaladas, y porque sería imposible decir de todos, y
porque les vale más quedar en el tintero. Quien se sintiere, calle, pues está
libre y rico; no hurgue por su mal. Si bien hizo y no es loado, eche la culpa a
sus compañeros; y si mal hizo y es mentado, échela a sí mismo.
El robo que los Contreras hicieron a Gasca volviendo a España
Diose
Gasca muy gran prisa y maña, después que castigó a Pizarro y a los otros
revoltosos y bandoleros, a poner en concierto la justicia, a gratificar los
soldados, a tasar los tributos, a recoger dineros y a dejar la gente y tierra
llana, pacífica y mejorada para volverse a España: cosa que mucho deseaba.
Embarcó millón y medio para el rey, y otro tanto y más de particulares, y fuése
a Panamá; dejó allí seiscientos mil pesos por no tener en qué llevarlos, y
caminó al Nombre de Dios. Llegaron luego a Panamá con doscientos soldados
españoles dos hijos de Rodrigo de Contreras, gobernador de Nicaragua, y tomaron
aquellos seiscientos mil castellanos que Gasca dejó y cuanto más dineros y ropa
pudieron, entrando por fuerza en la ciudad y en las casas. El uno de ellos se
fue con la presa en dos o tres naos, y el otro echó tras Gasca por quitarle
todo el oro y plata que llevaba, y la vida: tan ciego y soberbio estaba. Habían
estos Contreras muerto al obispo de Nicaragua, fray Antonio de Valdivieso,
porque escribió mal de su padre a Castilla, donde andaba en negocios. Andaban
homicianos, pobres y huidos; recogieron los pizarristas que iban huyendo de
Gasca y otros perdidos, y [278] acordaron de hacer aquel asalto por enriquecer, diciendo
que aquel tesoro y todo el Perú era suyo y les pertenecía como a nietos de
Pedrarias de Avila, que tuvo compañía con Pizarro, Almagro y Luque, y los envió
y se alzaron: color malo, empero bastante para traer a ruines a su propósito.
En fin, ellos hicieron un asalto y hurto calificado si con él se contentaran,
aunque no escaparan de las manos del rey, que alcanzan mucho. Supo Gasca lo uno
y lo otro de vecinos de Panamá, puso en cobro el tesoro y volvió con gente.
Peleó con los de Contreras y venciólos; prendió y justició cuantos quiso. Huyó
el Contreras, y ahogóse cerca de allí pasando un río. Despachó Gasca naos tras
el otro Contreras bien armadas de tiros y arcabuceros; los cuales se dieron tan
buena diligencia y cobro, que lo alcanzaron. Tomáronle las naos y los dineros
peleando, mataron cuantos con él iban, sino fueron diez o doce, en el combate y
justicia que luego hicieron, y así cobró Gasca su hurto y castigó los ladrones:
cosas tan señaladas como dichosas para su honra y memoria. Embarcóse con tanto
en el Nombre de Dios y llegó a España por julio del año de 1550, con grandísima
riqueza para otros y reputación para sí. Tardó en ir y venir y hacer lo que
habéis oído poco más de cuatro años. Hízolo el emperador obispo de Palencia y
llamólo a Augusta, de Alemaña, para que le informase a boca y entera y
ciertamente de aquella tierra y gente del Perú.
La calidad y temple del Perú
Llaman
Perú todas aquellas tierras que hay del mismo río al Chili, y que nombrado
habemos muchas veces en su conquista y guerras civiles, como son Quito, Cuzco,
Charcas, Puerto-Viejo, Túmbez, Arequipa, Lima y Chili. Divídenlo en tres
partes: en llano, sierras y Andes. Lo llano, que arenoso es y muy caliente, cae
a orillas del mar; entra poco en la tierra, pero extiéndese grandemente por
junto al agua. De Túmbez allá no llueve ni truena ni echa rayos en más de
quinientas leguas de costa y diez o veinte de tierra que duran los llanos.
Viven aquí los hombres en las riberas de los ríos que vienen de las sierras,
por muchos valles, los cuales tienen llenos de frutales y otros árboles, bajo
cuya sombra y frescura duermen y moran, ca no hacen otras casas ni camas.
Críanse allí cañas, juncos, espadañas y semejantes yerbas de mucha verdura para
tomar por cama, y unos arbolejos cuyas hojas se secan en tocándolas con la
mano. Siembran algodón, que de suyo es azul, verde, amarillo, leonado y de
otras colores; siembran maíz, y batatas y otras semillas y raíces, que comen, y
riegan las plantas y sembrados por acequias que sacan de los ríos, y cae
también algún rocío. Siembran asimismo [279] una yerba dicha coca, que la precian más que oro ni pan,
la cual requiere tierra muy caliente, y tráenla en la boca todos y siempre,
diciendo que rnata la sed y el hambre: cosa admirable si verdadera. Siembran y
cogen todo el año; no hay lagartos o cocodrilos en los ríos ni costa de estos
llanos de Lima allá; y así, pescan sin miedo y mucho. Comen crudo el pescado,
que así hacen la carne por la mayor parte; toman muchos lobos marinos, que los
hallan buenos de comer, y límpianse los dientes con sus barbas, por ser buenas
para la dentadura; y aun dicen que quitan el dolor de muelas los dientes de
aquellos lobos, si los calientan y los tocan. Comen estos lobos piedras, puede
ser que por lastre; los buitres matan también estos lobos cuando salen a tierra,
que mucho es de ver, y se los comen. Acometen a un lobo marino muchos buitres,
y aun dos solamente se atreven; unos lo pican de la cola y pies, que todo
parece uno, y otros de los ojos, hasta que se los quiebran, y así lo matan
después de ciego y cansado. Son grandes los buitres, y algunos tienen doce y
quince y aun diez y ocho palmos de una punta de ala a otra. Hay garzas blancas
y pardas, papagayos, mochuelos, pitos, ruiseñores, codornices, tórtolas, patos,
palomas, perdices y otras aves que nosotros comemos, excepto gallipavos, que no
crían de Chira o Túmbez adelante. Hay águilas, balcones y otras aves de rapiña,
y de muy extraño y hermoso color; hay un pajarico del tamaño de cigarra, con
linda pluma entre colores, que admira la gente; hay otras aves sin pluma, tan
grandes como ansarones, que nunca salen del mar; tienen empero un blando y
delgado vello por todo el cuerpo. Hay conejos, raposas, ovejas, ciervos y otros
animales, que cazan con redes y arcos y a ojeo de hombres, trayéndolos a
ciertos corrales que para ello hacen. La gente que habita en estos llanos es
grosera, sucia, no esforzada ni hábil; viste poco y malo; cría cabello, y no
barba, y corno es gran tierra, hablan muchas lenguas. En la sierra, que es una
cordillera de montes bien altos y que corre setecientas y más leguas, y que no
se aparta de la mar quince, o cuando mucho veinte, llueve y nieva reciamente, y
así es muy fría. Los que viven entre aquel frío y calor son por la mayor parte
tuertos o ciegos, que por maravilla se hallan dos personas juntas que la una no
sea tuerta. Andan rebozados y tocados por esto, y no por cubrir, como algunos
decían, unos rabillos que les nacían al colodrillo. En muchas partes de esta
fría sierra no hay árboles, y hacen fuego de cierta tierra y céspedes que arden
muy bien. Hay sierras de colores, como es Parnionga, Guarimei; unas coloradas,
otras negras, de que sin otra mezcla hacen tinta; otras amarillas, verdes,
moradas, azules, que se divisan de lejos y parecen muy bien. Hay venados,
lobos, osos negros, y unos gatos que parecen hombres negros. Hay dos suertes de
pacos, que llaman los españoles ovejas, y son, como en otro cabo dijimos, unas
domésticas y otras silvestres. La lana de las unas es grosera, y de las otras
fina, de la cual hacen vestidos, calzado, colchones, mantas, paramentos, sogas,
hilo y la borla que traen los incas. Tienen grandes hatos y granjería de ellas
en Chincha, Caxamalca y otras muchas tierras, y las llevan y traen de un
extremo a otro corno los de Soria y Extremadura, Críanse nabos, altramuces,
acederas y otras yerbas de comer, y una como [280] apio de flor amarilla que sana toda llaga podrida, y si la
ponen donde no hay mal, come la carne hasta el hueso; y así, es buena para lo
malo y mala para lo bueno. No tengo qué decir del oro ni de la plata, pues
donde quiera se halla. En los valles de la sierra, que son muy hondos, hay
calor y se hace la coca y otras cosas que no quieren tierra fría. Los hombres
traen camisas de lana y hondas ceñidas por la cabeza sobre el cabello. Tienen
más fuerza, esfuerzo, cuerpo, razón y policía que los del llano arenoso. Las
mujeres visten largo y sin mangas, fájanse mucho y usan mantellinas sobre los
hombros, prendidas con alfileres cabezudos de oro y plata, a fuer del Cuzco.
Son grandes trabajadoras y ayudan mucho a sus maridos; hacen casas de adobes y
madera, que cubren de uno como esparto. Estas son asperísimas montañas, si las
hay en el mundo, y vienen de la Nueva España, y aun de más allá, por entre
Panamá y el Nombre de Dios, y llegan al estrecho de Magallanes. De aquellos,
pues, nacen grandísimos ríos, que caen en la mar del Sur, y otros mayores en la
del Norte, como son el río de la Plata, el Marañón y el de Orellana, que aún no
está averiguado sí es el mismo Marañón. Los Andes son valles muy poblados y
ricos de minas y ganado; pero aún no hay de ellos tanta noticia como de las
otras tierras.
Cosas notables que hay y que no hay en el Perú
Oro
y plata hay donde quiera, mas no tanto como en el Perú, y fúndenlo en hornillos
con estiércol de ovejas, y al aire, peñas y cerros de colores; no sé dónde lo
hay como aquí; aves hay diferentes de otras partes, como la que no tiene pluma
y la que pequeñísima es, según un poco antes contamos. Los osos, las ovejas y
gatos gesto de negros son propios animales de esta tierra. Gigantes dicen que
hubo en tiempos antiguos, cuyas estatuas halló Francisco Pizarro en Puerto
Viejo y diez o doce años después se hallaron no muy lejos de Trujillo
grandísimos huesos y calaveras con dientes de tres dedos en gordo y cuatro en
largo, que tenían un verdugo por de fuera y estaban negros; lo cual confirmó la
memoria que de ellos anda entre los hombres de la costa. En Colli, cerca de
Trujillo, hay una laguna dulce que tiene el suelo de sal blanca y cuajada. En
los Andes, detrás de Jauja, hay un río que, siendo sus piedras de sal, es
dulce. Una fuente está en Chinca cuya agua convierte la tierra en piedra, y la
piedra y barro en peña. En la costa de San Miguel hay grandes piedras de sal en
la mar, cubiertas de ovas. Otras fuentes o mineros hay en la punta de Santa
Elena que corren un licor, el cual sirve por alquitrán y por pez. No había
caballos, ni bueyes, ni mulos, asnos, cabras, ovejas, perros, a cuya causa no
hay rabia allí ni en todas las [281] Indias. Tampoco había ratones hasta en tiempo de Blasco
Núñez: remanecieron tantos de improviso en San Miguel y otras tierras, que
royeron todos los árboles, cañas de azúcar, maizales, hortaliza y ropa sin
remedio ninguno, y no dejaban dormir a los españoles y espantaban a los indios.
Vino también langosta muy menuda en aquel mismo tiempo, nunca vista en el Perú,
y comió los sembrados. Dio asimismo una cierta sarna en las ovejas y otros
animales del campo, que mató como pestilencia las más de ellas en los llanos,
que ni las aves carniceras las querían comer. De todo esto vino gran daño a los
naturales y extranjeros, que tuvieron poco pan y mucha guerra. Dicen también
que no hay pestilencia, argumento de ser los aires sanísimos, ni piojos, que lo
tengo a mucho; mas los nuestros bien los crían. No usaban moneda, teniendo
tanta plata, oro y otros metales; ni letras, que mayor falta y rudeza era; pero
ya las saben y aprenden de nosotros, que vale más que sus desaprovechadas
riquezas. No es de callar la manera que tienen en hacer sus templos, fortalezas
y puentes: traen la piedra arrastrando a fuerza de brazos, que bestias no hay,
y piedras de diez pies en cuadro, y aun mayores. Asiéntanlas con cal y otro
betún, arriman tierra a la pared, por donde suben la piedra, y cuanto el
edificio crece, tanto levantan la tierra, ca no tienen ingenios de grúas y
tornos de cantería; y así, tardan mucho en semejantes fábricas, y andan
infinitas personas; tal edificio era la fortaleza del Cuzco, la cual era
fuerte, hermosa y magnífica. Los puentes son para reír y aun para caer; en los
ríos hondos y raudos, que no pueden hincar postes, echan una soga de lana o
verga de un cabo a otro por parte alta; cuelgan de ella un cesto como de
vendimiar, que tiene las asas de palo, por más recio; meten allí dentro el
hombre, tiran de otra soga y pásanlo. En otros ríos hacen una puente sobre pies
de un solo tablón, como las que hacen en Tajo para las ovejas; pasan por allí
los indios sin caer ni turbarse, que lo continúan mucho; mas peligran los
españoles, desvaneciendo con la vista del agua y altura y temblor de la tabla;
y así, los más pasan a gatas. También hacen buenas puentes de maromas sobre
pilares que cubren de trenzas, por las cuales pasan caballos, aunque se
bambolean. La primera que pasaron fue entre Iminga y Guaillasmarca, no sin
miedo, la cual era de dos pedazos: por el uno pasaban los incas, orejones y
soldados, y por el otro los demás, y pagaban pontazgos, como pecheros, para
sustentar y reparar el puente, aunque los pueblos más vecinos eran obligados a
tener en pie los puentes. Donde no había puente de ninguna suerte hacían balsas
y artesas, mas la reciura de los ríos se las llevaba; y así, les convenía pasar
a nado, que todos son grandes nadadores. Otros pasan sobre una red de calabazas,
guiándola uno y empujándola otro, y el español o indio y ropa que va encima se
cubre de agua. Por defecto, pues, y maleza de puentes se han ahogado muchos
españoles, caballos, oro y plata; que los indios a nado pasan. Tenían dos
caminos reales del Quito al Cuzco, obras costosas y notables; uno por la sierra
y otro por los llanos, que duran más de seiscientas leguas; el que iba por
llano era tapiado por ambos lados, y ancho veinte y cinco pies; tiene sus
acequias de aguas, en que hay muchos árboles, dichos molli. El que iba [282] por lo alto era de la
misma anchura cortado en vivas peñas y hecho de cal y canto, ca o bajaban los
cerros o alzaban los valles para igualar el camino; edificio, al dicho de
todos, que vence las pirámides de Egipto y calzadas romanas y todas obras
antiguas. Guainicapa lo alargó y restauró, y no lo hizo, como algunos dicen;
que cosa vieja es, y que no la pudiera acabar en su vida. Van muy derechos
estos caminos, sin rodear cuesta ni laguna, y tienen por sus jornadas y trechos
de tierra unos grandes palacios, que llaman tambos, donde se albergan la corte
y ejército de los incas; los cuales están abastecidos de armas y comida, y de
vestidos y zapatos para los soldados; que los pueblos comarcanos los proveían
de obligación. Nuestros españoles con sus guerras civiles han destruido estos
caminos, cortando la calzada por muchos lugares para impedir el paso unos a
otros y aun los indios deshicieron su parte cuando la guerra y cerco del Cuzco.
Remate de las cosas del Perú
Las
armas que los del Perú comúnmente usan son hondas flechas, picas de palma,
dardos, porras, hachas, alabardas, que tienen los hierros de cobre, plata y
oro. Usan también cascos de metal y de madera, y jubones embastados de algodón.
Cuentan uno diez, ciento, mil, diez cientos, diez cientos de miles, y así van
multiplicando. Traen la cuenta por piedras y por nudos en cuerdas de color; y
es tan cierta y concertada, que los nuestros se maravillan. Juegan con un solo
dado de cinco puntos que no tienen mayor suerte. El pan es de maíz; el vino,
también, y emborracha reciamente. Otras bebidas hacen de frutas y yerbas como
decir de molles, árboles fructíferos, de cuya fruta hacen también una cierta
miel que aprovecha en los golpes y mataduras de bestias, y las hojas para dolor
y llagas de hombres, y para agua piernas y de barberos. Su vianda es fruta,
raíces, pescado y carne, especialmente de oveja-ciervos, que tienen muchas en
poblado y despoblado, propias y comunes, y santas o sagradas, que son del Sol,
ca los incas inventaron un cierto diezmo, hato y pejugal de Pachacama y otras
guacas para tener carne os tiempos de guerra, vedando que nadie las matase ni
corriese. Son muy borrachos; tanto, que pierden el juicio. No guardan mucho el
parentesco en casamientos, ni ellas lealtad en matrimonio. Casan con cuantas se
les antojan, y algunos orejones con sus hermanas. Heredan sobrinos, y no hijos,
sino es entre incas y señores; pero ¿qué han de heredar?, pues el vulgo ni
tiene, ni quiere, o no le dejan hacienda. Son mentirosos, ladrones crueles, sométicos,
ingratos, sin honra, sin vergüenza, sin caridad ni virtud. Sepúltanse debajo la
tierra, y algunos embalsaman echándoles un licor de árboles [283] olorísimo por la
garganta, o untándolos con gomas; en la sierra se conservan infinito tiempo con
el frío; y así, hay mucha carne momia. Hartos hombres viven cien años en el
Collao y en otras partes del Perú que son frías. Las tierras de pan llevar son
fertilísimas; un grano de cebada echó trescientas espigas, y otro de trigo,
doscientas, que pienso fueron de los que primero sembraron. En San Juan,
gobernación de Pascual de Andagoya, sembraron una escudilla de trigo y cogieron
novecientas; en muchas partes han cogido doscientas y más fanegas de una que
sembraron, y así multiplicaban al principio las otras semillas de acá. Los
rábanos se hacían tan gordos corno un muslo, y aun como un cuerpo de hombre;
pero luego disminuyeron sembrados de su misma simiente, que así hicieron todas
las cosas de grano que llevaron de Castilla. Ha multiplicado mucho la fruta de zumo
y agro, como decir naranjas y las cañas de azúcar; multiplican eso mismo los
ganados, ca una cabra pare cinco cabritos, y cuando menos dos; y si no hubiese
sido por las guerras civiles, habría ya infinitas yeguas, ovejas, vacas, asnas
y mulas que los relevasen de carga; mas presto, placiendo a Dios, habrá todas
estas cosas y vivirán políticamente con la paz y predicación que tienen, en la
cual entienden con gran fervor y caridad nuestros españoles, así eclesiásticos
como seglares, que tienen vasallos; y la solicitan los oidores, y la procura el
virrey don Antonio de Mendoza, hecho a la conversión de los indios de Nueva
España, de donde vino a gobernar al Perú. Hasta aquí han estado porfiados en su
idolatría y vicios abominables, por ocuparse los obispos, clérigos y frailes en
las guerras civiles; y los convertidos fácilmente renegaban la religión
cristiana viendo cómo iban las cosas, y aun muchos por malicia y por persuasión
del diablo; y así, muchos de ellos no se querían enterrar en las iglesias a fuer
de cristianos, sino en sus templos y osares; y aun hartas veces hallaron
nuestros sacerdotes bultos de paja y algodón en las andas queriendo echar el
difunto en la fosa; y otros decían, cuando les predicaban a Jesucristo bendito
y su santísima fe y doctrina, que aquello era para Castilla y no para ellos,
que adoraban a Pachacama, criador y alumbrador del mundo. No los apremian a más
diezmo de cuanto ellos quieren dar, por que no se resabien ni sientan mal de la
ley, que aún no entienden bien. Fray Jerónimo de Loaisa es arzobispo de Los
Reyes, y hay otros tres obispados en el Perú: el Cuzco, que tiene fray Juan
Solano, y el Quito, que tiene García Diez, y el de los Charcas, que tiene fray
Tomás de San Martín.
Panamá
Del
río Perú al Cabo Blanco, que por otro nombre se dice Puerto de la Herradura,
ponen de tierra, costa a costa, cuatrocientas menos diez leguas, contando [284] así: de Perú, que cae
dos grados acá de la Equinoccial, hay sesenta leguas al golfo de San Miguel,
que está en seis grados, y veinte y cinco leguas del otro golfo de Urabá o
Darién, y boja cincuenta. Descubrióle Vasco Núñez de Balboa el año de 13,
buscando la mar del Sur, como en su tiempo dijimos, y halló en él muchas
perlas. De este golfo a Panamá hay más de cincuenta, que descubrió Gaspar de
Morales, capitán de Pedrarias de Avila; de Panamá a la punta de Guera, yendo
por Paris y Natán, ponen setenta leguas; de Guera, que cae a poco más de seis
grados, hay cien leguas a Borica, que es una punta de tierra puesta en ocho
grados, de la cual hay otras ciento hasta Cabo Blanco, que parece uña de águila
y que está en ocho grados y medio a esta parte de la Equinoccial. Estas
doscientas y setenta leguas descubrió el licenciado Gaspar de Espinosa, de
Medina del Campo, alcalde mayor de Pedrarias, año de 15 ó 16, juntamente con
Diegarias de Avila, hijo del gobernador, aunque poco antes habían corrido por
tierra Gonzalo de Badajoz y Luis de Mercado la costa de Paris y Natán por
cincuenta leguas, y fue de esta manera: Pedrarias de Avila envió muchos
capitanes a descubrir y poblar en diversas partes, según en otro cabo conté,
entre ellos fue Gonzalo de Badajoz, el cual partió del Darién por marzo del año
de 1515 con ochenta compañeros y fue al Nombre de Dios, donde estuvo algunos
días atrayendo de paz a los naturales; mas como el cacique no quería su amistad
ni contratación, no pudo. Llegó también allí entonces Luis de Mercado con otros
cincuenta españoles del mismo Pedrarias, y acordaron entre ambos irse a la
costa del Sur, que tenía fama de más rica tierra; así, que tomaron indios para
guía y servicio, y subieron las sierras, en la cumbre de las cuales estaba
Yuana, señor de Coiba, que llamaron la rica por hallar oro donde quiera que
cavaban. Huyó el cacique, de miedo de aquellos nuevos y barbudos hombres, y no
quiso venir, por mensajeros que le hicieron; y así, saquearon y quemaron el
pueblo, y pasaron delante con buena presa de esclavos; no digo que los
hicieron, sino que ya lo eran. Usan mucho por allí tener esclavos para sembrar,
coger oro y hacer otros servicios y provechos. Tráenlos herrados, las caras de
negro y colorado; pínchanles los carrillos con hueso y espinas de peces, y
échanles ciertos polvos, negros o colorados, tan fuertes, que por algunos días
no les dejan mascar, y que nunca pierden la color. De Coiba fueron cinco días
por el camino del agua, que otro no sabían, sin ver poblado ninguno. Al
postrero toparon dos hombres con sendas talegas de pan, que los guiaron a su
cacique, dicho Totonaga, que ciego era, el cual los hospedó amorosamente y les
dio seis mil pesos de oro en granos, vasos y joyas; dióles también noticia de
la costa y riqueza que buscaban. Ellos se despidieron de él alegres y
contentos, y caminando hacia poniente llegaron a un lugar de Taracuru,
reyezuelo rico, que les dio hasta ocho mil pesos de oro. Destruyeron a Pananome
porque no los recibió el señor, aunque era hermano de Taracuru. Pasaron por
Tavor, y fueron bien recibidos de Cheru, que les hizo un presente de cuatro mil
pesos de oro; era rico por el trato de unas muy buenas salinas que tenía. Otro
día entraron en un pueblo, y el señor Natán les dio quince mil pesos de oro.
Reposaron allí por el buen acogimiento [285] y amor a los vecinos. Había mucha comida y buenas casas
con chapiteles y cubiertas de paja; los varales, de que son, entretejidos por
gran concierto, y parecen harto bien. Tenían ya Badajoz y Mercado ochenta mil
pesos de oro en granos, collares, bronchas, zarcillos, cascos, vasos y otras
piezas que les habían dado y ellos habían tomado y rescatado. Tenían también
cuatrocientos esclavos para llevar el oro, ropa y españoles enfermos. Caminaron
sin concierto ni cuidado, como no habían hallado hasta allí resistencia, en
busca del rey Pariza, o Paris, como dicen otros, que tenía fama del más rico
señor de aquella costa. El Pariza tuvo sentimiento y espías de su venida; armó
gente, púsose al paso, paróles una celada, dio sobre ellos, y antes que se
pudiesen resolver hirió y mató hasta ochenta españoles, que los demás huyeron;
y tomó los ochenta mil pesos de oro y los cuatrocientos esclavos, con toda la
ropa que llevaban. No gozó mucho Pariza el despojo, aunque goza de la fama; ca
después lo despojaron a él y a su tierra en diversas veces aquel oro y dos
tanto. No pudo ir Pedrarias a vengar la muerte de sus españoles, por enfermedad,
y envió a Gaspar de Espinosa, su alcalde mayor, el cual conquistó aquella
tierra, descubrió la costa que dije y pobló a Panamá. Es Panamá chico pueblo,
mal asentado, mal sano, aunque muy nombrado por el pasaje del Perú y Nicaragua,
y porque fue un tiempo chancillería; es cabeza de obispado y lugar de mucho
trato. Los aires son buenos cuando son de mar; y cuando de tierra, malos; y los
buenos de allí son malos en el Nombre de Dios, y al contrario. Es la tierra
fértil y abundante; tiene oro, hay mucha caza y volatería; y por la costa,
perlas, ballenas y lagartos, los cuales no pasan de Túmbez, aunque allí cerca
los han muerto de más de cien pies en largo y con muchos guijarros en el buche;
si los digieren, gran propiedad y calor es. Visten, hablan y andan en Panamá
como en Darién y tierra de Culúa, que llaman Castilla de Oro. Los bailes, ritos
y religión son algo diferentes, y parecen mucho a los de Haití y Cuba.
Entallan, pintan y visten a su Tavira, que es el diablo, como le ven y hablan,
y aun lo hacen de oro vaciadizo. Son muy dados al juego, a la carnalidad, al
hurto y ociosidad. Hay muchos hechiceros y brujos que de noche chupan los niños
por el ombligo; hay muchos que no piensan que hay más de nacer y morir, y
aquellos tales no se entierran con pan y vino ni con mujeres ni mozos. Los que
creen inmortalidad del alma se entierran, si son señores, con oro, armas,
plumas; si no lo son, con maíz, vino y mantas. Secan al fuego los cuerpos de
los caciques, que es su embalsamar; meten con ellos en las sepulturas algunos
de sus criados, para servirlos en el infierno, y algunas de sus muchas mujeres
que los amaban; bailan al enterramiento, cuecen ponzoña y beben de ella los que
han de acompañar al difunto, que a las veces son cincuenta. También se salen
muchos a morir al campo, donde los coman aves, tigres y otras animalias. Besan
los pies al hijo o sobrino que hereda, estando en la cama, que vale tanto como
juramento y coronación. Todo esto ha cesado con la conversión; y viven
cristianamente, aunque faltan muchos indios, con las primeras guerras y poca
justicia que hubo al principio. [286]
Tararequi, isla de perlas
Gaspar
de Morales fue, año de 15, al golfo de San Miguel con ciento y cincuenta
españoles, por mandado de Pedrarias, en demanda de la isla Tararequi, que tan
abundante de perlas decían ser los de Balboa, y tan cerca la costa. Juntó
muchas canoas y gente que le dieron Chiape y Tamucho, amigos de Vasco, y pasó a
la isla con sesenta españoles. Salió el señor de ella a estorbarle la entrada
con mucha gente y grita; peleó tres veces, igualmente que los nuestros, y a la
cuarta fue desbaratado, y quisiera rehacerse para defender su isla; empero dejó
las armas e hizo paz con Morales por consejo y ruego de los indios del golfo,
que le dijeron ser invencibles los barbudos, amorosos con los amigos y ásperos
con los enemigos, según lo habían mostrado a Ponca, Pocorosa, Cuareca, Chiape,
Tumaco y a otros grandes caciques que se tomaron con ellos. Hechas, pues, las
amistades, llevó el señor los españoles a su casa, que grande y buena era,
dióles bien de comer, y una cesta de perlas, que pesaron ciento y diez marcos.
Recibió por ellas algunos espejos, sartales, cascabeles, tijeras, hachas y
cosillas de rescate, que las tuvo en más que tenía las perlas. Subiólos a una
torrecilla y mostróles otras islas, tierras ricas de perlas y no faltas de oro,
diciendo que todas las tenían a su mandar siempre que sus amigos fuesen.
Bautizáse, y llamóse Pedrarias por tener el nombre del gobernador, y prometió
de dar tributo al emperador, en cuya tutela se ponía, cien marcos de perlas en
cada un año; y con tanto, se volvieron al golfo de San Miguel, y de allí al
Darién. Está Tararequi en cinco grados de la Equinoccial a nosotros. Abunda de
mantenimientos, de pesca, aves y conejos; de los cuales hay tantos en poblado y
despoblado, que a manos los toman. Hay unos árboles olorosos que tiran a
especias, por lo cual creyeron estar cerca de allí la Especiería; y así, hubo
quien pidiese el descubrimiento de ella para ir a su costa por allí a buscarla.
Había gran pesquerías de perlas, y eran las mayores y mejores del Mundo Nuevo.
Muchas de las perlas que dio el cacique eran como avellanas, otras como nueces
moscadas, y una hubo de veinte y seis quilates, y otra de treinta y uno,
hechura de Cermeña, muy oriental y perfectísima, que compró Pedro del Puerto,
mercader, a Gaspar de Morales en mil doscientos castellanos; el cual no pudo
dormir la noche que la tuvo, de pensamiento y pesar por haber dado tanto dinero
por una piedra; y así, la vendió luego el siguiente día a Pedrarias de Avila,
para su mujer, doña Isabel de Bobadilla, en lo mismo que le costó; y después la
vendió la Bobadilla a la emperatriz doña Isabel. [287]
De las perlas
El
cacique Pedrarias hizo pescar perlas a sus nadadores delante los españoles, que
se lo rogaron, y que se holgaron de tal pesca. Los que a pescar entraron eran
grandes hombres de nadar a somorgujo, y criados toda la vida en aquel oficio.
Fueron en barquillas estando mansa la mar, que de otra manera no entran.
Echaron una piedra por ancla a cada canoa, atada con bejucos, que son recios y
correosos como varas de avellano. Zambulléronse a buscar ostiones con sendas
talegas y saquillos al cuello, y salieron una y muchas veces cargados de ellos.
Entran cuatro, seis y aun diez estados de agua, porque cuanto mayor es la
concha tanto más hondo anda y está; y si alguna vez suben arriba las grandes,
es con tormenta, aunque andan de un cabo a otro buscando de comer. Pero
hallando su pasto, están quedas hasta que se les acaba o sienten que las buscan.
Péganse tanto a las peñas y suelo, y unas con otras, que mucha fuerza es
menester para despegarlas, y hartas veces no pueden, y otras las dejan,
pensando que son piedras. También se ahogan hartos pescándolas, o porque les
falta el aliento forcejando por arrancarlas, o porque se les traba y entrica la
soguilla, o los desbarrigan y comen peces carniceros que hay, como son los
tiburones. Las talegas que meten al cuello son para echar las conchas; las
soguillas, para atarse a sí, echándoselas por el lomo con dos cantos asidos de
ella por pesga contra la fuerza del agua, que no los levante y mude. De esta
manera pescan las perlas en todas las Indias; y porque morían muchos
pescándolas con los peligros susodichos, y con los grandes y continuos
trabajos, poca comida y mal tratamiento que tenían, ordenó el emperador una
ley, entre las que Blasco Núñez Vela llevó, que pone pena de muerte al que
trajere por fuerza indio ninguno libre a pescar perlas, estimando en mucho más
la vida de los hombres que no el interés de las perlas, si han de morir por
ellas, aunque valen mucho. Ley digna de tal príncipe, y de perpetua memoria.
Escriben los antiguos por gran cosa tener una concha cuatro o cinco perlas;
pues yo digo que se han tomado en las Indias y Nuevo Mundo, por nuestros
españoles, muchas de ellas con diez, veinte y treinta perlas, y aun algunas con
más de ciento, empero menudas. Cuando no hay más de una, es mayor y mucho
mejor. Dicen que las muchas están como huevos chiquiticos en la madre de las
gallinas, y que paren las conchas, lo cual no creo; porque si pariesen, no
serían tan grandes, si ya no van preñadas siempre jamás. Bien es verdad que a
cierto tiempo del año se tiñe algo la mar en Cubagua, donde más perlas se han
pescado, y de allí arguyen que desovan y que les viene su purgación como a
mujeres. Las perlas amarillas, azules, verdes y de otros colores que hay, debe
ser artificial, aunque puede natura diferenciarlas, así como las otras piedras
y como a los hombres, que, siendo una misma carne, son de diverso color. Cuando
asan las conchas para comer, dicen que las perlas se tornan negras; y así,
entonces no vale [288] cosa el nácar y berrueco, con lo cual suelen muchas veces
engañar los bobos y locos. Los indios no las sabían horadar como nosotros, y
por eso valían mucho menos aquellas que traían ellos sobre sus personas. La
mejor y más preciada hechura y talle de perla es redonda, y no es mala la que
parece pera o bellota, ni desechan la hueca como media avellana, ni la tuerta
ni chiquita. Y ya todos traen perlas y aljófar, hombres y mujeres, ricos y
pobres; pero nunca en provincia del mundo entró tanta perlería como en España;
y lo que más es, en poco tiempo. En fin, colman las perlas la riqueza de oro y
plata y esmeraldas que habemos traído de las Indias. Mas considero yo, qué
razón hallaron los antiguos y modernos para estimar en tanto las perlas, pues
no tienen virtud medicinal y se envejecen mucho, como lo muestran, perdiendo su
blancura; y no alcanzo sino que por ser blancas, color muy diferente de todas las
otras piedras preciosas; y así desprecian las perlas de cualquier otro color,
siendo todas unas. Quizá es porque se traen del otro mundo, y se traían, antes
que se descubriese, de muy lejos, o porque cuestan hombres.
Nicaragua
Del
Cabo Blanco a Chorotega cuentan ciento y treinta leguas de costa, que descubrió
y anduvo Gil González de Avila el año 1522. Están en aquel trecho, golfo de
Papagayos, Nicaragua, la Posesión y la bahía de Fonseca; y antes de Cabo Blanco
está el golfo de Ortiña, que también llaman de Guetares, el cual vio y no tocó
Gaspar de Espinosa, y por eso decían él y Pedrarias que Gil González les había
usurpado aquella tierra. Armó, pues, Gil González en Tararequi cuatro
carabelas, abasteciólas de pan, armas y mercería, metió algunos caballos y muchos
indios y españoles, llevó por piloto a Andrés Niño y partió de allí a 26 de
enero del año sobredicho. Costeó la tierra que digo, y aun algo más, buscando
estrecho por allí que viniese a este otro mar del Norte, ca llevaba instrucción
y mandado para ello del Consejo de Indias. Andaba entonces el pleito y negocio
de la especiería caliente, y deseaban hallar por aquella parte paso para ir a
los Malucos sin contraste de portugueses, y muchos decían al rey que había por
allí estrecho, según el dicho de pilotos. Así que buscó con gran diligencia,
hasta que comió los bastimentos y se le comieron los navíos de broma. Tomó
posesión de aquella tierra por el rey de Castilla, en el río que llamó de la
Posesión; y en gracia del obispo de Burgos, que le favorecía, como presidente
de Indias, nombróla bahía de Fonseca, y a una isla que allí dentro está,
Petronila, por causa de su sobrina. Del puerto de San Vicente fue a descubrir
Andrés Niño, y entró Gil González por la tierra adentro con cien españoles y
cuatro caballos, [289] y topó con Nicoian, hombre rico y poderoso; requirióle con
la paz, y fue bien recibido. Predicóle y convirtióle; y así el Nicoian se
bautizó con toda su casa, y por su ejemplo se convirtieron y cristianaron en
diez y siete días casi todos sus vasallos. Dio Nicoian a Gil González catorce
mil pesos de oro de trece quilates, y seis ídolos de lo mismo, no mayores que
palmo, diciendo que se los llevase, pues nunca más los tenía de hablar ni rogar
como solía. Gil González le dio ciertas brujerías. Informóse de la tierra y de
un gran rey llamado Nicaragua, que a cincuenta leguas estaba y caminó allá.
Envióle una embajada, que sumariamente contenía fuese su amigo, pues no iba por
hacerle mal; servidor del emperador, que monarca del mundo era, y cristiano,
que mucho le cumplía, y si no, que le haría guerra. Nicaragua, entendiendo la
manera de aquellos nuevos hombres, su resoluta demanda, la fuerza de las
espadas y la braveza de los caballos, respondió, por cuatro caballeros de su
corte, que aceptaba la amistad por el bien de la paz, y aceptaría la fe si tan
buena le pareciese como se la loaban. Y así, acogió pacíficamente los españoles
en su pueblo y casa, y les dio veinte y cinco mil pesos de oro bajo, y mucha
ropa y plumajes. Gil González le recompensó aquel presente con una camisa de
lienzo, un sayo de seda, una gorra de grana y otras cosas de rescate que le
contentaron, y le predicó, juntamente con un fraile de la Merced, de la fe de
Cristo, reprobando la idolatría, borrachez, bailes, sodomía, sacrificio y comer
de hombres; por lo cual se bautizó con toda su casa y corte y con otras nueve
mil personas de su reino, que fue una gran conversión, aunque algunos dijeron
no ser bien hecha; pero bastábales creer de corazón. De cuantas cosas Gil
González dijo holgaron Nicaragua y sus caballeros, sino de dos, que fue una no
hiciesen guerra, y otra que no bailasen con borrachera, ca mucho sentían dejar
las armas y el placer. Dijeron que no perjudicaban a nadie con bailar ni tomar
placer, y que no querían poner al rincón sus banderas, sus arcos, sus cascos y
penachos, ni dejar tratar la guerra y armas a sus mujeres, para hilar ellos,
tejer y cavar como mujeres y esclavos. No les replicó a esto Gil González, ca
los vio alterados; mas hizo quitar del templo grande todos los ídolos y poner
una cruz. Hizo fuera del lugar un humilladero de ladrillos con gradas; salió en
procesión, hincó allí otra cruz con muchas lágrimas y música, adoróla subiendo
de rodillas las gradas, y lo mismo hicieron Nicaragua y todos los españoles e
indios, que fue una devoción harto de ver.
Las preguntas de Nicaragua
Pasó
grandes pláticas y disputas con Gil González y religiosos Nicaragua, que agudo
era y sabio en sus ritos y antigüedades. Preguntó si tenían noticia [290] los cristianos del
gran diluvio que anegó la tierra, hombres y animales, y si había de haber otro;
si la tierra se había de trastornar o caer el cielo; cuándo o cómo perderían su
claridad y curso el Sol, la Luna y estrellas; qué tan grandes eran; quién las
movía y tenía. Preguntó la causa de la oscuridad de las noches y del frío,
tachando la natura, que no hacía siempre claro y calor, pues era mejor; qué
honra y gracias se debían al Dios trino de cristianos, que hizo los cielos y
Sol, a quien adoraban por dios en aquellas tierras, la mar, la tierra, el
hombre, que señorea las aves que vuelan y peces que nadan, y todo lo del mundo.
Dónde tenían de estar las almas; y qué habían de hacer salidas del cuerpo, pues
vivían tan poco siendo inmortales. Preguntó asimismo si moría el santo padre de
Roma, vicario de Cristo, Dios de cristianos; y cómo Jesús siendo Dios, es
hombre, y su madre, virgen pariendo; y si el emperador y rey de Castilla, de
quien tantas proezas, virtudes y poderío contaban, era mortal; y para qué tan
pocos hombres querían tanto oro como buscaban. Gil González y todos los suyos
estuvieron atentos y maravillados oyendo tales preguntas y palabras a un hombre
medio desnudo, bárbaro y sin letras, y ciertamente fue un admirable
razonamiento el de Nicaragua, y nunca indio, a lo que alcanzo, habló como él a
nuestros españoles. Respondióle Gil González como cristiano, y lo más
filosóficamente que supo, y satisfízole a cuanto preguntó harto bien. No pongo
las razones, que sería fastidioso, pues cada uno que fuere cristiano las sabe y
las puede considerar, y con la respuesta lo convirtió. Nicaragua, que
atentísimo estuvo al sermón y diálogo, preguntó a oído al faraute si aquella
tan sotil y avisada gente de España venía del cielo, y si bajó en nubes o
volando, y pidió luego el bautismo, consintiendo derribar los ídolos.
Lo que más hizo Gil González en aquellas tierras
Viendo
Gil González que lo recibían amorosamente, quiso calar los secretos y riquezas
de la tierra y ver si confinaban con lo que Cortés conquistaba, pues en muchas
cosas de los de allí semejaban a los de México, según las nuevas que de allá
tenían. Así que fue y halló muchos lugares no muy grandes, mas buenos y bien
poblados. No cabían los caminos de los muchos indios que salían a ver los
españoles, y maravillábanse de su traje y barbas, y de los caballos, animal
nuevo para ellos. El principal de todos fue Diriangen, cacique guerrero y
valiente, que vino acompañado de quinientos hombres y veinte mujeres, todos en
ordenanza de guerra, aunque sin armas, y con diez banderas y cinco bocinas.
Cuando llegó cerca, tañeron los músicos y desplegaron las banderas. Tocó la
mano a Gil González, y lo mismo [291] hicieron todos los quinientos, ofreciéndole sendos
gallipavos, y muchos cada dos. Las mujeres le dieron cada veinte hachas de oro,
que pesaban a dieciocho pesos y algunas más. Fue más vistoso que rico aquel
presente, porque no era el oro sino de catorce quilates, y aun menos. Usan
aquellas hachas en la guerra y edificios. Dijo Diriangen que venía por mirar
tan nueva y extraña gente, que tal fama tenía. Gil González se lo agradeció
mucho, dióle algunas cosas de quinquellería y rogóle que se tornase cristiano.
Él dijo que le placía, pidiendo tres días de término para comunicarlo con sus
mujeres y sacerdotes, y era para juntar gente y robar los cristianos, despreciando
su pequeño escuadrón, y diciendo que no eran más hombres que él. Fue, pues, y
volvió muy armado y orgulloso, aunque muy callando, y dio sobre los nuestros
una gran grita y arma de improviso, pensando espantarlos y romperlos, y aun
comérselos. Gil González estaba muy a punto, siendo avisado por sus corredores,
que sintieron los enemigos. Diriangen acometió y peleó animosamente todo casi
un día. Tornóse la noche por donde vino, con pérdida de muchos suyos, teniendo
a los barbudos por más que hombres, y comenzó a llamar amigos y comarcanos,
injuriado que no venció. Gil González dio muchas gracias al Señor de los
ejércitos, que libró tan pocos españoles de tantos indios. Y de miedo, o por
guardar el oro que ya tenía, desvióse de aquel cacique y volvióse a la mar por
otro camino, en el cual pasó grandes trabajos, hambre y peligro de morir
ahogado o comido. Caminó más de doscientas leguas andando de pueblo en pueblo.
Bautizó treinta y dos mil personas, y hubo doscientos mil pesos de oro bajo,
dado y tomado. Otros dicen más, y algunos menos. Empero fue mucha riqueza, cual
nunca él pensara, y que lo ensoberbeció. Halló en San Vicente a Andrés Niño,
que, según afirmaba, había navegado trescientas leguas de costas hacia poniente
sin hallar estrecho, y volvióse a Panamá, y de allí fue a Santo Domingo a dar
cuenta de su viaje y a concertar otras naos para tornar a Nicaragua por
Honduras y saber en qué parte de aquella costa era el desaguadero de la laguna.
Mas ya en otros cabos está dicho cuándo y en qué fue, y cómo se perdió y le
prendió Cristóbal de Olid.
Conquista y población de Nicaragua
Volvieron
tan contentos los españoles que fueron con Gil González de la frescura, bondad
y riqueza de aquella tierra de Nicaragua, que Pedrarias de Avila pospuso el
descubrimiento del Perú, en compañía de Pizarro y Almagro, por poblarla; y así,
envió allá con gente a Francisco Hernández, el cual conquistó mucha tierra,
hubo hartos dineros y pobló orilla de la laguna [292] a Granada y a León, donde está el obispado y chancillería.
Otros lugares fundó, pero éstos son los principales. El puerto y trato es en la
Posesión. Supo Gil González esto en Honduras o en cabo de Higueras y fue contra
Francisco Hernández. Tomóle algún oro y peleó con él tres veces; mas al Cabo se
quedó el otro allí y se volvió él a sus navíos, donde Cristóbal de Olid lo
prendió. Pedrarias, como lo removieron de Castilla de Oro, fuése a Nicaragua,
que la tenía en gobernación, y degolló al Francisco Hernández, diciendo que
trataba de alzársele con la tierra y gobierno, por tratos que traía con
Fernando Cortés; pero fue achaque que tomó. Es cosa notable la laguna de
Nicaragua por la grandeza, poblaciones e islas que tiene. Crece y mengua, y
estando a tres o cuatro leguas de aquella mar del Sur, vacía su agua en esta
otra del Norte, cien leguas de ella, por lo que llaman Desaguadero, según en
otro lugar dije, por el cual Melchior Verdugo bajó de Nicaragua al Nombre de
Dios en barcas.
El volcán de Nicaragua, que llaman Masaya
Tres
leguas de Granada y diez de León está un serrejón raso y redondo, que llaman
Masaya, que echa fuego y es muy de notar, si hay en el mundo. Tiene la boca
media legua en redondo, por la cual bajan doscientas y cincuenta brazas, y ni
dentro ni fuera hay árboles ni yerba. Crían, empero, allí pájaros y otras aves
sin estorbo del fuego, que no es poco. Hay otro boquerón como brocal de pozo,
ancho cuanto un tiro de arco, del cual hasta el fuego y brasa suele haber
ciento y cincuenta estados más o menos, según hierve. Muchas veces se levanta
aquella masa de fuego y lanza fuera tanto resplandor, que se divisa veinte
leguas y aun treinta. Anda de una parte a otra, y da tan grandes bramidos de
cuando en cuando, que pone miedo; mas nunca rebosa ascuas ni ceniza, sino es
algún humo y llamas, que causa la claridad susodicha, cosa que no hacen otros
volcanes; por lo cual, y porque jamás falta el licor ni cesa de bullir, piensan
muchos ser de oro derretido. Y así, entraron dentro el primer hueco fray Blas
de Iñesta, dominico, y otros dos españoles, guindados en sendos cestos. Metieron
un servidor de tiro con una larga cadena de hierro para coger de aquella brasa
y saber qué metal fuese. Corrió la soga y cadena ciento y cuarenta brazas, y
como llegó al fuego, se derritió el caldero con algunos eslabones de la cadena
en tan breve, que se maravillaron; y así, no supieron lo que era. Durmieron
aquella noche allá sin necesidad de lumbre ni candela. Salieron en sus cestos
con harto temor y trabajo, espantados de tal hondura y extrañeza de volcán. Año
de 1551 se dio licencia al licenciado y deán Juan Álvarez para abrir este
volcán de Masaya y sacar el metal. [293]
Calidad de la tierra de Nicaragua
La
provincia de Nicaragua es grande, y más sana y fértil que rica, aunque tiene
algunas perlas y oro de poca ley. Era de muchos jardines y arboledas. Ahora no
hay tantos. Crecen muchos árboles, y el que llaman ceiba engorda tanto, que
quince hombres asidos de las manos no lo pueden abarcar. Hay otros hechura de
cruz, y unos que se les seca la hoja si algún hombre la toca, y una yerba con
que revientan las bestias, de la cual hay mucha en el Nombre de Dios y por
allí. Hay muchos árboles que llevan como ciruelas coloradas, de que hacen vino.
También lo hacen de otras frutas y de maíz. Los nuestros lo hacen de miel, que
hay mucha, y que los conserva en su buen color. Las calabazas vienen a
maduración en cuarenta días, y es una gruesa mercadería, ca los caminantes no
dan paso sin ellas por la falta de aguas, y no llueve mucho. Hay grandes
culebras, y tómanse por la boca, como dicen de las víboras. En todas las Indias
se han visto y muerto muchas y muy grandes sierpes, empero las mayores son en
el Perú, y no eran tan bravas ni ponzoñosas como las nuestras y las africanas.
Hay unos puercos con el ombligo en el espinazo, que luego hieden en matándolos,
si no se lo cortan. Por la costa de Nicaragua suelen andar ballenas y unos
monstruosos peces, que sacando el medio cuerpo fuera del agua sobrepujan los
mástiles de naos: tan grandes son. Tienen la cabeza como un tonel, y los brazos
como vigas, de veinte y cinco pies, con que patea y escarba. Hace tanto
estruendo y hoyo en la agua, que asombra los mareantes, y no hay quien no tema
su fiereza, pensando que ha de hundir o trastornar el navío. Hay también unos
peces con escamas, no mayores que bogas, los cuales gruñen como puercos en la
sartén, y roncan en la mar, y por eso los llaman roncadores. A Francisco Bravo
y a Diego Daza, soldados de Francisco Hernández, les medio comieron lo suyo
cangrejos, andando perdidos en una balsilla, en la cual navegaron o mejor
diciendo nadaron nueve días o diez sin beber y sin comer otro que cangrejos,
que tomaban en las ingles; y según ellos contaban en Tuenque, do aportaron, no
comían ni mordían sino del miembro y sus compañeros.
Costumbre de Nicaragua
No
son grandes los pueblos, como hay muchos; empero tienen policía en el sitio y
edificio, y mucha diferencia en las casas de los señores a las de [294] vasallos, En lugares
de behetría, que hay muchos, son iguales. Los palacios y templos tienen grandes
plazas, y las plazas están cerradas de las casas de los nobles, y tienen en
medio de ella una casa para los plateros, que a maravilla labran y vacían oro.
En algunas islas y ríos hacen casas sobre árboles como picazas, donde duermen y
guisan de comer. Son de buena estatura, más blancos que loros, las cabezas a
tolondrones, con un hoyo en medio por hermosura y por asiento para carga.
Rápanse de medio adelante, y los valientes y bravosos todo, salvo la coronilla.
Agujéranse narices, labios y orejas, y visten casi a la manera de mejicanos,
sino que se precian más de peinar el cabello. Ellas traen gorgueras, sartales,
zapatos, y van a las ferias y mercados. Ellos barren la casa, hacen el fuego y
lo demás, y aun en Duraca y en Cobiores hilan los hombres. Mean todos donde les
toma la gana, ellos en cuclillas y ellas en pie. En Orotina andan los hombres
desnudos y pintados en los brazos. Unos atan el cabello al cogote, otros a la
coronilla, y todo lo suyo adentro por mejoría del engendrar y por honestidad,
diciendo que las bestias lo traen suelto. Ellos traen solamente bragas, y el
cabello largo, trenzado a dos partes. Todos toman muchas mujeres, empero una es
la legítima, y aquélla con la ceremonia siguiente: ase un sacerdote los novios
por los dedos meñiques, mételos en una camarilla que tiene fuego, háceles
ciertas amonestaciones, y en muriéndose la lumbre quedan casados. Si la tomó
por virgen y la halla corrompida, deséchala, mas no de otra manera. Muchos las
daban a los caciques que las rompiesen, por honrarse más o por quitarse de
sospechas y afán. No duermen con ellas estando con su costumbre, ni en tiempo
de las sementeras y ayunos, ni comen entonces sal ni ají, ni beben cosa que los
embriague, ni ellas entran, teniendo su camisa, en algunos templos. Destierran
al que casa dos veces ceremonialmente, y dan la hacienda a la primera mujer. Si
cometen adulterio, repúdianlas, volviéndoles su dote y herencia, y no se pueden
más casar. Dan palos, y no muerte, al adúltero. Los parientes de ellas son los
afrentados y los que vengan los cuernos. A la mujer que se va con otro no la
busca su marido, si no la quiere mucho, ni recibe de ello pena ni afrenta.
Consiéntenlas echar con otros en ciertas fiestas del año. Antes de casar son
comúnmente malas, y casadas, buenas. Pueblos de behetría hay donde las doncellas
escogen marido entre muchos jóvenes que cenan juntos en fiestas. Quien fuera
virgen, si quejan, es esclavo o paga el dote. Al esclavo y mozo que duerme con
hija de su amo entierran vivo con ella. Hay rameras públicas a diez cacaos, que
son como avellanas; y donde las hay apedrean los putos. No dormían con sus
mujeres porque no pariesen esclavos de españoles. Y Pedrarias, como en dos años
no nacían niños, les prometió buen tratamiento; y así, parían o no los mataban.
Preguntaron a sus ídolos cómo echarían a los españoles, y díjoles el diablo que
él se los echaría con echarles encima la mar, pero que también los anegaría a
ellos; y por eso cesó. Los pobres no piden por Dios ni a todos, sino a los
ricos, y diciendo: "hágolo por necesidad o dolencia". El que a vivir
se va de un pueblo a otro no puede vender las tierras ni casas, sino dejarlas
al pariente más cercano. Guardan [295] justicia en muchas cosas, y traen los ministros de ella
mosqueadores y varas. Cortan los cabellos al ladrón, y queda esclavo del dueño
del hurto hasta que pague. Puédense vender y jugar, mas no rescatar sin
voluntad del cacique o regimiento; y si mucho tarda, muere sacrificado. No hay
pena para quien mata cacique, diciendo que no puede acontecer. Tampoco hay pena
para los que matan esclavo. Mas el que mata hombre libre paga un tanto a los
hijos o parientes. No puede haber junta ni consulta ninguna, especialmente de
guerra, sin el cacique o sin el capitán de la república y behetría. Emprenden
guerra sobre los términos y mojones, sobre la caza y sobre quién es mejor y
podrá más, que así es donde quiera, y aun por cautivar hombres para
sacrificios. Cada cacique tiene para su gente propia señal en la guerra y aun
en casa. Eligen los pueblos libres capitán general al más diestro y experto que
hallan, el cual manda y castiga absolutamente y sin apelación a la señoría. La
pena del cobarde es quitarle las armas y echarle del ejército. Cada soldado se
tiene lo que a los enemigos toma, salvo que ha de sacrificar en público los que
prende y no darlos por ningún rescate, so pena que lo sacrifiquen a él. Son
animosos, astutos y falsos en la guerra, por coger contrarios para sacrificar;
son grandes hechiceros y brujos, que, según ellos mismos decían, se hacen
perros, puercos y gimias. Curan viejas los enfermos, que así es en muchas islas
y tierra firme de Indias, y echan medicinas con un cañuto, tomando la decoción
en la boca y soplando. Los nuestros les hacían mil burlas, desventeando al
tiempo que querían ellas soplar, o riendo del artificio.
Religión de Nicaragua
Hay
en Nicaragua cinco lenguajes muy diferentes: coribici, que loan mucho;
chortega, que es la natural y antigua; y así, están en los que lo hablan los
heredamientos y el cacao, que es la moneda y riqueza de la tierra, los cuales
son hombres valerosos, aunque crueles y muy sujetos a sus mujeres; lo que no
son los otros. Chondal es grosero y serrano; orotiña, que dice mama por lo que
nosotros; mexicano, que es principal; y aunque están a trescientas y cincuenta
leguas, conforman mucho en lengua, traje y religión; y dicen que habiendo
grandes tiempos ha una general seca en Anauac, que llaman Nueva España, se
salieron infinitos mexicanos de su tierra y vinieron por aquella mar Austral a
poblar a Nicaragua. Sea como fuere, que cierto es que tienen éstos que hablan
mexicano por letras las figuras que los de Culúa, y libros de papel y
pergamino, un palmo anchos y doce largos, y doblados como fuelles, donde
señalan por ambas partes de azul, púrpura [296] y otros colores las cosas memorables que acontecen; y allí
están pintadas sus leyes y ritos, que semejan mucho a los mexicanos, como lo
puede ver quien cotejare lo de aquí con lo de México. Empero no usan ni tienen
esto todos los de Nicaragua, ca los chorotegas tan diferentemente sacrifican a
sus ídolos, cuanto hablan, y así hacen los otros. Contemos algunas
particularidades que no hay en otras partes. Los sacerdotes se casan todos,
sino los que oyen pecados ajenos, los cuales dan penitencia según la culpa, y
no revelan la confesión sin castigo. Echan las fiestas, que son deciocho, como
los meses, subidos en el gradario y sacrificadero que tienen delante los patios
de los dioses; y teniendo en la mano el cuchillo de pedernal con que abren al
sacrificado, dicen cuántos hombres han de sacrificar, y si han de ser mujeres o
esclavos, presos en batalla o no, para que todo el pueblo sepa cómo tiene que
celebrar la fiesta y qué oraciones y ofrendas debe hacer. El sacerdote que
administra el oficio da tres vueltas alrededor del cautivo, cantando en tono
lloroso, y luego ábrelo por el pecho; rocíale la cara con sangre, sácale el
corazón y desmiembra el cuerpo. Da el corazón al perlado, pies y manos al rey,
los muslos al que lo prendió, las tripas a los trompetas, y el resto al pueblo
para que todos lo coman. Pone la cabeza en ciertos árboles que allí cerca crían
para colgarlas. Cada un árbol de aquéllos tiene figurado el nombre de la
provincia con quien hacen guerra, para hincar en él las cabezas que toman en
ella. Si el que sacrifican es comprado, sepultan sus entrañas con las manos y
pies, metidos en una calabaza, y queman el corazón y lo demás, excepto la
cabeza, entre aquellos árboles. Muchas veces sacrifican hombres y muchachos del
pueblo y propia tierra, por ser comprados, ca lícito es al padre vender los
hijos, y cada uno venderse a sí mismo, y por esta causa no comen la carne de
los tales. Cuando comen la carne de los sacrificados hacen grandísimos bailes y
borracheras con vino y humo. Los sacerdotes y religiosos beben entonces vino de
ciruelas. Al tiempo que unta el sacerdote los carrillos y boca del ídolo con la
sangre del sacrificado, cantan los otros y ora el pueblo con mucha devoción y
lágrimas, y andan después la procesión, aunque no en todas las fiestas. Van los
religiosos con unas como sobrepellices de algodón blanco y muchas chías
colgando de los hombros hasta los talones, con ciertas bolsas por borlas, en
que llevan navajas de azabache, puntas de metal, papeles, carbón molido y
ciertas yerbas. Los legos, banderillas con el ídolo que más precian, y
taleguillas con polvos y punzones. Los mancebos, arcos y flechas, o dardos y
rodelas. El pendón y guía es la imagen del diablo puesta en una lanza, y
llévala el más honrado y anciano sacerdote. Van en orden y cantando los
religiosos hasta el lugar de la idolatría. Llegados, tienden mantas por el
suelo o echan rosas y flores, porque no toque el diablo en tierra. Para el
pendón, cesa el canto y anda la oración. Da una palmada el perlado, y sángranse
todos; éstos de la lengua, aquéllos de las orejas, los otros del miembro, y
finalmente, cada uno de donde más devoción tiene. Toman la sangre en papel o en
el dedo y, como en ofrenda, friegan con ella la cara del diablo. Mientras dura
esto, escaramuzan y bailan los mozos por honra de [297] la fiesta. Curan las
heridas con polvo de yerbas o carbón, que para eso llevan. En algunas de estas
procesiones bendicen maíz, y rociado con sangre de sus propias vergüenzas, lo
reparten como pan bendito y lo comen.
Cuauhtemallán
Entretanto
que Gil González de Avila estuvo rescatando y convirtiendo en tierra de
Nicaragua, según se dijo de suso, corrió el piloto Andrés Niño la costa hasta
Tecoantepec, a lo que contaba, buscando estrecho, el año de 1522. Fernando
Cortés la pobló y conquistó luego por capitanes que desde México envió; el
cual, como tuvo en su poder a Moteczuma, procuró de saber de la mar del Sur
para poblar en ella, pensando haber por allí grandes riquezas, así en especias
como en oro, plata, perlas; mas no pudo poblar tan presto por la guerra y cerco
de México. Empero, como ganó aquella ciudad y otras, lo hizo, ca envió a
buscarla cuatro españoles con guías de indios por dos caminos; los cuales
llegaron a ella, tomaron posesión y volvieron con hombres de aquella costa y
con muestra de oro, plata y otras riquezas. Cortés trató muy bien aquellos
indios, dióles cosillas de rescate, rogóles que hiciesen con los señores de su
tierra fuesen amigos de cristianos, que habrían por ellos mucho bien, y o
viniesen a México o recibiesen allá españoles. El señor de Tecoantepec aceptó
la embajada y amistad. Envió doscientos caballeros y criados con un presente a
Cortés, y desde a poco envió a pedirle socorro contra los de Tututepec,
diciendo que le hacían la guerra por haberse dado por amigo de cristianos.
Cortés entonces envió allá a Pedro de Alvarado con doscientos españoles a pie y
cuarenta de caballo, y con dos tirillos de campo. Entró Alvarado en Tututepec
por marzo del año de 1523. Halló alguna resistencia; mas luego fue recibido en
la ciudad, donde hubo algún oro, plata, perlas y ropa y un hijo del señor.
Envió a Cuauhtemallán dos españoles que hablasen con el señor y le ofreciesen
su amistad y religión, el cual preguntó si eran de Malinge, que así llamaban a
Cortés, dios caído del cielo, de quien ya tenía noticia; si venían por mar o
por tierra, y si dirían verdad en todo lo que hablasen. Ellos respondieron que
siempre hablaban verdad, y que iban a pie por tierra, y que eran de Cortés,
capitán invencible del emperador del mundo, hombre mortal y no dios; pero que
venían a mostrar el camino de la inmortalidad. Preguntóles si traía su capitán
unos grandes monstruos marinos que habían pasado por aquellas costas el año
antes; y decíalo por las naos de Andrés Niño. Ellos dijeron que sí, y aun
mayores; y el uno, que se llamaba Treviño y era carpintero de naos, dibujó una
carraca con seis mástiles en un gran patio. Los indios se maravillaron mucho de
la grandeza, velas, jarcia, gavias [298] y aparato de tal navío. Preguntóles asimismo cómo eran los
españoles tan valientes que nadie los vencía, no siendo mayores que otros
hombres. Respondieron que vencían con ayuda de Dios del cielo, cuya santísima
ley publicaban por aquellas partes, y con unos animales en que cabalgaban; y
pintaron luego allí un caballo grandísimo con un hombre armado encima, que puso
espanto a todos los indios que a verlo venían. El señor entonces dijo que
quería ser amigo de tales hombres, y darles cincuenta mil soldados para que
conquistasen unos sus vecinos que le destruían la tierra. A esto dijeron los
dos españoles que lo harían saber a Pedro de Alvarado, capitán de Cortés, para
que viniese. Y con tanto se despidieron, y él les dio cinco mil hombres
cargados de ropa, cacao, maíz, ají, aves y otras cosas de comer, y veinte mil
pesos de oro en vasos y joyas, que fue alegría para entrambos, aunque mala para
el uno, porque hurtó no sé cuántas piezas de oro y fue por ello azotado y
desterrado de la Nueva España. Esta fue la primera entrada y noticia de
Cuauhtemallán. Entendiendo Cortés cuán poblada y rica tierra era aquélla, y la
mar muy a propósito para descubrir nuevas tierras y islas, envió cuarenta
españoles, los más carpinteros y hombres de mar, a labrar navíos en Zacatula,
que está cerca de Tututepec o Tuantepec, como dicen otros; y envió luego tras
ellos a conquistar y poblar a Colima, riberas de aquel mar. Envió también dos
españoles con algunos de México y de Xochnuzco, que ya estaba poblado, a
Cuauhtemallán, a convidar con su amistad al rey y vecinos; los cuales
recibieron bien la embajada, y enviaron doscientos hombres a confirmarla con un
razonable presente. Tenían entonces guerra con los de Xochnuxco, y arreciáronla
más, pensando que los cristianos, o les ayudarían, o no les contradirían con la
nueva amistad. Hicieron sus mensajeros a los españoles que poblaban en
Xochnuxco, en disculpa de aquella guerra, diciendo que no eran ellos los que la
hacían, sino ciertos bandoleros. Quejáronse los de Xochnuxco a Cortés, y él
envió allá a Pedro de Alvarado con cuatrocientos y veinte españoles, que
llevaban ciento y setenta caballos, cuatro tiros, mucho rescate, y muchos
caballeros y mucha gente mexicana. Partió de México Pedro de Alvarado por
diciembre del año de 1523. Anduvo mucho camino, ganó por fuerza a Utlatlán, y
entró en Cuauhtemallán pacíficamente a 12 de abril del año siguiente. Salió a
conquistar la tierra y costa por hacia Nicaragua, y en volviendo edificó allí
la ciudad de Santiago, y después otros lugares, y conquistó mucha tierra, ca
siempre Cortés le enviaba españoles, caballos, hierro, ropa, buhonería y cosas
semejantes; y le favorecía, porque le había prometido de casarse con Cecilia
Vázquez, su prima hermana, y le hizo su teniente en aquella provincia. Pedro de
Alvarado vino a España con voluntad de Cortés. Casóse con doña Francisca de la
Cueva, de Ubeda, por donde tuvo favor de Cobos, y negoció la gobernación de
Cuauhtemallán. Volvió a la Nueva España con muchos parientes y personas de
guerra. juntó más gente en México y fuése a Cuauhtemallán, y comenzó a
conquistar y a poblar por sí como gobernador y adelantado; e hizo muchas cosas con
los indios y aun con españoles, que a otro costaran caro. [299]
Declaración de este nombre de Cuauhtemallán
Cuauhtemallán,
que comúnmente llaman Guatemala, quiere decir árbol podrido, porque cuauh es
árbol, y temali, podre. También podrá decir lugar de árboles, porque temí, de
donde asimismo se puede componer, es lugar. Está Cuauhtemallán entre dos montes
de fuego, que llaman volcanes. El uno está cerca, y el otro dos leguas; el cual
es un serrejón redondo, alto y con una boca en la cumbre, por donde suele rebosar
humo, llama, ceniza y piedras grandísimas ardiendo. Tiembla mucho y a menudo, a
causa de aquellas sierras; y sin esto, truena y relampaguea por allí
demasiadamente. La tierra es sana, fértil, rica y de mucho pasto; y así, hay
ahora mucho ganado. De una fanega de maíz se cogen ciento y doscientas, y aun
quinientas en la vega que riegan; las cuales muy vistosa y apacible por los
muchos árboles que tiene, de fruta y sin ella. El maíz de allí es de muy gran
caña, mazorca y grano. Hay mucho cacao, que es grandísima riqueza, y moneda
corriente por toda la Nueva España y por otras muchas tierras. Hay también
mucho algodón y muy buen bálsamo, que llaman sierras de betún, y un cierto
licor como aceite, y de alumbre y de azufre, que, sin afinar, vale por pólvora.
Las mujeres son grandes hilanderas y buenas hembras; ellos, muy guerreros y
diestros flecheros. Comen carne humana, e idolatran a fuer de México. Estuvo
esta provincia muy próspera en vida de Pedro de Alvarado, y ahora está
destruida y con pocos españoles, a causa, según muchos dicen, de haber mudado
la gobernación.
La desastrada muerte de Pedro de Alvarado
Estando
Pedro de Alvarado muy pacífico y muy próspero en su gobernación de
Cuauhtemallán y de Chiapa, la cual hubo de Francisco de Montejo por la de
Honduras, procuró licencia del emperador para ir a descubrir y poblar en el
Quito del Perú, a fama de sus riquezas, donde no hubiese otros españoles; así
que armó el año de 1535 unas cinco naves, en las cuales, y en otras dos que
tomó en Nicaragua, llevó quinientos españoles y muchos caballos. Desembarcó en
Puerto Viejo, fue al Quito; pasó en el camino grandísimo frío, sed y hambre.
Puso en cuidado y aun en miedo a Francisco Pizarro y a Diego de Almagro.
Vendióles los navíos y artillería en cien mil castellanos, según muy largo se
dijo en las cosas del Perú, y volvióse rico [300] y ufano a Cuauhtemallán. Hizo después diez o doce navíos,
una galera y otras fustas de remo, con aquel dinero, para ir a la Especiería o
descubrir por la punta de Ballenas, que otros llaman California. Entraron fray
Marcos de Niza y otros frailes franciscanos por tierra de Culhuacán año de 38.
Anduvieron trescientas leguas hacia poniente, más allá de lo que ya tenían
descubierto los españoles de Jalisco, y volvieron con grandes nuevas de
aquellas tierras, encareciendo la riqueza y bondad de Sibola y otras ciudades.
Por relación de aquellos frailes, quisieron ir o enviar allá, con armada de mar
y tierra, don Antonio Mendoza, virrey de la Nueva España, y don Fernando
Cortés, marqués del Valle, capitán general de la misma Nueva España y
descubridor de la costa del sur; mas no se concertaron, antes riñeron sobre
ello, y Cortés se vino a España y el virrey envió a Pedro de Alvarado, que
tenía los navíos arriba dichos, para concertarse con él. Fue Alvarado con su
armada al puerto, creo, de Navidad, y de allí a México por tierra. Concertóse
con el virrey para ir a Sibola, sin respecto del perjuicio e ingratitud que
usaba contra Cortés, a quien debía cuanto era. A la vuelta de México fuése por
Jalisco para remediar y reducir algunos pueblos de aquel reino, que andaban
alzados y a las puñadas con los españoles. Llegó a Ezatlán, donde estaba Diego
López de Zúñiga haciendo guerra a los rebeldes; fuése con él a un peñol donde
estaban fuertes muchos indios. Combatieron los nuestros el peñol, y
rebatiéronlos aquellos indios de tal manera que mataron treinta y les hicieron
huir; y como estaban en alto y agro, cayeron muchos caballos la cuesta abajo.
Pedro de Alvarado se apeó para mejor desviarse de un caballo que venía rodando
derecho al suyo, y púsose en parte que le pareció estar seguro; mas como el
caballo venía tumbando de muy alto, traía mucha furia y presteza. Dio un gran
golpe en una peña, y resurtió adonde Pedro de Alvarado estaba, y llevóle tras
sí la cuesta abajo, día de San Juan del año 41, y desde a pocos días murió en
Ezatlán, trescientas leguas de Cuauhtemallán, con buen sentido y juicio de
cristiano. Preguntado qué le dolía, respondía siempre que el alma. Era hombre
suelto, alegre y muy hablador; vicio de mentirosos. Tenía poca fe con sus
amigos; y así le notaron de ingrato y aun de cruel con indios. Pasó muy mozo a
las Indias; y porque llevaba un sayo y capa que le dio en Badajoz un su tío,
del hábito de Santiago, le llamaban muchos el Comendador; y así, cuando vino a
España procuró y hubo el hábito de aquella orden, porque de veras se lo
llamasen. Estuvo en Cuba; fue con Juan de Grijalva, y después con Fernando
Cortés, a la Nueva España, en cuya conquista y guerras tuvo los cargos que la
historia mexicana cuenta. Fue mejor soldado que gobernador. Casó por
dispensación con dos hermanas, habiendo conocido la primera, que fueron doña
Francisca y doña Beatriz de la Cueva, y de ninguna tuvo hijos. Dejó por ellas a
Cecilia Vázquez, honradísima mujer, para ganar, como ganó, el favor de
Francisco de los Cobos, secretario privado del emperador. Pocas veces suceden
bien tales casamientos. No quedó hacienda ni memoria de él, sino ésta y una
hija que hubo en una india, la cual casó con don Francisco de la Cueva. [301]
La espantosa tormenta que hubo en Cuauhtemallán, donde
murió doña Beatriz de la Cueva
Hizo
doña Beatriz de la Cueva grandes extremos, y aun dijo cosas de loca, cuando
supo la muerte de su marido. Tiñó de negro su casa por dentro y fuera. Lloraba
mucho; no comía, no dormía, no quería consuelo ninguno; y así, dizque respondía
a quien la consolaba, que ya Dios no tenía mal que hacerle; palabra de
blasfemia, y creo que dicha sin corazón ni sentido; mas pareció muy mal a
todos, como era razón. Hizo las honras pomposamente y con grandes llantos y
lutos. Empero, en medio de aquella tristeza y extremos entró en regimiento y se
hizo jurar por gobernadora: desvarío y presunción de mujer y cosa nueva entre
los españoles de Indias. Comenzó a llover día de Nuestra Señora de Setiembre, y
llovió reciamente aquel y otros dos días siguientes; después de los cuales bajó
del volcán, a dos horas de media noche, una avenida de agua tan grande y
furiosa, que derribó muchas casas de la ciudad, y la del adelantado la primera.
Levantóse al ruido la doña Beatriz, y por devoción y miedo entróse a un
oratorio suyo con once criadas. Subióse encima del altar y abrazóse con una
imagen, encomendándose a Dios. Cargó la fuerza del agua y derrocó aquella
cámara y capilla, como a otras muchas de la casa, y ahogólas; fue muy gran
desdicha, porque si ella estuviera queda en la cámara donde dormía no muriera,
ca no se hundió, por tener mejores cimientos que las otras; y en quedar en pie
aquello se tuvo a milagro por lo que había dicho y hecho. Todos son secretos de
nuestro gran Dios, y dicen nuestras lenguas lo que sienten nuestros juicios.
Unos escapan por huir del peligro, y otros mueren, como hizo esta señora.
Murieron seiscientas personas en la ciudad de aquella tormenta, y casa hubo en
que se ahogaron cuarenta, y muchas que muy gran trecho se las llevaba enteras y
en peso la corriente. Llevó también algunas personas de una casa a otra, y como
venía muy crecida y con ímpetu, traía piedras y peñas tamañas como grandes
cubas y como carabelas, que derribaban cuanto encontraban; las cuales quedaron
allí para testimonio de tanto estrago. Vieron andar en la plaza y calles una
vaca por medio del agua, con un cuerno quebrado y en el otro una soga
rastrando, que arremetía a los que iban a socorrer la casa de doña Beatriz, y a
un español que porfiaba lo atropelló dos veces, y no pensó escapar de sus pies
y del cieno. Estaba otro español caído en tierra con su mujer y encima una gran
viga; pasó por allí un negro no conocido; rogáronle que les quitase la viga y
ayudase a levantar. El negro preguntó si era Morales el caído, y como le dijo
que sí, alzó la viga, sacó al marido, dejó ahogar la mujer y fuése corriendo
por el agua y lodo. También cuentan que vieron por el aire y oyeron cosas de
gran espanto. Pudo ser; empero con el miedo todo se mira y piensa al revés.
Tuvieron creído muchos que aquel negro era diablo, y la vaca, una Agustina,
mujer del capitán [302] Francisco Cava, hija de una que por alcahueta y hechicera
azotaron en Córdoba; la cual había hechizado y muerto allí en Cuauhtemallán a
don Pedro Portocarrero porque la dejaba, siendo su amiga; y el don Pedro traía
siempre a cuestas o en ancas, cuando iba cabalgando, una mujer, y decía que no
se podía valer de aquella carga y fantasma; y estando malo para morir porfiaba que
sanaría si Agustina lo viese; mas nunca ella lo quiso hacer, por enojo que de
él tenía o por deshacer aquella ruin fama.
Jalisco
De
Tecoantepec miden novecientas y treinta leguas hasta el cabo del Engaño,
costeando el mar Bermejo; las cuales descubrieron Cortés y sus capitanes en
diversos tiempos y navíos, salvo ciento y cincuenta leguas que descubrió Nuño
de Guzmán en la costa de Jalisco. Fue Nuño, de Guzmán gobernador en Panuco y
presidente de México; de donde, porque le quitaban del cargo por querellas, que
de él hubo, salió a conquistar a Jalisco, año de 31, con doscientos y cincuenta
caballos y quinientos españoles, muchos de los cuales llevó apremiados. Pasó
por Mechuacán, donde tomó al rey Cazoncín diez mil marcos de plata y mucho oro
bajo, y otros seis mil indios para carga y servicio de su ejército y viaje, y
aun lo quemó con otros muchos indios principales, porque no se pudiese quejar.
Entró luego en la provincia de Jalisco, y conquistó a Centliquipac, Chiametlán,
Tonalla, Cuixco, Chamola, Culhuacán y otras tierras, en que le mataron hartos
españoles, ca son valientes y muchos allí. Día le vino de pelear con veinte
mil; mató también él y cautivó asaz indios. Llamó a Centliquipac la Mayor
España; a Jalisco, la Nueva Galicia, por ser región áspera y de gente recia.
Pobló allí a Compostela, porque conformase el nombre con la de España; pobló en
Tonalla a Guadalajara, por ser él natural de la nuestra; pobló las villas del
Espíritu Santo, Concepción y San Miguel, que cae a treinta y cuatro grados. En
Chiametlán visten las mujeres hasta los pies. Los hombres van con mantas cortas
y traen zapatos de cuero, y llevan la carga en palos sobre los hombros, y una
vez se rebelaron porque los cargaban en las espaldas, teniéndolo por afrenta.
Ellas casi en todo este reino son grandes y hermosas; ellos, recios y
belicosos: sus armas son como en México; empero no traen los señores y
capitanes arma ninguna en la guerra, sino unos bastones con que sacuden al que
no pelea o se desmanda o no guarda orden. Cuando no tienen guerra siguen la
caza, que son gentiles flecheros. Es la tierra fértil y rica de plata y de cera
y miel. Adoran ídolos, comen hombres y usan otros malos pecados. Prendieron a
Nuño de Guzmán por quejas y agravios, y pusieron una audiencia de cuatro alcaldes,
a la manera [303] de nuestra Galicia. El primer obispo de Jalisco fue Pedro Gómez de
Malaver.
Sibola
Ponen
trescientas y veinte leguas del cabo del Engaño a Sierras Nevadas, que son lo
postrero por allí que hasta ahora sabemos, las cuales descubrieron capitanes y
pilotos del virrey don Antonio el año de 42; y aun dicen algunos que corrieron
la costa hasta ponerse en cuarenta y cinco grados, y muchos piensan que se
junta por allí la tierra con la China, donde han navegado portugueses hasta los
mismos cuarenta grados, y aun más, y puede haber de un cabo al otro, a la
cuenta de marineros, mil leguas. Sería bueno para el trato y porte de la
especiería si la costa de la Nueva España fuese a juntarse con la China; y por
eso se debería costear aquello que falta por saber, aunque fuese a costa de
nuestro rey, pues le va en ello muy mucho, y quien lo continuase medraría. Mas
no se juntarán, por ser isla Asia, África y Europa, según al principio dijimos.
Estas sierras nevadas están mil leguas este a oeste del río de San Antón, que
descubrió Esteban Gómez, y mil y setecientas del cabo del Labrador, por donde
comencé a costear, medir y graduar las Indias. Por cuya distancia se puede
conocer cuán grandísima tierra es la Nueva España por hacia el norte. Siendo,
pues, aquella tierra tan grande, y estando ya convertida toda la Nueva España y
Nueva Galicia, salieron frailes por muchas partes a predicar y convertir indios
aún no conquistados; y fray Marcos de Niza y otro fraile francisco entraron por
Culhuacán el año de 38. Fray Marcos solamente, ca enfermó su compañero, siguió
con guías y lenguas el camino del sol, por más calor y por no alejarse de la
mar, y anduvo en muchos días trescientas leguas de tierra, hasta llegar a
Sibola. Volvió diciendo maravillas de siete ciudades de Sibola, y que no tenía
cabo aquella tierra, y que cuanto más al poniente se extendía, tanto más
poblada y rica de oro, turquesas y ganados de lana era. Fernando Cortés y don
Antonio de Mendoza deseaban hacer la entrada y conquista de aquella tierra de
Sibola, cada uno por sí y para sí; don Antonio, como virrey de la Nueva España,
y Cortés como capitán general y descubridor de la mar del Sur. Trataron de
juntarse para lo hacer ambos; y no se confiando el uno del otro, riñeron, y
Cortés se vino a España, y don Antonio envió allá a Francisco Vázquez de
Coronado, natural de Salamanca, con buen ejército de españoles e indios y
cuatrocientos caballos. De México a Culhuacán, que hay más de doscientas
leguas, fueron bien proveídos. De allí a Sibola, que ponen trescientas, pasaron
necesidad, y se murieron de hambre por el camino muchos indios y algunos
caballos. Toparon con mujeres muy hermosas [304] y desnudas, aunque hay lino por allí. Padecieron gran
frío, ca nieva mucho por aquellas sierras. Llegando a Sibola, requirieron a los
del pueblo que los recibiesen de paz, ca no iban a hacerles mal, sino muy gran
bien y provecho, y que les diesen comida, ca llevaban falta de ella. Ellos
respondieron que no querían, pues iban armados y en son de darles guerra, que tal
semblante mostraban; así que combatieron el pueblo los nuestros. Defendiéronlo
gran rato ochocientos hombres que dentro estaban. Descalabraron a Francisco
Vázquez y a otros muchos españoles, mas al cabo se salieron huyendo. Entraron
los nuestros, y nombráronla Granada, por amor al virrey, que es natural de la
de España. Es Sibola de hasta doscientas casas de tierra y madera tosca, altas
cuatro y cinco sobrados, y las puertas como escotillones de nao. Suben a ellas
con escaleras de palo, que quitan de noche y en tiempos de guerra. Tiene
delante cada casa una cueva, donde, como en estufa, se recogen los inviernos,
que son largos y de muchas nieves, aunque no está más de treinta grados y medio
de la Equinoccial; que si no fuese por las montañas, sería del temple de
Sevilla. Las famosas siete ciudades de fray Marcos de Niza, que están en
espacio de seis leguas, tendrán obra de cuatro mil hombres. Las riquezas de su
reino es no tener que comer ni que vestir, durando la nieve siete meses. Hacen
con todo eso unas mantillas de pieles de conejos y liebres y de venados, que
algodón muy poco alcanzan. Calzan zapatos de cuero, y de invierno unas como
botas hasta las rodillas. Las mujeres van vestidas de metal hasta en pies.
Andan ceñidas, trenzan los cabellos y rodéanselos a la cabeza por sobre las
orejas. La tierra es arenosa y de poco fruto; creo que por pereza de ellos,
pues donde siembran lleva maíz, fríjoles, calabazas y frutas; y aun se crían en
ella gallipavos, que no se hacen en todos cabos.
Quivira
Viendo
la poca gente y muestra de riqueza, dieron los soldados muy pocas gracias a los
frailes que con ellos iban y que loaban aquella tierra de Sibola; y por no
volver a México sin hacer algo ni las manos vacías, acordaron de pasar
adelante, que les decían ser mejor tierra. Así que fueron a Acuco, lugar sobre
un fortísimo peñol, y desde allí fue don Garci López de Cárdenas con su
compañía de caballos a la mar, y Francisco Vázquez con los demás a Tiguex, que
está ribera de un gran río. Allí tuvieron nueva de Axa y Quivira, donde decían
que estaba un rey dicho por nombre Tatarrax, barbudo, cano y rico, que ceñía un
bracamarte, que rezaba en horas, que adoraba una cruz de oro y una imagen de
mujer, señora del cielo. Mucho alegró [305] y sostuvo esta nueva el ejército, aunque algunos la
tuvieron por falsa y echadiza de frailes. Determinaron ir allá, con intención
de invernar en tierra tan rica como se sonaba. Fuéronse los indios una noche, y
amanecieron muertos treinta caballos, que puso temor al ejército. Caminando,
quemaron un lugar, y en otro que acometieron les mataron ciertos españoles e
hirieron cincuenta caballos, y metieron dentro los vecinos a Francisco de
Ovando, herido o muerto, para comer y sacrificar, a lo que pensaron, o quizá
para mejor ver qué hombres eran los españoles, ca no se halló por allí rastro
de sacrificio humano. Pusieron cerco los nuestros al lugar; pero no lo pudieron
tomar en más de cuarenta y cinco días. Bebían nieve los cercados por falta de
agua; y viéndose perdidos, hicieron una hoguera: echaron en ella sus mantas,
plumajes, turquesas y cosas preciadas, porque no las gozaran aquellos
extranjeros. Salieron en escuadrón, con los niños y mujeres en medio, para
abrir camino por fuerza y salvarse. Mas pocos escaparon de las espadas y
caballos y de un río que cerca estaba. Murieron en la pelea siete españoles, y
quedaron heridos ochenta, y muchos caballos; porque veáis cuánto vale la
determinación en la necesidad. Muchos indios se volvieron al pueblo con la
gente menuda, y se defendieron hasta que se les puso fuego. Helóse tanto aquel
río estando en treinta y seis grados de la Equinoccial, que sufría pasar encima
hombres a caballo y caballos con carga. Dura la nieve medio año. Hay en aquella
ribera melones y algodón blanco y colorado, de que hacen muy más anchas mantas
que en otras partes de Indias. De Tiguex fueron en cuatro jornadas a Cicuic,
lugar pequeño, y a cuatro leguas de él toparon un nuevo género de vacas fieras
y bravas, de las cuales mataron el primer día ochenta, que abastecieron el
ejército de carne. Fueron de Cicuic a Quivira, que a su cuenta hay casi
trescientas leguas, por grandísimos llanos y arenales tan rasos y pelados, que
hicieron mojones de boñigas, a falta de piedras y de árboles, para no perderse
a la vuelta, ca se les perdieron en aquella llanura tres caballos y un español
que se desvió a caza. Todo aquel camino y llanos están llenos de vacas
corcovadas como la Serena de ovejas; pero no hay más gente de la que las
guardan. Fueron gran remedio para el hambre y falta de pan que llevaban. Cayóles
un día por aquel llano mucha piedra como naranjas, y hubo harta lágrimas,
flaqueza y votos. Llegaron, en fin, a Quivira, y hallaron al Tatarrax que
buscaban, hombre ya cano, desnudo y con una joya de cobre al cuello, que era
toda su riqueza. Vista por los españoles la burla de tan famosa riqueza, se
volvieron a Tiguex sin ver cruz ni rastro de cristiandad, y de allí a México,
en fin de marzo del año de 42. Cayó en Tiguex del caballo Francisco Vázquez, y
con el golpe salió de sentido y devaneaba, lo cual unos tuvieron por dolor y
otros por fingido, ca estaban mal con él porque no poblaba. Está Quivira en
cuarenta grados: es tierra templada, de buenas aguas, de muchas yerbas,
ciruelas, moras, nueces, melones y uvas, que maduran bien. No hay algodón, y
visten cueros de vacas y venados. Vieron por la costa naos que traían
arcatraces de oro y plata en las proas, con mercaderías, y pensaron ser del
Catayo y China, porque señalaban haber navegado treinta días. Fray Juan [306] de Padilla se quedó
en Tiguex con otro fraile francisco, y tornó a Quivira con hasta doce indios de
Mechuacán, y con Andrés Docampo, portugués, hortelano de Francisco de Solís.
Llevó cabalgaduras y acémilas con provisión; llevó ovejas y gallinas de
Castilla, y ornamentos para decir misa. Los de Quivira mataron a los frailes, y
escapóse el portugués con algunos mechuacanes, el cual, aunque se libró
entonces de la muerte, no se libró de cautiverio, porque luego le prendieron.
Mas de allí a diez meses que fue esclavo, huyó con dos perros. Santiguaba por
el camino con una cruz, a que le ofrecían mucho, y doquiera que llegaba le
daban limosna, albergue y de comer. Vino a tierra de Chichimecas, y aportó a
Panuco. Cuando llegó a México traía el cabello muy largo y la barba trenzada, y
contaba extrañezas de las tierras, ríos y montañas que atravesó. Mucho pesó a
don Antonio de Mendoza que se volviesen, porque había gastado más de sesenta
mil pesos de oro en la empresa, y aun debía muchos de ellos, y no traían cosa
ninguna de allá, ni muestra de plata ni de oro ni de otra riqueza. Muchos
quisieron quedarse allá; mas Francisco Vázquez de Coronado, que rico y recién
casado era con hermosa mujer, no quiso, diciendo no se podrían sustentar ni
defender en tan pobre tierra y tan lejos del socorro. Caminaron más de
novecientas leguas de largo esta jornada.
De las vacas corcovadas que hay en Quivira
Todo
lo que hay de Cicuic a Quivira es tierra llanísima, sin árboles ni piedras, y
de pocos y chicos pueblos. Los hombres visten y calzan de cuero, y las mujeres,
que se precian de largos cabellos, cubren sus cabezas y vergüenzas con lo
mismo. No tienen pan de ningún grado, según dicen, que lo tengo a mucho. Su
principal vianda es carne, y aquélla muchas veces cruda, por costumbre o por
falta de leña. Comen el sebo así como lo sacan del buey, y beben la sangre
caliente, y no mueren, aunque dicen los antiguos que mata, como hizo a
Empedócles y a otros. También la beben fría, desatada en agua. No cuecen la
carne por falta de ollas, sino ásanla, o, mejor dicho, caliéntanla a lumbre de
boñigas. Comiendo, mascan poco y tragan mucho; y teniendo la carne con los
dientes, la parten con navajones de pedernal, que parece bestialidad. Mas tal
es su vivienda y traje. Andan en compañías, múdanse, como alábares, de una
parte a otra, siguiendo el tiempo y el pasto tras sus bueyes. Son aquellos
bueyes del tamaño y color que nuestros toros, pero no de tan grandes cuernos.
Tienen una gran giba sobre la cruz y más pelo de medio adelante que de medio
atrás, y es lana. Tienen como clines sobre el espinazo, y mucho pelo y muy
largo de las rodillas abajo. Cuélganles por [307] la frente grandes guedejas, y parece que tienen barbas,
según los muchos pelos del garguero y varillas. Tienen la cola muy larga los
machos, y con un flueco grande al cabo; así que algo tienen de león y algo de
camello. Hieren con los cuernos, corren, alcanzan y matan un caballo cuando se
embravecen y enojan. Finalmente, es animal feo y fiero de rostro y cuerpo;
huyen de ellos los caballos por su mala catadura o por nunca haberlos visto. No
tienen sus dueños otra riqueza ni hacienda. De ellos comen, beben, visten,
calzan y hacen muchas cosas; de los cueros, casas, calzado, vestido y sogas; de
los huesos, punzones; de los nervios y pelos hilo; de los cuernos, buches y
vejigas, vasos; de las boñigas, lumbre, y de las terneras, odres, en que traen
y tienen agua; hacen, en fin, tantas cosas de ellos cuantas han menester o
cuantas les bastan para su vivienda. Hay también otros animales, tan grandes
corno caballos, que por tener cuernos y lana fina los llaman carneros, y dicen
que cada cuerno pesa dos arrobas. Hay también grandes perros, que lidian con un
toro y que llevan dos arrobas de carga sobre salmas cuando van a caza o cuando
se mudan con el ganado y hato.
Del pan de los indios
El
común mantenimiento de todos los hombres del mundo es pan; y no es común por
ser mejor mantenimiento, sino por ser mayor y más fácil de haber y guardar,
aunque otros tienen opinión contraria viendo que con pan y agua pasan los
hombres; y es cierto que también pasarían con sola carne si lo acostumbrasen, o
con solas yerbas o frutas, que nuestro estómago y naturaleza con muy poco se
contenta si lo avezamos; y comiendo por necesidad, y no por gula, cualquier
manjar sustenta y aun deleita. Llaman pan lo que se amasa y cuece después de
ser molido el grano, aunque también dicen pan lo que hacen de raíces,
ralladuras de madera y de peces cocidos. En Europa comen generalmente pan de
trigo, aunque también hacen pan de centeno en algunas partes, y de mijo, y aun
de castañas. La más gente de África come pan de arroz y cebada. En Asia usan
mucho el pan de arroz; por lo cual parece claramente que muy muchos hombres
viven sin comer trigo. Tampoco tenían trigo en todas las Indias, que son otro
mundo; falta, grandísima según la usanza de acá. Mas empero los naturales de
aquellas partes no sentían ni sienten tal falta, comiendo pan de maíz, y
cómenlo todos. Cavan a manos la tierra con palas de madera, ca no tienen
bestias con qué arar. Siembran el maíz como nosotros las habas, remojado; pero echan
cuatro granos por lo menos en cada agujero. De un grano nace una caña
solamente; empero muchas veces una caña lleva dos y tres espigas, y una espiga [308] cien granos y
doscientos, y aun cuatrocientos, y tal hay que seiscientos. Crece la caña un
estado y más, engorda mucho y echa las hojas como nuestras cañas, pero más
anchas, más largas, más verdes y más blandas. La espiga es como piña en la
hechura y tamaño; el grano es grande, mas ni es redondo como garbanzo, ni largo
como trigo, ni cuadrado. Viene a sazón en cuatro meses, y en algunas tierras en
tres, y a mes y medio en regadío, mas no es tan bueno. Siémbranlo dos y tres
veces por año en muchos cabos, y en algunos rinde trescientas, y aun quinientas
por una. Comen cocida la espiga en leche por fruta o regalo. Cómenla también,
después de granada, cruda y cocida y asada, que es mejor. Comen eso mismo el
grano seco, crudo y tostado; mas de cualquiera manera es duro de mascar y
atormenta las encías y dientes. Para comer pan cuecen el grano en agua, estrujan,
muelen y amásanlo; y o lo cuecen en el rescoldo, envuelto en sus hojas, que no
tienen hornos, o lo asan sobre las brasas; otros lo muelen el grano entre dos
piedras como mostaza, ca no tienen molinos; pero es muy gran trabajo, así por
la dureza como por la continuación, que no se tiene como el pan de trigo; y
así, las mujeres pasan trabajo en cocer cada día; duro pierde el sabor y
endurécese presto, y a tres días se enmohece y aun pudre. Ensucia y daña mucho
la dentadura, y por eso traen gran cuidado de limpiarse los dientes. La harina
del maíz adoba el agua corrompida, quitándole aquel mal sabor y olor, y por eso
es buena para la mar. Es de mucha sustancia este pan, y aun dicen que harta y
mantiene mejor que pan de trigo, pues con maíz y ají están gordos los hombres,
y también los caballos, y no enflaquecen como acá, aunque caminen, comiendo
maíz verde. Hacen asimismo del maíz vino, y es muy ordinario y provechoso. Es,
en fin, el maíz cosa muy buena y que no lo dejaran los indios por el trigo,
según tengo entendido. Las causas que dan son grandes, y son éstas: que están
hechos a este pan, y se hallan bien con él; que les sirve el maíz de pan y
vino; que multiplica más que trigo; que se cría con menos peligros que trigo,
así de agua y sol como de aves y bestias; que se hace más sin trabajo, pues un
hombre solo siembra y coge más maíz que un hombre y dos bestias trigo. También
usan los indios otro pan que hacen de unas raíces dichas en lengua de Santo
Domingo yuca y ajis, de los cuales traté en otra parte.
Del color de los indios
Una
de las maravillas que Dios usó en la composición del hombre es el color; y así,
pone muy agradable admiración y gana de contemplarlo, viendo un hombre blanco y
otro negro, que son del todo contrarios colores; pues [309] si meten un bermejo
entre el negro y el blanco, ¡qué divisada librea parece! Cuanto es de
maravillas por estos colores tan diferentes, tanto es de considerar cómo se van
diferenciando unos de otros, casi por grados; porque hay hombres blancos de
muchas maneras de blancura, y bermejos de muchas maneras de bermejura, y negros
de muchas maneras de negrura; y de blanco va a bermejo por descolorido y rubio,
y a negro por cenizo, moreno, loro y leonado como nuestros indios, los cuales
son todos en general como leonados o membrillos cochos, o tiriciados o
castaños, y este color es por naturaleza, y no por desnudez, como pensaban
muchos, aunque algo les ayuda para ello ir desnudos; de suerte que así como en
Europa son comúnmente blancos y en África negros, así también son leonados en nuestras
Indias, donde tanto se maravillan de ver hombres blancos como negros. Es
también de considerar que son blancos en Sevilla, negros en el cabo de Buena
Esperanza y castaños en el río de la Plata, estando en iguales grados de la
Equinoccial; y que los hombres de África y de Asia que viven bajo la tórrida
zona sean negros, y no lo sean los que viven debajo la misma zona en México,
Yucatán, Cuauhtemallán, Nicaragua, Panamá, Santo Domingo, Paria, cabo de San
Agustín, Lima, Quito y otras tierras del Perú que tocan en la misma
Equinoccial. Solamente se hallaron ciertos negros en Cuareca cuando Vasco Núñez
de Balboa descubrió la mar del Sur, por lo cual es opinión que va en los
hombres y no en la tierra; que bien puede ser, aunque todos seamos nacidos de Adán
y Eva; bien que no sabemos la causa por qué Dios así lo ordenó y diferenció,
mas de pensar que por mostrar su omnipotencia y sabiduría en tan diversa
variedad de colores que tienen los hombres. También dicen que no hay crespos,
que es otro notable, y pocos calvos, que dará cuidado a los filósofos para
rastrear los secretos de natura y novedades del Mundo Nuevo, y las complisiones
del hombre.
De la libertad de los indios
Libres
dejaban a los indios al principio los Reyes Católicos, aunque los soldados y
pobladores se servían de ellos como de cautivos en las minas, labranza, cargas
y conquistas que la guerra lo llevaba. Mas el año de 1504 se dieron por
esclavos los caribes, por el pecado de sodomía y de idolatría y de comer
hombres, aunque no comprendía esta licencia y mandamiento a todos los indios.
Después que los caribes mataron los españoles en Cumaná y asolaron dos
monasterios que allí había, uno de franciscos y otro de dominicos, según ya
contamos, se hicieron muchos esclavos en todas partes sin pena ni castigo,
porque Tomás Ortiz, fraile dominico, y otros frailes de su [310] hábito y de San
Francisco aconsejaron la servidumbre de los indios, y para persuadir que no
merecían libertad presentó cartas y testigos en Consejo de Indias, siendo
presidente fray García de Loaisa, confesor del emperador, y hizo un
razonamiento del tenor siguiente:
"Los
hombres de tierra firme de Indias comen carne humana, y son sodométicos más que
generación alguna. Ninguna justicia hay entre ellos; andan desnudos; no tienen
amor ni vergüenza; son como asnos, abobados, alocados, insensatos; no tienen en
nada matarse y matar; no guardan verdad sino es en su provecho; son
inconstantes; no saben qué cosa sea consejo; son ingratísimos y amigos de
novedades; précianse de borrachos, ca tienen vinos de diversas yerbas, frutas,
raíces y grano; emborráchanse también con humo y con ciertas yerbas que los
saca de seso; son bestiales en los vicios; ninguna obediencia ni cortesía
tienen mozos a viejos ni hijos a padres; no son capaces de doctrina ni castigo;
son traidores, crueles y vengativos, que nunca perdonan; inimicísimos de
religión, haraganes, ladrones, mentirosos y de juicios bajos y apocados; no
guardan fe ni orden; no se guardan lealtad maridos a mujeres ni mujeres a
maridos; son hechiceros, agoreros, nigrománticos; son cobardes como liebres,
sucios como puercos; comen piojos, arañas y gusanos crudos donde quiera que los
hallan; no tienen arte ni maña de hombres; cuando se olvidan de las cosas de la
fe que aprendieron, dicen que son aquellas cosas para Castilla y no para ellos,
y que no quieren mudar costumbres ni dioses; son sin barbas, y si algunas les
nacen, se las arrancan; con los enfermos no usan piedad ninguna, y aunque sean
vecinos y parientes los desamparan al tiempo de la muerte, o los llevan a los
montes a morir con sendos pocos de pan y agua; cuanto más crecen se hacen
peores; hasta diez o doce años parece que han de salir con alguna crianza y
virtud; de allí adelante se tornan como brutos animales; en fin, digo que nunca
crió Dios tan cocida gente en vicios y bestialidades, sin mezcla de bondad o
policía. juzguen ahora las gentes para qué puede ser cepa de tan malas mañas y
artes. Los que los habemos tratado, esto habemos conocido de ellos por
experiencia, mayormente el padre fray Pedro de Córdoba, de cuya mano yo tengo
escrito todo esto, y lo platicamos en uno muchas veces con otras cosas que
callo".
Fray
García de Loaisa dio grandísimo crédito a fray Tomás Ortiz y a los otros
frailes de su orden; por lo cual el emperador, con acuerdo del Consejo de
Indias, declaró que fuesen esclavos, estando en Madrid, el año de 25. Mudaron
de parecer los frailes dominicos. Reprendían mucho la servidumbre de indios en
los púlpitos y escuelas, por donde se tomó otra información sobre esta materia
el año de 31, y fray Rodrigo Minaya procuró mucho la libertad de los indios, y
sacó una bula del papa Paulo III en declaración que los indios eran hombres y
no bestias, libres y no esclavos. Insistió después en esto fray Bartolomé de
las Casas, y mandó el emperador al doctor Figueroa tomar otras informaciones de
religiosos, letrados y gobernadores de Indias que había en corte, por los
cuales, y por otras muchas razones que dieron los trece que ordenaron las
ordenanzas, de las cuales ya [311] en otra parte se dijo, libertó el emperador los indios,
mandando, so gravísimas penas, que nadie los haga esclavos, y así se guarda y
cumple. Ley fue santísima cual convenía a emperador clementísimo. Mayor gloria
es de un rey hacer buenas leyes que vencer grandes huestes. Justo es que los
hombres que nacen libres no sean esclavos de otros hombres, especialmente
saliendo de la servidumbre del diablo, por el santo bautismo, y aunque la
servidumbre y cautiverio, por culpa y por pena es del pecado, según declaran
los santos doctores Agustín y Crisóstomo, y Dios quizá permitió la servidumbre
y trabajo de estas gentes de pecados para su castigo, ca menos pecó Cam contra
su padre Noé que estos indios contra Dios, y fueron sus hijos y descendientes
esclavos por maldición.
Del Consejo de Indias
Luego
que se hallaron las Indias y que comenzaron a descubrir tierra firme, se
conoció ser grandísimo negocio, aunque no cuanto ahora es, y procuraron los reyes,
de gran memoria, don Fernando y doña Isabel, que eran sabios en la gobernación,
de cometer los pleitos y negocios de aquellas nuevas tierras a personas de
confianza, que despachasen con brevedad lo que ocurriese. Mas no hicieron
chancillería de ello en forma por sí. El que lo gobernaba todo era Juan
Rodríguez de Fonseca, que comenzó a entender en ello siendo deán de Sevilla y
acabó obispo de Burgos, y aun acabara arzobispo de Toledo si no fuera escaso.
Fernando de Vega, señor de Grajales y comendador mayor de Castilla, que trataba
todos los negocios del reino, entendió mucho tiempo en las cosas de Indias, y
aun Mercurino Gatinara, gran chanciller, entendió también en ellas, y mosiur de
Lassao, que era de la cámara del emperador, y el licenciado Francisco de
Vargas, tesorero general de Castilla, y otros grandes letrados. Mas como no
había personas ciertas, sino que se nombraban los que el rey o sus gobernadores
querían, y era necesario estar estantes a tanta negociación y tan importante,
ordenó el emperador don Carlos nuestro señor, el año de 24, un Consejo Real de
Indias, que despachase las causas, mercedes y todas las otras cosas de aquellas
partes, por sello y registro, conforme al estilo de los otros Consejos de
Castilla. Hizo presidente de él a fray García de Loaisa, natural de Talavera,
que siendo general de la orden de Santo Domingo le tomó por su confesor, el
cual murió cardenal y arzobispo de Sevilla, inquisidor general, comisario
general de la Cruzada y presidente de Indias, aun cuando fue visitado quisieran
que dejara el cargo. Fueron oidores el obispo de Canaria, el doctor Beltrán, el
licenciado Maldonado y Pedro Mártir. Por ausencia del cardenal, presidió [312] tres o cuatro años en
este Consejo don García Manrique, conde de Osorno, que era presidente de
Consejo de Órdenes. El secretario Francisco de los Cobos, que fue comendador
mayor de León, tuvo la secretaría de Indias, con grandísimos provechos. Largo
sería contar todos los oidores y personas que han entendido en los negocios y
Consejo de Indias. Solamente digo que han sido muy singulares hombres, y de la
calidad que habéis oído. Por muerte del cardenal Loaisa, entró en la
presidencia de este Consejo don Luis Hurtado de Mendoza, marqués de Mondéjar,
que había sido virrey de Granada y de Navarra, caballero de grandes partes y
virtudes y que trata cuerdamente los negocios de guerra y estado. Son al
presente oidores el doctor Gregorio López, el licenciado Francisco Tello de
Sandoval, el doctor Hernán Pérez Belón, el doctor Gonzalo Pérez de Rivadeneyra,
el licenciado García de Birbiesca, el licenciado don Juan Sarmiento. Es fiscal
el licenciado Martín de Agreda, varones gravísimos y que merecidamente tienen
el oficio y cargo de gobernar las Indias y las gobiernan con mucho juicio y
prudencia. Es secretario Juan de Sámano, caballero de Santiago, hombre muy
cuerdo y de negocios. Hay también allá en las Indias muchas audiencias y
gobernaciones, pero de todas vienen al Consejo como a supremo juicio. En Santo
Domingo hay chancillería, y en Cuba, gobernador, que son las mayores y
principales islas. En México reside la chancillería de la Nueva España, y
preside don Luis de Velasco, virrey de aquella provincia. En la Nueva Galicia
está otra audiencia de cuatro alcaldes mayores. Guatemala y Nicaragua tienen
asimismo una chancillería, y la Nueva Granada otra, En la ciudad de Los Reyes
hay otra chancillería para todas las provincias del Perú, donde preside el
virrey don Antonio de Mendoza, que también fue virrey de México. Hay también
gobernadores en muchas partes, como en el Boriquén, Panamá, Cartagena y
Venezuela, y adelantados que gobiernan, como Francisco de Montejo en Yucatán.
Hay sin esto alcaldes ordinarios en cada pueblo y corregidores en los grandes,
que proveen los virreyes en su jurisdicción. Los obispos administran justicia
en lo eclesiástico, y son muchos. Santo Domingo es arzobispado, y tiene por
sufragáneos a los obispos de Cuba, Boriquén, Honduras, Panamá, Cartagena y
Santa Marta. México es arzobispado, y acuden a él los obispos de Jalisco, Mechuacán,
Guajaca, Tascala, Guatimala, Chiapa y Nicaragua. La ciudad de Los Reyes, en el
Perú, es arzobispado, cuyos sufragáneos son los obispados del Cuzco, Quito y
Charcas. Es patrón de todos los obispados, dignidades y beneficios el rey de
Castilla; y así, los provee y presenta; por manera que es señor absoluto de las
Indias, que son tanta tierra como habemos mostrado; por lo cual podemos afirmar
ser el rey de España el mayor rey del mundo. [313]
Un dicho de Séneca acerca del Nuevo Mundo, que parece
adivinanza
Decir
lo que ha de ser mucho antes que sea es adivinar, y adivino llaman al que
acierta lo porvenir, y muchas veces aciertan los que hablan por conjetura y por
instinto y razón natural, que los que hablan por revelación y por espíritu de
Dios profetas son, de los cuales creo enteramente cuanto escribieron. A los
demás no creo, ni se han de creer, por más apariencia, semejanza, razones ni
demostración que tengan, auque mucho es de maravillar cómo aciertan alguna vez;
pero, como dicen, quien mucho habla, en algo acierta. Todo esto digo
considerando lo que dijo Séneca, el poeta, en la tragedia Medea, acerca
del Nuevo Mundo, que llaman Indias, ca me parece cuadrar puntualmente con el
descubrimiento de las Indias, y que nuestros españoles y Cristóbal Colón lo han
sacado verdadero. Dice, pues:
"Vendrán
siglos de aquí a muchos años que afloje las ataduras de cosas el Océano, y que
aparezca gran tierra, y descubra Tifis, que es la navegación, nuevos mundos, y
no será Tile la postrera de las Tierras". Y en latín:
|
Venient annis |
|
Saecula serís, quibus
Oceanus, |
|
Vincula rerum laxet, é
ingens |
|
Pateat tellus, Tiphisque
novos |
|
Detegat orbes. |
|
Nec sit terris ultima Thile. |
De la isla que Platón llamo Atlantide
Platón
cuenta, en los diálogos Timeo y Critias, que hubo antiquísimamente en
el mar Atlántico y Océano grandes tierras y una isla dicha Atlántide, mayor que
África y Asia, afirmando ser aquellas tierras de allí verdaderamente firmes y
grandes, y que los reyes de aquella isla señorearon mucha parte de África y de
Europa. Empero que con un gran terremoto y lluvia se hundió la isla, sorbiendo
los hombres, y quedó tanto cieno, que no se pudo navegar más aquel mar
Atlántico. Algunos tienen esto por fábula, y muchos por historia verdadera; y
Próculo, según Marsilio dice, alega ciertas historias de los de Etiopía, que
hizo un Marcelo, donde se confirma. Pero no [314] hay para qué disputar ni dudar de la isla Atlántide, pues
el descubrimiento y conquistas de las Indias aclaran llanamente lo que Platón
escribió de aquellas tierras, y en México llaman a la agua atl,
vocablo que parece, ya que no sea, al de la isla. Así que podemos decir cómo
las Indias son las islas y tierra firme de Platón, y no las Hespérides, ni Ofir
y Tarsis, como muchos modernos dicen, ca las Hespérides son las islas de Cabo
Verde y las Gorgonas, que de allí trajo Hanon monas. Aunque con lo de Solino
hay alguna duda, por la navegación de cuarenta días que pone. También puede ser
que Cuba, o Haití, o algunas otras islas de las Indias, sean las que hallaron
cartagineses, cuya ida y población vedaron a sus ciudadanos, según cuenta
Aristóteles o Teofrasto, en las maravillas de natura no oídas. Ofir y Tarsis no
se sabe dónde ni cuáles son, aunque muchos hombres doctos, como dice San
Agustín, buscaron qué ciudad o tierra fuese Tarsis. San Jerónimo, que sabía la
lengua hebrea muy bien, dice sobre los profetas, en muchos lugares, que Tarsis
quiere decir mar; y así, Jonás echó a huir a Tarsis, como quien dice a la mar,
que tiene muchos caminos para huir sin dejar rastro. Tampoco fueron a nuestras
Indias las armadas de Salomón, porque para ir a ellas habían de navegar hacia
poniente, saliendo del mar Bermejo, y no hacia levante, como navegaron; y
porque no hay en nuestras Indias unicornios ni elefantes, ni diamantes, ni
otras cosas que traían de la navegación y trato que llevaban.
El camino para las Indias
Pues
habemos puesto el sitio de las Indias, conveniente cosa es poner el camino por
donde van a ellas, para cumplimiento de la obra y para contentamiento de los
leyentes, especial extranjeros, que tienen poca noticia de él. Parten los que
navegan a Indias de San Lúcar de Barrameda, donde entra Guadalquivir en la mar,
que está de la línea Equinoccial treinta y siete grados, y en ocho días o doce
van a una de las islas de Canaria, que caen a veinte y siete grados, y a
doscientas y cincuenta leguas de España, contando hasta el Hierro, que es la
más occidental, De allí hasta Santo Domingo, que hay al pie de mil leguas,
suelen por la mayor parte ir en treinta días. Tocan o ven primero a la Deseada,
o alguna otra isla de muchas que hay en aquel paraje. De Santo Domingo, escala
general para la ida, navegan seiscientas leguas los que van a la Nueva España y
trescientas y cincuenta los que van a Yucatán y a Honduras; doscientas y
cuarenta los que van al Nombre de Dios, y ciento y cincuenta los que a Santa
Marta, por do entran al nuevo reino de Granada. Los que van a Cubagua, donde
sacan perlas, [315] toman su camino desde la Deseada a mano izquierda; para ir
al río Marañón y al de la Plata y al estrecho de Magallanes, que es cuatro mil
leguas de España, se va por Canaria a las islas de Cabo Verde, que están en
catorce y quince grados, y cerca de quinientas leguas del estrecho de
Gibraltar, y reconocen tierra firme de Indias en el Cabo Primero o en el cabo
de San Agustín, o no muy lejos, que, según cuenta de mareantes, estará casi
otras quinientas leguas de Cabo Verde. Quien va al Perú ha de ir al Nombre de
Dios, y de allí a Panamá por tierra, diecisiete leguas que hay. En Panamá toman
otros navíos, y esperan tiempo, ca no se navega siempre en aquel mar del Sur. A
la vuelta vienen todos, si no quieren perderse, a la Habana de Cuba, que cae debajo
el trópico de Cáncer, y desde allí, echando al norte por tener viento, suelen
tomar la Bermuda, isla despoblada, aunque no de sátiros, según mienten, y
puesta en treinta y tres grados. Tocan luego en alguna isla de los Azores, y en
fin, aportan a España, de donde salieron. Desvíanse a la venida, de la derrota
que llevaron, trescientas leguas, y aun por ventura cuatrocientas. Hacen tan
diferente camino a la vuelta por seguridad y presteza. Segura navegación es
toda, por ser la mar larga, aunque pocos navegan que no cuenten de tormentas;
lo peor de pasar a la ida es el golfo de las Yeguas, entre Canaria y España, y
a la venida, la canal de Bahama, que es junto a la Florida. Ningún hombre que
no sea español puede pasar a las Indias sin licencia del rey, y todos los
españoles que pasan se tienen de registrar en la casa de la Contratación de
Sevilla, con toda la ropa y mercaderías que llevan, so pena de perderlas, y
también se han de manifestar a la vuelta en la misma casa, bajo dicha pena,
aunque con tiempo forzoso desembarquen en otro cualquier puerto de España, que
así lo manda la ley.
Conquista de las islas Canarias
Por
ser las islas de Canaria camino para las Indias, y nuevamente conquistadas,
escribo aquí su conquista. Muy sabidas y loadas fueron siempre las islas de
Canaria, según autores griegos, latinos, africanos y otros gentiles escriben.
Mas no sé que hayan sido de cristianos hasta que fueron de españoles. Cuenta el
rey Don Pedro el Cuarto de Aragón, en su historia, cómo el año de 1344 le vino
a pedir ayuda para conquistar las islas perdidas de Canaria don Luis, nieto de
don Juan de la Cerda, que se llamaba príncipe de la Fortunia, por merced, creo,
del papa Clemente VI, francés. Puede ser que fuesen entonces a Canaria los
mallorquines, a quien los canarios se loan haber vencido, matando muchos de
ellos, y que hubiesen allí una imagen antigua que tienen. Los primeros
españoles que comenzaron a conquistarlas [316] fueron allá el año de 1393, y fue así que muchos
sevillanos, vizcaínos y guipuzcoanos fueron a las Canarias con armada, en que
llevaron caballos para la guerra, el año sobredicho, que fue el tercero del rey
don Enrique III, según su historia cuenta. No sabría decir a cúya costa fueron,
aunque parece que a la suya propia, ni si por mandado del rey o por su motivo.
Empero sé que hubieron batalla con los de Lanzarote, y gran despojo y presa en
la victoria, y que trajeron presos a España al rey y reina de aquella isla, con
otras ciento y setenta personas, y muchos cueros y cabras, cera y otras cosas
de riqueza y estima para en aquellos tiempos. Después el rey don Enrique dio a
ciertos caballeros las Canarias para que las conquistasen, reservando para sí
el feudo y vasallaje; entre los cuales fue Juan de Betancurt, caballero
francés, el cual, a intercesión de Rubín de Bracamonte, almirante de Francia,
su pariente, hubo también el año de 1471 la conquista de aquellas islas, con
título de rey. Vendió una villa que tenía en Francia, armó ciertos navíos, pasó
a las Canarias con españoles y llevó a fray Mendo por obispo de lo que
conquistase, para doctrinar y convertir aquellos gentiles; que así lo mandó el
papa Martín V. Ganó a Lanzarote, Fuerteventura, Gomera y Hierro, que son las
menores, y aun la Palma, a lo que algunos dicen. De Canaria lo echaron diez mil
isleños que había de pelea; y así, hizo un castillo de piedra y lodo en
Lanzarote, donde asentó y pobló. Señoreaba y regía desde allí las otras islas
que sujetara, y enviaba a España y Francia esclavos, cera, cueros, sebo,
orchilla, sangre de drago, higos y otras cosas, de que hubo mucho dinero. A la
fama de la riqueza, o por ganar honra conquistando a Tenerife que llaman isla
del Infierno, y a la gran Canaria, que se defendía valientemente, pidió el
infante de Portugal don Enrique al rey don Juan el Segundo de Castilla aquella
conquista, mas no se la dio; y el rey don Juan, su padre, la procuró de haber
del Papa, y envió el año de 1425 con armada a don Fernando de Castro. Pero los
canarios se defendieron gentilmente. Todavía insistieron en aquella demanda,
como les había sucedido bien la guerra de la isla de la Madera y de otras, los
reyes don Juan y don Duarte, y el infante don Enrique, que era guerrero, y
llegó el negocio a disputa de derecho delante el papa Eugenio IV, veneciano,
estando sobre ello en Roma el doctor Luis Álvarez de Paz, y el papa dio la
conquista y conversión de aquellas islas al rey de Castilla don Juan el
Segundo, año de 1431; y así cesó la contienda sobre las Canarias entre los
reyes de Castilla y Portugal. Tornando, pues, a Juan de Betancurt, digo que
cuando murió dejó el señorío de aquellas cuatro islas que conquistara a un
pariente llamado Menaute, el cual, continuando la gobernación y trato con el
mismo Juan de Betancurt, tuvo diferencias y enojo con el obispo fray Mendo, que
convertía aquellos gentiles. El obispo entonces escribió al rey cómo los
isleños estaban muy mal con Menaute por muchos malos tratamientos que les
hacía, y tenían grandísimo deseo y aparejo de ser de su alteza. El rey, por
aquellas cartas del obispo, envió allá con tres naos, y con poderes para tomar
y tener las islas y personas, a Pero Barba de Campos, hombre rico, el cual como
llegó tuvo que dar y que tomar con el Menaute de palabras y aun [317] de manos. Mas a la
fin se concertaron, dejando y vendiendo el Menaute las islas al Pero Barba, y
Pero Barba las vendió después a Fernán Peraza, caballero sevillano. Otros dicen
cómo el mismo Juan de Betancurt las vendió al conde de Niebla don Juan Alonso,
y cómo después las trocó el conde a Fernán Peraza, criado suyo, por ciertos
lugares que tenía. De la una manera o de la otra que pasó, es cierto que las
hubo Fernán Peraza, y que dio guerra a las otras islas por conquistar, y en la
Palma le mataron a su único hijo Guillén Peraza. Llamábase rey de Canaria, y
casó a su hija mayor, doña Inés, con Diego de Herrera, hermano del mariscal de
Empudia. Muerto Fernán Peraza, heredaron Diego de Herrera y doña Inés Peraza,
llamándose reyes, que no debieran. Trabajaron mucho por ganar a Canaria,
Tenerife y la Palma; pero nunca pudieron. Tuvieron éstos hijos a Pero García de
Herrera, Fernán Peraza, Sancho de Herrera, doña María de Ayala, que casó en
Portugal con don Diego de Silva, conde de Portalegre, y otra que casó con Pero
Fernández de Saavedra, hijo del mariscal de Zaharia. Entendieron el rey don
Fernando y la reina doña Isabel, recién herederos, cómo Diego de Herrera no
podía conquistar a Canaria; y como fueron a Sevilla el año 1478, enviaron a
Juan de Rejón y a Pedro del Algaba con gente y armada a conquistarla. Riñeron
estos capitanes andando en la conquista, y mató Rejón a Pedro del Algaba, cuya
venganza no se dilató mucho, ca luego mató Fernán Peraza, hijo de Diego de
Herrera, al Juan de Rejón, cuya muerte dañó después sus propios negocios, ca
prosiguiendo los reyes aquella guerra, estuvieron mal con Diego de Herrera, que
se nombraba rey sin serlo. El Diego de Herrera puso pleito a la conquista,
porque, o la dejasen o lo dejasen, diciendo pertenecerle a él y a su mujer, por
la merced del señor rey don Juan que hizo a Juan de Betancurt, cuyos sucesores
ellos eran; y alegando estar en posesión y acto de la conquista, en la cual
habían gastado muchos dineros y derramado mucha sangre de hermanos, parientes y
amigos. Hubo sobre esto demandas y respuestas con parecer de letrados, y tras
ellas concierto, y los reyes dieron al Diego de Herrera cinco cuentos de
maravedís en contado por los gastos, y el título de conde de la Gomera con el
Hierro, y él y su mujer doña Inés Peraza renunciaron todo el derecho y acción
que tenían a las otras islas. Tras este concierto despacharon allá con armada a
Pedro de Vera, natural de Jerez, año de 1480, según pienso. Pedro de Vera gastó
tres años en ganar a Canaria, que se defendían reciamente los isleños; y
tardara más, y aun quizá no la ganara, si no fuera con ayuda de Guanarteme, rey
natural de Galdar, que le favoreció por deshacer a Doramas, hombre bajo que por
su valentía e industria se había hecho rey de Telde, por donde entrambos se
perdieron. Señaláronse muchos canarios en aquella guerra, como fue Juan Delgado,
que así se llamó desde cristiano, y un Maninigra, que fue valentísimo sobre
todos, el cual dijo a otro que le motejaba de medroso una vez: "Tiemblan
las carnes temiendo el peligro donde las ha de poner el corazón". Alonso
de Lugo, que fue gentil soldado y capitán en la guerra de Canaria, conquistó el
año de 1494 la Palma y Tenerife, de la cual hubo título de adelantado. Desde
entonces [318]
son todas aquellas islas de Canaria del rey de Castilla muy pacíficamente, y el
papa Inocencio VIII le dio el patronazgo de ellas el año de 1486.
Costumbres de los canarios
Las
islas de Canaria son siete: Lanzarote, Fuerteventura, Canaria, Tenerife,
Gomera, Palma, Hierro. Están en rengle unas tras otras, de este a oeste, y en
veinte y siete grados y medio, y a diecisiete leguas de África por el cabo de
Bojador, y doscientas de España, contando hasta Lanzarote, que es la primera.
Los escritores antiguos las llamaron Afortunadas y Beatas, teniéndolas por tan
sanas y tan abundantes de todas las cosas necesarias a la vida humana, que sin
trabajo ni cuidado vivían los hombres en ellas mucho tiempo. Aunque Solino,
cuando habla de ellas, mucho disminuye la fama de su bondad y abundancia, que
conforma mucho más con lo que al presente son. Otra isla dice que aparece a
tiempos a la parte setentrional, que debe ser la Inaccesible de Tolomeo, la
cual muchos han buscado con diligencia, llevando en ala cuatro y aun siete
carabelas hacia ella. Mas nunca ninguno la topa, ni sabe qué puede ser aquello.
Canaria es redonda y la mejor; donde es fértil, es fertilísima, y donde
estéril, esterilísima; así que lo bueno es poco y de regadío. No halló Pedro de
Vera los canes que dijo el rey Juba, aunque dicen que tomó de ellos el nombre.
Piensan algunos que los llamaron canarios por comer, como canes, mucho y crudo,
ca se comía un canario veinte conejos de una comida o un gran cabrón, que es
harto más. Tenerife, que debe ser la Nivaria, es triangulada y la mayor y más
abundante de trigo; tiene una sierra que llaman el pico de Teide, la cosa más
alta que navegantes saben, la cual es verde al pie, nevada siempre al medio,
rasa y humosa en lo alto. El Hierro, según opinión de muchos, es la Pluitina,
donde no hay otra agua sino la que destilla un árbol cuando está cubierto de
niebla, y cúbrese cada día por las mañanas; extrañeza de natura admirable.
Vivían todos los de aquellas islas en cuevas y chozas, y la cueva de los reyes
de Galdar estaba cavada en vivas peñas, y toda chapada de tablones del corazón
de pino, que dicen teda, madera perpetua. Andaban desnudos, o cuando mucho, con
cada dos cueros de cabra, peludos. Ensebábanse mucho para endurecer el cuero,
majando el sebo de cabras con zumo de yerbas; comían cebada como trigo, que no
lo tenían; comían cruda la carne por falta de lumbre, a lo que dicen; mas yo no
creo que careciesen de lumbre, cosa necesaria para la vida y tan fácil de haber
y conservar. No tenían hierro, que también era gran falta; y así, labraban la
tierra con cuernos; cada isla hablaba su lenguaje, y así no se entendían unos a
otros; eran en la guerra [319] esforzados y cuidadosos; en la paz, flojos y disolutos;
usaban ballestas de palo, dardos y lanzones con cuerno por yerros; tiraban una
piedra con la mano tan cierta como una saeta con la ballesta; escaramuzaban de
noche por engañar los enemigos; pintábanse de muchos colores para la guerra y
para bailar las fiestas; casaban con muchas mujeres, y los señores y capitanes
rompían las novias por honra o por tiranía; adoraban ídolos, cada uno al que
quería; aparecíaseles mucho el diablo, padre de la idolatría; algunos se
despeñaban en vida a la elección del señor, con gran pompa y atención del
pueblo, por ganar fama y hacienda para los suyos, de un gran peñasco, que
llamaban Ayatirma; bañaban los muertos en la mar, y secábanlos a la sombra, y liábanlos
después con correas pequeñitas de cabras, y así duraban mucho sin corromperse.
Es mucho de maravillar que, estando tan cerca de África, fuesen de diferentes
costumbres, traje, color y religión que los de aquella tierra; no sé si en
lengua, porque Gomera, Telde y otros vocablos así hay en el reino de Fez y de
Benamarín, y que careciesen de fuego, hierro, letras y bestias de carga; lo
cual todo es señal de no haber entrado allí cristianos hasta que nuestros
españoles y Betancurt fueron allá; después que son de Castilla son cristianos y
visten como en España, donde vienen con las apelaciones y tributos; tienen
mucho azúcar, que antes no tenían, y que les enriquece la tierra; entre otras
cosas que después acá tienen son peras, de las cuales se hacen en la Palma tan
grandes que pesan a libra, y alguna pesa dos libras. Dos cosas andan por el
mundo que ennoblecen estas islas: los pájaros canarios, tan estimados por su
canto, que no hay en otra ninguna parte, a cuanto afirman, y el canario, baile
gentil y artificioso.
Loor de españoles
Tanta
tierra como dicho tengo han descubierto, andado y convertido nuestros españoles
en sesenta años de conquista. Nunca jamás rey ni gente anduvo y sujetó tanto en
tan breve tiempo como la nuestra, ni ha hecho ni merecido lo que ella, así en
armas y navegación como en la predicación del santo Evangelio y conversión de
idólatras; por lo cual son españoles dignísimos de alabanza en todas las partes
del mundo. ¡Bendito Dios, que les dio tal gracia y poder! Buena loa y gloria es
de nuestros reyes y hombres de España que hayan hecho a los indios tomar y
tener un Dios, una fe y un bautismo, y quitándoles la idolatría, los
sacrificios de hombres, y el comer carne humana, la sodomía y otros grandes y
malos pecados, que nuestro buen Dios mucho aborrece y castiga. Hanles también
quitado la muchedumbre de mujeres, envejecida costumbre y deleite entre todos
aquellos hombres [320] carnales; hanles mostrado letras, que sin ellas son los
hombres como animales, y el uso del hierro, que tan necesario es a hombre;
asimismo les han mostrado muchas buenas costumbres, artes y policía para mejor
pasar la vida; lo cual todo, y aun cada cosa por sí, vale, sin duda ninguna,
mucho más que la pluma ni las perlas ni la plata ni el oro que les han tomado,
mayormente que no se servían de estos metales en moneda, que es su propio uso y
provecho, sino contentarse con lo que sacaban de las minas y ríos y sepulturas.
No tiene cuenta el oro y plata, ca pasan de sesenta millones, ni las perlas y
esmeraldas que han sacado de bajo la tierra y agua; en comparación de lo cual
es muy poco el oro y plata que los indios tenían. El mal que hay en ello es
haber hecho trabajar demasiadamente a los indios en las minas, en la pesquería
de perlas y en las cargas. Oso decir sobre esto que todos cuantos han hecho
morir indios así, que han sido muchos, casi todos han acabado mal. En lo cual,
paréceme que Dios ha castigado sus gravísimos pecados por aquella vía. Yo
escribo sola y brevemente la conquista de Indias. Quien quisiere ver la justificación
de ella, lea al doctor Sepúlveda, cronista del emperador, que la escribió en
latín doctísimamente; y así quedará satisfecho del todo.