Nuevas capitulaciones entre Pizarro y Almagro
Francisco
Pizarro pobló tras esto la ciudad de Los Reyes, a la ribera de Lima, río fresco
y apacible, cuatro leguas de Pachacama, y cerca de la mar. Pasó a ella los
vecinos de Jauja, que no era tan buena vivienda. Envió al Cuzco a Diego de
Almagro con muchos españoles a regir la ciudad. Y él fuése a Trujillo a
repartir la tierra e indios entre los pobladores. Tuvo nuevas y cartas Almagro,
estando en el Cuzco, de cómo el emperador le había hecho mariscal del Perú y
gobernador de cien leguas de tierra más adelante que Pizarro gobernaba; y quiso
serlo luego y antes de tener la provisión. Y como el Cuzco no entraba en la
gobernación de Pizarro y había de caer en la suya, comenzó a repartir la tierra
y mandar y vedar por sí, dejando los poderes del compañero y amigo; y le
faltaron para ello favor y consejo de muchos, entre los cuales eran Hernando de
Soto. Envió corriendo Pizarro a Verdugo con poder para Juan Pizarro y
revocación de Almagro. Contradijéronle reciamente Juan y Gonzalo Pizarro y los
más del regimiento; y así no salió con su intento. Llegó Pizarro en esto por la
posta, y apaciguólo todo [191] amigablemente. Juraron de nuevo sobre la hostia consagrada
Pizarro y Almagro su vieja compañía y amistad, y concertaron que Almagro fuese
a descubrir la costa y tierra de hacia el estrecho de Magallanes, porque decían
los indios ser muy rica tierra el Chili, que por aquella parte estaba; y que si
buena y rica tierra hallase, que pedirían la gobernación para él, y si no, que
partirían la de Pizarro, como la demás hacienda, entre sí; harto buen concierto
era, si engañoso no fuera. juraron, empero, entrambos de nunca ser el uno
contra el otro, por bien ni mal que les fuese, y aun afirman muchos que dijo
Almagro, cuando juraba, que Dios le confundiese cuerpo y alma si lo quebrantaba
ni entraba con treinta leguas en el Cuzco, aunque el emperador se lo diese.
Otros, que dijo: "Dios le confunda el cuerpo y alma al que lo quebrantare".
La entrada que Diego de Almagro hizo al Chili
Aderezóse
Almagro para ir al descubrimiento de Chili, como estaba concertado. Dio y
emprestó muchos dineros a los que iban con él, porque llevasen buenas armas y
caballos, y así juntó quinientos y treinta españoles muy lucidos y que de buena
gana querían ir tan lejos por su liberalidad y por la gran fama de oro y plata
de aquellas tierras. Muchos también hubo que dejaron su casa y repartimientos
por ir con él, pensando mejorarlos. Almagro, pues, dejó allí en el Cuzco a Juan
de Rada, criado suyo, haciendo más gente. Envió delante a Juan de Saavedra, de
Sevilla, con ciento, y él partióse luego con los otros cuatrocientos y treinta,
y con Paulo y Villaoma, gran sacerdote, Filipillo y otros muchos indios
honrados y de servicio y carga. Topó Saavedra en los Charcas ciertos chileses,
que traían al Cuzco, no sabiendo lo que pasaba, su tributo en tejuelas de oro
fino, que pesaron ciento y cincuenta mil pesos. Fue principio de jornada, si
tal fin tuviera. Quiso prender allí al capitán Gabriel de Rojas, que por
Pizarro estaba. Mas él se guardó y se volvió al Cuzco por otro camino con su
gente. De los Charcas al Chile pasó Almagro mucho trabajo, hambre y frío, ca
peleó con grandes hombres de cuerpo, y diestros flecheros. Heláronsele muchos
hombres y caballos, pasando unas grandes sierras nevados, donde también perdió
su fardaje. Halló ríos que corren de día y no de noche, a causa que las nieves
se derriten con el sol y se hielan con la luna. Visten los de Chile cueros de lobos
marinos; son altos y hermosos; usan arcos en la guerra y caza; es la tierra
bien poblada y del temple que nuestra Andalucía, sino que allá es de noche
cuando acá día, y su verano cuando nuestro invierno. En fin, podemos decir que
son antípodas nuestros. Hay muchas ovejas, como en el Cuzco, y muchos
avestruces. Españoles los mataban a caballo, poniéndose en paradas; que un
caballo no corre tanto como trota un avestruz. [192]
Vuelta de Fernando Pizarro al Perú
Poco
después que Almagro se partió a Chili, llegó Fernando Pizarro a Lima, ciudad de
los Reyes. Llevó a Francisco Pizarro título de marqués de los Atavillos, y a
Diego de Almagro la gobernación del nuevo reino de Toledo, cien leguas de
tierra contadas de la raya de la Nueva Castilla, jurisdicción y distrito de
Pizarro, hacia el sur y levante. Pidió servicio a los conquistadores para el
emperador, que decía pertenecerle, como a rey, todo el rescate de Atabaliba,
que también era rey. Ellos respondieron que ya le habían dado su quinto, que le
venía de derecho, y presto hubiera motín, porque los motejaban de villanos en
España y Corte, y no merecedores de tanta parte y riquezas; y no digo entonces,
pero antes y después lo acostumbraban decir acá los que no van a Indias;
hombres que por ventura merecen menos lo que tienen, y que no se habían de
escuchar. Francisco Pizarro los aplacó diciendo que merecían aquello por su
esfuerzo y virtud, y tantas franquezas y preeminencias como los que ayudaron al
rey Don Pelayo y a los otros reyes a ganar a España de los moros. Dijo a su
hermano que buscase otra manera para cumplir lo que había prometido, pues
ninguno quería dar nada, ni él les tomaría lo que les dio. Fernando Pizarro
entonces tomaba un tanto por ciento de lo que hundían, por lo cual incurrió en
gran odio de todos; mas él no alzó la mano de aquello, antes se fue al Cuzco a
otro tanto, y trabajó de ganar la voluntad a Mango, inca, para sacarle alguna
gran cuantía de oro para el emperador, que muy gastado estaba con las jornadas
de su coronación, del turco en Viena y de Túnez; y para sí también.
La rebelión de Mango, inca, contra españoles
Mango,
hijo de Guaynacapa, a quien Francisco Pizarro dio la borla en Vilcas, se mostró
bullicioso y hombre de valor, por lo cual fue metido en la fortaleza del Cuzco
en prisiones de hierro. Mas desde allí, y aun antes que le prendiesen, tramó
matar los españoles y hacerse rey como su padre fue. Hizo hacer muchas armas de
secreto y grandes sementeras para tener el pan abasto en las guerras y cercos
que poner esperaba. Concertó con su hermano Paulo, con Villaoma y Filipillo,
que matasen a Diego de Almagro con todos los suyos en los Charcas, o donde más
aparejo hallasen, que así haría él a Pizarro y a cuantos estaban en Lima, Cuzco
y las otras poblaciones. [193] No podía Mango ejecutar su propósito estando preso; y rogó
a Juan Pizarro, que conquistando andaba sobre el Collao, lo soltase antes que
viniese Fernando Pizarro, prometiendo ser muy leal y obediente al gobernador.
Como se vio suelto, hízose muy familiar de Fernando Pizarro, que le pedía dineros,
para huir del Cuzco a su salvo con su amistad y favor. Así que pidió licencia a
Fernando Pizarro para ir a una solemne fiesta que se hacía en Hincay, y que le
traería de allá una estatua de oro maciza, que al propio tamaño de su padre
estaba labrada. Fuese la Semana Santa del año de 1536. Cuando en Hincay estuvo,
mofaba y blasfemaba de los españoles. Convocó muchos señores y otras personas,
y dio conclusión en el alzamiento que pensaba. Hizo matar muchos españoles que
andaban en las minas, y cuantos indios los servían. Envió un capitán con buen
ejército al Cuzco; el cual llegó y entró tan súbito, que tomó la fortaleza, sin
que los españoles estorbarlo pudiesen, y la sostuvo seis o siete días. En fin
de los cuales la recobraron los nuestros peleando reciamente. Murieron sobre
ella algunos, y Juan Pizarro, de una pedrada que de noche le dieron en la
cabeza. Sobrevino Mango, cercó la ciudad, púsole fuego, y combatíala cada lleno
de Luna.
Almagro tomo por fuerza el Cuzco a los Pizarros
Estando
Almagro guerreando a Chile, llegó Juan de Rada con las provisiones de su
gobernación, que había traído Fernando Pizarro, con las cuales, aunque le
costaron la vida, se holgó más que con cuanto oro ni plata había ganado, ca era
codicioso de honra. Entró en consejo con sus capitanes sobre lo que hacer
debía, y resumióse, con parecer de los demás, de volver al Cuzco a tomar en él,
pues en su jurisdicción cabía, la posesión de su gobernación. Bien hubo muchos
que le dijeron y rogaron poblase allí o en los Charcas, tierra riquísima, antes
que ir, y enviase a saber entre tanto la voluntad de Francisco Pizarro y del
cabildo del Cuzco, porque no era justo descompadrar primero. Quien más atizó la
vuelta fueron Gómez de Alvarado, Diego de Alvarado y Rodrigo Orgoños, su amigo
y privado. Almagro, en fin, determinó volver al Cuzco a gobernar por fuerza, si
de grado los Pizarros no quisiesen, y también porque decían estar alzado el
inca, lo cual se publicó por huir del campo Paulo y Villaoma, no hallando gente
ni coyuntura para matar los cristianos, como traían urdido. Almagro envió tras
Filipillo, que, como era participante de la conjuración, también huyera, e
hízolo cuartos porque no le avisó y porque se pasó a Pedro de Alvarado en
Liribamba. Confesó el malvado, al tiempo de su muerte, haber acusado falsamente
a su buen rey Atabaliba, por yacer seguro con sus mujeres. Era un mal hombre
Filipillo de Puechos, liviano, inconstante, mentiroso, amigo de revueltas [194] y sangre, y poco
cristiano, aunque bautizado. Tuvo Almagro muchos trabajos a la vuelta; comió
los caballos que se murieron a la ida, cosa bien de notar, porque al cabo de
cuatro meses o más tiempo estaban por corromper, y tan frescos, según dicen,
como recién muertos. Estábanse también los españoles arrimados a las peñas con
las riendas en las manos, que parecían vivos. Proveyó de agua su ejército en
los despoblados con ovejas, que llevaban a cuatro y más arrobas de ella en
odres y zaques de otras ovejas, y aun muchos españoles fueron cabalgando en ellas;
aunque no es caballería, para su cólera. Maravilláronse mucho los de Almagro,
cuando al Cuzco llegaron, en verlo cercado de los indios; y él trató con el
inca la paz, diciendo, si alzaba el cerco, que le perdonaría lo hecho, como
gobernador, y si no, que lo destruiría, que a eso venía. Mango respondió que se
viesen, y que holgaba de su venida y gobernación. Almagro, sin pensar en la
malicia, fue a recaudo por otros inconvenientes, dejando en guarda de su real a
Juan de Saavedra. Fernando Pizarro, que supo estas vistas, salió a hablar con
Saavedra. Dábale cincuenta mil castellanos porque se metiese con él dentro del
Cuzco. No le osó enojar, que tenía mucha gente y muy fuerte plaza, y tornóse
bien triste y desconfiado. Tampoco pudo Mango prender a Almagro y perdió
esperanza de recobrar el Cuzco. Y porque no le tomasen entre puertas los de
Almagro y Pizarro, dejó el cerco y fuese a los Andes, que llaman una gran
montaña sobre Guamanga. Llegó Almagro su ejército al Cuzco, las banderas altas.
Requirió al regimiento y hermanos de Francisco Pizarro que lo recibiesen luego
pacíficamente por gobernador, conforme a las provisiones reales del emperador.
Fernando Pizarro, que mandaba, respondió que sin voluntad de Francisco Pizarro,
gobernador de aquella tierra, por cuyo poder él allí estaba, no podía ni debía,
según honra y conciencia, admitirlo por gobernador. Mas, si entrar quería como
privado y particular, que lo aposentaría muy bien con todos los que traía; y
entre tanto avisarían a su hermano, si vivo era, que estaba en Los Reyes, de su
llegada y pedimento; y que confiaba en su antigua y buena amistad que se
conformaría, declarando la raya y mojones de cada gobernación a dicho de sabios
cosmógrafos. Tuvo Almagro por dilación esta respuesta e insistió en su demanda;
y como hallaba contraste en Fernando Pizarro, entróse dentro una noche de gran
niebla y oscuridad. Cercó la casa donde los Pizarros y cabildo estaban fuertes,
y púsole fuego porque no se daban. Ellos, por no quemarse, rindiéronse. Echó
Almagro presos a Fernando y Gonzalo Pizarro y a otros. El regimiento y vecinos
lo recibieron luego en siendo de día por gobernador. Dicen unos que Almagro
quebró las treguas que habían puesto, para entre tanto esperar la respuesta de
Francisco Pizarro; otros, que no las hubo ni las quiso, porque no le habían de
recibir sino por fuerza; otros, que tuvo favor de los vecinos para entrar; y
como fueron bandos, cada uno habla en favor del suyo. Y es cierto que por
fuerza entró, y que murieron dos españoles, uno de cada parte, y que Almagro
matara a Fernando Pizarro, según voluntad de casi todos, sino por Diego de
Alvarado. Esto y el alzamiento del inca pasó año de 1536, sin que Francisco
Pizarro lo supiese. [195]
Los muchos españoles que indios mataron por socorrer el
Cuzco
Bien
temió Pizarro, cuando supo la rebelión del inca y el cerco del Cuzco; mas no
pensó al principio que tan de veras era, ni con tanta gente como fue; y así,
envió luego a Diego Pizarro con setenta españoles, que los más eran peones. A
todos los cuales mataron indios en la cuesta de Parcos, cincuenta leguas del
Cuzco; mataron asimismo al capitán Morgovejo, con muchos españoles que al
socorro llevaba, en un mal paso donde los atajaron; hicieron el estrago con
galgas, que no se atrevieron venir a las lanzadas. Algunos se escaparon con la
oscuridad de la noche, mas ni pudieron ir al Cuzco, ni tornar a Los Reyes;
envió también Pizarro a Gonzalo de Tapia con otros ochenta españoles, y también
los mataron indios de puro cansados. Mataron eso mismo al capitán Gaete con
cuarenta españoles en Jauja. Pizarro estaba espantado cómo no le escribían sus
hermanos ni aquellos sus capitanes, y temiendo el mal que fue, despachó
cuarenta de caballo con Francisco de Godoy, para que le trajese nuevas de todo;
el cual volvió, como dicen, rabo entre piernas, trayendo consigo dos españoles
de Gaete que se habían escapado a uña de caballo y que dieron a Pizarro las
malas nuevas; las cuales lo pusieron en muy gran cuita. Llegó luego a Los Reyes
huyendo Diego de Agüero, que dijo cómo los indios andaban todos en armas y le
habían querido quemar en sus pueblos, y que venía muy cerca un gran ejército de
ellos. Nueva que atemorizó mucho la ciudad, y tanto más cuanto menos españoles
había; Pizarro envió a Pedro de Lerma, de Burgos, con setenta de caballo y muchos
indios amigos y cristianos a estorbar que los enemigos no llegasen a Los Reyes,
y él salió detrás con los demás españoles que allí había. Peleó Lerma muy bien,
y retrajo los enemigos a un peñol, y allí los acabaran de vencer y deshacer si
Pizarro a recoger no tañera. Murió aquel día y batalla un español de caballo;
fueron heridos muchos otros, y a Pedro de Lerma quebraron los dientes; los
indios dieron muchas gracias al Sol, que los escapó de tanto peligro,
haciéndole grandes sacrificios y ofrendas, y pasaron su real una sierra cerca
de Los Reyes, el río en medio, do estuvieron diez días haciendo arremetidas y
escaramuzas con españoles, que con otros indios no querían, y muchos indios
cristianos, mozos de españoles, iban a comer y estar con los contrarios, y aun
a pelear contra sus amos, y se tornaban de noche a dormir en la ciudad. [196]
El socorro que vino de muchas partes a Francisco Pizarro
Como
Pizarro se vio cercado, y muertos cerca de cuatrocientos españoles y doscientos
caballos, temió la furia y muchedumbre de los enemigos, aun creyó que habían
muerto a Diego de Almagro en Chili, y a sus hermanos en el Cuzco. Envió a decir
a Alonso de Alvarado que dejase la conquista de los cachapoyas y se viniese
luego con toda su gente a socorrerle; envió un navío a Trujillo para en que
llevasen de allí las mujeres, hijos y hacienda, mandando a los hombres
desamparasen el lugar y viniesen a Los Reyes; despachó a Diego de Ayala en los
otros navíos a Panamá, Nicaragua y Cuauhtemallán por socorro, y escribió a las
islas de Santo Domingo y Cuba, y a todos los otros gobernadores de Indias, el
estrecho en que quedaba. Alonso de Fuenmayor, presidente y obispo de Santo
Domingo, envió con Diego de Fuenmayor, su hermano, natural de Yanguas, muchos
españoles arcabuceros que habían llegado entonces con Pedro de Veragua;
Fernando Cortés envió, con Rodrigo de Grijalva, en un propio navío suyo, desde
la Nueva España, muchas armas, tiros, jaeces, aderezos, vestidos de seda y una
ropa de martas; el licenciado Gaspar de Espinosa llevó de Panamá, Nombre de
Dios y Tierra Firme buena copia de españoles; Diego de Ayala volvió con harta
gente de Nicaragua y Cuauhtemallán. También vinieron otros de otras partes, y
así tuvo Pizarro un florido ejército y más arcabuceros que nunca; y aunque no
los hubo mucho menester para contra indios, aprovecháronle infinito para contra
Diego de Almagro, como después diremos; por lo cual acertó a pedir estos
socorros, aunque fue notado entonces de pusilanimidad por pedirlos.
Dos batallas con indios, que Alonso de Alvarado dio y
venció
A
la hora en que Alonso de Alvarado recibió las cartas de Pizarro, en que lo
llamaba para socorro, dejó la empresa de los cachapoyas, que muy adelante iba,
y se fue a Trujillo, que camino era para Los Reyes. Hizo quedar a los vecinos,
que ya tenían fuera su hato y mujeres y se querían ir a Pizarro, desamparando
la ciudad; llegó a Los Reyes con alegría de todos, por ser el primero que al
socorro venía, y Pizarro lo hizo su capitán general, quitando el cargo a Pedro
de Lerma, el cual lo tuvo a deshonra, y como valiente, [197] y que lo había hecho
bien, desmandóse de lengua; era de Burgos, y conocía al Alvarado. Descansó
Alvarado, y aderezó trescientos españoles a pie y a caballo para echar de allí
los indios, y no parar hasta deshacerlos y destruir y descercar el Cuzco, no
sabiendo lo que allá pasaba entre los españoles; hubo una batalla cerca de
Cachacama con Tizoyo, capitán general de Mango, y aun dicen que se halló en
ella el mismo Mango, inca, la cual fue muy recia y sangrienta, ca los indios
pelearon como vencedores, y los españoles por vencer; en Jauja lo alcanzó Gómez
de Tordoya, de Barcarrota, con doscientos españoles que Pizarro le enviaba para
engrosar el campo. Alvarado caminó sin embarazo hasta Lumichaca, puente de
piedra, con todos quinientos españoles; allí cargaron muchísimos indios,
pensando matar los cristianos al paso, a lo menos desbaratarlos; mas Alvarado y
sus compañeros, aunque rodeados por todas partes de los enemigos, pelearon de
tal manera, que los vencieron, haciendo en ellos muy gran matanza. Costaron
estas batallas hartos españoles y muchos indios amigos que los servían y
ayudaban; de Lumichaca a la puente de Abancay, que habrá veinte leguas, hubo
muchas escaramuzas, mas no que de contar sean; supo Alvarado allí las revueltas
y mudanzas del Cuzco y la prisión de Fernando y Gonzalo Pizarro, y paró a
esperar lo que Pizarro mandaba sobre aquello, pues ya los indios eran idos del
Cuzco; fortificó su real entre tanto que la respuesta e instrucción venía, por
amor de muchos indios que bullían por allí con Tizoyo y Mango, y por si viniese
Almagro.
Almagro prende al capitán Alvarado, y rehusa los partidos
de Pizarro
Como
Almagro entendió que Alvarado estaba con tanta gente y pujanza en Abancay,
pensó que iba contra él, y apercibióse; envióle a requerir con las provisiones
que no estuviese con ejército en su gobernación, o le obedeciese. Alvarado
prendió a Diego de Alvarado con otros ocho españoles, que fue al requerimiento,
y respondió que las habían de notificar a Francisco Pizarro, y no a él; Almagro
se volvió del camino, que también salió con gente, no tornando sus mensajeros,
a guardar el Cuzco, ca podía ir Alvarado allá por otro cabo. Mas luego tuvo
aviso y cartas que Pedro de Lerma se le quería pasar con más de sesenta
compañeros, por enojo que tenía de Pizarro por haberle quitado el cargo de
capitán general y haberlo dado al Alonso de Alvarado, y tornó con ejército
sobre Alvarado, y prendió a Perálvarez Holguín, que andaba corriendo el campo,
en una celada. Alvarado, desde que lo supo, quiso prender a Pedro de Lerma;
empero él se huyó [198] del real aquel mismo punto de la noche, con las firmas de
sus amigos, que a ellos no pudo llevar por la prisa; llegó Almagro con la
oscuridad al puente, sabiendo que le aguardaban Gómez de Tordoya y Villalva y
otros, y echó buena parte de los suyos por el vado, a donde estaban los que se
le habían de pasar. Cuando Alvarado sintió los enemigos en el real, comenzó a
pelear tocando al arma; pero como tenía muchos guardando los pasos fuera del
fuerte y muchos sin picas, que se las habían echado al río los amigos de Lerma,
no pudo resistir la carga del contrario, y fue roto y preso sin sangre ninguna,
aunque de una pedrada quebraron los dientes a Rodrigo de Orgoños. Recogió
Almagro el campo y tornóse al Cuzco, tan ufanos los suyos, que decían que no
dejarían pizarra ninguna en todo el Perú en qué tropezar, y que se fuese
Francisco Pizarro a gobernar los manglares de la costa. Usó Almagro de la
victoria piadosamente, aunque dicen que trataba mal los prisioneros. Pizarro,
que iba con seiscientos españoles a descercar el Cuzco, supo en Nasca cuanto
atrás dicho habemos, e hizo gran sentimiento de ello, y volvióse a Los Reyes
para aderezar mejor, si guerra hubiese de haber, ca el competidor era recio y
tenía muchos españoles. Entre tanto que se apercibía quiso concertarse de bien
a bien, pues era mejor mala concordia que próspera guerra, y envió al
licenciado Gaspar de Espino a negociar; el cual se declaró, porque otros no
gozasen sus trabajos las manos enjutas, a que fuesen amigos y que Almagro
soltase a Fernando y Gonzalo Pizarro y a Alfonso de Alvarado y se estuviese en
el Cuzco gobernando, sin bajar a los llanos, hasta tener declaración por el
emperador de lo que cada uno hubiese de gobernar. Murió el licenciado
entendiendo en esto, y aun pronosticando la destrucción y muertes de ambos
gobernadores. Almagro, con la pujanza y consejeros que tenía, rehusó aquel
partido, diciendo que había de dar y no tomar leyes en su jurisdicción y
prosperidad. Dejó a Gabriel de Rojas en guarda del Cuzco y de los presos, y
llevando consigo a Fernando Pizarro, bajó con ejército y quinto del rey a la
marina. Hizo un pueblo en término de Los Reyes, como en posesión, y asentó el
real en Chincha.
Vistas de Almagro y Pizarro en mala sobre concierto
Sabiendo
esto Pizarro, sonó atambor en Los Reyes, dio grandes pagas y ventajas y juntó
más de setecientos españoles con muchos caballos y arcabuces, que daban
reputación al ejército; y casi toda esta gente era venida y llamada contra
indios en socorro del Cuzco y de Los Reyes. Hizo capitanes de arcabucería a
Nuño de Castro y a Pedro de Vergara, que la trajera de Flandes, donde casado
estaba; hizo capitán de piqueros a Diego de Urbina, [199] y de caballos a Diego
de Rojas y a Peranzures y a Alonso de Mercadillo. Puso por maestre de campo a
Pedro de Valdivia, y por sargento mayor a Antonio de Villalva; estando en esto,
llegaron Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado, e hízolos generales, a su
hermano de la infantería y al otro de la caballería. Estaban presos en el
Cuzco, sobornaron a hasta cincuenta soldados, y con su ayuda salieron de la
prisión, quitaron las sogas de las campanas, porque no repicasen tras ellos, y
huyeron a caballo con aquellos cincuenta y con Gabriel de Rojas, que
prendieron; publicaba Pizarro que hacía esta gente para su defensa como hombre
acometido, y habló en concierto a consejo de muchos. Almagro vino luego también
en ello, y envió con poder para tratar del negocio a don Alonso Enríquez, Diego
de Mercado, factor, y Juan de Guzmán, contador. Hablaron con Pizarro, y él lo
comprometió en Francisco de Bobadilla, provincial de la Merced, y ellos en fray
Francisco Husando; los cuales sentenciaron que Almagro soltase a Fernando
Pizarro y restituyese al Cuzco; que deshiciesen entrambos los ejércitos,
enviasen la gente a conquistas, escribiesen al emperador y se viesen y hablasen
en Mala, pueblo entre Los Reyes y Chincha, con cada doce caballeros, y que los
frailes se hallasen a las pláticas. Almagro dijo que holgaba de verse con
Pizarro, aunque tenía por muy grave la sentencia, y cuando se partió a las
vistas con doce amigos, encomendó a Rodrigo de Orgoños, su general, que con el
ejército estuviese a punto, por si algo Pizarro hiciese, y matase a Fernando
Pizarro, que le dejaba en poder, si a él fuerza le hiciesen. Pizarro fue al
puesto con otros doce, y tras él Gonzalo Pizarro con todo el campo; si lo hizo
con voluntad de su hermano, o sin ella, nadie creo que lo supo. Es empero
cierto que se puso junto a Mala, y que mandó al capitán Nuño de Castro se
emboscase con sus cuarenta arcabuceros en un cañaveral junto al camino por
donde Almagro tenía de pasar; llegó primero a Mala Pizarro, y en llegando
Almagro se abrazaron alegremente y hablaron en cosas de placer. Acercóse uno de
Pizarro, antes que comenzasen negocios, a Diego de Almagro y díjole al oído que
se fuese luego de allí, ca le iba en ello la vida; él cabalgó presto y volvióse
sin hablar palabra en aquello ni en el negocio a que viniera. Vio la emboscada
de arcabuceros, y creyó; quejóse mucho de Francisco Pizarro y de los frailes, y
todos los suyos decían que de Pilatos acá no se había dado sentencia tan
injusta. Pizarro, aunque le aconsejaban que lo prendiese, lo dejó ir, diciendo
que había venido sobre su palabra, y se disculpó mucho en que ni mandó venir a
su hermano ni sobornó los frailes. [200]
La prisión de Almagro
Aunque
las vistas fueron en vano y para mayor odio e indignación de las partes, no
faltó quien tornase a entender muy de veras y sin pasión entre Pizarro y
Almagro. Diego de Alvarado, en fin, los concertó, que Almagró soltase a
Fernando Pizarro, y que Francisco Pizarro diese navío y puerto seguro a
Almagro, que no lo tenía, para que libremente pudiese enviar a España sus
despachos y mensajeros; que no fuese ni viniese uno contra otro, hasta tener
nuevo mandado del emperador. Almagro soltó luego a Fernando Pizarro sobre
pleitesía que hizo, a ruego y seguro de Diego de Alvarado, aunque Orgoños lo
contradijo muy mucho, sospechando mal de la condición áspera de Fernando
Pizarro, y el mismo Almagro se arrepintió y lo quisiera detener. Mas acordó
tarde, y todos decían que aquél lo había de revolver todo, y no erraron, ca
suelto él, hubo grandes y nuevos movimientos, y aun Pizarro no anduvo muy llano
en los conciertos, porque ya tenía una provisión real en que mandaba el
emperador que cada uno estuviese donde y como la tal provisión notificada les
fuese, aunque tuviese cualquiera de ellos la tierra y jurisdicción del otro.
Pizarro, pues, que tenía libre y por consejero a su hermano, requirió a Almagro
que saliese de la tierra que había él descubierto y poblado, pues era ya venido
nuevo mandamiento del emperador. Almagro respondió, leída la provisión, que la
oía y cumplía estándose quedo en el Cuzco y en los otros pueblos que al
presente poseía, según y como el emperador mandaba y declaraba por aquella su
real cédula y voluntad, y que con ella misma le requería y rogaba lo dejase
estar en paz y posesión como estaba. Pizarro replicó que, teniendo él poblado y
pacífico el Cuzco, se lo había tomado por fuerza, diciendo que caía en su
gobernación del nuevo reino de Toledo; por tanto, que luego se lo dejase y se
fuese; si no, que lo echaría, sin quebrar el pleito homenaje que había hecho,
pues teniendo aquella nueva provisión del rey era cumplido el plazo de su
pleitesía y concierto. Almagro estuvo firme en su respuesta, que concluí
llanamente; y Pizarro fue con todo su ejército a Chincha, llevando por
capitanes los que primero, y por consejero a Fernando Pizarro, y por color que
iba a echar sus contrarios de Chincha, que manifiestamente era de su
gobernación. Almagro se fue la vía del Cuzco por no pelear; empero, como lo
seguían, cortó muchos pasos de mal camino y reparó en Gaitara, sierra alta y
próspera. Pizarro fue tras él, que tenía más y mejor gente; y una noche subió
Fernando Pizarro con los arcabuceros aquella sierra, que le ganaron el paso.
Almagro entonces, que malo estaba, se fue a gran prisa y dejó a Orgoños detrás,
que se retirase concertadamente y sin pelear. El lo hizo como se lo mandó,
aunque, según Cristóbal de Sotelo y otros decían, mejor hiciera en dar batalla
a los pizarristas, que se marearon en la sierra, ea es ordinario a los españoles
que de nuevo o recién salidos de los calorosos llanos suben a las nevadas [201] sierras, marcarse.
Tanta mudanza hace tan poca distancia de tierra. Así que Almagro, recogida su
gente al Cuzco, quebró los puentes, labró armas de plata y cobre, arcabuces,
otros tiros de fuego, abasteció de comida la ciudad y reparóla de algunos
fosados. Pizarro se volvió a los llanos por el inconveniente que digo, y desde
a dos meses a Los Reyes; empero solo, porque envió todo su ejército al Cuzco,
con achaque de restituir en sus casas y repartimientos a ciertos vecinos que
Almagro había despojado, y para esto hizo justicia mayor a Fernando Pizarro,
que gobernaba el campo, siendo general su hermano Gonzalo. Fue, pues, Fernando
Pizarro al Cuzco por otro camino que Almagro, y llegó allá a los 26 de abril de
1538 años. Almagro, que tan determinados los vio venir, metió los aficionados a
Pizarro en dos cubos de la fortaleza, donde algunos se ahogaron, de muy
apretados. Envió al encuentro a Rodrigo Orgoños con toda su gente y muchos
indios, ca él no podía pelear, de flaco y enfermo. Orgoños se puso en el camino
real entre la ciudad y la sierra, orilla de una ciénaga. Puso la artillería en
conveniente parte, y los caballos también, que llevaban a cargo Francisco de
Chaves, Vasco de Guevara y Juan Tello. Por hacia la sierra echó muchos indios
con algunos españoles que socorriesen a la mayor necesidad y peligro. Fernando
Pizarro, dicha la misa, bajó al llano en ordenanza, con pensamiento de tomar un
alto que sobre la ciudad estaba, y que no lo aguardarían los contrarios
llevando tanta pujanza. Mas como los vio quedos y con semblante de no rehusar
batalla, mandó al capitán Mercadillo que con sus caballos anduviese
sobresaliente, o para contra los indios contrarios, o para remediar otra
cualquiera necesidad; y dijo a sus indios que arremetiesen a los otros, y por
allí se comenzó la batalla que llaman de las Salinas, obra de media legua del
Cuzco. Entraron en la ciénaga los arcabuceros de Pedro de Vergara y
desbarataron una compañía de caballos contrarios, que fue gran desmán para los
de Orgoños, que, conociendo el daño, hizo soltar un tiro, el cual mató cinco
españoles de Pizarro y atemorizó los otros; pero Fernando Pizarro los animó
bien y a sazón, y dijo a los arcabuceros que tirasen a las picas arboladas, y
quebraron más de cincuenta de ellas, que mucha falta hicieron a los de Almagro.
Orgoños hizo señal de romper con los enemigos; y como se tardaban algo los
suyos, arremetió con su escuadrón solamente a Fernando Pizarro, que guiaba el
lado izquierdo de su ejército con Alonso de Alvarado. Esperó dos españoles con
su lanza, tiró una estocada a un criado de Fernando Pizarro, pensando que su
amo fuese, y metióle por la boca el estoque. Hacía Orgoños maravillas de su
persona; mas duró poco tiempo, porque cuando arremetió le pasaron la frente con
un perdigón de arcabuz, de que vino a perder la fuerza y la vista. Fernando
Pizarro y Alonso de Alvarado encontraron los enemigos de través, y derribaron
cincuenta de ellos, y los más juntamente con los caballos. Acudieron luego los
de Almagro y Gonzalo Pizarro por su parte, y pelearon todos, como españoles,
bravísimamente, mas vencieron los Pizarros y usaron cruelmente de la victoria,
aunque cargaron la culpa de ello a los vencidos con Alvarado en el puente de
Abancay, que no eran muchos y queríanse vengar. Estando Orgoños rendido a [202] dos caballeros, llegó
uno que lo derribó y degolló. Llevando también uno tendido y a las ancas al
capitán Rui Díaz, le dio otro una lanzada que lo mató, y así mataron otros
muchos después que sin armas los vieron; Samaniego, a Pedro de Lerma a
puñaladas en la cama, de noche. Murieron peleando los capitanes Moscoso,
Salinas y Hernando de Alvarado, y tantos españoles, que si los indios, como lo
habían platicado, dieran sobre los pocos y heridos que quedaban, los pudieran
fácilmente acabar. Mas ellos se embebieron en despojar los caídos, dejándolos
en cueros, y en robar los reales, que nadie los guardaba, porque los vencidos
huían y los vencedores perseguían. Almagro no peleó por su indisposición; miró
la batalla de un recuesto, y metióse en la fortaleza como vio vencidos los
suyos. Gonzalo Pizarro y Alonso de Alvarado lo siguieron y prendieron, y lo
echaron en las prisiones en que los había tenido.
Muerte de Almagro
Con
la victoria y prendimiento de Almagro enriquecieron unos y empobrecieron otros,
que usanza es de guerra, y más de la que llaman civil, por ser hecha entre
ciudadanos, vecinos y parientes. Fernando Pizarro se apoderó del Cuzco sin
contradicción, aunque no sin murmuración. Dio algo a muchos, que a todos era
imposible; mas como era poco para lo que cada uno que con él se halló en la
batalla pretendía, envió los más a conquistar nuevas tierras, donde se
aprovechasen; y por no quedar en peligro ni cuidado, enviaba los amigos de
Almagro con los suyos. Envió también a Los Reyes, en son de preso, a don Diego
de Almagro, porque los amigos de su padre no se amotinasen con él. Hizo proceso
contra Almagro, publicando que para enviarlo juntamente con el preso a Los
Reyes y de allí a España; mas como le dijeron que Mesa y otros muchos habían de
salir al camino y soltarlo, o porque lo tenía en voluntad, por quitarse de
ruido sentenciólo a muerte. Los cargos y culpas fueron que entró en el Cuzco
mano armada; que causó muchas muertes de españoles; que se concertó con Mango
contra españoles; que dio y quitó repartimientos sin tener facultad del
emperador; que había quebrado las treguas y juramentos; que había peleado
contra la justicia del rey en Abancay y en las Salinas. Otras hubo también que
callo, por no ser tan acriminadas. Almagro sintió grandemente aquella
sentencia. Dijo muchas lástimas y que hacían llorar a muy duros ojos. Apeló
para el emperador; mas Fernando, aunque muchos se lo rogaron ahincadamente, no
quiso otorgar la apelación. Rogóselo él mismo, que por amor de Dios no le
matase, diciendo que mirase cómo no le había él muerto, pudiendo, ni derramado
sangre de [203]
pariente ni amigo suyo, aunque los había tenido en poder; que mirase cómo él
había sido la mayor parte para subir Francisco Pizarro, su caro hermano, a la
cumbre de honra y riqueza que tenía; díjole que mirase cuán viejo, flaco y
gotoso estaba, y que revocase la sentencia por apelación para dejarle vivir en
la cárcel siquiera los pocos y tristes días que le quedaban para llorar en
ellos y allí sus pecados. Fernando Pizarro estuvo muy duro a estas palabras,
que ablandaran un corazón de acero, y dijo que se maravillaba que hombre de tal
ánimo temiese tanto la muerte. Él replicó que, pues Cristo la temió, no era mucho
temerla él; mas que se confortaría con que, según su edad, no podía vivir
mucho. Estuvo Almagro recio de confesar, pensando librarse por allí, ya que por
otra vía no podía. Empero confesóse, hizo testamento y dejó por herederos al
rey y a su hijo don Diego. No quería consentir la sentencia, de miedo de la
ejecución, ni Fernando Pizarro otorgar la apelación, por que no la revocasen en
Consejo de Indias y porque tenía mandamiento de Francisco Pizarro. En fin la
consintió. Ahogáronle, por muchos ruegos, en la cárcel, y después lo degollaron
públicamente en la plaza del Cuzco, año de 1540. Muchos sintieron mucho la
muerte de Almagro y lo echaron menos; y quien más lo sintió sacando a su hijo,
fue Diego de Alvarado, que se obligó al muerto por el matador y que libró de la
muerte y de la cárcel al Fernando Pizarro, del cual nunca pudo sacar virtud
sobre aquel caso, por más que se lo rogó; y así vino luego a España a querellar
de Francisco Pizarro y de sus hermanos y a demandar la palabra y pleitesía a
Fernando Pizarro delante el emperador, y andando en ello murió en Valladolid,
donde la corte estaba; y porque murió en tres o cuatro días dijeron algunos que
fue de yerbas. Era Diego de Almagro natural de Almagro; nunca se supo de cierto
quién fue su padre, aunque se procuró. Decían que era clérigo y no sabía leer.
Era esforzado, diligente, amigo de honra y fama; franco, mas con vanagloria, ca
quería supiesen todos lo que daba. Por las dádivas lo amaban los soldados, que
de otra manera muchas veces los maltrataba de lengua y manos. Perdonó más de
cien mil ducados, rompiendo las obligaciones y conocimientos, a los que fueron
con él al Chili. Liberalidad de príncipe más que de soldado; pero cuando murió
no tuvo quien pusiese un paño en su degolladero. Tanto pareció peor su muerte,
cuanto él menos cruel fue, ca nunca quiso matar hombre que tocase a Francisco
Pizarro. Nunca fue casado, empero tuvo un hijo en una india de Panamá, que se
llamó como él y que se crió y enseñó muy bien, mas acabó mal, como después
diremos. [204]
Las conquistas que se hicieron tras la muerte de Almagro
Pedro
de Valdivia fue con muchos españoles a continuar la conquista de Chili, que
Almagro comenzó. Pobló y comenzó a contratar con los naturales, que lo habían
recibido pacíficamente, aunque con engaño, ca luego en cogiendo el grano y
cosas de comer se armaron y dieron tras los cristianos, y mataron catorce
españoles que andaban fuera de poblado. Valdivia fue al socorro, dejando en la
ciudad la mitad de la gente con Francisco de Villagrán y Alonso de Monroy.
Entre tanto vinieron hasta ocho mil chileses sobre la ciudad. Salieron a ellos
Villagrán y Monroy con treinta de caballo y otros algunos de pie, y pelearon
desde la mañana hasta que los despartió la noche, y todos holgaron de ello, los
nuestros de cansados y heridos con flechas, los indios por la carnicería que de
los suyos había y por las fieras lanzadas y cuchilladas que tenían, aunque no
por eso dejaron las armas, antes daban guerra siempre a los españoles y no les
dejaban indio de servicio, a cuya falta los nuestros mismos cavaban, sembraban
y hacían las otras cosas que para se mantener son necesarias. Mas con todo este
trabajo y miseria descubrieron mucha tierra por la cos ta, y oyeron decir que
había un señor dicho Leuchen Golma, el cual juntaba doscientos mil combatientes
para contra otro rey vecino suyo y enemigo, que tenía otros tantos, y que
Leuchen Golma poseía una isla, no lejos de su tierra, en que había un
grandísimo templo con dos mil sacerdotes, y que más adelante había amazonas, la
reina de las cuales se llamaba Guanomilla, que suena cielo oro, de donde
argüían muchos ser aquella tierra muy rica; mas pues ella está, como dicen, en
cuarenta grados de altura, no tendrá mucho oro; empero, ¿qué digo yo, pues aún
no han visto las amazonas, ni el oro, ni a Leuchen Golma, ni la isla de
Salomón, que llaman por su gran riqueza? Gómez de Alvarado fue a conquistar la
provincia de Guanuco; Francisco de Chaves, a guerrear los conchucos, que
molestaban a Trujillo y a sus vecinos, y que traían un ídolo en su ejército, a
quien ofrecían el despojo de los enemigos, y aun sangre de cristianos. Pedro de
Vergara fue a los Bracamoros, tierra junto al Quito por el norte; Juan Pérez de
Vergara fue hacia los Chachapoyas, y Alonso de Mercadillo, a Mullubamba, y
Pedro de Candía, a encima del Collao; el cual no pudo entrar donde iba por la
maleza de aquella tierra o por la de su gente, ca se le amotinó mucha de ella;
que amigos eran de Almagro con Mesa, capitán de la artillería de Pizarro. Fue
allá Fernando Pizarro y degolló al Mesa por amotinador y porque había dicho mal
de Pizarros y tratado de ir a soltar a Diego de Almagro si a Los Reyes lo
llevasen. Dio los trescientos hombres de Candía a Peranzures y enviólo a la
misma tierra y conquista. De esta manera se esparcieron los españoles y
conquistaron más de setecientas leguas de tierra en largo, de este a casi
oeste, con admirable [205] presteza, aunque con infinitas muertes. Fernando y Gonzalo
Pizarro sujetaron entonces el Collao, tierra rica de oro, que chapan con ello los
oratorios y cámaras, y abundante de ovejas, que son algo acamelladas de la cruz
adelante, aunque más parecen ciervos. Las que llaman pacos crían lana muy fina;
llevan tres y cuatro arrobas de carga, y aun sufren hombres encima, mas andan
muy despacio: cosa contra la impaciente cólera de los españoles. Cansadas,
vuelven la cabeza al caballero y échanle una hedionda agua. Si mucho se cansan,
cáense, y no se levantan hasta quedar sin peso ninguno, aunque las matasen a
palos. Viven en el Collao los hombres cien años y más; carecen de maíz y comen
unas raíces que parecen turmas de tierra y que llaman ellos papas. Tornóse
Fernando Pizarro al Cuzco, donde se vio con Francisco Pizarro, que hasta
entonces no se habían visto desde antes que Almagro fuese preso. Hablaron
muchos días sobre lo hecho y en cosas de gobernación. Determinaron que Fernando
viniese a España a dar razón de ambos al emperador, con el proceso de Almagro y
con los quintos y relaciones de cuantas entradas habían hecho. Muchos de sus
amigos, que sabían las verdades, aconsejaron al Fernando Pizarro que no
viniese, diciendo que no sabían cómo tomaría el emperador la muerte de Almagro,
especial estando en corte Diego de Alvarado, que los acusaba, y que muy mejor
negociarían desde allí que allá. Fernando Pizarro decía que le había de hacer
grandes mercedes el emperador por sus muchos servicios y por haber allanado
aquella tierra, castigando por justicia a quien la revolviera. A la partida
rogó a su hermano Francisco que no se fiase de almagrista ninguno, mayormente
de los que fueron con él al Chile, porque los había él hallado muy constantes
en el amor del muerto, y avisólo que no los dejase juntar, porque le matarían,
ca él sabía cómo en estando juntos cinco de ellos trataban de matarlo.
Despidióse con tanto, vino a España y a la corte con gran fausto y riqueza; mas
no se tardó mucho que lo llevaron de Valladolid a la Mota de Medina del Campo,
de donde aún no ha salido.
La entrada que Gonzalo Pizarro hizo a la tierra de la
Canela
Entre
otras cosas que Fernando Pizarro tenía de negociar con el emperador era la
gobernación del Quito para Gonzalo, su hermano, y con tal confianza hizo
Francisco Pizarro gobernador de aquella provincia al susodicho Gonzalo Pizarro.
El cual para ir allá y a la tierra que llamaban de la Canela armó doscientos
españoles, y a caballo los ciento, y gastó en su persona y compañeros bien
cincuenta mil castellanos de oro, aunque los más prestó. [206] Tuvo en el camino
algunos encuentros con indios de guerra. Llegó al Quito, reformó algunas cosas
del gobierno, proveyó su ejército de indios de carga y servicio y de otras
muchas cosas necesarias a su jornada y partióse en demanda de la Canela,
dejando en Quito por su teniente a Pedro de Puelles, con doscientos y más
españoles, con ciento y cincuenta caballos, con cuatro mil indios y tres mil
ovejas y puercos. Caminó hasta Quijos, que es al norte de Quito y la postrera
tierra que Guaynacapa señoreó. Saliéronle allí muchos indios como de guerra,
mas luego desaparecieron. Estando en aquel lugar tembló la tierra terriblemente
y se hundieron más de sesenta casas y se abrió la tierra por muchas partes.
Hubo tantos truenos y relámpagos, y caló tanta agua y rayos, que se
maravillaron. Pasó luego unas sierras, donde muchos de sus indios se quedaron
helados, y aun, allende del frío, tuvieron hambre. Apresuró el paso hasta
Cumaco, lugar puesto a las faldas de un volcán, y bien proveído. Allí estuvo
dos meses, que un solo día no dejó de llover, y así se les pudrieron los
vestidos. En Cumaco y su comarca, que cae bajo o cerca de la Equinoccial, hay
la canela que buscaban. El árbol es grande y tiene la hoja como de laurel, y
unos capullos como de bellotas de alcornoque. Las hojas, tallos, corteza,
raíces y fruta son de sabor de canela, mas los capullos es lo mejor. Hay montes
de aquellos árboles, y crían muchos en heredades para vender la especiería, que
muy gran trato es por allí. Andan los hombres en carnes, y atan lo suyo con
cuerdas que ciñen al cuerpo; las mujeres traen solamente pañicos. De Cumaco
fueron a Coca, donde reposaron cincuenta días y tuvieron amistad con el señor.
Siguieron la corriente del río que por allí pasa y que muy caudoloso es.
Anduvieron cincuenta leguas sin hallar puente ni paso; mas vieron cómo el río
hacía un salto de doscientos estados con tanto ruido, que ensordecía, cosa de
admiración para los nuestros. Hallaron una canal de peña tajada, no más ancha
que veinte pies, do entraba el río, la cual, a su parecer, era honda otros
doscientos estados. Los españoles hicieron una puente sobre aquella canal y
pasaron a la otra parte, que les decían ser mejor tierra, aunque algo se lo
defendieron los de allí; fueron a Guema, tierra pobre y hambrienta, comiendo
frutas, yerbas y unos como sarmientos, que sabían a ajos. Llegaron, en fin, a
tierra de gente de razón, que comían pan y vestían algodón; mas tan lluviosa,
que no tenían lugar de enjugar la ropa. Por lo cual, y por las
ciénagas y mal camino, hicieron un bergantín, que la necesidad los hizo
maestros. La brea fue resina; la estopa, camisas viejas y algodón, y de las
herraduras de los caballos muertos y comidos labraron la clavazón, y a tanto
llegaron, que comieron los perros. Metió Gonzalo Pizarro en el bergantín el
oro, joyas, vestidos y otras cosillas de rescate, y diólo a Francisco de
Orellana en cargo, con ciertas canoas en que llevase los enfermos y algunos
sanos para buscar provisión. Caminaron doscientas leguas, según les pareció,
Orellana por agua y Pizarro por la ribera, abriendo camino en muchas partes a
fuerza de manos y fierro. Pasaba de una ribera a otra por mejorar camino; mas
siempre paraba el bergantín donde él hacía su rancho. Como en tanta tierra no
hallase comida ni riqueza ninguna de aquellas del Cuzco, Collado, Jauja y [207] Pachacama, renegaban
los suyos. Preguntó si había el río abajo algún pueblo abastado, donde reposar
y comer pudiesen. Dijéronle que a diez soles había una buena tierra, y dieron
por señal que se juntaba en ella otro gran río con aquél. Con esto envió a
Orellana que le trajese comida de allí, o le esperase a la junta de los ríos;
mas ni volvió ni esperó, sino fuese, como en otra parte se dijo, el río abajo,
y él caminó sin parar y con gran trabajo, hambre y peligro de ahogarse en ríos
que topó. Cuando llegó al puesto y no halló el bergantín en que llevaba su
esperanza y hacienda, cuidaron él y todos perder el seso, ca no tenían pies ni
salud para ir adelante, y temían el camino y montañas pasadas, donde habían
muerto cincuenta españoles y muchos indios. Dieron finalmente la vuelta para
Quito, tomando a la ventura otro camino, el cual, aunque bellaco, no fue tan
malo como el que llevaron. Tardaron en ir y volver año y medio. Caminaron
cuatrocientas leguas. Tuvieron gran trabajo con las continuas lluvias. No
hallaron sal en las más tierras que anduvieron. No volvieron cien españoles, de
doscientos y más que fueron. No volvió indio ninguno de cuantos llevaron, ni
caballo, que todos se los comieron, y aun estuvieron por comerse los españoles
que se morían, ca se usa en aquel río. Cuando llegaron donde había españoles,
besaban la tierra. Entraron en Quito desnudos y llagadas las espaldas y pies,
por que viesen cuáles venían, aunque los más traían cueras, caperuzas y abarcas
de venado. Venían tan flacos y desfigurados, que no se conocían; y tan
estragados los estómagos del poco comer, que les hacía mal lo mucho y aun lo
razonable.
La muerte de Francisco Pizarro
Vuelto
que fue Francisco Pizarro a Los Reyes, procuró hacer su amigo a don Diego de
Almagro; mas él no quería, ni aun mostró serlo, porque de suyo y por consejo de
Juan Rada, a quien el padre le encomendara cuando murió, estaba puesto en tomar
venganza de él, matándole. Pizarro le quitó los indios, porque no tuviese qué
dar de comer a los de Chile que se llegaban, pensando necesitarlo por allí a que
viniese a su casa y estorbar la junta y monipodio que contra él podían
hacer. Él y ellos se indignaron mucho más por esto, y traían, aunque a
escondidas, cuantas armas podían a casa de don Diego. Avisaron de ello a
Pizarro; mas él no hizo caso, diciendo que harta mala ventura tenía sin buscar
más. Ataron una noche tres sogas de la picota, y pusiéronlas una en derecho de
casa de Pizarro, otra del teniente y doctor Juan Velázquez y otra del
secretario Antonio Picado; mas ningún castigo tú pesquisa por ello se hizo, que
dio mucha osadía a los almagristas, y así vinieron de doscientas y más leguas
muchos a tratar con don Diego la muerte de Pizarro; que a río revuelto,
ganancia de pescadores. No querían matarle, aunque determinados [208] estaban, hasta ver
primero respuesta de Diego de Almagro, que, como dije, había ido a España a
acusar a los Pizarros; mas apresuráronse a ello con la nueva que iba el
licenciado Vaca de Castro, y con que les decían que Pizarro los quería matar;
lo cual, si verdad no era, fue malicia de algunos que, deseando la muerte de
Pizarro, tiraban la piedra y escondían la mano. Tornaron a decir a Pizarro cómo
sin duda ninguna le querían matar, que se guardase. Él respondió que las
cabezas de aquéllos guardarían la suya, y que no quería traer guarda, porque no
dijese Vaca de Castro que se armaba contra él. Fue Juan de Rada con cuatro
compañeros a casa de Pizarro a descubrir lo que allá pasaba. Preguntóle por qué
quería matar a don Diego y a sus criados. Juró Pizarro que tal no quería ni pensaba;
mas antes ellos lo querían matar a él, según muchos le certificaban, y para eso
compraban armas. Rada respondió que no era mucho que comprasen ellos corazas,
pues él compraba lanzas. Atrevida y determinada respuesta y gran descuido y
desprecio del Pizarro, que oyendo aquello y sabiendo lo otro no lo prendía.
Pidióle Rada licencia para irse don Diego de aquella tierra con sus criados y
amigos. Pizarro, que no entendía la disimulación, cogió unas naranjas, ca se
paseaba en el jardín, y dióselas, diciendo que eran de las primeras de aquella
tierra, y si tenía necesidad, que la remediaría. Con tanto Rada se despidió y
se fue a contar esta plática a los conjurados, que juntos estaban, los cuales
determinaron de matar a Pizarro estando en misa el día de San Juan. Uno de los
determinados descubrió la conjuración al cura de la iglesia Mayor, el cual
habló luego aquella noche a Pizarro, y al mismo Pizarro, dándole noticia de la
traición. Pizarro, que cenando estaba con sus hijos, se demudó algo; mas de ahí
a un poco dijo que no lo creía, porque no había mucho que Juan de Rada le
habló, y que el descubridor decía aquello por echarle cargo. Envió con todo por
Juan Velázquez, su teniente; y como no vino, por estar en la cama malo, fue
luego allá con solo Antonio Picado y unos pajes con hachas, y dijo al doctor
que remediase aquel monipodio. El respondió que podía estar seguro, teniendo él
la vara en la mano. De Picado me maravillo, que no avivó la tibieza del
gobernador ni del teniente en remediar tan notorio peligro. Pizarro descuidó
con su teniente, y no fue a la iglesia, siendo día de San Juan, por los
conjurados, que propuesto tenían de matarlo en misa; mas oyóla en casa. El
teniente Francisco de Chaves y otros caballeros se fueron, saliendo de misa
mayor, a comer con Pizarro, y cada vecino a su casa. Viendo los conjurados que
Pizarro no salió a misa, entendieron cómo eran descubiertos y aun perdidos ni
no hacían presto. Eran muchos los de Chile que favorecían a don Diego, y pocos
los escogidos y ofrecidos al hecho, ca no querían mostrarse hasta ver cómo
salía el trato que traía Juan de Rada. Él, que mañoso era y esforzado, tornó
luego once compañeros muy bien armados, que fueron Martín de Bilbao, Diego
Méndez, Cristóbal de Sosa, Martín Carrillo, Arbolancha, Hinojeros, Narváez, San
Millán, Porras, Velázquez Francisco Núñez; y como todos estaban comiendo, fue
adonde Pizarro comía, las espadas sacadas, y voceando por medio de la plaza.
"Muera el tirano, muera el traidor, que ha hecho matar [209] a Vaca de
Castro". Esto decían por indignar la gente. Pizarro, sintiendo las voces y
ruido, conoció lo que era, cerró la puerta de la sala. Dijo a Francisco de
Chaves que la guardase con hasta veinte hombres que dentro había, y entróse a
armar. Rada dejó un compañero a la puerta de la calle, que dijese cómo ya era
muerto Pizarro, para que acudiesen a lo favorecer todos los de Chile, que
serían doscientos, y subió con los otros diez. Chaves abrió la puerta, pensando
detenerlos y amansarlos con su autoridad y palabras. Ellos, por entrar antes
que cerrasen, diéronle una estocada por respuesta. Él echó mano a la espada,
diciendo: "¡Cómo, señores!, ¿y a los amigos también?". Y diéronle
luego una cuchillada que le llevó la cabeza a cercén, y rodó el cuerpo las
escaleras abajo. Como esto vieron los que dentro estaban, descolgáronse por las
ventanas a la huerta, y el doctor Velázquez el primero, con la vara en la boca,
porque no le embarazase las manos. Solamente quedaron y pelearon en la sala
siete; los dos quedaron heridos y los cinco muertos; Francisco Martín de
Alcántara, medio hermano de Pizarro; Vargas y Escandón, pajes de Pizarro; un
negro, y otro español criado de Chaves. Defendieron la puerta de la cámara do
se armaba Pizarro una pieza. Cayeron los pajes muertos. Salió Pizarro bien armado,
y como no vio más de a Francisco Martín, dijo: "¡A ellos, hermano; que
nosotros bastamos para estos traidores!". Cayó luego Francisco Martín, y
quedó solo Francisco Pizarro, esgrimiendo la espada tan diestro, que ninguno se
acercaba, por valiente que fuese. Reempujó Rada a Narváez, en que se ocupase.
Embarazado Pizarro en matar aquél, cargaron todos en él y retrujéronlo a la
cámara, donde cayó de una estocada que por la garganta le dieron. Murió
pidiendo confesión y haciendo la cruz, sin que nadie dijese "Dios te
perdone", a 24 de junio, año de 1541.
Era
hijo bastardo de Gonzalo Pizarro, capitán en Navarra. Nació en Trujillo, y
echáronlo a la puerta de la iglesia. Mamó una puerca ciertos días, no se
hallando quien le quisiese dar leche. Reconociólo después el padre, y traído a
guardar los puercos, y así no supo leer. Dióles un día mosca a sus puercos, y
perdiólos. No osó tornar a casa de miedo, y fuése a Sevilla con unos
caminantes, y de allí a las Indias. Estuvo en Santo Domingo, pasó a Urabá con
Alonso de Hojeda, y con Vasco Núñez de Balboa a descubrir la mar del Sur, y con
Pedrarias a Panamá. Descubrió y conquistó lo que llaman el Perú, a costa de la
compañía que tuvieron él y Diego de Almagro y Hernando Luque. Halló y tuvo más
oro y plata que otro ningún español de cuantos han pasado a Indias, ni que
ninguno de cuantos capitanes han sido por el mundo. No era franco ni escaso; no
pregonaba lo que daba. Procuraba mucho por la hacienda del rey. Jugaba largo
con todos, sin hacer diferencia entre buenos y ruines. No vestía ricamente,
aunque muchas veces se ponía una ropa de martas que Fernando Cortés le envió.
Holgaba de traer los zapatos blancos y el sombrero, porque así lo traía el Gran
Capitán. No sabía mandar fuera de la guerra, y en ella trataba bien los
soldados. Fue grosero, robusto, animoso, valiente y honrado; mas negligente en
su salud y vida. [210]
Lo que hizo don Diego de Almagro después de muerto Pizarro
Al
ruido que mataban al gobernador Pizarro acudieron sus amigos, y a las voces de
que ya era muerto venían los de Almagro; y así hubo muchas cuchilladas y
muertes entre pizarristas y almagristas; mas cesaron presto, porque los
matadores hicieron que don Diego cabalgase luego por la ciudad, diciendo que no
había otro gobernador ni aun rey sino él en el Perú. Saquearon la casa de
Pizarro, que rica estaba, y la de Antonio Picado y otros muchos y ricos
hombres. Tomaron las armas y caballos a cuantos vecinos no querían decir
"Viva don Diego de Almagro", aunque pocos osaron contradecir al
vencedor. Hicieron también que los del regimiento y oficiales del rey
recibiesen y jurasen por gobernador al don Diego hasta mandar otra cosa el
emperador. Todo lo pudieron hacer a su salvo, por estar Fernando Pizarro en
España y Gonzalo en lo de la canela; que si entrambos o el uno estuviera allí,
quizá no le mataran. Estaba en tanto por enterrar el cuerpo de Francisco
Pizarro, y había muchos llantos de mujeres allí en Los Reyes, por los maridos
que tenían muertos y heridos; y no osaban tocar Francisco Pizarro sin voluntad de
don Diego y de los que lo mataron. Juan de Barbarán y su mujer hicieron a sus
negros llevar los cuerpos de Francisco Pizarro y de Francisco Martín a la
iglesia; y con licencia de don Diego los sepultaron, gastando de suyo la cera y
ofrenda, y aun escondieron los hijos, porque no los matasen aquellos que
andaban encarnizados. Don Diego quitó y puso las varas de justicia como le
plugo; echó preso al doctor Velázquez y Antonio Picado, Diego de Agüero,
Guillén Juárez, licenciado Caravajal, Barrios, Herrera y otros. Hizo su capitán
general a Juan de Rada, y dio cargos y capitanías a García de Alvarado, a Juan
Tello, a otro Francisco de Chaves y a otros, en el ejército que juntó, de
ochocientos españoles. Tomó los bienes de los difuntos y ausentes y los quintos
del rey, que fueron muchos, para dar a los soldados y capitanes. Hubo entre
ellos pasión sobre mandar, y quisieron matar a Juan de Rada, que lo mandaba
todo. Y por eso hizo don Diego dar un garrote a Francisco de Chaves y castigó a
muchos otros, y aun degolló a Antonio de Origüela, recién llegado de España,
porque dijo en Trujillo que todos aquéllos eran tiranos. Escribió don Diego a
todos los pueblos que lo admitiesen por gobernador, y muchos de ellos lo
admitieron por amor de su padre, y algunos por miedo. Alonso de Alvarado, que
con cien españoles estaba en los Chachapoyas, prendió los mensajeros que tales
nuevas y recado llevaban. Don Diego despachó luego que lo supo a García de
Alvarado por mar a Trujillo y a San Miguel para tomar las armas y caballos a
los vecinos que favorecían a Alonso de Alvarado, con las cuales fuese sobre él.
García de Alvarado tomó en Piura mucha plata y oro, que los vecinos tenían en
Santo Domingo, y lo dio a los soldados, y ahorcó a Montenegro, [211] y prendió a muchos; y
en Trujillo quitó el cargo a Diego de Mora, teniente de Pizarro, porque avisaba
de todo a Alonso de Alvarado, y en San Miguel cortó las cabezas a Villegas, a
Francisco de Vozmediano y Alonso de Cabrera, mayordomo de Pizarro, que con los
españoles de Guanuco huían de don Diego. Diego Méndez, que fue a la villa de la
Plata con veinte de caballo, tomó en Porco once mil y setenta marcos de plata
cendrada, y puso en cabeza de don Diego las minas y haciendas de Francisco,
Fernando y Gonzalo Pizarro, que riquísimas eran, y las de Peranzures, Diego de
Rojas y otros.
Lo que hicieron en el Cuzco contra don Diego
Diego
de Silva, de Ciudad-Rodrigo, y Francisco de Caravajal, alcaldes del Cuzco,
usaron de maña con don Diego, ca le demandaron más cumplidos deberes que los
que había enviado para recibirle por gobernador, y entre tanto apellidaron
gente de la comarca. Gómez de Tordoya supo, andando a caza, la muerte de
Pizarro y el pedimento de don Diego. Torció la cabeza de su halcón, diciendo
que más tiempo era de pelear que de cazar. Entró en la ciudad de noche, habló
con el cabildo de secreto, partió antes del día para donde estaba Nuño de
Castro, y avisaron entrambos de todas estas cosas a Peranzures, que residía en
los Charcas, y a Perálvarez Holguín, que andaba conquistando en Choquiapo, y a
Diego de Rojas, que estaba en la villa de la Plata, y a los de Arequipa y otros
lugares. Trataban éstos secretamente, porque había en el Cuzco muchos
almagristas, que procuraban por don Diego, tomando la voz del rey, e hicieron
su capital y justicia mayor a Perálvarez Holguín, y se obligaron a pagar el
dinero del rey, que tomaban para sustentar la guerra, si el emperador no le
diese por bien gastado. Perálvarez hizo su maestre de campo a Gómez de Tordoya;
capitanes de caballo, a Peranzures y a Carcilaso de la Vega, y de infantería, a
Nuño de Castro y a Martín de Robles, alférez del pendón real. Matriculáronse a
la reseña ciento y cincuenta de caballo, noventa arcabuceros y otros doscientos
y más peones. Como los que hacían por don Diego vieron esto, ciscábanse de
miedo y saliéronse huyendo más de cincuenta. Fueron tras ellos Nuño de Castro y
Hernando Bachicao con muchos arcabuceros, y trajéronlos presos. Perálvarez, que
avisado era del intento de don Diego, salió del Cuzco a recoger los que andaban
remontados por miedo, y a juntarse con Alonso de Alvarado para ir a Los Reyes a
dar batalla a don Diego, entendiendo que se le pasarían muchos a su parte de
los que con él estaban. Don Diego, que supo esto, envió por García de Alvarado,
y en viniendo se partió de Los Reyes con cien arcabuceros, ciento y cincuenta
piqueros y trescientos de caballo [212] y muchos indios de servicio. Y por que con su ausencia no
se alzasen, echó de allí los hijos de Francisco Pizarro. Atormentó reciamente a
Picado por saber de los dineros de su amo, y matóle. Llegó a Jauja y paró allí,
porque adoleció y murió Juan de Rada, que su deseo y seguro era desbaratar a
Perálvarez antes que se juntase con Alvarado ni con Vaca de Castro, que ya
estaba en el Quito, y escrito a Jerónimo de Aliaga, Francisco de Barrionuevo y
fray Tomás de San Martín, provincial dominico. De allí se le fueron el
provincial, Gómez de Alvarado, Guillén Juárez de Caravajal, Diego de Agüero,
Juan de Saavedra y otros muchos; y Perálvarez le tomó ciertos espías, que lo
informaron de todo. Ahorcó tres de ellos, y prometió tres mil castellanos a
otro porque espiase lo que don Diego hacía, diciendo que quería dar con él por
un atajo despoblado y nevado; mas era engaño para descuidarlos. Don Diego prendió
al hombre en llegando, por sospecha de la tardanza, dióle tormento, confesó la
verdad y ahorcólo por espía doble. Fuese luego a poner en aquella traviesa
nevada y estuvo allí tres días con su campo, sufriendo gran frío. Entre tanto
se le pasó Perálvarez y se juntó con Alvarado en Guaraiz, tierra de los
Guaylas, y escribieron ambos a Vaca de Castro que viniese a tomar el ejército y
la tierra por el emperador. Don Diego siguió diez leguas a Perálvarez, y como
no lo podía alcanzar, tiró la vía del Cuzco, robando lo que hallaba.
Como Vaca de Castro fue al Perú
Sabidas
por el emperador las revueltas y bandos del Perú y la muerte de Almagro y otros
muchos españoles, quiso entender quién tenía la culpa, para castigar los
revoltosos; que castigados aquéllos se apaciguarían los demás. Envió allá con
bastante poder e instrucción al licenciado Vaca de Castro, natural de Mayorga,
que oidor era de Valladolid; y porque fuese le dio el consejo real y el hábito
de Santiago y otras mercedes, y todo a intercesión del cardenal fray García de
Loaisa, arzobispo de Sevilla y presidente de Indias, que le favoreció mucho por
amor del conde de Siruela, su amigo. Fue, pues, Vaca de Castro al Perú, y con
tormenta que tuvo después que salió de Panamá paró en puerto de Buenaventura,
gobernación de Benalcázar y tierra desesperada, como los manglares de Pizarro.
No quiso o no pudo ir por mar a Lima, y caminó al Quito. Pensó perecer, antes
de llegar allá, de hambre, dolencias y otros veinte trabajos. Recibióle muy
bien Pedro de Puelles, que Gonzalo Pizarro aún no era vuelto de la Canela, y
avisó de su venida a muchos pueblos. Vaca de Castro descansó en Quito, proveyó
algunas cosas y partióse a Trujillo a tomar la gente que tenía Perálvarez y
Alvarado para [213] resistir a don Diego. Cuando llegó allá llevaba más de
doscientos españoles, con Pedro de Puelles, Lorenzo de Aldana, Pedro de
Vergara, Gómez de Tordoya, Garcilaso de la Vega y otros principales hombres que
acudían al rey. Presentó sus provisiones al cabildo y ejército, y fue recibido
por justicia y gobernador del Perú. Volvió las varas y oficios de regimiento a
quien se las entregó y las banderas y compañías a los mismos capitanes,
reservando para sí el estandarte real. Envió a Jauja con el cuerpo del ejército
a Perálvarez, maestro de campo. Dejó allí en Trujillo a Diego de Mora por su
teniente, y él fuése a Los Reyes, donde hizo armas y gente para engrosar el
ejército, y para lo pagar tomó prestados cien mil ducados de los vecinos de
allí, los cuales se pagaron después de quintos y haciendas reales. Puso por
teniente a Francisco de Barrionuevo, de Soria, y por capitán de los navíos a
Juan Pérez de Guevara, mandándoles que si don Diego viniese allí se embarcasen
ellos con todos los de la ciudad, y él partió a Jauja con la gente que había armado
y con muchos arcabuces y pólvora. En llegando hizo alarde, y halló seiscientos
españoles, de los cuales eran ciento y setenta arcabuceros, y trescientos y
cincuenta de caballo. Nombró por capitanes de caballo a Perálvarez, Alonso de
Alvarado, Gómez de Alvarado, Pedro de Puelles y otros; y a Pedro de Vergara,
Nuño de Castro, Juan Vélez de Guevara, de arcabuceros. Hizo maestro de campo al
mismo Perálvarez Holguín y alférez mayor a Francisco de Caravajal, por cuya
industria y seso se gobernó el ejército. Estando en esto vinieron cartas del
Quito cómo era vuelto Gonzalo Pizarro y quería venir a ver a Vaca de Castro;
mas el mandó luego que no viniese hasta que se lo escribiese, porque no
estorbase los tratos de don Diego, que andaba por concertarse, o quizá porque
le alzasen los del ejército por cabeza y gobernador por respeto de su hermano
Francisco Pizarro, cuyo amor y memoria estaban en las entrañas de los más
capitanes y soldados.
Apercibimiento de guerra que hizo don Diego en el Cuzco
Al
tiempo que don Diego llegó al Cuzco andaban revueltos los vecinos porque fue
Cristóbal Sotelo delante con despachos y gente, estando ya dentro Gómez de
Rojas, que tenía la posesión por Vaca de Castro; mas estuvieron quedos todos, y
él apoderóse de la ciudad y tierra. Hizo luego pólvora y artillería y muchas
armas de cobre y plata, y dio cuanto pudo a sus capitanes y soldados. Riñeron
en aquel medio tiempo García de Alvarado y Cristóbal Sotelo, y el García mató
al Cristóbal a estocadas. Intentó matar a don Diego, robar la ciudad e irse al
Chile con sus amigos. Y para hacerlo a su salvo [214] convidólo a comer a su casa. Supo don Diego la traición, e
hízose malo aquel día, y metió en su recámara secretamente a Juan Balsa, Diego
Méndez, Alonso de Saavedra, Juan Tello y otros amigos de Sotelo. García de
Alvarado tomó ciertos amigos suyos y fue a llamar y traer a don Diego, y no se
quiso tornar del camino aunque Martín Carrillo y Salado le avisaron de la
celada. Rogó a don Diego que se fuese a comer, pues era hora y estaba guisado.
Dijo él: "Mal dispuesto me siento, señor Alvarado; empero, vamos".
Levantóse de sobre la cama y tomó la capa. Comenzaron a salir los de Alvarado,
y uno de don Diego cerró la puerta, dejando dentro y solo al García de
Alvarado, y matáronlo, y aun dicen que don Diego le hirió primero. Alborotóse
mucho la gente por su muerte, que tenía grandes amigos, mas luego don Diego la
puso en paz, aunque algunos se le fueron a Jauja. Aderezó su ejército, que
serían obra de setecientos españoles, los doscientos con arcabuces, otros
doscientos y cincuenta con caballos y los demás con picas y alabardas, y todos
tenían corazas o cotas, y muchos de caballos arneses. Gente tan bien armada no
la tuvo su padre ni Pizarro. Tenía también mucha artillería y buena, en que
confiaba, y gran copia de indios, con Paulo, a quien su padre hiciera inca.
Salió del Cuzco muy triunfante, y no paró hasta Vilcas, que hay cincuenta
leguas. Llevó por su general a Juan Balsa y por maestro de campo a Pedro de
Oñate, que Juan de Rada ya se había muerto.
La batalla de Chupas entre Vaca de Castro y don Diego
Fue
Vaca de Castro de Jauja a Guamanga con todo su ejército, que hay doce leguas, a
gran prisa, por entrar allí primero que don Diego, ca le decían cómo venían los
enemigos a meterse dentro. Es fuerte Guamanga por las barrancas que la cercan e
importante para la batalla. Escribió a don Diego, con Idiáquez y Diego de
Mercado, que le perdonaría cuantas muertes, robos, agravios e insultos había
hecho si entregaba su ejército, y le daría diez mil indios donde los quisiese,
y que no procedería contra ninguno de sus amigos y consejeros. Respondió que lo
haría si le daba la gobernación del nuevo reino de Toledo y las minas y
repartimientos de indios que su padre tuvo. Andando en demandas y respuestas
llegó a Guaraguaci un clérigo, que dijo a don Diego cómo venía de Panamá, y que
lo había perdonado el emperador y hecho gobernador del nuevo Toledo; por tanto,
que le diese las albricias. Dijo asimismo que Vaca de Castro tenía pocos
españoles, mal armados y descontentos, nuevas que, aunque falsas y no creídas,
animaron mucho a sus compañeros. Tomaron también los corredores del campo a un
Alonso García, que iba en hábito de indios con cartas del rey y Vaca de Castro
para [215]
muchos capitanes y caballeros, en que les prometían grandes repartimientos y
otras mercedes. Ahorcólo don Diego por el traje y mensaje, y quejóse mucho de
Vaca de Castro porque, tratando con él de conciertos, le sobornaba la gente.
Fue gran constancia o indignación la del ejército de don Diego, porque ninguno lo
desamparó. Escribieron desvergüenzas a los del rey, y que no fiasen de Vaca de
Castro ni del cardenal Loaisa, que lo enviaba, pues no traía provisiones del
emperador; y si las traía, no valían, por ser hechas contra la ley, pues le
hacían gobernador si muriese Pizarro, Don Diego, si le dieran un perdón general
firmado del rey, se diera por la renta y gobierno del padre, según dicen; mas,
o enojado o confiado; publicó la batalla en presencia de Idiáquez y Mercado. Y
prometió a sus soldados las haciendas y mujeres de los contrarios que matasen:
palabra de tirano. Movió luego el real y artillería de Vilcas, y fue a ponerse
en una loma dos leguas de Guamanga. Vaca de Castro, que supo su determinación y
camino, dejó a Guamanga, por ser áspera para los caballos, que tenía muchos más
que don Diego y púsose en un llano alto, que llamaban Chupas, a 15 de
setiembre, año de 1542. Estaban los ejércitos cerquita y los corazones lejos,
ca los de don Diego deseaban la batalla y los otros la temían; y así decían que
Fernando Pizarro estaba preso porque dio la batalla de las Salinas, y que venía
él a castigar los demás. Vaca de Castro los animó a la batalla, y porque
peleasen condenó a muerte a don Diego de Almagro y a todos los que le seguían.
Firmó la sentencia y pregonóla; y así repartió luego a otro día, con voluntad
de todos, los caballos en seis escuadras. Echó delante a Nuño de Castro con
cincuenta arcabuceros que trabase una escaramuza, y él subió un gran recuesto a
mucho trabajo, donde asentó su artillería Martín de Valencia el capitán. Y si
don Diego les defendiera la subida, los desbaratara, según iban desordenados y
cansados. No había entre los ejércitos más de una lomilla, y escaramuzaban
ligeramente, hablándose unos a otros. Don Diego estaba en aventajado lugar y
orden, si no se mudara. Tenía la infantería en medio, y a los lados los de
caballo, y delante la artillería en parte rasa y anchurosa para jugar de hito
en los enemigos que le acometiesen. Puso también a su mano derecha a Paulo,
inca, con muchos honderos y que llevaban dardos y picas. Vaca de Castro hizo un
largo razonamiento a los suyos y se puso en la delantera con la lanza en puño
para romper de los primeros, pues así lo quería don Diego. Ellos, respondiendo
fiel y animosamente, les rogaron e hicieron que fuese detrás; y así quedó en la
retaguardia con treinta de caballo, Puso a la mano derecha los medios caballos
con Alonso de Alvarado y con el pendón real, que llevaba Cristóbal de
Barrientos, y los otros a la izquierda con Perálvarez y los otros capitanes, y
en medio a los peones. Mandó a Nuño de Castro que anduviese sobresaliente con
cincuenta arcabuceros. Era ya muy tarde cuando esto pasaba, y jugaba tan recio
la artillería de don Diego, que hacía temer a muchos; y un mancebo, por
guardarse de ella, se puso tras una gran piedra; dióle la pelota en ello, saltó
un pedazo y matóle. Quisiera Vaca de Castro dejar la batalla para otro día, con
parecer de algunos capitanes; mas Alonso de Alvarado y Nuño de Castro porfiaron
[216] que la
diese, aunque peleasen de noche, diciendo que si la dilataba se resfriarían los
soldados y se pasarían a don Diego, pensando que de miedo la dejaba, por ser
más y mejores los enemigos. Tuvieron otro inconveniente para no pelear, y era
que no podían ir derechos sin recibir mucho daño de los tiros. Francisco de
Caravajal y Alonso de Alvarado guiaron el ejército por un vallejo o quebrada
que hallaron a la parte izquierda, por donde subieron a la loma de don Diego
sin recibir golpe de artillería, que se pasaba por alto, y aun dejaron la suya
por la subida y porque un tiro de ella mató cinco personas de las que la
llevaban. Don Diego caminó hacia los enemigos con la orden que tenía, por no
mostrar flaqueza, que así fue aconsejado de sus capitanes; empero fue contra la
de Pero Suárez, sargento mayor, que sabía de guerra más que todos. Y dicen por
muy cierto que si quedo estuviera, él venciera esta batalla. Mas vino a ponerse
a la punta de la loma, y no pudo aprovecharse de su artillería. Comenzaron los
indios de Paulo a descargar sus hondas y varas con mucha grita. Fue a ellos
Castro con sus arcabuceros, y retrájolos. Socorrióles Marticote, capitán de
arcabucería, y comenzóse la escaramuza. Comenzaron a subir a lo alto y llano
los escuadrones de Vaca de Castro al son de unos atambores. Disparó en ellos la
artillería y llevó una hilera entera, y los hizo abrir y aun ciar; mas
los capitanes los hicieron cerrar y caminar delante con las espadas desnudas, y
por romper fueran rompidos, si Francisco de Caravajal, que regía las haces, no los
detuviera hasta que acabase de tirar la artillería. Mataron en esto los
arcabuceros de don Diego a Perálvarez Holguín y derribaron a Gómez de Tordoya,
por lo cual, y por el daño que los tiros hacían en la infantería, dio voces
Pedro de Vergara, que también herido estaba, a los de caballo que arremetiesen.
Sonó la trompeta, y corrieron para los enemigos. Don Diego salió al encuentro
con gran furia. Cayeron muchos de cada parte con los primeros golpes de lanza y
muchos más con los de espada y hacha. Estuvo en peso buen rato la batalla sin
declarar victoria por ninguna de las partes, aunque los peones de Vaca de
Castro habían ganado la artillería y los de don Diego habían muerto muchos
contrarios y tenían dos banderas enteras. Anochecía ya y cada uno quería dormir
con victoria; y así peleaban como leones, y mejor hablando como españoles, ca
el vencido había de perder la vida, la honra, la hacienda y señorío de la
tierra, y el vencedor ganarlo. Vaca de Castro arremetió con sus treinta
caballeros al cuerno izquierdo contrario, donde muy enteros y como vencedores
estaban los enemigos, y trabóse allí como de nuevo otra pelea; mas al fin
venció, aunque le mataron al capitán Jiménez, a Mercado de Medina y otros
muchos. Don Diego, viendo los suyos de vencida, se metió en los enemigos,
porque le matasen peleando, mas ninguno lo hirió, o porque no lo conocieron o
porque peleaba animosísimamente. Huyó, en fin, con Diego Méndez, Juan Rodríguez
Barragán, Juan de Guzmán y otros tres al Cuzco, y llegó allá en cinco días. Cristóbal
de Sosa se nombraba también, y Martín de Bilbao, diciendo: "Yo maté a
Francisco Pizarro"; y así los hicieron pedazos combatiendo. Muchos se
salvaron por ser de noche, y hartos de tomar a los caídos de Vaca de Castro las
[217] bandas
coloradas que por señal llevaban. Los indios, que como los lobos aguardaban al
fin de la batalla, mataron a Juan Balsa, a un comendador de Rodas, su amigo, y
muy muchos otros que huyendo iban a otro inca. Murieron trescientos españoles
de la parte del rey, y muchos, aunque no tantos, de la otra; así que fue muy
carnicera batalla, y pocos capitanes escaparon vivos: tan bien pelearon.
Quedaron heridos más de cuatrocientos, y aun muchos de ellos se helaron aquella
noche: tanto frío hizo.
La justicia que hizo Vaca de Castro en don Diego de Almagro
y en otros muchos
Gran
parte de la noche gastó Vaca de Castro en hablar y loar sus capitanes y otros
caballeros y hombres principales que a él llegaban a darle la norabuena de la
victoria, y a la verdad ellos merecían ser loados y él ensalzado. Saquearon el
real de don Diego, que mucha plata y oro tenía, no sin muertes de los que lo
guardaban. No dejaron las armas, con recelo de los enemigos, ca no sabían por
entero cuán de veras habían huido. Pasaron fríos y hambres, y aun lástima por
las voces y gemidos y quejas que los heridos daban sintiéndose morir de hielo y
desnudar de los indios, ca los achocaban también algunos con porras que usan,
por despojarlos. Corrieron el campo en amaneciendo, curaron los heridos y
enterraron los muertos, y aun llevaron a sepultar en Guamanga a Perálvarez
Holguín, a Gómez de Tordoya y otros pocos. Arrastraron y descuartizaron el
cuerpo de Martín de Bilbao, que mataron en la batalla, según dije, porque mató
a Francisco Pizarro. Otro tanto hicieron por la misma causa Martín Carrillo,
Arbolancha, Hinojeros, Velázquez y otros; en lo cual gastaron todo aquel día, y
otro siguiente en ir a Guamanga, donde Vaca de Castro comenzó a castigar los
almagristas, que presos y heridos estaban; ca bien más de ciento y sesenta se
recogieron allí, y entregaron las armas a los vecinos que los prendieron.
Cometió la causa al licenciado de la Gama, y en pocos días se hicieron cuartos
los capitanes Juan Tello, Diego de Hoces, Francisco Peces, Juan Pérez, Juan
Diente, Marticote, Basilio, Cárdenas, Pedro de Oñate, maestro de campo y otros
treinta que por brevedad callo. Vaca de Castro desterró también algunos y
perdonó los demás. Envió a sus casas casi todos los que con él estaban que
tenían repartimiento y cargo. Envió a Pedro de Vergara a poblar los Bracamoros,
que había conquistado, y fuese al Cuzco, que lo llaman, porque no les quitasen
a don Diego algunos que bien lo querían. Acogióse don Diego con solos cuatro al
Cuzco, pensando rehacerse allí. Mas su teniente Rodrigo de Salazar, de Toledo,
y Antón Ruiz de Guevara, alcalde, y otros vecinos, [218] lo echaron preso,
como lo vieron vencido y solo. Vaca de Castro lo degolló en llegando, ahorcó a
Juan Rodríguez Barragán y al alférez Enrique y a otros. Diego Méndez Orgoños se
soltó y se fue al inca, que estaba en los Andes, y allá le mataron después los
indios. Con la muerte de don Diego quedó tan llano el Perú como antes que su
padre y Pizarro descompadrasen, y pudo muy bien Vaca de Castro regir y mandar
los españoles. Loaban muchos el ánimo de don Diego, aunque no la intención y
desvergüenza que tuvo contra el rey, ca siendo tan mozo vengó, a consejo de
Juan de Rada, la muerte de su padre, sin querer tomar nada de Pizarro, aunque
tuvo necesidad. Supo conservar los amigos y gobernar los pueblos que lo
admitieron, aunque usó algún rigor y robos por amor de los soldados. Peleó muy
bien y murió cristianamente. Era hijo de india, natural de Panamá, y más
virtuoso que suelen ser mestizos, hijos de indias y españoles, y fue el primero
que tomó armas y que peleó contra su rey. También se maravillaban de la
constante amistad que los suyos le tuvieron, ca nunca lo dejaron hasta ser
vencidos, por más perdón y mercedes que les daban: tanto puede el amor y bandos
una vez tomados. Había muchos soldados que no tenían hacienda ni qué hacer; y
porque no causasen algún bullicio como los pasados, y también por conquistar y
convertir los indios, envió Vaca de Castro muchos capitanes a diversas partes,
como fue a los capitanes Diego de Rojas, Felipe Gutiérrez, de Madrid, y Nicolás
de Heredia, que llevaron mucha gente. Envió a Monroy en socorro de Valdivia,
que tenía gran necesidad en el Chili; y también fue a Mullubamba Juan Pérez de
Guevara, tierra comenzada a conquistar y rica de minas de oro, y entre los ríos
Marañón y de la Plata, o por mejor decir nacen en ella, y crían unos peces del
tamaño y hechura de perros, que muerden al hombre. Anda la gente casi desnuda,
usan arco, comen carne humana y dicen que cerca de allí, hacia el norte, hay
camellos, gallipavos de Méjico y ovejas menores que las del Perú, y amazonas de
Orellana. Llamó a Gonzalo Pizarro y dióle licencia que fuese a sus pueblos y
repartimiento de los Charcas. Encomendó a los indios que vacos estaban, aunque
muchos se quejaban por no les alcanzar parte. Hizo muchas ordenanzas en gran
utilidad de los indios, los cuales comenzaron a descansar y cultivar la tierra,
ca en las guerras civiles pasadas habían sido muy mal tratados, y aun dicen que
murieron y mataron millón y medio en ellas, y más de mil españoles. Residió
Vaca de Castro en el Cuzco año y medio, y en aquel tiempo se descubrieron
riquísimas minas de oro y de plata.
Visita del Consejo de Indias
De
las revueltas del Perú que contado habemos resultó visita del Consejo de Indias
y nuevas leyes para regir aquellas tierras, causadoras de grandes muertes [219] y males, no por ser
muy malas, sino por ser rigurosas, como luego diremos. Hizo la visita el doctor
Juan de Figueroa, oidor del Consejo y Cámara del Rey. Eran oidores de aquel
Consejo el doctor Beltrán, el licenciado Gutiérrez Velázquez, el doctor Juan
Bernal de Luco y el licenciado Juan Suárez de Caravajal, obispo de Lugo;
fiscal, el licenciado Villalobos; secretario, Juan de Sámano, y presidente,
fray García de Loaisa, cardenal y arzobispo de Sevilla. El emperador, vista la
información y testigos, quitó de la audiencia al doctor Beltrán y obispo de
Lugo. El obispo perseveró en corte, y desde a cuatro o cinco años lo hizo el
rey comisario general de la Cruzada. El doctor Beltrán se fue a Nuestra Señora
de Gracia, de Medina del Campo, donde tenía casa, y también le perdonó el
emperador y le mandó dar su hacienda y salario acostumbrado en su casa; mas la
cédula de estas mercedes llegó con la muerte. Daba gracias a Dios que lo dejó
morir sin negocios, sin juegos ni trapazas. Era agudo y resoluto; tuvo muchos y
grandes salarios siendo abogado; dejólos por el Consejo Real, y removiéronle de
él. Vile llorar sus desventuras, quejándose de sí mismo porque dejó la abogacía
por la audiencia. Fue muy tahúr, y jugaban mucho su mujer e hijos, que lo
destruyeron. A toda suerte de hombres está mal el juego, y peor a los que
tienen negocios, y negocios de rey y reinos. No faltó quien tachase al
cardenal, pensando suceder en la presidencia; mas él era libre, acepto al
emperador y amigo del secretario Francisco de los Cobos, que tenía la masa de
los negocios.
Nuevas leyes y ordenanzas para las Indias
Sabiendo
el emperador los desórdenes del Perú y malos tratamientos que se hacían a los
indios, quiso remediarlo todo, como rey justiciero y celoso del servicio de
Dios y provecho de los hombres. Mandó al doctor Figueroa tomar sobre juramento
los dichos de muchos gobernadores, conquistadores y religiosos que habían
estado en Indias, así para saber la calidad de los indios con el tratamiento
que se les bacía, y aun porque le decían algunos frailes que no podía hacer la
conquista de aquellas partes. Así que buscó personas de ciencia y de conciencia
que ordenasen algunas leyes para gobernar las Indias buena y cristianamente;
las cuales fueron el cardenal fray García de Loaisa, Sebastián Ramírez, obispo
de Cuenca y presidente de Valladolid, que había sido presidente en Santo
Domingo y en México; don Juan de Zúñiga, ayo del príncipe don Felipe y
comendador mayor de Castilla; el secretario Francisco de los Cobos, comendador
mayor de León; don García Manrique, conde de Osorno y presidente de Ordenes,
que había entendido en negocios de Indias mucho tiempo, en ausencia del
cardenal; el doctor Hernando de [220] Guevara y el doctor Juan de Figueroa, que eran de la Cámara,
y el licenciado Mercado, oidor del Consejo Real; el doctor Bernal, el
licenciado Gutiérrez Velázquez, el licenciado Salmerón, el doctor Gregorio
López, que oidores eran de las Indias, y el doctor Jacobo González de Artiaga,
que a la sazón estaba en consejo de Órdenes. Juntábanse a tratar y disputar con
el cardenal, que posaba en casa de Pero González de León, y ordenaron, aunque
no con voto de todos, obra de cuarenta leyes, que llamaron ordenanzas, y
firmólas el emperador en Barcelona y en 20 de noviembre, año de 1542.
La grande alteración que hubo en el Perú por las ordenanzas
Tan
presto como fueron hechas las ordenanzas y nuevas leyes para las Indias, las
enviaron los que de allá en corte andaban a muchas partes: isleños a Santo
Domingo, mexicanos a México, peruleros al Perú. Donde más alteraron con ellas
fue en el Perú, ca se dio un traslado a cada pueblo; y en muchos repicaron
campanas de alboroto, y bramaban leyéndolas. Unos se entristecían, temiendo la
ejecución; otros renegaban, y todos maldecían a fray Bartolomé de las Casas,
que las habían procurado. No comían los hombres; lloraban las mujeres y niños,
ensorberbecíanse los indios, que no poco temor era. Carteáronse los pueblos
para suplicar aquellas ordenanzas, enviando al emperador un grandísimo presente
de oro para los gastos que había hecho en la ida de Argel y guerra de Perpiñán.
Escribieron unos a Gonzalo Pizarro y otros a Vaca de Castro, que holgaban de la
suplicación, pensando excluir a Blasco Núñez por aquella vía y quedar ellos con
el gobierno de la tierra, no digo entrambos juntos, sino cada uno por sí, que
también fuera malo, porque hubiera sobre ello grandes revoluciones. Platicaban
mucho la fuerza y equidad de las nuevas leyes entre sí y con letrados que había
en los pueblos para escribirlo al rey y decirlo al virrey que viniese a
ejecutarla. Letrados hubo que afirmaron cómo no incurrían en deslealtad ni
crimen por no obedecerlas, cuanto más por suplicar de ellas, diciendo que no
las quebrantaban, pues nunca las habían consentido ni guardado; y no eran leyes
ni obligaban las que hacían los reyes sin común consentimiento de los reinos
que les daban la autoridad, y que tampoco pudo el emperador hacer aquellas
leyes sin darles primero parte a ellos, que eran el todo del reino del Perú:
esto cuanto a la equidad. Decían que todas eran injustas, sino la que vedaba
cargar los indios, la que mandaba tasar los tributos, la que castiga los malos
y crueles tratamientos, la que dice sean enseñados los indios en la fe con
mucho cuidado, y otras algunas. Y que ni era ley, ni habían de [221] aconsejar al
emperador que firmase, con las otras, la que manda se ocupen ciertas horas cada
día los oidores y oficiales a mirar cómo el rey sea más aprovechado, ni la que
nombra por presidente al licenciado Maldonado, y otras que más eran para
instrucciones que para leyes, y que parecían de frailes. Con esto, pues, se
animaban mucho los conquistadores, y soldados a suplicar de las ordenanzas, y
aun a contradecirlas, y también porque tenían dos cédulas del emperador que les
daba los repartimientos para sí y a sus hijos y mujeres porque se casasen,
mandándoles expresamente casar; y otra, que ninguno fuese despojado de sus
indios y repartimientos sin primero ser oído a justicia y condenado.
De cómo fueron al Perú Blasco Nuñez vela y cuatro oidores
Cuando
fueron hechas las ordenanzas de Indias, dijeron al emperador que enviase hombre
de barba con ellas al Perú, por cuanto eran recias y los españoles de allí
revoltosos. Él, que bien lo conocía, escogió y envió, con título de virrey y
salario de dieciocho mil ducados, a Blasco Núñez de Vela, caballero principal y
veedor general de las guardas, hombre recio, que así se requería para ejecutar
aquellas leyes al pie de la letra. Hizo también una Chanchillería en el Perú,
que hasta allí a Panamá iban con las apelaciones y pleitos. Nombró por oidores
al licenciado Diego de Cepeda, de Tordesillas; al doctor Lisón de Tejada, de
Logroño; al licenciado Pero Ortiz de Zárate, de Orduña, y al licenciado Juan
Álvarez. Y porque nunca se había tomado cuenta a los oficiales del rey después
que se descubrió el Perú, envió a tomárselas a Agustín de Zárate, que era
secretario del Consejo Real. Partió, pues, Blasco Núñez con la Audiencia y
llegó al Nombre de Dios a 10 de enero de 1544. Halló allí a Cristóbal de Barrientos
y otros peruleros de partida para España, con buena cantidad de oro y plata, y
requirió a los alcaldes embarazasen aquel oro hasta que se averiguase de qué lo
llevaban, ca le dijeron cómo aquellos hombres habían vendido indios y traídolos
en minas, cosa de que mucho se alteraron y quejaron los vecinos y los dueños
del oro, así por el daño como por no ser aquella ciudad de su jurisdicción y
gobierno. Y si por los oidores no fuera, se lo confiscara, conforme a la
instrucción y cédula que llevaba contra los que hubiesen traído indios en
minas. Fue a Panamá, puso en libertad cuantos indios pudo haber de las
provincias del Perú, y enviólos a sus tierras a costa de los amos y del rey.
Algunos hubo que se escondieron por no ir, diciendo que mejor estaban con dueño
que sin él. Otros se quedaron en Puerto-Viejo y por allí a ser putos, que se
usa mucho, y se cortaron el cabello a la usanza bellaca. Desembargó Blasco
Núñez el oro [222] a los del Nombre de Dios, y porque no se alborotasen más
los españoles de aquellos dos pueblos, dijo que solamente procedería contra
Vaca de Castro que traía y mandaba traer indios a las minas. Comenzaron a
diferir él y los oidores en algunas cosas. Estuvieron malos ellos y ocupados, y
él partióse sin esperarlos, aunque mucho se lo rogaron y aconsejaron, porque
supo la negociación y escándalo del Perú. Llegó a Túmbez a 4 de marzo, libertó
los indios, quitó las indias que por amigas españoles tenían, y mandóles que ni
diesen comida sin paga, ni llevasen carga contra su voluntad, lo cual entristeció
tanto a los españoles cuanto alegró a los indios. Entrando en San Miguel mandó
a unos españoles pagar los indios de carga que llevaban, ya que no se podía
excusar el cargarlos. Pregonó las ordenanzas, despobló los tambos, dio libertad
a los indios esclavos y forzados, tasó los tributos y quitó los indios de
repartimiento a Alonso Palomino, porque había sido allí teniente de gobernador,
que así lo disponían las nuevas leyes; por lo cual le quitaban el habla y la
comida, como a descomulgado, y a la salida del lugar le dieron gritas las
españolas y lo maldijeron como si llevara consigo la ira de Dios. Y en Piura
dijo que ahorcaría a los que suplicaban de sus provisiones, refrendadas de un
su criado, que no era escribano del rey; y los vecinos de allí se
escandalizaban más de sus palabras y aspereza que de las ordenanzas.
Lo que paso Blasco Núñez con los de Trujillo
Entró
Blasco Núñez en Trujillo con gran tristeza de los españoles; hizo pregonar
públicamente las ordenanzas, tasar los tributos, ahorrar los indios y vedar que
nadie los cargase por fuerza y sin paga. Quitó los vasallos que por aquellas
ordenanzas pudo, y púsolos en cabeza del rey. Suplicó el pueblo y cabildo de
las ordenanzas, salvo de la que mandaba tasar los tributos y pechos y de la que
vedaba cargar los indios, aprobándolas por buenas. Él no les otorgó la
apelación, antes puso muy graves penas a las justicias que lo contrario
hiciesen, diciendo que traía expresísimo mandamiento del emperador para
ejecutarlas, sin oír ni conceder apelación alguna. Díjoles, empero, que tenían
razón de agraviarse de las ordenanzas; que fuesen sobre ello al emperador, y
que él le escribiría cuán mal informado había sido para ordenar aquellas leyes.
Visto por los vecinos su rigor y dureza, aunque buenas palabras, comenzaron a
renegar. Unos decían que dejarían las mujeres, y aun algunos las dejaran si les
valiera, ca se habían casado muchos con sus amigas, mujeres de seguida, por
mandamiento que les quitaran las haciendas si no lo hicieran. Otros decían que
les fuera mucho mejor no tener hijos ni mujer que mantener, si les habían de
quitar los esclavos, que los sustentaban [223] trabajando en minas, labranzas y otras granjerías; otros
pedíanle pagase los esclavos que les tomaba, pues los habían comprado de los
quintos del rey y tenían su hierro y señal. Otros daban por mal empleados sus
trabajos y servicios, si al cabo de su vejez no habían de tener quien los
sirviese; éstos mostraban los dientes caídos de comer maíz tostado en la
conquista del Perú; aquéllos, muchas heridas y pedradas; aquellos otros,
grandes bocados de lagartos; los conquistadores se quejaban que, habiendo
gastado sus haciendas y derramado su sangre en ganar el Perú al emperador, le
quitaban esos pocos vasallos que les había hecho merced. Los soldados decían
que no irían a conquistar otras tierras, pues les quitaban la esperanza de
tener vasallos, sino que robarían a diestro y a siniestro cuando pudiesen; los
tenientes y oficiales del rey se agraviaban mucho que los privasen de sus
repartimientos sin haber maltratado los indios, pues no los hubieron por el
oficio, sino por sus trabajos y servicios. Decían también los clérigos y
frailes que no podrían sustentarse ni servir las iglesias si les quitaban los
pueblos; quien más se desvergonzó contra el virrey y aun contra el rey fue fray
Pedro Muñoz, de la Merced, diciendo cuán mal pago daba su majestad a los que
tan bien le habían servido, y que olían más aquellas leyes a interés que a
santidad, pues quitaban los esclavos que vendió sin volver los dineros, y porque
tomaban los pueblos para el rey, quitándolos a monasterios, iglesias,
hospitales y conquistadores que los habían ganado, y, lo que peor era, que
imponían doblado pecho y tributo a los indios que así quitaban y ponían en
cabeza del rey, y aun los mismos indios lloraban por esto. Estaban mal aquel
fraile y el virrey porque lo acuchilló una noche en Málaga siendo corregidor.
La jura de Blasco Núñez y prisión de Vaca de Castro
Vaca
de Castro, que había visto las ordenanzas y cartas en el Cuzco, donde residía,
se aderezó para ir a Los Reyes a recibir a Blasco Núñez; empero, con muchos
españoles en orden de guerra, que dio gran sospecha de su voluntad, ca los
vecinos de Los Reyes, como supieron que con armas venía, le enviaron a decir
que no viniese, pues ya no era gobernador, temiendo algún castigo por no haber
admitido los días atrás un su teniente, y escribieron a Blasco Núñez algunos
particulares que apresurase el paso para entrar primero que Vaca de Castro,
porque si se tardaba quizá no le recibirían a la gobernación. Vaca de Castro
dejó las armas, y casi todos los que traía, donde supo la voluntad de aquéllos;
fue requerido de los suyos se volviese al Cuzco y lo tuviese por el rey,
suplicando de las ordenanzas; nunca quiso sino llegar primero a Lima, donde
halló diversas intenciones, ca unos querían [224] al virrey y otros no. Gaspar Rodríguez, viendo venir cerca
a Blasco Núñez, dejó a Vaca de Castro y tornóse al Cuzco, llevando consigo
muchos vecinos de él, y las armas que habían quedado en el camino, para
levantar la tierra por quien pudiese; Blasco Núñez partió de Trujillo aprisa,
llegó al tambo que dicen de la Barranca, donde no halló qué comer, mas halló un
mote que decía: "El que me viniere a quitar mi hacienda, mire por sí, que
podrá ser que pierda la vida". Maravillóse de tal dicho, y preguntado
quién lo pudo escribir, le dijeron ciertos malsines que Juárez de Caravajal,
factor del rey, que poco antes había estado allí. En este tambo estuvo Gómez
Pérez con cartas del inca Mango y de Diego Méndez y otros seis españoles del
bando de don Diego de Almagro, en los cuales pedían licencia y salvoconducto
para se venir a Blasco Núñez con el inca; él holgó de perdonarlos y que
viniesen; mas ellos fueron muertos a cuchillo por ceguedad del Gómez Pérez.
Solían jugar a la bola él y Mango, y jugaron como llegó; era porfiado el Gómez
y mal comedido en medir las bolas, por lo cual dijo Mango a su criado que lo
matase la primera vez que porfiase, bajándose a medir la bola; avisó de esto al
Gómez una india. Él, sin mirar adelante, dio de estocadas al inca. Como los
indios vieron muerto a su señor, matáronle a él y a los otros españoles y
tomaron por inca un hijuelo del muerto, con el cual se han estado en unas
asperísimas montañas sin querer más amistad con cristianos. Antes de llegar a
Lima entendía Blasco Núñez cómo los de aquella ciudad estaban con propósito de
no recibirlo dentro si primero no se les otorgaba la suplicación de las
ordenanzas, jurando de no ejecutarlas, y si no, que lo enviarían preso y atado
fuera del Perú; supo asimismo que todos estaban indignados contra él por
ejecutar las ordenanzas tan de hecho, y que decían mil males de su recia
condición. Para deshacer esto y otras veinte cosas que publicaban, envió
delante a Diego Agüero, regidor de Los Reyes, el cual aplacó algo la
indignación del pueblo, diciendo cómo Blasco Núñez traía mudado el rigor en
mansedumbre, por ver el daño y descontento que todos recibían con la ejecución
de las ordenanzas. Antes de entrar en Los Reyes Blasco Núñez, le tomó juramento
en nombre del cabildo el factor Guillén Juárez que les guardaría los
privilegios, franquezas y mercedes que del emperador tenían los conquistadores
y pobladores del Perú, y que les otorgaría la suplicación de las nuevas
ordenanzas que traía; él juró que haría todo lo que cumpliese al servicio del
emperador y bien de la tierra; los vecinos y españoles que allí estaban dijeron
luego que había jurado con cautela, entendiendo la ejecución de las ordenanzas
ser bien de los indios y servidos del emperador. Entró en la ciudad con gran
silencio y tristeza de todo el pueblo; nunca hombre así fue aborrecido como él,
en do quiera que del Perú llegase, por llevar aquellas ordenanzas. Pregonó las
ordenanzas y comenzólas a ejecutar, aunque muy mucho le rogaron no lo hiciese,
diciendo que se alborotarían los españoles y querían conservar sus
repartimientos; mas él se hizo sordo a todo, por cumplir la voluntad y mandado
del emperador. Procuró saber qué intención era la de Vaca de Castro, qué
trataba Gonzalo Pizarro en el Cuzco, quiénes y cuántos se mostraban de veras
contra las ordenanzas. [225] Habló a los indios que se amotinaban y querían alzarse sin
hacer la, sementeras. Encarceló a Vaca de Castro, diciendo que firmaba cédulas
de repartimiento y pleitos como gobernador, estando él allí, y que indignaba la
gente hablando mal de las ordenanzas, y porque dejó volver al Cuzco a Gaspar
Rodríguez y a los otros. Hubo gran ruido, y división sobre la prisión de Vaca
de Castro, don Luis de Cabrera y de los otros que con él prendió.
Lo que Gonzalo Pizarro hizo en el Cuzco contra las
ordenanzas
Tantas
cosas escribieron a Gonzalo Pizarro muchos conquistadores del Perú, que lo
despertaron allá en Los Parcas, donde estaba, y le hicieron venir al Cuzco
después que Vaca de Castro se fue a Los Reyes. Acudieron muchos a él como fue
venido, que temían ser privados de sus vasallos y esclavos, y otros muchos que
deseaban novedades por enriquecer, y todos le rogaron se opusiese a las
ordenanzas que Blasco Núñez traía y ejecutaba sin respeto de ninguno, por vía
de apelación, y aun por fuerza, si necesario fuese; que ellos, que por cabeza
lo tomaban, lo defendían y seguirían. Él, por probarlos o por justificarse, les
dijo que no se lo mandasen, pues contradecir las ordenanzas, aunque por vía de
suplicación, era contradecir al emperador, que tan determinadamente ejecutarlas
mandaba, y que mirasen cuán ligeramente se comenzaban las guerras, que tenían
sus medios trabajosos y dudosos los fines; y no quería complacerlos en
deservicio del rey, ni aceptar cargo de procurador ni de capitán. Ellos, por
persuadirlo, le dijeron muchas cosas en
justificación
de su empresa: unos decían que siendo justa la conquista de Indias, lícitamente
podían tener por esclavos los indios tomados en guerra; otros, que no podía
justamente quitarles el emperador los pueblos y vasallos que una vez les dio
durante el tiempo de la donación, en especial que se los dio a muchos como en
dote por que se casasen; otros, que podían defender por armas sus vasallos y
privilegios como los hidalgos de Castilla sus libertades, las cuales tenían por
haber ayudado a los reyes a ganar sus reinos de poder de moros, como ellos por
haber ganado el Perú de manos de idólatras; decían, en fin, todos que no caían
en pena por suplicar de las ordenanzas, y muchos, que ni aun por
contradecirlas, pues no les obligaban antes de consentirlas y recibirlas por
leyes. No faltó quien dijese cuán recio y loco consejero era emprender guerra
contra su rey so color de defender sus haciendas, y hablar aquellas cosas que
no eran de su arte ni de su lealtad; empero aprovecha poco hablar a quien no
quería escuchar, ca no solamente decían aquello que algo en su favor era, pero
desmandábanse, como soldados, a [226] decir mal del emperador y rey, su señor, pensando torcerle
el brazo y espantarlo por fieros. Decían eso mismo que Blasco Núñez era recio,
ejecutivo, enemigo de ricos, almagrista, que había ahorcado en Túmbez un
clérigo y hecho cuartos un criado de Gonzalo Pizarro, porque fue contra Diego
de Almagro; que traía expreso mandado para matar a Pizarro y para castigar los
que fueron con él en la batalla de las Salinas; y para conclusión de ser mal
acondicionado, decían que vedaba beber vino y comer especias y azúcar, y vestir
seda y caminar en hamacas. Con estas cosas, pues, parte fingidas, parte
ciertas, holgó Pizarro ser capitán general y procurador, pensando, como lo
deseaba, entrar por la manga y salir por el cabezón. Así que lo eligieron por
general procurador el cabildo del Cuzco, cabeza del Perú, y los cabildos de Guamanga
y de la Plata y otros lugares, y los soldados por capitán, dándole todos su
poder cumplido y llenero. Él juró en forma lo que en tal caso se requería; alzó
pendón, tocó atambores, tomó el oro de la arca del rey, y como había muchas
armas de la batalla de Chupas, armó luego hasta cuatrocientos hombres a caballo
y a pie, de que mucho se escandalizaron y arrepintieron los del regimiento de
lo que habían hecho, pues Gonzalo Pizarro se tomaba la mano dándole solamente
el dedo. Pero no le revocaron los poderes, aunque de secreto protestaron muchos
del poder que le habían dado; entre los cuales fueron Altamirano, Maldonado,
Garcilaso de la Vega.
La asonada de guerra que hizo Blasco Nuñez Vela
Como
Blasco Núñez vio alterados a los vecinos y gente que estaban en Los Reyes
porque no consintió la apelación y por la prisión de Vaca de Castro y los
otros, hizo cincuenta soldados arcabuceros y diólos al capitán Diego de Urbina,
que lo acompañase con ellos. Envió al Cuzco, luego que supo la junta, al
provincial dominico fray Tomás de San Martín, y tras él a fray Jerónimo de
Loaisa, primer obispo y arzobispo de Los Reyes, a certificar a Gonzalo Pizarro
que no traía provisión ninguna en su daño, sino que antes tenía voluntad el
emperador de gratificarle muy bien su servicio y trabajos, y que le rogaba se
dejase de aquello y se viniese llanamente a ver con él y hablarían del negocio.
Gonzalo Pizarro no dejaba entrar al obispo ni aun le quiso escuchar después de
haber entrado, antes trató que lo proveyesen de gobernador, y envió por veinte
piezas de artillería a Guamanga, y aderezó muchas cosas de guerra. Blasco
Núñez, que supo la ruin intención de Pizarro, que comenzaba la gente a temer,
hizo llamamiento de gente y juntó cerca de mil hombres, ca luego acudieron a él
los almagristas y muchos pueblos, especial los septentrionales a la ciudad de
Los Reyes, y ordenó ejército y paga [227] con gana de muchos, y con parecer de los oidores y
oficiales del rey, que firmaron la guerra en el libro del acuerdo; hizo general
a Vela Núñez, su hermano; alférez del pendón, a Francisco Luis de Alcántara;
capitanes de caballo, a don Alonso de Montemayor y a Diego Cueto, su cuñado, y
capitanes de peones, a Pablo de Meneses y a Martín de Robles y a Gonzalo Díez;
maestro de campo, a Diego de Urbina, que tenía muchos arcabuceros, y a otros,
ca tenía doscientos caballos y otros tantos arcabuces, y la ciudad fortalecida
para defensa. Dio grandes pagas y socorros a los soldados y gente, en que gastó
los quintos y oro del rey que Vaca de Castro tenía para enviar a España, y aun
tomó prestados buenos dineros de mercaderes para el ejército. Llegaron en esto
allí Alonso de Cáceres y Jerónimo de la Serna en dos naos, de Arequipa. El
Serna venía del Cuzco, enviado por Gaspar Rodríguez a decir a Blasco Núñez lo
que allá pasaba y a pedirle un mandamiento para matar o prender a Gonzalo
Pizarro, ca se ofrecían a ello el Rodríguez con ayuda de sus amigos; y de
camino persuadió al Cáceres que se viniese al virrey con aquellas dos naos, y
no a Pizarro, como quería. Blasco Núñez holgó con su venida; mas pesóle de que
Pizarro tuviese tantas armas y artillería y la gente tan favorable. Suspendió
las ordenanzas por dos años y hasta que otra cosa el emperador mandase; aunque
se dijo luego el protesto que hizo y asentó en el libro del acuerdo cómo la
suspensión era por fuerza, y que ejecutaría las ordenanzas en apaciguando la
tierra: cosa de odio para todos. Dio mandamiento, y pregonólo, para que
pudiesen matar a Pizarro y a los otros que traía, y prometió al que los matase
sus repartimientos y hacienda, cosa que indignó mucho a los del Cuzco y que no
agradó a todos los de Lima, y aun dio luego algunos repartimientos de los que
se habían pasado a Pizarro. Decía públicamente que todos eran traidores sino
los de Chili; y decía a éste que era traidor aquél, y a aquél, que éste, y que
los había de castigar a todos. Tuvo mandado que matasen a Diego de Urbina y a
Martín de Robles, cuando a su casa viniesen, si señalaba con el dedo; mas como
el Robles le habló sabrosamente, que era gracioso y avisado, no hizo la señal,
y así no murieron; empero díjoles a ellos mismos el concierto, como no sabía
tener secreto, por lo cual ellos y aun otros no osaban dormir en sus casas.
La muerte del factor Guillen Juárez de Caravajal
Temiendo
Blasco Núñez el suceso de los negocios por la gente de Gonzalo Pizarro, envió a
muchas partes por españoles; como decir a Hernando de Alvarado a Trujillo y a
Villegas a Guanuco. Vinieron muchos de diversos pueblos, y entre ellos Gonzalo
Díez de Pinera con hartos del Quito, y Pedro [228] de Puelles, de Guanuco, donde era corregidor; los cuales,
aunque traían poderes de sus pueblos para negociar con el virrey, se pasaron a
Pizarro; el Puelles con quince amigos, en que fueron Francisco de Espinosa, de
Valladolid, y el Serna, que lo llamara Gonzalo Díez con su compañía, yendo tras
Puelles con Vela Núñez. De los Chachapoyas también se fue al Cuzco entonces
Gómez de Solís, de Cáceres, con Diego Bonifaz, Villalobos y otros veinte
hombres escogidos. Desconfió con esto Blasco Núñez de dar ni ganar batalla y
tapió las calles de Lima, dejando troneras y traveses, a guisa de hombre
cercado, por donde acabó de desanimar a los suyos y a los vecinos, y no le
tuvieron por tan esforzado como decían. Trajo antes y a vueltas de esto Luis
García, de San Mamés, que por corregidor estaba en Jauja, unas cartas en cifra
del licenciado Benito de Caravajal al factor Guillén Juárez, su hermano; el
virrey sospechó mal de la cifra, ca no estaba bien con el factor, y mostró las
cartas a los oidores, preguntando si lo podría matar; dijeron que no, sin saber
primero lo que contenían, y para saberlo enviaron por él. Vino el factor; no se
demudó por lo que dijeron, aunque fueron palabras recias, y leyó las cartas,
notando el licenciado Juan Álvarez. La suma de la cifra era la gente, armas e
intención que traía Pizarro, quién y cuáles estaban mal con él, y que luego se
vendría él a servir al señor virrey, en pudiendo descabullirse, como el mismo
factor se lo mandaba. Envió luego por el abecedario, y concertó con lo que leyera;
y así vino a Lima el licenciado Caravajal dos o tres días después que Blasco
Núñez fue preso, sin saber la muerte del factor. Desde a ciertos días que
Gonzalo Díez huyera, se fueron a Pizarro Jerónimo de Caravajal y Escovedo,
sobrinos del factor, con Diego de Caravajal, el Galán, vecino de Plasencia, que
posaban en casa del mismo factor y que también fueron causa de su muerte.
Fuéronse también con ellos don Baltasar de Castilla, hijo del conde de la
Gomera; Pedro Caravajal y Rojas, de Antequera; Gaspar Mejía, de Mérida; Pero
Martín, de Sicilia; Rodrigo de Salazar, el Corcovado, toledano, y otros veinte
buenos soldados que hacían falta en el ejército. Hubo muy gran enojo e ira el
virrey con la ida de éstos, y mayormente porque se fueron a casa del factor y
con sus sobrinos. Envió tras ellos al capitán don Alonso de Montemayor con
cincuenta de caballo, al cual prendieron los huídos por malicia de sus
compañeros. Envió a llamar al factor aquella misma noche, domingo, a 14 de
diciembre, y viniendo, díjole: "Señor, ¿qué traición es ésta, pecador de
mí?" O según otros: "En mal hora vengas, traidor". Respondió el
factor: "Yo soy tan buen criado y servidor del rey como vuestra
señoría"; y otras cosas. El virrey, que tenía cólera, replicó:
"Traiciones y bellaquerías son enviar vuestros sobrinos con tanta gente de
bien a Pizarro y escribir aquello en el tambo, y no dar mula a Baltasar de
Loaisa en que llevase mis despachos al Cuzco, y justificar vuestro hermano el
licenciado la causa de Gonzalo Pizarro". Tras esto, como replicaba el
factor en disculpa de aquellas cosas, dióle dos puñaladas con una daga,
voceando: "Mátenle, mátenle". Llegaron sus criados y acabáronle,
aunque algunos otros le echaban ropa encima para que no le matasen. Mandó
echarlo por los corredores abajo, y unos negros le sacaron por los [229] pies arrastrando.
Alonso de Castro, teniente de alguacil mayor por Vela Núñez, lo hizo llevar a
enterrar en un repostero. De esta manera lo contaban Lorenzo Mejía de Figueroa,
Lorenzo de Estopiñán, Rivadeneyra y otros caballeros que se hallaron presentes
a todo lo susodicho, aunque Blasco Núñez juraba que no le hirió ni quisiera que
muriera. Causó mucho bullicio la muerte del factor, que tan principal persona
era en aquellas partes, y tanto miedo, que se ausentaban de noche los vecinos
de sus propias casas; y aun el mismo Blasco Núñez dijo a los oidores y otros
muchos cómo aquella muerte lo había de acabar, conociendo el yerro que había
hecho.
La prisión del virrey Blasco Núñez Vela
Murmuraban
en Lima reciamente la muerte del factor, diciendo que otro día mataría el
virrey a quien se le antojase, y deseaban a Pizarro. Blasco Núñez sentía mucho
esto, y por no estar donde tan mal le querían, cuando viniese, propuso de irse
a Trujillo con toda la Audiencia y la Contaduría del rey; y para llevar las
mujeres y hacienda armó dos o tres naos, e hizo capitán de ellas a Jerónimo de
Zurbano, vizcaíno, y aun para guardar la costa; que decían cómo armaba Pizarro
dos navíos en Arequipa para señorear la mar. Metió en aquellas naos al licenciado
Vaca de Castro y a los hijos del marqués Francisco Pizarro, con don Antonio de
Ribera, de Soria, que los tenía en cargo, juntamente con su mujer, doña Inés, y
encomendó la guarda de todos ellos a Diego Álvarez Cueto. Habló a los oidores
tres días después de muerto el factor, persuadiéndoles la ida de Trujillo con
llevar sus mujeres y todo el oro y fierro que había; que llevar las mujeres de
los oidores y vecinos de Los Reyes era para obligarlos a seguirle, y el oro y
plata para sustentar el ejército, y el fierro, para que no lo hubiese Pizarro,
que tenía falta de ello para herraduras y para arcabuces. Contradijéronle los
oidores, diciendo que ni debían ni podían salir de aquella ciudad de Los Reyes,
por cuanto les mandaba el emperador en las ordenanzas residir allí, y por no
mostrar temor a Gonzalo Pizarro, que aún estaba setenta leguas de ellos y no se
sabía que viniese a prenderlos, y por no desanimar a los vecinos y a los que
allí estaban para servir y seguir al rey. Por estas razones y otras que le
dijeron les prometió de no irse; pero en saliendo ellos de su casa, donde
tenían audiencia, envió por los oficiales del rey y capitanes del ejército, y
vinieron Alonso Riquelme, tesorero; Juan de Cáceres, contador; García de
Saucedo, veedor; Diego Álvarez Cueto, Vela Núñez, don Alonso de Montemayor,
Diego de Urbina, Pablo de Meneses, Martín de Robles, Jerónimo de la Serna, que
hubo la bandera de Gonzalo [230] Díez, y Pedro de Vergara, que aún no tenía compañía; a los
cuales dijo el virrey su intención y las causas que le movían para dejar a Los
Reyes e irse a Trujillo; y mandóles estar a punto para otro día, que sin duda
se partirían, él por la mar, y mujeres y Vela Núñez por tierra con la gente de
guerra. Ninguno de ellos le contradijo, de pusilánimes, ca si le contradijeran
como los oidores, no se determinara a irse tan total y prestamente; y así, ni
entonces le prendieran, ni después lo mataran. Fueron, empero, a decirlo a
todos los oidores, los cuales se juntaron en casa de Cepeda y se resumieron,
después de bien pensado el negocio, en no salir de allí, ni dejar ir a los
vecinos, creyendo que Pizarro no traía tan dañadas entrañas como después
mostró; y ordenaron un requerimiento para el virrey por que no se fuese, y una
provisión para que no le dejasen los vecinos embarcar sus mujeres, ya que él se
fuese. Pretendían ellos, estando quedos en Los Reyes, que se iría Blasco Núñez
a España a dar cuenta al emperador del negocio, viéndose solo, y que Gonzalo
Pizarro desharía su campo otorgándole la suplicación de las ordenanzas; y si no
quisiese, que fácilmente le prenderían o la matarían, pues quedarían ellos con
el mando y con el palo. Ordenaron esta provisión Cepeda y Álvarez; escribióla
Acebedo, sellóla Bernaldino de San Pedro, que era chanciller, el cual trajo en
blanco dos sellos, con Tejada, que fue por ellos; eran amigos y naturales de
Logroño. En esto pasaron los oidores aquel día, y el virrey en cargar los
navíos y aderezar cabalgaduras. Cepeda forneció luego aquella noche una torre
que había en su casa de armas y vitualla, con diez o doce amigos y criados,
para si menester le fuese. Tejada, que tuvo miedo, pidió diez arcabuceros al
virrey. En la mañana se juntaron los oidores a casa de Cepeda; y como parecía
casa de munición más que de audiencia, fue corriendo un arcabucero de aquellos
de Tejada a decir al virrey que se armaban los oidores contra él. Levantóse
luego el virrey a tales nuevas y mandó tocar arma por la ciudad. Acudieron a su
casa Vela Núñez, Meneses y Serna con sus compañías de infantes, y Francisco
Luis de Alcántara con la caballería. De suerte que se juntaron en breve
cuatrocientos españoles de los más principales y bien armados de Lima; algunos
de los cuales, que les pesaba con la estada del virrey en el Perú, le rogaron
que se metiese dentro en casa y no se pusiese a peligro. Él se metió, que no
debiera, con obra de cincuenta caballeros, de lo cual unos se holgaron y otros
desmayaron; y cierto si él no se metiera en casa, que pareció cobardía, no le
prendieran, ca su presencia los animara y detuviera. Quedó Vela Núñez con el
escuadrón, esperando lo que sería, ca se hundía la ciudad a gritos de las
mujeres. Los oidores, que no tenían treinta hombres, se vieron perdidos, y
pregonaron la provisión que dije. Francisco de Escobar, natural de Sahagún (que
llamaban el Tío), les dijo: "Salgamos, cuerpo de Dios, señores, a la
calle, y muramos peleando como hombres, y no encerrados como gallinas".
Salieron, pues, los oidores fuera, y caminaron para la plaza. Martín de Robles
y Pedro de Vergara acudieron a los oidores, o por no ser con el virrey, o por
cumplir la provisión real, o porque, como dicen, estaban de acuerdo con ellos;
acudieron asimismo [231] muchos otros a pie y a caballo, y aun apellidando
libertad, a lo que oí decir, para levantar el pueblo. Tiráronse algunos
arcabuzazos de la boca de la calle que sale a la plaza, y si Vela Núñez
acometiera, los rompiera y prendiera. Estando así, salió Ramírez el Galán,
alférez de Martín de Robles, y campeó la bandera en la plaza; arremetió delante
el capitán Vergara con su espada y adarga; salieron luego todos muy
determinadamente. Los capitanes del virrey huyeron a su casa, y los más
soldados se pasaron con los oidores, que estaban asentados en un escaño, a la
puerta de la iglesia; no hubo sangre, como se temía. Unos ponen la culpa de
huir a los capitanes, que tuvieron poca gana de pelear; otros a los soldados y
vecinos, que volvían las picas y arcabuces hacia atrás. Combatieron la casa del
virrey, que se defendía bien, y algunos con ánimo de hacerle mal y afrenta,
según la pasión que sobre esto se hizo después donde dicen: "Su sangre
sobre nos y sobre nuestros hijos", y otras cosas tan verdaderas como
graciosas. Ventura Beltrán y otros decían: "¡Al combate!" que se
guardaban para aquel día. Antonio de Robles entró solo dentro de la casa, hizo
que abriesen las puertas, diciendo al virrey que se diese. Blasco Núñez, que
tal no podía hacer, se entregó a Martín de Robles, Pedro de Vergara, Lorenzo de
Aldana y Jerónimo de Aliaga, rogando que lo llevasen a Cepeda. Algunos dicen
cómo el virrey quería morir antes de rendirse; mas que se dio a ruegos de
frailes y caballeros, que lo aseguraron si se iba del Perú. Algunos de los que
llevaban a Blasco Núñez iban diciendo: "Viva el Rey". "Pues,
¿quién me mata?", preguntaba él; y Padarve, criado del factor Guillén
Juárez, encaró el arcabuz para matarle, y le matara, sino que no soltó ni
prendió, aunque ardió el polvorín: otras befas y escarnios hicieron de él por
la calle. El virrey, como fue delante los oidores, que muy acompañados estaban,
se demudó y dijo: "Mirad por mí, señor Cepeda, no me maten"; él
respondió no tuviese miedo, porque no le tocarían más que a su vida; y así, lo
llevaron a casa de Cepeda, aunque dicen que no le quitaron las armas.
La manera como los oidores repartieron los negocios
Grande
arrepentimiento mostraron al virrey los oidores de su prisión, y le decían
palabras de tristeza, si ya no eran fingidas, jurando que no habían sido en
prenderle ni lo habían mandado, y que a qué árbol se arrimarían faltándoles él,
y otras cosas tales; mas no que le soltarían; antes le dijo Cepeda delante
Alonso Riquelme, Martín de Robles y otros: "Señor, juro por Dios que mi
pensamiento nunca fue de prender a vuestra señoría; pero ya que está preso,
entienda que lo tengo de enviar al emperador con la información [232] de lo que se ha
hecho; y si tentare de amotinar la gente o revolverla más, sepa que le daré de
puñaladas, aunque yo me pierda; y si estuviere paciente, servirle y darle su
hacienda". Blasco Núñez respondió: "Por nuestro Señor, que es vuestra
merced hombre, y que siempre le tuve por tal, y no esos otros, que, habiéndolo
ellos urdido, han llorado conmigo"; y rogóle que vendiese su ropa entre
los vecinos, que valía muchos dineros, para gastar por el camino. Diego de Agüero
y el licenciado Niño, de Toledo, y otros le dijeron muchas cosas; mas dejando
esto, por cosa larga y enojosa, digo que los oidores, para despachar negocios
con más brevedad y atender a todo, partieron los oficios de esta manera: que
Cepeda, como más entendido y animoso, atendiese a las cosas de la gobernación y
de la guerra, por donde algunos dijeron que se llamaba presidente, gobernador y
capitán; Tejada y Zárate, que entendiesen en las cosas de justicia; y que Juan
Álvarez ordenase los despachos para España y la información contra el virrey.
Tras esto, luego aquel mismo día que fue preso llevó Juan Álvarez al virrey a
la mar para meterlo en las naos, y tomarlas y tenerlas a su mandado, por que
nadie escribiese a España primero que ellos y por que no las hubiese Pizarro.
Llevaron también a Vela Núñez, que, como no pudo entrar en casa de su hermano,
con la prisa o con el miedo, se acogiera a Santo Domingo, el cual fue a las
naves y se quedó dentro sin volver con respuesta. Blasco Núñez dio al
licenciado Álvarez por el camino, sabiendo que lo había de llevar a España, una
esmeralda de quinientos castellanos, que pidió y no pagó, a Nicolás de Ribera.
Cueto y Zurbano soltaron a los hijos del marqués Francisco Pizarro con todos
los otros presos, sino a Vaca de Castro, que no quiso salir; mas no quisieron
recibir al virrey ni entregar las naos, por concierto que había entre ellos.
Voceaban de tierra que diese los navíos; si no, que matarían al virrey; y
hacían tantas cosas, que vino Zurbano con el batel bien esquifado de hombres y
tiros a preguntar qué querían. Y como le respondieron que las naos o la muerte
del virrey, dijo que no se las daría, mas que tomaría al virrey. Reprendiólos
mucho, y soltó un tiro y algunos arcabuces, dando vuelta para los navíos. Ellos
entonces le deshonraron tirándole de arcabuzazos, y aun maltrataron al virrey,
diciendo: "Hombre que tales leyes trajo, tal galardón merece. Si viniera
sin ellas, adorado fuera. Ya la patria es libertada, pues está preso el
tirano". Y con estos villancicos lo volvieron a Cepeda, que posaba en casa
de María de Escobar, donde le tuvieron sin armas y con guarda, que le hacía el
licenciado Niño; empero comía con Cepeda y dormía en su misma cama. Blasco
Núñez, temiéndose de yerbas, dijo a Cepeda la primera vez que comieron juntos,
y estando presentes Cristóbal de Barrientos, Martín de Robles, el licenciado
Niño y otros hombres principales: "¿Puedo comer seguramente, señor Cepeda?
Mirad que sois caballero". Respondió él: "¡Cómo, señor! ¿Tan ruin soy
yo que si le quisiese matar no lo haría sin engaño? Vuestra señoría puede comer
como con mi señora doña Brianda de Acuña (que era su mujer); y para que lo
crea, yo haré la salva de todo". Y así la hizo todo el tiempo que lo tuvo
en su casa. Entró un día fray Gaspar de Caravajal a Blasco Núñez y díjole [233] que se confesase, que
así lo mandaban los oidores. Preguntóle el virrey si estaba allí Cepeda cuando
se lo dijeron, y respondió que no, más de los otros tres señores. Hizo llamar a
Cepeda, y se le quejó. Cepeda lo confortó y aseguró, diciendo que ninguno tenía
poder para tal cosa sino él; lo cual decía por la partición que habían hecho de
los negocios. Blasco Núñez entonces lo abrazó y besó en el carrillo delante el
mismo fraile.
De como los oidores embarcaron al virrey para España
Estaban
presos muchos españoles de cuando el virrey. Don Alonso de Montemayor, Pablo de
Meneses, Jerónimo de la Serna y otros de aquellos presos ordenaron un motín por
salir de la cárcel y librar al virrey. Mas sintiéronlo los oidores y
remediáronlo. También hubo muchos de los de Chili que importunaron a los
oidores que matasen al Virrey. Cepeda prendió los más culpados para mostrar
cómo no quería matarlo; empero luego los soltó porque Pizarro no los matase
cuando viniese, que eran grandes enemigos suyos; y aun ayudó para el camino a
Juan de Guzmán, Saavedra y a otros. Andaban las cosas revueltas en Los Reyes
con la prisión de Blasco Núñez y venida de Gonzalo Pizarro, ca unos querían que
llegase Pizarro, otros no querían. Muchos querían matar o echar de allí al
virrey, y muchos soltarle. Quién holgaba con los oidores, y quién no. El virrey
temía la muerte y suspiraba por España. Los oidores no sabían qué hacerse, en
especial los tres que no se les diera mucho por aquella muerte. Mas al cabo
determinaron enviarlo a España, según al principio pensaron, confiando de sí
que se darían tan buena maña en allanar y gobernar la gente que se tuviese por
bien servido el emperador; y en que el mismo virrey se tenía la culpa de su
prisión, según la información que enviaban. Acordaron que lo llevase o el
licenciado Rodrigo Niño o Antonio de Robles o Jerónimo de Aliaga, vecinos de
Los Reyes; pero Cepeda porfió que lo llevase Juan Álvarez, oidor, que lo tenía
por más amigo y por más letrado para saber hablar en Castilla e informar al
emperador. Contradijéronle terriblemente los otros dos oidores; y el licenciado
Zárate le dijo delante los oidores y de Alonso Requelme, Juan de Cáceres y
García de Saucedo, que estaban en la consulta, que era muy confiado y que no
conocía como él a Juan Álvarez; y que los había de vender. Y quejándose de esto
el Álvarez, replicó Zárate: "Sí, juro a Dios que vos nos tenéis de vender;
y si vos no quedárades acá, Cepeda lo había de llevar". Llegó a Lima en
este medio Aguirre, gran amigo del factor Guillén Juárez, y dijo malas palabras
al virrey; el cual, oyéndolas y entendiendo que llegaba el licenciado Benito de
Caravajal, temió que le matasen, y rogó a [234] Cepeda, según dicen, que lo enviase a España. Cepeda, que
lo deseaba, lo envió a la isla que está en el puerto de Lima, mandando al
licenciado Niño que lo guardase con otros ciertos vecinos de Los Reyes. Cuando
Blasco Núñez vio que lo embarcaban, dijo a Simón de Alcate, escribano, que le
diese por testimonio cómo lo enviaban sus propios oidores a una isla despoblada
y en una balsilla de juncos para que se ahogase, y que lo echaban de la tierra
del rey para darla a Gonzalo Pizarro. Cepeda mandó al mismo escribano que
asentase cómo llevaban al señor virrey porque así lo pedía su señoría, por que
no lo matasen sus enemigos por lo que había hecho; y que aquellas barcas de
paja eran los navíos que usan allí; y que iban con él Juan de Salas, hermano de
Fernando Valdés, presidente del Consejo Real de Castilla; el licenciado Niño y
otros muchos vecinos de Lima. Así que lo llevaron a la isla y lo tuvieron ocho
días o más. Estaba Cepeda acongojado por no tener navíos para enviar a España a
Blasco Núñez ni para tener la mar libre y segura. Temía no viniesen Zurbano,
Cueto y Vela Núñez a tomar al virrey de la isla y juntando gente le matasen.
Encargó al capitán Pedro de Vergara que con cincuenta buenos soldados procurase
de coger las naos de Zurbano, que estaban en Guaura, diez y ocho leguas de
Lima. Escogió Vergara cincuenta compañeros y comenzó a buscar en qué ir entre
los barcos del puerto que quemara Jerónimo Zurbano; y por no hallar ni saber
hacer en qué ir, ca era poco ingenioso, o por ser cinco las naos, volvió
diciendo que no hallaba quien quisiese ir con él a tal empresa. Cepeda hizo
llevar muchas carretas de tablas y otros materiales a la mar, en casa del
veedor García de Saucedo, con las cuales adobó de presto algunos barcos y mandó
a su maestre de campo Antonio de Robles que enviase luego gente para tomar las
naos. A la noche dijo Antonio de Robles, cenando, a Cepeda que no hallaba
soldados para ir a tan peligroso negocio. Respondió Cepeda que tomar cinco naos
con trescientos mil ducados de Vaca de Castro y del virrey y de otros, que
guardaban veinte hombres, no era mucho; mas que él hallaría quien fuese, y que
no irían sino aquellos a quien él quisiese enriquecer. A la voz de tanto ducado
hubo luego más de cincuenta soldados que se ofrecieron a ir. Cepeda entonces
encomendó el negocio a García de Alfaro, que era hombre diestro en mar, el cual
fue a Guaura con veinte y cuatro compañeros, ca en los barcos no cupieron más,
y escondióse entre unas peñas, llegando de noche, a esperar los que iban por
tierra. Fueron por tierra Ventura Beltrán, señor de Guaura; don Juan de Mendoza
y otros pocos; capearon a los navíos. Pensaron los de las naos que eran algunos
amigos y salió a recogerlos Vela Núñez en dos barcos con la más gente que
tenían. Mas en pasando de las peñas arremetieron a él los de García de Alfaro,
y tornóse atrás. Alcanzáronlo, y rindióse por no aventurar la vida, aunque hizo
muestra de quererse defender; y un Piniga, vizcaíno, hizo todo su posible por
defender el barco en que venía. Con medio de Vela Núñez tomó Alfaro cuatro
naos, que la otra llevara poco antes Zurbano. Llevaron al virrey a Guaura, y metiéronlo
en una nave con muy buen recaudo. Fue luego el licenciado Álvarez a guardarlo y
llevarlo a España con una larga información. Diéronle porque [235] fuese seis mil
ducados, repartidos entre vecinos de Lima, y todo el salario de un año; con lo
cual, y con otras cosas suyas que vendió, hizo hasta diez mil castellanos;
riqueza, que nunca pensó. Dieron también a los soldados y marineros de la nao
dos mil ducados porque no fuesen descontentos. De la misma manera que dicho
habemos fue preso y echado el virrey Blasco Núñez Vela, al cabo de siete meses
que llegó al Perú.
Lo que Cepeda hizo tras la prisión del virrey
Luego
que fue preso el virrey partieron los oidores, según ya dije, los negocios, y
Cepeda, que gobernaba, deshizo las albarradas de la ciudad que hizo Blasco
Núñez, dio pagas a los soldados y comida; repartió a cada vecino como tenía,
hizo y aderezó arcabuces y otras armas; nombró por capitanes de la infantería a
Pablo de Meneses, Martín de Robles, Mateo Ramírez, Manuel Estacio, y a Jerónimo
de Aliaga de los caballos; por maestre de campo, a Antonio de Robles, y a
Ventura Beltrán por sargento mayor. Ordenó dos provisiones, con acuerdo de los
oidores y oficiales del rey, para Gonzalo Pizarro, en que le mandaba dejar y
deshacer la gente de guerra, so pena de ser traidor, si quería venir a Los
Reyes; y si no quería venir, que enviase procuradores con poderes e
instrucciones bastantes a suplicar de las ordenanzas, como publicaba; que la Audiencia
le oiría y guardaría justicia, pues el virrey, de quien se temía, no estaba
allí; envió la una de aquellas provisiones con Lorenzo de Aldana, el cual se
comió la provisión sin presentarla; porque si la presentara en el real de
Pizarro o guardara en el pecho, lo ahorcara Francisco de Caravajal, maestro de
campo, y aun así lo quiso ahorcar; mas valióle Gonzalo Pizarro, que fueran
amigos y prisioneros de Almagro. La otra envió con Agustín de Zárate, contador
mayor de cuentas, dándole por acompañado a don Antonio de Ribera, amigo y
cuñado de Pizarro, ca era casado con doña Inés, mujer que fue de Francisco
Martín, hermano de madre del marqués Francisco Pizarro. Cuando las provisiones
llegaron había muerto Pizarro a Felipe Gutiérrez, Arias Maldonado y Gaspar
Rodríguez, y no osó o no quiso fiarse de los oidores ni deshacer su gente.
Envió a Hierónimo de Villegas que detuviese y atemorizase al contador Zárate
para que cuando llegase al real no osase hacer sino lo que él y sus capitanes
quisiesen; y por esto Zárate no pudo hacer otra diligencia ni traer más recaudo
del que ellos mismos le dieron; la suma del cual fue que hiciesen los oidores
gobernador a Gonzalo Pizarro; si no, que los mataría. [236]
De como Gonzalo Pizarro se hizo gobernador del Perú
Al
tiempo que pasaba en Los Reyes lo que dicho es entre Blasco Núñez y los
oidores, se aderezó Gonzalo Pizarro en el Cuzco de lo que menester hubo para la
jornada que comenzaba. Partióse para el virrey, publicando ir a suplicar de las
ordenanzas, como procurador general del Perú, mas otro tenía en el corazón, y
aun lo mostraba en la gente y artillería que llevaba, y en que no quiso aceptar
los partidos del virrey, que le hacía el provincial. Uno de los cuales era que por
el otorgamiento de la suplicación de las ordenanzas hiciesen al emperador un
buen presente, y otro, que pagasen los gastos hechos sobre aquel caso. De
Xaquixaguana se le huyeron a Pizarro Gabriel de Rojas, Pedro del Barco, Martín
de Florencia, Juan de Saavedra, Rodrigo Núñez y otros; mas cuando llegaron a
Los Reyes estaba ya preso el virrey. Grande alboroto causó la ida de aquellos
en el real de Pizarro, que eran principales hombres, y aun el Pizarro temió
mucho. Volvió al Cuzco, rehízose de más gente y para pagarla tomó dineros y
caballos a los vecinos que se quedaban Dejó por su lugarteniente a Diego
Maldonado, y caminó para Los Reyes. Topó a Pedro de Puelles y a Gómez de Solís,
que le dijeron grande ánimo y esperanza, con la mucha gente que llevaban. Vio
los despachos del virrey, que llevaba Baltasar de Loaisa, clérigo de Madrid; a
Gaspar Rodríguez y a otros, ca se los tomaron los Caravajales cuando de Los
Reyes huyeron. Vino Loaisa por un perdón o salvoconducto para muchos que se
querían pasar al virrey y temían, y a dar aviso del camino, gente y ánimo que
Pizarro traía. El virrey se le dio para todos, salvo para Pizarro, Francisco de
Caravajal y licenciado Benito de Caravajal, y otros así; de que mucho se
enojaron Pizarro y su maestre de campo; y dieron garrote a Gaspar Rodríguez,
Felipe Gutiérrez y Arias Maldonado, que se carteaban con el virrey. Este fue el
comienzo de la tiranía y crueldad de Gonzalo Pizarro. Quemó dos caciques cerca
de Parcos, y tomó hasta ocho mil indios para carga y servicio, de los cuales
escaparon pocos, con el peso y trabajo. Espantó a Zárate y a Lorenzo de Aldana,
según poco ha contamos, y amenazó a los oidores si no lo hacían gobernador, que
era muy contrario al pleito homenaje que no mucho antes les enviara con el
provincial fray Tomás de San Martín y con Diego Martín, su capellán; donde
juraba cómo su voluntad ni la de los suyos era apelar solamente de las
ordenanzas y obedecer a la Audiencia como a señora, e informar al emperador de
lo que a su majestad cumplía, contándole toda verdad; y que si por sobrecarta
mandase guardar y ejecutar sus nuevas leyes, que lo haría llanamente aunque
viese perder la tierra y los españoles, y que de solo virrey se temía, por ser
hombre recio y favorecedor de las cosas de Almagro. Muchos tuvieron este
homenaje por engaño. Llegó Pizarro a la ciudad de Los Reyes y asentó real a
media legua, como si la hubiera de cercar y combatir. Pidió la gobernación,
amenazando el pueblo; [237] los más que dentro estaban querían que se diesen, temiendo
la muerte o el saco, y porque deseaban desterrar para siempre las ordenanzas
por aquella vía. Cepeda quisiera darle batalla, pues ya no le aprovechaban
mañas, por estar suelto el virrey; requirió la gente y capitanes, y como le
dijeron que no la podían dar, por habérseles ido a Pizarro muchos de sus
soldados, ni convenía al servicio del rey ni a la seguridad de la tierra, por
las muertes que haber podía, lo dejó. Entró Francisco Caravajal en la ciudad,
sin contradicción ninguna de noche. Prendió a Martín de Florencia, Pedro de
Barco y Juan de Saavedra, y ahorcólos, porque dejaron a Pizarro, y aun por
tomar sus repartimientos, que muy buenos eran; y dijo que así haría a los que
no quisiesen al señor Pizarro por gobernador. Mucho temor puso esta crueldad a
muchos, y sospecha en algunos, y en otros deseo de Blasco Núñez; y todos en fin
dijeron que recibiesen por gobernador a Gonzalo Pizarro. Cepeda rehusaba, por
quedar él en el gobierno y por no saber cómo lo trataría Gonzalo Pizarro. Mas
empero, como no podía ofender ni resistir al contrario, y temía más al virrey,
que libre andaba, que no a otro ninguno, fue del parecer que todos. Entró,
pues, Gonzalo Pizarro en la ciudad de Los Reyes por orden de guerra, con más de
seiscientos españoles bien armados, llevando su artillería delante, y con más
de diez mil indios. Plantó los tiros en la plaza, e hizo alto allí con los
soldados. Envió por los oidores, que estaban en audiencia en casa de Zárate,
por estar enfermo, y dióles una petición, firmada de Diego Centeno y de todos los
procuradores del Perú, que con él venían, en la cual les pedían que hiciesen
gobernador a Gonzalo Pizarro, por cuanto así cumplía al servicio del rey,
sosiego de los españoles y bien de los naturales. Ellos entonces le dieron una
provisión de gobernador con el sello real, y a los cabildos otra para que le
obedeciesen por consejo y voto de los oficiales del rey y de los obispos del
Quito, Cuzco y Reyes y del provincial de los dominicos, y tomáronle pleito
homenaje que dejaría el cargo en mandándolo el emperador, y que ejercitaría el
oficio bien y fielmente a servicio de Dios y del rey y al provecho de los
indios y españoles, conforme a las leyes y fueros reales. Pizarro lo juró así,
y dio fianzas de ello ante jerónimo de Aliaga. Protestaron del nombramiento y
elección los oidores Cepeda y Zárate, diciendo cómo lo habían hecho de miedo, y
asentáronlo en el libro de acuerdo. Tejada dijo que lo hacía de su voluntad y
no forzado, ca temió que lo matarían si contradecía, aunque sospecharon algunos
que se hablaban con Pizarro y que todo aquello era fingido. [238]
Lo que Gonzalo Pizarro hizo en siendo gobernador
Proveía
oficios Gonzalo Pizarro y despachaba negocios por audiencia, en nombre del rey;
empero, recelándose mucho de Cepeda, ca pensó que la prisión del virrey fuese trato
doble, pues ya estaba suelto y hacía gente en Túmbez con el oidor Juan Álvarez,
y porque Juan de Salas, el licenciado Niño y otros, por congraciarse, le decían
cuán mañoso, entendido y animoso era, y que lo prendería o mataría cuando menos
pensase, ca por eso sustentó la gente de guerra y procuró darle batalla, y así
dicen que entendía mejor que todos los del Perú la guerra y gobernación. Dicen
también cómo Francisco de Caravajal, que gobernaba al gobernador, y otros
capitanes del ejército trataron de matar los oidores, y nombradamente a Cepeda,
temiendo que, o los mataría o desprivaría si tuviese cabida con el gobernador.
Pizarro dijo que tenía por amigo a Cepeda, y que los otros no eran para nada;
pero que lo tentasen, preguntándole algo en la consulta de lo que a él y a
ellos tocase, y si respondiese a su gusto, que se fiasen de él, y si no, que le
matasen. Fue Cepeda avisado de esto por Cristóbal de Vargas, regidor de Lima, y
por don Antonio de Ribera, cuñado, y alférez de Pizarro, y hablaba en las consultas
tan a favor de ellos, que luego ganó la gracia del gobernador y vino después a
mandarlo todo y a tenerlos debajo el pie y tener ciento y cincuenta mil ducados
de renta. No se daba Pizarro buena maña en contentar la gente, y así se le
huyeron en un barco Íñigo Cardo, Pero Antón, Pero Vello, Juan de Rosas y otros,
y se fueron al virrey, que hacía gente en Túmbez, y hubo sobre ello algún
bullicio, y Francisco de Caravajal ahogó al capitán Diego de Gumiel en su casa
una noche, y lo sacó después a degollar a la picota, diciendo que con aquello
escarmentaría, y lo colgó con un título a los pies: "por amotinador".
Parece que había hablado libremente contra el gobernador y maestro de campo, y
reprehendido a un soldado que entrando en Los Reyes matara a un señor indio con
arcabuz por su pasatiempo, el cual miraba la entrada de Pizarro en una ventana
de Diego de Agüero. Tomó Pizarro cuarenta mil ducados de la caja del rey, con
acuerdo de los oidores, oficiales y capitanes, para pagar los soldados,
diciendo que los pagaría de sus rentas, y que lo hacía también por tenerlos
sujetos, pues metían prendas, votando que los tomase y diese para contra el
rey. También dicen que repartió un empréstito entre los que tenían indios para
sustentación del ejército; proveyó a muchos, de quien se confiaba, por sus
tenientes, como fueron Alonso de Toro al Cuzco, Francisco de Almendras a los
Charcas, Pedro de Fuentes a Arequipa, Hernando de Alvarado a Trujillo, Jerónimo
de Villegas a Piura, Gonzalo Díez al Quinto, y otros a otras villas; muchos de
los cuales hicieron por el camino robos y muertes. Armó el navío donde estaba
preso Vaca de Castro, para enviar a Túmbez contra el virrey; mas Vaca de Castro
se fue con él a Panamá, enviando a decir a Pizarro con un Hurtado [239] cuán mal lo había
hecho en hacerse gobernador y en descoyuntar con tormentos a sus criados
Bobadilla y Pérez, por saber del tesoro que no había. Sacó también Pizarro
poderes de todos los cabildos para el doctor Tejada y Francisco Maldonado, que
los escogió por sus procuradores para enviar al emperador sobre la revocación
de las ordenanzas y por confirmación del oficio de gobernador, y a informar a
su majestad cómo todo lo sucedido en aquellos reinos fuera culpa del virrey.
De como Blasco Núñez se libró de la prisión, y lo que tras
ella hizo
El
oidor Juan Álvarez, que, como dicho queda, tomó encargo de llevar preso a
España al virrey, lo soltó en Guaura, juntamente con Vela Núñez y Diego de
Cueto, por perdón que le dio, por ganar mercedes del rey y porque ya estaba
rico. Pensó ganar con él como cabeza de lobo, y aun Blasco Núñez pensó que lo
tenía todo hecho en verse puesto en libertad; mas después se arrepintió muchas
veces, diciendo que Juan Álvarez lo había destruido en soltarle; que si lo
llevara a España, el emperador se tuviera por muy bien servido de él y el Perú
quedara en paz porque Cepeda se aviniera con Pizarro de otra manera que se
avino, si el virrey no se soltara, y Pizarro estuviera por el rey si el virrey
se fuera a España; de manera que a todos hizo mal la libertad del virrey, y más
a él mismo que a otro, y luego a Juan Álvarez, que murió por ello. El daño
viose por el suceso, que la intención y principios buenos fueron. Fuése, pues,
Blasco Núñez, como estaba suelto, a Túmbez, donde hizo gente y audiencia, llamando
los pueblos comarcanos. Tomó todo el dinero del rey y de mercaderes que pudo,
en Túmbez, Puerto Viejo, Piura, Guayaquil y otros. Envió a Vela Núñez por
dineros a Chira, el cual se hubo mal en el camino, y ahorcó un soldado
bracamoro dicho Argüello. Envió a Juan de Guzmán por su gente y caballos a
Panamá; despachó a Diego Álvarez Cueto a España con una muy larga carta para el
emperador de cuanto le había sucedido hasta entonces con los oidores y con
Gonzalo Pizarro y con los otros españoles que perseguido le habían. Muchos
acudieron a Túmbez a la fama de la libertad y ejército del virrey, y otros a su
llamamiento. Vino Diego de Ocampo con muchos de Quito, don Alonso de Montemayor
con los que huyeron de Pizarro, y Gonzalo Pereira con los que estaban en los
Bracamoros, al cual saltearon una noche Jerónimo de Villegas, Gonzalo Díez de
Pineda y Hernando de Alvarado y lo ahorcaron, tomando los de Bracamoros que
venían al virrey, y en Túmbez comenzaron a temer por esto. Sobrevino Hernando
Bachicao por mar, y acometiólos con [240] más ánimo que gente, por lo cual huyó de allí Blasco
Núñez, y aun por desconfiar de los que con él estaban, ca ciertos de ellos le
hacían e hicieron tratos dobles con Pizarro. Llegó a Quito Blasco Núñez muy
fatigado porque no hallara de comer en más de cien leguas que hay de Túmbez
allá; pero fue bien recibido y proveído de dineros, armas y caballos; por lo
cual prometió de no ejecutar las ordenanzas. Hizo arcabuces y pólvora; envió
por Sebastián de Benalcázar y por Juan Cabrera, que trajeron muchos españoles;
por manera que allegó en poco tiempo más de cuatrocientos españoles y muchos
caballos. Hizo general a Vela Núñez; capitanes de caballo, a Diego de Ocampo y
a don Alonso de Montemayor, y de peones, a Juan Pérez de Guevara, Jerónimo de
la Serna y Francisco Hernández de Aldana, y maestre de campo, a Rodrigo de
Ocampo. Llegaron en aquello a Quito ciertos soldados de Pizarro, que dijeron
cómo estaba muy malquisto de todos los de Lima, y que si el virrey fuese allá
se les pasarían los más del ejército; y a la verdad ello fue así al principio
que entró en la gobernación; mas entonces era muy al contrario. Blasco Núñez lo
creyó, y queriendo probar ventura, caminó para Los Reyes a grandes jornadas.
Supo cómo en la sierra de Piura estaban Jerónimo de Villegas, Hernando de
Alvarado y Gonzalo Díez, capitanes de Pizarro, con mucha gente, mas no junta.
Fue callando, amaneció sobre ellos, y como los tomó a sobresalto, desbaratólos
fácilmente. Usó de clemencia con los soldados, por cobrar fama y amor, ca les
volvió su ropa, armas y caballos, con tal que le ayudasen. Quedó Blasco Núñez
con este vencimiento muy ufano, y los suyos muy soberbios, que así es la
guerra. Entró, en San Miguel, hizo justicia de algunos pizarristas, que de los
suyos no osó, aunque saquearon el lugar; reparó las armas, haciendo algunas de
cuero de bueyes, y acrecentó su gente de tal manera que pudiera defenderse del
contrario, y aun ofenderle.
Lo que Hernando Bachicao hizo por la mar
No
se hallaba seguro Gonzalo Pizarro con saber que Blasco Núñez Vela estaba suelto
y juntaba gente y armas en Túmbez, y para asegurarse de la Audiencia, que
siempre la temía, pensó cómo deshacerla, y deshízola con enviar a España, so
color de su procuración, al doctor Alisón de Tejada, y por que fuese dióle cinco
mil y quinientos castellanos en rieles de oro y pedazos de plata, y el
repartimiento de Mesa, vecino del Cuzco, que con Blasco Núñez estaba. Casó a su
hermano de madre, Blas de Soto, con doña Ana de Salazar, hija del licenciado
Zárate, por tenerlo de su mano; aunque por vía de temor poco caso hacía de él,
que andaba muy malo. A Cepeda [241] traíale consigo. Quiso también Pizarro señorear la mar por
asegurar la tierra; y como no tenía ni naos ni las había, armó dos bergantines
con cincuenta buenos soldados e hizo capitán de ellos a Hernando Bachicao,
hombre de gentil denuedo y apariencia, que lo escogieran entre mil para
cualquiera afrenta, pero cobarde como libre; y así solía él decir:
"Ladrar, pese a tal, y no morder". Era hombre bajo, mal acostumbrado,
rufián, presuntuoso, renegador, y que se había encomendado al diablo, según él
mismo decía; gran allegador de gente baja y mayor amotinador; buen ladrón por
su persona, con otros, así de amigos como enemigos, y nunca entró en batalla
que no huyese. Tal lo pintan a Bachicao; pero él hizo una jornada por mar de
animoso capitán; porque partiendo de Lima con dos bergantines y cincuenta
compañeros, entró en Panamá con veintiocho navíos, cuatrocientos soldados. De
Lima fue Bachicao a Trujillo, y allí tomó y robó tres navíos. En Túmbez, salió
a tierra con cien hombres, y tan denodadamente, que hizo huir al virrey Blasco
Núñez Vela, que tenía doblada gente y mejor armada: muchas veces quien acomete
vence. Pensó el virrey que traía Bachicao trescientos soldados, y no se
confiaba de algunos que consigo tenía y que después castigó de muerte. Robó el
pueblo y no mató a nadie; pero dicen que llevaba mandamiento de matar al
virrey. Tomó luego siete mil y ochocientos pesos de oro a Alonso de San Pedro,
natural de Medellín. Tomó después una nao, y prendió a Bartolomé Pérez, capitán
de ella por el virrey. Hubo en Guayaquil la ropa del licenciado Juan Álvarez,
ya que a él no pudo, por huir a uña de caballo. En Puerto-Viejo tomó los navíos
que había, saqueó el lugar, soltó a Juan de Olmos y a sus hermanos; prendió a
Santillana, teniente del virrey; afrentaba a quien no le daba obediencia y
comida, iba tan soberbio, que temblaban de él doquiera que llegaba. En Panamá
hubo gran miedo de Bachicao, porque Juan de Llanes, que fue huyendo de él,
contó sus maldades, aunque no las sabía todas. Juan de Guzmán, que hacía gente
para el virrey, y otros muchos, no lo querían acoger en el puerto. Los vecinos
y mercaderes no se querían poner en armas por no perder las mercaderías que
allí y en el Perú tenían. Estando en esto, envióles a decir Bachicao que no iba
más que a poner allí los procuradores del Perú que pasaban al emperador, y que
luego se volvería sin hacerles daño ni enojo. Pedro de Casaos, que gobernaba la
ciudad, dijo que no debían impedir el paso a los embajadores ni dar ocasión que
hubiese guerra ni muertes de hombres; y así se salieron Juan de Guzmán en un
bergantín y Juan de Llanes en su nao, viendo cerca a Bachicao, el cual entró en
el puerto con seis o siete naos, llevando colgado de una antena a Pedro
Gallego, de Sevilla, porque no amainó las velas de su nao a "viva
Pizarro" y aun mató dos hombres combatiendo aquella nao. Apoderóse de más
de veinte navíos que allí estaban; huyeron muchos vecinos viendo tales
principios; echó en tierra sus soldados, y entró en Panamá en ordenanza con son
de atambores, pífanos y chirimías, y tirando arcabuces por alto, y aun uno pasó
el brazo a Francisco de Torres, que los miraba de su ventana. Apañó luego la
artillería, y atrajo los soldados que Juan de Guzmán hacía, dándoles de comer a
costa del pueblo [242] y ofreciéndoles pasaje franco al Perú, y así tuvo en breve
más de cuatrocientos soldados y veinte y ocho navíos. Tomaba los dineros y ropa
que se le antojaba a los vecinos y mercaderes; vendía licencias para ir al
Perú; comía a discreción; en fin, hacia como capitán de tiranía. El doctor
Tejada, que a todo esto fue presente, y Francisco Maldonado, se fueron al
nombre de Dios y luego a España; mas el doctor se murió antes de llegar a ella.
Visto cuán disoluto y dañoso andaba Bachicao, trataron muchos de matarle.
Adelantáse Bartolomé Pérez por ganar la honra, o porque lo había querido
ahorcar en Túmbez, y conjuróse con el capitán Antonio Hernández y con el
alférez Cajero, los cuales, no atreviéndose, requirieron a un Marmolejo, que
descubrió el secreto. Bachicao, desde que lo supo, degollólos a todos tres el
mismo día que matarlo querían, y degollara a Luis de Torres, a don Pedro de
Cabrera, a Cristóbal de Peña, a Hernando Mejía y a otros, que los hallaba
culpados, si no huyeran. Con tanto se volvió Bachicao para el Perú en cabo de
cuatro meses que a costa y daño de los vecinos estuvo en Panamá. Desembarcó en
Guayaquil con cuatrocientos hombres, por carta que de Pizarro tuvo para ir
contra el virrey.
De como Gonzalo Pizarro corrió a Blasco Nuñez Vela
Determinó
Gonzalo Pizarro, después de partido Bachicao, de ir contra el Virrey, ca le iba
su vida en la muerte o destierro de Blasco Núñez. Puso tenientes en todos los
pueblos que tuviesen la tierra por él; dijo a los más principales de cada lugar
que le siguiesen, por meterlos en la culpa; y así fueron con él Pedro de
Hinojosa, Cristóbal Pizarro, Juan de Acosta, Pablo de Meneses, Orellana y otros
vecinos de los Charcas. De Guamanga, Vasco Juárez, Garcí Martínez, Garay y
Sosa. De Arequipa, Lucas Martínez con otros. Del Cuzco, Diego Maldonado el Rico
Pedro de los Ríos, Francisco de Caravajal, que era maestre de campo, Garcilaso
de la Vega, Martín de Robles, Juan de Silvera, Benito de Caravajal, García
Herrezuelo, Juan Díez, Antonio de Quiñones, Porras y otros muchos. De Lima,
Guanuco, Chachapoyas y otros pueblos fueron los más vecinos. Vino a Los Reyes
Pedro Núñez, un fraile buen arcabucero, de quien ya en otra parte hablamos, que
solicitaba el bando de Pizarro, con la nueva del desbarato que habían hecho
Hernando de Alvarado, Gonzalo Díez, Hierónimo de Villegas, de la gente de los
Bracamoros que llevaba Gonzalo Pereira al virrey; por lo cual se partió luego
Pizarro, dejando en Lima por su lugarteniente a Lorenzo de Aldana. Fue por mar
hasta Santa Marta en un bergantín con los licenciados Cepeda, Niño, León,
Caravajal y bachiller Guevara, y con Pedro de Hinojosa, Blasco de Soto y otros
criados suyos. El mismo día que llegó a Trujillo [243] llegó también Diego Vázquez, natural
de Avila, con la nueva que Blasco Núñez desbaratara a Gonzalo Díez, Hernando de
Alvarado y Hierónimo de Villegas cerca de Piura, y se tomara la más gente, y
que habían muerto Gonzalo Díez de hambre, por huir, y Alvarado a manos de
indios. Pesóle mucho esto a Pizarro, por las fuerzas que iba cobrando el
virrey. Llamó a consejo sus letrados y capitanes sobre lo que hacer debía, y
determinaron ir al virrey, que estaba en San Miguel, con los pocos que eran, y
porque no fuesen sentidos, enviaron al capitán Juan Alonso Palomino con doce
buenos soldados a tomar el camino. Hubo muchos hombres ricos que de miedo
dijeron cómo era locura ir sobre Blasco Núñez con tan poca gente, y que
enviasen primero por Bachicao; mas como llegase a otro día Francisco de Caravajal
y confirmase lo acordado, salieron de Trujillo. En Colbique se les juntaron
Gómez de Alvarado y Juan de Saavedra con los que traían de Guanuco, Levanto y
Chachapoyas; de Motupe envió Pizarro a Juan de Acosta con veinte y cuatro de
caballos, hombres de confianza, por el camino de los Xuagueyes, que es el real,
pero sin agua; y él con todo el campo fue por Cerrán, que es otro camino para
ir a Piura, más a la sierra, a fin que Blasco Núñez acudiese a Juan de Acosta,
pensando que iba por allí todo el ejército; mas deshízole su ardid un yanacona
de Juan Rubio que iba con Juan de Acosta, ca fue preso de los contrarios
yéndose a Piura, su naturaleza, y dijo lo que hacía Pizarro. Blasco Núñez tuvo
miedo de que lo supo y huyó al Quito por el camino de Cajas. Salieron a él los
de San Miguel, que andaban por los montes, y tornáronle gran parte del bagaje,
diciendo que se pagaban del saco. Pizarro dijo luego aquella tarde a Francisco
de Caravajal, delante Hinojosa y Cepeda, cómo quería enviar a Juan de Acosta
con ochenta buenos arcabuceros tras el virrey, que le dijese su parecer. Él
respondió que le parecía tan bien, que lo había querido hacer él; y preguntado
cómo lo pensaba hacer, dijo: "¿A mí me lo dice vuestra señoría? (que era
su manera de hablar). Yo los tomaré a todos como en red barredera". Díjole
Pizarro entonces que tenía ganado el juego si lo alcanzaba; por tanto, que
caminase toda la noche, ca si hallaba sin centinelas a los enemigos podía matar
cuantos quisiese, y si en la sierra, que los entretuviese por aquellos
estrechos pasos hasta el día, que todo el campo sería con él. Fue, pues,
Caravajal con más de cincuenta de caballo y alcanzó los enemigos, tres horas de
noche, durmiendo tan descuidadamente, que certísimo los mataba y prendía si
quisiera. Mas él no quería acabar la guerra, sino sustentarla, por tener mando
y señorío. Toco arma con una trompeta que llevaba, contra el parecer de los
suyos, que alancearlos querían viéndolos dormidos. Blasco Núñez sintió el
negocio, diciendo que Caravajal usaba de maña, y, como valiente hombre se puso
a la defensa, tomando a la par de sí a su primo Sancho Sánchez de Avila y a
Figueroa de Zamora, que eran muy esforzados; mas viendo ciar los
contrarios, se fue a su paso y orden. Caravajal, que lo vio ido, prendió ciertos
del virrey, ahorcó algunos y esperó al ejército. Estuvieron tan mal con él
porque no peleó con Blasco Núñez, Pizarro y todos, que le mandaban cortar la
cabeza; y se la cortaran, sino por Cepeda y Benito de Caravajal, que [244] se les encomendó.
Pizarro mandó seguir el virrey al licenciado Caravajal con doscientos hombres,
por serle tan enemigo, que haría el deber. El licenciado fue muy alegre de
ello, así por tornar en gracia de Pizarro como por ir a vengar la muerte del
factor su hermano, ca le quitara el repartimiento de indios y le pusiera la
soga a la garganta, mandándole confesar. Pidió a Francisco de Caravajal un
escogido puñal que tenía; juró si alcanzaba al virrey de matarlo con él. Caminó
mucho, y antes de Atabaca, que son catorce leguas desde Cajas y de áspero
camino, tomó mucha gente del virrey, y él se le escapó con hasta setenta,
muchos de los cuales le siguieron por miedo de Pizarro y no por amor del rey,
siendo los de Chili y de los renegados que llamaban. El maestre de campo
Caravajal, que iba con el licenciado, ahorcó en Ayacaba a Montoya, que traía
cartas del virrey a Pizarro; a Rafael Vela, mulato, pariente de Blasco Núñez, y
a otros tres vecinos de Puerto-Viejo y de allí. Leyó Pizarro las cartas del
virrey públicamente, y contenían que le pagase lo que había gastado suyo y del
rey y de particulares en las guerras, y que se iría a España, de lo cual, o por
otras cosas que dirían, se enojó y mandó matar al Montoya y envió tras Blasco
Núñez a Juan de Acosta, con sesenta compañeros de caballo a la ligera, por que
aguijasen. El virrey anduvo lo posible hasta Tumebamba con tanto trabajo y
hambre cuanto miedo; alanceó a Jerónimo de la Serna y a Gaspar Gil, sus
capitanes, sospechando que se carteaban con Pizarro, y diz que no hacían, a lo
menos Pizarro nunca recibió carta de ellos entonces. Hizo también matar a
estocadas, por la misma sospecha, a Rodrigo de Ocampo, su maestre de campo, que
no tenía culpa, según todos decían, y que no se lo merecía, habiéndole
sustentado y seguido. Llegado a Quito, mandó al licenciado Álvarez que ahorcase
a Gómez Estacio y Álvaro de Caravajal, vecinos de Guayaquil, porque conjuraron
de matarle, y de hecho lo mataran, que eran valientes y osados y no les faltaba
favor, sino que manifestó la traición Sarmiento, cuñado del Gómez, y sin esto
merecía cualquiera castigo, ca en Túmbez se fue a Bachicao, y viendo la poca y
ruin gente que traía, se volvió al virrey con achaque que iba por sus caballos.
Supo luego el virrey cómo Bachicao se había juntado con Pizarro en Muliambato y
que caminaban al Quito a perseguirle, y fuése a Pasto, cuarenta o más leguas de
Quito, que es en la provincia de Popayán, pensando que no irían más tras él.
Pizarro fue también a Pasto con su ejército; mas cuando llegó era ido Blasco
Núñez a Popayán casi sin gente. Envió en seguimiento de él al licenciado
Caravajal, aunque deseó ir Francisco de Caravajal por enmendar lo de la otra
vez; mas el licenciado se volvió presto con algunos hombres y ganado que tomó
al virrey; y con tanto se volvió Pizarro a Quito, habiendo corrido a Blasco
Núñez de todo el Perú. Quiso también matar entonces el virrey un Olivera, que
había sido su paje, y aun por mandado de Pizarro (según la fama), el cual no
siendo cuerdo, ni aun valiente, se descubrió a Diego de Ocampo para que le
ayudase, con decir que así vengaría la muerte de su tío Rodrigo de Ocampo. El
virrey lo mandó matar, por más que prometía de matar él a Gonzalo Pizarro. [245]
Lo que hizo Pedro de Hinojosa con la armada
Eran
tantas las quejas que daban a Pizarro sobre los agravios y robos de Bachicao,
que se determinó en consejo que fuese otro capitán hombre de bien a pagarlos,
o en la misma ropa o en dineros del mismo Pizarro. Llamaban de Pizarro todo
lo que tenía entonces. Hubo dificultad y negociación sobre quién iría, ca
Pizarro y los más querían que fuese Pedro de Hinojosa, hombre de bien y valiente.
Francisco de Caravajal y Guevara, capitán de arcabuceros; Bachicao, que tenía
las voluntades de la mayor parte del ejército, y otras principales personas
querían que volviese el mismo Bachicao; así que Pizarro no todas veces hacía
lo que quería, sino lo que podía. Habló a Martín de Robles y a Pedro de Puelles,
que mal estaban con Caravajal y Bachicao, porque llevaban tras sí los más
soldados, para que hiciesen, juntamente con Cepeda, en la consulta, que Bachicao
no fuese. Cepeda, teniendo palabra de ellos que serían con él, dijo muchas
razones por donde no cumplía que volviese Bachicao, sino Hinojosa; y así,
lo eligieron. Bachicao, que a todo fue presente, calló; Caravajal replicó,
pero no prevaleció. Tomó Pedro de Hinojosa la armada para ir a Panamá y pagar
buenamente lo que Bachicao tomara y para no dejar juntar un navío con otro
en toda aquella costa; ya tenía por cierto, como era, que, siendo señor del
mar, señorearía la tierra. Llegando a Buenaventura, prendió a Vela Núñez,
que hacía gente para su hermano, y a otros muchos, y cobró un hijo de Gonzalo
Pizarro que allí tenían y veinte mil castellanos, con que compraban caballos
y armas para el virrey. Antes de llegar a Panamá escribió al cabildo con Rodrigo
de Caravajal la intención que llevaba; mas no le creyeron, y Juan de Llanes,
Juan Fernández de Rebolledo, Juan Vendrell, catalán; Baltasar Díez, Arias
de Acebedo y Muñoz de Avila, vecinos de la ciudad, llamaron a Pedro de Casaos
que trajese gente del Nombre de Dios, donde estaba; el cual vino y se puso
a la defensa con los que trajo y con los que allí había; y respondieron que,
hostigados de Bachicao, no le querían recibir con toda la gente y flota; mas
que, dejando los navíos en Taboga, isla, y viniendo con solos cuarenta hombres
que bastaban para compañía, lo recibirían y hospedarían en tanto que paga
los robos de Bachicao. Él, no aceptando tal condición, tomó los navíos del
puerto y requirió a los de la ciudad con un fraile que lo acogiesen de paz,
pues no venía a hacerles mal, sino bien. Ellos, no fiándose del fraile, pidieron
caballeros y hombres honrados con quien tratar el negocio: él les envió a
Pablo de Meneses y al mismo Rodrigo de Caravajal; mas antojándosele que tardaban,
caminó para la ciudad, topóles, y como le dijeron que los de Panamá en armas
estaban, desembarcó una legua de la ciudad, sacó la gente a tierra, caminó
con ella en escuadrón, llevando cerca las barcas con artillería. Pedro de
Casaos, Juan de Llanes y otros capitanes sacaron su gente y artillería hacia
Hinojosa. Como a vista unos de otros llegaron, se [246] ordenaron todos a la batalla; los de Panamá eran más personas;
los de la flota, más arcabuceros y tenían ventaja en el sitio y barcas. Ya
los escuadrones querían arremeter, cuando don Pedro de Cabrera y Andrés de
Areiza, diciendo: "Paz, paz", fueron a demandar treguas al Hinojosa
para entre tanto dar un buen corte en aquel negocio, y concertaron con él
que enviase toda la flota y gente a Taboga y entrase con cincuenta compañeros
en la ciudad. Él lo hizo así, y otro día entró, con placer de todos, y comenzó
a entender a lo que iba: envió a Lima presos a Vela Núñez, Rodrigo Mejía,
Lerma, Saavedra, que después degolló Pizarro; hacía o decía cosas por donde
los soldados de la ciudad se fueron a Taboga. Llanes se le quejó de ello;
y viendo que todos acostaban al bando de Pizarro, entregó las armas, munición
y artillería que tenía al cabildo y al doctor Ribera, juez de residencia,
y fuese a Santa Marta con algunos que seguirle quisieron. Estaba entonces
en Nicaragua Melchor Verdugo haciendo gente para Blasco Núñez, el cual había
tomado dineros y un navío a los de Trujillo, con mandamiento del virrey; e
ido allí Hinojosa, por ser contra Pizarro, envió allá a Juan Alonso Palomino
con una nao bien armada de hombres y tiros, para echar a fondo los navíos
de Nicaragua si no quisiesen dársele. Palomino fue y tomó los navíos que halló,
y volvióse; Verdugo metió en ciertas barcas ochenta españoles y fuése por
el desaguadero de la laguna al Nombre de Dios, con propósito de dañar por
allí el partido de Pizarro y de Francisco de Caravajal, que mal quería; entró
casi sin que lo viesen, cercó y puso fuego a las casas de Hernando Mejía y
de su suegro don Pedro de Cabrera, que allí estaban con gente de Hinojosa
y Pizarro: ellos huyeron a Panamá, y él se apoderó del lugar e hizo lo que
quiso con trescientos soldados que juntó. Quejáronse los vecinos del Nombre
de Dios al doctor Ribera de los daños, costa y agravios que Verdugo les hacía
en su jurisdicción: él pidió favor a Hinojosa para castigarlo; Hinojosa le
dio ciento cuarenta arcabuceros y se fue con él: tomaron las escuchas de Verdugo,
y sabiendo cuán pujante y fuerte estaba, lo requirió el doctor que se fuese
de allí, haciendo primero enmienda de los daños y gastos hechos; y como le
respondió soberbiamente, arremetieron a ellos arcabuceros de Hinojosa y retrajéronlo
a la mar, donde tenía una nao y barcos a tierra pegados, hiriendo y matando.
Verdugo, aunque peleó bien con sus trescientos hombres, se metió en la nao
y huyó; Hinojosa dejó allí a don Pedro de Cabrera y a Hernán Mejía como antes
los tenía, y volvióse a Panamá.