Empeño de la Especiería
Como
el rey de Portugal don Juan el Tercero supo que los cosmógrafos castellanos
habían echado la raya por donde nombramos y que no podía negar la verdad, temió
perder el trato de las especias y suplicó muy de veras al emperador que no
enviase a Jofre de Loaisa ni a Sebastián Gaboto a las Malucas, porque no se
arregostasen los castellanos a las especias ni viesen los males y fuerzas que a
los de Magallanes habían hecho sus capitanes en aquellas islas, lo cual él
mucho encubría; y pagaba todo el gasto de aquellas dos armadas, y hacía otros
grandes partidos; mas no lo pudo acabar con el emperador, que bien aconsejado
era. Casó el emperador con doña Isabel, hermana del rey don Juan, y el rey don
Juan con doña Catalina, hermana del emperador, y resfrióse algo el negocio de
la Especiería, aunque no dejaba el rey de hablar en ella, moviendo siempre
partido. El emperador supo de un vizcaíno que fue con Magallanes en su nao
capitana lo que portugueses hicieron en Tidore a castellanos, y enojóse mucho,
y confrontó al marinero con los embajadores de Portugal, que lo negaban a pie
juntillas, y que uno de ellos era capitán mayor y gobernador en la India cuando
portugueses prendieron los castellanos en Tidore y robaron los clavos, canela y
cosas que traían en la nao Trinidad para él. Mas como fue grande la
negociación del rey y nuestra necesidad, vino el emperador a empeñarle las
Malucas y Especiería para ir a Italia a coronarse, año de 1529, por trescientos
y cincuenta mil ducados y sin tiempo determinado, quedando el pleito en el
estado que lo dejaron en la puente de Caya; y el rey don Juan castigó al
licenciado Acebedo porque dio los dineros sin declarar tiempo. Empeño fue
ciego, y hecho muy en contra la voluntad de los castellanos que consultaba el
emperador sobre ello; hombres que entendían bien el provecho y riqueza de aquel
negocio de la Especiería, la cual podía rentar en un año o en dos, y fueran
seis, más de lo que daba el rey sobre ella. Pero Ruiz de Villegas, que fue
llamado al contrato dos veces, una a Granada y otra a Madrid, decía ser muy
mejor empeñar a Extremadura y la Serena, o mayores tierras y ciudades, que no a
los Malucos, Zamatra, Malaca y otras riberas orientalísimas y riquísimas y aún
no bien sabidas, por razón que se podría olvidar aquel empeño con el tiempo o
parentesco, y no este otro, que se estaba en casa. En conclusión, no miró el
emperador lo que empeñaba, ni el rey entendía lo que tomaba. Muchas veces han
dicho al emperador que desempeñe aquellas islas, pues con la ganancia de pocos
años se desquitará, y aun el año de 1548 quisieron los procuradores de Cortes,
estando en Valladolid, pedir al emperador que diese al reino la Especiería por
seis años en arrendamiento, y que pagarían ellos al rey de Portugal sus
trescientos y cincuenta mil ducados y traerían el trato de ella a la Coruña,
como al principio se mandó, y que pasados los seis años, su majestad la
continuase [159]
y gozase; mas él mandó desde Flandes, donde a la sazón estaba, que ni lo diesen
por capítulo de Cortes ni hablasen más en ello; de lo cual unos se
maravillaron, otros se sintieron, y todos callaron.
De como hubieron portugueses la contratación de las
especias
Haciendo
guerra los portugueses a los moros de Fez, reino de Berbería, comenzaron a
costear y guerrear la tierra de África del estrecho afuera, y como les sucedía
bien, continuáronlo mucho, especialmente don Enrique, hijo del rey don Juan el
Bastardo y Primero. Hallaron la mina de oro en Guinea y contratación de negros
el año de 1471, siendo rey don Alonso V; el cual, como navegaba mucho por allí
y sin contradicción casi ninguna, propuso de enviar al mar Bermejo y haber la
contratación de las especias para sí. Antes de armar envió a Pedro de Covillana
y Alonso de Paiba, el año de 1487, a buscar y saber el precio y tierra de la
Especiería y medicinas que de India venían al mar Mediterráneo por el Bermejo.
Envió éstos porque sabían arábigo, desconfiando de otros que antes enviara, que
no lo sabían. Dióles dineros y créditos, y una tabla por donde se rigiesen, que
sacaron el licenciado Calzadilla, obispo de Viseo, el doctor Rodrigo, maestre
Moisén y Pedro de Alcazaba, de un mapa que debía ser de Martín de Bohemia, y de
un memorial que quizá era el mismo de Cristóbal Colón, donde se ponía el camino
por poniente. Ellos fueron a Hierusalén y al Cairo, y de allí a Aden, Ormuz,
Calicut y otras grandes ciudades y ferias de aquellas mercaderías, en Etiopía,
Arabia, Persia e India. Paiba murió luego andando por su cabo, y Covillana,
como lo detuvo el Preste Gian, no pudo volver, mas escribió al rey lo que
pasaba sobre la Especiería. Rabí, Abraham y Josepe de Lamego, zapatero, fueron
a Persia y dieron nuevas al rey del trato de las especias. Él los tornó a
enviar en busca de Covillana, y volvieron con cartas y avisos de él. El rey don
Juan el Segundo de Portugal, que recibió las cartas de Covillana siendo ya
muerto el rey don Alonso, su padre, envió carabelas en busca de la Especiería,
año de 1494, pero no pasaron el cabo de Buena-Esperanza hasta el de 97, que don
Vasco de Gama lo pasó, y llegó a Calicut, pueblo de grandísimo trato de
medicinas y especias, que era lo que buscaban. Trajo muchas de ellas a buen
precio, y vino maravillado de la grandeza y riqueza de aquella ciudad y de los
muchos navíos, aunque chicos, que había en el puerto, ca eran cerca de mil y
quinientos, y todos o los más andaban en el trato de las especias y medicinas.
Mas no son buenos para navegar sino es con viento en popa, ni para pelear con
nuestras [160]
naos, que dio avilanteza a los portugueses de tomar aquella contratación; ni
tienen aguja de marear, ni buenas áncoras, ni velas, con respecto de las
nuestras. Año de 1500 envió el rey don Manuel doce carabelas con Pedro Álvarez
a Calicut, y trajo el trato de las especias a Lisboa, y ganó después a Malaca,
extendiendo su navegación a la China. Don Juan, su hijo, mucho la ha
acrecentado. En la manera y tiempo que digo se trajo a Portugal el trato de la
Especiería y se renovó la navegación que antiguamente tenían los españoles en
Etiopía, Arabía, Persia y otras tierras de Asia, por causa de mercaderías, y
principalmente, según creo, por especias y medicinas.
Los reyes y naciones que han tenido el trato de las
especias
Españoles
traían antiquísimamente especias y medicinas del mar Bermejo, Arábigo y
Gangético, aunque no en tanta cantidad como ahora; que a eso iban allá, según
muchos, con mercaderías y cosas de nuestra España. Los reyes de Egipto tuvieron
la contratación de las especias, olores y medicinas orientales mucho tiempo,
comprando de alábares, persas, indianos y otras gentes de Asia, y vendiéndolas
a scitas, alemanes, italianos, franceses, griegos, moros y otros hombres de
Europa. Valía el trato de la Especiería al rey Tolomeo Auleta, padre de
Cleopatra, la de Marco Antonio, doce talentos, según Estrabón, cada un año, que
son siete millones de nuestra moneda. Romanos tomaron aquel trato con el mismo
reino, y dicen que les valía más; empero fuese disminuyendo con la inclinación
del imperio, y en fin se perdió. Mercaderes que corren mar y tierra por la
ganancia hicieron la contratación en Cafa y otros lugares de la Tana o Tanais;
pero con grandísimo trabajo y costa, ca subían las especias por el río Indo al
río Uxo, atravesando a Bater, que es la Batriana, en camellos. Por Uxo, que
ahora dicen Camu, las metían en el mar Caspio, y de allí las llevaban a muchas
partes; mas la principal era Citraca, en el río Ra, dicho al presente Volga,
donde iban por ellas armenios, medos, partos, persianos y otros. De Citraca las
subían a Tartaria, que antes era Scitia, por la Volga, y en caballos la ponían
en Cafa, que antiguamente se dijo Teodosia, y en otros puertos cerca de la
Tana, de donde las tomaban alemanes, latinos, griegos, moros y otras gentes de
nuestra Europa. Y aún poco ha iban allí por ellas venecianos, genoveses y otros
cristianos. Trajeron después las especias y otras mercaderías de la India, que
llegaban al mar Caspio, a Trapisonda, bajándolas al mar Mayor o Póntico, por el
Hasis, que ahora nombran Faso. Mas perdióse la contratación con aquel imperio,
que deshicieron los turcos [161] poco ha. Entonces las portearon por Eufrates arriba, que
cae dentro del mar Pérsico, y por cargas desde aquel río a Damasco, Alepo,
Barut y otros puer tos del mar Mediterráneo, y los soldanes del Cairo tornaron
el trato de las especias al mar Bermejo y Alejandría por el Nilo, como solía
ser, pero no en tanta abundancia. Los reyes de Portugal la tienen al presente,
por la vía y negociación que oístes, en Lisbona y Anvers, no sin envidia de
muchos codiciosos y ruines, que importunan al turco y a otros reyes que se lo
estorben y quiten; mas con la ayuda de Dios no podrán. Pablo Centurión, de
Génova, fue a Moscovia, el año de 20, a inducir al rey Basilio que trajese a su
reino el trato y mercadería de las especias, prometiéndole grande ganancia con
poco gasto; empero el rey no lo quiso tentar, cuanto más hacer, entendiendo el
grande camino y trabajo que sería; ca las tenían que subir por el Indo a tierra
de Bater, y de allí en camellos al Camu, y por aquel río a Estrava, y luego a
Citraca, que están en el Caspio. De Citraca llevar lo por el Volga a Oca, río
grande, y después a Mosco, siempre río arriba, porque todos tres vienen a ser
uno hasta Moscovia, ciudad; y de allí por su tierra al mar Germánico y
Venedico, donde son Ribalia, Riga, Danzuic, Rostoc y Lubec, pueblos de Libonia,
Polonia, Prusia, Sajonia, provincias de Alemania que gastan muchas especias.
Más molidas y estragadas vinieran por este camino las especias que no viniesen
en las carabelas de Portugal, que no se tocan hasta Lisbona desde que las
cargan en la India. Digo esto porque afirmaba este genovés corromperse las
especias en tan larga navegación. Solimán, turco, ha también procurado echar de
Arabia y de la India los portugueses para tomar él aquel negocio de las
especias, y no ha podido; aunque juntamente con ello pretendía dañar a los
persianos y extender sus armas y nombre por allá. De manera, pues, que
Soleimán, eunuco, Basá pasó galeras del mar Mediterráneo al Bermejo y al Océano
por el Nilo y por tierra. El año de 37 fue a Dío, ciudad e isla cabe el Nilo
con flota y ejército; sitióla, combatióla reciamente y no la pudo ganar, ca los
portugueses la defendieron gentilmente, haciendo maravillas por tierra y por
agua, Era medroso como capado, y cruel como medroso. Llevó a Constantinopla las
narices y orejas de los portugueses que mató, para mostrar su valentía.
Descubrimiento del Perú
De
mil y trescientas leguas de tierra que ponen costa a costa del estrecho de
Magallanes al río Perú, las quinientas que hay del estrecho a Chirinara o Chile
costeó un galeón de don Gutiérrez de Vargas, obispo de Plasencia, el año de 44,
y las otras descubrieron y conquistaron en diversas veces y [162] años Francisco
Pizarro y Diego de Almagro y sus capitanes y gente. Quisiera seguir en este
descubrimiento y conquista la orden que hasta aquí, dando a cada costa su
guerra y tiempo, según continuamos la geografía; mas déjolo por no replicar una
cosa muchas veces. Así que, trastrocando nuestra propuesta orden, digo que,
residiendo Pedrarias de Avila, gobernador de Castilla de Oro, en Panamá, hubo
algunos vecinos de aquella ciudad codiciosos de buscar nuevas tierras; empero,
unos querían ir hacia levante, al río Perú, a topar con las tierras que debajo
la línea Equinoccial están, imaginando sus muchas riquezas; y otros querían ir
hacia poniente, a lo de Nicaragua, que tenía fama de rica y fresca tierra, con
muchos jardines y frutas; que tal información y lengua tuvo Vasco Núñez de
Balboa, y aun para ir allá había hecho y comenzado cuatro navíos, Pedrarias se
inclinó más a Nicaragua que a lo oriental, y envió allá, según después diremos,
aquellos navíos. Diego de Almagro y Francisco Pizarro, que ricos eran y
antiguos en aquellas tierras, hicieron compañía con Hernando Luque, señor de la
Taboga, maestre escuela de Panamá, clérigo rico, y que llamaron Hernando loco
por ello, Juraron todos tres de no apartar compañía por gastos ni reveses que
les viniesen, y de partir igualmente la ganancia, riquezas y tierras que descubriesen
y adquiriesen todos juntos y cada uno por sí. Entró en la capitulación, a lo
que algunos dicen, Pedrarias de Avila; mas salióse antes de tiempo por las
ruines nuevas que de las tierras de la línea trajera su capitán Francisco
Becerra. Concertada, pues, y capitulada la compañía, ordenaron que Francisco
Pizarro fuese a descubrir, y Hernando Luque quedase a granjear las haciendas de
todos, y Diego de Almagro que anduviese a proveer de gente, armas y comida al
Pizarro, dondequiera que descubriese y poblase; y aun también que conquistase
él por su parte, si hallase coyuntura y disposición en la tierra que llegase.
Año, pues, de 1525, fueron a descubrir y poblar, con licencia del gobernador
Pedrarias, según dicen algunos, Francisco Pizarro y Diego de Almagro. El
Pizarro partió primero con ciento y catorce hombres en un navío, Navegó hasta
cien leguas y tomó tierra en parte que los naturales se le defendieron y le
hirieron de flechas siete veces, y aun le mataron algunos españoles; por lo
cual se volvió a Chinchama, que cerca es de Panamá, arrepentido de la empresa.
Almagro, que por acabar un navío partió algo después, fue con setenta españoles
a dar en el río que llamó de San Juan, y como no halló rastro de su compañero,
tornó atrás. Salió a tierra, donde vio señales de haber estado allí españoles,
y fue al lugar que hirieron a Pizarro, y porque peleando le quebraron los
indios un ojo y le maltrataron su gente, quemó el pueblo y dio vuelta a Panamá,
pensando que otro tanto había hecho Pizarro. Mas como entendió que estaba en
Chinchama, fuése luego allá para comunicar con él la vuelta a la tierra que
habían descubierto, ca le pareciera bien y con oro. juntaron allí hasta
doscientos españoles y algunos indios de servicio. Embarcáronse con ellos en
sus dos navíos y en tres grandes canoas que hicieron. Navega ron con muy gran
trabajo y peligro de las corrientes que causa el continuo viento sur en
aquellas riberas. Mas a la fin tomaron tierra en una costa anegada, [163] llena de ríos y
manglares, y tan lluviosa, que casi nunca escampaba. Viven allí los hombres
sobre árboles, a manera de picazas, y son guerreros y esforzados; y así,
defendieron su tierra matando hartos españoles. Acudían tantos a la marina con
armas, que la henchían, y voceaban reciamente a los nuestros, llamándoles hijos
de la espuma del mar, sobre que andaban, o que no tenían padres; hombres
desterrados o haraganes, que no paraban en cabo ninguno a cultivar la tierra
para tener que comer; y decían que no querían en su tierra hombres de cabellos
en las caras, ni vagamundos que corrompiesen sus antiguas y santas costumbres;
y eran ellos muy grandes putos, por lo cual tratan mal a las mujeres. Son todos
muy ajudiados en gesto y habla, ca tienen grandes narices y hablan de papo.
Ellas andan trasquiladas y fajadas con anillos solamente. Ellos visten camisas
cortas, que no les cubren sus vergüenzas, y traen coronas como de frailes, sino
que cortan todo el cabello por delante y por detrás y dejan crecer los lados.
Traen asimismo esmeraldas y otras cosas en las narices y orejas; sartales de
oro, turquesas, piedras blancas y coloradas. Pizarro y Almagro deseaban
conquistar aquella tierra por las muestras de piedras y oro que los naturales
tenían; mas como el hambre y la guerra les habían muerto muchos españoles, no
podían sin nuevo socorro. Y así, fue Almagro a Panamá por ochenta españoles,
con los cuales y con la comida y refresco, que también trajo, cobraron ánimo
los hambrientos que vivos estaban. Habíanse mantenido muchos días con palmitos
amargos, mariscos, pesca, aunque poca, y fruta de manglares, que es sin zumo ni
sabor, y si alguno tiene, es amargo y salado. Nacen estos árboles ribera de la
mar, y están dentro en ella y en tierra salobres. Llevan muy gran fruta y
pequeña hoja, aunque muy verde. Son muy altos, derechos y recios; por lo cual
hacen de ellos mástiles de naos.
Continuación del descubrimiento del Perú
Estaban
los españoles tan flacos y desesperados en aquellos manglares, y sentíanse tan
desiguales para con los naturales de allí, que aun con los ochenta compañeros
recién venidos no se atrevieron a guerrearlos; antes se fueron luego a Catámez,
tierra sin manglares y de mucho maíz y comida y que restauró a muchos la vida y
alegró a todos, porque los de allí traían sembradas las caras de muchos clavos
de oro, ca se las horadan por muchos lugares y meten un grano o clavo de oro
por cada agujero, y muchos meten turquesas y finas esmeraldas. Ya pensaban
Pizarro, y Almagro fenecer allí sus trabajos y enriquecer sobre cuantos
españoles en Indias había, y no cabían de gozo ellos ni los suyos; mas luego se
les destempló su placer con [164] la muchedumbre de indios armados que a ellos salieron, y
ni osaron pelear con ellos ni estar allí, sino que sobre acuerdo Almagro tornó
a Panamá por más gente, y Pizarro a la isla del Gallo a lo esperar. Andaban los
españoles tan medrosos, descontentos y ganosos de Panamá, que renegaban del
Perú y de las riquezas de la Equinoccial; y quisieran muchos de ellos irse con
Almagro; mas no los dejaron ir ni aun escribir, porque no infamasen aquella
tierra y estorbasen el socorro porque Almagro iba. Empero ni pudieron encubrir
a los de Panamá los trabajos y muertes que les habían sucedido en aquella mala
tierra, ni estorbar las cartas de nuevas y quejas que algunos escribieron;
porque un Sarabia, de Trujillo, envió cartas de ciertos amigos suyos, o, como
dicen otros, una suya firmada de muchos, a Pascual de Andagoya, envuelta en un
gran ovillo de algodón, so color que le hiciesen de él una manta, que andaba
desnudo. Contenía la carta todos los males, muertes y trabajos pasados en el
descubrimiento, agravios y fuerzas y quejas de los capitanes, que les impedían
la vuelta. Era, en fin, petición para que les diese licencia y mandamiento el
gobernador que no les forzasen a estar allí y al pie de la carta puso:
|
Pues, señor gobernador, |
|
mírelo bien por entero; |
|
que allá va el recogedor, |
|
y acá queda el carnicero. |
Era
ya venido a Panamá por gobernador, cuando Almagro llegó, Pedro de los Ríos, el
cual dio mandamiento y envió a su criado Tafur para que cada uno de los que con
Pizarro estaban en la isla del Gallo pudiese libre mente volverse a su casa,
poniendo grandes penas a quien se lo impidiese. Con este mandamiento de Pedro
de los Ríos huyeron de Almagro todos los que querían ir con él, que gran
tristeza le fue; y de Pizarro cuantos con él estaban, sino fueron Bartolomé
Ruiz de Moguer, su piloto, y otros doce, entre los cuales fue Pedro de Candía,
griego y natural de aquella isla. Cuánto pensamiento y pesar cargó de esto
Pizarro no se puede contar. Dio muchas gracias y promesas a los que se quedaron
con él, loándolos de buenos y constantes amigos, y por ser pocos se pasó a una
isla despoblada, seis leguas de tierra, que llamó Gorgona, por sus muchas fuentes
y arroyos. En la cual se sustentaron sin pan ninguno, comiendo cangrejos
leonados de tierra, cangrejos de mar, culebras grandes y algo que pescaban,
hasta que tornó de Panamá el navío de Almagro; y luego que fue vuelto, navegó
Pizarro para Motupe, que cae cerca de Tangarara; de allí volvió a río Chira, y
tomó muchas ovejas cervales para comer, y algunos hombres para lengua, en los
pueblos que llamaban Pohechos. Hizo salir a tierra en Túmbez a Pedro de Candía,
que volvió espantado de las riquezas de la casa del rey Atabaliba; nuevas que
alegraron mucho a todos. Pizarro, que había hallado la riqueza y tierra tanto
por él deseada, se fue luego a Panamá para venir en España a pedir al emperador
la gobernación del Perú, Dos españoles se quedaron allí, [165] no sé si por mandato
de Pizarro, para que aprendiesen la lengua y secretos de aquella tierra, entre
tanto que él iba y venía, o si por codicia del oro y plata que Candía
certificaba; mas sé decir que los mataron indios. Anduvo Francisco Pizarro más
de tres años en este descubrimiento, que llamaron del Perú, pasando grandes
trabajos, hambre, peligros, temores y dichos agudos.
Francisco Pizarro, hecho gobernador del Perú
Como
Pizarro llegó a Panamá comunicó con Almagro y Luque la bondad y riqueza de
Túmbez y río Chira. Ellos holgaron mucho con tales nuevas y le dieron mil pesos
de oro, y aun buscaron emprestada buena parte de ellos. Porque, aunque todos
eran de los más ricos vecinos de aquella ciudad, estaban pobres con los muchos
gastos que habían hecho aquellos tres años en el descubrimiento. Vino, pues, a
España Francisco Pizarro, pidió la gobernación del Perú, presentando en Consejo
de Indias la relación de su descubrimiento y gasto. El emperador lo hizo por
ello adelantado, capitán general y gobernador del Perú y Nueva Castilla, que
tal nombre pusieron a las tierras allí descubiertas. Francisco Pizarro prometió
grandes riquezas y reinos por sus mercedes y títulos. Publicó más riquezas que
sabía, aunque no tanta como era, por que fuesen muchos con él, y embarcóse muy
alegre y acompañado de cuatro hermanos, que fueron Fernando, Juan y Gonzalo
Pizarro y Francisco Martín de Alcántara, hermano de madre. Fernando Pizarro era
solamente legítimo; Gonzalo Pizarro y Juan Pizarro eran hermanos de madre.
Entraron los Pizarros en Panamá con gran fausto y pompa; mas no fueron bien
recibidos de Almagro, que muy corrido y quejoso estaba de Francisco Pizarro
porque, siendo tan amigos, lo había excluido de los honores y títulos que para
sí traía; y porque, siendo compañeros en los gastos, quería echarlo de la
ganancia como de la honra, pues no le dejaba parte en el mando ni gobierno; y
lo que mucho sentía era que, habiendo él puesto más hacienda y perdido un ojo
en el descubrimiento, no lo había dicho al emperador. Decía, en fin, que quería
más honra que hacienda. Francisco Pizarro se le disculpaba con que no había
querido el emperador darle nada para él, aunque se lo había suplicado. Prometía
de negociarle otra gobernación en la misma tierra y renunciarle luego el
adelantamiento, y de no apartar compañía; y decía que, siendo compañeros, era
también él gobernador; y así podría mandar y disponer de todo como le
pluguiese. Mas aun con todo esto no se aplacaba nada Diego de Almagro. Tanto
era su odio o queja que con razón le parecía tener, y creyendo que todo era
palabras de cumplimiento e imposible, y como tenía en su poder la poca
hacendilla que había quedado, hacía padecer mucha necesidad a los Pizarros, que
traían grande [166] costa y pocos dineros. Fernando Pizarro, que mayor de
todos era, sentía mucho aquello, tomando por afrenta que Almagro los tratase
así. Reprehendió al gobernador, su hermano, porque lo sufría; e indignó a los
otros hermanos y a muchos contra él. De donde nació un perpetuo rencor entre
Almagro y Fernando Pizarro, que sus hermanos más blandos y amorosos eran.
Francisco Pizarro deseaba mucho tornar en gracia de Almagro, porque sin él no
podía ir a su gobernación tan presto ni tan honrosa ni provechosamente, y buscó
medios para la reconciliación. Intervinieron en ella muchos, especial de los
nuevamente venidos de España, que ya se habían comido las capas, y
concertáronlos en fin con medios de Antonio de la Gama, juez de residencia.
Almagro dio setecientos pesos y las armas y vituallas que tenía, y Pizarro se
partió con los más hombres y caballos que pudo, en dos navíos. Tuvo contrario
viento para llegar a Túmbez, y desembarcó en la tierra propiamente del Perú, de
la cual tomaron nombre las grandes y ricas provincias que se descubrieron y
conquistaron, buscando a ella sola, Quien primero tuvo nueva del río Perú fue
Francisco Becerra, capitán de Pedrarias de Avila, que, partiendo del Comagre
con ciento y cincuenta españoles, llegó a la punta de Piñas; mas volvióse de
allí porque los del río Jumeto le dijeron que la tierra del Perú era áspera y
la gente belicosa. Algunos dicen que Balboa tuvo relación de cómo aquella
tierra del Perú tenía oro y esmeraldas. Sea así o no sea, es cierto que había
en Panamá gran fama del Perú cuando Pizarro y Almagro armaron para ir allá.
Eran tan mala tierra donde Pizarro salió y llevaba ojo a la de Túmbez, que no
paró allí. Siguió la costa por tierra, que, como es áspera, se despeaban en
ella hombres y caballos. Y como tiene muchos ríos, a la sazón crecidos, se
ahogaron algunos que no sabían nadar, y aun Francisco Pizarro, según cuentan,
pasaba los enfermos a cuestas, que muchos adolecieron luego con la mudanza de
aires y falta de comida, Andando así, llegaron a Coaque, lugar bien proveído y
rico, donde se refrescaron asaz cumplidamente y hubieron mucho oro y
esmeraldas, de las cuales quebraron algunas para ver si eran finas, porque
hallaban también muchas piedras falsas de aquel mismo color. Apenas habían
satisfecho el cansancio y hambre, cuando les sobrevino un nuevo y feo mal, que
llamaban verrugas, aunque, según atormentaban y dolían, eran bubas. Salían
aquellas verrugas o pupas a las cejas, narices, orejas y otras partes de la
cara y cuerpo, tan grandes como nueces, y muy sangrientas. Como era nueva
enfermedad, no sabían qué hacerse, y renegaban de la tierra y de quien a ella
los trajo, viéndose tan feos; pero como no tenían en qué tornarse a Panamá,
sufrían. Pizarro, aunque sentía la dolencia y muertes de sus compañeros, no
dejó la empresa, antes envió veinte mil pesos de oro a Diego de Almagro para
que le enviase de Panamá y de Nicaragua los más hombres, caballos, armas y
vituallas que pudiese, y para abonar la tierra de su conquista, que tenía ruin
fama. Caminó tras este despacho hasta Puerto Vicio, a veces peleando con los
indios y a veces rescatando. Estando allí vinieron Sebastián de Benalcázar y
Juan Fernández, con gente y caballos, de Nicaragua; que no poca alegría y ayuda
fueron para pacificar aquella costa de Puerto Viejo. [167]
La guerra que Francisco Pizarro hizo en la isla Puna
Dijeron
a Francisco Pizarro sus lenguas que eran Felipe y Francisco, natural de Pohechos,
cómo cerca de allí estaba Puna, isla rica, aunque de hombres valientes.
Pizarro, que tenía ya muchos españoles, acordó ir allá, y mandó a los indios
hacer balsas en qué pasar los caballos y aun hombres. Son las balsas hechas de
cinco o siete o nueve vigas largas y livianas, a manera de la mano de un
hombre, porque la madera de medio en más larga que por entrambas partes, y cada
una de las otras es más corta cuanto más al cabo está. Van llanas y atadas, y
es ordinario navegar en ellas. Al pasar de tierra a la isla quisieron los
indios cortar las cuerdas a las balsas y ahogar los cristianos, según a Pizarro
avisaron sus farautes; y así, mandó a los españoles que llevasen desenvainadas
las espadas, por meter miedo a los indios. Fue Pizarro bien y pacíficamente
recibido del gobernador de Puna; mas no mucho después ordenó matar los
españoles por lo que hacían en las mujeres y ropa. Pizarro lo prendió luego que
lo supo, sin alborozo ninguno. Los isleños cercaron otro día en amaneciendo el
real de cristianos, amenazándolos de muerte si no les daban su gobernador y
hacienda. Pizarro ordenó su gente para la batalla y envió corriendo ciertos de
caballo a socorrer los navíos, que también los indios combatían en sus balsas.
Pelearon los indios, como esforzados que eran, por cobrar su capitán, y ropa;
empero fueron vencidos, quedando muchos de ellos muertos y heridos. Murieron
también tres o cuatro españoles, y quedaron heridos muchos, y peor que ninguno
Fernando Pizarro en una rodilla. Con esta victoria hubieron mucho despojo en
ropa y oro, la cual repartió luego Pizarro entre los que tenía, por que después
no pidiesen parte de ello los que venían de Nicaragua con Fernando de Soto.
Comenzaron tras esto a enfermar los españoles, como la tierra los probaba, a
cuya causa y porque se andaban los isleños con balsas entre los manglares sin
hacer paz ni guerra, determinó Pizarro de ir a Túmbez, que cerca estaba; pero
antes que digamos lo que le avino allá es bien decir algo de esta isla, pues en
ella tuvo Pizarro la primera nueva de Atabaliba. Puna boja doce leguas y está
de Túmbez otras tantas. Estaba llena de gente, de ovejas cervales y de venados.
Eran los hombres amigos de pescar y de cazar; eran esforzados, y en la guerra
diestros y temidos de sus comarcanos. Peleaban con hondas, porras, varas
arrojadizas, hachas de plata y cobre, lanzas con los hierros de oro. Visten
algodón de muchos colores. Ellos traen por caperuzas unas madejas de color y
muchas sortijas, zarcillos y joyas de oro y piedras finas, como sus mujeres.
Tenían muchas vasijas de oro y plata para su servicio. Una novedad hallaron en
Puna harto inhumana, de que usaba el gobernador como celoso: que cortaba las
narices y miembro, y aun los brazos, a los criados que guardaban y servían sus
mujeres. [168]
Guerra de Túmbez y población de San Miguel de Tangarara
Halló
Pizarro en la Puna más de seiscientas personas de Túmbez cautivas, que, según
pareció, eran de Atabaliba, el cual, guerreando el año atrás aquella tierra
contra su hermano Guaxcar, quiso ganar la Puna. juntó muchas balsas en qué
pasar a ella con gran ejército. El gobernador que allí estaba por Guaxcar, inca
y señor de todos aquellos reinos, armó todos los isleños y una gran flota de
balsas. Salióle al encuentro y dióle batalla, y vencióla, como eran los suyos
más diestros en el mar que los enemigos, o porque Atabaliba fue mal herido en
un muslo peleando, y convínole retirarse, y luego irse a Caxamalca a curar y a
juntar su gente para ir al Cuzco, donde su hermano Guaxcar estaba con gran
ejército. El gobernador de Puna, de que supo su ida, fue a Túmbez y saqueólo.
No desplugo nada a Pizarro ni a sus españoles la disensión y revuelta entre los
hermanos y reyes de aquellas tierras; y habiendo de pasar a ellas, quisieron
ganar la voluntad y amistad de Atabaliba, que más a mano les cala, y enviaron a
Túmbez los seiscientos cautivos, que prometían hacer mucho por ellos; mas como
se vieron libres, propusieron la obligación de su libertad, diciendo cómo los
cristianos se aprovechaban de las mujeres y se tomaban cuanta plata y oro
topaban, y lo hacían barrillas, con lo cual indignaron el pueblo contra ellos.
Embarcóse, pues, Pizarro en los navíos para Túmbez; envió delante tres
españoles con ciertos naturales en una balsa a pedir paz y entrada. Los de
Túmbez recibieron aquellos tres españoles devotamente, ca luego los entregaron
a unos sacerdotes que los sacrificasen a cierto ídolo del Sol, llamado Guaca;
llorando, y no por compasión, sino por costumbre que tienen de llorar delante
la Guaca, y aun guaca es lloro, y guay voz de recién nacidos. Cuando los navíos
llegaron a tierra no había balsas para salir, que las trasportaron los indios
como se pusieron en armas. Salió Pizarro a tierra en una balsa con otros seis
de caballo, que ni hubo lugar ni tiempo para más; y no se apearon en toda la
noche, aunque venían mojados, como andaba mareta, y se les trastornó
la balsa al tomar tierra, no la sabiendo regir. Otro día salieron los demás a
placer, sin que los indios hiciesen más de mostrarse, y volvieron los navíos
por los españoles que habían quedado en Puna, y Francisco Pizarro corrió dos
leguas de tierra con cuatro de caballo, que no pudo haber habla con ningún
indio. Asentó real sobre Túmbez e hizo mensajeros al capitán, rogándole con la
paz y amistad; el cual no los escuchaba y hacía burla de los barbudos, como [169] eran pocos, y dábales
cada día mil rebates con los del pueblo, y mataba que por yerba y comida salían
con los que fuera tenía los indios de servicio del real, sin recibir daño
ninguno. Pizarro hubo ciertas balsas, en que paso el río con cincuenta de
caballo una noche, sin que fuese de los enemigos sentido. Anduvo por mal camino
y espesura de espinares, y amaneció sobre los enemigos, que descuidados estaban
en su suerte. Hizo gran daño y matanza en ellos y en los vecinos por los tres
españoles que sacrificaran. El gobernador entonces vino de paz y se le dio por
amigo, y aun dio un gran presente de oro y plata y ropa de algodón y lana.
Pizarro, que tan bien había acabado esta guerra, pobló a San Miguel en
Tangarara, riberas del Chira. Buscó puerto para los navíos, que fuese bueno, y
halló el de Paita, que es tal. Repartió el oro, y partióse para Caxamalca a
buscar a Atabaliba.
Prisión de Atabaliba
Viendo
Pizarro tanto oro y plata por allí, creyó la grandísima riqueza que le decían
del rey Atabaliba; y concertando las cosas de la nueva ciudad de San Miguel y
sus pobladores, se partió a Caxamalca. Atrajo de paz en el camino los pueblos
que llaman Pohechos, por medio de Filipillo y de su compañero Francisquillo,
que eran de allí y sabían español. Entonces vinieron ciertos criados de Guaxcar
a pedir su amistad y favor contra Atabalibal que tiránicamente se le alzaba con
el reino, y le prometieron grandes cosas si lo hacía. Pasaron nuestros
españoles un despoblado de veinte leguas sin agua, que los fatigó. En subiendo
la sierra toparon con un mensajero de Atabaliba, que dijo a Pizarro se volviese
con Dios a su tierra en sus navíos, y que no hiciese mal a sus vasallos ni les
tornase cosa ninguna, por los dientes y ojos que traía en la cara; y que si así
lo hiciese le dejaría ir con el oro robado en tierra ajena, y si no, que lo
mataría y despojarla. Pizarro le respondió que no iba a enojar a nadie, cuanto
más a tan grande príncipe, y que luego se volviera a la mar, como él lo
mandaba, si embajador no fuera del papa y del emperador, señores del inundo; y
que no podía sin gran vergüenza suya y de sus compañeros volverse sin verle y
hablarle a lo que venía, que eran cosas de Dios y provechosas a su bien y
honra. Atabaliba vio por esta respuesta la determinación que los españoles
llevaban de verse con él por mal o por bien; pero no hacía caso de ellos, por
ser tan pocos, y porque Maicabelica, señor entre los pohechos, le había hecho
cierto que los extranjeros barbudos no tenían fuerzas ni aliento para caminar a
pie ni subir una cuesta sin ir encima o asidos de unos grandes pacos, que así
llamaban a los caballos, y que ceñían unas tablillas relucientes, como las que
usaban [170]
sus mujeres para tejer. Esto decía Maicabelica, que no había probado el corte de
las espadas y presumía de gran corredor, ejercicio y prueba de indios nobles y
esforzados; empero otra cosa publicaban los heridos de Túmbez que en la corte
estaban; así que Atabaliba tornó a enviar otro, mensajero a ver sí caminaban
todavía los barbudos y a decir al capitán que no fuese a Caxamalca si amaba la
vida. Respondió Pizarro al mensajero cómo no dejaría de llegar allá. Entonces
el indio le dio unos zapatos pintados y unos puñetes de oro, que se pusiese,
para que Atabaliba, su señor, lo conociese cuando a él llegase; señal, a lo
que, se presumió, para mandarle prender o matar sin tocar en los demás. Él tomó
y dijo riendo que así lo haría. Llegó Pizarro con su ejército a Caxamalca, y a
la entrada le dijo un caballero que no se aposentase hasta que lo mandase
Atabaliba; mas él se aposentó sin volverle respuesta, y envió luego al capitán
Hernando de Soto con algunos otros de caballo, en que iba Filipillo, a visitar
a Atabaliba, que de allí una legua estaba en unos baños, y decirle cómo era ya
llegado, que le diese licencia y hora de hablarle. Llegó Soto haciendo corvetas
con su caballo, por gentileza o por admiración de los indios, hasta junto a la
silla de Atabaliba, que no hizo mudanza ninguna aunque le resolló en la cara el
caballo y mandó matar a muchos de los que huyeron de la carrera y vecindad de
los caballos, cosa que de los suyos escarmentaron y los nuestros se
maravillaron. Apeóse Soto, hizo gran reverencia y díjole a lo que iba.
Atabaliba estuvo muy grave, y no le respondió a él, sino hablaba con un su
criado, y aquél con Filipillo, que refería la respuesta al Soto. Decían que se
enojó con él porque se llegó tanto con el caballo, caso de gran desacato para
la gravedad de tan grandísimo rey. Fue luego Fernando Pizarro, y hablóle por
ser hermano del capitán, respondiendo en pocas palabras a las muchas; y por
conclusión dijo que sería buen amigo del emperador y del capitán si volviese
todo el oro, plata y otras cosas que había tornado a sus vasallos y amigos y se
fuese luego de su tierra, y que otro día siguiente sería con él en Caxamalca
para dar orden en la vuelta y a saber quién era el papa y el emperador, que de
tan lejas tierras le enviaban embajadores y requerimientos. Fernando Pizarro
volvió espantado de la grandeza y autoridad de Atabaliba y de la mucha gente,
armas y tiendas que había en su real y aun de la respuesta, que parecía
declaración de guerra. Pizarro habló a los españoles, porque algunos ciscaban
con ver tan cerca tantos indios de guerra, esforzándolos a la batalla con
ejemplo de la victoria de Túmbez y Puna. En esto y en aderezar sus armas y
caballos pasaron aquella noche, y en asestar la artillería a la puerta del
tambo por do había de entrar Atabaliba; y como día fue, puso Francisco
Pizarro una escuadra de arcabuceros en una torrecilla de ídolos que señoreaba
el patio. Metió en tres casas a los capitanes Fernando de Soto, Sebastián de
Benalcázar y Fernando Pizarro, que general era, con cada veinte de caballo; y
él se estuvo a la puerta de otra con la infantería, que, sin los indios de
servicio, serían hasta ciento y cincuenta. Mandó que ninguno hablase ni saliese
a los de Atabaliba hasta oír un tiro o ver el estandarte. Atabaliba animó
también los suyos, que braveaban y tenían [171] en poco los cristianos, y pensaban de hacer de ellos, si
peleasen, un solemnísimo sacrificio al Sol. Puso a su capitán Ruminagui con
cinco mil soldados por la parte que los españoles les entraron en Caxamalca,
por, si huyesen, que los prendiese o matase. Tardó Atabaliba en andar una legua
cuatro horas: tan de reposo iba, o por cansar los enemigos. Venía en litera de
oro, chapada y forrada de plumas de papagayos de muchas colores, que traían
hombres en hombros, y sentado en un tablón de oro sobre un rico cojín de lana
guarnecido de muchas piedras. Colgábale una gran borla colorada de lana
finísima de la frente, que le cubría las cejas y sienes, insignias de los reyes
del Cuzco. Traía trescientos o más criados con librea para la litera y para
quitar las pajas y piedras del camino, y bailaban y cantaban delante, y muchos
señores en andas y hamacas, por majestad de su corte. Entró en el tambo de
Caxamalca, y como no vio los de caballo ni menear a los peones, pensó que de
miedo. Alzóse en pie, y dijo: "Estos rendidos están". Respondieron
los suyos que sí, teniéndolos en poco. Miró a la torrecilla, y, enojado, mandó
echar de allí o matar los cristianos que dentro estaban. Llegó entonces a él
fray Vicente de Valverde, dominico, que llevaba una cruz en la mano y su
breviario, o la Biblia como algunos dicen, Hizo reverencia, santiguóse con la
cruz, y díjole: "Muy excelente señor: cumple que sepáis cómo Dios trino y
uno hizo de nada el mundo y formó al hombre de la tierra, que llamó Adán, del
cual traemos origen y carne todos. Pecó Adán contra su criador por inobediencia,
y en él cuantos después han nacido y nacerán, excepto Jesucristo, que, siendo
verdadero Dios, bajó del cielo a nacer de María virgen, por redimir el linaje
humano del pecado. Murió en semejante cruz que esta, y por eso la adoramos.
Resucitó al tercero día, subió desde a cuarenta días al cielo, dejando por su
vicario en la tierra a San Pedro y a sus sucesores, que llaman papas; los
cuales habían dado al potentísimo rey de España la conquista y conversión de
aquellas tierras; y así, viene ahora Francisco Pizarro a rogaros seáis amigos y
tributarios del rey de España, emperador de romanos, monarca del mundo, y
obedezcáis al papa y recibáis la fe de Cristo, si la creyéredes, que es
santísima, y la que vos tenéis es falsísima. Y sabed que haciendo lo contrario
os daremos guerra y quitaremos los ídolos, para que dejéis la engañosa religión
de vuestros muchos y falsos dioses". Respondió Atabaliba muy enojado que
no quería tributar siendo libre, ni oír que hubiese otro mayor señor que él;
empero, que holgaría de ser amigo del emperador y conocerle, ca debía ser gran
príncipe, pues enviaba tantos ejércitos como decían por el mundo; que no
obedecería al papa, porque daba lo ajeno y por no dejar a quien nunca vio el
reino que fue de su padre. Y en cuanto a la religión, dijo que muy buena era la
suya, y que bien se hallaba con ella, y que no quería ni menos debía poner en
disputa cosa tan antigua y aprobada; y que Cristo murió y el Sol y la Luna
nunca morían, y que ¿cómo sabía el fraile que su Dios de los cristianos criara
el mundo? Fray Vicente respondió que lo decía aquel libro, y dióle su
breviario. Atabaliba lo abrió, miró, hojeó, y diciendo que a él no le decía
nada de aquello, lo arrojó en el suelo. Tomó el fraile su breviario y fuése a
Pizarro [172]
voceando: "Los evangelios en tierra; venganza, cristianos; a ellos, a
ellos, que no quieren nuestra amistad ni nuestra ley". Pizarro, entonces
mandó sacar el pendón y jugar la artillería, pensando que los indios
arremeterían. Como la seña se hizo, corrieron los de caballo a toda furia por
tres partes a romper la muela de gente que alrededor de Atabaliba estaba, y
alancearon muchos. Llegó luego Francisco Pizarro con los de pie, que hicieron
gran riza en los indios con las espadas a estocadas. Cargaron todos sobre Atabaliba,
que todavía estaba en su litera, por prenderle, deseando cada uno el prez y
gloria de su prisión. Como estaba alto, no alcanzaban, y acuchillaban a los que
la tenían; pero no era caído uno, que luego no se pusiesen otros y muchos a
sostener las andas, por que no cayese a tierra su gran señor Atabaliba. Viendo
esto Pizarro, echóle mano del vestido y derribólo, que fue rematar la pelea. No
hubo indio que pelease, aunque todos tenían armas; cosa bien notable contra sus
fieros y costumbre de guerra. No pelearon porque no les fue mandado, ni se hizo
la señal que concertaran para ello, si menester fuese, con el grandísimo rebato
y sobresalto que les dieron, o porque se cortaron todos de puro miedo y ruido
que hicieron a un mismo tiempo las trompetas, los arcabuces y artillería y los
caballos, que llevaban pretales de cascabeles para espantarlos. Con este ruido,
pues, y con la prisa y heridas que los nuestros les daban, huyeron sin curar de
su rey. Unos derribaban a otros por huir, y tantos cargaron a una parte, que,
arrimados a la pared, derrocaron un lienzo de ella, por donde tuvieron salida.
Siguieron los Fernando Pizarro y los de caballo hasta que anocheció, y mataron
muchos de ellos en el alcance. Ruminagui huyó también cuando sintió los truenos
del artillería, que barruntó lo que fue, como vio derribado de la torre al que
le tenía de hacer señal. Murieron muchos indios a la prisión de Atabaliba, la
cual aconteció año de 1533 y en el tambo de Caxamalca, que es un gran patio
cercado. Murieron tantos porque no pelearon y porque andaban los nuestros a
estocadas, que así lo aconsejaba fray Vicente, por no quebrar las espadas
hiriendo de tajo y revés. Traían los indios morriones de madera, dorados, con
plumajes, que daban lustre al ejército; jubones fuertes embastados, porras
doradas, picas muy largas, hondas, arcos, hachas y alabardas de plata y cobre y
aun de oro, que a maravilla relumbraban. No quedó muerto ni herido ningún
español, sino Francisco Pizarro en la mano, que al tiempo de asir de Atabaliba
tiró un soldado una cuchillada para darle y derribarle, por donde algunos
dijeron que otro le prendió. [173]
El grandísimo rescate que prometió Atabaliba por que le
soltasen
Harto
tuvieron que hacer aquella noche los españoles en alegrarse unos con otros de
tan gran victoria y prisionero y en descansar del trabajo, ca en todo aquel día
no habían comido, y a la mañana fueron a correr el campo. Hallaron en el baño y
real de Atabaliba cinco mil mujeres, que, aunque tristes y desamparadas,
holgaron con los cristianos; muchas y buenas tiendas, infinita ropa de vestir y
de servicio de casa, y lindas piezas y vasijas de plata y oro, una de las
cuales pesó, según dicen, ocho arrobas de oro. Valió, en fin, la vajilla sola
de Atabaliba cien mil ducados. Sintió mucho las cadenas Atabaliba y rogó a
Pizarro que le tratase bien, ya que su ventura así lo quería. Y conociendo la
codicia de aquellos españoles, dijo que daría por su rescate tanta plata y oro
labrado que cubriese todo el suelo de una muy gran cuadra donde estaba preso. Y
como vio torcer el rostro a los españoles que presentes estaban, pensó que no
le creían, y afirmó que les daría dentro de cierto tiempo tantas vasijas y
otras piezas de oro y plata, que hinchiesen la sala hasta lo que él mismo
alcanzó con la mano en la pared, por donde hizo echar una raya colorada
alrededor de toda la sala para señal; pero dijo que había de ser con tal
condición y promesa que ni le hundiesen ni quebrasen las tinajas, cántaros y
vasos que allí metiese, hasta llegar a la raya. Pizarro lo conhortó y prometió
tratarlo muy bien y poner en libertad trayendo allí el rescate prometido. Con
esta palabra de Pizarro despachó Atabaliba mensajeros por oro y plata a
diversas partes, y rogóles que tornasen presto si deseaban su libertad.
Comenzaron luego a venir indios cargados de plata y oro; mas como la sala era
grande y las cargas chicas, aunque muchas, abultaba poco, y menos henchían los
ojos que la sala, y no por ser poco, sino por tardarse a repartir; y así decían
muchos que Atabaliba usaba de maña dilatando su rescate por juntar entre tanto
gente que matase los cristianos. Otros decían que por soltarle, y algunos que
le matasen, y aun dice que lo hicieran, sino por Fernando Pizarro. Atabaliba,
que se temía, cayó en ello, y dijo a Pizarro que no tenían razón de andar
descontentos ni de acusarle, pues el Quito, Pachacama y Cuzco, de donde
principalmente se había de traer el oro de su rescate, estaban lejos, y que no
había quien más prisa diese a su libertad que el mismo preso; y que si querían
saber cómo en su reino no se juntaba gente sino a traer oro y plata, que fuesen
a verlo y se llegasen algunos de ellos al Cuzco a ver y traer el oro. Y como
tampoco se confiaban de los indios con quien habían de ir, se rió mucho,
diciendo que temían y desconfiaban de su palabra porque tenía cadena. Entonces
dijeron Hernando de Soto y Pedro del Barco que irían, y fueron al Cuzco, que
hay doscientas leguas, en hamacas, casi por la posta, porque se mudan los
hamaqueros de trecho en trecho, y así como van corriendo tornan al hombro la [174] hamaca, que no paran
un paso, y aquel es caminar de señores. Toparon a pocas jornadas de Caxamalca a
Guaxcar, inca, que le tenían preso Quizquiz y Calicuchama, capitanes de
Atabaliba, y no quisieron volver con él, aunque mucho se lo rogó, por ver el
oro del Cuzco. Fue también Fernando Pizarro con algunos de caballo a Pachamana,
que cien leguas estaba de Caxamalca, por oro y plata. Encontró en el camino,
cerca de Quachuco, a Illescas, que traía trescientos mil pesos de oro y
grandísima cuantía de plata para el rescate de su hermano Atabaliba. Halló
Fernando Pizarro gran tesoro en Pachacana; redujo a paz un ejército de indios
que alzados estaban. Descubrió muchos secretos en aquella jornada, aunque con
grandes trabajos, y trajo harta plata y oro. Entonces herraron los caballos con
plata, y algunos con oro, porque se gastaba menos, y esto a falta de hierro. De
la manera que dicho es se juntó grandísima cantidad de oro y plata en Caxamalca
para rescate de Atabaliba.
Muerte de Guaxcar, por mandado de Atabaliba
Habían
prendido (como después contaremos) Quizquiz y Calicuchama a Guaxcar, soberano
señor de todos los reinos del Perú, casi al mismo tiempo que Atabaliba fue
preso, o muy poco antes. Pensó al principio Atabaliba que lo mataran, y por eso
no quiso matar entonces a su hermano Guaxcar. Mas como tuvo palabra de su
libertad y vida por el grandísimo rescate que prometió a Pizarro, mudó
pensamiento, y ejecutólo cuando supo lo que Guaxcar había dicho a Soto y Barco;
lo cual en suma fue que se tornasen con él a Caxamalca, porque no le matasen
aquellos capitanes, sabida la prisión de su amo, que hasta allí no lo sabían.
Que no solamente cumpliría hasta la raya, empero que henchiría toda la sala,
hasta la techumbre, de oro y plata, que era tres tanto más, de los tesoros de
Guaynacapa, su padre; y que Atabaliba, su hermano, dar no podría lo que
prometió sin robar los templos del Sol; y, finalmente, les dijo cómo él era el
derecho señor de todos aquellos reinos, y Atabaliba, tirano. Que, por tanto,
quería informar y ver al capitán de cristianos, que deshacía los agravios, y le
restituiría su libertad y reinos, ca su padre Guaynacapa le mandara al tiempo
de su muerte fuese amigo de las gentes blancas y barbudas que viniesen allí,
porque habían de ser señores de la tierra. Era gran señor aquél y prudente, y
sabiendo lo que habían hecho españoles en Castilla de Oro, adivinó lo que
harían allí si viniesen. Atabaliba, pues, temió mucho estas razones, que verdad
eran, y mandóle matar, y dijo a Pizarro que muriera de enojo y pesar. Algunos
dicen que Atabaliba estuvo muchos días mustio, lloroso, sin comer ni decir por [175] qué para descubrir la
voluntad de los españoles y engañar a Pizarro; al cabo de los cuales dijo por
muchos ruegos cómo Quizquiz había muerto a Guaxcar, su señor, y lloró, al parecer
de todos, muy de veras. Disculpóse de aquella muerte, y aun de la guerra y
prisión, diciendo que había hecho aquello por defenderse de su hermano, que le
quiso tomar el reino de Quito, y concertarse con él; que para eso lo mandaba
traer, Pizarro lo consoló y dijo que no tuviese pena, pues era la muerte tan
natural a todos, y porque les llevaría poca ventaja, y porque, informado de la
verdad, él castigaría los matadores. Como Atabaliba conoció que no se daban
nada por la muerte de Guaxcar, hízole matar. Sea como fuere, que Atabaliba mató
a Guaxcar, y tuvieron alguna culpa Hernando de Soto y Pedro del Barco en no lo
acompañar y traer a Caxamalca, pues le toparon cerca, y él se lo rogó; pero
ellos quisieron más el oro del Cuzco que la vida de Guaxcar, con excusa de
mensajeros que no podían traspasar la orden y mandamiento de su gobernador.
Todos afirman que si ellos le tomaran en su poder, no le matara Atabaliba, ni
escondieran los indios la plata, oro, piedras y joyas del Cuzco y otras muchas
partes; que, según la fama de las riquezas de Guaynacapa, era sin comparación
muy mucho más que lo que hubieron españoles, aunque fue harto del rescate de
Atabaliba. Dijo Guaxcar cuando lo mataban: "Yo he reinado poco, y menos
reinará el traidor de mi hermano, ca le matarán como me mata".
Las guerras y diferencias entre Guaxcar y Atabaliba
Guaxcar,
que soga de oro significa, reinó pacíficamente por muerte de Guaynacapa, cuyo
hijo mayor y legítimo era, en el Cuzco y todos los señoríos del padre, que
muchos eran y grandes, excepto en el Quito, que de Atabaliba era. Mas no le
duró mucho aquella paz, porque Atabaliba ocupó a Tumebamba, provincia rica de
minas, y al Quito, vecina, diciendo que le pertenecía como tierra de su
herencia. Guaxcar, que de ello fue presto sabidor, envió allá un caballero por
la posta a rogar a su hermano que no alterase la tierra y que le diese los
orejones y criados de su padre: y a los cañares, que así se llamaban los de
allí, guardasen la fe y obediencia que dada le tenían. El caballero retuvo los
cañares en obediencia, y como vio en armas a los de Quito, envió a pedir a
Guaxcar dos mil orejones para reprimir y castigar los rebeldes; y en viniendo,
se juntaron con él todos los cañares, chaparras y paltas, que vecinos eran,
Atabaliba, que lo supo, fue luego sobre ellos con ejército, pensando estorbar o
deshacer aquella junta. Requirióles antes de la batalla que le dejasen libre la
tierra que por herencia y testamento de su padre poseía; y como ellos
respondieron ser de Guaxcar, universal heredero de [176] Guaynacapa, dióles
batalla. Perdióla, y fue preso en la puente de Tumebamba yendo de huida. Otros
dicen Guaxcar movió la guerra, y que duró la pelea tres días, en los cuales
murieron muchos de ambas partes, y a la fin Atabaliba fue preso; por cuya
prisión y victoria hicieron los orejones del Cuzco alegrías y grandes
borracherías. Atabaliba entonces, como era de noche, rompió una gruesa pared
con una barra de plata y cobre que cierta mujer le dio, y fuése al Quito sin
que los enemigos lo sintiesen. Convocó sus vasallos, hízoles un gran razonamiento,
persuadiéndolos a su venganza; díjoles que el Sol le había convertido en
culebra para salir de prisión por un agujeruelo de la cámara donde lo tenían
cerrado, y prometido victoria si guerra diese. Ellos, o porque les pareció
milagro, o porque lo amaban, respondieron que muy prestos estaban a seguirle; y
así allegó un muy buen ejército, con el cual volvió a los enemigos y los venció
una y más veces, con tanta matanza de gentes, que aun hoy día hay grandes
montones de huesos de los que allí murieron. Entonces metió a cuchillo sesenta
mil personas de los cañares, y asoló a Tumebamba, pueblo grande, rico y
hermoso, que junto a tres caudales ríos estaba, con lo cual le cobraron todos
miedo, y el ánimo de ser inca en cuantas tierras su padre tuvo. Comenzó luego a
guerrear la tierra de su hermano; destruía y mataba a los que se le defendían y
a los que se le rendían daba muchas franquezas y el despojo de los muertos. Por
esta libertad lo seguían unos, y por la crueldad otros; y así conquistó hasta
Túmbez y Caxamalca, sin mayor contradicción que la de Puna, donde, según ya
conté, fue herido. Envió muy gran ejército con Quizquiz y Calicuchama, sabios,
valientes y amigos suyos, contra Guaxcar, que del Cuzco venía con innumerable
hueste. Cuando entrambos ejércitos cerca estuvieron, quisieron los capitanes de
Atabaliba tomar los enemigos por través, y apartáronse del camino real.
Guaxcar, que poco entendía de guerra, se desvió a caza, dejando ir su ejército
adelante por hacia donde caminaban los contrarios, sin echar corredores ni
pensar en peligro ninguno, y topó con el campo contrario en parte que huir no
pudo. Pelearon él y ochocientos hombres que llevaba hasta ser rodeado de los
enemigos y presos. Apenas eran rendidos, cuando a más andar venían a socorrerlos;
y eran tantos, que ligeramente lo libraran, matando a los de Atabaliba, si
Calicuchama y Quizquiz no los engañaran diciendo estuviesen quedos, si no, que
matarían a Guaxcar; y pusiéronse a ello. Entonces temió él, y mandóles soltar
las armas y llegar a consejo veinte señores y capitanes los más principales de
su ejército a dar medio entre él y su hermano, pues lo querían, aunque
fingídamente, aquellos dos capitanes; los cuales descabezaron en llegando a los
veinte, y dijeron que otro tanto harían a Guaxcar si no se iban cada uno a su
casa. Con esta crueldad y amenaza se deshizo el ejército, y quedó Guaxcar preso
y solo en poder de Quizquiz y Calicuchama, que lo mataron, como dicho habemos,
por mandado de Atabaliba. [177]
Repartimiento de oro y plata de Atabaliba
Desde
a muchos días que Atabaliba fue preso, dieron prisa los españoles que lo
prendieron a la repartición de su despojo y rescate, aunque no era tanto cuanto
prometiera, queriendo luego cada uno su parte, ca temían no se levantasen los
indios y se lo quitasen, y aun los matasen sobre ello. No querían así mismo
esperar que cargasen más españoles antes de repartirlo. Francisco Pizarro hizo
pesar el oro y plata; después de quilatado, hallaron cincuenta y dos mil marcos
de plata y un millón y trescientos veintiseis mil y quinientos pesos de oro,
suma y riqueza nunca vista en uno. Cupo al rey, e su quinto, cerquita de
cuatrocientos mil pesos. Cupieron a cada español de caballo ocho mil y
novecientos pesos de oro y trescientos y setenta marcos de plata; a cada peón,
cuatro mil y cuatrocientos y cincuenta pesos de oro y ciento y ochenta marcos
de plata; a los capitanes, a treinta y a cuarenta mil pesos. Francisco Pizarro
hubo más que ninguno, y como capitán general, tomó del montón el tablón de oro
que Atabaliba traía en su litera, que pesaba veinte y cinco mil castellanos.
Nunca soldados enriquecieron tanto, tan breve ni tan sin peligro, ni jugaron
tan largo, ca hubo muchos que perdieron su parte a los dados y dobladilla.
También se encarecieron las cosas con el mucho dinero, y llegaron a valer unas
calzas de paño treinta pesos; unos borceguís, otros tantos; una capa negra,
ciento; una mano de papel, diez; un azumbre de vino, veinte, y un caballo, tres
y cuatro y aun cinco mil ducados; en el cual precio se anduvieron algunos años
después. También dio Pizarro a los que con Almagro vinieron, aunque no era
obligado, a quinientos y a mil ducados, porque no se amotinasen, ca, según se
lo habían escrito él, y ellos venían con propósito de conquistar por sí aquella
tierra y hacerle cuanto mal y enojo y afrenta pudiesen; mas Almagro ahorcó al
que tal escribió, y sabida la prisión y riqueza de Atabaliba, se fue a
Caxamalca y se juntó con Pizarro por haber su mitad, conforme a la capitulación
y compañía que tenía hecha, y estuvieron muy amigos y conformes. Envió Pizarro
el quinto y relación de todo al emperador con Fernando Pizarro, su hermano; con
el cual se vinieron a España muchos soldados ricos de veinte, treinta, cuarenta
mil ducados; en fin, trajeron casi todo aquel oro de Atabaliba, e hinchieron la
contratación de Sevilla de dinero, y todo el mundo de fama y deseo. [178]
Muerte de Atabaliba
Urdióse
la muerte de Atabaliba por donde menos pensaba, ca Filipillo, len gua, se
enamoró y amigó de una de sus mujeres, por casar con ella si él moría. Dijo a
Pizarro y a otros que Atabaliba juntaba de secreto gente para matarlos
cristianos y librarse. Como esto se comenzó a sonruir entre los
españoles, comenzaron ellos a creerlo; y unos decían que lo matasen para
seguridad de sus vidas y de aquellos reinos; otros, que lo enviasen al
emperador y no matasen tan gran príncipe, aunque culpa tuviese. Esto fuera
mejor; mas hicieron lo otro, a instancia, según muchos cuentan, de los que
Almagro llevó; los cuales pensaban, o se lo decían, que mientras Atabaliba
viviese no tendrían parte en oro ninguno, hasta henchir la medida de su
rescate. Pizarro, en fin, determinó matarlo, por quitarse de cuidado, y
pensando que muerto tendrían menos que hacer en ganar la tierra. Hízole proceso
sobre la muerte de Guaxcar, rey de aquellas tierras, y probóse también que
procuraba matar los españoles. Mas esto fue maldad de Filipillo, que declaraba
los dichos de los indios que por testigos tomaban como se le antojaba, no
habiendo español que lo mirase ni entendiese. Atabaliba negó siempre aquello,
diciendo que no cabía en razón tratar él tal cosa, pues no podría salir con
ella vivo, por las muchas guardas y prisiones que tenía; amenazó a Filipillo, y
rogó que no le creyesen. Cuando la sentencia oyó, se quejó mucho de Francisco Pizarro,
que, habiéndole prometido de soltarlo por rescate, lo matase; rogóle que lo
enviase a España y que no ensangrentase sus manos y fama en quien jamás le
ofendió y lo había hecho rico. Cuando le llevaban a justiciar pidió el bautismo
por consejo de los que lo iban consolando, que otramente vivo lo
quemaran; bautizáronlo y ahogáronlo a un palo atado; enterráronle a nuestra
usanza entre otros cristianos, con pompa; puso luto Pizarro, e hízole honradas
obsequias. No hay que reprender a los que le mataron, pues el tiempo y sus
pecados los castigaron después, ca todos ellos acabaron mal, como en el proceso
de su historia veréis. Murió Atabaliba con esfuerzo, y mandó llevar su cuerpo
al Quito, donde los reyes, sus antepasados por su madre, estaban. Si de corazón
pidió el bautismo, dichoso él, y si no, pagó las muertes que había hecho. Era
bien dispuesto, sabio, animoso, franco y muy limpio y bien traído; tuvo muchas
mujeres y dejó algunos hijos. Usurpó mucha tierra a su hermano Guaxcar; mas
nunca se puso la borla hasta que lo tuvo preso; ni escupía en el suelo, sino en
la mano de una señora muy principal, por majestad. Los indios se maravillaron
de su temprana muerte, y loaban a Guaxcar por hijo del Sol, acordándose cómo
adivinara cuánto presto había de ser muerto Atabaliba, que matarlo mandaba. [179]
Linaje de Atabaliba
Los
hombres más nobles, ricos y poderosos de todas las tierras que llamamos Perú
son los incas, los cuales siempre andan trasquilados y con grandes zarcillos en
las orejas, y no los traen colgados, sino engeridos dentro, de tal manera, que
se les agrandan, y por esto los llaman los nuestros orejones. Su naturaleza fue
de Tiquicaca, que es una laguna en el Collao, cuarenta leguas del Cuzco, la
cual quiere decir isla de plomo, ca de muchas isletas que tienen pobladas
alguna lleva plomo, que se llama tiqui. Boja ochenta leguas; recibe diez o doce
ríos grandes y muchos arroyos; despídelos por un solo río, empero muy ancho y
hondo, que va a parar en otra laguna cuarenta leguas hacia el oriente, donde se
sume, no sin admiración de quien la mira. El principal inca que sacó de
Tiquicaca los primeros, que los acaudilló, se nombraba Zapalla, que significa
solo señor. También dicen algunos indios ancianos que se llamaba Viracocha, que
quiere decir grasa del mar, y que trajo su gente por la mar. Zapalla, en
conclusión, afirman que pobló y asentó en el Cuzco, de donde comenzaron los
incas a guerrear la comarca, y aun otras tierras muy lejos, y pusieron allí la
silla y corte de su imperio. Los que más fama dejaron por sus excelentes hechos
fueron Topa, Opangui y Guaynapaca, padre, abuelo y bisabuelo de Atabaliba.
Empero, a todos los incas pasó Guaynacapa, que mozo rico suena; el cual,
habiendo conquistado el Quito por fuerza de armas, se casó con la señora de
aquel reino, y hubo en ella a Atabaliba y a Illescas. Murió en Quito; dejó
aquella tierra a Atabaliba, y el imperio y tesoros del Cuzco a Guaxcar. Tuvo, a
lo que dicen, doscientos hijos en diversas mujeres, y ochocientas leguas de
señorío.
Corte y riqueza de Guaynapaca
Residían
los señores incas en el Cuzco, cabeza de su imperio. Guaynapaca, empero,
continuó mucho su vivienda en el Quito, tierra muy apacible, por haberla él
conquistado. Traía siempre consigo muchos orejones, gente de guerra y armada,
por guarda y reputación, los cuales andaban con zapatos y plumajes y otras
señales de hombres nobles y privilegiados por el arte militar. Servíase de los
hijos mayores o herederos de todos los señores de su imperio, que muy muchos
eran, y cada uno se vestía a fuer de su tierra, porque todos supiesen de dónde
eran; y así había tanta diversidad de trajes y [180] colores, que a maravilla honraban y engrandecían su corte.
Tenía también muchos señores grandes y ancianos en su corte para consejo y
estado; éstos, aunque traían gran casa y servicio, no eran iguales en los
asientos y honras, ca unos precedían a otros; unos andaban en andas, otros en
hamacas, y algunos a pie. Unos se sentaban en banquillos altos y grandes, otros
en bajos y otros en el suelo. Empero, siempre que cualquiera de todos ellos
venía de fuera a la corte, se descalzaba para entrar en el palacio y se cargaba
algo a los hombros para hablar con Guaynapaca, que pareciese vasallaje.
Llegaban a él con mucha humildad, y hablábanle teniendo los ojos bajos, por no
mirarlo a la cara; tanto acatamiento le tenían. Él estaba con mucha gravedad, y
respondía en pocas palabras; escupía, cuando en casa estaba, en la mano de una
señora, por majestad. Comía con grandísimo aparato y bullicio de gente; todo el
servicio de su casa, mesa y cocinera era de oro y de plata, y cuando menos de
plata y cobre, por más recio. Tenía en su recámara estatuas huecas de oro, que
parecían gigantes, y las figuras al propio y tamaño de cuantos animales, aves,
árboles, y yerbas produce la tierra, y de cuantos peces cría la mar y agua de
sus reinos. Tenía asimismo sogas, costales, cestas y trojes de oro y plata,
rimeros de palos de oro que pareciesen leña rajada para quemar; en fin, no
había cosa en su tierra que no la tuviese de oro contrahecha, y aun dicen que
tenían los incas un vergel en una isla cerca de la Puna, donde se iban a holgar
cuando querían mar, que tenía la hortaliza, las flores y árboles de oro y
plata; invención y grandeza hasta entonces nunca vista. Allende de todo esto,
tenía infinitísima cantidad de plata y oro por labrar en el Cuzco, que se
perdió por la muerte de Guaxcar, ca los indios lo escondieron, viendo que los
españoles se lo tomaban y enviaban a España. Muchos lo han buscado después acá
y no le hallan: por ventura sería mayor la fama que la cuantía, aunque le
llamaban mozo rico, que tal quiere decir Guaynacapa. Todas estas riquezas
heredó Guaxcar juntamente con el imperio, y no se habla de él tanto como de
Atabaliba, no sin agravio suyo; debe ser porque no vino a poder de nuestros
españoles.
Religión y dioses de los incas y otras gentes
Hay
en esta tierra tantos ídolos como oficios, no quiero decir hombres, porque cada
uno adora lo que se le antoja. Empero es ordinario al pescador adorar un
tiburón o algún otro pez; al cazador, un león, o un oso o una raposa, y tales
animales, con otras muchas aves y sabandijas; el labrador adora el agua y
tierra; todos, en fin, tienen por dioses principalísimos al Sol y Luna [181] y Tierra, creyendo
ser ésta la madre de todas las cosas, y el Sol, juntamente con la Luna, su
mujer, criador de todo; y así, cuando juran tocan la tierra y miran al Sol.
Entre sus muchas guacas (así llaman los ídolos) había muchas con báculos y
mitras de obispos; mas la causa de ello aún no se sabe; y los indios, cuando
vieron obispo con mitra, preguntaban si era guaca de los cristianos. Los
templos, especialmente del Sol, son grandes y suntuosos y muy ricos; el de
Pachacama, el del Collao y del Cuzco y otros estaban forrados por dentro de
tablas de oro y plata, y todo su servicio era de lo mismo, que no fue poca
riqueza para los conquistadores. Ofrecían a los ídolos, muchas flores, yerbas,
frutas, pan, vino y humo, y la figura de lo que pedían hecha de oro y plata; y
a esta causa estaban tan ricos los templos. Eran eso mismo los ídolos de oro y
plata, aunque muchos había de piedra, barro y palo. Los sacerdotes visten de
blanco; andan poco entre la gente; no se casan; ayunan mucho, aunque ningún
ayuno pasa de ocho días, y es al tiempo de sembrar y segar y de coger oro y
hacer guerra o hablar con el diablo, y aun algunos se quiebran los ojos para
semejante habla, y creo que lo hacían de miedo, porque todos ellos se tapan los
ojos cuando hablan con él, y hablábanle muchas veces para responder a las
preguntas que los señores y otras personas hacen. Entran en los templos
llorando y guayando, que guaca eso quiere decir. Van de bruces por tierra hasta
el ídolo, y hablan con él en lenguaje que los seglares no entienden. No le
tocan con las manos sin tener en ellas unas toallas muy blancas y limpias;
sotierran dentro el templo las ofrendas de oro y plata. Sacrifican hombres,
niños, ovejas, aves y animales bravos y silvestres, que ofrecen cazadores.
Catan los corazones, que son muy agoreros, para ver las buenas o malas señales
del sacrificio, y cobrar reputación de santos adivinos, engañando la gente.
Vocean reciamente a los tales sacrificios, y no callan todo aquel día y noche,
especial si es en el campo, invocando los demonios; untan con la sangre los
rostros del diablo y puertas del templo, y aun rocían las sepulturas. Si el
corazón y livianos muestran alegre señal, bailan y cantan alegremente, y si
triste, tristemente; mas tal cual fuere la señal, no dejan de emborracharse muy
bien los que se hallan en la fiesta. Muchas veces sacrifican sus propios hijos,
que pocos indios lo hacen, por más crueles y bestiales que son todos ellos en
su religión; mas no los comen, sino sécanlos y guárdanlos en grandes tinajones
de plata. Tienen casas de mujeres, cerradas como monasterios, de donde jamás
salen; capan y aun castran los hombres que las guardan, y aun les cortan
narices y bezos, porque no los codiciasen ellas; matan a la que se empreña y
peca con hombre; mas si jura que la empreñó Pachacama, que es el Sol,
castíganla de otra manera por amor de la casta; al hombre que a ellas entra
cuelgan de los pies. Algunos españoles dicen que ni eran vírgenes ni aun
castas; y es cierto que corrompe la guerra muchas buenas costumbres. Hilaban y
tejían estas mujeres ropa de algodón y lana para los ídolos, y quemaban la que
sobraba con huesos de ovejas blancas, y aventaban los polvos hacia el Sol. [182]
La opinión que tienen acerca del diluvio y primeros hombres
Dicen
que al principio del mundo vino por la parte septentrional un hombre que se
llamó Con, el cual no tenía huesos. Andaba mucho y ligero; acortaba el camino
abajando las sierras y alzando los valles con la voluntad solamente y palabra,
como hijo del Sol que decía ser. Hinchó la tierra de hombres y mujeres que crió
y dióles mucha fruta y pan, con lo demás a la vida necesario. Mas empero, por
enojo que algunos le hicieron, volvió la buena tierra que les había dado en
arenales secos y estériles, como son los de la costa, y les quitó la lluvia, ca
nunca después acá llovió allí. Dejóles solamente los ríos, de piadoso, para que
se mantuviesen con regadío y trabajo. Sobrevino Pachacama, hijo también del Sol
y de la Luna, que significa criador, y desterró a Con y convirtió sus hombres
en los gatos, gesto de negros que hay; tras lo cual crió él de nuevo los hombres
y mujeres como son ahora, y proveyóles de cuantas cosas tienen. Por
gratificación de tales mercedes tomáronle por dios, y por tal lo tuvieron y
honraron en Pachacama, hasta que los cristianos lo echaron de allí, de que muy
mucho se maravillaban. Era el templo de Pachacama que cerca de Lima estaba
famosísimo en aquellas tierras y muy visitado de todos por su devoción y
oráculos, ca el diablo aparecía y hablaba con los sacerdotes que allí moraban.
Los españoles que fueron allá con Fernando Pizarro, tras la prisión de
Atabaliba, lo despojaron del oro y plata, que fue mucha, y después de sus
oráculos y visiones, que cesaron con la cruz y sacramento, cosa para los indios
nueva y espantosa. Dicen asimismo que llovió tanto un tiempo, que anegó todas
las tierras bajas y todos los hombres, sino los que cupieron en ciertas cuevas
de unas muy altas sierras, cuyas chiquitas puertas taparon de manera que agua
no les entrase; metieron dentro muchos bastimentos y animales. Cuando llover no
sintieron, echaron fuera dos perros; y como tornaron limpios, aunque mojados,
conocieron no haber menguado las aguas. Echaron después más perros, y tornando
enlodados y enjutos, entendieron que habían cesado, y salieron a poblar la
tierra, y el mayor trabajo que para ellos tuvieron y estorbo, fueron las muchas
y grandes culebras que de la humedad y cieno del diluvio se criaron, y ahora
las hay tales; mas al fin las mataron y pudieron vivir seguros. También creen
en el fin del mundo; empero, que precederá primero grandísima seca, y se
perderán el Sol y Luna, que adoran; y por aquello dan grandes alaridos y lloran
cuando hay eclipses, mayormente del Sol, temiendo que se van a perder él y
ellos y todo el mundo. [183]
La toma del Cuzco, ciudad riquísima
Informado
Francisco Pizarro de la riqueza y ser de Cuzco, cabeza del Imperio de los
incas, dejó a Caxamalca y fue allá. Caminó a recaudo, porque Quizquiz andaba
corriendo la tierra con gran ejército que hiciera de la gente de Atabaliba y de
otra mucha. Topó con ellos en Jauja, y sin pelear llegó a Vilcas, donde
Quizquiz, pensando aprovecharse de los enemigos, por tener la cuesta, dio sobre
la vanguardia, que Soto llevaba, mató seis españoles e hirió otros muchos, y
presto, los desbaratara; mas sobrevino la noche, que los esparció. Quizquiz se
subió a lo alto con alegría, y Soto se rehizo con los que Almagro trajo. Apenas
era amanecido el día siguiente, cuando ya peleaban los indios. Almagro, que
capitaneaba, se retrajo a lo llano para aprovecharse allí de ellos con los
caballos. Quizquiz, no entendiendo aquel ardid ni el nuevo socorro, pensó que
huían; y comenzó a ir tras ellos, peleando sin orden. Revolvieron los de
caballo, alancearon infinitos indios de los de Quizquiz, que con el tropel de
los de caballo y espesa niebla que hacía no sabían de sí, y huyeron, Llegó
Pizarro con el oro y resto del ejército; estuvo allí cinco días, a ver en qué
paraba la guerra. Vino Mango, hermano de Atabaliba, a dársele; él lo recibió
muy bien, y lo hizo rey, poniéndole la borla que acostumbran los incas. Siguió
su camino con grandes compañías de indios, que a servir su nuevo inca venían.
Llegando cerca del Cuzco, se descubrieron muchos grandes fuegos, y envió
corriendo allá la mitad de los caballos a estorbar o remediar el fuego,
creyendo que los vecinos quemaban la ciudad porque no gozasen de ella los
cristianos; empero no era fuego para daño sino para señal y humo. Salieron
tantos hombres con armas a ellos, que les hicieron huir a puras pedradas la
sierra abajo. Llegó en esto Pizarro, que amparó los huidos y peleó con los
perseguidores tan animosamente, que los puso en huida. Ellos, que se veían
huidos y acosados, dejaron las armas y pelea y a más correr se metieron en la
ciudad. Tomaron su hato, saliéronse luego aquella misma noche los que
sustentaban la guerra; entraron otro día los españoles en el Cuzco sin
contradicción ninguna, y luego comenzaron unos a desentablar las paredes del
templo, que de oro y plata eran; otros, a desenterrar las joyas y vasos de oro
que con los muertos estaban; otros, a tomar ídolos, que de lo mismo eran;
saquearon también las casas y la fortaleza, que aún tenía mucha plata y oro de
lo de Guaynacapa. En fin, hubieron allí y a la redonda más cantidad de oro y
plata que con la prisión de Atabaliba habían habido en Caxamalca. Empero, como
eran muchos más que no allá, no les cupo a tanto; por lo cual, y por ser
segunda vez y sin prisión de rey, no se sonó acá mucho. Tal español hubo que
halló, andando en un espeso soto, sepulcro entero de plata, que valía cincuenta
mil castellanos; otros lo hallaron de menos valor, mas hallaron muchos, ca
usaban los ricos hombres de aquellas tierras enterrarse así por el campo a par [184] de algún ídolo.
Anduvieron asimismo buscando el tesoro de Guaynacapa y reyes antiguos del
Cuzco, que tan afamado era; pero ni entonces ni después se halló. Mas ellos,
que con lo habido no se contentaban, fatigaban a los indios cavando y
trastornando cuanto había, y aun les hicieron hartos malos tratamientos y
crueldades porque dijesen de él y mostrasen sepulturas.
Calidades y costumbres del Cuzco
El
Cuzco está más allá de la Equinoccial diez y siete grados. Es áspera tierra y
de mucho frío y nieves. Tienen casas de adobes de tierra, cubiertas con
esparto, que hay mucho por las sierras; las cuales llevan también de suyo nabos
y altramuces. Los hombres andan en cabello, mas véndanse las cabezas; visten
camisa de lana y pañicos. Las mujeres traen sotanas sin mangas, que fajan mucho
con cintas largas, y mantellinas sobre los hombros, prendidas con gordos
alfileres de plata o cobre, que tienen las cabezas anchas y agudas, con que
cortan muchas cosas. Comen cruda la carne y el pescado. Aquí son propiamente
los orejones, que se abren y engrandan mucho las orejas, y cuelgan de ellas
unos sortijones de oro. Casan con cuantas quieren, y aun algunos con sus
propias hermanas; mas los tales son soldados. Castigan de muerte los
adulterios; sacan los ojos al ladrón, que me parece su propio castigo. Guardan
mucha justicia en todo, y aun dicen que los mismos señores la ejecutan. Heredan
los sobrinos, y no los hijos; solamente heredan los incas a sus padres, como
mayorazgos. El que toma la borla ayuna primero. Todos se entierran: los pobres
y oficiales llanamente, aunque les ponen sobre las sepulturas una alabarda o
morrión si es soldado, un martillo si platero, y si cazador, un arco y flechas.
Para los incas y señores hacen grandes hoyos o bóveda, que cubren de mantas,
donde cuelgan muchas joyas, armas y plumajes; ponen dentro vasos de plata y oro
con agua y vino y cosas de comer. Meten también algunas de sus amadas mujeres,
pajes y otros criados que los sirvan y acompañen; mas éstos no van en carne,
sino en madera. Cúbrenlo todo de tierra, y echan de continuo por encima de
aquéllos sus vinos. Cuando españoles abrían estas sepulturas y esparcían los
huesos, les rogaban los indios que no lo hiciesen, por que juntos estuviesen al
resucitar, ca bien creen la resurrección de los cuerpos y la inmortalidad de
las almas. [185]
La conquista de Quito
Ruminagui, que con cinco mil hombres huyó de Caxamalca cuando Atabaliba fue
preso, caminó derecho al Quito, y alzóse con él, barruntando la muerte de su
rey. Hizo muchas cosas como tirano. Mató a Illescas por que no le impidiese su
tiranía, yendo por los hijos de Atabaliba, su hermano de padre y madre, y a
rogarle mantuviese lealtad y paz y justicia en aquel reino. Desollóle, y hizo
del cuerpo un atambor, que no hacen más los diablos. Desenterraron el cuerpo de
Atabaliba dos mil indios de guerra, y lleváronlo al Quito, como él mandara.
Ruminagui los recibió en Liribamba muy bien, y con la pompa y ceremonias que a
los huesos de tan gran príncipe acostumbran. Hízoles un banquete y borrachera,
y matólos, diciendo que por haber dejado matar a su buen rey Atabaliba. Tras
esto juntó mucha gente de guerra, y corrió la provincia. de Tumebamba. Pizarro
escribió a Sebastián de Benalcázar, que por su teniente estaba en San Miguel,
fuese al Quito a castigar a Ruminagui y remediar a los cañares, que se quejaban
y pedían ayuda. Benalcázar se partió luego con doscientos peones españoles y
ochenta de caballo, y los indios de servicio y carga que le pareció. Acudían al
Perú con la fama del oro tantos españoles, que presto se despoblaran Panamá,
Nicaragua, Cuauhtemallán, Cartagena y otros pueblos e islas, y a esta jornada
fueron de buena gana, porque decían ser el Quito tan rico como Cuzco, aunque
habían de caminar ciento y veinte leguas antes de llegar allá, y pelear con
hombres mañosos y esforzados. Ruminagui, que de esto aviso tuvo, esperó los
españoles a la raya de su tierra con doce mil hombres bien armados a su manera;
hizo muchas cavas y albarradas en un mal paso, que guardar propuso: llegaron
los españoles allí, acometieron el fuerte los de pie, rodearon los de caballo y
pasaron a las espaldas, y en breve espacio de tiempo rompieron el escuadrón y
mataron muchos indios. Ellos hirieron muchos españoles y mataron algunos, y
tres o cuatro caballos, con cuyas cabezas hicieron alegrías, ca preciaban más
degollar un animal de aquéllos, que tanto los perseguía, que diez hombres, y
siempre las ponían después donde las viesen cristianos, con muchas flores y
ramos, en señal de victoria. Rehizo su ejército Ruminagui, y probando ventura,
dióles batalla en un llano, en la cual le mataron infinitos, ca los caballos
pudieron bien correr y revolverse allí. Empero no perdió por eso ánimo, aunque
no osó pelear más en batalla ni de cerca. Hincó una noche muchas estacas agudas
por arriba en un llano, y dio muestra de batalla para que arremetiesen los
caballos y se mancasen. Benalcázar lo supo de las espías que traía, y desvióse
de la estacada. Los indios entonces se retiraron primero que llegase e hicieron
en otro valle muchos hoyos grandes para que cayesen los caballos, y enramados
para que no los viesen. Los españoles pasaron muy lejos de ellos, ca fueron
avisados, y quisieron pelear, mas no tuvieron lugar. Hicieron luego los indios [186] en el camino mismo
infinitos hoyuelos del tamaño de la pata de caballo, y pusiéronse cerca para
que los acometiesen y mancasen los caballos allí. Mas como ni en aquel ni en
los otros sus primeros ardides no pudieron engañar los españoles, se fueron al
Quito, diciendo que los barbudos eran tan sabios como valientes. Dijo Ruminagui
a sus mujeres: "Alegráos, que ya vienen los cristianos, con quien os
podréis holgar". Riéronse algunas, como mujeres, no pensado quizá mal
ninguno. Él entonces degolló las risueñas, quemó la recámara de Atabaliba con
mucha y rica ropa y desamparó la ciudad. Entró en Quito Benalcázar con su
ejército, sin estorbo; empero no halló la riqueza publicada, que mucho desplugó
a todos los españoles. Desenterraron muertos, y ganaron para la costa.
Ruminagui, o enojado de esto, o arrepentido por no haber quemado a Quito, o por
matar los cristianos, trasnochó con su gente y puso fuego a la ciudad por
muchos cabos, y sin esperar al día ni a los españoles, se volvió antes que
amaneciese.
Lo que aconteció a Pedro de Alvarado en el Perú
Publicada
la riqueza del Perú, negoció Pedro de Alvarado con el emperador una licencia
para descubrir y poblar en aquella provincia donde no estuviesen españoles: y
habida, envió a Garci Holguín con dos navíos a entenderlo que allá pasaba; y
como volvió loando la tierra y espantado de las riquezas que con la prisión de
Atabaliba todos tenían, y diciendo que también eran muy ricos Cuzco y el Quito,
reino cerca de Puerto Viejo, determinóse de ir allá él mismo. Armó en su
gobernación, el año de 1535, más de cuatrocientos españoles y cinco naos, en
que metió muchos caballos. Tocó en Nicaragua una noche, y tomó por fuerza dos
buenos navíos que se aderezaban para llevar gentes, armas y caballos a Pizarro.
Los que habían de ir en aquellos navíos holgaron de pasar con él antes que
esperar otros; y así tuvo quinientos españoles y muchos caballos. Desembarcó en
Puerto Viejo con todos ellos y caminó hacia Quito, preguntando siempre por el
camino. Entró en unos llanos de muy espesos montes, donde presto perecieran sus
hombres de sed, la cual remediaron acaso, ca toparon unas muy grandes cañas
llenas de agua. Mataron el hambre con carne de caballos, que para eso
degollaban, aunque valían a mil y más ducados. Llovióles muchos días ceniza,
que lanzaba el volcán del Quito a más de ochenta leguas, el cual echa tanta
llama y trae tanto ruido cuando hierve, que se ve más de cien leguas, y según
dicen, espanta más que truenos y relámpagos. Abrieron a manos buena parte del
camino: tales boscajes había. Pasaron también unas muy nevadas sierras, y
maravilláronse del mucho nevar que hacía tan debajo la Equinoccial. Heláronse
allí [187]
sesenta personas; y cuando fuera de aquellas nieves se vieron, daban gracias a
Dios, que de ellas los librara, y daban al diablo la tierra y el oro, tras que
iban hambrientos y muriendo. Hallaron muchas esmeraldas y muchos hombres
sacrificados, ca son los de allí muy crueles, idólatras, viven como sodomitas,
hablan como moros y parecen judíos.
Como Almagro fue a buscar a Pedro de Alvarado
Quizquiz,
capitán de Atabaliba, viendo enajenarse el imperio de los incas, procuró
restaurarlo cuanto en su mano fue, ca tenía gran autoridad entre los orejones.
Dio la borla a Paulo, hijo de Guaynacapa. Recogió mucha gente que andaba
descarriada con la pérdida del Cuzco y púsola en la provincia que llaman
Condesuyo, para dañar los cristianos. Pizarro envió allá a Hernando de Soto con
cincuenta caballos; mas cuando llegó era partido Quizquiz a Jauja con
pensamiento de matar y robar los españoles que allí estaban con el tesorero
Alonso Riquelme. Acometiólos, mas defendiéronse. Fue Pizarro avisado de esto, y
despachó corriendo a Diego de Almagro con muchos de caballo, ca le mucho
escocía haber dejado en Jauja gran dinero con chico recado, y también para que
fuese, después de socorrido Jauja, a saber de Pedro de Alvarado, que tenía
nueva cómo venía al Perú con mucha gente; y, o no consentirle desembarcar, o
comprarle la armada. Fue, pues, Almagro, juntóse con Soto y corrieron entrambos
de Jauja a Quizquiz: y con tanto se partió para Túmbez a mirar si venía o
andaba por aquella costa Pedro de Alvarado con su flota. Supo allí cómo
Alvarado desembarcara en Puerto Viejo. Volvió a San Miguel por más hombres y
caballos, y caminó a Quito. En llegando allá se le sometió Benalcázar. Comenzó
a capitanear, conquistó algunos pueblos y palenques de aquel reino que no se
habían podido ganar; pasó el río de Liribamba con mucho peligro, por ir muy
crecido y por haber quemado los indios el puente, los cuales estaban a la otra
ribera con armas. Peleó con ellos, venció y prendió al capitán, que les dijo
cómo a dos jornadas de allí estaban quinientos cristianos combatiendo un peñol
del señor Zopozopagui. Almagro envió luego siete de caballo a ver si aquello
era verdad, para proveer lo que conviniese siendo Alvarado o alguno otro que
quisiese usurpar aquella tierra. Alvarado cogió los siete corredores, informóse
de ello muy por entero de todo lo que Francisco Pizarro había hecho y hacía y
del mucho oro y gente que tenía y cuántos eran los españoles que con Almagro
estaban. Soltólos, y acercóse al real de Almagro, con propósito de pelear con
él y echarlo de allí. Almagro que lo supo, temió; y por no arriscar su vida y
su honra si a las manos viniesen, ca tenía doblada gente [188] menos, acordó irse al
Cuzco y dejar allí a Benalcázar, como primero estaba. Filipillo de Pohechos,
que descontento y enojado estaba, se pasó al real de Alvarado con un indio
cacique y le dijo la determinación de Almagro; y si le quería prender, que
fuese luego aquella misma noche y hallaría poca resistencia, y él sería la
guía. Ofrecióle asimismo de acabar con los señores y capitanes de toda aquella
tierra que fuesen sus amigos y tributarios, que ya lo había recabado con los
que tenía presos Almagro. Holgó Alvarado con tales nuevas; caminó con su gente,
y fue a Liribamba con las banderas tendidas y orden de pelear. Almagro, que sin
gran vergüenza suya no podía partirse, esforzó sus españoles, hizo dos
escuadras de ellos y aguardó los contrarios entre unas paredes, por más fuerte.
Ya estaban a vista unos de otros para romper, cuando comenzaron muchos de ambas
partes a decir: "Paz, paz". Estuvieron todos quedos, y pusieron
treguas por aquel día y noche para que se viesen y hablasen entrambos
capitanes. Tomó la mano del negocio el licenciado Caldera, de Sevilla, y
concertólos así: que diese Alvarado toda su flota, como la traía, a Pizarro y
Almagro por cien mil pesos de buen oro, y que se apartase de aquel
descubrimiento y conquista, jurando de nunca volver allá en vida de ellos; el
cual concierto no se publicó entonces por no alterar los de Alvarado, que
bravos y deseosos eran; antes dijeron que habían hecho compañía en todo, con
que Alvarado prosiguiese el descubrimiento por mar y ellos las conquistas de
tierra; y con esto no hubo escándalo ninguno. Aceptó Alvarado este partido, por
no ver tan rica tierra como le decían; y Almagro ganó mucho en darle tantos
dineros.
La muerte de Quizquiz
No
tuvo Almagro de qué pagar los cien mil pesos de oro a Pedro de Alvarado por su
armada en cuanto se halló en aquella conquista, aunque hubieran en Caramba un
templo chapado de plata, o no quiso sin Pizarro, o por llevarlo primero donde
no pudiese deshacer la venta, así que se fueron ambos a San Miguel de
Tangarara. Alvarado dejó muchos de su compañía a poblar en Quito con
Benalcázar, y llevó consigo los más y mejores. Benalcázar pasó mucho trabajo en
su conquista, así por ser la gente muy guerrera, que también pelean con honda
las mujeres como sus maridos. Almagro y Alvarado supieron en Tumebamba cómo
Quizquiz iba huyendo de Soto y de Juan y de Gonzalo Pizarro, que lo perseguían
a caballo, y que llevaba una gran presa de hombres y ovejas, y más de quince
mil soldados. Almagro no lo creyó, ni quiso llevar los cañares que se le
ofrecían dar en las manos a Quizquiz con todo su ejército y cabalgada. Cuando
llegaron a Chaparra [189] toparon a deshora con Sotaurco, que iba con dos mil
hombres descubriendo el camino a Quizquiz, y prendiéronle peleando. Sotaurco
dijo cómo Quizquiz venía detrás una gran jornada con el cuerpo de ejército, y a
los lados y espaldas cada dos mil hombres recogiendo vituallas, que así
acostumbraba caminar en tiempo de guerra. Aguijaron presto los de caballo, por
llegar a Quizquiz antes que la nueva. Era el camino tan pedregoso y cuesta
abajo, que se desherraron casi todos los caballos. Herráronse a media noche con
lumbre, y aun con miedo no los tomasen los enemigos embarazados. Otro día en la
tarde llegaron a vista del real de Quizquiz; el cual, como los vio, se fue con
el oro y mujeres por una parte, y echó por otra que muy agra era toda la gente
de guerra con Guaypalcón, hermano de Atabaliba. Guaypalcón se hizo fuerte en
unas altas peñas, y echaba galgas, que dañaron mucho a los nuestros. Mas fuese
luego aquella noche, porque se vio sin comida y atajado. Corrieron tras él los
de caballo y no lo pudieron desbaratar, aunque le mataron algunos. Quizquiz y
Guaypalcón se juntaron y se fueron a Quito, pensando que pocos o ningunos
españoles quedaron allá, pues venían allí tantos. Hubieron un reencuentro con
Sebastián de Benalcázar, y fueron perdidosos. Dijeron los capitanes a Quizquiz
que pidiese paz a los españoles, pues eran invencibles, y que le guardarían
amistad, pues eran hombres de bien, y no tentase más la fortuna, que tanto los perseguía.
Él los amenazó porque mostraban cobardía, y mandó que le siguiesen para
rehacerse. Replicaron ellos que diese batalla, pues les sería más honra y
descanso morir peleando con los enemigos que de hambre por los despoblados.
Quizquiz los deshonró por esto, jurando castigar los amotinadores. Guaypalcón
entonces le tiró un bote de lanza por los pechos; acudieron luego con hachas y
porras otros muchos, y matáronlo; y así acabó Quizquiz con sus guerras, que tan
famoso capitán fue entre orejones.
Alvarado da su armada y recibe cien mil pesos de oro
A
pocas leguas de camino, ya que Quizquiz iba huyendo, toparon nuestros españoles
su retaguardia, que como los vio se puso a defender que no pasasen un río. Eran
muchos, y unos guardaron el paso y otros pasaron el río por muy arriba a
pelear, pensando matar y tomar en medio los cristianos. Tomaron una serrezuela
muy áspera por ampararse de los caballos. Y allí pelearon con ánimo y ventaja.
Mataron algunos caballos, que con la maleza de la tierra no podían revolverse,
e hirieron muchos españoles, y entre ellos a Alonso de Alvarado, de Burgos, en
un muslo, que se le pasaron, y presto [190] mataran a Diego de Almagro. Quemaron la ropa que no
pudieron llevar. Dejaron quince mil ovejas y cuatro mil personas que por fuerza
llevaban, y subiéronse a lo alto. Eran las ovejas del Sol, ca tenían los
templos, cada uno en su tierra, grandes rebaños de ellas. Y nadie las podía
matar, so pena de sacrilegio, salva el rey en tiempo de guerra y caza.
Inventaron esto los reyes del Cuzco para tener siempre bastimento de carne en
las continuas guerras que hacían. Llegados que fueron los nuestros a San
Miguel, despachó Alvarado a Garci Holguín a Puerto Viejo a entregar los navíos
de su flota a Diego de Mora, capitán de Almagro, el cual entonces hizo grandes
dádivas y socorros en dineros, armas y caballos a los suyos y a los de
Alvarado. Fundó luego a Trujillo, como Pizarro escribió. Dejó por teniente a
Miguel de Astete, y vínose a Pachacama, donde Francisco Pizarro recibió muy
bien a Pedro de Alvarado y le pagó de contado los cien mil pesos de oro que
Almagro prometió por la flota. No faltaron ruines que dijesen a Pizarro
prendiese a Alvarado por haber entrado con mano armada en su jurisdicción y lo
envíase a España, y que no le pagase; y ya que pagar le quisiese, no le diese sino
cincuenta mil pesos, pues más no valían los navíos, dos de los cuales eran
suyos. Pizarro no lo quiso hacer, antes le dio otras muchas cosas y lo dejó ir
libremente, como supo estar las naos en San Miguel y en poder de Diego de Mora.
Fuese Alvarado a Cuauhtemallán casi solo, y quedaron en el Perú los suyos, que
como eran nobles y valientes, y aun bravosos, llegaron a ser después muy
principales en aquella tierra.