Arbil nº 68
Texto clásico: Historia General de las Indias
por Francisco López de Gómara
Una crónica de primera mano de las gestas de la
empresa americana. Un clásico imprescindible para conocer y comprender la gesta
del Descubrimiento, Conquista, Colonización y Evangelización del Nuevo Mundo
Indice
*A los
leyentes
*A los
trasladores
*A don
Carlos Emperador de romanos, Rey de España, señor de las Indias y nuevo mundo,
Francisco López de Gómara, clérigo
Historia
general de las Indias
- I - El
mundo es uno, y no muchos, como algunos filósofos pensaron
- II -
Que el mundo es redondo, y no llano
- III -
Que no solamente es el mundo habitable, mas que también es habitado
- IV -
Que hay antípodas, y por que se dicen así
- V -
Dónde, quién y cuáles son antípodas
- VI -
Que hay paso de nosotros a los antípodas, contra la común opinión de filósofos
- VII -
El sitio de la tierra
- VIII -
Qué cosa son grados
- IX -
Quién fue el inventor de la aguja de marear
- X -
Opinión que Asia, África y Europa son islas
- XI -
Mojones de las Indias por hacia el norte
- XII -
El sitio de las Indias
- XIII -
El descubrimiento primero de las Indias
- XIV -
Quién era Cristóbal Colón
- XV -
Lo que trabajó Cristóbal Colón por ir a las Indias
- XVI -
El descubrimiento de las Indias, que hizo Cristóbal Colón
- XVII -
La honra y mercedes que los Reyes Católicos hicieron a Colón por haber
descubierto las Indias
- XVIII
- Por qué se llamaron Indias
- XIX -
La donación que hizo el papa a los Reyes Católicos de las Indias
- XX -
Vuelta de Cristóbal Colón a las Indias
- XXI -
El tercero viaje que Colón hizo a las Indias
- XXII -
La hambre, dolencias, guerra y victoria que tuvieron los españoles por defender
sus personas y pueblos
- XXIII
- Prisión de Cristóbal Colón
- XXIV -
El cuarto viaje que a las Indias hizo Cristóbal Colón
- XXV -
La muerte de Cristóbal Colón
- XXVI -
El sitio de la isla Española y otras particularidades
- XXVII
- La religión de la isla Española
- XXVIII
- Costumbres
- XXIX -
Que las bubas vinieron de las Indias
- XXX -
De los cocuyos y niguas, animalejos pequeños, uno bueno y otro malo
- XXXI -
Del pez que llaman en la Española manatí
- XXXII
- De los gobernadores de la Española
- XXXIII
- Que los de la Española tenían pronóstico de la destrucción de su religión y
libertad
- XXXIV
- Milagros de la conversión
- XXXV -
Las cosas de nuestra España que hay ahora en la Española
- XXXVI
- Que todas las indias han descubierto españoles
- XXXVII
- La tierra del Labrador
-
XXXVIII - Por qué razón comienza por aquí el descubrimiento
- XXXIX
- Los Bacallaos
- XL -
Río de San Antón
- XLI -
Las islas Lucayos
- XLII -
Río Jordán en tierra de Chicora
- XLIII
- Los ritos de chicoranos
- XLIV -
El Boriquén
- XLV -
El descubrimiento de la Florida
- XLVI -
Río de Palmas
- XLVII
- Pánuco
- XLVIII
- La isla Jamaica
- XLIX -
La Nueva España
- L - De
Fernando Cortés
- LI -
De la isla de Cuba
- LII -
Yucatán
- LIII -
Conquista de Yucatán
- LIV -
Costumbres de Yucatán
- LV -
Cabo de Honduras
- LVI -
Veragua y Nombre de Dios
- LVII -
El Darién
- LVIII
- Fundación de la Antigua del Darién
- LIX -
Bandos entre los españoles del Darién
- LX -
De Panquiaco, que dio nuevas de la mar del Sur
- LXI -
Guerras del golfo de Urabá, que hizo Vasco Nuñez de Balboa
- LXII -
Descubrimiento de la mar del Sur
- LXIII
- Descubrimiento de perlas en el golfo de San Miguel
- LXIV -
Lo que balboa hizo a la vuelta de la mar del sur
- LXV -
Balboa hecho adelantado de la mar del Sur
- LXVI -
Muerte de Balboa
- LXVII
- Frutas y otras cosas que hay en el Darién
- LXVIII
- Costumbres de los del Darién
- LXIX -
Cenu
- LXX -
Cartagena
- LXXI -
Santa Marta
- LXXII
- Descubrimiento de las esmeraldas
- LXXIII
- Venezuela
- LXXIV
- El descubrimiento de las perlas
- LXXV -
Otro gran rescate de perlas
- LXXVI
- Cumaná y Maracapana
- LXXVII
- La muerte de muchos españoles
-
LXXVIII - Conquista de Cumaná y población de Cubagua
- LXXIX
- Costumbres de Cumaná
- LXXX -
La caza y pesca de cumaneses
- LXXXI
- De como hacen la yerba ponzoñosa con que tiran
- LXXXII
- Bailes e ídolos que usan
-
LXXXIII - Sacerdotes, médicos y nigrománticos
- LXXXIV
- Paria
- LXXXV
- El descubrimiento que hizo Vicente Yañez Pinzón
- LXXXVI
- Río de Orellana
-
LXXXVII - Río Marañón
-
LXXXVIII - El cabo de san Agustín
- LXXXIX
- El río de la Plata
- XC -
Puerto de Patos
- XCI -
Negociación de Magallanes sobre la Especiería
- XCII -
El estrecho de Magallanes
- XCIII
- Muerte de Magallanes
- XCIV -
Isla de Zebut
- XCV -
De Siripada, rey de Borney
- XCVI -
La entrada de los nuestros en los Malucos
- XCVII
- De los clavos y canela y otras especias
- XCVIII
- La famosa nao Vitoria
- XCIX -
Diferencias sobre las especias entre castellanos y portugueses
- C -
Repartición de las Indias y mundo nuevo entre castellanos y portugueses
- CI -
La causa y autoridad por donde partieron las Indias
- CII -
Segunda navegación a las Malucas
- CIII -
De otros españoles que han buscado la Especiería
- CIV -
Del paso que podrían hacer para ir más breves a las Malucas
- CV -
Empeño de la Especiería
- CVI -
De como hubieron portugueses la contratación de las especias
- CVII -
Los reyes y naciones que han tenido el trato de las especias
- CVIII
- Descubrimiento del Perú
- CIX -
Continuación del descubrimiento del Perú
- CX -
Francisco Pizarro, hecho gobernador del Perú
- CXI -
La guerra que Francisco Pizarro hizo en la isla Puna
- CXII -
Guerra de Túmbez y población de San Miguel de Tangarara
- CXIII
- Prisión de Atabaliba
- CXIV -
El grandísimo rescate que prometió Atabaliba por que le soltasen
- CXV -
Muerte de Guaxcar, por mandado de Atabaliba
- CXVI -
Las guerras y diferencias entre Guaxcar y Atabaliba
- CXVII
- Repartimiento de oro y plata de Atabaliba
- CXVIII
- Muerte de Atabaliba
- CXIX -
Linaje de Atabaliba
- CXX -
Corte y riqueza de Guaynapaca
- CXXI -
Religión y dioses de los incas y otras gentes
- CXXII -
La opinión que tienen acerca del diluvio y primeros hombres
- CXXIII
- La toma del Cuzco, ciudad riquísima
- CXXIV
- Calidades y costumbres del Cuzco
- CXXV -
La conquista de Quito
- CXXVI
- Lo que aconteció a Pedro de Alvarado en el Perú
- CXXVII
- Como Almagro fue a buscar a Pedro de Alvarado
-
CXXVIII - La muerte de Quizquiz
- CXXIX
- Alvarado da su armada y recibe cien mil pesos de oro
- CXXX -
Nuevas capitulaciones entre Pizarro y Almagro
- CXXXI
- La entrada que Diego de Almagro hizo al Chili
- CXXXII
- Vuelta de Fernando Pizarro al Perú
-
CXXXIII - La rebelión de Mango, inca, contra españoles
- CXXXIV
- Almagro tomo por fuerza el Cuzco a los Pizarros
- CXXXV
- Los muchos españoles que indios mataron por socorrer el Cuzco
- CXXXVI
- El socorro que vino de muchas partes a Francisco Pizarro
-
CXXXVII - Dos batallas con indios, que Alonso de Alvarado dio y venció
-
CXXXVIII - Almagro prende al capitán Alvarado, y rehusa los partidos de Pizarro
- CXXXIX
- Vistas de Almagro y Pizarro en mala sobre concierto
- CXL -
La prisión de Almagro
- CXLI -
Muerte de Almagro
- CXLII
- Las conquistas que se hicieron tras la muerte de Almagro
- CXLIII
- La entrada que Gonzalo Pizarro hizo a la tierra de la Canela
- CXLIV
- La muerte de Francisco Pizarro
- CXLV -
Lo que hizo don Diego de Almagro después de muerto Pizarro
- CXLVI
- Lo que hicieron en el Cuzco contra don Diego
- CXLVII
- Como Vaca de Castro fue al Perú
-
CXLVIII - Apercibimiento de guerra que hizo don Diego en el Cuzco
- CXLIX
- La batalla de Chupas entre Vaca de Castro y don Diego
- CL -
La justicia que hizo Vaca de Castro en don Diego de Almagro y en otros muchos
- CLI -
Visita del Consejo de Indias
- CLII -
Nuevas leyes y ordenanzas para las Indias
- CLIII
- La grande alteración que hubo en el Perú por las ordenanzas
- CLIV -
De cómo fueron al Perú Blasco Nuñez vela y cuatro oidores
- CLV -
Lo que paso Blasco Núñez con los de Trujillo
- CLVI -
La jura de Blasco Núñez y prisión de Vaca de Castro
- CLVII
- Lo que Gonzalo Pizarro hizo en el Cuzco contra las ordenanzas
- CLVIII
- La asonada de guerra que hizo Blasco Nuñez Vela
- CLIX -
La muerte del factor Guillen Juárez de Caravajal
- CLX -
La prisión del virrey Blasco Núñez Vela
- CLXI -
La manera como los oidores repartieron los negocios
- CLXII
- De como los oidores embarcaron al virrey para España
- CLXIII
- Lo que Cepeda hizo tras la prisión del virrey
- CLXIV
- De como Gonzalo Pizarro se hizo gobernador del Perú
- CLXV -
Lo que Gonzalo Pizarro hizo en siendo gobernador
- CLXVI
- De como Blasco Núñez se libró de la prisión, y lo que tras ella hizo
- CLXVII
- Lo que Hernando Bachicao hizo por la mar
-
CLXVIII - De como Gonzalo Pizarro corrió a Blasco Nuñez Vela
- CLXIX
- Lo que hizo Pedro de Hinojosa con la armada
- CLXX -
Robos y crueldades de Francisco de Caravajal, con los del bando del rey
- CLXXI
- La batalla en que murió Blasco Núñez Vela
- CLXXII
- Lo que Blasco Núñez dijo y escribió a los oidores
-
CLXXIII - Que Gonzalo Pizarro se quiso llamar rey
- CLXXIV
- De cómo Pizarro degolló a Vela Núñez
- CLXXV
- Ida del licenciado Pedro Gasca al Perú
- CLXXVI
- Lo que Gasca escribió a Gonzalo Pizarro
-
CLXXVII - El consejo que Pizarro tuvo sobre las cartas de Gasca
-
CLXXVIII - Hinojosa entrega la flota de Pizarro a Gasca
- CLXXIX
- Los muchos que se alzaron contra Pizarro, sabiendo que Gasca tenía la flota
- CLXXX
- Como Pizarro desamparaba el Perú
- CLXXXI
- Victoria de Pizarro contra Centeno
-
CLXXXII - En lo que Pizarro entendió tras esta victoria
-
CLXXXIII - Lo que hizo Gasca en llegando al Perú
-
CLXXXIV - Como Gasca paso el río Apurima sin contraste
- CLXXXV
- La batalla de Xaquixaguana, donde fue preso Gonzalo Pizarro
-
CLXXXVI - La muerte de Gonzalo Pizarro por justicia
-
CLXXXVII - El repartimiento de indios que Gasca hizo entre los españoles
-
CLXXXVIII - La tasa que de los tributos hizo Gasca
-
CLXXXIX - Los gastos que Gasca hizo y el tesoro que juntó
- CXC -
Consideraciones
- CXCI -
Otras consideraciones
- CXCII
- El robo que los Contreras hicieron a Gasca volviendo a España
- CXCIII
- La calidad y temple del Perú
- CXCIV
- Cosas notables que hay y que no hay en el Perú
- CXCV -
Remate de las cosas del Perú
- CXCVI
- Panamá
- CXCVII
- Tararequi, isla de perlas
-
CXCVIII - De las perlas
- CXCIX
- Nicaragua
- CC -
Las preguntas de Nicaragua
- CCI -
Lo que más hizo Gil González en aquellas tierras
- CCII -
Conquista y población de Nicaragua
- CCIII
- El volcán de Nicaragua, que llaman Masaya
- CCIV -
Calidad de la tierra de Nicaragua
- CCV -
Costumbre de Nicaragua
- CCVI -
Religión de Nicaragua
- CCVII
- Cuauhtemallán
- CCVIII
- Declaración de este nombre de Cuauhtemallán
- CCIX -
La desastrada muerte de Pedro de Alvarado
- CCX -
La espantosa tormenta que hubo en Cuauhtemallán, donde murió doña Beatriz de la
Cueva
- CCXI -
Jalisco
- CCXII
- Sibola
- CCXIII
- Quivira
- CCXIV
- De las vacas corcovadas que hay en Quivira
- CCXV -
Del pan de los indios
- CCXVI
- Del color de los indios
- CCXVII
- De la libertad de los indios
-
CCXVIII - Del Consejo de Indias
- CCXIX
- Un dicho de Séneca acerca del Nuevo Mundo, que parece adivinanza
- CCXX -
De la isla que Platón llamo Atlantide
- CCXXI
- El camino para las Indias
- CCXXII
- Conquista de las islas Canarias
-
CCXXIII - Costumbres de los canarios
- CCXXIV
- Loor de españoles
A los leyentes
Toda historia, aunque no sea
bien escrita, deleita. Por ende, no hay que recomendar la nuestra, sino avisar
cómo es tan apacible cuanto nueva por la variedad de cosas, y tan notable como
deleitosa por sus muchas extrañezas. El romance que lleva es llano y cual ahora
usan; la orden, concertada e igual; los capítulos, cortos para ahorrar
palabras; las sentencias, claras, aunque breves. He trabajado por decir las
cosas como pasan. Si algún error o falta hubiere, suplidlo vos por cortesía, y
si aspereza o blandura, disimulad, considerando las reglas de la historia; que
os certifico no ser por malicia. Contar cuándo, dónde y quién hizo una cosa,
bien se acierta; empero, decir cómo es dificultoso; y así, siempre suele haber
en esto diferencia. Por tanto, se debe contentar quien lee historias de saber
lo que desea en suma y verdadero; teniendo por cierto que particularizar las
cosas es engañoso y aun muy odioso; lo general ofende poco si es público,
aunque toque a cualquiera; la brevedad a todos place; solamente descontenta a
los curiosos, que son pocos, y a los ociosos, que son pesados. Por lo cual he
tenido en esta mi obra dos estilos, ca soy breve en la historia y prolijo en la
conquista de Méjico. Cuanto a las entradas y conquistas que muchos han hecho a
grandes gastos, y yo no trato de ellas, digo que dejo algunas por ser de poca
importancia y porque las más de ellas son de una misma manera, y algunas por no
las saber, que sabiéndolas no las dejaría. En lo demás, ningún historiador
humano contenta jamás a todos; porque si uno merece alguna loa, no se contenta
con ninguna y la paga con ingratitud; y el que hizo lo que no querría oír,
luego lo reprehende todo; con que se condena de veras. [5]
A los trasladores
Algunos por ventura querrán
trasladar esta historia en otra lengua, para que los de su nación entiendan las
maravillas y grandezas de las Indias y conozcan que las obras igualan, y aun
sobrepujan, a la fama que de ellas anda por todo el mundo. Yo ruego mucho a los
tales, por el amor que tienen a las historias, que guarden mucho la sentencia,
mirando bien la propiedad de nuestro romance, que muchas veces ataja grandes
razones con pocas palabras. Y que no quiten ni añadan ni muden letra a los
nombres propios de indios, ni a los sobrenombres de españoles, si quieren hacer
oficio de fieles traducidores; que de otra manera, es certísimo que se
corromperán los apellidos de los linajes. También los aviso cómo compongo estas
historias en latín para que no tomen trabajo en ello. [7]
A don Carlos
Emperador
de romanos, Rey de España, señor de las Indias y nuevo mundo, Francisco López
de Gómara, clérigo
Muy soberano Señor: La mayor
cosa después de la creación del mundo, sacando la encarnación y muerte del que
lo crió, es el descubrimiento de Indias; y así las llaman Nuevo Mundo. Y no
tanto te dicen nuevo por ser nuevamente hallado, cuanto por ser grandísimo y
casi tan grande como el viejo, que contiene a Europa, África y Asia. También se
puede llamar nuevo por ser todas sus cosas diferentísimas de las del nuestro.
Los animales en general, aunque son pocos en especie, son de otra manera; los
peces del agua, las aves del aire, los árboles, frutas, hierbas y grano de la
tierra, que no es pequeña consideración del Criador, siendo los elementos una
misma cosa allá y acá. Empero los hombres son como nosotros, fuera del color,
que de otra manera bestias y monstruos serían y no vendrían, como vienen de
Adán. Mas no tienen letras, ni moneda, ni bestias de carga; cosas
principalísimas para la policía y vivienda del hombre; que ir desnudos, siendo
la tierra caliente y falta de lana y lino, no es novedad. Y como no conocen al
verdadero Dios y Señor, están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios
de hombres vivos, comida de carne humana, habla con el diablo, sodomía,
muchedumbre de mujeres y otros así. Aunque todos los indios que son vuestros
subjectos son ya cristianos por la misericordia y bondad de Dios, y por la
vuestra merced y de vuestros padres y abuelos, que habéis procurado su
conversión y cristiandad. El trabajo y peligro vuestros españoles lo toman
alegremente, así en predicar y convertir como en descubrir y conquistar. Nunca
nación extendió tanto como la española sus costumbres, su lenguaje y armas, ni
caminó tan lejos por mar y tierra, las armas a cuestas. [8]
Pues mucho más hubieran descubierto, subjectado y convertido si vuestra
majestad no hubiera estado tan ocupado en otras guerras; aunque para la
conquista de las Indias no es menester vuestra persona, sino vuestra palabra.
Quiso Dios descubrir las Indias en vuestro tiempo y a vuestros vasallos, para
que los convirtiésedes a su santa ley, como dicen muchos hombres sabios y
cristianos. Comenzaron las conquistas de los indios acabadas la de moros, por
que siempre guerreasen españoles contra infieles; otorgó la conquista y
conversión el papa; tomaste por letra Plus ultra, dando a entender el
señorío de Nuevo Mundo. Justo es, pues, que vuestra majestad favorezca la
conquista y los conquistadores, mirando mucho por los conquistados. Y también
es razón que todos ayuden y ennoblezcan las Indias, unos con santa predicación,
otros con buenos consejos, otros con provechosas granjerías, otros con loables
costumbres y policía. Por lo cual he yo escrito la historia: obra, ya lo
conozco, para mejor ingenio y lengua que la mía; pero quise ver para cuánto
era. Publícola tan presto porque, no tratando del Rey, no hay qué aguardar.
Intitúlola a vuestra majestad, no por que no sabe las cosas de Indias mejor que
yo, sino por que las vea juntas, con algunas particularidades tan apacibles
como nuevas y verdaderas. Y aun por que vaya más segura y autorizada so el
amparo de vuestro imperial nombre; que la gracia y la perpetuidad la misma
historia se la dará o quitará. Hágola de presente en castellano por que gocen
de ella luego todos nuestros españoles. Quedo haciéndola en latín de más
espacio, y acabaréla presto. Dios mediante, si vuestra majestad lo manda y
favorece. Y allí diré muchas cosas que aquí se callan, pues el lenguaje lo
sufre y lo requiere; que así hago en las guerras de mar de nuestro tiempo, que
compongo; donde vuestra majestad, a quien Dios nuestro Señor dé mucha vida y
victoria contra los enemigos, tiene gran parte. [9]
Historia general de las Indias
Es el mundo tan grande y
hermoso, y tiene tanta diversidad de cosas tan diferentes unas de otras, que
pone admiración a quien bien lo piensa y contempla. Pocos hombres hay, si ya no
viven como brutos animales, que no se pongan alguna vez a considerar sus
maravillas, porque natural es a cada uno el deseo de saber. Empero unos tienen
este deseo mayor que otros, a causa de haber juntado industria y arte a la
inclinación natural; y estos tales alcanzan muy mejor los secretos y causas de
las cosas que naturaleza obra; aunque, a la verdad, por agudos y curiosos que
son, no pueden llegar con su ingenio ni propio entendimiento a las obras
maravillosas que la Sabiduría divina misteriosamente hizo y siempre hace; en lo
cual se cumple lo del Eclesiástico, que dice: "Puso Dios al mundo en
disputa de los hombres, con que ninguno de ellos pueda hallar las obras que él
mismo obró y obra". Y aunque esto sea así verdad, según que también lo
afirma Salomón, diciendo: "Con dificultad juzgamos las cosas de la tierra
y con trabajo hallamos lo que vemos y tenemos delante", no por eso es el
hombre incapaz o indigno de entender al mundo y sus secretos; ca Dios crió al
mundo por causa del hombre, y se lo entregó en su poder, e puso debajo los
pies, y, como Esdrás dice, los que moran en la tierra pueden entender lo que
hay en ella; así que, pues Dios puso el mundo en nuestra disputa y nos hizo
capaces y merecedores de lo poder entender, y nos dio inclinación voluntaria y
natural de saber, no perdamos nuestros privilegios y mercedes. [10]
- I -
El mundo
es uno, y no muchos, como algunos filósofos pensaron
Opinión y tema fue de muchos y
grandes filósofos, hombres en su tiempo tenidos por muy sabios, que había
muchos mundos. Leucipo, Demócrito, Epicuro, Anaximandro y los otros, porfiados
en que todas las cosas se engendran y crían del tamo y átomos, que son unos
pedacitos de nada como los que vemos al rayo del sol, dijeron que había muchos
mundos; y que así como de solas veinte y tantas letras se componen infinitos
libros, así, ni más ni menos, de aquellos pocos y chicos átomos y menudencias
se hacen muchos y diversos mundos. Esto afirmaban, creyendo que todo era
infinito. Y así a Metrodoro le parecía cosa fea y desproporcionada no haber en
este infinito más de un solo mundo, como sería si en una muy gran viña no
hubiese sino una cepa, o en una gran pieza una sola espiga. Orfeo tuvo que cada
estrella era un mundo, a lo que Galeno escribe de historia filosófica. Y lo
mismo dijeron Heráclides y otros pitagóricos, según refiere Teodorito, De
materia y mundo. Seleuco, filósofo, según escribe Plutarco, no se contentó
con decir que había infinitos mundos, sino que también dijo ser el mundo
infinible, como quien dijese que no puede tener cabo donde fenezca su fin. Creo
que de aquí le tomó ansia al gran Alejandro de conquistar el universo; pues
claramente, a lo que Plutarco cuenta, lloró oyendo un día disputar esta
cuestión a Anaxarco. El cual, preguntada la causa de lágrimas tan fuera de
tiempo, respondió que lloraba con justa y gran razón, pues habiendo tantos
mundos como Anaxarco decía, no era él aún señor de ninguno. Y así, después,
cuando emprendió la conquista de este nuestro mundo, imaginaba otros muchos y
pretendía señorearlos todos. Mas atajóle la muerte los pasos antes que pudiese
sujetar medio. También dice Plinio: "Creer que hay infinitos mundos
procedió de querer medir el mundo a pies"; lo cual tiene por atrevimiento,
aunque dice llevar tan sutil y buena cuenta que sería vergüenza no creerlo. De
la opinión de estos filósofos salió el refrán que cuando uno se halla nuevo en
alguna cosa dice que le parece estar en otro mundo. Poco estimáramos el dicho
de estos gentiles, pues como dice San Agustín, se revolcaron por infinitos
mundos con su vano pensamiento; ni el de los herejes dichos ocios, ni el de los
talmudistas, que afirman decinueve mil mundos, pues escriben contra los
Evangelios, si no hubiese teólogos que hagan mención de más mundos. Baruch
habló de siete mundos, como dice Orígenes; y Clemente, discípulo de los
apóstoles, dijo en una su epístola, según Orígenes lo acota en el Periarcón:
"No es navegable el mar Océano; y aquellos mundos que detrás de él están
se gobiernan por providencia del mismo Dios." También San Jerónimo alega
esta misma autoridad sobre la epístola de San Pablo a los efesios, donde [11]
dice: "Todo el mundo está puesto en malignidad." En muchas partes del
Testamento Nuevo está hecha mención de otro mundo; y Cristo, que es la misma
verdad, dijo que su reino no era de este mundo, y llamó al diablo príncipe de
este mundo. Diciendo éste, parece que hay otros, a lo menos otro; y por eso
erraron los herejes ocios, que, no entendiendo bien la Escritura Sagrada,
inferían ser innumerables los mundos; y quien creyese que hay muchos mundos
como el nuestro, erraría malamente como ellos. Mundo es todo lo que Dios crió:
cielo, tierra, agua y las cosas visibles, y que, como dice San Agustín contra
los académicos, nos mantienen; lo cual afirman todos los filósofos cristianos,
y aun los gentiles, si no es Aristóteles con sus discípulos, que hace al cielo
diferente del mundo, en el tratado que de ellos compuso. Este, pues, es el
mundo que Dios hizo, según lo certifican San Juan Evangelista y más largamente
Moisen: que si hubiera más mundos como él, no los callaran. El reino de Cristo,
que no era de este mundo, porque respondamos a ellos, es espiritual y no
material; y así decimos el otro mundo, como la otra vida y como el otro siglo;
lo cual declara muy bien Esdrás, diciendo: "Hizo el Altísimo este siglo
para muchos; y el otro, que es la gloria, para pocos"; y San Bernardo
llama inferior a este mundo en respecto del cielo. Cuanto a los mundos que pone
Clemente detrás del Océano, digo que se han de entender y tomar por orbes y
partes de la tierra; que así llama Plinio y otros escritores a Escandinavia,
tierra de Godos, y a la isla Taprobana, que agora dicen Zamora. Y Epicuro,
según Plutarco refiere, tenía por mundos a semejantes orbes y bolas de tierra,
apartados de la Tierra-Firme como islas. Y por ventura estos tales pedazos de
tierra son el orbe y redondez que la Escritura llama de tierras, y la que llama
de tierra ser todo el mundo terrenal. Yo, aunque creo que no hay más de un solo
mundo, nombraré muchas veces dos aquí en esta mi obra, por variar de vocablos
en una misma cosa, y por entenderme mejor llamando nuevo mundo a las Indias, de
las cuales escribimos.
- II -
Que el
mundo es redondo, y no llano
Muchas razones hay para probar
ser el mundo redondo y no llano. Empero la más clara y más a ojos vistas es la
vuelta redonda que con increíble presteza le da el Sol cada día. Siendo, pues,
redondo todo el cuerpo del mundo, de necesidad han de ser redondas todas sus
partes, especial los elementos, que son tierra, agua, aire, fuego. La Tierra,
que es el centro del mundo, según lo muestran los equinoccios, está fija,
fuerte, y tan recia [12] y bien fundada sobre sí misma, que nunca faltará ni
flaqueará; y sin esto, tira y atrae para sí los extremos. La mar, aunque es más
alta que la tierra, y muy mayor, guarda su redondez en medio y sobre la tierra,
sin derramarse ni sin cubrirla, por no quebrantar el mandamiento y término que
le fue dado; antes ciñe de tal manera, ataja y hiende la tierra por muchas
partes, sin mezclarse con ella, que parece milagro. Muchos pensaron ser como
huevo o pifia o pera, y Demócrito, redondo como plato; empero, cóncavo. Mas
Anaximandro y Anaxímenes y Lactancio, y los que niegan los antípodes, afirman
ser llano este cuerpo redondo, que hacen agua y tierra. Llaman llano en
comparación de redondo, aunque veían muchas sierras y valles en él. Cualquiera
hombre de razón, aunque no tenga letras, caerá luego en cuanto los tales
tropezaban en llanura de su mundo; y así, no es menester más declaración.
- III -
Que no
solamente es el mundo habitable, mas que también es habitado
No se harta la curiosidad humana
así como quiera, o que lo hagan los hombres por saber más, o por no estar
ociosos, o porque (como dice Salomón) quieren meterse en honduras y trabajos,
pudiendo vivir descansados. Bastaríales saber que Dios hizo el mundo redondo y
apartó la tierra de las aguas para vivienda de los hombres, sino que también
quieren saber si se habita o no toda ella. Thales, Pitágoras, Aristóteles, y
tras él casi todas las escuelas griegas y latinas, afirman que la tierra en
ninguna manera se puede toda morar, en una parte de muy caliente, y en otras de
muy fría. Otros, que reparten la tierra en dos partes, a quien llaman
hemisferios, dicen que no hay hombres en la una ni los puede haber, sino que de
pura necesidad han de vivir en la otra, que es donde nosotros estamos, y aun de
ella quitan tres tercios, de cinco que le ponen; de suerte que, según ellos,
solas dos partes, de cinco que tiene la tierra, son habitables. Para que mejor
entiendan esto los romancistas, que los doctos ya se lo saben, quiero alargar
un poco la plática. Queriendo probar cómo la mayor parte de la tierra es
inhabitable, fingen cinco fajas, que llaman zonas, en el cielo, por las cuales
reglan el orbe de la tierra. Las dos son frías, las dos templadas y la otra
caliente. Si queréis saber cómo son estas cinco zonas, poned vuestra mano
izquierda entre la cara y el sol cuando se pone, con la palma hacia vos, que
así lo enseñó Probo, gramático; tened los dedos abiertos y extendidos, y
mirando al sol por entre ellos haced cuenta que cada uno [13] es una zona: el
dedo pulgar es la zona fría de hacia el norte, que por su demasiada frialdad es
inhabitable; el otro dedo es la zona templada y habitable, do está el trópico
de Cáncer; el dedo de medio es la tórrida zona, que por tostar y quemar los
hombres la llaman así, y es inhabitable; el dedo del corazón es la otra zona
templada, donde está el trópico de Capricornio; el dedo menor es la otra zona
fría e inhabitable, que cae al sur. Sabiendo, pues, esta regla, es entendido lo
habitable o inhabitable de la tierra, que dicen éstos. Y aun Plinio,
disminuyendo lo habitado, escribe que de cinco partes, que llaman zonas, quita
las tres el cielo a la tierra, que son lo señalado por los dedos pulgar y menor
y el de medio, y que también le hurta algo el Océano; y aun en otro lugar dice
que no hay hombres sino en el Zodíaco. La causa que ponen para no poder vivir hombres
en la región de los polos, y el excesivo calor que hay debajo de la tórrida
zona por la vecindad y continua presencia del Sol. Lo mismo afirman Durando,
Scoto y casi todos los teólogos modernos; y Juan Pico de la Mirándola,
caballero doctísimo, sustentó en las conclusiones que tuvo en Roma delante el
papa Alejandro VI cómo era imposible vivir hombre ninguno debajo la tórrida
zona. Pruébase lo contrario con dichos de los mismos escritores y con
autoridades de sabios antiguos y modernos, con sentencia de la divina Escritura
y con la experiencia. Strabón, Mela y Plinio, que afirman lo de las zonas,
dicen cómo hay hombres en Etiopía, en la Aurea Chersoneso y en Taprobana, que
son Guinea, Malaca y Zamotra, las cuales caen debajo de su tórrida; y que Escandinavia,
los montes hiperbóreos y otras tierras que caen al Norte, en lo que señala el
dedo pulgar, están pobladas de gente. Estos hiperbóreos están debajo el Norte,
según dicen Herodoto en su Melpóneme, y Solino, en el Polihistor;
mas Ptolomeo no los pone tan vecinos al polo, sino en algo más de setenta
grados de la Equinoccial, y Matías de Micoy los niega; por lo cual se
maravillan de Plinio (autor gravísimo) que mostrase contradicción en lo de las
zonas, y descuido o poco saber en geografía y matemática. El primero que afirmó
ser habitable la tierra de esa parte de las zonas templadas fue Parménides,
según cuenta Plutarco. Solino, refiriendo escritores viejos, pone los
hiperbóreos donde un día dura medio año y una noche otro medio, por estar de
ochenta grados arriba, viviendo muy sanos, y tanto tiempo, que, hartos de mucho
vivir, se matan ellos mismos. También dice cómo los arinfeos, que moran en
aquellas partes, andan sin cabello ni caperuza. Abravio, historiador godo, dice
cómo los adogitas, que tienen día de cuarenta días nuestros y noche de cuarenta
noches, por estar de setenta grados arriba, viven sin morirse de frío. Galeoto
de Narni afirma, en el libro de Cosas incógnitas al vulgo, cómo hay
muchas gentes en la tierra que cae cerca y bajo del norte. Sajo, gramático, y
Olao, godo, arzobispo de Upsala (a quien yo conversé mucho tiempo en Bolonia y
en Venecia), ponen por tierra muy poblada la Escandinavia, que agora llaman
Suecia, la cual es septentrionalísima. Alberto Magno, que tiene por mala
vivienda la tierra de cincuenta y seis grados arriba, cree por imposible [14]
la habitación debajo el norte, pues donde la noche dura un mes es insoportable.
Y así dice Antonio Bonfin, en la Historia de húngaros y bohemios, que
a los lobos se les saltan los ojos de puro frío en las islas del mar Helado.
Que la tierra de la tórrida zona esté poblada y se pueda morar, muchos lo
dijeron, y aun Aberuiz lo afirma por Aristóteles, en el cuarto libro de Cielo
y mundo. Avicena, en su Doctrina segunda, y Alberto Magno, en el
capítulo seis de La natura de lugares, quieren probar por razones
naturales cómo la tórrida zona es habitable y aun más templada para vivienda
del hombre que las zonas de los trópicos. Heráclides y muchos pitagóricos
(según Teodorito cuenta) pensaron que cada estrella fuese un mundo, con hombres
que moraban en ella. Xenofanes (como refiere Lactancio) dijo que moraban
hombres en el seno y concavidad de la Luna. Anaxágoras y Demócrito dijeron que
tenía montes, valles y campos; y los pitagóricos, que tenía árboles y animales
quince veces mayores que la Tierra, y que era de color de tierra, porque estaba
poblada y llena de gente como esta nuestra Tierra; de donde nacieron las
consejas que tras el fuego cuentan de ella las viejas. También hubo algunos
estoicos (según dice el mismo Lactancio acotando con Séneca) que dudaron si
había o no había gente y pueblos en el Sol; porque penséis a cuánto se
desmandan los pensamientos y lengua del hombre cuando libremente puede hablar
lo que se le antoja. No crió el Señor (dice Isaías a los cuarenta y cinco
capítulos) la tierra en balde ni en vacío, sino para que se more y pueble. Y
Zacarías dice al principio de su profecía, que anduvieron la tierra, y toda
ella estaba poblada y llena de gente. Ni es de creer que la mar esté llena de
peces en todos los cabos así fríos y calientes como templados; y que la tierra
esté vacía y baldía: sin tener hombres en las zonas que fingen destempladas, ni
tampoco impiden los fríos, por más enemigos que son a la vida humana, que no
vivan mucho y se anden la cabeza al aire los hiperbóreos y arinfeos, La
costumbre y natural vivienda se conservan en lugares pestíferos, cuanto más en
fríos. Mejor vivienda es en la tórrida zona, por ser el calor más amigable al
cuerpo humano; y así, no hay tierra despoblada por mucho calor ni por mucho
frío, sino por falta de agua y pan. El hombre también, allende lo sobredicho,
que fue hecho de tierra, podrá y sé que sabrá vivir en cualquiera parte de
ella, por fría o calurosa que sea, especialmente mandando Dios a Adán y Eva que
criasen, multiplicasen e hinchiesen la tierra. La experiencia, que nos
certifica por entero de cuanto hay, es tanta y tan continua en navegar la mar y
andar la tierra, que sabemos cómo es habitable toda la tierra y cómo está
habitada y llena de gente. Gloria sea de Dios y honra de españoles, que han
descubierto las Indias, tierra de los antípodas; los cuales, descubriendo y
conquistándolas, corten el gran mar Océano, atraviesan la tórrida zona, y pasan
del círculo Artico, espantajos de los antiguos. [15]
- IV -
Que hay
antípodas, y por que se dicen así
Llaman antípodas a los hombres
que pisan en la bola y redondez de la tierra al contrario de nosotros, o al
contrario unos de otros. Los cuales, al parecer, aunque no de cierto, tienen
las cabezas bajas y los pies altos, Sobre lo cual hay, como dice Plinio, gran
batalla de letrados. Unos los niegan, otros los aprueban, y otros, afirmando
que los hay, juran que no se pueden ver ni hallar; y así andan ellos vacilando,
y hacen titubear a otros. Strabón, y otros antes y después, niegan a pies
juntillas los antípodas, diciendo ser imposible que haya hombres en el
hemisferio inferior; donde los ponen. Dejando aparte autores gentiles, digo que
también hay cristianos que niegan haber antípodas. Los que tenían a la tierra
por llana los negaron, y Lactancio Firmiano los contradice gentilmente,
pensando que no había hombres que afirmasen los pies en tierra al contrario que
nosotros; que si tal fuese, andarían contra natura, los pies altos y la cabeza
baja; cosa, a su juicio, fingida y para reír. Y por eso burlaba mucho de los
que creían ser el mundo redondo y haber antípodas. San Agustín niega también
los antípodas en el libro décimo sexto de la Ciudad de Dios, a los
nueve capítulos. Nególos, según yo pienso, por no hallar hecha memoria de
antípodas en toda la Sagrada Escritura; y también por quitarse de ruido, a lo
que dicen. Casi confesara que los había, no pudiera probar que descendían de
Adán y Eva, como todos los demás hombres de este nuestro medio mundo y hemisferio,
a quien hacía ciudadanos y vecinos de aquella su ciudad de Dios, pues la
antigua y común opinión de filósofos y teólogos de aquel tiempo era que, aunque
los había, no se podían comunicar con nosotros, a causa de estar en el otro
hemisferio y media bola de la tierra, donde era imposible ir y venir, por estar
entre medio muy grande y no navegable mar, y la tórrida zona, que atajaban el
paso. Y nuestro San Isidro dijo en sus Etimologías, no haber razón
para crear que hubiese antípodas; ca ni lo sufre la tierra ni se prueba por
historias; sino que poetas, por tener qué hablar, lo fingían. Lactancio e
Isidro no tuvieron causa para negarlos. San Agustín tuvo las que dije, aunque
no haber memoria ni nombre de antípodas en la Biblia no es argumento que obligue
para creer que no los hay. Pues en ella está cómo es redonda la tierra, y cómo
la rodea el cielo y el sol; y siendo así, todos los hombres del mundo tienen
las cabezas derechas al cielo, y los pies al centro de la tierra, en cualquiera
parte de ella que vivan; y son o se han en ella como los rayos de la rueda de
una carreta. Que si el cubo donde hincados están estuviese quedo cuando anda la
carreta, ninguno de ellos estaría más derecho a la rueda que el otro, ni más
alto, ni al revés. Casi todos los filósofos antiguos tuvieron por cierto que
había antípodas, según lo cuenta Plutarco en los libros del parecer de los
filósofos, y Macrobio, [16] Sobre el sueño de Scipión, y es tan común
este nombre antípodas, que debe haber pocos que no lo hayan oído o leído; y
pienso que siempre lo hubo del diluvio acá. Quien primero hizo mención de
antípodas entre teólogos cristianos, a lo que yo sé, fue Clemente, discípulo de
San Pedro, según Orígenes y San Jerónimo dicen: así que es cierto que los hay.
- V -
Dónde,
quién y cuáles son antípodas
El elemento de la tierra un solo
cuerpo es, aunque haya muchas islas en agua; y redondo en proporción, aunque
nos parezca llano, según atrás que da dicho; y así lo tuvo Thales Milesio, uno
de los siete sabios de Grecia, y otros muchos filósofos, como lo escribe
Plutarco. Mas Oecetes, otro gran filósofo pitagórico, puso dos tierras, esta
nuestra y la de los antípodas. Teopompo, historiador, dijo, según Tertuliano
contra Hermógenes, que Sileno afirmaba al rey Midas cómo había otro orbe y bola
de tierra, sin esta nuestra; y Macrobio, por acortar de autores, trata largo de
estos dos hemisferios y tierras. Empero, es de saber que, si bien todos ponen
dos pedazos de tierra, que no está cada uno de ellos por sí, como diferentes
tierras, pues no hay más que un solo elemento de ella, sino que están atajados
con la mar, conforme a lo que Solino dice hablando de los hiperbóreos; y quien
mirare a la imagen del mundo en un globo o mapa, verá claramente cómo la mar
parte la tierra en dos partes casi iguales, que son los dos hemisferios y orbes
arriba dichos. Asia, África y Europa son la una parte, y las Indias la otra, en
la cual están los que llaman antípodas; y es certísimo que los del Perú, que
viven en Lima, en el Cuzco y Arequipa, son antípodas de los que viven a la boca
del río Indo, Calicut y Ceilán, isla y tierras de Asia. Los Malucos, islas de
la especiería, son asimismo antípodas de la Etiopía, que ahora llaman Guinea; y
Plinio dijo muy bien que la Taprobana era de antípodas ca ciertamente los de
aquella isla son antípodas de los etíopes, que están a la ribera del Nilo,
entre su nacimiento y Meroe. También, aunque no enteramente, son los mexicanos
antípodas de los de Arabia Felice, y aun de los que viven en el cabo de Buena
Esperanza. Sin los antípodas hay otros que llaman parecos y antecos, ca en
estos tres apellidos se incluyen todos los vecinos del mundo. Antípodas son
porque pisan la tierra al contrario por el derecho unos de otros, como los de
Guinea y del Perú. Antecos de los españoles y alemanes son los del Río de la
Plata y los patagones, que moran en el estrecho de Magallanes. No tenemos
vivienda en tierra contraria como antípodas, sino en diversa. Parecos de
nosotros los españoles son los de la [17] Nueva España, que viven en Sibola y
por aquellas partes, y los de Chile. No moramos en contraria tierra como
antípodas, ni en diversas como antecos, sino en una misma zona. Empero, aunque
propiamente los antecos ni los parecos no son antípodas, se puede llamar y se
llaman, y así se confunden unos con otros; y por tanto señalé por antípodas de
los del Cabo de Buena Esperanza, que también son antecos nuestros a los de la
Nueva-España.
- VI -
Que hay
paso de nosotros a los antípodas, contra la común opinión de filósofos
Niegan todos los antiguos
filósofos de la gentilidad el paso de nuestro hemisferio al de los antípodas,
por razón de estar en medio la tórrida zona y el océano, que impiden el camino,
según que más largamente lo trata y porfía Macrobio, Sobre el sueño de
Scipión, que compuso Tulio. De los filósofos cristianos, Clemente dice que
no se puede pasar el Océano de hombre ninguno; y Alberto, que es muy moderno,
lo confirma. Bien creo que nunca jamás se supiera el camino por ellos, pues no
tenían los indios a quien llamarnos antípodas, navíos bastantes para tan larga
y recia navegación como hacen españoles por el mar Océano. Empero está ya tan
andado y sabido, que cada día van allá nuestros españoles a ojos (como dicen)
cerrados; y así, está la experiencia en contrario de la filosofía. Quiero dejar
las muchas naos que ordinariamente van de España a las Indias, y decir de una
sola, dicha la Victoria, que dio vuelta redonda a toda la redondez de la
tierra, y tocando en tierras de unos y otros antípodas, declaró la ignorancia
de la sabia antigüedad y se tornó a España dentro de tres años que partió,
según que muy largamente diremos cuando tratemos del estrecho de Magallanes.
- VII -
El sitio
de la tierra
Parecerá vanidad querer situar
la grandeza de la tierra, y es fácil cosa, pues su sitio está en medio del
mundo. Sus aledaños es la mar que la rodea. No lo sé decir más breve ni más
verdadero. Mela dice que son oriente y poniente, [18] septentrión y mediodía, y
aun David apunta lo mismo en el salmo ciento y seis. Notabilísimas señales y
mojones son estas cuatro para el cielo, donde están, aunque también señalan la
tierra maravillosamente; y así, regimos la cuenta y caminos de ella por ellas.
Eratóstenes no puso sino los polos norte y sur aledaños, partiendo la tierra
con el camino del sol; y Marco Varrón loa mucho esta repartición, por muy
conforme a razón. Ca están aquellos polos fijos y quedos como ejes, donde se
mueve y sostiene el cielo; allende que las cuatro señales susodichas, y a todos
manifiestas, sirven para saber hacia cuál parte del cielo estamos, aprovecha
también para entender a cuánto. El estrecho de Gibraltar, poniendo a España por
ejemplo, está hacia el norte y a cincuenta y cuatro grados; o, mejor hablando,
del punto de la tierra que está o puede estar debajo del mismo norte, que son
novecientas y ochenta leguas, según común cuenta de cosmógrafos y matemáticos,
y a treinta y seis grados de la Equinoccial, que es nuestra cuenta. Y por ser
entendido de quien no sabe qué cosa es grados, quiero decir qué son.
- VIII -
Qué cosa
son grados
Antiguamente contaban y medían
la tierra y el mundo por estadios y pasos y pies, según en Plinio, Strabón y
otros escritores se lee. Empero, después que Ptolomeo inventó los grados, a
ciento y cincuenta años que Cristo murió, se dejó aquella cuenta. Repartió
Ptolomeo todo el cuerpo y bulto que hacen la tierra y la mar en trescientos y
sesenta grados de largura y en otros tantos de anchura, que, como es redondo,
es tan ancho cuanto largo; y dio a cada grado setenta millas, que hacen diez y
siete leguas y media castellanas; de manera que boja el orbe de la tierra
camino derecho, por cualquiera de las cuatro partes que lo midan, seis mil y
doscientas leguas. Es tan cierta esta cuenta y medida, que todos lo usan y
alaban. Y tanto es más de loar quien la inventó, cuanto tuvieron por
dificultoso Job y el Eclesiástico que nadie hallase la medida y anchura de la
tierra. Llaman grados de longura a los que se cuentan de sol a sol, que es por
la Equinoccial, que va de Oriente a Poniente por medio del orbe y bola de la
tierra; los cuales no se puede bien tomar, por no haber en el cielo señal
estante y fija por aquella parte a que tener ojo; ca el sol, aunque es
clarísima señal, muda cada día, como dicen, hitos, y nunca jamás va por el
camino que otra vez anduvo, según el parecer de muchos astrólogos; ni hay
número de los que se han desvelado y gastado en buscar ingenios y manera de
tomar los grados de longitud sin errar, como se toman los de la anchura y
altura, empero aun [19] ninguno la ha hallado. Grados de altura o anchura dicen
a los que se toman y cuentan del norte, los cuales salen cierta y puntualmente,
por razón de estar quedo el mismo norte, que es el blanco a quien encaran. Por
estos grados, pues, señalaré yo la tierra, que son verdaderos y que se reparten
en cuatro partes iguales. Del norte a la Equinoccial hay noventa; de la
Equinoccial al sur hay otros noventa; del sur a la Equinoccial hay otros
noventa grados, y de ella al norte, otros tantos. Empero, ninguna relación ni
claridad tenemos de las tierras que hay en tan grandísimas distancias de mundo
y tierra, como debe haber debajo del sur, que es el otro eje del cielo de cuya
vista carecemos; ca sí hay hiperbóreos, habrá también hipernocios, como dijo
Herodoto, que serán vecinos del sur, y quizá son los que viven en la tierra del
estrecho de Magallanes, que sigue la vía del otro polo, la cual aún no se sabe.
Y así, digo que hasta que alguno rodee la tierra por bajo de ambos polos, como
la rodeó Juan Sebastián del Cano por debajo la Equinoccial, no quedará enteramente
sabida ni andada su redondez y grandeza.
- IX -
Quién
fue el inventor de la aguja de marear
Antes de comenzar la descripción
y cosmografía, quiero decir algo de la navegación, porque sin ella no se
pudiera saber; que por tierra no se camina tanto, digo tan lejos, como por
agua, ni tan presto; y sin naos nunca las Indias se hallaran, y las naos se
perderían en el Océano si aguja no llevasen; de suerte que la aguja es
principalísima parte del navío para bien navegar. El primero, según escriben
Blondo y Mafeo Girardof, que halló la aguja de marear y la usó fue Flavio de
Malfa, ciudad en el reino de Nápoles, donde aun hoy día se glorían de ello, y
tienen mucha razón, pues un vecino suyo inventó cosa de tanto provecho y
primor, cuyo secreto no alcanzaron los antiguos, aunque tenían hierro y piedra
imán, que son sus materiales. Quien más a Flavio debe somos españoles, que
navegamos mucho; el cual debió ser ciento y cincuenta años ha, o cuando mucho
doscientos. Ninguno sabe la causa por la cual el hierro tocado con piedra imán
mira siempre al norte. Todos lo atribuyen a propiedad oculta unos del norte, y
otros de la mezcla que hacen el hierro y la piedra. Si fuese propiedad del
norte, ni la aguja, según pilotos cuentan, haría mudanza nordesteando o noroestando
fuera de la isla Tercera, que es una de los Azores, y doscientas leguas de
España hacia poniente este a oeste; ni perdería su oficio, como Olao dice, en
pasando de la isla de Magnete, que está debajo o por muy cerca del norte. Mas,
como quiera que ello sea, siempre la aguja mira al norte, [20] aunque naveguen
cerca del sur. La piedra imán tiene pies y cabeza, y aun dicen que brazos. El
hierro que ceban con la cabeza nunca para hasta quedar mirando derechamente al
norte; que así hacen los relojes de aguja y sol. La cebadura de los pies sirve
para el sur, y así lo demás es para los otros cabos del cielo.
- X -
Opinión
que Asia, África y Europa son islas
Repartían los antiguos este
nuestro orbe en Asia y Europa por el Tanais, según Isócrates refiere en su Panegírico.
Después dividieron de Asia a África por vertientes del Nilo, y fuera mejor por
el mar Bermejo, que casi atraviesa la tierra desde el mar Océano hasta el
Mediterráneo. Mas el que llaman Beroso dice que Noé puso nombre a África, Asia
y Europa, y las dio a sus tres hijos, Cam, Sem y Jafet, y que navegó por el mar
Mediterráneo diez años. En fin, decimos agora que las sobredichas tres
provincias ocupan esta media tierra del mundo. Todos en general dicen que Asia
es mayor que ninguna de las otras, y aun que entrambas. Empero Herodoto burla
en su Melpómene de los que hacen igual de Europa a Asia, diciendo que
iguala Europa en largura a Asia y África, y las pasa en anchura; que no va
fuera de tino. Mas dejando esto aparte, que no es para ahora, digo que Homero,
escritor antiquísimo, dijo que era isla el orbe que se divide en Asia, África y
Europa, como relata Pomponio Mela en su tercero libro. Strabón dice, en el
primero de su Geografía, que la tierra que se habita es isla cercada
toda del Océano. Higinio y Solino confirman esta sentencia; aunque yerra Solino
en poner los nombres de la mar, creyendo que el mar Caspio era parte del
Océano, y es Mediterráneo, sin participación del gran mar. Cuenta Strabón cómo
en tiempo del rey Tolomeo, Evergete navegó tres o cuatro veces de Cáliz a la
India, que se nombra del río, un Eudoxo. Y que las guardas del mar arábigo, que
es el Bermejo, trajeron al mismo rey Tolomeo un indio presentado que había
aportado allí. Comprueba también esta navegación de Cáliz a la India el rey
Juda, según dice Solino, y siempre fue tan celebrada como notable, aunque no
tanto como al presente; y como se hace por tierra caliente, no es muy
trabajosa. Navegar de la India a Cáliz por la otra parte del norte, que hay
grandísimos fríos, es el trabajo y peligro. Y así, no hay memoria entre
antiguos que haya venido por allí más de una nave, que, según Mela y Plinio
escriben, refiriendo a Népos Cornelio, vino a parar en Alemania, y el rey de
los suevos, que algunos llaman sajones, presentó ciertos indios de ella a
Quinto Mete o Celer, que a la sazón gobernaba en Francia por el pueblo romano.
Si ya no fuesen de [21] Tierra del Labrador y los tuviesen por indianos,
engañados en el color; ca también dicen cómo en tiempo del emperador Federico
Barbarroja aportaron a Lubec ciertos indios en una canoa. El papa Eneas Silvio
dice que tan cierto hay mar sarmático y scítico, como germánico y índico. Ahora
hay mucha noticia y experiencia cómo se navega de Noruega hasta pasar por
debajo del mismo norte, y continuar la costa hacia el sur, la vuelta de la
China. Olao Godo me contaba muchas cosas de aquella tierra y navegación.
- XI -
Mojones
de las Indias por hacia el norte
La tierra que Indias llamamos es
también isla como esta nuestra. Comenzaré su sitio por el norte, que es muy
cierta señal. Y contaré por grados, que es lo mejor y usado. No mido ni costeo
la Europa, África y Asia, por que lo han hecho muchos. Los mojones o aledaños
que más cerca y más señalados tienen por esta parte septentrional son Islandia
y Gruntlandia. Islandia es una isla de casi cien leguas, puesta en setenta y
tres grados de altura, y aun, según quieren algunos, en más, diciendo durar
allí un día casi dos meses de los nuestros. Islandia suena isla o tierra
helada; y no solamente se hiela el mar alrededor de ella, empero cargan dentro
de la isla tantas heladas y tan recias, que brama el suelo y parece que gimen
hombres; y así piensan los isleños estar allí el purgatorio o que atormentan
algunas almas. Hay tres montes extraños, que lanzan fuego por el pie, estando
siempre nevada la cumbre; y cerca de uno de ellos, que se dice Hecla, sale un
fuego que no quema la estopa y arde sobre agua, consumiéndola. Hay también dos
fuentes notables, una que mana cierto licor como cera, y otra de agua hirviendo,
que convierte en piedra lo que dentro echan, quedándose en su propia figura.
Son blancos los osos, raposos, liebres, alcones, cuervos y aves y animales así.
Crece tanto la yerba, que la rozan para que pazca bien el ganado, y aun lo
sacan del pasto por que no reviente de gordo. La lana es grosera, y la manteca
buena y mucha. La cual, y el pescado, son principal mantenimiento de la gente.
Andan por allí muchas ballenas, y tan endiabladas, que ponen las naos en
rebato. Tienen hecha una iglesia de costillas y huesos de ellas y de otros
grandes peces. Los islandeses son muy altos y tragones. Algunos piensan que
Islandia es la Thile, isla final de lo que romanos supieron, hacia el norte;
mas no es, que Islandia ha poco tiempo que se descubrió, y es mayor y más setentrional.
Thile propiamente es una isleta que cae entre las Orcades y Fare, algo salida
al occidente, y en setenta y siete grados, bien que Tolomeo no la sitúa [22]
tan alto. Está Islandia cuarenta leguas de Fare, setenta de Thile y más de
ciento de las Orcades. A la parte setentrional de Islandia está Gruntlandia,
isla muy grande, la cual está cuarenta leguas de Laponia, y pocas más de
Finmarchia, tierra de Escandinavia, en Europa. Son valientes los grutlandeses,
y lindos hombres; navegan con navíos cerrados por arriba, de cuero, por temor
del frío y de peces. Está Gruntlandia, según dicen algunos, cincuenta leguas de
las Indias, por la tierra que llaman del Labrador. No se sabe aún si aquella
tierra se continúa con Gruntlandia, o si hay en medio estrecho. Si toda es una
tierra, vienen a estar juntos los dos orbes del mundo por cerca del norte o por
bajo, pues no hay más de cuarenta o cincuenta leguas de Finmarchia a
Gruntlandia; y aunque haya estrecho son harto vecinos, pues de Tierra del
Labrador no hay, según común dicho de navegantes, sino cuatrocientas leguas al
Fayal, isla de los Azores, y quinientas a Irlanda y seiscientas a España.
- XII -
El sitio
de las Indias
Lo más setentrional de las
Indias está en par de Gruntlandia y de Islandia. Corre doscientas leguas de
costa, aún no está bien andada, hasta río Nevado. De río Nevado, que cae a
sesenta grados, hay otras doscientas leguas hasta la bahía de Malvas; y toda
esta costa casi está en los mismos sesenta grados, y es lo que llaman Tierra
del Labrador, y tiene al sur la isla de los Demonios. De Malvas a cabo de
Marzo, que está en cincuenta y seis grados, hay sesenta leguas. De allí a cabo
Delgado hay cincuenta leguas. Desde cabo Delgado, que cae en cincuenta y cuatro
grados, sigue la costa doscientas leguas por derecho de poniente, hasta un gran
río dicho San Lorenzo, que algunos lo tienen por brazo de mar, y lo han
navegado más de doscientas leguas arriba; por lo cual muchos lo llamaron el
estrecho de los Tres Hermanos. Aquí se hace un golfo como cuadrado, y boja de
San Lorenzo hasta la punta de Bucallaos harto más de doscientas leguas. Entre
aquesta punta y cabo Delgado están muchas islas bien pobladas, que llaman
Cortes Reales, y que cierran y encubren el golfo Cuadrado, lugar en esta costa
muy notable para señal y descanso. Desde la punta de Bacallaos ponen
ochocientas y setenta leguas a la Florida, contando así: de la punta de
Bacallaos, que cae a cuarenta y ocho grados y medio, hay setenta leguas de
costa a la bahía del río. De aquesta bahía, que está algo más de cuarenta y
cinco grados, hay otras setenta leguas a otra bahía que llaman de los Isleos, y
que está en menos de cuarenta y cuatro grados. De la bahía de Isleos a río
Fondo hay setenta leguas, y de él a otro río, que dicen de las Gamas, hay [23]
otras setenta leguas, y están ambos ríos en cuarenta y tres grados. Del río de
Gamas hay cincuenta leguas al cabo de Santa María, del cual hay cerca de
cuarenta leguas al cabo Bajo, y de allí al río de San Antón cuentan otras más
de cien leguas. Del río de San Antón hay ochenta leguas por la costa de una
ensenada hasta el cabo de Arenas, que está en casi treinta y nueve grados. De
Arenas al puerto del Príncipe hay más de cien leguas, y de él al río Jordán,
setenta, y de allí al cabo de Santa Elena, que cae en treinta y dos grados, hay
cuarenta. De Santa Elena a río Seco hay otras cuarenta. De río Seco, que está
en treinta y un grados, hay veinte leguas a la Cruz; y de allí al Cañaveral,
cuarenta; y de la punta del Cañaveral, que cae a veinte y ocho grados, hay
otras cuarenta hasta la punta de la Florida. Es lo Florida una lengua de tierra
metida en la mar cien leguas, y derecha al sur. Tiene de cara, y a veinte y
cinco leguas, la isla de Cuba y puerto de la Habana, y hacía levante las islas
Bahama y Lucaya, y por ser parte muy señalada, descansamos en ella. La punta de
la Florida, que cae en veinte y cinco grados, tiene veinte leguas de largo, y
de ella hay cien leguas o más hasta el ancón Bajo, que cae cincuenta leguas de
río Seco este a oeste, que son la anchura de la Florida. Del ancón Bajo ponen
cien leguas al río de Nieves, y de él a otro río de Flores, más de veinte. Del
río de Flores hay setenta leguas a la bahía del Espíritu Santo, a quien llaman
por otro nombre la Culata, que boja treinta leguas. De esta bahía, que está en
veinte y nueve grados, hay más de setenta leguas al río de Pescadores. De
Pescadores, que cae a veinte y ocho grados y medio, hay cien leguas hasta el
río de las Palmas, por cerca del cual atraviesa el trópico de Cáncer. Del río de
Palmas al río Pánuco hay más de treinta leguas. Queda en este espacio Almería.
De la Veracruz, que cae en diez y nueve grados, hay más de treinta leguas al
río de Albarado, que los indios llaman Papaloapán. Del río de Albarado al de
Coazacoalco ponen cincuenta leguas; de allí al río de Grijalva hay más de
cuarenta, y están los dos ríos en poco menos de diez y ocho grados. Del río
Grijalva al cabo Redondo hay ochenta leguas de costa, y están en ella Champotón
y Lázaro. De cabo Redondo al cabo de Cotoche o Yucatán cuentan noventa leguas,
y está en cerca de veinte y un grados. De manera que hay novecientas leguas de
costa desde la Florida a Yucatán, que es otro promontorio que sale de tierra
hacia el norte, y cuanto más se mete al agua, tanto más ensancha y retuerce.
Tiene a sesenta leguas la isla de Cuba, que le cae al oriente, la cual casi
cierra el golfo que hay entre la Florida y Yucatán, a quien unos llaman golfo
Mexicano, otros Florido, y otros Cortés. Entra la mar en este golfo por entre
Yucatán y Cuba con muy grande corriente, y sale por entre Cuba y la Florida, y
nunca es al contrario. De Cotoche o Yucatán hay ciento y diez leguas al río
Grande, y quedan en el camino la punta de las Mujeres y la bahía de la
Ascensión. De río Grande, que cae a diez y seis grados y medio, hay cien y
cincuenta leguas hasta cabo del Camarón, contadas de esta manera: treinta del
río a puerto de Higueras; de Higueras al puerto de Caballos, otras treinta, y
[24] otras treinta de Caballos al puerto del Triunfo de la Cruz, y de él al
puerto de Honduras otras treinta, y de allí al cabo del Camarón, veinte, de
donde ponen setenta al cabo de Gracias a Dios, que está en catorce grados.
Queda en medio de esta costa Cartago. De Gracias a Dios hay setenta leguas al
desaguadero que viene de la laguna de Nicaragua. De allí a Zorobaro hay
cuarenta leguas, y más de cincuenta de Zorobaro al Nombre de Dios, y está en
medio Veragua. Estas noventa leguas están en nueve grados y medio. Tenemos
quinientas menos diez leguas desde Yucatán al Nombre de Dios, que por la poca
tierra que hay allí a la mar del sur es cosa muy notable. Del Nombre de Dios
hay setenta leguas hasta los farallones del Darién, que cae a ocho grados, y
están por la costa Acla y puerto de Misas. El golfo de Urava tiene seis leguas
de boca y catorce de largo. Del golfo de Urava cuentan setenta leguas hasta
Cartagena. Está en medio el río de Zenu y Caribana, de donde se nombran los
caribes; de Cartagena ponen cincuenta leguas a Santa Marta, que cae en algo más
de once grados, y quedan en la costa puerto de Zambra y río Grande. Hay
cincuenta leguas de Santa Marta al cabo de la Vela, que está en doce grados, y
a cien leguas de Santo Domingo. Del cabo de la Vela hay cuarenta leguas hasta
Coquibacoa, que es otro cabo de su misma altura, tras el cual comienza el golfo
de Venezuela, que boja ochenta leguas hasta el cabo de San Román. De San Román
al golfo Triste hay cincuenta leguas, en que cae Curiana. Del golfo Triste al
golfo de Cariari hay cien leguas de costa, puesta en diez grados, y que tiene a
puerto de Cañafístola, Chiribichi y río de Cumaná y punta de Araya. Cuatro
leguas de Araya está Cubagua, que llaman isla de Perlas, y ponen de aquella
punta a la de Salinas sesenta leguas. De la punta de Salinas a cabo Anegado hay
más de setenta leguas de costa por el golfo de Paria, que hace la tierra con la
isla Trinidad. Del Anegado, que cae a ocho grados, hay cincuenta leguas al río
Dulce, que está en seis grados. De río Dulce al río de Orellana, que también
dicen río de las Amazonas, hay ciento y diez leguas. Así que cuenta ochocientas
leguas de costa desde Nombre de Dios al río de Orellana, el cual entra en la
mar, según dicen, por cincuenta leguas de boca que tiene debajo de la
Equinoccial, donde, por caer en tal parte y ser tan grande como dicen, hacemos
parada, y otra tal haremos de él al cabo de San Agustín. Del río de Orellana
ponen cien leguas al río Marañón, el cual tiene quince de boca y está en cuatro
grados de la Equinoccial al sur. Del Marañón a tierra de Humos, por do pasa la
raya de la repartición, hay otras cien leguas. De allí al Angla de San Lucas
hay otras ciento. De la Angla al cabo Primero hay otras ciento, y de él al cabo
de San Agustín, que cae en casi ocho grados y medio más allá de la Equinoccial,
hay setenta leguas. Y a esta cuenta son quinientas y veinte y cinco leguas las
que hay en este trecho de tierra. El cabo de San Agustín es lo más cerca del
África y de España por aquella parte de Indias, ca no hay más de quinientas
leguas de Cabo Verde allá, según cuenta común de mareantes, aunque otros la
disminuyen. Del cabo de San Agustín hacen cien leguas [25] hasta la bahía de
Todos Santos, que está en trece grados, y que va la costa siguiendo al sur.
Quedan entre medias el río de San Francisco y el río Real. De Todos Santos
ponen otras cien leguas a cabo de Abre-los-ojos, que cae algo más de diez y
ocho grados. De este cabo al que llaman Frío cuentan cien leguas; es cabo Frío
como isla, y hay cien leguas de él a la punta de Buenabrigo, por la cual pasa
el trópico de Capricornio y la raya de la participación, que son dos señalados
puntos. De Buenabrigo hay cincuenta leguas a la bahía de San Miguel; y de allí
al río de San Francisco, que cae en veinte y seis grados, hay sesenta. De San
Francisco al río Tibiquiri hay cien leguas, donde quedan puerto de Patos,
puerto del Faraiol y otros. De Tibiquiri al río de la Plata ponen más de
cincuenta y así las seiscientas y setenta leguas del cabo de San Agustín al río
de la Plata, donde paramos, el cual cae en treinta y cinco grados más allá de
la Equinoccial. Hay de él, con lo que tiene de boca, hasta la punta de Santa
Elena, sesenta y cinco leguas. De Santa Elena a las Arenas-gordas hay treinta,
y de ella a los Bajos-anegados, cuarenta, y de allí a Tierra-baja cincuenta. De
Tierra-baja a la bahía Sin-fondo hay sesenta y cinco leguas. De esta bahía, que
cae a cuarenta y un grados, ponen cuarenta leguas a los arrecifes. De Lobos,
que tiene de altura cuarenta y cuatro grados, hay cuarenta y cinco leguas al
cabo de Santo Domingo. De este cabo a otro que llaman Blanco hacen veinte
leguas. De cabo Blanco hay sesenta leguas hasta el río de Juan Serrano, que cae
en cuarenta y nueve grados, y que otros llaman río de Trabajos, del cual hacen
ochenta leguas al promontorio de las Once mil Vírgenes, que está en cincuenta y
dos grados y medio, y en el embocadero del estrecho de Magallanes, el cual dura
ciento y diez leguas por una misma altura y derecho de este a oeste, y mil
doscientas leguas de Venezuela sur a norte. De cabo Deseado, que está a la boca
del estrecho de Magallanes, en la mar que llaman del Sur y Pacífico, hay
setenta leguas a cabo Primero, que cae en cuarenta y nueve grados. De cabo
Primero al río de Salinas, que está en cuarenta y cuatro grados, ponen más de
ciento y cincuenta y cinco leguas. Del río de Salinas cuentan ciento y diez
leguas a cabo Hermoso, que cae cuarenta y cuatro grados y medio de la
Equinoccial al sur. De cabo Hermoso al río de San Francisco hay sesenta leguas
de costa. Del río de San Francisco, que está en cuarenta grados al río Santo,
que está en treinta y tres, hay ciento y veinte leguas. De río Santo hay poco a
Chirimara, que algunos llaman puerto Deseado de Chile. Hay de Chirimara, que
cae a treinta y un grado y casi de este a oeste con el río de la Plata, doscientas
leguas hasta Chincha y río Despoblado, que está en veinte y dos grados. Del río
Despoblado hay noventa leguas a Arequipa, que está en diez y ocho grados. De
Arequipa hay ciento y cuarenta leguas a Lima, que cae a doce grados. De Lima
cuentan más de cien leguas hasta el cabo de la Enguila, que cae en seis grados
y medio. Están en esta costa Trujillo y otros puertos. Del Enguila hay cuarenta
a cabo Blanco, de él a cabo de Santa Elena sesenta leguas. Están en medio
Túmbez y Tumepumpa y la [26] isla Puna. De Santa Elena, que cae a dos grados de
la Equinoccial, hay setenta leguas a Quegemis, por do atraviesa. Quedan en la
costa el cabo de San Lorencio y Pasao. Miden desde esta costa hasta el cabo de
San Agustín mil leguas de tierra, que por caer debajo y cerca de la tórrida
zona es riquísima, según lo han mostrado el Collao y el Quito, como después
diremos. De Quegemis hay cien leguas al puerto y río del Perú, del cual tomó
nombre la famosa y rica provincia del Perú. Están en este trecho de costa la
bahía de San Mateo, río de Santiago y río de San Juan. Del Perú, que cae a dos
grados de esta parte de la Equinoccial, hay más de setenta leguas al golfo de
San Miguel, que está seis grados de la Equinoccial y que boja cincuenta leguas,
y que dista veinte y cinco del golfo de Urava. De San Miguel a Panamá ponen
cincuenta y cinco leguas. Está Panamá ocho grados y medio de la Equinoccial
acá; hay diez y siete leguas del Nombre de Dios, por las cuales deja de ser
isla el Perú, que, como dije, tiene de ancho mil leguas, mil y doscientas de
largo, y boja cuatro mil y sesenta y cinco. De Panamá, que tomamos por
paradero, hacen seiscientas y cincuenta leguas a Tecoantepec, midiendo setenta
leguas de costa desde Panamá a la punta de Guera, que cae a poco más de seis
grados; quedan en aquel espacio París y Natán. De Guera a Borica, que es una
punta de tierra puesta en ocho grados, hay cien leguas costa a costa. De Borica
cuentan otras ciento hasta cabo Blanco, donde está el puerto de la Herradura,
del cual hay cien leguas al puerto de la Posesión de Nicaragua, que cae acerca
de doce grados de la Equinoccial. De la Posesión a la bahía de Fonseca hay
quince leguas; de allí a Chorotega, veinte; de Chorotega al río Grande,
treinta, y de él al río de Guatemala, cuarenta y cinco; de Guatemala a Cirula
hay cincuenta leguas, y luego está la laguna de Cortés, que tiene veinticinco
leguas en largo y ocho en ancho. Hay de ella cien leguas a Puerto Cerrado, y de
allí cuarenta a Tecoantepec, que está norte sur con el río Coazacoalco, y en
algo más de trece grados. Así que se cumplen las seiscientas y cincuenta leguas
en que hacemos parada. Todo el trecho de esta tierra es angosto de una mar a
otra, que parece que se va comiendo para juntarla; y así, tiene muestra y
aparejo para abrir paso de la una a la otra por muchos cabos, según en otra
parte se trata. De Tecoantepec a Colima ponen cien leguas, donde quedan
Acapulco y Zacatula. De Colima hacen otras ciento hasta cabo de Corrientes, que
está en veinte grados, y queda allí puerto de Navidad. De Corrientes hay
sesenta leguas al puerto de Chiametlán, por el cual pasa el trópico de Cáncer,
y están en esta costa puerto de Xalisco y puerto de Banderas. De Chiametlán hay
doscientas y cincuenta leguas hasta el estero Hondo o río de Miraflores, que
cae en treinta y tres grados. Están en estas doscientas y cincuenta leguas río
de San Miguel, el Guayaval, puerto del Remedio, cabo Bermejo, puerto de Puertos
y puerto del Paisaje. De Miraflores hay otras doscientas y veinte leguas hasta
la punta de Ballenas, que otros llaman California, yendo a puerto Escondido,
Belén, puerto de Fuegos, y la bahía de Canoas y la isla de Perlas. Punta de
Ballenas está debajo del [27] trópico y ochenta leguas del cabo de Corrientes,
por las cuales entra este mar de Cortés, que parece al Adriático y es algo
bermejo, y por ser cosa tan señalada paramos aquí. De la punta de Ballenas hay
cien leguas de costa a la bahía del Abad, y de ella otras tantas al cabo del
Engaño, que cae lejos de la Equinoccial treinta grados y medio. Algunos ponen
más leguas del Abad al Engaño, empero yo sigo lo común. Del cabo del Engaño al
cabo de Cruz hay casi cincuenta leguas. De cabo de Cruz hay ciento y diez
leguas de costa al puerto de Sardinas, que está en treinta y seis grados. Caen
en esta costa el ancón de San Miguel, bahía de los Fuegos y costa Blanca. De
las Sardinas a Sierras-Nevadas hacen ciento y cincuenta leguas yendo a puerto
de Todos Santos, cabo de Galera, cabo Nevado y bahía de los Primeros.
Sierras-Nevadas están en cuarenta grados y son la postrera tierra que por
aquella parte está señalada y graduada, aunque la costa todavía sigue al norte
para llegar a cerrar la tierra en isla con el Labrador o con Gruntlandia. Hay
en este postrer remate de tierra quinientas y diez leguas, y costean las Indias
tierra a tierra, en lo que hay descubierto y aquí va notado, nueve mil y
trescientas y más leguas, las tres mil y trescientas y setenta y cinco por la
mar del Sur, y las cinco mil y novecientas y sesenta por nuestro mar, que
llaman del Norte; y es de saber que toda la mar del Sur crece y mengua mucho, y
en algunos cabos dos leguas hasta perder de vista la surgente y descrecencia; y
la mar del Norte casi no crece, si no es de Paria al estrecho de Magallanes y
en algunas otras partes. Nadie hasta hoy ha podido alcanzar el secreto ni
causas del crecer y menguar la mar, y mucho menos de que crezca en unas partes
y en otras no crezca; y así, es superfluo tratar de ello. La cuenta que yo
llevo en las leguas y grados va según las cartas de los cosmógrafos del Rey, y
ellos no reciben ni asientan relación de ningún piloto sin juramento y
testigos. Quiero decir también cómo hay otras muchas islas y tierras en la
redondez del mundo, sin las que habemos nombrado; una de las cuales es la
tierra del estrecho de Magallanes, que responde a oriente, y que, según su
muestra, es grandísima y muy metida al polo Antártico. Piensan que por una
parte va hacia el cabo de Buena Esperanza, y por la otra hacia los Malucos. Ca
los de las naos del virrey don Antonio de Mendoza toparon una tierra de negros
que duraba quinientas leguas, y pensaban que se continuaba con aquella del
sobredicho estrecho; así que la grandeza de la tierra aún no está del todo
sabida; empero, las que dicho habemos hacen el cuerpo de la tierra que llaman
mundo. [28]
- XIII -
El
descubrimiento primero de las Indias
Navegando una carabela por
nuestro mar Océano tuvo tan forzoso viento de levante y tan continuo, que fue a
parar en tierra no sabida ni puesta en el mapa o carta de marear. Volvió de
allá en muchos más días que fue; y cuando acá llegó no traía más que al piloto
y a otros tres o cuatro marineros, que, como venían enfermos de hambre y de
trabajo, se murieron dentro de poco tiempo en el puerto. He aquí cómo se
descubrieron las Indias por desdicha de quien primero las vio, pues acabó la
vida sin gozar de ellas y sin dejar, a lo menos sin haber memoria de cómo se
llamaba, ni de dónde era, ni qué año las halló. Bien que no fue culpa suya,
sino malicia de otros o envidia de la que llaman fortuna. Y no me maravillo de
las historias antiguas que cuenten hechos grandísimos por chicos o oscuros
principios, pues no sabemos quién de poco acá halló las Indias, que tan
señalada y nueva cosa es. Quedáranos siquiera el nombre de aquel piloto, pues
todo con la muerte fenece. Unos hacen andaluz a este piloto, que trataba en
Canaria y en la Madera cuando le aconteció aquella larga y mortal navegación;
otros vizcaíno, que contrataba en Inglaterra y Francia; y otros portugués, que
iba o venía de la Mina o India, lo cual cuadra mucho con el nombre que tomaron
y tienen aquellas nuevas tierras. También hay quien diga que aportó la carabela
a Portugal, y quien diga que a la Madera o a otra de las islas de los Azores;
empero ninguno afirma nada. Solamente concuerdan todos en que falleció aquel
piloto en casa de Cristóbal Colón, en cuyo poder quedaron las escrituras de la
carabela y la relación de todo aquel largo viaje, con la marca y altura de las
tierras nuevamente vistas y halladas.
- XIV -
Quién
era Cristóbal Colón
Era Cristóbal Colón natural de
Cugureo, o como algunos quieren, de Nervi, aldea de Génova, ciudad de Italia
muy nombrada. Descendía, a lo que algunos dicen, de los Pelestreles de
Placencia de Lombardía. Comenzó de pequeño a ser marinero, oficio que usan
mucho los de la ribera de Génova; y así anduvo muchos años en Suria y en otras
partes de levante. Después fue maestro de hacer cartas de navegar, por do le
nació el bien. Vino a Portugal por tomar razón de la costa meridional de África
y de [29] lo más que portugueses navegaban para mejor hacer y vender sus
cartas. Casóse en aquel reino, o, como dicen muchos, en la isla de la Madera,
donde pienso que vivía a la sazón que llegó allí la carabela susodicha. Hospedó
al patrón de ella en su casa, el cual le dijo el viaje que le había sucedido y
las nuevas tierras que había visto, para que se las asentase en una carta de
marear que le compraba. Falleció el piloto en este comedio y dejóle la
relación, traza y altura de las nuevas tierras, y así tuvo Cristóbal Colón,
noticia de las Indias. Quieren también otros, porque todo lo digamos, que
Cristóbal Colón fuese buen latino y cosmógrafo, y que se movió a buscar la
tierra de los antípodas, y la rica Cipango de Marco Polo, por haber leído a
Platón en el Timeo y en el Critias, donde habla de la gran
isla Atlante y de una tierra encubierta mayor que Asia y África; y a
Aristóteles o Teofrasco, en el Libro de maravillas, que dice cómo
ciertos mercaderes cartagineses, navegando del estrecho de Gibraltar hacia
poniente y mediodía, hallaron, al cabo de muchos días, una grande isla
despoblada, empero proveída y con ríos navegables; y que leyó algunos de los
autores atrás por mí acotados. No era docto Cristóbal Colón, mas era bien
entendido. Y como tuvo noticia de aquellas nuevas tierras por relación del
piloto muerto, informóse de hombres leídos sobre lo que decían los antiguos
acerca de otras tierras y mundos. Con quien más comunicó esto fue un fray Juan
Pérez de Marchena, que moraba en el monasterio de la Rábida; y así, creyó por
muy cierto lo que dejó dicho y escrito aquel piloto que murió en su casa.
Paréceme que si Colón alcanzara por esciencia dónde las Indias estaban, que
mucho antes, y sin venir a España, tratara con genoveses, que corren todo el
mundo por ganar algo, de ir a descubrirlas. Empero nunca pensó tal cosa hasta
que topó con aquel piloto español que por fortuna de la mar las halló.
- XV -
Lo que
trabajó Cristóbal Colón por ir a las Indias
Muertos que fueron el piloto y
marineros de la carabela española que descubrió las Indias, propuso Cristóbal
Colón irlas a buscar. Empero, cuanto más lo deseaba tanto menos tenía con qué;
porque, allende de no tener caudal para abastecer un navío, le faltaba favor de
rey para que, si hallase la riqueza que imaginaba, nadie se la quitase. Y viendo
al rey de Portugal ocupado en la conquista de África y navegación de Oriente,
que urdía entonces, y al de Castilla en la guerra de Granada, envió a su
hermano Bartolomé Colón, que también sabía el secreto, a negociar con el rey de
Inglaterra, Enrique VII, que muy rico y sin guerras estaba, le diese navíos y
favor [30] para descubrir las Indias, prometiendo traerle de ellas muy gran
tesoro en poco tiempo. Y como trajo mal despacho, comenzó a tratar del negocio
con el rey de Portugal don Alonso el Quinto, en quien tampoco halló favor ni
dineros para ir por las riquezas que prometía, ca le contradecía el licenciado
Calzadilla, obispo que fue de Viseo, y un maestre Rodrigo, hombres de crédito
en cosmografía, los cuales porfiaban que ni había ni podía haber oro ni otra
riqueza al occidente, como afirmaba Colón; por lo cual se paró muy triste y
pensativo; mas no perdió por eso punto de ánimo ni de la esperanza de su
buenaventura que después tuvo. Y así, se embarcó en Lisbona y vino a Palos de
Moguer, donde habló con Martín Alonso Pinzón, piloto muy diestro, y que se le
ofreció, y que había oído decir cómo navegando tras el sol por vía templada se
hallarían grandes y ricas tierras, y con fray Juan Pérez de Marchena, fraile
francisco en la Rábida, cosmógrafo y humanista, a quien en puridad descubrió su
corazón, el cual fraile lo esforzó mucho en su demanda y empresa, y le aconsejó
que tratase su negocio con el duque de Medina-Sidonia, don Enrique de Guzmán,
gran señor y rico, y luego con don Luis de la Cerda, duque de Medinacelli, que
tenía muy buen aparejo en su puerto de Santa María para darle los navíos y
gente necesaria. Y como entrambos duques tuvieron aquel negocio y navegación
por sueño y cosa de italiano burlador, que así habían hecho los reyes de
Inglaterra y Portugal, animólo a ir a la corte de los Reyes Católicos, que
holgaban de semejantes avisos, y escribió con él a Fray Fernando de Talavera,
confesor de la reina doña Isabel. Entró, pues, Cristóbal Colón en la corte de
Castilla el año de 1486. Dio petición de su deseo y negocio a los Reyes
Católicos don Fernando y doña Isabel, los cuales curaron poco de ella, como
tenían los pensamientos en echar los moros del reino de Granada. Habló con los
que le decían privar y valer con los reyes en los negocios; mas como era
extranjero y andaba pobremente vestido, y sin otro mayor crédito que el de un
fraile menor, ni le creían ni aun escuchaban; de lo cual sentía él gran
tormento en la imaginación. Solamente Alonso de Quintanilla, contador mayor, le
daba de comer en su despensa, y le oía de buena gana las cosas que prometía de
tierras nunca vistas, que le era un entretenimiento para no perder esperanza de
negociar bien algún día con los Reyes Católicos. Por medio, pues, de Alonso de
Quintanilla tuvo Colón entrada y audiencia con el cardenal don Pedro González
de Mendoza, arzobispo de Toledo, que tenía grandísima cabida y autoridad con la
reina y con el rey, el cual lo llevó delante de ellos después de haberlo muy
bien examinado y entendido. Los reyes oyeron a Colón por esta vía y leyeron sus
memoriales; y aunque al principio tuvieron por vano y falso cuanto prometía, le
dieron esperanza de ser bien despachado en acabando la guerra de Granada, que
tenían entre manos. Con esta respuesta comenzó Cristóbal Colón a levantar el
pensamiento mucho más que hasta entonces, y a ser estimado y graciosamente oído
de los cortesanos, que hasta allí burlaban de él; y no se descuidaba punto en
su negociación [31] cuando hallaba coyuntura. Y así, apretó el negocio tanto,
en tomándose Granada, que le dieron lo que pedía para ir a las nuevas tierras
que decía, a traer oro, plata, perlas, piedras, especias y otras cosas ricas.
Diéronle asimismo los reyes la decena parte de las rentas y derechos reales en
todas las tierras que descubriese y ganase sin perjuicio del rey de Portugal,
como él certificaba. Los capítulos de este concierto se hicieron en Santa Fe, y
el privilegio de la merced en Granada y en 30 de abril del año que se ganó
aquella ciudad. Y porque los reyes no tenían dineros para despachar a Colón,
les prestó Luis de San Ángel, su escribano de ración, seis cuentos de
maravedís, que son, en cuenta más gruesa, diez y seis mil ducados.
Dos cosas notaremos aquí: una,
que con tan poco caudal se hayan acrescentado las rentas de la corona real de
Castilla en tanto como le valen las Indias; otra, que en acabándose la
conquista de los moros, que había durado más de ochocientos años, se comenzó la
de los indios, para que siempre peleasen los españoles con infieles y enemigos
de la santa fe de Jesucristo.
- XVI -
El
descubrimiento de las Indias, que hizo Cristóbal Colón
Armó Cristóbal Colón tres
carabelas en Palos de Moguer a costa de los Católicos Reyes, por virtud de las
provisiones que para ello llevaba. Metió en ellas ciento veinte hombres, entre
marineros y soldados. De la una hizo piloto a Martín Alonso Pinzón; de otra, a
Francisco Martín Pinzón, con su hermano Vicente Yáñez Pinzón; y él fue por
capitán y piloto de la flota en la mayor y mejor, y metió consigo a su hermano
Bartolomé Colón, que también era diestro marinero. Partió de allí viernes 3 de
agosto; pasó por la Gomera, una isla de las Canarias, donde tomó refresco.
Desde allí, siguió la derrota que tenía por memoria, y a cabo de muchos días
topó tanta yerba, que parecía prado, y que le puso gran temor, aunque no fue de
peligro; y dicen que se volviera, sino por unos celajes que vio muy lejos,
teniéndolos por certísima señal de haber tierra cerca de allí. Prosiguió su
camino, y luego vio lumbre un marinero de Lepe y un Salcedo. A otro día
siguiente, que fue 11 de octubre del año de 1492, dijo Rodrigo de Triana:
"Tierra, tierra", a cuya tan dulce palabra acudieron todos a ver si
decía verdad; y como la vieron, comenzaron el Te Deum laudamus, hincados de
rodillas y llorando de placer. Hicieron señal a los otros compañeros para que
se alegrasen y diesen gracias a Dios, que les había mostrado lo que tanto
deseaban. Allí viérades los extremos de regocijo que [32] suelen hacer
marineros: unos besaban las manos a Colón, otros se le ofrecían por criados, y
otros le pedían mercedes. La tierra que primero vieron fue Guanahaní, una de
las islas Lucayos, que caen entre la Florida y Cuba, en la cual se tomó luego
tierra, y la posesión de las Indias y Nuevo-Mundo, que Colón descubría por los
Reyes de Castilla.
De Guanabaní fueron a Barucoa,
puerto de Cuba, donde tomaron ciertos indios; y tornando atrás a la isla de
Haití, echaron áncoras en el puerto que llamó Colón Real. Salieron muy aprisa
en tierra, porque la capitana tocó en una peña y se abrió en parte que ningún
hombre pereció. Los indios, como los vieron salir a tierra con armas y a gran
prisa, huyeron de la costa a los montes, pensando que fuesen como caribes que
los iban a comer. Corrieron los nuestros tras ellos, y alcanzaron una sola
mujer. Diéronle pan y vino y confites, y una camisa y otros vestidos, que venía
desnuda en carnes, y enviáronla a llamar la otra gente. Ella fue y contó a los
suyos tantas cosas de los nuevamente llegados, que comenzaron luego a venir a
la marina y hablar a los nuestros, sin entender ni ser entendidos más de por
señas, como mudos. Traían aves, pan, fruta, oro y otras cosas, a trocar por
cascabeles, cuentas de vidrio, agujas, bolsas y otras cosillas así, que no fue
pequeño gozo para Colón. Saludáronse Cristóbal Colón y Guacanagari, rey o (como
allí dicen) cacique de aquella tierra. Diéronse presentes el uno al otro en
señal de amistad. Trajeron los indios barcas para sacar la ropa y cosas de la
carabela capitana, que se quebró. Andaban tan humildes, tan bien criados y serviciales
como si fueran esclavos de los españoles. Adoraban la cruz, dábanse en los
pechos e hincábanse de rodillas al Ave María, como los cristianos. Preguntaban
por Cipango; ellos entendían por Cibao, donde había mucho oro: no cabía de
placer Cristóbal Colón oyendo Cibao y viendo gran muestra de oro allí, y ser la
gente simple y tratable; ni veía la hora de volver a España a dar nueva y
muestra de todo aquello a los Reyes Católicos. Y así, hizo luego un castillejo
de tierra y madera, con voluntad del cacique y con ayuda de sus vasallos, en el
cual dejó treinta y ocho españoles con el capitán Rodrigo de Arana, natural de
Córdoba, para entender la lengua y secretos de la tierra y gente, entre tanto
que él venía y tornaba. Esta fue la primera casa o pueblo que hicieron los
españoles en Indias. Tomó diez indios, cuarenta papagayos, muchos gallipavos,
conejos (que llaman hutias), batatas, ajíes, maíz, de que hacen pan, y otras
cosas extrañas y diferentes de las nuestras, para testimonio de lo que había
descubierto. Metió asimismo todo el oro que rescatado habían en las carabelas,
y despedido de los treinta y ocho compañeros que allí quedaban, y de
Guacanagari, que lloraba, se partió con dos carabelas y con todos los demás
españoles de aquel puerto Real; y con próspero viento que tuvo llegó a Palos en
cincuenta días, de la misma manera que dicho habemos halló las Indias. [33]
- XVII -
La honra
y mercedes que los Reyes Católicos hicieron a Colón por haber descubierto las
Indias
Estaban los Reyes Católicos en
Barcelona cuando Colón desembarcó en Palos, y hubo de ir allá. Mas aunque el
camino era largo y el embarazo de lo que llevaba mucho, fue muy honrado y
famoso, porque salían a verle por los caminos a la fama de haber descubierto
otro mundo, y traer de él grandes riquezas y hombres de nueva forma, color y
traje. Unos decían que había hallado la navegación que cartagineses vedaron;
otros, la que Platón, en Critias, pone por perdida con la tormenta y
mucho cieno que creció en la mar; y otros, que había cumplido lo que adivinó
Séneca en la tragedia Medea, do dice: "Vendrán tiempos de aquí a
mucho que se descubrirán nuevos mundos, y entonces no será Thile la postrera de
las tierras." Finalmente, él entró en la corte, con mucho deseo y concurso
de todos, a 3 de abril, un año después que partió de ella. Presentó a los reyes
el oro y cosas que traía del otro mundo; y ellos y cuantos estaban delante se
maravillaron mucho en ver que todo aquello, excepto el oro, era nuevo como la
tierra donde nacía. Loaron los papagayos, por ser de muy hermosos colores: unos
muy verdes, otros muy colorados, otros amarillos, con treinta pintas de diversa
color; y pocos de ellos parecían a los que de otras partes se traen. Las hutias
o conejos eran pequeñitos, orejas y cola de ratón, y el color gris. Probaron el
ají, especia de los indios, que les quemó la lengua, y las batatas, que son
raíces dulces, y los gallipavos, que son mejores que pavos y gallinas.
Maravilláronse que no hubiese trigo allá, sino que todos comiesen pan de aquel
maíz. Lo que más miraron fue los hombres, que traían cercillos de oro en las
orejas y en las narices, y que ni fuesen blancos, ni negros, ni loros, sino
como tiriciados o membrillos cochos. Los seis indios se bautizaron, que los
otros no llegaron a la corte; y el rey, la reina y el príncipe don Juan, su
hijo, fueron los padrinos, por autorizar con sus personas el santo bautismo de
Cristo en aquellos primeros cristianos de las Indias y Nuevo Mundo. Estuvieron
los reyes muy atentos a la relación que de palabra hizo Cristóbal Colón, y
maravillándose de oír que los indios no tenían vestidos, ni letras, ni moneda,
ni hierro, ni trigo, ni vino, ni animal ninguno mayor que perro; ni navíos
grandes, sino canoas, que son como artesas hechas de una pieza. No pudieron
sufrirse cuando oyeron que allá, en aquellas islas y tierra nuevas, se comían
unos hombres a otros, y que todos eran idólatras; y prometieron, si Dios les
daba vida, de quitar aquella abominable inhumanidad y desarraigar la idolatría
en todas las tierras de Indias que a su mando viniesen; voto de cristianísimos
reyes y que cumplieron su palabra. Hicieron mucha honra a Cristóbal Colón,
mandándole sentar delante de ellos, que fue gran favor [34] y amor; ca es
antigua costumbre de nuestra España estar siempre en pie los vasallos y criados
delante del rey, por acatamiento de la autoridad real. Confirmáronle su
privilegio de la decena parte de los derechos reales: diéronle título y oficio
de almirante de las Indias, y a Bartolomé Colón de adelantado. Puso Cristóbal
Colón alrededor del escudo de arma que le concedieron esta letra:
Por Castilla y por León
Nuevo Mundo halló Colón.
De donde sospecho que la reina
favoreció más que no el rey el descubrimiento de las Indias; y también porque
no consentía pasar a ellas sino a castellanos; y si algún aragonés allá iba,
era con su licencia y expreso mandamiento. Muchos de los que habían acompañado
a Colón en este descubrimiento pidieron mercedes, mas los reyes no las hicieron
a todos. Y así, el marinero de Lepe se pasó a Berbería, y allá renegó la fe,
porque ni Colón le dio albricias ni el rey merced ninguna, por haber visto él
primero que otro de la flota lumbre en las Indias.
- XVIII -
Por qué
se llamaron Indias
Antes que más adelante pasemos
quiero decir mí parecer acerca de este nombre Indias, porque algunos tienen
creído que se llamaron así por ser los hombres de estas nuestras Indias del
color que los indios orientales. Mas paréceme que difieren mucho en el color y
en las facciones. Es bien verdad que de la India se dijeron las Indias. India
propiamente se dice aquella provincia de Asia donde Alejandro Magno hizo
guerra, la cual tomó nombre del río Indo, y se divide en muchos reinos a él
comarcanos. De esta gran India, que también nombran Oriental, salieron grandes
campañas de hombres, y vinieron (según cuenta Herodoto) a poblar en la Etiopía,
que está entre la mar Bermeja y el Nilo, y que ahora posee el preste Gian.
Prevalecieron tanto allí, que mudó aquella tierra sus antiguas costumbres y
apellido en el que trajeron ellos; y así, la Etiopía se llamó India; y por eso
dijeron muchos, entre los cuales son Aristóteles y Séneca, que la India estaba
cerca de la España. De la India, pues, del preste Gian, donde ya contrataban
portugueses, se llamaron nuestras Indias, porque o iba o venía de allá la
carabela que con tiempo forzoso aportó a ellas; y como el piloto vio aquellas
tierras nuevas, llamólas Indias, y así las nombraba siempre Cristóbal Colón.
Los que tienen por gran cosmógrafo a Colón [35] piensan que las llamó Indias
por la India Oriental, creyendo que cuando descubrió las Indias iba buscando la
isla Cipango, que cae a par de la China o Cataio, y que se movió a ir tras el
sol por llegar más aína que contra él; aunque muchos creen que no hay tal isla.
De cualquiera manera, en fin, que fue, ellas se llaman Indias.
- XIX -
La
donación que hizo el papa a los Reyes Católicos de las Indias
Luego
que los Reyes Católicos oyeron a Cristóbal Colón, despacharon un correo a Roma
con la relación de las tierras nuevamente halladas, que llaman Indias; y sus
embajadores, que pocos meses antes habían ido a dar el parabién y obediencia al
papa Alejandro VI, según usanza de todos los príncipes cristianos, le hablaron
y dieron las cartas del rey y reina, con la relación de Colón. Nueva fue por
cierto de que mucho se holgó el Santo Padre, los cardenales, corte y pueblo
romano, y maravillándose todos de oír cosas de tierra tan aparte, y que nunca
los romanos, señores del mundo, las supieron. Y porque las hallaron españoles,
hizo el Papa de su propia voluntad y motivo, y con acuerdo de los cardenales,
donación y merced a los reyes de Castilla y León de todas las islas y tierra
firme que descubriesen al occidente, con tal que, conquistándolas, enviasen
allá predicadores a convertir los indios que idolatraban. Inserto aquí la bula
del Papa, por que todos la lean y sepan cómo la conquista y conversión de
Indias, que los españoles hacemos, es con autoridad del vicario de Cristo. La
bula y donación del papa
Alexander episcopus, servus
servorum Dei, charissimo in Christo filio Ferdinando, regi, et charissime in
Christo filiae Elisabeth, reginae Castellae, Legionis, Aragonum, Siciliae et
Granatae illustribus, salutem et apostolicam benedictionem. Inter caetera
divinae maiestati beneplacita opera, et cordis nostri desiderabilia, illud
profecto polissimum existit, ut fides catholica et christiana religio, nostris
praesertim temporibus exaltetur ac ubilitet amplietur et dilatetur, animarumque
salus procuretur, ac barbarae nationes deprimantur et ad fidem ipsam reducantur.
Unde cum ad hanc sacram Petri sedem diuina favente clementia (meritis licet
imparibus) evocati fuerimus, congnoscentes vos tamquam veros catholicos reges
et principes, quales semper fuisse novimus, et à vobis praeclare gesta toti
penè iam orbi notissima [36] demonstrant, ne dum id exoptare, sed omni
conatu, studio et diligentia, nullis laboribus, nullis impensis, nullisque
parcendo periculis, etiam proprium sanguinem effundendo efficere, ac omnem
animum vestrum, omnes que conatus ad hoc iam dudum dedicasse quemadmodum
recuperatio regni Granatae à tyrannide Saracenorum hodiernis temporibus per
vos, cum tanta divini nominis gloria, facta testatur. Digne ducimur nom
immerito et debemus illa vobis etiam sponte et favorabiliter concedere per quae
huiusmodi sanctum et laudabile ac inmortali Deo acceptum propositum in dies
ferventiori animo ad ipsius Dei honorem et imperii Christiani propagationem,
prosequi valeatis. Sanè accepimus quod vos qui dudum animum proposveratis
aliquas insulas et terras firmes remotas et incognitas ac per alios hactenus
non repertas quaerere et invenire vt illarum incolas et habitatores ad colendum
Redemptorem nostrum, et fidem catholicam, reduceretis, hactenus in expugnatione
et recuperatione ipsius regni Granatae plurimum occupati huiusmodi sanctum et
laudabile propositum vestrum ad optatum finem perducere nequivistis, sed tandem
sicut Domino placuit, regno praedicto recuperato, volentes desiderium adimplere
vestrum dilectum filium Christophorum Colon, virun utique dignum et plurimum commendandum
ac tanto negotio aptum cum navigiis et hominibus ad similia instructis non sine
maximis laboribus et periculis ac expensis destinalis, ut terras firmas et
insulas remotas et incognitas huiusmodi per mareubi hactenus navigatum non
fuerat, diligenter inquireret. Qui tandem (divino auxilio facta extrema
diligentis in mari Oceano navigantes certas insulas remotissimas et etiam
terras firmas, quae per alios hactenus repertae non fuerant) invenerunt. In
quibus quamplurimae gentes pacifice viventes et ut asseritur nudi incedentes
nec carnibus vescentes inhabitant, et ut praefati Nuncii vestri possunt opinari
gentes ipsae in insulis et terris praedictis habitantes credunt anum Deum
creatorem in coelis esse ac ad fidem catholicam amplexandum, et bonis moribus
imbuendum satis apti videntur, spesque habetur quod si erudirentur nomen
Salvatoris Domini nostri Jesu Christi in terris et insulis praedictis facilè
induceretur. Ac praefatus Christophorus in una ex principalibus insulis
praedictis, iam unam turrim satis munitam, in qua certos christianos, qui secum
iverant, in custodiam et vt alias insulas ac terras firmas remotas et
incognitas inquirerent posuit, construi et aedificare fecit. In quibus quiden
insulis et terris iam repertis, aurum, aromala et aliae quamplurimae res
praetiosae diversi generis et diversae qualitatis reperiuntur. Unde omnibus
diligenter et praesertim fidei catholicae exaltatione et dilatatione (prout
decet catholicos reges et principes) consideratis, more progenitorum vestrorum
clarae memoriae reguin, terras firmas et insulas praedictas, illarumque incolas
et habitatores vobis divina favente clementia subjicere et ad fidem catholicam
reducere proposuistis. Nos igitur huismodi vestrum sanctum et laudabile
propositum pturinum in Domino commendantes ac cupientes ut illis ad debitum
finem perducatur, et ipsum nomen Salvatoris nostri in partibus illis inducatur.
Hortamur vos quamplurimum in Domino et [37] per sacri la vacri
susceptionem, quae mandatis Apostolicis obligati estis, et viscera misericordiae
Domini nostri Jesu Christi attente requirimus ut cum expeditionem huiusmodi
omnino prosequi et assumere prona mente orthodoxae fidei zelo intendatis
populos in huismodi insulis et terris de gentes ad christianam religionem
suscipiendum inducere velitis et debeatis: nec pericula nec labores vllo unquam
tempore vos deterreant firma spe fiduciaque conceptis quod Deus omnipotens
conatus vestros feliciter prosequetur. Et ut tanti negocii provinciam
apostolicae gratiae largitate donati; liberius et audacius assumatis. Motu
propio non ad vestram vel alterius pro vobis super hoc nobis oblatae petitionis
instantiam, sed de nostra mera liberalitate et ex certa scientia ac de
apostolicae potestatis plenitudine omnes insulas et terras firmas inventas et
inveniendas detectas et detegendas versus [38] occidentem et meridiem
fabricando et construendo unam lineam à polo arctico scilicet septentrione, ad
polum artarcticum scilicet ad meridiem, sive terrae firmae et insulae inventae
et inveniendae sint versus Indiam aut versus aliam quancunque partem. Quae
linea distet à qualibet insularum, quae vulgariter nuncupantur de los Açores
y Cabo Verde, centum leucis versus occidentem et meridiem. Itaque omnes
insulae et terrae firmae repertae et reperiendae, detectae et detergendae à
praefata línea versus occidentem et meridiem per alium regem aut principem
christianum non fuerint actualiter possessae usque ad diem nativitatis Domini
nostri Iesu Christi proximè praeterium à quo incipit annus praesens milesimus
quadringentesimus nonagesimus tertius quando fuerunt per Nuncios et Capitaneos
vestros invantae aliquae praedictarum insularum. Auctoritate omnipotentis Dei
nobis in beato Petro concessa ac vicariatus Iesu Christi, qua fungimur in
terris cum omnibus illarum dominiis civitatibus, castris, locis et villis,
iuribusque et iurisditionibus ac pertinenttis universis, vobis, haeredibusque
et successoribus vestris (Castellae e Legionis regibus) in perpetuum tenores
praesentium donamus, concedimus, et asignamus, vosque et haeredes ac successores
praefatos illarum Dominos cum plena libera et omnimoda potestate, auctoritate,
et iurisdictione, facimus, constituimus, et deputamus, Decernentes nihilominus
per hiusmodi donationem, concessionem, et assignationem nostram nulli
Christiano principi, qui actualiter praelatas insulas et terras firmas
possederit usque ad praedictum diem nativitatis Domini nostri Iesu Christi ius
quesitura, sublatum intelligi posse aut auferri debere. Et insuper mandamus
vobis in virtute sanctae obedientiae (ut sicut pollicemini et non dubitamus pro
vestra maxima devotione et regia magnanimitate vos esse facturos) ad terras
firmas et insulas praedictas viros probos et Deum timentes doctos peritos, et
expertos, ad instruendum incolas et habitatores praefatos in fide catholica et
bonis moribus imbuendum destinare debeatis, omnem debitam diligentiam in
praemissis adhibentes. A quibuscunque personis cuiscunque dignitatis, etiam
imperialis et regalis status, gradus, ordinis vel conditionis sub
excommunicationis latae sententiae poenae quam eo ipso si contra fecerint
incurrant, districtius inhibemus ne ad insulas et terras firmas inventas et
inveniendas, detectas et detegendas versus occidentem et meridiem, fabricando
et construendo lineam à polo arctico ad polum antarcticum sive terrae firmae et
insulae inventae et inveniendae sint, versus aliam quancumque partem, quae
línea distet à qualibet insularum quae vulgariter nuncupatur de los Açores
y Cabo Verde centum leucis versus occidentem et meridiem ut
praefertur, pro mercibus habendis vel quavis alia de causa accedere praesumant
absque vestra ac haeredum et succesorum vestrorum praedictorum licentia
speciali. Non obstantibus constitutionibus et ordinationibus apostolicis,
caeterisque contrariis quibuscunque, in illo, à quo imperia et dominationes ac
bonae cunctae procedunt, confidentes, quòd dirigente Domino actus vestros si
huíusmodi sanclum et landabile propositum prosequamini brevi tempore, cum
felicitate et gloria totius populi Christiani, vestri labores et conatus exitum
felicissimum consequentur. Verum quia difficile feret praesentes literas ad
singula quaeque loca in quibus expendiens fuerit deferri: columus ac motu et
scientia similibus decernimus, quòd illarum transumptis manu publici Notorii
inde rogati subscriptis et sigilo alicuius personae in ecclesiastica dignitate
constitutae, seu curiae ecclesiasticae munitis, ea prorsus fides in inducio et
extra ac aliâs ubilibet adhibeatur quae presentibus adhiberetur si essent
exhibitae vel ostensae. Nulli ergo omino hominum liceat hanc paginam nostrae
commendationis, hortationis, requisitionis, donationis, concessionis,
asignationis, deputationis, decreti, mandati, inhibitiones et voluntatis,
infringere vel ei ausu temerario contraire. Si quis autem hoc attentare
praesumpserit, indígnationem omnipotentis Dei ac beatorum Petri et Pauli
apostolorum eius se noverit incursurum. Datis Romae apud sanctum Petrum. Anno
incarnationis dominicae millesimo quadringentesimo nonagesimo tertio, quarlo
nonas Maii Pontificatus nostri anno primo.
- XX -
Vuelta
de Cristóbal Colón a las Indias
Como los Reyes Católicos
tuvieron tan buenas respuestas del Papa, acordaron que volviese Colón con mucha
gente para poblar en aquella nueva tierra y para comenzar la conversión de los
idólatras, conforme a la voluntad y mandamiento de su santidad. Y así, mandaron
a Juan Rodríguez de Fonseca, deán de Sevilla, que juntase y abasteciese una
buena flota de navíos para las Indias, en que pudiesen ir hasta mil y
quinientas personas. El deán aprestó luego diez y siete o diez y ocho naos y
carabelas, y desde allí entendió siempre en negocios de Indias, y vino a ser
presidente de ellas. Buscaron doce clérigos de ciencia y conciencia, para que
predicasen y convirtiesen, juntamente con fray Buil, catalán, de la orden de San
Benito, que iba por [39] vicario del Papa con breve apostólico. A fama de las
riquezas de Indias, y por ser buena la armada, y por sentir tanta gana en los
reyes, hubo muchos caballeros y criados de la casa real que se dispusieron a
pasar allá, y muchos oficiales mecánicos, como decir plateros, carpinteros,
sastres, labradores y gente así. Compráronse a costa también de los reyes
muchas yeguas, vacas, ovejas, cabras, puercas y asnas para casta, porque allá
no había semejantes animales. Compróse asimismo muy gran cantidad de trigo,
cebada y legumbres para sembrar: sarmientos, cañas de azúcar y plantas de
frutas dulces y agras; ladrillos y cal para edificar; y en conclusión, otras
muchas cosas necesarias a fundar y mantener el pueblo o pueblos que se hiciesen.
Gastaron mucho los reyes en estas cosas y en el sueldo de cerca de mil y
quinientos hombres que fueron en esta armada, que sacó de Cádiz Cristóbal Colón
a 25 de setiembre de 1493, el cual, llevando su derrota más cerca de la
Equinoccial que la primera vez, fue a reconocer tierra en la isla que nombró la
Deseada; y sin parar llegó al puerto de Plata de la isla Española, y luego a
puerto Real, donde quedaron los treinta y ocho españoles; y como supo que los
habían muerto a todos los indios, porque les forzaban sus mujeres y les hacían
otras muchas demasías, o porque no se iban ni habían de ir, se tornó a poblar
en la Isabela, ciudad hecha en memoria de la reina; y labró una fortaleza en
las minas de Cibao, donde puso por alcaide al comendador mosén Pedro Margarite.
Despachó luego con las doce naos, porque no se perdiesen, a Antonio de Torres,
que trajo la nueva de la muerte del capitán Arana y de sus compañeros, muchos
granillos de oro, y entre ellos uno de ocho onzas, que halló Alonso de Hojeda,
algunos papagayos muy lindos, y ciertos indios caribes, que comen hombres
naturales de Aiay, isla que llamaron Santa Cruz; y él fuese con tres carabelas
a descubrir tierra, como le mandaron los reyes, y descubrió a Cuba por el lado
meridional, y a Jamaica y a otras menudas islas. Cuando volvió halló muchos
españoles muertos de hambre y dolencias, y otros muchos muy enfermos y
descoloridos. Usó de rigor con algunos que habían sido desacatados a sus
hermanos Bartolomé y Diego Colón y hecho mal a indios. Ahorcó a Gaspar Férriz,
aragonés; y a otros. Azotó a tantos, que blasfemaban de él los demás; y como
parecía recio y malo, aunque fuese justicia, ponía entredicho el vicario fray
Buil para estorbar muertes y afrentas de españoles. El Cristóbal Colón
quitábale su ración y la de los clérigos. Y así anduvo la cosa muy revuelta
mucho tiempo, y el uno y el otro escribieron sobre ello a los reyes, los cuales
enviaron allá a Juan de Aguado, su repostero, que los hizo venir a España como
presos, a dar razón de sí delante sus altezas; aunque dicen algunos que primero
se vino el fraile y otros quejosos y querellantes que informaron muy mal al rey
y a la reina. Llegó Cristóbal Colón a Medina del Campo, donde la corte residía;
trajo a los reyes muchos granos de oro, y algunos de a quince y veinte onzas;
grandes pedazos de ámbar cuajado, infinito brasil y nácar, plumas y mantillas
de algodón, que vestían los indios. Contóles el descubrimiento que había hecho:
loóles grandemente aquellas islas de ricas y maravillosas, [40] porque en diciembre
y cuando en España es invierno, criaban las aves por los árboles del campo; que
por marzo maduraban las uvas silvestres; que granaba el trigo en setenta días,
sembrado en enero; que se sazonaban los melones dentro de cuarenta días, y se
hacían los rábanos y lechugas en menos de veinte días, y que olía la carne de
palomas a almizcle, y la de cocodrilos, de los cuales había muchos y en cada
río; cazaban en mar peces grandísimos con uno muy chiquito que llaman guaicán,
y los españoles reverso; y que pensaba que había canela, clavos y
otras especias, según el olor que muchos valles echaban. Y tras esto, dióles
los procesos de los españoles que había justiciado, por disculparse mejor. Los
reyes le agradecieron sus servicios y trabajo; reprehendiéronle los castigos
que hizo, y avisáronle se hubiese de allí adelante mansamente con los españoles
que los iban a servir tan lejos tierras; y armáronle ocho naves con que tornase
a descubrir más, y llevase gente, armas, vestidos y otras cosas necesarias.
- XXI -
El tercero
viaje que Colón hizo a las Indias
De ocho naos que Cristóbal Colón
armaba a costa de los reyes, envió delante las dos con bastimentos y armas para
su hermano Bartolomé, y él se partió con las otras seis de San Lúcar de
Barrameda, en fin de mayo del año de 97 sobre 1400. Y como, a fama de las
riquezas que de las Indias venían, andaban corsarios franceses, fue a la
Madera. Despachó de allí las tres naves a la Española por derecho camino, con
trescientos hombres desterrados allá; y él echó con las otras tres a las islas
de Cabo Verde, por hacer su viaje por muy junto a la Equinoccial. Pasó gran
peligro con calmas y calor. En fin llegó a tierra firme de Indias, en lo que
llaman Paria. Costeó trescientas y treinta leguas que hay de allí a cabo de la
Vela, y luego atravesó la mar y vino a Santo Domingo, ciudad que su hermano
Bartolomé Colón había fundado a la ribera del río Ozama, donde fue recibido por
gobernador, conforme a las provisiones que llevaba, aunque con gran murmuración
de muchos, que tenía descontentos y enojados el adelantado su hermano Diego
Colón, que administraban la paz y la guerra en su ausencia. [41]
- XXII -
La
hambre, dolencias, guerra y victoria que tuvieron los españoles por defender
sus personas y pueblos
Probó la tierra los españoles con
muchas maneras de dolencias, de las cuales dos fueron perpetuas: bubas, que
hasta entonces no sabían qué mal era, y mudanza de su color en amarillo, que
parecían azafranados. Esta color piensan que les vino de comer culebras,
lagartijas y otras muchas cosas malas y no acostumbradas, y las comieron por no
tener otro. Y aun de los indios murieron más de cincuenta mil por hambre; ca no
sembraron maíz, pensando que se irían los españoles no habiendo qué comer,
porque luego conocieron su daño y perdición, como los vieron fortificados en la
Isabela y en la fortaleza de Santo Tomé de Cibao. Desde aquella fortaleza
salían a tomar vitualla y arrebataban mujeres, que les pegaron las bubas. Los
ciguaios, que así se llaman los de aquella tierra, cercaron la fortaleza por
vengar la injuria de sus mujeres e hijos, creyendo mataros, como había hecho la
gente de Goacanagari a los del capitán Arana. Retiráronse del cerco, un mes
después que lo pusieron, por venir al socorro Cristóbal Colón. Salió a ellos
Alonso de Hojeda, que fue alcaide allí tras mosén Margarites, y mató muchos de
ellos. Envió luego Colón al mismo Hojeda a tratar de paz con el cacique
Coanabo, cúya era aquella tierra. El cual negoció tan bien, que lo trajo a la
fortaleza, aunque estaban con él muchos embajadores de otros caciques
ofreciéndole gente y bastimento para matar y echar de la isla los españoles.
Cristóbal Colón lo tomó preso, porque había muerto más de veinte cristianos.
Como fue preso Coanabo, juntó un su hermano cinco mil hombres, los más de ellos
flecheros, para librarlo. Salióle al camino Alonso de Hojeda con cien españoles
y algunos caballos que le dio Colón; y aunque venían en gentil concierto y
peleó como valiente capitán, lo desbarató y prendió con muchos flecheros. Por
esta victoria fueron españoles temidos y servidos en aquella provincia. Algunos
dicen que la guerra que Hojeda tuvo con Coanabo fue estando ausente Cristóbal
Colón y presente Bartolomé, su hermano; el cual venció después de esto a
Guarionex y a otros catorce caciques juntos, que tenían más de quince mil
hombres en campo, cerca de la villa de Bonao. Acometiólos de noche, tiempo en
que ellos no usan pelear; y matando muchos, prendió quince caciques con el
Guarionex, y a todos los soltó sobre palabra que le dieron de ser sus amigos y
tributarios de los Reyes Católicos. Con este vencimiento y suelta que dio a los
caciques fueron los españoles tenidos en gran estima y comenzaron a mandar los
indios y a su gozar la tierra. [42]
- XXIII -
Prisión
de Cristóbal Colón
Ensoberbecióse Bartolomé Colón
con la victoria de Guarionex y con el próspero curso que ya llevaban las cosas
de su hermano y las suyas, y no usaba de la crianza que primero con los
españoles, por lo cual se agraviaba mucho Roldán Jiménez, alcalde mayor del
almirante, y no le dejaba usar de poder absoluto, como quería, contra su cargo
y oficio. En fin, que riñeron, y aun dicen que Bartolomé Colón le amagó o le
dio. Y así se apartó de él con hasta setenta compañeros, que también ellos
estaban sentidos y quejosos de los Colón; empero protestaron todos que no se
iban por deservir a sus reyes, sino por no sufrir a genoveses; y con tanto se
fueron a Jaragua, donde residieron muchos años. Y después, cuando Cristóbal
Colón lo llamó, no quiso ir, y así lo acusó de inobediente, desleal y
amotinador, en las cartas que sobre ello escribió a los Reyes Católicos,
diciendo que robaba a los indios, forzaba las indias, acuchillábalos vivos y
hacía otros muchos males; y también que le había tomado dos carabelas como iban
cargadas de España, y detenidos los hombres con engaños. Roldán y sus
compañeros escribieron también a sus altezas mil males de Cristóbal Colón y de
sus hermanos, certificándoles que se querían alzar con la tierra; que no
dejaban saber las minas ni sacar oro sino a sus criados y amigos; que
maltrataban los españoles sin causa ninguna, y que administraban justicia por
antojo más que por derecho, y que había el almirante callado y encubierto el
descubrimiento de las perlas que halló en la isla de Cubagua, y que se lo
tomaban todo y a nadie daban nada, aunque muy enfermos y valientes fuesen.
Enojése mucho el rey de que anduviesen las cosas de Indias de tal manera, y la
reina mucho más, y despacharon luego allá a Francisco de Bobadilla, caballero
del hábito de Calatrava, por gobernador de aquellas partes y con autoridad de
castigar y enviar presos a los culpados. El cual fue a la Española con cuatro
carabelas el año de 1499. Hizo en Santo Domingo pesquisa sobre la comisión que
llevaba, y prendió a Cristóbal Colón y a sus hermanos Bartolomé y Diego.
Echóles grillos y enviólos en sendas carabelas a España. Como fueron en Cádiz y
los reyes lo supieron, enviaron un correo que los soltase y que viniesen a la
corte. Oyeron piadosamente las disculpas que les dio Cristóbal Colón, revueltas
con lágrimas: y en pena de alguna culpa que debía tener, o por quitar semejante
bullicio o porque no pensasen que se les debía de dar para siempre la
gobernación de aquella tierra a ellos, la quitaron de gobernador, cosa que
mucho sintió; y aun cuando le dejaron tornar allá, fue harto, según sus
negocios estaban enconados y desfavorecidos. [43]
- XXIV -
El
cuarto viaje que a las Indias hizo Cristóbal Colón
Tres años estuvo Cristóbal Colón
de esta hecha en España, en fin que de los cuales, que fue el de 1502, hubo a
costa de los Reyes Católicos cuatro carabelas, en que pasó a la Española; y
cuando estuvo cerca del río Ozama no le dejó entrar en Santo Domingo Nicolás de
Ovando, que a la sazón gobernaba la isla. Pesóle de ello y envióle a decir que,
pues no quería dejarle entrar en la ciudad que había hecho, que se iría a
buscar puerto donde seguro estuviese; y así se fue a Puerto-Escondido, y de
allí, queriendo buscar estrecho para pasar de la otra parte de la Equinoccial,
como lo había dado a entender a los reyes, fuese derecho al poniente hasta dar
en el cabo de Higueras. Siguió la costa meridional, y corrióla hasta llegar al
Nombre de Dios, de donde volvió a Cuba, y luego a Jamaica, y allí perdió dos
carabelas que le quedaban de las cuatro con que fue al descubrimiento, y quedó
sin navíos para poder llegar a Santo Domingo. Muchos males se le recrecieron
allí, ca le adolecieron muchos españoles, y le hicieron guerra los sanos, y le
quitaron los indios los mantenimientos. Francisco de Porras, capitán de una
carabela, y su hermano Diego de Porras, contador de la Armada, amotinaron la
gente y tomaron cuantas canoas pudieron a los indios para pasarse a la
Española. Como esto vieron los de la isla, no querían dar comida a los de
Colón, antes tramaban de matarlos. Cristóbal Colón entonces llamó algunos de
ellos, reprendiólos de su poca caridad, rogóles que le vendiesen bastimentos, y
amenazólos, si lo contrario hiciesen, que morirían todos de pestilencia; y en
señal que sería verdad, les dijo que para tal día verían la Luna sangrienta.
Ellos que vieron la Luna eclipsada en la misma hora y día señalado, creyéronlo,
que no sabían astrología. Pidieron perdón con muchas lágrimas, y rogando a
Cristóbal Colón que no estuviese enojado con ellos, le traían cuanto les
demandaba, y porque los pusiese en gracia con la Luna. Con el buen proveimiento
y servicio de los isleños convalecieron los enfermos y estuvieron para pelear
con los Porras que no pudiendo pasar la mar en tan chicas barquillas, volvieron
a tomar a Colón algún navío si le hubiese venido. Salió a ellos Bartolomé
Colón, y pelearon. Mató algunos, hirió muchos y prendió al Diego y al Francisco
de Porras. Esta fue la primera batalla entre españoles de las Indias, y en
memoria de la victoria llamó Cristóbal Colón el puerto de Santa Gloria, que es
en Sevilla de Jamaica, donde estuvo un año y hasta que tuvo en qué ir a Santo
Domingo. [44]