La alegría que queremos para los españoles y para España toda es una entrega generosa de amor
Un gran pensador nos dejó una condición que es consejo sobre España: ha de ser alegre; España, alegre y faldicorta. En su tiempo, dominado por el freudismo en psicología, ya se habían visto algunos hechos importantes: la depresión, llamada Melancolía desde Burton, tenía un contrario, "La Elación", es decir una actitud también ingobernable, como la depresión, pero basada en la alegría, el deleite, la euforia. Una alegría de vivir.
La vida -ya advertido por Calderón- es un sueño y, durante él, el deprimido está absorto en sí mismo. El alegre (que tiene elación), al revés, está absorto en los demás. La melancolía, se llegó a decir, es una súplica desesperada de amor. La alegría que queremos para los españoles y para España toda, es lo contrario: Una entrega generosa de amor. Se da porque se tiene. ¿Pero en este tiempo negro cuántos la tienen de verdad? No olvidemos el permanente ataque a la Iglesia Católica que es la que, antes que nadie, manda alegrarse y hasta tiene, durante casi toda la Edad Media, la Tristeza como pecado capital.
En la Fe, desde que se recibe, caben los alegres (no los maníaco-depresivos, ojo) y sobran los serios. Quien toma en serio su propia vida no puede dar la importancia debida a la de los demás. Y por ahí anda una de las máximas diferencias entre el catolicismo y los demás: El creyente tiene motivos e impulso para ser alegre, pero el ateo y el rojillo siempre andan serios y "easaboríos". Y es que los rojos, constreñidos a una visión tremebunda del mundo y de la historia, acaban deprimidos, melancólicos.
Por esas cosas, para el español, católico natural, es más importante hacer el camino que llegar, porque el camino es más difícil. A Niké (no digáis Naik), la Victoria Alada, la hacían a punto de volar, de huir, de perderse en lo profundo del cielo, que es lo profundo del día. Pero el camino queda. Quizá por eso en nuestro himnos, predomina la luz, reina de los símbolos. Por eso en nuestra fe tampoco hay perdedores sino paso alegre y rosas. ¿Alguien oyó llamar perdedores a los no católicos?
Naturalmente, esto es una opinión particular basada en ideas apenas esbozadas en la colectiva conciencia católica. Incluso recogerse para rezar es una actitud alegre y viva: nada menos que se trata de legar a Dios y abrirnos. En España, tierra y cielo en uno, culminó un amanecer tan grande que nos costó parte del futuro, pero la Reforma fue sujeta y derrotada: pretendía convertir en sectas desorientadas a toda la Iglesia y sólo lo consiguió con algunos lugares.
Que la reforma fracasó se demuestra por el número infinito de católicos frente a cualquier cantidad de seguidores de una u otra herejía. Que fracasó y que le parece necesario acabar con lo católico (por lo tanto con lo español) para el triunfo de unas más que pensadas tiranías universales, explica el constante ataque, cada vez más salvaje e insistente, contra nuestra Iglesia, que jamás permitirá que el hombre vuelva a ser sólo carne. Sólo explotación.
Arbil
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