Vintila Horia, el ensayista: Un legado metapolítico para el tercer milenio
Ultimo de la serie de tres artículos, este trata sus obras de madurez y sus relaciones con otras personalidades
Vintila Horia, es un escritor holístico, que manifiesta una perfecta consonancia entre el poeta, el novelista y el ensayista como él mismo explica en un libro publicado en el año 1962 en Pisa (Italia).
El libro, bajo el título de Cuaderno Italiano recoge versos, prosas y unos ensayos, escritos preferentemente en el idioma de Dante y publicados en revistas italianas, especialmente durante la estadía italiana de Vintila Horia, entre el 1945 y el 1948.
En el ensayo que abre el libro, Vintila se interroga acerca del significado literario de la novela. Según él hay dos géneros de novelas: la novela descriptiva o de representación y la novela gnoseológica.
El primer género, según los cánones del romanticismo y del naturalismo, describe objetivamente lo que acaece en el presente o lo que ha acaecido en el tiempo. Se trata, por lo tanto, de algo que "hace competencia al registro civil", observa irónicamente Vintila.
El segundo género de novela se preocupa, a su vez, de trasladar unas temáticas filosófica en el ámbito literario utilizando la técnica simbólica del conocimiento, como la poesía y la tragedia.
Al respeto, Vintila opina que la novela descriptiva es inadecuada porque no logra expresar artísticamente, en forma narrativa, la problemática del hombre que reclama entonces una novela gnoseológica o metafísica según una definición del escritor francés Raymond Abellio; esto es: una novela que se propone de representar la problemática existencial del ser humano buscando en ella una explicación total acerca de la ventura de la vida.
En opinión de Vintila, los escritores contemporáneos que mejor han cultivado este género literario son Raymond Abellio y Ernst Jünger.
La novela metafísica todavía no es una novedad absoluta de nuestro tiempo, porque -observa Vintila Horia -ella remonta a la época barroca y, específicamente a la literatura española del fin del "siglo de oro" con Calderón de La Barca, quien inicia la época literaria conceptista. Se trata, pues, de la literatura que más se aproxima a los parámetros de la cultura universal, expresada en la antigüedad en las obras de Omero, Virgilio, Ovidio, Dante; y en la modernidad por escritores como Cervantes, Unamuno (filósofo que escribía novelas con protagonistas no reales, quienes simbolizaban la filosofía del autor), Papini y Jorge Luis Borges.
Con este título Vintila Horia, el año 1963 publica en París un libro destinado a retratar el famoso escritor toscano fallecido en Florencia en 1956.
En la primera página del libro, Vintila así habla de Giovanni Papini: "Él significó mucho para mí, para mi generación y para la generación que había precedido la mía. Fue un maestro que nos enseñó no sólo a pensar, sino a vivir; un maestro que nos enseñó la belleza de la desesperación en las páginas de Un hombre acabado y supo mantenernos en el aura de la belleza propia del pesimismo cristiano a través de toda su obra; que fue obra de un cristiano porque el hombre que la escribía nunca renunció a sentir y a hacer sentir a los otros aquella felicidad del infeliz de la que, al final de su vida, propuse el ejemplo de sí mismo".
Vintila Horia había sido un lector y un admirador de Papini desde sus años mozos, cuando los libros del ya célebre autor de la Historia de Cristo y de Carta del Papa Celestino VI· a los hombres, enriquecían su librería de estudiante universitario.
Para Vintila, Papini era el escritor que, en forma clara, profunda y apasionada representaba la Italia que Dante y Miguelangel le habían enseñado a amar: era el hombre valiente y puro que lo había ayudado a crecer culturalmente y a entender el mundo. Y finalmente el joven intelectual rumano logró visitarlo un día fría de enero de 1947, acogido cordialmente en su casa florentina. En aquel entonces, Papini -afectado desde tiempo por una fuerte miopía levemente disfrazada por gruesas lentes -no padecía todavía de la grave enfermedad que pocos años después irá gastando progresivamente su cuerpo macizo, clavándolo para siempre en un sillón, sin pero doblegar su espíritu indomable.
Fue gracias a aquel encuentro que Vintila Horia -exiliado político en condición de apolide - pudo entrar en contacto con el férvido ámbito intelectual que rodeaba a Papini, obteniendo algunas colaboraciones en periódicos y revistas italianas de la época, aliviando así su dura estadía en la Italia desastrada de postguerra.
En el período 1947-1949, Vintila visitó varias veces a Papini para conversar con él de asuntos culturales y para pedirle consejos que el famoso escritor otorgaba con generosa cordialidad. Así fue brotando, poco a poco, una sintonía intelectual e ideal, una analogía entre la respectiva elección filosófica siendo, ambos, partidarios del dualismo grecorromano.
Eso permitirá a Vintila Horia de compartir con Papini una visión cristiana de la historia, y el universo campesino de Bulciano, el pueblecito toscano donde el mismo Papini se retiraba en verano para escuchar la voz del alma.
Cuando Vintila deja Italia para trasladarse a Argentina, Papini le otorga unos libros suyos y una carta de presentación para unos amigos bonoarenses; lo que consentirá a Vintila de encontrar trabajo en una universidad local, al desembarcar en Buenos Aires.
Vintila, de regreso a Europa, visitó nuevamente a Papini en junio de 1956, un mes antes de su muerte: encontró un trozo de hombre inmovilizado, impedido de las manos, casi sin habla reducida a sonidos inarticulados y que solo la nieta Ana -dulce y paciente -sabía interpretar transcribiéndolas en las glosas que, bajo la rubrica astillas, recogían los últimos pensamientos del abuelo.
De aquel que fue su mentor, Vintila nos deja este epitafio: "El fue así: héroe moderno, poeta y santo. Vivió como héroe, reaccionó y creó como poeta y terminó como santo, clavado en su sillón, en su soledad, en su última desdicha que se volvió felicidad, en sus manos de demiurgo acostumbrado a los dulces tormentos de Dios".
Viaje a los centros de la tierra
Convencido que una crisis global envuelve al mundo contemporáneo, Vintila Horia -en los años sesenta -emprende un largo viaje hacia los centros de la tierra. Se trata de un desplazamiento no hacia el centro geodésico de nuestro planeta, sino hacia sus centros espirituales que representan el pensamiento actual en el ámbito de la tecnología, la filosofía, las ciencias.
El resultado de este viaje alrededor del mundo es resumido en el libro editado en 1972 por Plaza & Janés, con el título Viaje a los centros de la tierra. Este libro marca la culminación del deslizamiento de Vintila Horia por la pendiente científica, atraído sobretodo por la física cuántica y la filosofía de la ciencia.
El punto de partida de esta inquietud intelectual del escritor rumano-español es el siguiente: el mundo vive una crisis agónica provocada por la aceleración de un proceso de entropía sociopolítico que acaba en un desorden planetario, en coincidencia con un proceso de homogeneidad producido por la homologación democrática de capitalismo y socialismo, formalmente contrapuestos, pero esencialmente complementarios en un tiempo como el nuestro que se destaca per ser "el reino de la cantidad".
La culminación de este proceso de homologación democrática acaba al fin con cualquier estímulo hacia una evolución de la sociedad, como postulaba el optimismo del materialismo científico decimonónico.
La única alternativa a esta oscura perspectiva sin futuro está cifrada en una nueva ciencia gnóstica, afincada en los principios de exclusión, indeterminación, complementariedad. Principios que -según Vintila -ponen la nueva ciencia en el umbral del pensamiento metafísico.
A la observación que la ciencia nueva ya no radica en certezas absolutas -como en el siglo XIX· - y por lo tanto, esta ciencia se presenta como una ciencia relativista, Vintila Horia contesta que lo que aparece como un relativismo de la nueva ciencia gnóstica, es a la vez la persuasión -lograda por medio de la investigación científica- que ella, por sí sola, non puede esclarecer el misterio que envuelve al ser humano y su destino, a la naturaleza y sus causas, al cosmos y sus leyes.
Para acercarse a este misterio, siendo el solo saber científico insuficiente, es necesario invocar la colaboración del saber filosófico y teológico.
En su largo viaje, Vintila Horia recurre los itinerarios filosóficos de Husserl, Heidegger, Unamuno; entrevista -entre otros - los filósofos Gabriel Marcel y Pedro Laín Entralgo, los teólogos Karl Rahner, Yves Congar, Urs von Balthasar, el psicólogo humanista Karl Gustav Jung, los escritores Ernst Jünger y Raymond Abellio, el pintor Georges Mathieu, el lingüista Marshall Mc Luhan, el astrofísico Bernard Lovell, los científicos Ferdinand Gonseth y Werner Heisemberg, el astrofísico Bernard Lovell, el neurólogo Wilder Penfield, el médico cibernético Aldo Masturzo, el biólogo Georges Palade, el cineasta Federico Fellini.
La conclusión de esta peregrinación a través de los centros intelectuales de la tierra es la siguiente: la ciencia nueva ha podido comprobar entonces el anhelo del mundo actual, agobiado per una serie de inquietudes y incertidumbres, hacia una sabiduría integral y total. Por eso el hombre contemporáneo añora, en su pasado, su mismo origen genético y vive la necesidad de integrarse nuevamente en su dimensión cósmica, deseoso de ascender hacia los espacios de la creación, donde vibra la ola de la perennidad en la que el tiempo se disuelve en la eternidad.
El hombre moderno vuelve así a las inquietudes y añoranzas espirituales de Platón y a su búsqueda metafísica y religiosa. Lo cual confirma, una vez más, el carácter engañoso de todo materialismo y de sus expresiones sociopolíticas, como el marxismo, la democracia cuantitativa y el globalismo economicista; esto es: una visión de la vida asociada, derivada de la cultura ilustrada del siglo XVIII·.
El viaje de Vintila Horia a los "centros de la tierra" tiene una conclusión complementaria en la sucesiva Encuesta detrás de lo visible (aparecida en 1981): investigación en el ámbito de la parapsicología a la luz de la religión, la ciencia y la conciencia.
Relatando el encuentro con el guénoniano Frithjof Schuon, en su refugio suizo del Lago Leman, Vintila Horia admite que -a causa del anterior deslizamiento por la pendiente de la ciencia - él se había alejado cada vez más de la fuente primigenia de la sabiduría tradicional. Por eso quiso volver "no sin emoción -como él confesó -a aquellas aguas claras y a uno de sus mejores guardianes".
En el precedente viaje cultural, Vintila había llegado a la conclusión que "nos vamos a hundir en el fin entrópico del tiempo"; por eso, ahora, deja caer su ancla desesperada en una reflexión consoladora: "Si hay personas más o menos iniciadas, conscientes de lo que sucede en este mundo condenado dichas personas tienen la obligación de preparar la venida de un nuevo ciclo".
Es esta esperanza que motiva en Vintila Horia la necesidad de encontrarse con Schuon, cuya sabiduría tradicional parece alumbrar el anuncio de un nuevo ciclo, después de la presente crisis.
Schuon sostiene que todas las civilizaciones de nuestro tiempo son decaídas y todos vivimos un fin de un ciclo, pero cada uno de manera diferente. Afirma Schuon:
"El crepúsculo oriental es pasivo, el occidental es activo. El mayor pecado de Oriente es que ha dejado de pensar, mientras que el Occidente caído, peca por pensar demasiado y mal. Oriente está dormido sobre sus verdades; Occidente vive, o sea está despierto, encima de sus errores".
El Occidente actual, además -en opinión de Schuon- padece de una insana epidemia social y política: el maquinismo.
Según Schuon, es la máquina que engendra los grandes males que padece el mundo, porque la máquina se caracteriza por utilizar el hierro, el fuego y las fuerzas invisibles e incontroladas de la naturaleza. Esto -destaca aún Schuon -es característico de la época del hierro, donde el hombre, autor de la máquina, de hecho acaba por someterse a ella, renunciando de tal modo a su grandeza genética, en la que consiste su actitud ante lo Absoluto. Por consiguiente, el maquinismo ha entrampado el hombre actual en lo relativo.
Schuon concluye: "Una civilización es grande en la medida en que logra producir una serie importante de santos; es decir: de representantes directos de lo Absoluto".
En la última carta que Vintila Horia me envió desde Collado Villalba -poco antes que aparecieran los síntomas del tumor cerebral que lo llevó tempranamente a la tumba (la carta es fechada 31 de octubre de 1991)-, él escribía, entre otras noticias: "He terminado en abril un libro titulado Reconquista del Descubrimiento, pero no he encontrado todavía un editor, vista mi posición demasiado españolizante".
El libro se editaría un año después en Santiago de Chile por iniciativa de la "Universidad Gabriela Mistral" y de la Editorial Patris.
Este libro - escrito por la celebración de los quinientos años del descubrimiento de América -trata de recuperar el sentido de la aventura americana de Cristóbal Colón y de sus consecuencias políticas, culturales y económicas.
Vintila Horia coloca el descubrimiento de América en la perspectiva de la alétheia griega en el sentido propio del desvelamiento y, a la vez, de la revelación de una civilización nueva (geográfica, histórica, cultural) al resto del mundo.
El descubrimiento de Colón, es la causa del imperio español que abarcará desde el antiguo territorio mejicano hasta el extremo austral de la Tierra del Fuego; y se trata de un imperio que asume un perfil propio, netamente distinto de aquel de la América del Norte.
Como, en su momento destacó Arnold Toymbee, esa profunda diferencia remonta al hecho que América del Norte fue conquistada por puritanos que impugnaban la Biblia -es decir el libro del Viejo Testamento- hecho, ese, que los autorizaba a sentirse pueblo elegido por Dios y por consiguiente a eliminar hasta físicamente cualquier obstáculo que se opusiera a su marcha hacia la tierra prometida. Esa fue la motivación que estimuló a los puritanos evangélicos a aniquilar los pielrojas encontrados en su camino, como los antiguos Israelitas hicieron con lo Filisteos.
Hispanoamérica por el contrario -destaca Vintila Horia- -fue conquistada por españoles y portugueses, instruidos en el Libro del Nuevo Testamento, el Evangelio; y ellos llegando en los nuevos territorios proponían a las poblaciones autóctonas el bautismo cristiano por lo cual ipso facto los indígenas se transformaban en cristianos como los conquistadores; y de ese modo eran elevados a su mismo rango ético. Por consiguiente la política de exterminio programático, practicada por los puritanos evangélicos de Norte América, no cabía en el plan estratégico-vital de los conquistadores católicos de la América Ibérica, empujados hacia la evangelización de los pueblos conquistados.
Vintila Horia no niega los abusos de los conquistadores ibéricos, destacando empero que se trataba de delitos según el código ético y legal del mundo hispano, basado sobre el trinomio libertad, justicia, caridad. Principios del De Monarchia de Dante, adulterados sucesivamente por la revolución francesa, que substituirá la caridad por la fraternidad y la justicia por la igualdad. Del mismo modo será distorsionado el proceso de independencia de la América Ibérica en el siglo XIX·; proceso que pulverizará un imperio que había durado tres siglos y que fue forja excepcional de una nueva civilización producida por la fusión de culturas y razas entre conquistadores y conquistados: mixtura de monjes y guerreros, místicos y poetas, caballeros y aventureros.
Vintila lamenta que el orgullo pasional de los ancestros hispanoaméricanos, se haya apagado en la mayoría de nuestros contemporáneos, resignados a vivir de limosnas financieras proporcionadas por bancos extranjeros y el Fondo Monetario Internacional; organismos que intentan de este modo establecer también en el territorio iberoaméricano el imperio materialista de la usocrácia denunciado en su tiempo por el vigor poético y profético de Ezra Pound.
Esta resignación parece marcar con huellas de fuego la Iberoamérica del dolor evocada por Jaime Eyzaguirre; y que ya no es, desde tiempo, la América que resumió su originaria multiplicidad de razas y culturas en la ecumenicidad de la equidad jurídica romana.
Se trata, pues, de una América fraccionada en los distintos estados nacionales, en razón de una independencia alcanzada por el corte de muchas de sus raíces tradicionales.
A esta América resignada a una existencia imitativa y vegetativa no resta otro recurso que aquel de la evasión y la protesta. De aquí entonces -observa Vintila Horia- la evasión lúdica del brasilero que disfraza su angustia en la alegría postiza del carnaval; la protesta del mejicano y del argentino, quienes se refugian en la literatura como una manera de denunciar públicamente sus desgracias.
Pero la protesta más radical -forrada de un silencio más elocuente que las palabras- es aquella del gaucho refugiado en la "pampa": en el "gran espacio natural de su patria interior" como en una fortaleza que nadie logrará invadir.
Para Vintila, el gaucho alcanza la cumbre del símbolo polar antártico de la América meridional, opuesta -en todo sentido -a la América ártica del norte. El representa el mundo interior de los grandes espacios donde se radican los ideales eideticos -amor, pasión, religión- que conforman la geografía espiritual del continente iberoamericano, donde cruzan sus caminos el europeo desterrado, el indio oprimido, el mestizo inseguro.
En este espacio psíquico -observa Vintila -se cincela un tipo humano lleno de melancolía vital, que desde el péon mejicano hasta el arriero patagónico, no sabe todavía exactamente lo que es.
Corresponde a la metapolítica veraz - (esto es: una ciencia no profana y más bien sagrada, que penetra en el misterio escatológico de la historia) -a esa metapolítica incumbe, entonces, radicar al tipo humano de la América meridional en su identidad recuperada, esclareciendo -en el plan cosmológico, sociológico, espiritual- las razones de su existencia y las proyecciones de su destino.
America del Norte, maciza y ordenada según la mentalidad anglosajona, envuelta en el poder de su tecnología y sus finanzas, se está estancando bajo el peso de su imperio económico y por el agotamiento de la misma simpleza puritana de su desarrollo. Mientras que en la otra América, desarrollada en una geografía inmensa y atormentada entre México y Tierra del Fuego, el sufrimiento de una historia desigual todavía no se ha parado: porque aquí un mundo mestizo, una "raza cósmica" arde en su interior y nadie se atreve a adivinar que forma y que alma asumirá el homo americanus que saldrá de este fabuloso athanor alquímico. "Continuo a creer -concluía Vintila Horia- que este mundo nuevo sea la imagen fiel del futuro y constituya su esperanza".
Este es el legado metapolítico que Vintila Horia ha dejado a sus amigos de Iberoamérica o, mejor aún, a la América Románica como amaba definirla el gran filólogo clásico argentino Carlos Alberto Disandro, depositario de un pensamiento muy afín a aquel del rumano-romano Vintila; quien -en tiempos de deserciones y arreglos, fue un modelo de fidelidad a principios trascendentes, manteniendo siempre una perfecta coherencia entre lo que se dice y lo que se hace.
En toda su obra -como hemos visto -Vintila Horia, presente espiritualmente entre nosotros, se destaca como uno de los intelectuales más convincentes y vigorosos de la sapiencia holística, vivida en la luz soleada de su exilio interior y desde el cual nos ha dejado el testimonio de un puñado de verdades cristalinas que alumbran con la llama encendida de la esperanza los tiempos sombríos de la mentira.
"Arbil" Primo Siena