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García Morente, de profesor agnóstico, a sacerdote
Hombre
de extraordinarias facultades y admirable maestro, ha sido uno de los mayores
prestigios de la Universidad española.Por su destacada personalidad,
considerado como el mejor
filósofo de la historia del siglo XX, tiene gran interés
recordar y descubrir los datos principales de su aleccionadora biografía.
Nació en Arjonilla (Jaén) en 1.886. su padre, don Gumersindo García
Corpas, era médico y se había especializado durante diez años,
aún después de casado, en la clínica de un célebre
oculista de París. Al regresar a España definitivamente, se estableció
en Granada, donde alcanzó gran prestigio profesional. Era de avanzadas
ideas liberales.
Su madre, doña Casiana Morente Serrano, de una distinguida familia andaluza,
era sobrina del general Serrano, de muchas virtudes y profundamente religiosa.
El matrimonio García Morente envió primero a sus dos hijas, Guadalupe
y Beatriz, a un pensionado de religiosas de Anglet en el sur de Francia, y en
1.894, a su pequeño hijo Manuel como alumno interno al Liceo de Bayona.
El niño había sido alumno del Colegio de la Purísima Concepción
en Granada, donde hizo su Primera Comunión. Poco después falleció
su madre, cuando él sólo tenía nueve años y más
necesitaba su benéfica influencia educadora. Desde entonces, su hermana
Guadalupe asumió las funciones maternales.
En el Liceo de Bayona fue siempre de los primeros en las clases. En el principio
acudía a la capilla católica; pero pronto se dio cuenta de que
algunos de sus compañeros eran judíos; otros, protestantes; y
la mayoría, ajenos a toda práctica religiosa. Esto le llevó
a la conclusión de que todas las religiones son iguales y ninguna es
necesaria. Había perdido la fe.
Cuando tenía catorce años y estaba pensando en las vacaciones
en Granada, su hermana, que ya había notado su alejamiento de las prácticas
religiosas, un día le indicó que la acompañara a confesar.
Él se negó con serena firmeza diciendo que " si ella quería,
lo haría por ella, pero que sería una confesión sacrílega,
porque él ya no creía". La respuesta causó profunda
impresión en su hermana; ésta comprendió que era inútil
insistir y que acaso fuera contrapruducente. Desde ese triste momento, derramó
en silencio no pocas lágrimas y rezó mucho por el joven hermano,
prodigándolo solícitas atenciones para demostrarle su gran cariño
maternal.
Se afianza la pérdida de la fe
Terminado
el Bachillerato francés con la máxima calificación, Gran
priz, el joven Morente cursó licenciatura en Leras en la Universidad
de París, y allí se afianzó más la pérdida
de su fe. Después prosiguió dos años de estudios filosóficos
en Alemania principalmente en las Universidades de Berlín y Marburgo,
donde prestigiosos profesores explicaban el idealismo kantiano, que le cautivó
y confirmó en su agnosticismo religioso. En la universidad de Marburgo
conoció a Ortega, y surgió en ellos una estrecha amistad. Ambos
llegaron a ser las dos figuras más destacadas de la Filosofía
española en nuestra Universalidad del siglo XX. Al regresar de Alemania,
explicó un curso de Filosofía en la Universidad Libre de Enseñanza
por invitación de Giner de los Ríos.
En 1.911 obtuvo el grado español de Doctor en Filosofía con una
tesis sobre "La Estética de Kant" presentada en la Universidad
de Madrid.
Cuando en 1.917 publicó su obra "La Filosofía de Kant: una
introducción a la Filosofía", ya había traducido y
publicado las obras de Kant: "Crítica del Juicio", "Crítica
de la Razón Práctica", y estaba en prensa "Crítica
de la Razón Pura".
En 1.912 consiguió por oposición la cátedra de Ética
de la Universidad Central, siendo a sus 25 años el catedrático
más joven de España.
Al año siguiente contrajo matrimonio con Carmen García del Cid,
alumna de las religiosas de la Asunción, de acendrada religiosidad. El
agnosticismo de Morente no fue obstáculo para que se celebrara ceremonia
religiosa en la parroquia de la Concepción, en la calle Goya, sin que
él ocultara al párroco su falta de fe. Por eso, finalizada la
Misa, el párroco celebrante se acercó a dar la enhorabuena a los
contrayentes, y al saludar al esposo, le estrechó la mano, y sólo
le dijo estas palabras de cristiana conmiseración y caritativo reproche:
"¡Desgraciado!".
Adquiere fama de excelente profesor
Por sus magníficas lecciones en la cátedra y por sus valiosas
publicaciones, adquirió justa fama de excelente profesor y filósofo,
y por su prestigio, aunque nunca se había metido en política,
en 1.930 fue nombrado Subsecretario de Instrucción Pública por
el último Gobierno de la Monarquía, presidido por el general Berenguer.
En 1.931 fue elegido por unanimidad del claustro Decano de la Facultad de Filosofía
y Letras, y en 1.932, Miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas,
en la que ingresó con un magnífico discurso titulado "Ensayos
sobre el Progreso".
El 15 de enero de 1.933 se inauguraba el nuevo y hermoso edificio de su Facultad,
el primero que se inauguraba en la Ciudad Universitaria. A su organización
se entregó Morente con abnegada dedicación. Morente se multiplicaba
para resolver los muchos problemas de la facultad, y su labor como Decano fue
extraordinaria.
En el mismo año de 1.933 organizó y dirigió en el verano
un crucero cultural por el Mediterráneo a bordo del crucero "Ciudad
de Cádiz", en el cual participaron profesores y alumnos de todas
las universidades españolas con unánime reconocimiento y aplauso.
En 1.934, invitado por la "Asociación Cultural Argentina",
explicó un curso de Filosofía en Buenos Aires, que fue muy celebrado.
Estalla la Guerra Civil.
Pero el estallido de la Guerra Civil en 1.936 produjo en la vida de Morente
un brusco y tremendo giro de signo negativo. El prestigioso Catedrático
y Decano, a quien la vida soneía hasta entonces, consagrada a sus tres
grandes amores: la familia, la Filosofía y la Música, vio que
se desataban contra él y su familia "las iras y hostilidades del
llamado Gobierno de Madrid y de las hordas marxistas".
En agosto lo destituyeron del cargo de Decano, y cuando el día 29 estaba
haciendo entrega oficial del Decanato a su sucesor recibió la terrible
noticia de que el día anterior había sido asesinado en Toledo,
su yerno Ernesto Bonelli, Ingeniero de Montes e Ingeniero Geógrafo, a
quien él admiraba y quería entrañablemente. De él
dice que "tenía 29 años, era de conducta moralmente ejemplar
y de profunda religiosidad. Pertenecía a la Adoración Nocturna,
y acaso esta circunstancia no hay sido totalmente ajena a su desgraciada muerte".
A mediados de septiembre supo que "una comisión depuradora"
del Ministerio de Instrucción Pública había elaborado una
lista de profesores universitarios encabezada por su nombre, para los cuales
proponía el cese inmediato en el cargo de Catedráticos. Ya se
sabía que a la publicación en la Gaceta de Madrid de listas de
cese, seguía invariablemente el asesinato domiciliario por las horas
marxistas o anarquistas. Morente se recluyó en casa sin poder salir a
la calle.
Un día le visitó un leal y eficaz funcionario, señor Ágreda,
que había sido secretario suyo en el Decanato, le avisó del grave
peligro que corría, según rumores que había podido detectar,
de que lo iban a detener y le urgió para que se marchara de Madrid cuanto
antes, y, si era posible fuera de España. Morente se resistía
a dejar indefensa a su familia, pero comprendió que, para bien de todos,
debía marcharse. Así lo hizo, gracias a que tenía vigente
un pasaporte para viajar a Francia, por haber ido en julio último a la
Universidad de Poitiers
Morente en París
Después
de peligroso y accidentado viaje, llegó a París el 2 de octubre,
allí un buen amigo asturiano, don Ezequiel de Selgas, le brindó
generosa acogida en su piso. Morente hizo gestiones para que su familia saliera
de Madrid, pero todas fracasaban. Sólo brilló para él un
rayo de esperanza cuando en marzo del 37 recibió invitación de
la Universidad de Tucumán para que fuera a organizar allí los
estudios filosóficos; pero él no quería ir sólo,
ni alejarse más de su familia.
Confiesa que en abril pasó noches "atroces", viendo que no
podía hacer nada para salir de aquella angustiosa situación. "¿Qué
está haciendo de mi, pensaba, Dios, la providencia, la Naturaleza, el
Cosmos, lo que sea?". La impotencia, la ignorancia, una noche sombría
en derredor le atormentaba; la esperanza sin saber lo que se espera es propiamente
la desesperación; empezó a sentir una depresión absoluta.
El 28 de abril marchó su amigo Selgas a Biarritz, y Morente, por unos
días, quedó sólo en el piso. La soledad es el ambiente
más favorable para la reflexión filosófica. Morente la
aprovechó para reflexionar en todo lo que estaba aconteciendo, y vio,
que desde el comienzo de la Guerra Civil, los hechos de su vida se habían
hecho en él, pero sin su intervención, sin su voluntad; en cierto
sentido, no eran suyos; y se pregunto: "¿Quién, pues, o qué,
o cuál era la causa de esa vida que, siendo mía, no era mía?".
Apareció en su mente la idea de Dios, pero la rechazó " con
una sonrisa irónica de soberbia intelectual" como una puerilidad.
La idea de la Providencia le tranquilizó, y sea noche del 28 al 29 de
abril pudo dormir dos horas. Al día siguiente, volvió a pensar
en el mismo problema, y el rigor metódico de su reflexión convirtió
su mente en escenario de un tremendo drama intelectual. Pensaba en Dios, pero
siempre en el Dios del deísmo, de la pura Filosofía, "en
ese Dios intelectual en el que se piensa, pero al que no se reza". Había
llegado a un callejón sin salida y se sintió cansado.
El hecho extraordinario
Después
de cenar puso en marcha la radio; emitía trozos de música clásica
francesa, uno de ellos de Belioz, "La Infanta de Jesús". Lo
cantaba un tenor magnífico con tal suavidad y dulzura que, cuando terminó,
Morente apagó la radio "para no perturbar el estado delicioso de
pan en que esa música le había sumergido". Fueron desfilando
en su mente imágenes de la vida de Jesucristo desde su niñez hasta
el Calvario, y de pronto se dijo asimismo:" Ese es Dios, el verdadero Dios;
el Dios vivo, la Providencia viva, que entiende a los hombres, que vive con
los hombres, que sufre con ellos, que los consuela, que les da aliento y les
trae a la salvación".
Se puso de rodillas, quiso rezar, pero no podía, porque se le había
olvidado el Padrenuestro, que le había enseñado su piadosa madre.
Con grandes esfuerzos consiguió rehacer el testo al cabo de una hora
y lo escribió en una libreta; "una inmensa paz, dice, se había
adueñado de mi alma y me vi a mi mismo hecho otro hombre. Recité
una vez más el Padrenuestro con íntimo fervor y entregué
libremente toda mi voluntad en las manos llagadas de Jesucristo".
En el reloj sonaron las doce de la noche. Se volvió a sentar en el sillón,
siguió reflexionando y debió quedarse dormido. Despertó
con un sobresalto inexplicable. Se puso en pie y abrió de par en par
la ventana. "Volví la cara, dice, hacia el interior de la habitación
y me quedé petrificado. Allí estaba Él. Yo lo veía,
yo no lo oía, yo no lo tocaba. Pero Él estaba allí...Yo
permanecía inmóvil, agarrotado por la emoción y la percibía,
percibía su presencia con la misma con la misma claridad con la que percibo
el papel en que estoy escribiendo y las letras que estoy trazando. No podía
caberme la menor duda de que era Él, puesto que lo percibía, aunque
sin sensaciones. ¿Cómo es esto posible?. Yo no lo sé. Pero
sé que Él estaba allí presente".
Morente calcula que "su presencia comenzó hacia las dos y terminó
poco después de las tres de la madrugada"; pero de este "Hecho
extraordinario" guardó absoluto secreto hasta que lo reveló
un año después.
Al día siguiente, tomó la resolución de consagrarse a Dios
y abrazar el estado sacerdotal.