EL CATOLICISMO, EL SOCIALISMO Y EL COMUNISMO

Al ver el grado de corrupción en que está Europa analiza las dos fuerzas que se disputan el dominio de la sociedad: el socialismo y el comunismo y el catolicismo.
El socialismo debe su existencia a un problema, humanamente hablando, insoluble. Se trata de averiguar cuál es el medio de regularizar en la sociedad la distribución más equitativa de la riqueza. Este es el problema que no ha resuelto ningún sistema de economía política. El sistema de los economistas políticos liberales va a parar al mismo monopolio por el camino de la libertad, por el camino de la libre concurrencia, que produce fatal e inevitablemente ese mismo monopolio. Por último, el sistema comunista va a parar al mismo monopolio, por medio de la confiscación universal, depositando toda la riqueza en manos del estado.
¿Quién ha resuelto el problema?
¿Este problema, contesta, sin embargo, ha sido resuelto por el catolicismo. El catolicismo ha encontrado solución en la limosna. En vano se cansan los filósofos, en vano se afanan los socialistas; sin la limosna, sin la caridad, no hay, no puede haber, distribución equitativa de las riquezas. Sólo Dios era digno de resolver este problema, que ése el problema de la Humanidad y de la Historia.
Exalta con elocuentísimas frases la labor social de la Iglesia:
La iglesia es admirable para todo; pero lo es principalmente para servir de medianera entre los pobres ricos, por participar de la naturaleza de los unos y los otros: participa de la naturaleza de los pobres, porque no tiene nada suyo y todo por amor de Dios; participa de la naturaleza de los ricos porque los ricos, en otras edades, por amor de Dios se lo dieron todo.
Después, Donoso Cortés, hace esta pregunta: ¿Sabéis lo que es la revolución? Es el último término donde ha llegado el orgullo.
Describe después, con pinceladas magistrales, la marcha de la sociedad contemporánea, arrastrada por el espíritu de la revolución:
El mundo sueña en cierta unidad gigantesca que Dios no ve con buenos ojos, y que este Señor no permitirá, porque se unirá sería el templo del orgullo. Nuestro siglo precisamente peca en todo por ahí. El delirio por la unidad se ha apoderado de todos en todas cosas: unidad de códigos, unidad de modas, unidad de civilización, unidad administrativa, unidad comercial, industrial, literaria y lingüística.
Prosigue describiendo el proceso de esta evolución:
Unidad reprobada, no será ella otra cosa sino la unidad de la confusión. Huye el hijo impaciente del hogar paterno, para lanzarse en la sociedad, que es unidad superior a la familia, deja su aldea el aldeano y se va a la ciudad para trocar la unidad del concejo por la de nación. Los pueblos todos se salen de sus fronteras y se mezclan unos con otros. Tenemos, pues, la Babel de la Biblia.
En tono profético y apocalíptico, termina estas afirmaciones que denuncian a Europa el fin trágico de la revolución en del abismo socialista en que está hundida Europa:
La Babel democrática tendrá la misma suerte que la Babel de los Libros Santos; lo que aconteció entonces acontecerá ahora. Se repetirá el drama de las llanuras de Sennar; antes de que esté acabara la Torre, Dios castigará a las naciones y dispersará a los pueblos.
Contra esa torre de soberbia y confusión que en la obra de la revolución, Donoso Cortés proclama los principios del providencialismo cristiano.
Dios ha hecho la sociedad para el hombre y al hombre para sí. En esa teoría, Dios es principio y fin, alfa y omega de todas las cosas.
Mirando a la humanidad en tono profético jeremíaco, la conmina con estas palabras:
Dios ha dicho al hombre y a todos los hombres: Yo soy el que levanta y abate a las naciones, el que engrandece y aniquila a los pueblos. A mi debn los imperios su grandeza. Y su decadencia es obra mía. En mis manos tengo suspendida la historia, con todas sus mudanzas y vicisitudes.
El pensador español providencialista se engrandece, sublima y adquiere entonación profética y apocalíptica, cuando adentrándose en el mal de la historia percibe en el horizonte los rugidos de la revolución. Entonces parece el profeta Jeremías trasladado al siglo de XIX. Nadie como él ha penetrado tan profundamente en las entrañas de la revolución, y como Dostoyevski intuyó el carácter satánico del ateísmo ruso, así Donoso Cortés ha descubierto en la revolución en sentido escatológico satánico del ángel exterminador; y así como ningún pensador ha penetrado como el escritor ruso los fondos psicológicos del ateísmo contemporáneo y le ha combatido reduciéndole "ad absurdum", del mismo modo, nadie cómo Donoso Cortés ha sabido interpretar las profundas simas de la revolución socialista y comunista. Entonces se conjugan en el marqués de Valdegamas la razón filosófica que analiza la naturaleza y los principios disolventes de la revolución con la intuición histórica, que le convierte en el profeta que describe con entonación patética a los pueblos y a las naciones contemporáneas los nubarrones encrespados de esta revolución que, como heraldos de la justicia divina, lanzan rayos de exterminio para castigar a la humanidad apóstata de los tiempos modernos.
Cuando las sociedades católicas, prevarican y caen, sucede que luego, al punto, el paganismo hace irrupción en ellas y que las ideas, las costumbres, las instituciones y las sociedades mismas tornan a ser paganas. Porque asegura que si las naciones siguen corrompidas en sus sentimientos y pervertidas en sus ideas, por opulentas, grandes y esplendorosas que sean, su poder vendrá al suelo estrepitosamente y serán entregados al exterminio; que nunca han faltado ángeles exterminadores para los pueblos corrompidos.
El marqués Valdegamas ha calado en la sociedad europea de su tiempo y penetra su mirada de profeta y vidente en el siglo XX, donde iban a tener cumplimiento sus vaticinios jeremíacos. Por eso, según Schmitt, las expresiones donosianas son las de un hombre cuya mirada penetra en los abismos de la naturaleza humana y trascienden ampliamente su contenido histórico, empírico e intelectualista.
A los filántropos e ingenuos del liberalismo que soñaban con el progreso y la libertad en el siglo XIX, les denuncia que el socialismo va unido con la revolución y que al final viene no la libertad, sino el despotismo que traerá el comunismo. Esto lo vio Donoso Cortés como ninguno de su época, de aquí las frases ya citadas anteriormente y que son de una importancia capital en nuestros días:
Las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso.
O estas otras que recuerdan el abismo hacia donde aboca la revolución:
El mundo camina con pasos rapidísimos a la constitución de un despotismo, el más gigantesco y desolador de que hay memoria en los hombres. También presenta a la revolución, a la demagogia:
Enemiga irreconciliable del género humano y habiendo venido a las manos con él en la más grande batalla que han visto los hombres y que han presenciado los siglos, el fin de su lucha gigantesca será su propio fin o el fin de los tiempos.
Donoso Cortés recibió con la revolución de 1.848 iluminación más grande de su vida; para él significó en lo psíquico-religioso la conversión integral a Dios, junto con otros detalles y contingencias que atravesaban por su vida, como la muerte de su hermano; y para la sociedad, la presencia en ella de un vidente de la historia que con el fenómeno religioso de su conversión iba a ver centuplicadas sus visiones apocalípticas y proféticas de la historia. Seis siglos antes se realizó este portentoso hecho en la conversión de Raimundo Lulio. Son los embajadores de vez en cuando envía Dios en la historia de los pueblos, como heraldos de su divina Providencia, para anunciar a los mortales su voluntad divina.
Lulio fue el genio de la filosofía española que legó a su patria su auténtica filosofía y el padre de la mística española y que abrió la corriente ecléctica de la auténtica mística racional; sus frutos más excelentes fueron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
Donoso Cortés en el siglo XIX, con la conversión total a Dios, resurgió el escritor, el vidente, el profeta, enviado por la divina Providencia a España y a Europa, para denunciar los malos y las revoluciones que iban a asolar el viejo continente europeo y descreído y apóstata. Si este no reacciona católicamente, ésta era la única solución, la que podía evitar la catástrofe. Es urgentísima una solución radical, a una reacción o la muerte.
La relación religiosa no vino a Europa ni en el mundo en el siglo XIX, ni menos en el XX. Entonces, con Donoso Cortés y Vázquez Mella vendrá la desolación, el exterminio y la muerte. Los vaticinios profético de Donoso Cortés se han realizado. El siglo XX ha presencia de las dos guerras más horribles que han ocurrido en la historia de la humanidad; millones de cadáveres han quedado los campos de batalla, como tributo a la justicia de Dios, ya que han despreciado su infinita misericordia.
¿Será la muerte la desaparición final de Europa, la que augura el vidente de la historia español?
Las sociedades, exclama, no pueden más, y es menester o que la demagogia acabe o que éste acabe con las sociedades humanas.
Vienen después los escalofriantes vaticinios de Donoso Cortés sobre el triunfo de Rusia en Europa; vaticinios que recorrieron los campos europeos y llegaron a las cancillerías, llenando de admiración a los estadistas y filósofos, y en su vertiginoso caminar llegaron hasta los dominios del zar Nicolás I de Rusia, que cerrando entonces ese país a la civilización europea, no podía comprender ni intuir que un día se revolvería el coloso ruso convertido en comunista contra esa civilización occidental, materializada y paganizada.
La intuición donosiana traspasa el siglo XIX y entra en el siglo XX, haciendo una revelación y una interrogante pavorosa que aún está sin contestar.
Puesta la Rusia en medio de la Europa conquistada y prosternada a sus pies, ella misma absorberá por todas sus venas la civilización que ha debido y que la mata.
¿Qué remedio contra esa corrupción universal de la humanidad?
Donoso Cortés, estupefacto, contesta:
No sé cuál será el cauterio que Dios tenga reparado para aquella universal podredumbre.
La visión profética de Donoso Cortés traspasa la historia del siglo XIX y avanza por el XX, presentando en sus afirmaciones una situación tan candente y de tanta actualidad que constituye la gran interrogante de nuestros días.
El vidente español, en tonos proféticos jeremíacos y con estremecimientos apocalípticos exclama:
No; eso no puede ser, y eso no será, sino es que hemos llegado a aquellos pavorosos días apocalípticos, en que un gran imperio anticristiano se extenderá desde el centro hasta los polos de la tierra, en que la Iglesia de Jesucristo padecerá espantosos desmayos, en que se suspenderá por única vez el sacrificio tremendo, y en que, después de inauditas catástrofes, será necesaria la intervención directa de Dios para poner a salvo su Iglesia, para derrotar al soberbio y para despeñar al impío(454).
¿Qué pasará en esta Europa, descreída y apóstata, sujeta a la universal corrupción?
Donoso Cortés le vaticina el cauterio pavoroso del comunismo ruso, pero cuando la barbarie interior y exterior hayan llegado a su mayor grado de corrupción ¿qué tendrá reservada la divina justicia para remedio de tanto mal? La humanidad del siglo XX ha llegado a esta impresionante realidad; Oriente y Occidente están en el último grado de descomposición moral. El Oriente, Rusia, sin reservas doctrinales religiosas y llevando el alma rusa a la emotividad temperamental religiosa hacia el comunismo, ha barrido los sedimentos del pueblo moscovita y ha sembrado por doquier el nihilismo destructor de la revolución. Rusia fue mística con los zares y ahora es nihilista, destructora, con los dictadores comunistas. ¿Qué pasará con esta Europa que se apaga, que se debate en la agonía y en la muerte espiritual?
Donoso veía en su genial intuición universal putrefacción que había de invadir a la humanidad; a vencedores y vencidos; al Oriente y al Occidente; y en este momento trágico vivimos en nuestros días; Donoso se ha adelantado un siglo en la historia; en el espejo de su colosal intuición ha visto a Occidente gangrenado por la corrupción e invadido por el comunismo ruso y éste también cae seducido por la civilización de la decadente Europa en la agonía y muerte espiritual que la civilización técnica, que ha tomado de Europa, le ha producido. Entonces, la visión donosiana se detiene y se pregunta: cuando llegue ese momento; ¿qué pasará en el mundo, en la humanidad?; y ese momento ha llegado; le estamos viviendo. ¿Qué pasará entonces? ¿Qué tiene Dios preparado, se interroga el pensador español, para aquella universal podredumbre? Donoso Cortés se contesta:
La sociedad española se muere, sus extremidades están frías, su corazón lo estará dentro de poco. ¿Y sabéis por qué se muere? Se muere porque está envenenada. Se muere porque la sociedad había sido hecha por Dios para alimentarse con la sustancia católica y médicos empíricos la han dado por alimentos la sustancia racionalista. Se muere porque el error mata y la sociedad está fundada en errores.
Con entonación apocalíptica añade:
Por eso, la catástrofe que ha de venir será la catástrofe por excelencia de la historia. Los individuos pueden salvarse todavía, porque pueden salvarse siempre; pero la sociedad está perdida; porque para mí está visto que no quiere salvarse. No hay salvación para la sociedad, porque no queremos hacer cristianos a nuestros hijos y porque nosotros no somos verdaderos cristianos. No hay salvación ara la sociedad porque el espíritu de vida no lo vivifica todo; la enseñanza, los gobiernos, las instituciones, las leyes y las costumbres.
La visión clara que tenía del comunismo en Europa, le llevó a estas afirmaciones, que señalaban la situación de la sociedad en el siglo XIX y cuyo estado y abocamiento hacia el mal se acentúa en el siglo XX:
El resultado de la tendencia actual será infaliblemente la institución de un poder demagógico, pagano en su constitución y satánico en su grandeza. El advenimiento de ese poder colosal podrá ser retardado por la inconsciencia de los hombres y por la misericordia de Dios; pero si la sociedad no muda el rumbo, su advenimiento en un porvenir no muy lejano, a pesar de los vientos contrarios que hoy reinan en Europa, me parece inevitable.
Al llegar a este punto, vemos levantarse a tres grande filósofos de la historia que tuvo España en los siglos XIX y XX: Balmes, Donoso Cortés y Vázquez Mella; de más alcances intuitivos, Donoso y Mella que Balmes, pero menos filósofos que el pensador catalán, que aparece más equilibrado entre el pesimismo que parece predominar en Donoso Cortés y Vázquez Mella y el optimismo histórico que sale triunfante en Balmes. esto no quiere decir que el marqués de Valdegamas fuese u n pesimista de la historia, con el mismo estilo de los filósofos fatalistas que abundaron ene l siglo XIX, desde Hegel hasta Nietzsche. No, Donoso Cortés es un filósofo providencialista.
La vida, dice, es una expiación; la tierra un valle de lágrimas. De nada sirve rebelarse contra la providencia, contra la razón y contra la historia.
Por eso, si cuando mira a los hombres es pesimista por el profundo conocimiento que tenía de la naturaleza humana; cuando mira a Dios, sale triunfante el optimismo y la visión providencialista que Donoso Cortés tiene de la historia.
Son numerosos los textos en los que Donoso Cortés deja aparecer su providencialismo histórico:
El señorío absoluto de Dios sobre los grandes acontecimientos históricos que él obra y que Él permite, es su prerrogativa incomunicable, como quiera que la Historia es como espejo en el que Dios exteriormente sus designios.
Cuando la inteligencia desaparece del horizonte del mundo, baja del cielo para rejuvenecer a las naciones bajo la forma de una religión divina. Así el espíritu de Dios, marcha delante de los pueblos; su brazo fuerte los detiene en el borde del abismo y en el límite que los separa del caos. La providencia se rebela al hombre en la historia.
Bueno es poner la confianza en la providencia, que ya ha dirigido tan rudos golpes contra la demagogia. En este punto estamos, pues, perfectamente de acuerdo; ignoro cuándo y por qué caminos nos salvará la providencia, pero de ella espero firmemente la salvación, aunque sea a fuerza de milagros.
Y con ferviente providencialismo añade:
Mi método para juzgar claramente las cosas es muy sencillo: elevo los ojos a Dios y en Él veo lo que busco en vano en los acontecimientos, considerados en sí mismo. Éste método es infalible y está al alcance de todo el mundo.
Analizando de nuevo el pesimismo que llevan muchos textos donosianos, se ve que es rebasado en la visión integral que él tiene de la historia por el optimismo de ferviente providencialismo que inunda de esperanzas y disipa los nubarrones trágicos y apocalípticos que la visión genial del pensador español ha hecho de la sociedad y de la marcha de los acontecimientos en los tiempos modernos; entonces el profeta, que con entonación jeremiada ha cantado los excesos de la revolución, se convierte en el gran apologista de la providencia de Dios, que es la que puede salvar al hombre; es la única fuerza que, con la omnipotencia de sus brazo, puede aplicar el cauterio universal que Dios tiene preparado para la universal podredumbre en que han caído los pueblos y naciones, acentuándose este estado general en el siglo xx.
El creyente ha triunfado sobre el vidente, el filósofo de la historia, el profeta, que cuando contempla la marcha de la sociedad, con mirada de filósofo y pensador exclama:
Si me guío sólo por la luz puramente humana, el porvenir se me aparece con los colores más sombríos.
El vidente de la historia, que veía con ojos humanos la marcha destructora de la revolución a través de la sociedad, se transforma en el vidente cristiano, que en un arranque de profundo sentido teológico y místico, emocionado ante la impotencia humana y queriendo descifrar los misterios de la historia , exclama con frases altamente providencialistas:
Elevo los ojos a Dios y en él veo lo que busco en vano en los acontecimientos considerados en sí mismos.
Es el último grito de la esperanza providencialista de Donoso Cortés, que matiza los cuadros históricos, las geniales concepciones en las que analiza y critica como ninguno los sistemas y el espíritu de la revolución, que encontró en Donoso Cortés al adversario más formidable.
Asombra que Europa entera oyó con pasmo y admiración denunciar en tono profético los lúgubres estertores de muerte y exterminio que traía la revolución y no despertarse ante el sonido potentísimo de la trompeta donosiana. Pero Europa no comprendía al vidente, al profeta que vaticinaba su destrucción; no entendió el genio que mejor ha descrito en los tiempos modernos el espíritu de la revolución, y el que la ha dejado al descubierto y ha señalado a Europa derrotada y moribunda el remedio y la única tabla de salvación que tenía en medio del naufragio general de todas sus costumbres, de sus tradiciones, de sus instituciones religiosas, de su cultura y cristianismo. La sociedad aparecía a los ojos del pensador español extraviada y camino de la barbarie, que es el abismo de los pueblos modernos:
A este siglo, dice, sumergido por completo en la materia y que ha entregado su corazón a los deleites sensibles, Dios, dándole lo que le merecen sus obras, le niega la protección del derecho y le hace caer bajo el yugo de la fuerza. Dicen que vamos a la barbarie.
Por eso, maravillado Donoso Cortés ante el misterio del sur humano exclama:
Admirable consonancia de las cosas humanas; entre la razón humana y lo absurdo hay una afinidad secreta, un parentesco estrechísimo; el pecado los ha unido con el vínculo de un indisoluble matrimonio. Lo absurdo triunfa del hombre. El hombre lo acepta cabalmente porque viene desnudo, porque careciendo de derecho no tiene pretensiones; su voluntad lo acepta porque es hijo de su entendimiento, y el entendimiento se complace en él porque es su propio hijo.
En esto aparece el pesimismo de Donoso Cortés que, como muchos hombres geniales, recorrió en su vida los extremos del error y de la verdad; en Donoso Cortés, uno de los extremos de su vida fue el racionalismo, que no le convenció y le dejó vacío en la primera etapa de su vida de intelectual y político; y el tradicionalismo que le entregó con todo el ardor de su conversión a Dios en uno de los momentos más críticos de la Europa del siglo XIX, cuando hizo en Francia la primera revolución que abrió la puerta a las demás convulsiones sociales de este siglo; ante el pavoroso espectáculo de la Europa de entonces, Donoso Cortés se convierte en campeón denodado contra el monstruo de la revolución que inundaba a Europa, hiriéndola de muerte con los zarpazos del comunismo ruso, triunfante en el siglo XX.
El filósofo ruso, Berdiaeff ha investigado las causas de la era crepuscular de Europa, y encuentra esta crisis desde los comienzos del Renacimiento. Entonces en los hombres, cuyos primeros móviles fueron puramente cristianos, por la atmósfera pagana en que vivían, se provocó en ellos el choque violento de los principios cristianos y paganos repercutiendo en todos los órdenes de la vida.
El escritor ruso hace una apología de la Edad Media: En el alma medieval, en el alma cristiana se despertó la voluntad de creación. Este despertar tomó fuerza en los siglos XII y XIII. Se manifiesta por un florecimiento perfumado en santidad, que es la más alta elevación que puede alcanzar el espíritu creador del hombre. Coincide con el auge de la mística y de la escolástica. El Renacimiento medieval inspira el arte gótico y la pintura de los primitivos. El Renacimiento de los primitivos italianos en su Renacimiento cristiano. Santo Domingo, y San Francisco, Joaquín de Flora y Santo Tomás, Dante y Giotto: he aquí el verdadero Renacimiento de la creación humana, y que no está desligado de la antigüedad. Entonces, la ascensión de las fuerzas creadoras del hombre era como la réplica de una revelación humana a la revelación divina. Tal era el humanismo cristiano concebido según el espíritu de San Francisco y Dante.
El nuevo hombre europeo o se nutre de los principios antiguos y medievales o, de los contrario, se vacía y cae. La crisis de Europa fue peligrosísima y terminó siendo fatal. Este es el tema de la historia moderna: el desdoblamiento que trajo el Renacimiento, la ruptura interior del hombre europeo, que fue cristiano, empezó a sentir la herida en su intimidad en lo que había constituido y hecho el fundamento de la civilización de Occidente: el cristianismo. Pero esa crisis que el Renacimiento produjo en ella se fue acentuando y terminó en la protesta, y en la alborada del siglo XVI. Europa amaneció herida de muerte, explotando entonces la revolución religiosa o el protestantismo. De aquí nacieron los males de los tiempos modernos y contemporáneos; ella es la fuente originaria de todas las revoluciones modernas, como han reconocido Balmes y Donoso Cortés.

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