Contexto histórico y social
En el siglo XI, Europa inicia una fase de fuerte desarrollo económico, y en consecuencia, demográfico. El aumento del comercio internacional, la expansión hacia el este alemán, la presencia en Sicilia y en Tierra Santa y el incremento de la roturación de los campos producen el renacimiento de los centro urbanos. Regiones, como el norte de Italia (Lombardía), Flandes y Renania, a causa del avance comercial inician un paulatino movimiento creador de ciudades. Pero principalmente, la costa italiana, el sur de Francia y la costa oriental de España; a los que habría que sumar las rutas fluviales del Rin y del Danubio, serán los ejes centrales de ese desarrollo urbano europeo. El comercio y las peregrinaciones a Santiago, Roma y Jerusalén serán causa del desarrollo de una Europa que no ha dejado de avanzar.
El gran comercio con Oriente desarrolló la industria textil, se acuñó oro y plata como monedas, se utilizó la numeración árabe para facilitar la contabilidad y se creó toda una red de establecimientos comerciales; barrios residenciales y almacenes de mercancías en Tierra Santa, cuya población, italiana, principalmente, necesitará la protección de un servicio de consulados, que iniciará la aparición de la diplomacia y del servicio de inteligencia. La ruta de la seda, que venía de la lejana China, por el Asia central, y la ruta de las especias, que venía por Persia y el Mar Rojo, desembocaban sus productos exóticos en los puertos del levante del próximo oriente, donde los comerciantes venecianos, pisanos y genoveses, rivalizaban por monopolizar el intercambio comercial con nuevo mundo europeo. Aparte, los miles de peregrinos que partían para ganar las gracias espirituales que se ganaban, si se conseguía culminar las difíciles rutas hacia la ciudad de La Pasión. Por barco, principalmente, miles de personas surcaron el Mediterráneo, pagando pasajes, y demandando hospitales, albergues y un mínimo de infraestructura, que los reinos latinos tendrán que proporcionar.
Pero este desarrollo comercial promovido por la dinamización de las rutas comerciales y la amplia movilidad social causada por las peregrinaciones van a generar nuevas sociedades en las ciudades. En los centros urbanos, el comercio produce nuevos sectores sociales, que tienden a emanciparse de los señores laicos y eclesiásticos. Además, estos núcleos sociales, son más abiertos por el comercio y la competencia, que propicia el sentido crítico. La burguesía naciente, por la necesidad de llevar la contabilidad, aprende, aunque sea en lengua romance, a leer y escribir. Aparte, la aparición de las herejías, desde un inicio del cristianismo, había fomentado la dialéctica entre los primeros cristianos y el afán de superación intelectual. En este momento, el nuevo grupo social, muestra unas cualidades cultas y un interés por las ideas, que le llevará también a ser protagonista en las nuevas disputas teológicas. La mayor complejidad de la vida urbana, demanda notarios y juristas que ayuden a validar los documentos de las propiedades y las diferentes transacciones comerciales que se realizan. Incluso, los gobiernos de las ciudades necesitan para su mejor manejo, escribientes y funcionarios que ayuden al gobierno de la ciudad. La sociedad, en definitiva, se va haciendo más compleja y especializada.
Las ciudades tendrán personalidad propia, los comerciantes y artesanos, fortalecidos por su importancia económica y al representar al sector social más importante del casco urbano, irán, de manera progresiva independizándose de los señores. Agrupados en gremios o ghildas, obtendrán fueros que remarcarán su autogobierno y libertades, con respecto a los antiguos señores. La nueva elite patricia, surgida del comercio y las finanzas, será la clase dirigente, que vivirá en lujosas mansiones, fomentará el arte y tendrá tiempo de mejorar el arte de la política. Por encima de ellos sólo estará la autoridad del Papa y del emperador.
Por tanto, aunque en el siglo XI, la cultura es algo de clérigos, únicos preocupados por la preservación de la cultura grecolatina. Para el siglo XIII, la demanda de la sociedad muestra una fuerte presión porque la cultura sea patrimonio de muchos seglares, necesarios para la administración y el comercio.
Antecedentes del renacer cultural europeo
La renovatio imperii producida con la consagración por el Papa León III de Carlomagno como emperador en el 800, es el inicio de Europa, como Cristiandad o Romanidad, la convergencia del mundo romano y germánico, bajo el crisol nutriente del cristianismo. Bajo el nuevo molde carolingio, se experimentará el renacer cultural, que había estado recogido y guardado por la Iglesia. La necesidad de alimentar la administración del nuevo imperio con personas de un alto nivel cultural, llevó al emperador a apoyar la labor del moje anglosajón, Alcuino, quien se dedicó a fundar escuelas palatinas en los monasterios dedicadas al canto, la aritmética y la gramática. Estas escuelas monásticas se adaptaron al trivium (gramática, retórica y dialéctica) y al quadrivium (aritmética, geometría, música y astronomía). El alumno estudiaba en latín, aprendía a recitar y las necesarias técnicas de debatir, ya que desde el siglo IV, habían aparecido herejías que hacían cada vez más necesaria una alta preparación de los eclesiásticos. Durante el siglo XII renació el interés por la teología por la aparición de herejías, como las de los valdenses y dualistas, surgidas por la necesaria reforma de la Iglesia. Aparte, de las escuelas monásticas existentes, surgen en este período con fuerza, las escuelas episcopales y las urbanas, donde aparecerá el goliardo (alumno errante) que elegía a su maestro según gusto.
Todos estos hechos desembocan en un siglo XIII dominado por el ambiente urbano, una sociedad más secularizada y la necesidad de reformar el espíritu a través de nuevas experiencias, como serán el nacimiento de los franciscanos de San Francisco de Asís y de los dominicos de Santo Domingo de Guzmán. Las escuelas urbanas y episcopales se habían mostrado incompetentes para luchar contra las herejías modernas. Había que perfeccionar la teología, como se había hecho con la jurisprudencia.
El nacimiento de la Universidad y del universitario
La necesidad de renovar el saber llevará a maestros y alumnos de la escuela episcopal de París a organizarse de manera independiente del obispo. Para ello, en 1200 consiguieron independizarse de la jurisdicción civil, por gracia del rey Felipe II y de la del obispo en 1215, por el Papa Inocencio III. Esta primera universidad empezó a reunir estudiantes de distintas partes de Europa y estaba protegida por la autoridad del Papa y del monarca francés. La protección del Papa daba independencia a la universidad de la jurisdicción real y de la eclesiástica del lugar. La importancia del alumnado, venía por formar parte del gobierno administrativo de la universidad, que no del académico.
A nivel organizativo, la universidad se dividía en cuatro facultades: Artes, derecho, medicina y teología. Cada facultad tenía un decano, elegido por profesores y alumnos, aunque el decano de Arte, era rector, regía a los decanos de las otras facultades. En la primera facultad se enseñaba el trivium, el quadrivium y la filosofía, sin las cuales no podían ingresar en las otras facultades. Los alumnos estaban agrupados en cuatro naciones (franceses, normandos, ingleses y picardos). La universidad llegaría a tener casi centenar y medio de profesores y más de mil doscientos estudiantes. Aunque un siglo después habría que multiplicar estas cifras por diez. Las lecciones se impartían de manera oral, por lectura y comentario posterior (disputatio), ya que los libros eran carísimos de obtener, por su difícil elaboración y copia posterior. La enseñanza universitaria medieval consistía ante todo en comentarios de textos (llamada lectio) de autores canónicos en su materia tutelados por profesores ayudantes unidos a clases magistrales reservadas al maestro regente.
Además, dos veces al año se organizaban en la Universidad debates llamados disputas quodlibetales en los que un profesor desafiaba a todo el claustro de profesores y estudiantes a plantearle cualquier tema sobre el que disertar, teniendo que hacer frente a continuación a las preguntas de todos aquel que quisiera tomar la palabra. Estos debates duraban a veces más de siete horas y aquél que decidía afrontarlo debía tener una presencia de espíritu poco común y una sabiduría casi universal.
Los exámenes como tales no existían. Bien, en realidad sí existían pero solo había uno al final de los seis años de estudio en Artes al igual que en las tres titulaciones superiores. Era éste un doble examen. Primeramente se realizaba un examen privado (examen privatum). Pero una semana antes de realizarlo, el estudiante era presentado al rector de la Facultad y juraba en su presencia cumplir los estatutos de la Universidad y no tratar de corromper a sus examinadores. Similar ceremonia se realizaba ante el arcediano de la catedral. Cuando finalmente llegaba la mañana del examen, tras oír la misa del Espíritu Santo, el estudiante comparecía ante el claustro de maestros regentes de la Facultad y uno de ellos le daba dos pasajes de un texto para que los comentara, dándole unas horas en privado para que preparara su comentario.
Llegada la tarde el candidato a la licenciatura o doctorado defendía oralmente su comentario ante el claustro de maestros regentes y ante un público numeroso que se solía congregar para la ocasión, ya que esta exposición se celebraba normalmente a las puertas de la catedral, al aire libre. Tras su exposición y tras responder el candidato a las preguntas formuladas por el tribunal, el claustro votaba si era digno del título de licenciado.
Pero el candidato sólo adquiría el título de doctor tras un segundo examen, el examen publicus o doctoratus. Este examen público consistía en la exposición de una lección magistral en un lugar solemne y público. Tras impartir la lección magistral el doctorando debía hacer frente a las críticas a sus tesis de cualquier estudiante allí presente. Si pasaba con éxito esa prueba, el arcediano de la catedral le hacía entrega de las insignias del doctor: la licentia ubique docendi (un documento que le permitiría enseñar en cualquier universidad de la Cristiandad), una cátedra, un anillo de oro, un libro abierto y el birrete doctoral.
Este sistema de doble examen expuesto era el que regía en casi todas las universidades europeas pero en París se le añadía una tercera prueba previa al doble examen: la llamada determinatio baccalariandorum. La determinatio era un debate entre el candidato y un profesor previo al examen privatus que se realizaba en el mes de Diciembre. Si se pasaba con éxito el estudiante se convertía en bachiller, por lo que en París había tres grados: bachiller, licenciado y doctor. La obtención del título de doctor iba siempre acompañada de una fiesta que costeaba el recién doctorado, fiesta que tenía algo de iniciación del antiguo estudiante en el gremio de los profesores y que seguía unos ritos cuidadosamente establecidos.
Universidades y protagonistas
Las universidades se convirtieron en centros del saber, motores de la economía de la ciudad y depositarios de la cultura. El estudio de miles de estudiantes demandó la fundación de bibliotecas universitarias. La copia de las pecias (lecciones del profesor escritas en cuatro pergaminos de piel de ternero) solicitaba una cantidad increíble de escribientes con sus talleres de copitas.
Siguiendo este modelo, aparte de París (Teología) y Bolonia (jurisprudencia), surgirían de la conversión de las antiguas escuelas Oxford (1200), Cambridge (1209), Montepellier (1220), Tolosa (1217), Padua (1222), Orleáns (1229), Salerno (1231), Palencia (1208), Salamanca (1220), Nápoles (1224), Roma (1244), Siena (1247), Plasencia (1248), Perusa (1308), Lisboa (1290), Coimbra (1308), Praga (1348), Cracovia (1364), Viena (1365), Heidelberg (1386), Colonia (1388), Tubingen y Erfurt (1392), Leipzig (1409), Wittenberg (1502), Lovaina (1425) etc...
En torno a las universidades, los miles de estudiantes que estudiaban, se mantenían dando clases a los hijos de familias pudientes o copiaban libros a mano. Para poder vivir, de manera digna, algunos mecenas decidieron fundar colegios que sirviesen de albergue a aquellos jóvenes que vivían a salto de mata. Sería la fundación de los colegios mayores, como el surgido para estudiantes de teología de la universidad de París, La Sorbona (1250), que daría nombre finalmente a toda la universidad. La necesidad de vivir convertirá a los estudiantes en una especie humana comparada con Babilonia, mientras, ellos gastarán su agresividad en cínicos y agresivos sonetos contra las autoridades civiles y religiosas.
En el París universitario surgirán diversos protagonistas, uno de los principales será Pedro Abelardo. Pedro Abelardo fue el primer gran escolástico de París y también el primer gran profesor universitario europeo. Nacido en Bretaña en el año 1079 en el seno de una familia de la pequeña nobleza, Pedro Abelardo se dedicó desde muy joven al estudio. Para Abelardo el debate intelectual era una suerte de justa caballeresca del que siempre había que salir vencedor. Por ello se convirtió en el maestro de la Dialéctica, un talento invencible en los debates filosóficos y teológicos.
Seguro de sí mismo, desafió nada más llegar a París, donde la Universidad aún no existía, al más grande los maestros que allí enseñaban entonces: Guillermo de Champeaux. Tras ser su alumno durante unos meses y estudiarle, lo provoca a un debate público sobre una compleja cuestión de la Lógica aristotélica y lo humilla. Abelardo protagonizará una triste experiencia amorosa y su soberbia será lo único que le llenará durante su vida. No obstante, será el autor del Manuel de Lógica para principiantes (el primer manual universitario de la historia) y la Historia calamitatum mearum (“historia de mis desgracias”).
Otro de los más brillantes vendrá en plena época moderna. Francisco Javier se convertirá en uno de los profesores de mayor arraigo humano, tanto por su inteligencia, como sus demostraciones físicas en los distintos deportes. Un águila que acabará sirviendo fielmente las directrices de un hábil halconero, Ignacio de Loyola.
Forja de saberes
Los monjes benedictinos habían salvado buena parte de la cultura, desde los tiempos de Carlomagno, pero se habían concentrado en las obras literarias antes que en las científicas o filosóficas. Por el contrario, los árabes habían concentrado sus esfuerzos en estas últimas desde que el califa abasí Al Mamun fundara en el siglo IX la Bayt al Hikma (“Casa de la Sabiduría”) en Basora, una escuela de traductores que tradujo al árabe el corpus científico y filosófico grecorromano. En la ciudad de Toledo, el arzobispo franco Raimundo (1125-1151) decidió fundar una Escuela de Traductores cristiana y que bajo su protección recuperó las obras de Aristóteles, que a finales del siglo XII comenzó a desplazar a Platón como el príncipe de los filósofos para los escolásticos.
Pero durante el siglo XIII, las nuevas órdenes regulares habían ingresado en las universidades, aumentando su vitalidad y dando frutos de incomparable calidad. Los franciscanos crearon su propia escuela filosófica, continuadora de la corriente platónico-agustiniana. Dando maestros como San Buenaventura, Ramón Llull, Juan Peckham, Guillermo de la Mare, Juan Duns Scoto y Guillermo de Ockham. Por otro lado, la escuela dominica, defendería el aristotelismo a través de maestros como San Ramón de Peñafort, San Alberto Magno y especialmente Santo Tomás de Aquino, con la Summa theologica. Las divergencias entre ambas corrientes finalizarían con la victoria final del tomismo. No obstante, en Oxford, baluarte del franciscanismo, Rogerio Bacon, utilizaría el método inductivo, y a través de la experiencia directa, creaba la ciencia experimental. Había comenzado el método que se aplicaría a la física y las ciencias naturales. En el siglo XVI, un eclesiástico, Nicolás Copérnico demostraría la teoría heliocéntrica, antiguo estudiante de Bolonia y Ferrara.
Durante el siglo XIV y XV, las universidades se enriquecieron con la fundación de grandes bibliotecas: Oxford (1337), Venecia (1362, Louvre (1364), Londrés (1387), Heidelberg (1386), Vaticano (1450). El avance mercantil y el interés por la cultura permitieron a Juan Gutenberg inventar la imprenta en Maguncia, en 1454. Además, las lenguas vernáculas alcanzan su mayoría de edad. Desde Dante Aligueri, pasando por Francesco Petrarca, hasta Boccaccio, se desarrolla el toscano. Pero en 1321, se confirma el polaco en Cracovia, el inglés es oficial en 1366, y el español ya era oficial en los distintos reinos hispánicos.
En el plan intelectual, Petrarca critica el pensamiento escolástico que domina la cultura filosófica de su tiempo. Es notoria su aversión para el integralismo aristotélico de los filósofos de la Universidad de Padua acerca de la primacía de las verdades racionales y virtudes naturales, a la cual él oponía la doctrina auténticamente tradicional y humanista de la razón iluminada y guiada por la fe. Para el poeta, erudito admirador de Antigüedad clásica latina y griega, la cultura de las universidades de su tiempo tiene una limitación en el logicismo exagerado de la filosofía escolástica, alimentada por un pensamiento aristotélico asociado a unas traducciones latinas que inducían a sospechar una deformación semántica del sentido original del filósofo griego.
En polémica con el interés cientificista y naturalista el aristotelismo, él sostiene que el objetivo central de la reflexión humana debe abarcar la realidad existencial y la problemática espiritual del hombre mismo, su praxis moral y su sentido religioso. Y aquí radica el humanismo de Francesco Petrarca; quien reivindica el magisterio de Platón con el apoyo de la sapientia agustiniana por la cual las enseñanzas de cultura clásica pagana sobre el hombre y la vida se integran en la suprema novedad del cristianismo, reconstituyendo así el ideario unitario del saber, fracturado anteriormente por el aristotelismo, especialmente por la teología escolástica que se había apartado del contacto directo con las Escrituras y la Patrística. Por eso el humanista Petrarca se suma a quien formula la exigencia de un retorno al magisterio de los Padres de Iglesia universal y de las sagradas Escrituras. El agustino Petrarca acepta el platonismo por su mayor cercanía a la suprema verdad del cristianismo, considerando el platonismo como una preparación a Cristo, y en el mismo sentido con el cual los obispos alejandrinos y los demás teólogos de la patrística aceptaban el patrimonio cultural de la antigüedad griego-cristiana.
La clara opción filosófica de Petrarca entonces desarma la tesis de quienes sostienen que su modernidad consistiría en un alejamiento de la Edad Media para aproximarse a una visión laica, urbana e civil, símil a aquella que expresará el humanismo renacentista florentino del siglo XV, cuando distintos intelectuales de entonces pondrán su saber a disposición de la aristocracia económica en el poder porque propiciaba, con la forma republicana de gobierno, la dignidad del hombre y el desarrollo de la cultura
Desde la Revolución hasta la actualidad
La revolución francesa significó el fin de la Iglesia como institución fuerte e independiente. Su persecución y eliminación, supuso la desaparición de todas las instituciones educativas y sociales dependientes de órdenes religiosas, pasando su responsabilidad al Estado. La educación tendría, a partir de ahora, sólo una voz, la del gobierno y existiría una universidad, la napoleónica, de la cual proceden todas las europeas.
En el ambiente hostil del liberalismo, el sobreviviría creando de nuevo instituciones educativas que generasen los cuadros selectos necesarios para reconquistar la sociedad para Dios. La labor importante de la Compañía de Jesús, sería importante en poblar los claustros de universidades de nueva creación como Comillas o Deusto, en España, o la católica de Milán. La Rerum Novarum de León XIII, significó una nueva evangelización de Europa, desde todos los campos, pero con un papel protagonista de las elites católicas surgidas de los nuevos centros educativos. En un mundo tan difícil, todavía la Iglesia mostrará su interés por el campo científico, como el descubrimiento de las leyes genéticas realizadas por el monje agustino Mendel. El catolicismo seguirá teniendo protagonistas en el mundo de la investigación, como el premio Nobel de medicina, Alexis Carrel. No sólo en el mundo de las Humanidades, sino también, en el científico, la mente del cristiano demostraba que era la más apropiada para discernir los avances de la ciencia e impulsarla a nuevas cotas de complejidad