Nunca como hoy
el hombre tuvo tan sencillo acceso a tanta información sobre cualquier
asunto, grave o trivial, próximo o remoto. Jamás hasta nuestros
días la información ha llegado a sus destinatarios de modo tan
sesgado y menos plural, con tanto contenido en ganga propagandística
y tan pocas ideas auténticas. La firma el pasado 29 de octubre en el
Capitolio de Roma del Tratado de la llamada Constitución europea ha liberado
de todo prejuicio a los distribuidores masivos de vulgaridad y demagogia informativas,
decididos nuevamente a orquestar la unánime alabanza popular. Va siendo
hora de alzar la voz para proclamar, como en el cuento de Hans Christian Andersen,
que el rey está desnudo.
• Por más que se oculte, Europa no es una creación de socialdemócratas,
liberales y democristianos. Europa, encarnada en las naciones que la componen,
recibió de ellas la identidad en el plano de los valores y las ideas
durante el periodo altomedieval, hoy acremente denostado por los europeístas
de nuevo cuño.
• Ni la vieja Comunidad Económica ni la actual Unión Europea
pretenden “restaurar” la unidad del continente. Esto es falso, pero
además es imposible porque jamás Europa formó un todo homogéneo,
ni se agrupó políticamente más que de modo parcial y siempre
como consecuencia de campañas bélicas.
• En el siglo XV Europa alcanzó el cenit de su unanimidad, que
no es sinónimo necesario de unidad ni de armonía política.
La convulsión del primer tercio del siglo XVI escindió a los europeos
en dos bandos: los que deseaban transmitir y engrandecer el legado recibido
de su tradición histórica y aquellos otros que consideraron fracasado
y fenecido el sistema europeo de valores y creencias. Los herederos ideológicos
de estos últimos son quienes hoy rigen los destinos continentales.
• La Constitución europea, en su artículo I – 2 propone
como valores propios de la Unión los del liberalismo progresista, que
no son más que los arrolladoramente difundidos por la globalización.
Sólo así puede comprenderse que Turquía –históricamente
enemiga mortal de Europa y los europeos– sea firme candidata al ingreso
en la Unión y Marruecos llame a su puerta paciente pero insistentemente.
• La democracia formal, deidad suprema en el actual panteón europeo,
es por todos venerada aunque muy pocos crean en ella con sinceridad. Por ejemplo:
1. La Constitución no ha sido elaborada por un Parlamento elegido con
mandato constituyente, sino redactada en la frialdad de su gabinete y a espaldas
de los ciudadanos por el siniestro Valery Giscard, célebre usuario de
mandilón y con bien ganada reputación de corrupto.
2. La Comisión y el Consejo mantienen la iniciativa de proponer y aprobar
las leyes comunitarias. El Parlamento Europeo, la única institución
elegida directamente por los ciudadanos, tiene un papel secundario.
3. Las condiciones que la Constitución impone para que los ciudadanos
puedan proponer una Iniciativa Legislativa Popular, la hacen imposible en la
práctica.
4. Refuerza el poder de decisión de las grandes potencias europeas (especialmente
Alemania) en detrimento de los estados más pequeños.
5. Facilita la Europa de las dos velocidades (cooperación reforzada),
al permitir a las grandes potencias europeas desarrollar al margen de los demás
Estados aquellos acuerdos que consideren oportunos.
6. Crea la figura del Ministro de Asuntos Exteriores, fuera del control democrático
y con amplios poderes.
7. Sólo en algunos países la ratificación se someterá
a Referéndum y en la mayoría el resultado no será vinculante.
Italia e Alemania podrían ser los siguientes países que la ratifiquen
por vía parlamentaria. Tienen previsto hacerlo antes de fin de año.
Por su parte, Bélgica se pronunciará a través de su Parlamento
antes de mayo de 2005. También, por vía parlamentaria se ratificará
el Tratado Constitucional en Estonia, Grecia, Chipre, Hungría, Malta,
Finlandia y Suecia, aunque a día de hoy aún no han confirmado
la fecha exacta. España será el primer Estado que celebre un referéndum,
el próximo 20 de febrero. En nuestro país la consulta tendrá
sólo carácter consultivo al igual que en Portugal que lo celebrará
probablemente el 10 de abril de 2005; Luxemburgo, 10 de julio de 2005; Holanda,
primavera de 2005; Francia donde se barajan los meses septiembre y octubre del
próximo año como los más probables para celebrar el referéndum;
y Polonia que lo realizará a finales del 2005. Hasta principios 2006
tendrán que esperar los ciudadanos de Reino Unido y Dinamarca para acudir
a las urnas. Además, en éste último país la consulta
será vinculante como en Irlanda que aún esta pendiente de confirmar
el día de la votación. El último país en celebrar
un referéndum sobre la Constitución Europea será la República
Checa que lo hará en el mes de junio de ese mismo año. Eslovenia,
Eslovaquia y Austria todavía no han decidido cómo ratificarán
el Tratado Constitucional, aunque lo más probable es que lo hagan por
medio de sus Parlamentos.
8. Impide la futura reforma del texto, al exigir la unanimidad.
9. El Parlamento Europeo sólo será informado y no tendrá
capacidad de decisión en materias sociales, laborales y financieras.
Los sucesores y herederos de quienes asestaron el golpe certero y fatal a la
unidad espiritual de Europa, nos proponen hoy como máxima norma y supremo
ideal una democracia que niegan y pervierten en la práctica. ¿Cómo
es posible secundar tamaña falsedad?
Si hemos indicado algunas de las evidencias del notabilísimo déficit
democrático en la Constitución europea, igualmente habremos de
señalar sus carencias en materia laboral y social. Asusta comprobar que
la pretendida “izquierda” europea muestre tan escasa beligerancia
frente a la tropelía que se avecina.
1. Los principios económicos que sanciona y consagra, son los de la derecha
neoliberal: equilibrio presupuestario y prohibición del déficit
público, control monetario, libérrima circulación de capitales
y privatización general de servicios públicos.
2. El Banco Central Europeo permanece, como hasta hoy, al margen del control
parlamentario y tiene como objetivo prioritario la estabilidad monetaria, a
la que se sacrifica la defensa del empleo y de los derechos sociales.
3. No permite la armonización de las legislaciones laborales y sociales.
De esta forma, una vez más, triunfa la igualación por abajo; en
este caso a los derechos sociales de los europeos se les quiere aplicar el rasero
de los países donde su salvaguarda es más endeble.
El Tratado constitucional es deliberada y calculadamente ambiguo en materia
de derechos, y los que formalmente se enumeran en la segunda parte del Tratado
carecen de concreción para continuar la muy liberal tradición
de los “brindis al sol”, al estilo de los derechos al trabajo y
la vivienda que menciona la vigente Constitución española. Así,
por ejemplo:
1. No reconoce el derecho a un puesto de trabajo digno y estable.
2. Impone el criterio de “flexibilidad” en el empleo, eufemismo
con el que todos sabemos que se alude a la precariedad y los contratos basura.
3. Subordina las garantías laborales y el empleo a criterios tales como
la competitividad, la adaptabilidad al cambio económico o el equilibrio
financiero, propios del neoliberalismo más feroz.
Estudiosos y comentaristas han deplorado la tibia y equívoca defensa
de la persona y de la familia. Quede por nuestra parte constancia de la perplejidad
que nos suscita el enunciado de algunos derechos fundamentales.
1. El artículo II – 62, bajo apariencia de fingida defensa del
derecho a la vida y la elegancia, soslaya su más principal vulneración:
el aborto quirúrgico o químico que diariamente asesina a un par
de miles de europeos; diminutos, pero europeos al fin y al cabo.
2. La críptica redacción del artículo II – 69 esconde
el más sólido aval para cualquier aberración, presente
o futura, que se quiera disimular tras el muy noble concepto de “familia”.
3. El artículo II – 74, sancionador del derecho a la educación,
evocará sin duda a los españoles el texto del art. 27 de nuestra
propia Constitución. Así pues, son razonablemente temibles menoscabos
– cuando no atropellos – del libre ejercicio de tal derecho idénticos
a los que ya sufrimos desde hace decenios.
La Unión Europea, esta Unión Europea que hoy padecemos, podría
acaso encontrar justificación estratégica y sustento ético
si en verdad contribuyera a la creación de un mundo equilibrado y multipolar.
No es así. Y no lo es porque no diseña un espacio político
cabalmente europeo, asentado sobre principio y valores europeos. El Tratado
constitucional ha sido redactado con el propósito de consolidar una Europa
alienada, enajenada de sí misma, de su tradición genuina y de
cualquier propósito de supervivencia. La Europa que se nos propone va
a continuar siendo, como hasta la fecha, una pieza más del “One
World”. Una fiel servidora del mundialismo liberal y progresista. Un simple
engranaje del Nuevo Orden Mundial que detesta y combate la religión –
todas las religiones – y la identidad de las naciones. En este Tratado
constitucional, una mención expresa de la tradición cristiana
como informadora de la identidad europea sólo habría podido ser
interpretada como sarcasmo cruel.