Siguiendo a un gran pensador contemporáneo, se debe de aclarar la diferencia entre Europa y Occidente.
Europa sería tan sólo una denominación geográfica si no acogiera en su seno una civilización; y esta civilización, afortunadamente, ha traspasado las fronteras de Europa para instalarse más allá del Atlántico. Una perspectiva tan sólo geográfica del tema supondría un achicamiento por reducción de la tarea en marcha, que ha de tener a la vista el vastísimo espacio extraeuropeo que también forma parte sustancial de Occidente.
Cuando nos enfrentamos a un teórico enunciado de "Europa como problema", podemos contestar afirmativamente, pero añadiendo que es preciso descubrir las causas de ese problema, o más bien, para decirlo con absoluta claridad, de la crisis de Europa. Sólo cuando se diagnostiquen tales causas podemos acometer la tarea de eliminarlas y de reanimar a Europa, maltratada en su carne y en su espíritu, de devolverle su unidad plena, hoy reducida a unidad de sufrimiento.
No se trata de una utopía inalcanzable, ni siquiera tan sólo de un proyecto posible para mañana, porque Europa, no sólo el continente geográfico, que perdura, sino también el contenido espiritual, ha existido históricamente. El Orbis Europaeus Christianus no ha sido una entelequia, sino un hecho comprobado, y la Cristiandad, como fórmula política del cristianismo, su instrumento de acción civilizadora, que extendió su objetivo más allá del continente.
La crisis que afrontamos hoy en sus últimos aletazos es fruto de la ruptura del orden cristiano, de la secularización, de la idolatría laica, de la sustitución de la ley divina y del derecho natural por el derecho positivo, como único derecho de un estado, en el que la voluntad de uno solo -rey absoluto- o la voluntad "mayoritaria" -soberanía popular- o la voluntad del partido -dictadura del proletariado- se convierte en dogma.
Los Estados que nacieron de las guerras de religión, al romper con los principios y valores de la civilización europea, se transformaron en enemigos y levantaron entre las naciones, a cuyo servicio estaban ordenados, fronteras espirituales, más duras que los límites vigilados de su enclave territorial. Fue entonces cuando surgió el nacionalismo heterodoxo y cuando se acuñó la palabra extranjero.
Después el liberalismo y el marxismo se han dado cita en el marco de la nación y han actuado en ella como fuerzas disolventes y agotadoras de su vitalidad. Y es precisamente el agotamiento visible y estremecedor de las naciones lo que mueve, a los que aún conservan el sentido de la responsabilidad histórica, a denunciar el peligro y a movilizarse para superarlo. Pero la reconstrucción de Europa, no puede hacerse mediante un proceso de satelización en torno a la hegemonía de un pueblo, sino a través de un reencuentro de cada nación con aquellas raíces propias y a la vez comunes que les dieron vida. El objetivo primario, en el camino de la unidad de Europa consiste por ello en desembarazarse de lo anti nacional, por opuesto a tales raíces, que las emponzoña y envenena por dentro y, a la vez, suprimir lo que sofoca alrededor, como la hiedra envuelve a la encina, según frase de Ramiro de Maeztu en relación con España .
¿Pero cuáles son las raíces de Europa y, por ello la raíces de las naciones europeas? La cuestión es decisiva, porque si el organismo se corrompe, cuando deja de estar bajo la acción beneficiosa de las causas que le constituyeron, habrá de someterse a su acción, si quiera recobrar su vida.
Porque ni el liberalismo, en su versión laica o confesional, ni el marxismo, en su versión insurgente o fabiana, puede superar la crisis, sino, al contrario, acrecentarla, haciéndola, incluso, insuperable; y ello por la sencilla razón de que uno y otro, lejos de andar en busca de las raíces comunes, y devolver a las naciones, con su reencuentro jubiloso, la vitalidad que necesitan y la unidad que requieren, la rechazan con frivolidad o con desprecio, al romper, en su loca aventura, con la tradición y con la historia.
El gran descubrimiento nacional en el marco europeo se halla en la cultura común, helénica y romana, y en el cristianismo. Los pueblos de Europa han sido helenizados, romanizados y cristianizados. Europa es fruto del injerto religioso-evangélico en la cultura de Grecia y Roma. Por eso, como ocurre en la América hispana, donde una lengua europea y una fe apostólica se encarnan en los pueblos aborígenes, Europa, prolongada, existe. La empresa española consistió en hacer de la Europa asustada ante el Atlántico la Europa navegante de las carabelas.
Pues bien, la cultura helenística-romana y el cristianismo sufren los ataques más violentos de la historia. Su marginación, por olvido deseado o por destrucción sistemática, equivalen a un rapto de Europa, un rapto ciertamente distinto del rapto mitológico del poeta de Siracusa, pero rapto en el que se han conjugado la violencia brutal del secuestro físco (en la Europa del Este), y la enajenación de la mente. Europa ha sido acorralada por la descristianización, la laxitud moral, la confusión ideológica, el ataque al honor y al sentido de patria, el empleo precario, la especulación económica, el acoso terrorista , la perversión sexual y el acoso a la familia conjugados hasta conseguir la pérdida de la identidad colectiva, de tal modo que hoy "Europa entera es un río que clama estrepitosamente preguntándose por el sentido de su curso"
Quizá por ello mismo, por hallarnos en una situación límite, sea la situación presente providencial y única para la acción, para la restauración, para la reconciliación y para la Unión de Europa, y para que Europa, recobrada y restituida, pueda liberarse asimismo de la tutela exterior que ahora, debilitada y desunida, por instinto de conservación demanda o acepta.
Ante una realidad tan dura, no caben posiciones de centro, y hay que optar por la resignación o por la protesta airada y constructiva. Nosotros optamos por la última, porque no aceptamos que Europa, a la que Himly ha llamado la obra más perfecta de la creación, "no sea más que el cadáver del mundo cristiano" (Henri Massis), por que ante una época de lágrimas, de claudicación y de fatiga, no es lícito permanecer quietos, como no es lícito il pianto sul latte versato, como si un fatalismo histórico nos hubiera condenado de modo inexorable al declive de la derrota.
Sí, como dijera un gran pensador, a la invasión de los bárbaros ha sucedido y se añade la invasión de las ideas; si lo que hace posible el declive y la derrota no es tanto el desarme material de Occidente como el desarme moral, producido por la subestimación, desprecio y decadencia de nuestros valores fundamentales, el camino, con el diagnóstico en la mano, se nos ofrece con toda nitidez, como una invitación a recorrerlo, por muchos que sean los obstáculos que pretenden impedirlo.
Para estimular nuestro propósito allí está el legado histórico de la Europa que fue, la Europa de Carlomagno, la Europa de Carlos V, la Europa que se batió por su esencia y su existencia contra Atila en el Danubio, contra los turcos en Viena, en 1529, en Lepanto en 1571, o contra los moros en una cruzada ocho veces secular en España.
Europa asistió como un pueblo al vertebrarse en torno a una misma fe, a recibir el soplo cristiano que le diera cabida y le hizo viable como sujeto histórico. "La vieja Europa, la única que existía históricamente fue cristiana" ha dicho un parlamentario europeo. "Del siglo XII al XVI, Europa, partiendo de la unidad metafísica, vivió en una armonía total" escribió un gran pensador.
Santiago de Compostela en el Finisterre español de Galicia y Monte Casino en el interior de Italia, són los sitos aglutinantes de Europa; aquí con los peregrinos de la ruta jacobea, y allí con la lección magistral de San Benito, padre de Europa, en frase de Pío XII (18-9-1947), patrono de Europa, como le proclamó Pablo VI (24-10-1964).
"La historia de la formación de las naciones europeas corre pareja con su evangelización; la unidad europea -ha dicho el Papa, precisamente junto a la catedral compostelana (9-11-1982, Juan Pablo II)- es incomprensible sin el cristianismo; y en él se hallan las raíces comunes que han hecho madurar la civilización del continente". Por eso, para rehacer la unidad de Europa, se hace necesario devolverle su alma, restituirle plenamente los valores cristianos que necesita para resurgir. "Es la doctrina firme de cristianismo "-señalaba Otto de Hasburgo ("Ideas prácticas de integración europea", en Panorama político de la Europa actual, pág. 23 ) - "la que ha dado nuestra civilización la espiritualidad viril, el sentido de la trascendente y la fe absoluta en la verdad, que la distingue." " de aquí la llamada urgente del Pontífice: ""Yo, sucesor de Pedro en la sede de Roma, una sede que Cristo quiso colocar en Europa, desde Santiago te lanzó, vieja Europa, un grito lleno de amor: vuelve a encontrarte. Se tú misma. Descubre tus orígenes. Da vida a tu raíces. Revive aquellos valores auténticos que te hicieron gloriosa." "
Y esa llamada urgente tuvo una respuesta adelantada en España, ""Europa en miniatura"," como dijo Salvador de Madariaga.
Ahora, cuando se acaba de firmar la adhesión de diez naciones del Este de Europa, liberadas tras la autodestrucción de los regímenes marxistas y la caída del muro de Berlín, y que ha permitido el abrazo de las dos Europas, de la Europa partida en Yalta, Teherán y Helsinki, se quiere dar un impulso al proyecto de reconstrucción de Europa. Un proyecto que no se puede apoyar en los esquemas que ha marcado la Convención dirigida por el masón Giscard, que son en realidad anti históricos y que constituyen una auténtica contradicción en términos.
Las distintas fórmulas en que se quiere basar Europa
Para contruir una nueva Europa tendremos que inquirir que es Europa y cuál es la Europa que queremos. Porque de un hecho evidente, el deseo colectivo de encontrar una fórmula que permita salir a las naciones del continente de su gran crisis, que se manifestó de manera clamorosa con la hecatombe y el desastre de las dos últimas guerras mundiales, no se sigue que esas fórmulas sean coincidentes. Al contrario, no son tan sólo distintas, sino que en algunos casos son contrarias a su objetivo, de tal modo que se ese aplicasen no haría más que conducir la crisis de sus últimas consecuencias, es decir, a la definitiva dimisión histórica continental.
Las fórmulas que ahora proponen los poderes del sistema son principalmente:
Primera fórmula: Concepción mercantil de Europa.
Para aquellos que la mantienen (liberales, conservadores, demócrata cristianos) la crisis de Europa se reduce, en el fondo, a la pérdida de los mercados exteriores y a la invasión de mercaderías extra continentales. Por ello, al contemplar Europa en su conjunto, se produje un desequilibrio muy grave en la balanza de pagos, al endeudamiento con el exterior, a una merma de la actividad empresarial, al desempleo, en términos generales, y, de un modo especial, al paro juvenil.
Ahora bien, si se integran los espacios económicos reducidos que constituyen las diferentes naciones, suprimiendo las aduanas y los impuestos fronterizos y se usa una moneda común, se constituye un espacio económico más amplio, de tal modo que se establece sin limitaciones la libre circulación de capitales y de mercancías, parece claro que, de una parte, el crecimiento del producto continental bruto será más fácil y más rápido y por otra, la competitividad con las industrias norteamericana y japonesa y otras emergentes, será menos dificultosa. La concepción mercantil de Europa "ofrece" así la disminución y la estabilidad de los precios, la absorción del paro, la abundancia, mejores servicios y una más alta calidad de vida; en suma, lo que suele llamarse la sociedad de bienestar.
Segunda fórmula: Concepción política de Europa.
Para aquellos que la mantienen (socialistas sobre todo) La crisis de Europa encontrará solución tan pronto como se logre una estructura política continental a la que se transfiera la soberanía que corresponde a los Estados. Podría discutirse si a esa estructura se llega en un primer envite o es necesario, para facilitar la, el paso gradual por una confederación de carácter provisorio, que podría denominarse Estados Unidos de Europa.
En cualquier caso, lo que se pretende no es otra cosa que la desaparición de las naciones -sujetos colectivos “históricamente anacrónicos” y, por otra parte, levantiscos que, con sus luchas fratricidas no han hecho más que odiarse y destrozarse durante siglos- y hacer de Europa una sola nación de 400 millones habitantes, y de poner al frente de la misma un solo estado que la configure y selle a través de un solo ordenamiento jurídico.
Sólo, se afirma, una Europa-nación, regida por un solo estado, puede comparecer con garantías de supervivencia hegemónica en la era de los continentes que acaba de comenzar.
Tercera fórmula: Concepción militar de Europa.
Para aquellos que la mantienen, la crisis actual de Europa está motivada por el miedo a una nueva conflagración mundial en la que el continente volvería a convertirse en escenario. Europa teme su holocausto en un posible enfrentamiento militar. Si esto es así, la solución a la crisis de Europa radica en que Europa pueda y quiera auto defenderse, disponiendo de un aparato militar que le permita, por un lado, disuadir cualquier propósito de invasión y, por otro liberarse de la hoy por hoy imprescindible ayuda, presencia e intervención norteamericana en el continente. La Unión Europea Occidental (órgano militar europeo), que discurre al margen de la Unión Europea, bastaría para resolver la crisis de Europa, crisis originada tan sólo por la falta de una política común de defensa.
Hemos examinado las fórmulas mercantil, política y militar. La primera sido llamada a la Europa de los mercaderes, la segunda Europa de los ciudadanos y la tercera Europa de los generales.
Se trata de fórmulas que partiendo de un punto razonable, se desorbitan por falta de una base firme en la cosmovisión de quienes los sostienen.
¿Cuál, de acuerdo con los distintos esquemas concurrentes al proyecto, ha de ser la configuración de Europa? Los anteriores, de aplicarse plenamente, han de producir la desfiguración de Europa,
La desfiguración de Europa
La reconstrucción de Europa será un fracaso irreparable si el proyecto a aplicar se preocupa tan sólo de los frutos, ignorando o haciendo caso omiso de las raíces. Sólo la savia y el suelo cuidadosamente atendidos pueden producir aquellos, y producirlos sanos. La marginación de este planteamiento fundamental no conseguiría otra cosa que la apariencia de unos frutos artificiales colgados del ramaje seco. Y unos y otros -los frutos artificiales y el árbol muerto- se vendrían abajo al soplar sobre ellos el primero viento fuerte.
La triple consigna de la unidad monetaria, de la defensa común y de la política exterior unánime, sólo puede ser factible, en la época de los continentes en que nos hallamos, si Europa tiene conciencia y voluntad de serlo; y la conciencia la voluntad son atributos evidentes del espíritu, animador fecundo y constante de la actividad, no sólo de los sujetos individuales, sino de los sujetos colectivos históricos.
Los proyectos que prescinden de la realidad y se obnubilan con las apariencias, se hallan desvitalizados y se inclinan ante los ídolos, es decir, ante los dioses falsos, que les invitan a caer en la tentación:
La tentación del neopaganismo, retroceso hacia la Europa del pasado ancestral, que los inclinaría reverente ante los astros por las fuerzas naturales y volvería a conmemorar religiosamente los solsticios de verano e invierno.
La tentación del materialismo antropocéntrico, que abroga al Decálogo, como norma moral y sustituye su veredicto por la "Libertad de Conciencia" (contraria a la libertad de las conciencias), por los criterios sociales mayoritarios, por la pauta de lo "útil" o "provechoso" o por el dictamen del derecho positivo.
La tentación del liberalismo, que niega la Verdad o la declara inasequible para el hombre, y "busca el consenso", el equilibrio, siempre inestable e inseguro, de las opiniones, en muchos casos antagónicas e irreconciliables por razón de principio.
La tentación del socialismo -se declare o no marxista-, que, aun siendo inconsecuente con sus razones de origen, ha sido el protector y hermano mayor del comunismo, y ahora pretende salvarlo, después de su estrepitoso hundimiento, abriéndole con generosidad las puertas y las ventanas, de lo que ampulosamente se denomina hoy "la casa común de la izquierda".
La tentación "regionalizadora" de los nacionalistas, que desecha las naciones comunidades políticas integrantes del continente y, fragmentándolas, en proceso regresivo, la sustituye por regiones, que desembarazadas del poder de los Estados que la "subyugan", recobraría la "libertad que les fue arrebatada".
La tentación del egoísmo, que encorsetaría Europa dentro de su geografía continental e insular, aislándola de Occidente, es decir, de un ámbito cultural que desborda sus fronteras, como resultado de un quehacer histórico descubridor y civilizador, al que, sin negarse a sí misma, no puede renunciar.
La tentación del pluralismo radical y sin límites, que sacrificaría de identidad de las naciones europeas -que las mismas tienen el derecho y el deber de conservar- a la entrada masiva de una inmigración de cosmovisión opuesta a la cultura que les acoge, y tan numerosa que, rompiendo sus moldes clásicos, lícitos y enriquecedores, y llegado a ser una invasión demoledora, que está creando gravísimas tensiones sociales en algunos países, como Francia y Alemania, y puede ocasionar las también entre nosotros.
Por eso, dada la invalidez de anteriores fórmulas, para asegurar el futuro hemos de dar carácter prioritario al reencuentro espiritual y cultural del continente, que debe llevarnos a la transfiguración de Europa.
La transfiguración de Europa
El único proyecto que enfoca la realidad y no se distorsiona por la apariencia es, sin duda, el que pone su máxima atención en el reencuentro del alma europea. En el alma de Europa está la razón de ser de su unidad, y sólo apelando a esa unidad genesiaca, la diversidad, evidente a todas luces, no se convertirá en dispersión, primero, y en antagonismo beligerante y dramático, después.
Las palabras de Juan Pablo II en Santiago de Compostela, junto al Obradoiro, en el mismo lugar donde terminaban las grandes peregrinaciones medievales, son aleccionadoras: "Vuelve Europa a tus raíces. Sólo así volverás a ser grande y ejemplar."
¿Pero
cuáles son las raíces de Europa; esas raíces que descubre
su alma, que hicieron y pueden proporcionarnos la unidad de pueblos tan diferentes
como el eslavo y latino, el sajón y el germano, el heleno y el vikingo?:
La razón de los griegos,
el derecho de Roma
y el evangelio de Cristo.
Esas son nuestras raíces, las mismas que, incontaminadas, a pesar del
esfuerzo adversario contaminador, han hecho que los países del Este recobren
su libertad, como hicieron que España no perdiera la suya.
A partir de este postulado y de esta exigencia insoslayable, ¿cómo promover el proyecto apasionante de la Europa de las Patrias que se unen? He aquí alguno de los epígrafes imprescindibles.
Formación de una conciencia europea, formación que exige, de cara a las jóvenes generaciones, a las que corresponde la dirección política del futuro, una planificación de la enseñanza a todos los niveles, que permita la coincidencia y convergencia del amor a la patria con el amor a Europa. A tal fin, será necesario resolver con justicia los contenciosos europeos, para que nada provoque o siga alimentando lógicos recelos nacionalistas, que hagan imposible o muy difícil la mencionada convergencia.
Formulación de un ordenamiento jurídico general, que permita un entendimiento más ágil y entre los ciudadanos de las distintas naciones y el tratamiento no discriminatorio de los mismos por parte de los Estados respectivos. En este orden de cosas, un código de comercio y un código civil único de obligaciones y contratos no encontrarían barreras para su elaboración. Por otra parte, un código penal básico en el que se tipifique y castigue con severidad delitos tan graves como los ecológicos, el narcotráfico y el terrorismo, cualquiera que sea el lugar en que se cometan o se juzguen, daría a los europeos, a la vez que una mayor conciencia de unidad, unos marcos esperanzadores de defensa individual y colectiva.
Distinción entre nacionalidad y ciudadanía y fortalecimiento, por consiguiente, de ambas; porque sólo se integra lo que tiene personalidad, y sólo tiene fuerza aquello que descansa en unidades sólidas. Mi nacionalidad española, profundamente sentida, da así pie a mi ciudadanía europea. Aquélla es un presupuesto necesario de la segunda, y la segunda no lesiona y comprende a la primera. La filosofía de la compatibilidad complementaria de lo nacional y de lo europeo se cifra en una visión de las patrias del continente, no como adversarias en perpetua disputa, sino como núcleos de historia, convivencia y destino que, enraizados en el humus cultural de occidente, lo interpretan y viven conforme a su propio talante. Sólo así la última guerra mundial, y trágica para Europa, podría ser la última guerra fratricida del continente.
Rearme moral privado y público, conforme a los mandamientos del Decálogo, sin el que la descomposición ética que corrompe a los individuos y a la sociedad, será incontenible. Solo la contemplación del hombre como ser capaz de ser liberado y liberarse, por su condición trascendente, de las medidas estrechas y caducas del tiempo y del espacio, y la integración de ese destino trascendente en el bien común como objeto de la política, puede clausurar una época aberrante en la que el Dios personal del universo fue sustituido por la diosa razón, la Cruz amorosa del Calvario por la hoz y el martillo o el compás y la escuadra y la supremacía del espíritu sobre la carne, por la exaltación del placer hedonista, de la revolución erótica, que nos asfixia desde los medios informativos y ya no escandaliza en la calle, que ha legalizado el matrimonio de los homosexuales y nos ha traído la plaga tenebrosa del sida y el crimen abominable del aborto.
Voluntad de superación de los niveles de vida discordantes entre las naciones del Norte y del Sur, del este y del oeste, es decir entre las más desarrolladas y menos desarrolladas, económicamente hablando, del continente europeo. Si el liberalismo capitalista, en nombre de la libertad, abrogó la igualdad; si el marxismo colectivista, en nombre de la igualdad, dio cese la libertad, la Europa que encuentre sus raíces hará de la libertad un medio para el logro del bien común, y jamás un fin absoluto que permita destruirlo, y reconociendo la igualdad sustantiva de los hombres y sus derechos fundamentales, rechazará todo igualitarismo antisocial y "contra natura". La libertad y la igualdad verdaderas serán viables únicamente si se entrelazan con la fraternidad, que en el orden económico a que aludíamos debe concentrarse en el rechazo de toda política de imposición hegemónica y medidas necesarias que borren las líneas espinosas que distancian a la Europa de la riqueza de la Europa pobre.
Propósito superador de los efectos residuales del contrapunto este-oeste, que durante lustros ha mantenido separadas y el régimen cautelar y agresivo a las naciones del occidente de Europa de las naciones que fueron entregadas sin piedad a los comunistas. Tal propósito conlleva, naturalmente, un plan en el que se dan cita: la colaboración en el paso paulatino de sus economías subdesarrolladas, fruto del colectivismo, a una economía social de mercado, que evite tanto la escasez como el alza insoportable de los precios y el paro.
Actitud unitaria ante los fenómenos migratorios que tienen como objetivo la Europa occidental: que ello requiere claridad de ideas, que arroje luz sobre un tema controvertido, politizado y confuso, que impide llegar a conclusiones equilibradas y objetivas. Hay que fijarse que se acaba de utilizar dos palabras distintas: una, inmigración, con sus características tradicionales, buena y enriquecedora para el país de origen y el país que acoge, y otra, invasión, que vacía masivamente a las naciones de donde proceden los desplazamientos y causan gravísimos problemas a las naciones de llegada, que afectan incluso su identidad histórica y cultural.
La postura de Europa, de la Europa del oeste, ni puede ni debe cerrarse a la inmigración, ni puede ni debe ceder ante la invasión. Desde tal postura, y ante el fenómeno que no se producía desde hace siglos, y que desborda los parámetros tradicionales, el comportamiento unitario de Europa debería ser el siguiente:
1. En el orden al número de emigrantes, fijación, de cupos que, social y económicamente, puede absorber cada una de las naciones del occidente europeo.
2. Respetados los cupos, adopción unánime de un criterio que de prioridad a la inmigración procedente de las áreas culturales europeas o creadas por Europa a su imagen y semejanza fuera de su propio ámbito territorial, como Hispanoamérica, toda vez que, en tales supuestos, el proceso asimilador es rápido y no de origen ni a "guetos" enquistados, ni a tensiones sociales, ni a problemas serios de convivencia.
3. Política común de inversiones en los países de procedencia migratoria. Si la descolonización apresurada e interesada detuvo las inversiones de las potencias coloniales, empobreciendo la calidad de vida de los tres colonizados, la guerra fría, ha fomentado la de las luchas tribales, le hicieron retroceder a cotas infrahumanas de miseria y de hambre, provocando la subida se masa. Hoy, al disminuir los gastos militares y al cesar las luchas civiles armadas, puede superarse los errores cometidos abril-que, de rechazo, víctima en Europa" creando riqueza y controlando su distribución, en el tercer mundo, a fin de fijar in situ a sus poblaciones y no conturbar el desarrollo pacífico de las naciones de Europa.
Por ello, si logramos la transfiguración de Europa, los puntos que citábamos al principio y que se inspiran en las fórmulas mercantil, política y militar , en lo que tenga de razonables, son susceptibles de contemplación y de asunción, si se enmarcan en la fórmula exacta y se concibe Europa de manera objetiva, examinando a la vez su realidad histórica en el tiempo transcurrido hasta hoy, la causa de la crisis que todos con unanimidad denuncian, y el rebrote de una conciencia de unidad manifestado todavía de un modo incierto y hasta confuso.
Esta fórmula, que considera exacta es la:
Concepción cultural de Europa.
Para quienes nos sumamos a esta fórmula, el punto de partida es la consideración de Europa como cultura. La cultura es el resultado de la encarnación de un determinado espíritu en un material biológico-humano concreto. Ese material biológico-humano estuvo constituido por los pueblos perfectamente diferenciados que habitaban en el continente, de los griegos a los iberos y los celtas, pasando por los eslavos, los latinos y los germanos. Ese material biológico-humano ha constituido después de las que se han llamado cepas nacionales. El espíritu que dio vida, culturalmente hablando, a esa materia biológica se llama al cristianismo, y el cristianismo alumbró Europa, como cultura, con el esquema político de la Cristiandad.
Esa cultura quedó traspasada por el sentido de lo trascendente, sin olvido de la misión genesiaca de dominar la tierra. El deseo de la bienaventuranza no eliminó nunca el deseo del bienestar, aunque en la colisión entre ambos primase la primera sobre la última, el mártir sobre la apóstata, porque de nada sirve ganar el mundo si se pierde la alma.
El misionero y el conquistador, el santo y el héroe, fueron los arquetipos de la cultura europea, en la que el hombre, consciente de su grandeza y de su miseria, se encaró consigo mismo para vivir en el tiempo con la perspectiva de la eternidad, y se encaró con su entorno, no pasivamente, a la manera del "pathos" helénico, sino con el "agere", con la libertad en la Verdad revelada, que es la única que le hace en el tiempo verdaderamente libre.
Europa como cultura entró en crisis cuando fue separándose de su espíritu, como fruto de la tentación consentida, es decir, cuando el hombre europeo comenzó a perder el sentido de lo trascendente y cuando la conquista, evangelización y trasvase de cultura se hizo voluntad impositiva de sujeción explotadora.
La Cristiandad fue sustituida por los Estados con soberanía ilimitada. La razón de estado era suficiente para justificar el quehacer político y toda apelación para un veredicto moral a la ética objetiva del decálogo fue eliminada.
¿Cómo puede extrañarnos que más tarde, en el orden personal, se halle impuesto a la ética subjetiva de situación, que hace de la conciencia no el espejo de la moralidad, sino su fuente creadora ?
La pérdida de la fraternidad entre los pueblos entre los hombres de Europa fue la consecuencia inmediata de la crisis: de la crisis religiosa que provocó el protestantismo, de la crisis política que produjo la revolución francesa de 1789, de la crisis social que puso en marcha la revolución comunista de 1917, de la crisis humana que ha traído la revolución hedonista de nuestro tiempo.
La fraternidad no fue posible ni con el liberalismo, que ha hecho de la libertad libertinaje y ha corrompido las costumbres; ni con el marxismo, que ha hecho de la igualdad esclavitud y miseria; ni con el hedonismo, que, invitando a hacer el amor y no la guerra, destruye la fraternidad convirtiendo al hermano o la hermana en simple objeto de placer.
La crisis de Europa sólo puede superarse, según nuestro punto de vista, con una tarea revolucionaria en la acepción etimológica del vocablo, es decir, "volviendo de nuevo", retornando en búsqueda de su alma perdida, de su raíz, como dijera a Juan Pablo II, en Santiago de Compostela, del cristianismo que le dio vida, pero que deja de dársela cuando, de una manera o de otra, se aparte de él.
A partir del reencuentro vivificante con esa cultura, y en la línea que esa cultura exige, son viables y deseables y posibles la Unión económica Europea, los organismos supranacionales y el dispositivo continental de defensa.
En el reencuentro de esa cultura los indicativos morales evitaran que el mercado sea un pretexto para que la Europa del Norte colonice la Europa del Sur y del Este; que el superestructura política no aniquile sino que fortalezca la identidad histórica, el talante específico de que la nación, el modo diferente de vivir en esa y de esa cultura; que el aparato militar de su defensa no sea una institución mercenaria, sino una escuela en la que, con el manejo de las armas, se enseñe a la juventud los valores de la tradición y de la cultura que hermanaron a las naciones de Europa.
Esa es la concepción de Europa, la que ofrecemos. Pero he aquí también a algo muy concreto muy grave: lo que España puede aportar en este sentido el proyecto de reconstrucción de Europa no será posible si el pueblo español continúa enviando a Estrasburgo a quienes representan, y allí también, las ideologías causantes de la crisis de Europa. En el caso, no sólo no saldremos de esta crisis, sino que la haremos endémica e irresoluble para Europa, pero también para España, incluida en Europa.
El reencuentro de Europa con su cultura demanda con urgencia el reencuentro de España consigo misma, su resuelta voluntad de decir con el coraje que debemos pedir el no a los tratados constitucionales , que con el pretexto de la unidad europea quieren consolidad la explotación laboral de los trabajadores, la injusticia económica, la desnacionalización, el aborto, la homosexualidad, la destrucción de la familia, el racismo, etcétera