IV Centenario del P. Fray José de Sigüenza, O.S.H.
Este
años se conmemora el IV Centenario de la muerte del P. Fray José
de Sigüenza (1544-1606), una de las figuras más relevantes y magníficas
que ha dado la Orden de San Jerónimo a la cultura, a España y
a la Iglesia. Sin duda alguna, es una personalidad egregia de las letras hispanas,
muy singularmente en el campo de la historiografía, pero también
en otras ramas de la literatura y del saber, así como en la espiritualidad.
Para quienes hemos abrazado la vida del claustro, el P. Sigüenza es una
estrella más que contribuye a hacer relucir el precioso firmamento de
la Tradición monástica.
Centenario de un
egregrio monje español. Apología de Menéndez Pelayo.
Con acierto señala
un monje jerónimo de nuestro tiempo, Fray Andrés García
Torralvo, que es “Maestro espiritual de la Orden”, y el P. Fray
Ignacio de Madrid, buen conocedor actual de la Historia de ésta, también
advierte su deuda para con el P. Sigüenza en su formación como jerónimo.
Recuerdo asimismo las idénticas apreciaciones hechas en este sentido
por el P. Fray Antonio de Lugo, figura clave en la segunda restauración
de la Orden en los años 40 del siglo XX. Don Lorenzo Alcina le denominó
“Maestro de espiritualidad contemplativa”, añadiendo así
esta valoración a la que Menéndez Pelayo hiciera de él
como “Maestro de historiadores y, sobre todo, de estilistas españoles”.
A éstos cabría sumar otros múltiples elogios realizados
por diversos personajes de la cultura y de la espiritualidad españolas
hasta nuestros días, que nos llevan a comprender lo justificado que está
el hecho de celebrar este centenario como se merece. Desde aquí nos queremos
incorporar a él, al menos con unas breves líneas, aprovechando
la amplia difusión que alcanza la revista Arbil, tanto en España
como en Hispanoamérica y muchos otros países.
Y por cierto, dado que hemos citado a don Marcelino Menéndez Pelayo,
queremos constatar también desde estas páginas un testimonio de
homenaje, admiración y agradecimiento a él, frente al despropósito
de la actual Directora de la Biblioteca Nacional de Madrid, quien, según
la información ofrecida por la prensa madrileña este año,
pretendía eliminar de la entrada de la institución que dirige
la estatua del egregio historiador y filósofo, representante del espíritu
de la España Católica (que es el motivo, evidentemente, de que
quiera llevar a cabo este acto de salvajismo, si es cierto lo que los periódicos
han dicho). Independientemente ya de sus ideas religiosas y políticas,
don Marcelino fue reconocido en su tiempo y después, absolutamente por
todos, como una figura extraordinaria de la cultura española y universal,
como lo atestiguan el haber sido elegido miembro de número de la Real
Academia Española de la Lengua (1880-81), de la Real Academia de la Historia
(1882), de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas (1889) y
de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (1892), sin olvidar varios
nombramientos en el seno de estas instituciones y en otras, y entre ellos el
de Director de la Biblioteca Nacional (1898), cargo que ejerció con auténtico
espíritu renovador en beneficio de esta entidad.
Mal está, también independientemente de las valoraciones políticas
que sobre su figura puedan hacerse, que un gobierno retire con nocturnidad y
de forma dudosamente legal una estatua de un gobernante ya desaparecido de la
escena española treinta años antes. Revela, entre otras cosas,
incapacidad para asumir la Historia y para valorarla con equidad. Pero aún
es mucho peor que desde una institución de la categoría de la
Biblioteca Nacional se opte por llevar a cabo fechorías semejantes: esto
revela, sin duda alguna, el grado tan ínfimo en que ha venido a caer
la cultura española, o al menos la poca categoría intelectual
y la falta de tolerancia de quienes presumen de ésta al frente de ciertas
entidades culturales de nuestra Patria.
En fin, después de esta digresión, volvamos nuestra mirada de
nuevo al P. Sigüenza, que nos reportará a tiempos mejores para la
religión, para la política y para la cultura en España.
Sobre todo, su figura serena y llena de la paz de Dios nos podrá llenar
de verdadera paz, la que nace de Dios, la que él poseía y en la
que se sintió fuerte en medio de las adversidades que le acecharon. Una
paz, por supuesto, que nos hace mucha falta hoy, porque el falso pacifismo paleoprogresista
heredero de los años 60 ha demostrado beber, más en el fondo,
en la ideología del odio, que no es otra que el marxismo.
La figura del P.
Sigüenza.
Fray José
de Sigüenza nació en 1544 en esta localidad de la actual provincia
de Guadalajara y de la que, como ha sido bastante habitual en la Orden de San
Jerónimo, tomaría el nombre al ingresar en la vida religiosa.
Con apenas doce años de edad ya sabía y dominaba bien Gramática,
Retórica y principios de Filosofía, y pronto manifestó
sus deseos de consagrarse por entero a Dios en el claustro monástico.
Tenía un tío monje en el monasterio jerónimo de Santa María
de El Parral de Segovia y allí intentó ser admitido, pero hubo
de esperar un tiempo, que aprovechó para proseguir sus estudios en la
Universidad, dando muestras también de una notable inclinación
poética y musical.
A los 21 años se alistó en el ejército que se encaminaba
a obligar al turco a levantar el cerco de Malta, pero sus planes se frustraron
y la enfermedad le hizo desistir: fue el medio del que se sirvió la Providencia
divina para que acabase retornando a plantearse de nuevo la vocación
monástica. Fue así admitido, ahora sí, en El Parral, donde
profesó el 17 de junio de 1567. Desde el principio se distinguió
por sus virtudes, tales como una sincera humildad y el deseo de soledad, con
un amor singular por la celda.
Fue enviado a completar los estudios al Colegio de la Orden Jerónima
en San Lorenzo de El Escorial, de tal modo que fue uno de sus primeros pobladores
en 1575. El Colegio, sin embargo, se trasladó al monasterio de Párraces,
en la actual provincia de Segovia, donde brilló por su capacidad intelectual
y la persuasión de su palabra: en efecto, sería siempre reconocido
como un buen orador sacro. Por otro lado, la sólida formación
escolástica que adquirió le hizo valorar altamente el pensamiento
de Santo Tomás de Aquino, del cual se sentiría siempre un fiel
discípulo, hasta el punto de dedicar unos Commentaria en latín
a algunas partes de la Summa Theologiae, que permanecen inéditos. No
hay que perder de vista que el siglo XVI fue en gran medida el del apogeo de
la Segunda Escolástica y el de los grandes comentaristas del Doctor Angélico.
Hacia 1584 fue elegido prior de El Parral, cargo en el que destacó por
su espíritu de observancia y por el impulso cultural que infundió
en la comunidad, además del buen gobierno en los aspectos materiales.
En consecuencia, su fama creció dentro de toda la Orden y varios monasterios
solicitaron que pasase a regirlos como prior, pero consiguió impedir
que estos deseos cuajasen finalmente. Pensando que entre la amplia comunidad
de El Escorial pasaría más desapercibido, se trasladó allí
e hizo en él segunda profesión en mayo de 1590, pero calculó
mal y precisamente atrajo la atención del rey Felipe II. Comenzó
a recibir importantes encargos por parte del monarca, de la comunidad escurialense
y de la Orden, tales como la cátedra de Sagrada Escritura en El Escorial,
el arreglo de la biblioteca (colaborando con Arias Montano), la predicación
frecuente… y desde 1594 la elaboración de la Historia de la Orden
de San Gerónimo, que tanta fama le ha dado y que constaría de
varios volúmenes, publicados en Madrid entre 1600 y 1605; entre ellos,
por su singular interés histórico y artístico, se ha resaltado
siempre la parte referente a la construcción y los primeros pasos del
monasterio de San Lorenzo de El Escorial.
Sin embargo, las envidias humanas levantaron un proceso inquisitorial contra
el P. Sigüenza, del que salió absuelto en 1592 al probarse su inocencia.
En 1603, con el favor de la comunidad jerónima escurialense y la estima
de Felipe II, fue elegido por aquélla para regirla como prior, pero su
humildad le llevó a renunciar al cargo al año siguiente. No obstante,
por disposición regia hubo de presidir el Capítulo General de
la Orden en abril de 1606 y reasumir el oficio de prior de San Lorenzo, por
bien poco tiempo, pues el 22 de mayo entregaba su alma al Señor.
Entre sus obras, cabe destacar también la Vida de San Gerónimo,
Doctor de la Santa Iglesia (1595), que publicó como primera parte de
la Historia de la Orden; la Historia del Rey de Reyes y Señor de Señores
(no publicada hasta 1917, cuando apareció en 3 volúmenes); y el
tratado Instrucción de maestros y escuela de novicios, Arte de perfección
religiosa y monástica (no editado por la imprenta hasta 1712), entre
otros títulos más.
Narrador y testigo
de momentos culminantes de la Historia de España.
El P. Sigüenza
resalta en buena parte como historiador de ciertos momentos culminantes de la
Historia de España, incluso por haber asistido como testigo a algunos
de ellos, principalmente la muerte de Felipe II en San Lorenzo de El Escorial.
Ya con respecto a su padre Carlos I, el historiador jerónimo refiere
su llegada al monasterio de Yuste para retirarse al final de su vida después
de su abdicación: “Entró el Emperador en el monasterio día
de San Blas Obispo y Martyr, tres de febrero de cinquenta y siete [1557], a
las cinco de la tarde, acompañado de todos los criados que desde Flandes
le siguieron, ansí los que estavan despedidos como los que avían
de quedar en su servicio. Llegó en una litera hasta la puerta, allí
le pusieron en una silla. El Convento le salió a recibir en processión
hasta la puerta de la Iglesia; començaron luego a cantar Te Deum laudamus
con muy buena música de religiosos, respondiendo el órgano, y
ansí llegaron hasta la grada del altar mayor. La Iglesia estaba llena
de lumbres y lo mejor adreçada que aquel Convento pudo. Dichas las oraciones
que para semejantes actos tiene la Orden, llegaron los religiosos por sus coros
a besarle la mano.”
Con relación a la construcción del monasterio de El Escorial,
la obra artística que ha inmortalizado para siempre a Felipe II y a la
que dedica el último de los libros de su Historia de la Orden, el historiador
jerónimo dice de ella con acierto que “es de las más bien
entendidas y consideradas que se han visto en muchos siglos y que podemos cotejarla
con las más preciosas de las antiguas […]; la materia y la forma
tan bien avenidas y buscadas para los menesteres y fines, que de cualquiera
otra, o fuera superflua o ambiciosa.” Y también refiere que “aunque
es verdad que él [Felipe II] desde sus primeros años avía
tenido particularíssima devoción a la Orden de San Gerónimo,
no se puede negar sino que averla escogido su padre para acabar el último
tercio de su vida, y estar en ella sepultado, le fue gran despertador para resolverse
del todo en sus intentos. Iuntávase a esto la consideración, que
es sobre todas éstas, y la primera, que las casas de religión
son unas moradas donde siempre, a imitación de las del cielo, se está
sin diferencia de noche y de día haziendo oficio de Ángeles, rindiendo
a Dios el general tributo que todos y más particularmente los Reyes le
deven hazimiento de gracias y loores, donde la fe viva se conserva y fortaleze,
la dotrina sana persevera y aquellas primeras costumbres de la Iglesia se mantienen,
donde con oraciones continuas se ruega por la salud de los Príncipes,
conservación de sus estados, se aplaca la yra divina y mitiga la saña
justamente concebida contra los pecados de los hombres. Poniendo los ojos en
la Orden de San Gerónimo, halló que era una de las que en todo
esto ponía siempre buen cuydado, y assí juzgó sería
obra muy grata a los divinos ojos levantar en ella un insigne convento, donde
pudiesse ver todos estos fines juntos.”
Valores literarios
del P. Sigüenza.
En uno de los dos
grandes volúmenes conmemorativos del VI Centenario de la Orden de San
Jerónimo (1373-1973), Studia Hyeronimiana, don Lorenzo Rubio González
dedicó un extenso e interesante estudio sobre los valores literarios
del P. Sigüenza, que son realmente dignos de destacar.
Desde luego, parece que nadie duda en situarle entre los principales y mejores
prosistas españoles del siglo XVI, especialmente en el campo de la historiografía,
sin olvidar otras facetas como su merecida fama de orador sacro y la prosa didáctica.
Tal apreciación es la que hizo, por ejemplo, el ya mencionado Menéndez
Pelayo, al hablar también de él como “este grande y olvidado
escritor, quizá el más perfecto de los prosistas españoles,
después de Juan Valdés y de Cervantes”. Y Ramón Menéndez
Pidal, por su parte, diría que “escribía con gran esmero,
cosa poco acostumbrada entre sus contemporáneos, así que su lenguaje
es de lo más puro y correcto que hay en castellano; notable por la elegancia,
siempre sobria, que mantiene la alteza de la narración”. Por su
parte, Miguel de Unamuno escribiría en 1920: “Uno de los más
grandes escritores con que cuenta España –y en el respecto de la
lengua, si otros le igualan, no se puede decir que haya quien le supere–
es el P. fray José de Sigüenza”, de cuya Historia de la Orden
de San Jerónimo afirma que está “libre de las pedanterías
estilísticas y lingüísticas del siglo XVII [la publicó
en 1599], y que es una de las obras en que más sereno, más llano,
más comedido y más grave y más castizo discurre nuestro
romance castellano”. En otro texto, el propio Unamuno la califica de “dulcísima
y apacible”, “una maravilla de lengua y, a trechos, de poesía”.
En cuanto a su poesía, hay que lamentar que el desconocimiento de la
obra del P. Sigüenza sea aún mayor que el de su prosa, no obstante
haber sido altamente valorada por parte de quienes se han acercado a ella (casi
toda inédita) y han apreciado su riqueza. Se ha dicho de él que,
de haber nacido en el siglo XVIII, habría ocupado un puesto de primera
fila como poeta; pero en la época en que él vivió, la centuria
del 1500 y primeros años de la siguiente, su figura queda ciertamente
algo eclipsada ante otras de la talla de Fernando de Herrera, Fray Luis de León,
San Juan de la Cruz… Y una vez más, hay que resaltar aquí
la erudición y el juicio acertado de Menéndez Pelayo, que citó
al P. Sigüenza entre los grandes poetas místicos afines de Fray
Luis de León y le estimó digno de ser estudiado en un programa
de Literatura Española, como el que él presentó en 1878
para las oposiciones a la cátedra de Historia Crítica de la Literatura
Española. Por poner un ejemplo, nos parece interesante recordar algunos
versos, como estas tres estrofas pertenecientes a un villancico al Nacimiento
del Niño Jesús (que cuenta en total con nueve estrofas):
“Venga en
ora buena
el buen pastorçico,
que enriqueze la tierra
con su pellico.
Venga en muy buen
ora,
que aunque pobre viene,
en el çielo tiene
quien siempre le adora.
Que aunque agora
mora
en un pesebrico,
enriqueze la tierra,
con su pellico.”
También
cabe recordar el estribillo de otro villancico de Navidad:
“Acallad el Niño, Señora,
porque no sin razón llora.
Arrullad el Niño, arrullalde,
que no se queja de valde.”
Entre sus sonetos,
podemos recoger el siguiente, dedicado al Santísimo Sacramento:
“O, blanco çisne, que el extremo canto
De dura muerte en vida convertiste,
Pelícano almo que del pecho diste
El licor vivo de tu sangre sancto.
Fénix eterno,
que ençendiste tanto
Las llamas del amor en que te ardiste,
Que en ellas se renueva y se reviste
El hombre viejo de inmortal manto.
Qué fuego
ni qué voz, qué pecho puede
Arder, cantar y osar tan alto hecho,
Que al cielo pasa, y allá empina el suelo.
Amor aun a sí
mismo en ti se exçede,
Amor en ti de amor rompe el derecho,
Fénix çisne y pelícano de çielo.”
Conclusión.
Fray José
de Sigüenza es una figura fundamental para la Orden de San Jerónimo
y sin duda también una de las más relevantes en el conjunto de
la Tradición monástica, aun cuando, tristemente, no sea bien conocida
por los monjes de otras Órdenes monacales. No sólo por la doctrina
contenida en sus escritos, sino también por sus acentuadas virtudes cristianas,
merece el reconocimiento general entre los monjes. Si los jerónimos no
cuentan con santos en los altares –fuera de su Padre espiritual San Jerónimo
y de varios personajes de su grupo de discípulos, varones y mujeres–,
ello se debe a la humildad y la sencillez de estos monjes, que no han buscado
tal honor sino simplemente la santidad ante Dios. Pero no les faltan auténticos
ejemplos de santidad, de los que quizá sobresalga Fray Hernando de Talavera,
confesor de Isabel la Católica y primer arzobispo de Granada tras la
culminación de la Reconquista española.
Por otro lado, fuera ya del ámbito monástico, el P. Sigüenza
alcanza un relieve singular como un magnífico escritor en lengua española,
principalmente como prosista y sobre todo en el terreno de la historiografía,
pero también como poeta. Fue además testigo de algunos de los
más notables acontecimientos de la Historia de España y su pluma
recogió otros anteriores y más antiguos, pero con unos trazos
y pinceladas tales que dan la impresión de ser del todo actuales a nuestros
ojos.
Su intención como monje jerónimo fue entregarse a una vida absolutamente
dedicada al servicio de Dios, en el recogimiento y en la oración a la
vez que dando fruto con los dones recibidos de Él. No obstante, el descubrimiento
de éstos mismos por parte de quienes le rodeaban y le conocieron, le
condujeron a que los desarrollase aún más, lo cual nos ha beneficiado
a todos. Comprendía bien el humilde jerónimo, en palabras de él
mismo, que “el fin de la vida monástica es llegarse a unir con
Dios, olvidando todo lo del suelo y cuanto no es eterno”. Y sabía
que su Orden “tiene determinado desde sus principios ser pequeña,
humilde, escondida y recogida, llevar a sus hijos por una senda estrecha, tratando
dentro de sus paredes de la salud de las almas, ocupándose continuamente
en las alabanzas [divinas], recompensa de las ofensas que por otra parte se
hacen [a Dios]”, de tal modo que “el fin de esta religión
[la Orden de San Jerónimo] es la contemplación y las alabanzas
divinas”. Es decir, una vida interior profunda y recogida para el servicio
divino, pero sin olvidar las necesidades de los hombres, a quienes caritativamente
se atiende mediante las obras sociales y la hospitalidad: “toda la Orden
tiene como por ejercicio la hospitalidad, acariciar huéspedes, abrigar
pobres y socorrer necesidades”, mostrando “alegría en el
rostro y caridad en las almas”. Y por ese ejercicio de caridad hacia los
demás, entendió sin duda Fray José que debía poner
sus dones personales al servicio de la Orden, de la Iglesia, de los hombres
y de la España que le vio nacer y morir y a la que fue fiel en la persona
de su gran rey Felipe II.
Que la Virgen Santísima, a la que el P. Sigüenza imaginó
vestida con el hábito blanco y pardo de la Orden de San Jerónimo,
atraiga de nuevo las bendiciones de Dios sobre España y la Hispanidad.
Fray Santiago Cantera
Montenegro, O.S.B. Arbil.org
Nota informativa.
Con motivo de este IV Centenario, la revista editada por los monjes jerónimos
del monasterio de Santa María de El Parral (C.P.: 40003 Segovia), Claustro
Jerónimo, viene dedicando especial atención al P. Sigüenza
en sus números a lo largo del presente año 2006 (la página
“web” de este monasterio es: www3.planalfa.es/msmparral). Por su
parte, la revista de los PP. Agustinos de San Lorenzo de El Escorial, La Ciudad
de Dios, ha dedicado el número 219/1 (enero-abril 2006) como monográfico
de homenaje a él.