Capítulo IV

El Catolicismo es amor

Entre la Iglesia católica y las otras sociedades derramadas por el mundo hay la misma distancia que entre las concepciones naturales y las sobrenaturales, entre las humanas y las divinas.

Para el mundo pagano la sociedad y la ciudad eran una cosa misma. Para el romano la sociedad era Roma; para el ateniense, Atenas. Fuera de Atenas y de Roma no había más que gentes bárbaras e incultas, por su naturaleza agrestes e insociables. El cristianismo reveló al hombre la sociedad humana; y como si esto no fuera bastante, le reveló otra sociedad mucho más grande y excelente, a quien no puso en su inmensidad ni términos ni remates. De ella son ciudadanos los santos que triunfan en el cielo, los justos que padecen en el purgatorio y los cristianos que combaten en la tierra.

Léanse atentamente una por una todas las paginas de la historia; y después de haberlas leído, y después de haberlas meditado todas, se verá con asombro que esa concepción gigantesca viene sola, y que viene sin aviso, sin antecedente ninguno; que viene como una revelación sobrenatural, comunicada al hombre sobrenaturalmente. El mundo la recibió de un golpe, y no la vio venir; como quiera que, cuando la vio, ya era venida. La vio con una sola iluminación y con una simple mirada. ¿Quién, sino Dios, que es amor, podía haber enseñado a los que combaten aquí que están en comunión con los que padecen en el purgatorio y con los que triunfan en el cielo? ¿Quién, sino Dios, pudo unir con amorosa lazada a los muertos y a los vivientes, a los justos, a los santos y a los pecadores? ¿Quién, sino Dios, pudo poner puentes en esos inmensos océanos?

La ley de la unidad y de la variedad, esa ley por excelencia, que es a un mismo tiempo humana y divina, sin la cual nada se explica y con la cual se explica todo, se nos muestra aquí en una de sus más portentosas manifestaciones. La variedad está en el cielo, porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son tres personas; y esa variedad va a perderse, sin confundirse, en la unidad, porque el Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, y Dios es uno. La variedad está en el paraíso, porque Adán y Eva son dos personas diferentes; y esa variedad va a perderse, sin confundirse, en la unidad, porque Adán y Eva son la naturaleza humana, y la naturaleza humana es una. La variedad está en Nuestro Señor Jesucristo, porque en Él concurren, por una parte, la naturaleza divina y por otra, la naturaleza corpórea, y la espiritual en la naturaleza humana; y la naturaleza corpórea y la espiritual y la divina van a perderse, sin confundirse, en Nuestro Señor Jesucristo, que es una sola persona. La variedad, por último, está en la Iglesia que combate en la tierra, y padece en el purgatorio, y triunfa en el cielo, y esa variedad va a perderse, sin confundirse, en Nuestro Señor Jesucristo, cabeza única de la Iglesia universal, el cual, considerado como Hijo único del Padre, es, como el Padre, el símbolo de la variedad de las personas en la unidad de la esencia, así como en calidad de Dios hombre es el símbolo de la variedad de las esencias en la unidad de la persona; siendo considerado a un tiempo mismo como Dios hombre y como Hijo de Dios, el símbolo perfecto de todas las variedades posibles y de la unidad infinita.

Y como quiera que la suprema armonía consiste en que la unidad, de donde toda variedad nace y en la que toda variedad se resuelve, se muestre siempre idéntica a si misma en todas sus manifestaciones, de aquí es que una misma es siempre la ley en virtud de la cual se hace uno todo lo que es vario. La variedad de la Trinidad divina es una por el amor; la variedad humana, compuesta del padre, de la madre y del hijo, se hace una por el amor. La variedad de la naturaleza humana y de la divina se hacen una en Nuestro Señor Jesucristo por la encarnación del Verbo en las entrañas de la Virgen, misterio de amor; la variedad de la Iglesia que combate, de la que padece y de la que triunfa, se hace una en Nuestro Señor Jesucristo por las oraciones de los cristianos que triunfan, las cuales bajan convertidas en benéfico rocío sobre los cristianos que combaten, y por las oraciones de los cristianos que combaten, las cuales bajan como una lluvia fecundísima sobre los cristianos que padecen; y la oración perfecta es el éxtasis del amor. «Dios es caridad; el que está en caridad está en Dios, y Dios en él». Si Dios es caridad, la caridad es la infinita unidad, porque Dios es la unidad infinita si el que está en caridad está en Dios y Dios en él: Dios puede bajar hasta el hombre por la caridad, y el hombre puede remontarse por la caridad hasta Dios; y todo esto sin confundirse; de tal manera que ni Dios hecho hombre pierde su naturaleza divina, ni el hombre hecho Dios pierde su naturaleza humana, siendo el hombre siempre hombre, aunque sea Dios; y Dios siempre Dios, aunque sea hombre; y todo esto por medios exclusivamente sobrenaturales, es decir, por medios exclusivamente divinos.

Las gentes tuvieron noticias de este dogma supremo, como la tuvieron más o menos cabal, más o menos cumplida, de todos los dogmas católicos. En todas las zonas, en todos los tiempos y entre todas las razas humanas, se ha conservado una fe inmortal en una transformación futura, tan radical y soberana, que juntaría en uno para siempre al Creador y su criatura, a la naturaleza humana y a la divina. Ya en la era paradisíaca, el enemigo del género humano habló a nuestros primeros padres de ser dioses. Después de la prevaricación y la caída, los hombres llevaron esta tradición prodigiosa hasta los últimos remates del mundo: no hay erudito que no la encuentre en el fondo de todas las teologías, por poco que ahonde en ellas. La diferencia entre el dogma purísimo conservado en la teología católica y el dogma alterado por las tradiciones humanas está en la manera de llegar a esa transformación suprema y de alcanzar ese fin soberano. El ángel de las tinieblas no engañó a nuestros primeros padres cuando afirmó que llegarían a ser a manera de dioses; el engaño estuvo en ocultarles el camino sobrenatural del amor y en abrirles el camino natural de la desobediencia. El error de las teologías paganas no está en afirmar que la divinidad y la humanidad se juntarán en uno; está en que los paganos vinieron a considerar como cuasi de todo punto idénticas la naturaleza divina y la naturaleza humana, mientras que el catolicismo, considerándolas como esencialmente distintas, va a la unidad por la deificación sobrenatural del hombre. Aquella superstición pagana está patente en los honores deíficos tributados a la tierra en calidad de madre inmortal y fecunda de sus dioses, y a varias de las criaturas, que confundieron con los dioses mismos. Por último, la diferencia entre el panteísmo y el catolicismo no está en que el uno afirme y el otro niegue la deificación del hombre; está en que el panteísmo sostiene que el hombre es Dios por su naturaleza, mientras que el cristianismo afirma que puede llegar a serlo sobrenaturalmente por la gracia; está en que el panteísmo enseña que el hombre, parte del conjunto que es Dios, es absorbido completamente por el conjunto de que forma parte, mientras que el catolicismo enseña que el hombre, aun después de deificado, es decir, después de penetrado por la sustancia divina, conserva todavía la individualidad inviolable de su propia sustancia. El respeto de Dios hacia la individualidad humana, o lo que es lo mismo, hacia la libertad del hombre, que es la que constituye su individualidad absoluta e inviolable, es tal, según el dogma católico, que ha dividido con ella el imperio de todas las sociedades, gobernadas a un mismo tiempo por la libertad del hombre y por el consejo divino.

El amor es fecundísimo de suyo; porque es fecundísimo, engendra todas las cosas varias, sin romper su propia unidad; y porque es amor, resuelve en su unidad, sin confundirlas, todas las cosas varias. El amor es, pues, infinita variedad y unidad infinita: él es la única ley, el precepto sumo, el solo camino, el último fin. El catolicismo es amor, porque Dios es amor: sólo el que ama es católico, y sólo el católico aprende a amar, porque sólo el católico recibe lo que sabe de fuentes sobrenaturales y divinas.

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