ORIGEN DE LOS CUATRO POSTES
"Los
cuatro postes" son sencillas columnas de estilo romano, sobre cuyos capiteles
descansan largas piedras de granito en forma de jambas o cornisas, que en
su parte media ostentan el escudo de armas de la Ciudad, y en la cara superior
llevan una fila de sillares, como si fuera el comienzo de una media naranja,
de la cual no quedan restos. En el centro hay una peana que sostiene una cruz.
La explicación más vulgarizada acerca de la existencia de "los
cuatro postes", es de la que allí se detuvo Santa Teresa, cuando
niña, y acompañada de hermano Rodrigo, emprendió su viaje
a tierra de moros en busca del martirio y donde Santa Teresa se sacudió
el polvo de la zapatilla. Los dos hermanos fueron recogidos por su tío
Francisco y restituidos a la casa paterna.
Sin embargo, la causa de que se levantasen “los cuatro postes”fue
otra:
Mientras las huestes abulenses, en el reinado de Sancho III "el Deseado",
mandadas por los hermanos Sancho y Gómez, alcanzaban gloriosos triunfos,
combatiendo en Andalucía con los ejércitos almohades de Abu-Jacub,
la Ciudad de Ávila era presa de una horrible epidemia, que mermó
considerablemente la población, arrebatando en la flor de la vida a
muchos de sus ilustres y belicosos hijos.
Viendo el Consejo que la peste no cedía, y cada vez eran más
horribles sus estragos, acordó, por votación unánime,
celebrar rogativas públicas implorando la clemencia del cielo, e ir
en penitente romería a la iglesia de San Leonardo, cerca de Narrillos
de San Leonardo, que dista seis kilómetros.
Conocedores los moros, que habitaban las Sierras del Mediodía y Poniente,
que la plaza quedaba sin defensores, cayeron de improviso sobre ella, llevándose
rico botín.
Cuando los romeros volvieron a sus casas, se enteraron de la catástrofe,
todos en masa prorrumpieron en gritos de desesperación y se dispusieron
a la venganza.
Niño Rabia, famoso caballero serrano y Gómez de Acedo, cuya
entereza de carácter era ya proverbial, acaudillaron las masas que
emprendieron la persecución del enemigo, siguiendo el camino del Valle
Amblés.
Bien pronto el desaliento se apoderó de los más débiles
y no bastaron las exhortaciones de los jefes a impedir el regreso a la Ciudad.
Ya habían llegado a la cumbre de un cerro en el término municipal
de Solosancho, ahora llamado Monte de Barba-Acebo, y
Gómez
Acebo, temiendo una nueva decepción, se puso de pie en los estribos y
con potente voz arengó a las tropas, y tomando su barba con la mano,
juró por ella dar alcance a los moros antes que ganasen las alturas y
arrebatarles el botín.
El ejército musulmán fue derrotado: los que no murieron en la
pelea fueron hechos prisioneros y el botín fue rescatado.
Victoriosos y cargados de trofeos y vituallas, tornaron a sus hogares, cuando
se vieron sorprendidos por la noticia de que las puertas de la Ciudad estaban
cerradas. Los cobardes, que habían vuelto la espalda al enemigo al comienzo
de la persecución, en vez de recibir a los guerreros en medio de aclamaciones
y muestras de alborozo, por el señalado servicio que acababan de prestar,
les exigieron, no sólo los bienes de que habían sido despojados
por los moros, sino también la parte que pudiera corresponderles de la
presa cogida al enemigo, sin cuyo requisito previo, estaban dispuestos a defender
con las armas la entrada del ejército en la plaza.
Las cosas no debieron tomar buen aspecto cuando fue necesaria la intervención
de don Sancho, y que el mismo rey dictase la sentencia, en virtud de la cual
se privó a los que estaban dentro de la Ciudad y a sus sucesores de los
títulos nobiliarios y otros privilegios, se les obligó a evacuar
la Ciudad y establecerse en los arrabales. Muchos no quisieron sufrir semejante
afrenta y pasaron al servicio del monarca leonés, que se ocupaba en la
fundación de Ciudad- Rodrigo.
En el interés de la más esclarecida nobleza abulense, estaba trasmitir
a los siglos la memoria de tan notables acontecimientos, y a este fin acordó
el Consejo que en el mismo día de cada año, se organizase una
solemne procesión que saliera en rogativa a la iglesia o ermita de San
Leonardo y refiere la tradición que, siendo bastante larga la distancia
de la Ciudad a la ermita, la procesión tenía que darse algunos
momentos de reposo; y a fin de proporcionar un largo descanso cómodo,
escogieron la cúspide de la primera altura que encontraron en el camino,
para levantar lo que sin duda fue un edificio, cuyo atrio formaban "los
cuatro postes" y que probablemente sostendrían algún templete
o cobertizo, a semejanza de los que solía haber a la entrada de otras
poblaciones, teniendo debajo un rollo señorial, una cruz o una capilla
contigua en la que se daría culto a una imagen de especial predilección
para el vecindario.
Tal es la versión más autorizada acerca de la existencia de "los
cuatro postes", como la refieren sin interrupción las crónicas
abulenses, y que seguramente habría caído en el silencio más
espantoso, si la escritura no se hubiese encargado de perpetuarla, y si Santa
Teresa, con su despedida, no hubiera dado mayor celebridad al monumento.