LA
EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS
El maestro Menéndez y Pelayo nos va a dar con pinceladas magistrales y en profunda visión filosófica-histórica
expone la expulsión de los jesuitas, que tanta repercusión había de tener
no sólo en España, sino en Europa y hasta en América:” Nada queda sin castigo
en este mundo ni el otro, y sobre los pueblos, que ciegamente matan la luz del saber y reniegan de sus
tradiciones científicas, manda Dios tinieblas visibles y palpables de ignorancia.
En un solo día arrojamos de España al Padre Andrés, creador de la historia
literaria; a Hervás y Panduro, padre de la filosofía comparada; al padre Serrano,
elegantísimo poeta latino; a Lampillo, el apologista de nuestra literatura
contra las detracciones de Tiraboschi y Bettinelli; a Nuix, que justificó,
contra las declamaciones del abad Reynal, la conquista española en América;
a Masdeu, que tanta luz derramó sobre las primeras edades de nuestra historia;
a Eximeno, matemático no vulgar e ingenioso autor de un nuevo sistema de estética
musical; al padre Arévalo, luz de nuestra historia eclasiástica y de las obras
de nuestros Santos Padres y poetas cristianos; al padre Pla, uno de los más
antiguos provenzalistas; al padre Isla, cuya popularidad de satírico nunca
marchita; al padre Aponte, maravilloso helenista, restaurador del gusto clásico
en Bolonia, insuperable traductor de Homero; al padre Bou, por quien Herodoto
habló en lengua castellana; a Prat de Saba, bibliógrafo de la compañía y fecundísimo
poeta latino, autor del Pelayo, del Ramiro y del Fernando,
ingeniosos remedos virgilianos; a Diosdado Caballero, que echó las bases para
la historia de la tipografía española, sin que hasta la fecha ni el agustiniano
Méndez hayan tenido sucesores; al padre Gil, vindicador y defensor de las
teorías del Boscowich” ¿Quién podrá execrar la barbarie de los que arrojaron de casa este raudal
de luz, dejándonos para consuelo los pedimentos de Campomanes y las Sociedades Económicas? Tanta economía,
tanto material, era la corriente de lo temporal, con olvido de lo espiritual;
era la cultura de medios que invadía y se había apoderado de Europa
y empezaba a hacer estragos en la España de los Borbones.
Ante este hecho inaudito de la historia de España,
se pregunta Menéndez y Pelayo, ¿y quién duda hoy que la expulsión de los jesuitas
contribuyó a acelerar la pérdida
de las colonias americanas? ¿Qué autoridad moral ni material habían de tener
sobre los indígenas del Paraguay ni de los colonos de Buenos Aires los rapaces
agentes que sustituyeron el evangélico gobierno de los padres, llevando allí
la depredación y la inmoralidad más cínica y desenfrenada? ¿Cómo no habían
de relajarse los vínculos de autoridad, cuando los gobernantes de la metrópoli
daban señal de despojo, mucho más violento en aquellas regiones que en éstas,
y soltaban todos los diques de la codicia de ávidos logreros e incautadores
sin conciencia, a quien la lejanía daba alas y quitaba escrúpulos la propia
miseria? Describe con trazos de un dramatismo impresionante la situación en
que quedaron los países americanos al ser expulsados los jesuitas de España,
que era la metrópoli ?
“Allí
– dice- claro cuán espantoso desorden, en lo civil y en lo eclesiástico,
siguió en la América meridional al extrañamiento de los jesuitas; cuán innumerables
almas debieron de perderse por falta de alimento espiritual, cómo due de ruina
en ruina la instrucción pública,
y de qué manera se disiparon como la espuma, en manos de los encargados del
secuestro, los cuantiosos bienes embargados, y cuán larga serie de fraudes,
concusiones, malversaciones, torpezas y delitos de todo jaez, mezclados con
abandono y ceguedad increíbles
trajeron en breves años de aquel imperio colonial, el primero y más envidiado
del mundo”. “Voy a emprender una la conquista de
los pueblos de misiones (escribía al masón Aranda el gobernador de Buenos Aires, don Francisco
Bucareli) y a sacar de los indios de la esclavitud y de la ignorancia en
que viven”. Las misiones – añade Menéndez y Pelayo – fueron, si no conquistadas,
por lo menos saqueadas, y váyase lo uno por lo otro. En cuanto a la ignorancia,
entonces sí que de veras cayó sobre aquella pobre gente.
No sé
que hemos de hacer con la niñez y juventud de estos países. ¿Quién ha de enseñar
las primeras letras? ¿Quién hará misiones? ¿En dónde se han de formar tantos
clérigos?, dice el obispo de Tucumán, enemigo jurado de los expulsados. “Señor
excelentísimo, añade en otra carta a Aranda: No se puede vivir en estas partes;
no hay maldad que no se piense, y pensada que no se ejecute. En teniendo el
agresor veinte mil pesos, se
burla de todo el mundo”. ¡ Delicioso estado social! ¡ Y lo que esto veían
y esto habían traído, todavía hablaban del insoportable peso del poder
jesuítico en América! Estas expresiones harto indicativas, traídas pro
Menéndez y Pelayo en los Heterodoxos desvelan uno de los secretos más
grandes de la historia de España en la conquista de América, y presentan,
por una parte, a la grandiosa Casa de Austria, conquistando, civilizando,
y cristianizándolo con su guerreros y misioneros, jesuitas, dominicos, franciscanos,
y por otra parte, ofrece, en todo el desorden de su acción turbulenta y demoledora
en tierras de América a la Casa de Borbón, deshaciendo la acción misionera
y salvífica de la Casa de Austria. La una salvó a América y la trajo a la
ley evangélica con sus misioneros, y la otra la destruyó
y en su agonía y decadencia la hizo perder para España y “para siempre”.
Aquí están las dos casas antagónicas que han dividido a la España
del siglo XVI en dos Españas, que en los ascensos y descensos de la
historia siguen luchando y disputándose el alma de España. Cuando la Casa
de Austria triunfó, España fue grande y se convirtió en la primera potencia
militar, religiosa y poderosa del mundo. Cuando la Casa de Borbón Se interpuso
en su camino, España, salida de sí misma y sin rumbo fijo,
empezó su decadencia que ha ido acentuándose del siglo XVIII en adelante.
América, con los guerreros y misioneros,
fue la piedra de toque de la grandeza de la Casa de Austria. América,
huérfana del espíritu misionero y dejada al influjo de las sociedades económicas,
fue despojada de su anterior grandeza que competía con
la “Madre Patria” para convertirse en víctima del primer postor que la comercializó como hicieron otras naciones
con sus colonias. Entonces desapareció de América el espíritu misionero. Esto
aconteció en la Casa de Borbón, que no podrá nunca lavar ante la historia
de España esta gran falta y el desastroso y caótico desorden que introdujo en la
América conquistada y misionada por la Casa de Austria. Por eso con acertada
visión del problema, insiste de nuevo Menéndez y Pelayo: ¿ Y QUIEN DUDA HOY
DE QUE LA EXPULSIÓN DE LOS JESUITAS CONTRIBUYÓ A ACELERAR LA PÉRDIDA DE LAS
COLONIAS AMERICANAS?
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