Así iban a la muerte: Una juventud para la Eternidad

Testimonios de los años de la Guerra de España, 1936-39

A la Virgen del Pueyo.

En una España, una Europa y una época que ofrecen signos evidentes de una crisis de civilización, tales como las constantes rupturas matrimoniales y por el contrario el ensalzamiento del indebidamente llamado “matrimonio” homosexual, la “cultura de la muerte” que patrocina el aborto y la eutanasia, la cultura del “pelotazo”, una “memoria histórica” sectaria y sesgada, la juventud del “botellón”, la pérdida de valores y de ideales, y un largo etcétera, es conveniente recuperar el testimonio magnífico de unas almas generosas que, en lo mejor de sus años jóvenes, supieron dar también lo mejor de sí mismas, hasta entregar sus propias vidas, precisamente por todo aquello de lo que en esta crisis actual de civilización se reniega.

Ante todo, dieron con alegría y plena esperanza sus vidas por Dios, y con ello demostraron que la vida eterna es una realidad; en segundo lugar, dieron sus vidas por España, como muestra de que el patriotismo es una verdadera virtud derivada de la piedad filial; y murieron perdonando de corazón y sin odio, con lo cual dejaron una lección de que sólo la fe cristiana podía alcanzar la necesaria reconciliación entre los españoles.

Muchos fueron asesinados, con juicio o sin él, simplemente por su fe católica, por su amor a Cristo, y murieron así como auténticos mártires. Otros fueron ejecutados más bien por motivos políticos, pero afrontaron la muerte con la misma fe y con la misma actitud de amor de Dios, esperanza en la vida eterna y perdón hacia sus enemigos. Otros cayeron en combate con un verdadero espíritu de cruzados, entregados a la causa que defendían y al mismo tiempo con sincero amor al enemigo. Otros no murieron finalmente a consecuencia de la guerra, pero en el curso de ella mostraron su disposición martirial y encararon con valor sobrenatural la realidad de la muerte.

Traemos a continuación el florilegio de unos pocos testimonios muy elocuentes de algunos escritos dejados por ellos en sus últimos días o en sus últimas horas; escritos que adquieren visos de inmortalidad para las jóvenes generaciones de hoy y que deben ser estímulo y aliciente de imitación para ellas, porque “no vale la pena vivir la vida si no es para quemarla al servicio de una empresa grande”, como recordaba uno de aquellos jóvenes católicos españoles de 1936 recogiendo la cita de un autor espiritual francés.

I. Mártires de la Fe

La II República desencadenó desde los primeros momentos una auténtica persecución religiosa contra el catolicismo, que se hizo evidente cuando, menos de un mes después de la proclamación de la República el 14 de abril de 1931, el 11 de mayo se produjo el asalto e incendio de iglesias y conventos en diversas ciudades de España, sin que la autoridad hiciese realmente nada para impedirlo. A este hecho se unió la legislación del régimen, que ya desde la propia Constitución de 1931 dejaba ver una nítida dirección no sólo anticlerical, sino abiertamente anticatólica en general. Además, el ambiente político se caldeó con proclamas contra la Iglesia en numerosos mítines y publicaciones de las izquierdas, así como en los del Partido Radical (centristas) de Alejandro Lerroux, con quien se coaligó nada menos que la derecha cedista (la C.E.D.A., Confederación Española de Derechas Autónomas, católica) de José María Gil Robles para acceder al gobierno, hasta que los radicales se hundieron casi en la marginación política por sus escándalos de corrupción. En fin, el odio a la fe que acompañó a la Revolución socialista de octubre de 1934 se mostró con toda su violencia sobre todo en Cataluña y mucho más aún en Asturias y el norte minero de Palencia, dando lugar a la “caza del cura y del fraile”, incendios de iglesias, etc.: los primeros mártires de la fe por la persecución religiosa de la II República, varios de ellos ya beatificados y otros incluso canonizados, son de este momento. Y, para terminar, todo estalló con su máximo furor en la Guerra Española de 1936-39 desde su mismo inicio, cuando en la “zona roja” saltó de lleno la espoleta de la persecución religiosa, que ha dado una cifra de alrededor de 7.000 eclesiásticos asesinados simplemente por su fe, amén de otros muchos seglares cuyo número todavía resulta difícil contabilizar.

Nos parece oportuno recoger un juicio imparcial y poco sospechoso acerca de la realidad de aquella persecución religiosa, el de Salvador de Madariaga [1]:

Nadie que tenga a la vez buena fe y buena información puede negar los horrores de la persecución. Que el número de sacerdotes asesinados haya sido de dieciséis mil o mil seiscientos, el tiempo lo dirá. Pero que durante unos meses, y aun años, bastase el mero hecho de ser sacerdote para merecer pena de muerte, ya de los muchos tribunales más o menos irregulares que, como hongos, salían del pueblo, ya de revolucionarios que se erigían a sí mismos en verdugos espontáneos, ya de otras formas de venganza o ejecución popular, es un hecho plenamente confirmado. Como lo es, también, el que no hubiera culto católico, de un modo general, hasta terminada la guerra y que, aun como casos excepcionales y especiales, sólo ya casi terminada la guerra hubiese alguno que otro. Como lo es, también, que iglesias y catedrales sirvieran de almacenes, mercados y hasta, en algunos casos, de vías públicas incluso para vehículos de tracción animal.

Propiamente, para que pueda haber declaración de martirio como tal se requiere:

-que la víctima sea cristiana;
-que muera in odium fidei;
-que acepte las torturas y la muerte por amor a Dios y fidelidad a Cristo, virtudes que se manifiestan además en el perdón a los asesinos y en la oración por ellos a imitación de Cristo en la Cruz.

Todos estos rasgos se dan en los que aquí catalogamos como “mártires de la fe”. Algunos están ya beatificados y otros se encuentran en proceso de beatificación o es posible su apertura. Veamos una serie de testimonios bien impactantes.

Estudiantes y Sacerdotes Claretianos en Barbastro

El martirio de 51 claretianos, casi todos jóvenes, en Barbastro (Huesca) entre los días 2 y 15 de agosto de 1936, es una de las páginas más impresionantes del Martirologio español, no sólo de la persecución desatada por la II República y el Frente Popular, sino de toda la Historia de la Iglesia en nuestra Patria. Su testimonio de amor a Cristo y a España, de decisión absoluta, de alegría al encarar la muerte, de conciencia de que marchaban a la gloria eterna, de perdón sincero y profundo a sus verdugos, es realmente estremecedor, como lo son algunos textos que ellos mismos dejaron. Recogemos aquí algunos.

a) Beato Luis Masferrer Vila (San Vicente de Torrelló, Gerona, 9.VII.1912 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)

Ya en 1931, en Solsona, el joven claretiano catalán Luis Masferrer, entonces estudiante de Filosofía, reflejaba el ambiente martirial que entre ellos se vivía y que iba preparando la gesta de 1936. En efecto, menos de un mes después de la proclamación de la II República (14 de abril de 1931), las izquierdas más radicales y violentas procedieron a la quema de numerosos conventos e iglesias en Madrid y varias ciudades españolas, con el práctico consentimiento de las nuevas autoridades públicas (11 de mayo). Era evidente, por lo tanto, que la persecución religiosa se iba a producir, más aún cuando la propia Constitución del nuevo régimen la alentaba en gran medida y ella misma la llevaba a cabo en puntos muy notorios.

Recogemos ahora parte de la carta escrita por el mencionado estudiante claretiano a su primo, el P. José Vila, igualmente religioso cordimariano, el 25 de junio de 1931. Refleja en gran parte la amenaza de ser disueltas las congregaciones y comunidades religiosas y de ser obligados sus miembros a adoptar la vida seglar. Unos años después, y ya ordenado sacerdote, el 15 de agosto de 1936, fue asesinado en Barbastro (Huesca), así como otros 50 claretianos más, y ha sido beatificado ya junto con ellos. Ante la oferta hecha de elegir: “¿A dónde queréis ir: al frente a luchar contra el fascismo, o a ser fusilados?”; respondieron con claridad: “Preferimos morir por Dios y por España”, y casi a continuación añadieron: “Os perdonamos con toda nuestra alma. Cuando estemos en el cielo, pediremos por vosotros”. Fueron a la muerte cantando, rezando y dando vivas a Cristo Rey, al Corazón de María, a la Asunción y al Papa. Leamos ahora el extracto de la carta mencionada de 1931 [2].

Yo, por mi parte, estoy resignado; lo cual no quiere decir, de ningún modo, que no sienta que la separación entre los que se aman siempre es dolorosa, y lo es más en tiempo de tribulación y persecución. ¿Qué será de nosotros? Su R. [Reverencia] se va a Méjico, Patria de muchos mártires, en donde no ha acabado aún la persecución religiosa, y su servidor me quedo en España; España que no es ya España sino Rusia.
¿Qué será de nosotros? La Ssma. Virgen nos protegerá como hijos suyos que somos y no permitirá que seamos vencidos en la pelea. Nos podrán dispersar, nos podrán hacer volver al siglo [la vida seglar], nos podrán maltratar y perseguir, para quitarnos el santo temor de Dios, salvaguarda de nuestras almas, y el amor a nuestra Madre que es la que guarda en nuestro corazón el temor de Dios; pero su fin no lo conseguirán; nos podrán matar, fusilar, descuartizar si quieren, pero su innoble fin no lo han de alcanzar.
Nuestra muerte será el noble trofeo de nuestra victoria, y nuestra sangre ardorosa vertida a nuestro lado, pregonará a todos los vientos la derrota completa de nuestros enemigos.
Yo, por mi parte, he determinado y prometido llevar siempre y en cualquier parte sobre mi pecho la consagración de mí mismo a mi dulce Madre, firmada con mi sangre, y no permitiré que nadie me la quite.
Ahora, a Dios gracias, estamos todos muy animados y resueltos a ser fieles; pero si viene la dispersión, ¿quién sabe lo que sucederá?

b) Beato José Brengaret Pujol (San Jordi Desvalls, Gerona, 18.1913 – Barbastro, Huesca, 13.VIII.1936)

Los mártires claretianos de Barbastro, a falta de papel, escribieron por lo general sus últimos textos en sus breviarios y devocionarios, en hojas de libreta, en envoltorios de chocolate, en los tablones de un escenario donde estaban presos, en las escaleras y hasta en las paredes. Del joven cordimariano catalán José Brengaret nos ha quedado lo siguiente, redactado posiblemente la víspera de su asesinato [3]:

J.H.S. ¡Viva Cristo Rey! Si Dios quiere mi vida, gustoso se la doy. Por la Congregación y por España. Muero tranquilo, después de haber recibido todos los Santos Sacramentos. Muero inocente; no pertenezco a ningún partido político; lo tenemos prohibido por nuestras Constituciones; acatamos todo poder legítimamente constituido. Pido perdón a todos, delante de Dios y de mi conciencia, de todos los agravios y ofensas. Perdono a todos mis enemigos. Me despido de mi padre y de mis hermanos. Si Dios es servido de llevarme al cielo, allí encontraré a mi madre. José Brengaret, C.M.F.

c) Beato Salvador Pigem Serra (Vilobí d’Onyar, Gerona, 15.XII.1912 – Barbastro, Huesca, 13.VIII.1936).

Cundo en marzo de 1952 se procedió al reconocimiento del cuerpo de los mártires con motivo de su traslado a la iglesia del Corazón de María de Barbastro, se encontró pegado un trozo calendario en el bolsillo apergaminado de la sotana del hoy ya Beato Salvador Pigem, en el que había escrito el siguiente texto [4]:

Nos matan por odio a la Religión. Domine, dimitte illis! [Señor, perdónales]. En casa no hicimos ninguna resistencia. La conducta en la cárcel, irreprochable. ¡Viva el Corazón Inmaculado de María! Nos fusilan únicamente por ser Religiosos. No ploreu per mi. Sóc mártir de Jesucrist [No lloréis por mí. Soy mártir de Jesucristo]. Salvador Pigem, C.M.F.

Y en un papelito pegado al extremo del calendario dejó también unas palabras en catalán para su madre, que traducimos aquí:

Mamá, no llores, Jesús me pide la sangre; por su amor la derramaré: seré mártir, voy al cielo. Allá os espero. Salvador. 12-VIII-1936.

d) Beato José Figuero Beltrán (Gumiel de Mercado, Burgos, 14.VIII.1911 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936).

El Beato José Figuero escribió una carta serena a su casa, en la que exponía la situación de terror y de persecución religiosa que se vivía en Barbastro y con qué entereza cristiana afrontaba su próximo martirio [5]:

J.M.J. Barbastro, 13-VIII-1936.
Mis queridísimos padres y hermanos:
Desde la prisión, donde me hallo desde el día 20 de julio, con otros 49 compañeros, les dirijo las presentes líneas que serán las últimas de mi vida. Pronto voy a ser mártir de Jesucristo. No lloren mi muerte, pues morir por Jesucristo es vivir eternamente.
Mi vida la ofrezco, como es natural, por Vds. y por toda la familia, a fin de que llegue el día venturoso en que podamos vernos todos reunidos en el Cielo. También la ofrezco por la salvación de mi patria la desventurada España y por la salvación de las almas de todo el mundo. En el Cielo espero encontrar a Alfonso y en el Cielo rogaré por ustedes, para que se salven. Qué felicidad la nuestra, mis queridos padres, si después de un número más o menos largo de años nos encontramos juntos en el Cielo. Yo, en unos instantes, ruego al Señor les dé a Vds. fortaleza para sobrellevar tan rudo golpe.
Aquí han fusilado al Obispo, a todo el Cabildo Catedralicio, a muchos sacerdotes de la ciudad y de los pueblos circunvecinos, y a muchos paisanos. Al escribir estas líneas, 13 de agosto, han sucumbido ya unos 30 compañeros nuestros y mañana, día de mi cumpleaños, espero ir derecho al Cielo.
Adiós, mis queridos padres, amados hermanos y recordadísima familia. Adiós, hasta el Cielo. Allí rogaré por Vds.
Nunca como ahora les ama su hijo que muere sereno y tranquilo porque muere por Jesucristo.
José, C.M.F.

e) Beato Eduardo Ripio Diego (Játiva, Valencia, 6.I.1912 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)

Este beato cordimariano valenciano dejó unas notas breves, pero llenas de significado por el sentido de inmolación y de perdón que en ellas se observa [6]:

¡Viva Cristo Rey! ¡Viva el Corazón de María! ¡Viva la Iglesia Católica! ¡Señor! Perdono de todo mi corazón a todos mis enemigos y os pido que mi sangre, que sólo por vuestro amor he derramado, lave tantos pecados como se han cometido en esta Barbastro mártir. Eduardo Ripoll, C.M.F.

f) Beato Ramón Illa Salvía (Bellvís, Lérida, 12.II.1914 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)

Éste es otro joven claretiano catalán que nos ha dejado un testimonio precioso: una carta martirial a su familia [7].

Queridísima madre, carísima abuela, recordados hermanos, P. Faustino, Jovita, Pablo y Rosa (y demás) tíos y tías en el Señor:
Con la más grande alegría del alma escribo a ustedes, pues el Señor sabe que no miento: no me cansaría y (lo digo ante el cielo y la tierra) les comunico con unas líneas que escribo que el Señor se digna poner en mis manos la palma del martirio; y en ellas envío un ruego por todo testamento; que al recibir estas líneas canten al Señor por el don tan grande y señalado como el Martirio que el Señor se digna concederme.
Llevamos en la cárcel desde el día 20 de julio. Estamos toda la comunidad: 60 individuos justos; hace ocho días fusilaron ya al Rvdo. P. Superior y a otros Padres. Felices ellos y los que les seguiremos; yo no cambiaría la cárcel por el don de hacer milagros, ni el martirio por el apostolado, que era la ilusión de mi vida.
Voy a ser fusilado por ser religioso y miembro del clero, o sea, por seguir las doctrinas de la Iglesia Católica Romana. Gracias sean dadas al Padre por Nuestro Señor Jesucristo, Hijo suyo, que con el mismo Padre y Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.

Ramón Illa, Misionero del Corazón de María, Clérigo lector. Barbastro, 10-VIII-1936.

g) Beato Luis Escalé Binefa (Fondarella, Lérida, 18.IX.1912 – Barbastro, Huesca, 15.VIII.1936)

El joven Luis Escalé dejó escrito lo siguiente para sus padres en un pañuelo [8]:

Lérida. Sr. D. José A. Escalé. Por Mollerusa. Fondarella.
Después de 22 días les dirijo estas líneas como recuerdo y como despedida. Las ejecuciones han comenzado ya. Esperamos que de un momento a otro nos llegará también. Cuando os notifiquen mi muerte, estad tranquilos porque tenéis un hijo mártir. Hasta el cielo. Adiós. Su hijo intercederá por todos. Luis Escalé, C.M.F.

h) Carta colectiva de despedida de la Congregación.

A falta de otro papel, 40 religiosos claretianos escribieron el 12 de agosto de 1936 una hermosa carta colectiva de despedida, expresando su perdón a los verdugos, su amor a los obreros, a la Iglesia, a la Congregación y a sus familias, y firmada por cada uno de ellos con emocionantes ¡vivas! [9]

Agosto, 12 de 1936. En Barbastro.
Seis de nuestros compañeros ya son mártires; pronto esperamos serlo nosotros también; pero antes queremos hacer constar que morimos perdonando a los que nos quitan la vida y ofreciéndola por la ordenación cristiana del mundo obrero, por el reinado definitivo de la Iglesia católica, por nuestra querida Congregación y por nuestras queridas familias. ¡La ofrenda última a la Congregación, de sus hijos mártires!

¡Viva Cristo Rey!
¡Viva la Congregación mártir!
Faustino Pérez, C.M.F.

¡Viva España católica!
José Mª Ormo, C.M.F.

¡Viva el reinado social de
Jesucristo obrero!
T. Capdevila Miró, C.M.F.

¡Viva la Pilarica,
Patrona de mi tierra!
J. Sánchez Munárriz, C.M.F.

¡Viva el Corazón de María!
Rafael Briega, C.M.F.

¡Viva Jesucristo Redentor!
¡Viva el Corazón de María
José Brengaret Pujol, C.M.F.

¡Viva el Corazón de María!
Juan Codinachs, C.M.F.

Por Dios, luchar hasta morir.
Miguel Massip, C.M.F.

¡Viva el Beato P. Claret!
Alfonso Sorribes, C.M.F.

Gracias y gloria a Dios
por todas las cosas
Ramón Illa, C.M.F.

¡Vivan los mártires!
Luis Escalé, C.M.F.

Mi sangre, Jesús mío,
por Dios y por las almas.
Antolín Mª Calvo, C.M.F.

¡Viva el obrerismo católico!
José M. Ros, C.M.F.

¡Viva el Ido. [Inmaculado] Corazón de María!
Esteban Casadevall, C.M.F.

¡Viva la religión católica!
Manuel Martínez , C.M.F.

¡Viva el Corazón de Jesús!
José Mª Amorós, C.M.F.

¡Viva Jesucristo Rey!
Manuel Torras, C.M.F.

¡Viva Cataluña católica!
Fco. Mª Roura, C.M.F.

¡Viva Cristo Rey!
Eusebio Codina, C.M.F.

¡Viva el Ido. Corazón de María!
Hilario Mª Llorente, C.M.F.

Perdono a mis enemigos
José Figuero, C.M.F.

¡Viva el Ido. Corazón de María!
Sebastián Riera, C.M.F.

Domine, dimitte illis
[Señor, perdónales]
Agustín Viela, C.M.F.

Offero libenter Deum sanguinem innocentem pro Ecclesia et Congregatione
[Ofrezco libremente a Dios mi sangre por la Iglesia y la Congregación]
Johannes Echarri, C.M.F.

¡Vivan Cristo Rey y el Corazón de María!
Eduardo Ripio, C.M.F.

¡Quiero pasar mi cielo haciendo bien a los obreros!
R. Novich Rubionet, C.M.F.

¡Viva Barbastro católico!
Manuel Buil, C.M.F.

¡Viva Dios! Nunca pensé ser digno de gracia tan singular.
Francisco Castán, C.M.F.

Ofrezco mi sangre por la salvación de las almas.
Javier Luis Bandrés, C.M.F.

¡Vivan los Sagrados Corazones de Jesús y de María!
Pedro García Bernal, C.M.F.

¡Viva el P. Claret, Apóstol y obrero!
Luis Lladó, C.M.F.

¿Y qué ideal? Por ti, mi Reina, la sangre dar.
Salvador Pigem, C.M.F.

Venga a nos el tu reino.
T. Ruiz de Larrinaga, C.M.F.

¡Viva la Congregación!
Alfonso Miquel, C.M.F.

¡Vivan los sagrados corazones de Jesús y de María!
Juan Baixeras, C.M.F.

¡Viva el C. de María, mi madre, y Cristo Rey, mi redentor!
Luis Masferrer, C.M.F.

¡Señor, hágase en todo tu divina voluntad!
Antonio Mª Dalmau, C.M.F.

¡Viva el Papa y la Acción Católica! Secundino Mª Ortega, C.M.F.

¡¡Muero por la Congregación y por las almas!!
José Mª Blasco, C.M.F.

¡Vivan los sagrados corazones de Jesús y de María!
José Mª Badía, C.M.F.

¡Viva la Congregación santa, perseguida y Mártir! Vive inmortal, Congregación querida, y mientras tengas en las cárceles hijos como los que tienes en Barbastro, no dudes que tus destinos son eternos. ¡Quisiera haber luchado entre tus filas! ¡Bendito sea Dios!
Faustino Pérez, C.M.F.

Un Monje Benedictino de 21 años: Aurelio Boix Cosials

(Pueyo de Marguillén, Huesca, 2.IX.1914 – Barbastro, 28.VIII.1936)

Joven de un rostro sereno que llama la atención, vistió el hábito benedictino en el monasterio entonces existente de Nuestra Señora de El Pueyo, junto a Barbastro, el 12 de octubre de 1929; profesó sus votos temporales el 15 de octubre de 1930 y los solemnes el 11 de julio de 1936. Estudió en el Pontificio Ateneo de San Anselmo que la Orden de San Benito tiene en Roma. Junto con otros 17 monjes de su comunidad de El Pueyo, fue apresado por los milicianos frentepopulistas y asesinado. Igual que sus compañeros, perdonó a los verdugos y marchó hacia la muerte con el grito de “¡Viva Cristo Rey!” en los labios.

Magnífico es el testimonio martirial del prior del monasterio, otro joven de 33 años, Dom Mauro Palazuelos Maruri, quien pidió despedirse de su Madre y lo hizo con el canto de la Salve, dirigido a la Virgen María. El proceso sobre el martirio de los 18 benedictinos de El Pueyo se encuentra ya concluido y a la espera del paso definitivo para su beatificación. Del joven neoprofeso solemne nos ha quedado una carta a sus padres y a su hermano José realmente estremecedora: en ella veía el martirio como culminación de su vida inmolada al amor de Cristo por los votos monásticos. Asimismo se han conservado otras cartas más, algunas de las cuales recogemos a continuación de la mencionada, y que también fueron escritas en el Colegio de los escolapios de Barbastro, convertido en prisión por los frentepopulistas, donde fueron recluidos los benedictinos junto con los propios hijos espirituales de San José de Calasanz y con los claretianos [10].

Pax
A mis queridos padres y hermano desde el convento de Padres Escolapios de Barbastro, a 9 de agosto de 1936.
Padre, madre y hermano de mi corazón: si esta carta llega a sus manos, el portador de la misma les enterará de todo el proceso; yo me limito a unas líneas. Hace 18 días que estamos casi todos los del Pueyo detenidos en esta prisión. A pesar de las garantías que se nos dan, como medida de prevención, quiero dedicar unas palabras a los seres que me son más caros.
En noches anteriores se han fusilado unas 60 personas; entre ellas, muchos curas, algunos religiosos, tres canónigos y esta noche pasada al Sr. Obispo.
Conservo hasta el presente toda la serenidad de mi carácter, más aún, miro con simpatía el trance que se me acerca: considero una gracia especialísima dar mi vida en holocausto por una causa tan sagrada, por el único delito de ser religioso. Si Dios tiene a bien considerarme digno de tan gran merced, alégrense también ustedes, mis amadísimos padres y hermano, que a Vds. les cabe la gloria de tener un hijo y hermano mártir de su fe.
La única pena que tengo, humanamente hablando, es de no poder darles mi último beso. No les olvido y me atormenta el pensar las inquietudes que Vds. sufren por mí.
Ánimo, mis amadísimos padres y hermano, al lado de su aflicción surgirá siempre la gloria de las causas que motivaron mi muerte. Rueguen por mí, voy a mejor vida.
Padre mío amado: la entereza de su carácter me da la completa seguridad que su espíritu de fe le hará comprender la gracia que el Señor le otorga. Esto me anima muchísimo: le doy el beso más fuerte que le he dado en mi vida. Adiós, padre, hasta el cielo. Amén.
Madre idolatrada: yo me alegro sólo al pensar la dignidad a que Dios quiere elevarla, haciéndola madre de un mártir. Ésta es la mejor garantía de que los dos hemos de ser eternamente felices. Al recuerdo de mi muerte acompañará siempre esta gran idea: “Un hijo muerto, pero mártir de la religión”. Que Dios no pueda imputarme más crimen que el que los hombres me imputan: ser discípulo de Cristo. Madre mía muy querida, adiós, adiós… hasta la eternidad. ¡Qué feliz soy!
Hermano mío muy caro: En poco tiempo, ¡qué dos gracias tan señaladas me concede mi buen Dios! ¡La profesión, holocausto absoluto…; el martirio, unión decisiva a mi Amor! ¿No soy un ser privilegiado? Esto es lo más íntimo que tengo que comunicarte. Las cartas adjuntas, al extranjero, envíalas con una relación extensa de mi prisión, etc., ya te pongo bien clara la dirección; certifícalas. El último beso, mi hermano, el más efusivo.
Mi despedida postrera a la familia son unas palabras de felicitación, tanto para mí como para Vds. Que Dios proteja siempre la familia que ahora agracia con un favor tan señalado.
Su hijo que les ama con un amor eterno.
Aurelio Ángel.

Ésta es otra de las cartas del joven benedictino:

Prisionero en el convento de PP. Escolapios de Barbastro.
Mis amados hermanos Manuel y Fernanda y demás familia:
Os envío mi último adiós. Voy a morir mártir de mi fe.
Alegraos conmigo.
Soy feliz. Vuestro hermano,
Ángel.

Y he aquí otra:

Prisionero en el Convento de Padres Escolapios de Barbastro.
A mi carísimo hermano Ramón y familia. A 9 de agosto de 1936.
Hermano mío muy amado:
Triunfa la revolución, las víctimas son incontables, pero son una perla más en la corona del cristianismo, de la religión. He visto muy edificado las circunstancias de la muerte de las personas más señaladas del clero en esta población: y dime tú cómo se explica, si no es de una manera sobrenatural, aquella serenidad, aquella alegría, aquellos entusiasmos con que reciben la muerte.
Yo confío que tendré la suerte de ser sacrificado por una causa tan noble: es una ilusión. Que Dios me conceda tal gracia.
Hermano mío: mi adiós más cariñoso es para ti, a tu esposa y a la niña. No olvides el problema de tu destino. Hay Dios.
Vuestro hermano os abraza,
Ángel.

La siguiente es también del mismo monje de El Pueyo:

Prisionero en el convento de Padres Escolapios de Barbastro a 9 de agosto de 1936.
Mi amado hermano José:
Mi último adiós. Dentro de poco tendré la gran dicha de ser mártir de mi fe.
Te aprecio y no te olvidaré. Tu hermano,
Ángel.

La que recogemos ahora la envió a Roma, al P. Palacios:

Rdo. P. Dom Luis Palacios, O.S.B.
Colleggio di S. Anselmo
Monte Aventino
Roma 147. Italia
Pax
Prisionero en el convento de Padres Escolapios de Barbastro a 9 de agosto de 1936.
Mi apreciadísimo P. Palacios:
En noches anteriores han fusilado a más de 60 personas, el Sr. Obispo, canónigos, curas, religiosos, etc.
En prueba del cariño que siempre me ha inspirado, le dedico este último recuerdo.
Dos gracias señaladísimas me otorga el Señor en poco tiempo: la profesión solemne y el martirio. Estoy tranquilísimo y alegre sobremanera.
Adiós, P. Palacios.
Su affmo.,
Aurelio Boix, O.S.B.

También escribió otras cartas más a profesores benedictinos suyos en San Anselmo de Roma, en italiano, como ésta que presentamos ya traducida:

Rdo. Dom Oliver Grosselin, O.S.B.
Colleggio di S. Anselmo
Monte Aventino
Roma 147. Italia
Pax
En la prisión de los PP. Escolapios de Barbastro, 9 agosto 1936.
Mi querido Dom Oliver:
Antes de ser asesinado quiero dedicarle mi último recuerdo. Soy muy feliz: Dios me da esta gracia singular del martirio.
Adiós, hasta la eternidad. Le querré siempre.
Affmo. de corazón,
Aurelio Boix, O.S.B.

Y, por algunas expresiones martiriales, creemos que merece asimismo ser recogida la siguiente, igualmente escrita en italiano a otro profesor:

Rdo. Dom Patrizio Shaughnessy, O.S.B.
St. Meinrad´s Abbey – St. Meinrad (Indiana)
United States of America
Pax
En la prisión de los PP. Escolapios de Barbastro, 9 agosto 1936.
Muy querido Dom Patrizio:
Adiós, muy apreciado. Voy a unirme con mi Amor Infinito, que me da la gracia particularísima del martirio.
Rezaré por usted.
Affmo. en Xto.,
Aurelio Boix, O.S.B.

Sacerdotes de la diócesis de Tortosa

La persecución religiosa fue muy dura particularmente en Cataluña y Aragón, dada la fuerza del radicalismo de la FAI anarquista, del POUM marxista, de la Esquerra Republicana de Catalunya y de otras agrupaciones tremendamente hostiles a la religión y muy violentas. Según hemos apuntado ya, la diócesis que proporcionalmente mayores daños sufrió, no sólo en Aragón, sino en toda España, fue la de Barbastro, donde fue asesinado el 88% de su clero; allí se cebó la persecución sobre todo por el paso de las columnas provenientes de Cataluña, auténticas columnas de la muerte que, sin embargo, han sido no pocas veces idealizadas por la propaganda izquierdista. En Cataluña, una diócesis severamente castigada fue la de Tortosa, en la que hubo más de 300 sacerdotes asesinados (62% del clero de la diócesis), muchos de ellos jóvenes, y algunos de éstos dejaron unas cartas que merece la pena recordar.

a) Julio Sevillano Loza

Nacido en Os (Lérida) en 1905, recibió la ordenación sacerdotal en 1929 y fue coadjutor de la parroquia de Mora de Ebro hasta 1935, cuando pasó a la de Rasquera y cumplió en ella la función de ecónomo. El 23 de julio de 1936 llegó a esta localidad un camión de milicianos izquierdistas y fueron casi directos a la iglesia, donde le espetaron: “Los curas se han terminado. Fuera la sotana, que todo eso es una tontería”. Obligado a vestir de seglar, fue paseado por las calles del pueblo y le recluyeron en su domicilio. Fue conducido luego hacia Mora de Ebro, pero al llegar frente al Mas de Tortera pararon el coche y le ordenaron caminar hacia delante; sabiendo cuál era su intención, les indicó: “No es necesario, podéis matarme aquí mismo”. Se arrodilló, pidió perdón y les perdonó, y al caer herido de muerte exclamó: “¡Jesús mío!” Arrojaron su cadáver a una viña, de donde fue recogido y trasladado al cementerio de Masroig. Mientras estaba detenido en su casa de Rasquera, pudo escribir una carta a un feligrés suyo, su amigo Blas Bladé [11]:

Mi buen apreciado Blai:
Horas sólo faltan para abandonar Rasquera. Dios sea bendito.
La prueba es dura, pero nuestra fe y nuestra confianza han de ser más fuertes que la persecución. Ánimo, buen amigo. Ni la persecución, ni la cárcel, ni la misma muerte nos han de hacer retroceder.
Si alguna vez te enteras que la impiedad se ceba sobre mi cuerpo, no llores; te juro sufrir y morir por Dios y por la Patria; te juro ofrecer a Dios mis amarguras, por Rasquera, por vuestras almas, por la salvación de mis propios enemigos.
Lo único que me hace llorar son vuestras almas; hijo mío, vuestras almas me preocupan. Son mías, me pertenecen, y como el Buen Pastor debo dar la vida por mis ovejas. La daré, sí, la daré si es necesario. Volveré a Rasquera, volveré a bendeciros, a confortaros… Aunque yo me marche, os dejo mi espíritu.
Ni el tiempo ni las amarguras, ni la muerte me podrá borrar el cariño que te profeso y siento por tu cristiana familia. La gratitud será siempre flor aromática de mi hoy afligido corazón. Ya supongo la pena que a todos vosotros os aflige también en estos momentos.
Levantad vuestro espíritu. Nuestro Dios no muere. Lo que debemos hacer todos es penitencia por nuestros pecados. Sí, hijo mío, a los pies de Cristo hagamos propósito firme de enmienda.
Adiós; pronto te escribiré. Ven a Mora a verme. Adiós; ofrece mis saludos a tus buenos padres, a tus buenos hermanos, a casa L. Ávila, a Consuelo, a Pepito Torné. Adiós.
Te abraza este tu amigo que de veras te ama,
Julio Sevillano.

b) Antonio Pitarch Sanjuán.

Nacido en 1908, fue ordenado sacerdote en 1934 y nombrado coadjutor de Villafamés el 2 de febrero de 1935: allí ejerció su ministerio hasta julio de 1936. El 24 de este mes celebró su última misa en la parroquia, sumió las sagradas formas que quedaban para evitar profanaciones, escondió algunos objetos de culto y hubo de cerrar la iglesia. El 27 marchó hacia Castellón, con la esperanza de poder pasar a zona nacional, pero en su viaje dio algunas vueltas y el día 10 de agosto, en el propio Villafamés, fue detenido por un miliciano y se le condujo preso a Castellón; a lo largo del viaje, jugaron a hacerle descender varias veces para tratar de torturarle psicológicamente y atemorizarle con la idea de matarle, pero él respondía con tranquilidad exponiendo sus anhelos de ir al Cielo. Se le recluyó en la Prisión Provincial de Castellón hasta que, al igual que otros sacerdotes y presos civiles, fue asesinado en la terrible noche del 2 al 3 de octubre, en que se produjo el asalto de los milicianos de la “Columna de Hierro” para apoderarse de la cárcel: “Preparaos, que de vuestra sangre se harán morcillas para dar de comer a vuestras familias”, fue lo que dijeron a los prisioneros. En la cárcel pasaba largos ratos de oración y se mostraba sereno ante la proximidad del martirio. Allí escribió varias cartas que dirigió a su prima, a quien se las remitía en las visitas que pudo tener en septiembre. Traemos aquí las tres conservadas [12].

Manolita:
Te mando la ropa sucia. El otro día me dijiste que estaba por aquí Serrano, el que fue secretario de Villafamés. ¿Puede hacer algo por mí? Mira, pues, si Serrano puede hacer algo. Y, si puede ser, alabado sea Dios; como os he dicho tantas veces en las visitas que me has hecho juntamente con Milagro.
Rezad y pedid a Dios por mí y permitidme que sea un poco egoísta en estos momentos: ya llegará el momento de rezar por ti y por todos vosotros, si Dios exige mi vida, que estoy gustosísimo en ofrecérsela.
Temo y sufro por mis pobres padres, porque ellos sufrirán más de lo debido. Pero tú les dirás que no derramen una lágrima por mí, porque desde el cielo les asistiré, consolaré y alcanzaré gracias del Señor para que puedan soportar todas las penalidades de este valle de lágrimas. ¿Y mis hermanos? Decidles lo mismo. E igualmente a todos. En el cielo nos juntaremos todos para alabar eternamente a nuestro divino Redentor.
Y nada más. Mañana no me hagáis esperar y continuará, Dios mediante, nuestra charla. El bigote me lo he afeitado. Besos y abrazos a todos. Tu primo,
Antonio Pitarch.
Cárcel Provincial, 14 de septiembre de 1936.
Srta. Manolita Ibáñez.

La segunda de las cartas, sin fecha, decía así:

Manolita:
Aquí tienes las dos letras diarias para tranquilizarte. Poco tiempo tuvimos ayer para hablar, pero fue empleado bien y como te dije puedes venir cuando quieras a verme porque seguramente lo permitirán. Ven, pues, si no te pones en ningún peligro y no te sea molestia. Eso no quiere decir que vengas hoy o mañana, no; sino cuando a ti te venga bien.
Por ahora, sin novedad y no padezcas por mí. Confía en Dios que todo lo puede, y, si perezco, es porque me quiere para que goce en el cielo de su vista. Allí te esperaré y esperaré a todos, porque si ahora no os olvido, mucho menos os olvidaré entonces.
Y ahora, lo que tantas veces os he dicho y no me cansaré de repetirlo: no lloréis por mí. No quiero que por mí se derrame una lágrima.
Abrazos y besos. Tu primo,
Antonio Pitarch.
Srta. Manolita Ibáñez.

Y la tercera carta:

Manolita:
Sigo la costumbre de escribir para tranquilidad tuya y mía. No sé qué decirte hoy: lo de los días anteriores.
Supongo guardarás todas las cartitas que te he dirigido en días anteriores y seguirás guardando en días sucesivos, si Dios me lo permite, para que sean en el día de mañana el consuelo de mis pobrecitos padres, de las dos abuelas, de mis hermanos, de mi sobrinita Brigidín y de todos los tíos y primos, en una palabra: de todos los de la familia.
Por aquí estamos tranquilos, con la misma tranquilidad que he tenido en los días que has venido con Milagro y las pequeñas. Con la misma disposición de ánimo, etc. Por consiguiente, me parecería muy mal que, siendo esto la voluntad de Dios, padecieras por mí.
Ya me doy cuenta de que es casi imposible (o simplemente imposible) el apartar del pensamiento todo lo que me sucede; pero conforma la voluntad con la de nuestro divino Jesús y Él te confortará; en Él hallarás el consuelo que sólo Él puede darnos y en Él lo podemos hallar. Y, con esto, verás cómo se conforta el alma, cómo aumenta la gracia en el alma y cómo se goza ya del cielo en este valle de lágrimas. Esto es consolador y esto es lo que nos ha de animar a todos. Ánimo, pues, que esto se acaba. En el cielo nos juntaremos todos y allí volveremos a tener aquellas reuniones familiares en que tanto disfrutábamos todos los de la familia.
Como recordarás, el martes dije a Milagro que había adelgazado mucho. Dile que se cuide. Que, al fin y al cabo, esto no tiene importancia. Que rece, que pida a Dios por todos.
Nada más. Besos y abrazos a todos. Tu primo,
Antonio Pitarch.
Cárcel Provincial, 17 de septiembre de 1936.
PD: Envíame los calcetines y pañuelos del bolsillo y también papel de escribir cartas; diez o doce cuartillas u hojas, no importa. Adiós.
Srta. Manolita Ibáñez.

c) Vicente Aparisi Escura.

Este sacerdote nació en 1904 y recibió la ordenación en 1930, quedando adscrito desde entonces a la parroquia de su pueblo natal, Aldover. En julio de 1936, apenas iniciada la persecución, fue detenido en su propio domicilio y encarcelado en Castellón, donde compartió cautiverio con otros muchos sacerdotes de la diócesis de Tortosa. El 24 de septiembre fue llevado por unos milicianos de Almazora de nuevo a Aldover, donde lo pasearon por las calles, incluso por delante de la casa en que vivía su anciana madre, y lo asesinaron en la carretera del cementerio, muy cerca de la población. Su cadáver quedó abandonado allí hasta que los servicios municipales lo trasladaron a una fosa común del cementerio del pueblo, pudiendo ser reconocido poco antes por su tío y padrino de primera misa, Lorenzo Escura Manrique. Terminada la guerra, sus restos fueron trasladados al nicho donde en la actualidad reposan, junto a los de su madre. De él han quedado dos cartas escritas en la cárcel el día 14 de septiembre, una dirigida al mencionado Lorenzo Escura, al que trata cariñosamente como “padre”, y otra a dos sobrinos [13]. La primera es la siguiente:

Querido padre:
Desde esta cárcel y a las ocho de la noche voy a ponerle estas letras que le sean recuerdo mío, el que verbalmente hubiese querido darle pero las circunstancias no lo permiten. Supongo que si dentro de breves horas soy asesinado nunca será motivo de sonrojo para Vd. el tener no digo ya un sobrino sino un hijo asesinado, antes al contrario. Como no por mi conducta ni por mis actos ante la sociedad he sido merecedor de ello, será un orgullo el tener un mártir en la familia que, allá desde el cielo, donde no dudo iré por la divina misericordia, no cesará de rogar por Vd. y los suyos.
En estos momentos últimos quizá de mi vida lego a Vd. todo cuanto tengo, esto es, mi querida madre. Cuídela los días que el Señor le conceda de vida. Desde el cielo, repito, procuraré corresponderle.
Procuraré que llegue a sus manos mi reloj. Si lo consigo, guárdelo como recuerdo mío. Mi estilográfica mejor guárdela para Pepita y que sepa que tiene un primo asesinado en la cárcel, pero no por criminal sino por ser ministro de Cristo.
Para ti Dolores y María es mi deseo que guarden algo mío, más no acierto a elegir cosa adecuada para su sexo. Ellas elegirán, y el suyo es mi deseo.
Para todos un recuerdo afectuoso y grande. Séales un consuelo el pensar que estoy frente a la muerte muy tranquilo, como puede ver por el pulso de mi letra.
Réstame tan sólo una cosa, pedirle perdón por todas las faltas y desatenciones; y espero dar un fuerte abrazo en el cielo.
Vicente Aparisi Escura.

La segunda carta, dando unos últimos consejos antes de partir para el Cielo, decía así:

Queridos sobrinitos:
Al morir o sentirme cercano a la muerte, y teniendo esta noche unos minutos libres, quizá los últimos de mi vida, los dedico para vosotros. Recomiendo seáis muy buenos y respetuosos para con vuestros padres y virtuosos para con Dios.
Pensad siempre que la vida en este mundo no es otra cosa que un tiempo para negociar la eternidad. Si conformáis vuestra conducta con las leyes de la doctrina cristiana, que ya para vuestra edad sabéis y espero aumentaréis sus conocimientos, ganaréis el cielo donde estaré esperándoos para repetir aquel último beso y abrazo que os di aquel último lunes.
Sed muy buenos es lo que insto y tú, María, cuando en el próximo año recibas al buen Jesús en tu pecho, pídele te conceda la gracia de ser fiel a los propósitos que formules en aquellos momentos. Y tú, Pepito, no dejes de escribirle con frecuencia, al menos semanalmente, para que si un día el Señor pone sobre vuestras frentes la corona de la paternidad, la llevéis digna y santamente y con ella nos veamos en el cielo.
Vuestro tío y sobrino,
Vicente Aparisi, Pbro.

d) José María Verge Calvo.

Nacido en 1903, recibió la ordenación sacerdotal en 1927 y fue inmediatamente nombrado coadjutor de Miravet, y en febrero de 1928 cura regente de Villores; sin dejar esta parroquia, se hizo inmediatamente cargo, como ecónomo, de la de Ortellas hasta enero de 1935, en que dejó la de Villores. La situación en la comarca se hizo difícil por la persecución religiosa sobre todo desde el 22 de julio de 1936. Del 4 al 13 de agosto tuvo que presentarse diariamente ante el Comité para firmar, pero este último día unos milicianos le apresaron. En el ayuntamiento se encontró con otros sacerdotes detenidos y padecieron juntos las burlas de los captores; atado a otro presbítero, fue subido a empujones a un camión y llevado en él con otros sacerdotes hasta la cárcel de Morella, de la que el día 15 fue sacado para trasladarle a la de Castellón. El día 29 de septiembre fue sacado de ésta con otros doce sacerdotes y asesinado al borde de la carretera en la cuesta de Puebla Tornesa, para ser luego enterrados en una fosa común en Borriol, hasta que sus familiares pudieron reconocer el cadáver y sepultarlo individualmente en su pueblo natal de La Mata, una vez liberada la zona. El mismo día de su martirio dejó escrita una carta a su prima Nieves Royo Verge [14]:

Apreciada Nieves y familia:
Tal vez sea ésta la última vez que te escriba.
Te recomiendo que seas buena y que te acuerdes de mí en tus oraciones.
Muero muy tranquilo y me considero dichoso porque pienso entrar pronto en el cielo donde os esperaré.
Por los servicios que me has prestado, dejo para ti todo lo que poseo, menos las 1.500 ptas. que me adeuda Vicente Ferrer, las cuales entregarás a mi hermano Andrés, si vive; de lo contrario, comprarás una imagen de S. José y otra de S. Gil para la parroquia de La Mata, y lo restante, para misas por mi alma. Cuando puedas mandas decir las misas que me faltan celebrar.
Despídete en mi nombre de mis parientes y amigos y me despido de tus padres y de ti que tanto me has querido.
Adiós.
José María Verge.

Víctimas de la persecución en Lérida

Como ya se ha comentado, la persecución religiosa y la represión política en Cataluña fueron terribles, especialmente en los primeros meses de la guerra. En la Prisión Provincial de Lérida (en cuya diócesis fue asesinado casi el 66% del clero) coincidieron muchas víctimas de la violencia frentepopulista, tanto sacerdotes como seglares, y buena parte de ellos jóvenes; merece la pena recoger aquí algunas de sus cartas [15]. Hemos destacado aparte la del joven Francisco Castelló Aleu. Veamos ahora otras, quizá no todas en este caso de jóvenes, pero que nos parece interesante exponer.

a) Cartas a las novias.

Traemos el extracto de la carta de un joven a su novia, tal como aparece en la obra que tenemos delante para este apartado, y que revela la fortaleza espiritual que los encarcelados adquirieron en prisión, como preparación para la muerte.

[…] Lo que más lamentaría, mi Luisita queridísima, es verte afligida y llorando por mi suerte en vez de estar valiente y orgullosa como al principio; te pido, en lugar de lágrimas, bañarme de oraciones, que éstas son eficaces para ambos.
[…] Cómo se templa el corazón aquí dentro y se fortifica el alma y la voluntad, aquí en donde se ve la vida verdadera, real en todas sus crudezas y calamidades […].

b) Cartas a las esposas.

Llaman la atención asimismo las cartas, breves o largas, que algunos varones casados dirigieron a sus esposas en sus últimos momentos.

Llegó por fin, esposa mía, el día de nuestra temporal separación, pues es tan efímera la vida que no es nada ante la eternidad; tú, como buena cristiana, tienes que tener la conformidad que yo tengo, que por la fe que poseo, sé que Dios misericordioso perdonará a este pecador que dentro de breve tiempo hará el sacrificio de su ida en holocausto de la Religión y de la Patria.

Otro ejemplo es la siguiente carta, que refleja, una vez más, cómo los que iban a morir acudían con presteza al Sacramento de la Penitencia o Reconciliación, confesándose si tenían la ocasión de contar entre ellos con uno o más sacerdotes, lo cual era bastante frecuente por la persecución que se cebó en el clero católico. La preparación para la muerte era inmejorable y la estancia en prisión constituyó en muchos casos unos auténticos ejercicios espirituales y no pocas veces todo un motivo para la conversión en el momento final.

Querida esposa:
Qué doloroso es para mí llegar a estos momentos, los últimos de mi vida, tener que abandonar lo que más he querido y quiero de este mundo; pero qué vamos a hacer. Dios lo ha destinado así.
De todos modos muero muy tranquilo, porque ingreso en la lista de los Mártires, y mi nombre no se borrará jamás de la historia […].
Como te dije por medio de la ropa, antes de ir a juicio me confesé, hice confesión general y ahora la repetiré: todos mis compañeros harán lo mismo […]
Adiós, adiós, y adiós, mil besos del que no te olvidará desde el cielo […]

También es hermosa, además de tener mayor extensión, la siguiente carta, en la que se descubre a un auténtico mártir, alegre ante la muerte, con capacidad admirable de perdón, mirando ya a la eternidad, al encuentro con Dios:

A Clotilde Ferrero Jordana. – Almenar.
¡Esposa mía muy amada…!
Las últimas impresiones de mi vida van sobre este papel escritas, hallándome en la mazmorra de la cárcel, en la antesala de la muerte, esperando el cerrojazo precedente del aviso para entregar mi sana sangre a la pantera insaciable… Acepto gustosísimo el papel de mártir en la tragedia humana más horrorosa conocida en la historia universal; […] yo afronto la muerte con una valentía insospechada, en la cual me acompañan algunos de los demás sentenciados, en especial Reñé y Malla; y esta valentía tengo la seguridad de ser sobrenatural […].
Vivo estos últimos días, quizás estas últimas horas, mirando tranquilamente cómo se acerca a pasos agigantados la muerte, que no ha de causarme otro dolor que no sea el físico; y aún me permito el atrevimiento de pedir a Dios el valor necesario para sufrirlo con la sonrisa en los labios, seguro de ir a juntarme inmediatamente en el goce de la gloria con mis padres, con los tuyos […].
Ruégote des gracias a Dios por haberte hecho esposa mía, que, por serlo, soportas ya el segundo calvario de tu existencia; estos dos calvarios serán seguramente la escalera o el ascensor que habrán de elevarte a la gloria, desde donde yo te tenderé la mano […].
El sacerdote Valles, beneficiado de San Juan (Lérida), es nuestro director espiritual en la antesala de la muerte. Él no está sentenciado a muerte, lo está a reclusión perpetua…
Ruégote, y lo mismo a mis hermanos, sobrinos y demás parientes, no intentes vengarte de mis acusadores ni de mis perseguidores. La venganza, en todo caso, ha de ser de Dios…
Las pesetas que deposité en el peculio me las dio Mosén Pedro Solé, que esperaba ser asesinado antes de llegar a la cárcel. Quedan más de 300 pesetas que se pierden. He sacado unas 200 pesetas que han servido para todos, mayormente para auxiliar a sacerdotes que no tienen un céntimo.
Anselmo García.

c) Cartas a los padres.

Son igualmente muy emotivas algunas cartas conservadas dirigidas a padres de presos que iban a ser asesinados, como la siguiente:

Adorada madre:
¡Ánimo! ¡Conformación! ¡Resignación! ¡Y valentía!, puedes estar orgullosísima de tener un hijo elegido por Dios para Mártir de la Causa de la Religión y salvación de la Patria…
Adorada madre. Recibe el último abrazo acompañado de miles de besos de tu hijo que te espera en la gloria…
J. Lacort.

El mismo Joaquín Lacort, de quien luego recogeremos un poema religioso, era conocido por su optimismo y su alegría, que incluso expresaba frecuentemente cantando jotas. Muy poco antes de su muerte, escribía a su madre:

Piensa que dentro de tres o cuatro días, cuando sea llamado por Dios, no será el día de mi muerte. ¡No! Será una fecha grande para mí y para ti. Para mí el natalicio de la Gloria disfrutando de los goces de ella; para ti la satisfacción y dicha de tener un hijo en ella que velará y estará unido espiritualmente a ti, aquí en la tierra, y te preparará el camino que tan bien ganado tienes, “Madre Dolorosa”.
Aquí, en la cárcel, he estado siempre entre compañeros buenísimos, católicos prácticos de verdad, y aquí ha sido donde he conocido la realidad de la vida y la significación grande de tus consejos tan sanos. Si hubiera salido, mi vida cuán distinta hubiera sido, hubiese imitado la tuya, que tantas veces criticaba y que ahora te pido mil perdones por ello. Continúa en igual forma, es la verdadera, socorrer al necesitado y amar al prójimo, hasta a nuestros enemigos, que ellos dicen, porque yo no los tengo, al perdonar a todos…

O también la siguiente, de un joven de Lérida, Rafael la Rosa:

Queridísima madre:
Con la serenidad y la resignación que Dios da a sus elegidos te escribo esta carta para darte una y mil veces las gracias por haberme educado en los santos principios de la religión católica, ya que he estado siempre convencido de la verdad de su doctrina; pero hasta hoy no me he dado cuenta exacta de la enorme ventaja de los que tenemos la suerte de pensar así, pues, cree, madre mía, que si pudieras verme te convencerías de la tranquilidad de ánimo en que estoy, pues en vez de temer la muerte, deseo que llegue, porque tengo la seguridad de que al dejar esta vida me espera otra inmortal que es la que aspiramos poder alcanzar todos los creyentes…
Adiós, madre mía, pero no para siempre, sino que hasta luego, y ten la seguridad de que mi último pensamiento será para Dios y para ti.
Rafael La Rosa.

Asimismo, cabe destacar la de un sacerdote, Juan Camps, a sus padres y su tía:

Día 30 Diciembre 1936.
Apreciados padres y tía Lola:
Son las seis de la tarde y nos comunican que a las 11 de la noche nos ejecutarán. Adiós, padres míos y tía Lola.
Morimos todos muy resignados y dentro de pocas horas estaremos en el cielo. Somos 18, de manera que de la lista que encontraréis, quedaron indultados todos los de Albagés, dos de Castellserá y Mosén Muntaner.
Poned una cruz al lado de los que nos han ejecutado.
Encontraréis dos rollos con cartas, un paquetito con la medalla y llave, y otro paquetito con los rosarios.
La ropa que envío es la siguiente: colchón, manta, una sábana, cubrecamas, camisa, toalla y almohada.
Ya entregaréis todas las cartas.
Hasta el cielo. Adiós, padres míos y tía Lola. Os pido perdón a todos, y confío dentro de cinco horas estar en el cielo. ¡Viva Cristo Rey!
Juan Camps, Pbro.

d) Poemas religiosos.

También hubo personas recluidas en la prisión y asesinadas por su amor a Dios y a España que escribieron algunos poemas religiosos en los que reflejan su estado de ánimo ante la proximidad de la muerte, como el siguiente de Joaquín Lacort, de Binéfar:

Virgen Santa del Pilar,
en Ti pongo mi esperanza,
que me han condenado a muerte
sólo por odio y venganza.

Que en la tierra no hay “justicia”
es cosa sabida y vieja.
Pero, mañico, ¡en el Cielo!
eso es cosica más seria.

Virgencita del Pilar,
diez hermanos te imploramos
nos cobijes en tu seno
“ahura”, el día que subamos.

Ni Comités ni Fiscales
lograrán lo que ellos quieren:
nos matan y no morimos,
que los de Cristo no mueren.

Me despido de este mundo
con la sonrisa en los labios
y un Viva a Cristo y España
y un Adiós a mis hermanos.

Un químico de 22 años: Beato Francisco Castelló Aleu

(Alicante, 19.IV.1914 – Lérida, 29.IX.1936).

Licenciado en Ciencias Químicas por la Universidad de Oviedo, este apuesto joven socio de las Congregaciones Marianas de su ciudad de adopción, Lérida, y miembro de la “Federación de Jóvenes Cristianos de Cataluña”, se encontraba ya trabajando en la empresa “Abonos Químicos Cros, S. A.” y con deseos de casarse con su novia Mariona cuando, no mucho después de comenzar el Servicio Militar, se produjo el Alzamiento Nacional y fue detenido y condenado a muerte por el poder frentepopulista, acusado de “fascista” (falsamente, pues no tenía afiliación política alguna) y definitivamente por su fe católica. Murió perdonando a sus verdugos. Ha sido beatificado ya por Juan Pablo II y nos ha dejado unos testimonios preciosos de desprendimiento y de ansias de eternidad en unas pocas cartas escritas en catalán después de su condena a muerte y poco antes de su asesinato por fusilamiento[16]. De ellas, sin duda es la carta a su novia la más impactante y estremecedora. Cuando Pío XI las leyó, le saltaron las lágrimas, como pudo observar el entonces secretario de Estado, Eugenio Pacelli, futuro Pío XII.

Ofrecemos en primer lugar la carta escrita a sus hermanas y a su tía:

A mis hermanas Teresa y María Castelló Aleu y a mi tía.
Estimadas:
Acaban de leerme la pena de muerte y jamás he estado tan tranquilo como ahora. Estoy seguro de que esta noche estaré con mis padres en el cielo; allí os esperaré a vosotras.
La Providencia divina ha querido escogerme a mí como víctima de los errores y pecados cometidos por nosotros. Voy con gusto y tranquilidad a la muerte. Nunca como ahora tendré tantas probabilidades de salvación.
Se ha terminado mi misión en esta vida. Ofrezco a Dios los sufrimientos de esta hora.
No quiero en modo alguno que lloréis por mí: es lo único que os pido. Estoy muy contento, muy contento. Os dejo con pena a vosotras, a quienes tanto he amado, pero ofrezco a Dios este afecto y todos los lazos que me retendrían en este mundo.
Teresina: sé valiente. No llores por mí. Soy yo quien ha tenido una inmensa suerte, que no sé como agradecer a Dios. He cantado el “Amunt, que ès sols camí d’un dia” [«¡Vamos, que es camino de solo un día!», del himno de los que practican Ejercicios Espirituales], con toda propiedad. Perdóname las penas y los sufrimientos que te he causado involuntariamente. Yo siempre te he querido mucho. No quiero que llores por mí, ¿oyes?
María: Pobre hermanita mía. También tú serás valiente, y no te abrumará este golpe de la vida. Si Dios te da hijos, les darás un beso de mi parte, de parte de su tío, que los amará desde el cielo. A mi cuñado un fuerte abrazo. Espero de él que será vuestra ayuda en este mundo y sabrá sustituirme.
Tía: en este momento siento un profundo agradecimiento por cuanto Ud. ha hecho por nosotros. Nos encontraremos en el cielo dentro de unos años. Sepa usted gastarlos con toda clase de generosidad. Desde el cielo rogaré por Ud., éste que le quiere tanto.
Saludos a Bastida, a la señora Francisqueta, a los Didos, a Pedro, a Puig, a López, a los amados compañeros de la Federación, que no quiero nombrar. A todos los amigos les diréis que muero contento y me acordaré de ellos en la otra vida.
A los Foles, a los tíos de Vallmoll, a los del Jardín, a Carlos, a los de Alicante, a los de Pravia, a los de Sarriá, a todos mi afecto.
Francisco.

A continuación recogemos la carta escrita a un amigo jesuita, el P. Galán:

Querido Padre:
Le escribo estas letras estando condenado a muerte y faltando unas horas para ser fusilado.
Estoy tranquilo y contento, muy contento. Espero poder estar en la gloria dentro de poco rato. Renuncio a los lazos y placeres que puede darme el mundo y al cariño de los míos.
Doy gracias a Dios porque me da una muerte con muchas probabilidades de salvarme.
Tengo una libreta en que apuntaba las ideas que se me ocurrían (mis inventos). Haré que se la manden a usted. Es mi pobre testamento intelectual. Fíjese en el compresor de amoníaco. El H.G. puede sustituirse por un líquido cualquiera, en circuito cerrado, las válvulas por válvulas metálicas y la presión por una simple bomba centrífuga con presión.
[Intercala el dibujo en el texto de la carta]
Le estoy muy agradecido y rogaré por usted.
Recuerdos a los de Pravia.
Francisco Castelló.

En fin, en la carta a su novia decía así:

Querida Mariona:
Nuestras vidas se unieron y Dios ha querido separarlas. A Él le ofrezco, con toda la intensidad posible, el amor que te profeso, mi amor intenso, puro y sincero.
Siento tu desgracia, no la mía. Siéntete orgullosa: dos hermanos y tu prometido. ¡Pobre Mariona!
Me está sucediendo algo extraño, no puedo sentir pena alguna por mi suerte. Una alegría interna, intensa, fuerte, me invade por completo. Querría hacerte una carta triste de despedida, pero no puedo. Estoy todo envuelto de ideas alegres como un presentimiento de Gloria.
Querría hablarte de lo mucho que te habría querido, de las ternuras que tenía reservadas para ti, de lo felices que habríamos sido. Pero para mí todo es secundario. Voy a dar un gran paso.
Una cosa quiero decirte: si puedes cásate. Desde el cielo yo bendeciré tu unión y tus hijos. No quiero que llores, no quiero. Siéntete orgullosa de mí. Te quiero.
No tengo tiempo para nada más.
Francisco.

Un joven obrero y sindicalista de Acción Católica: Beato Bartolomé Blanco

Un mito bastante difundido por la propaganda marxista es que siempre tuvieron en sus filas a las masas obreras y a los sindicalistas encargados de defenderlas, tanto en el período que en este libro abordamos como durante toda la Historia Contemporánea y a lo largo y ancho del mundo. Sin embargo, ello supone una negación de la verdad histórica, según hemos reflejado ya en algún otro trabajo. Y para el caso de la España de 1936, traemos aquí el ejemplo magnífico de un joven andaluz, obrero y sindicalista, pero no por ello quisiéramos pasar por alto otros casos bien significativos, aunque no recojamos testimonios suyos, como el de un minero y sindicalista, mayor ya para las edades que aquí manejamos (había nacido en 1888), que fue martirizado en Nembra (Aller, Asturias) en 1936 por su fe católica y por su condición de presidente local del “Sindicato Católico Obrero de Mineros Españoles”: Segundo Alonso González [17].

Por otra parte, hay que resaltar que la Acción Católica se encontraba boyante en la España de los años 30 y fue un estupendo hervidero de vocaciones religiosas y sacerdotales y de jóvenes ejemplares que se encaminaron al matrimonio. Como resultado de aquel magnífico ambiente, en 1936 fueron muchos los jóvenes de la Acción Católica que se alistaron voluntarios para la defensa de la fe y de la España católica y que entregaron sus vidas martirialmente. Como ejemplo de ellos, valga traer aquí el testimonio dejado por un muchacho de 21 años, Bartolomé Blanco: nacido en Pozoblanco (Córdoba) el día de Navidad de 1914, quedó huérfano de madre a los cuatro años y de padre a los doce. Se formó en buena parte con los salesianos y trabajó como sillero con un primo suyo. En 1932 fue elegido secretario de la Juventud Masculina de Acción Católica al poco de fundarse en Pozoblanco, y en 1934 obtuvo una beca en el Instituto Obrero Español creado en Madrid por D. Ángel Herrera Oria: allí y en un viaje por el extranjero conoció el desarrollo de las organizaciones católico-sociales europeas. Ejerció también el cargo de delegado de Sindicatos Católicos en Córdoba, en cuya provincia fundó en 1934-35 ocho nuevos sindicatos. No se vinculó propiamente a la actividad política, si bien apoyó al partido católico Acción Popular con un discurso en 1933. Durante un permiso en la prestación del servicio militar (que realizaba desde 1935 en un regimiento de Artillería en Cádiz), le sorprendió en su localidad natal el Alzamiento Nacional y se presentó a la Guardia Civil para la defensa del pueblo frente a los milicianos marxistas; al rendirse Pozoblanco se escondió, pero fue apresado el 15 de agosto de 1936 por los frentepopulistas, tanto por su participación en el Alzamiento como por su conocida militancia católica. De allí fue trasladado a la Prisión Provincial de Jaén el 24 de septiembre, donde fue condenado a muerte y asesinado: recibió los disparos del pelotón de fusilamiento descalzo por imitar a Cristo, de frente y a cara descubierta, con los brazos en cruz y gritando: “¡Viva Cristo Rey!” Ha sido beatificado por Benedicto XVI el día 28 de octubre de 2007 en Roma. En la Prisión Provincial redactó algunas cartas preciosas. Dada su condición de huérfano, envió una a sus tíos y primos, que decía así [18]:

Queridos tíos y primos:
Noticias os llegarán de que me llevan a Jaén. Aunque no conozco a fondo los propósitos que tengan, los considero pésimos.
Mi última voluntad es que nunca guardéis rencor a quienes creáis culpables de lo que os parece mi mal. Y digo así, porque el verdadero culpable soy yo, con mis pecados, que me hacen reo de estos sacrificios. Bendecid a Dios, que me proporciona estas ocasiones formidables de purificar el alma. Os encomiendo que venguéis mi muerte con la venganza más cristiana, haciendo todo el bien que podáis por quienes creáis causa de proporcionarme una vida mejor. Yo los perdono de todo corazón y pido a Dios que lo perdone y los salve.
Hasta la eternidad. Allí nos veremos, gracias a la misericordia divina. Vuestro,
Bartolomé.

Y a su novia le dirigió esta carta [19]:

Maruja del alma:
Tu recuerdo me acompañará a la tumba; mientras haya un latido en mi corazón, éste palpitará de cariño para ti.
Dios ha querido sublimar estos afectos terrenales, ennobleciéndolos cuando nos amamos en Él. Por eso, aunque en mis últimos días (Dios es mi lumbrera y mi anhelo), no impide para que el recuerdo de la persona que más quiero me acompañe hasta la hora de la muerte.
Al condenarme por defender siempre los altos ideales de la religión, patria y familia, me abren de par en par las puertas de los cielos.
Cuando me quedan pocas horas para el definitivo reposo, sólo quiero pedirte una cosa: que en recuerdo del amor que nos tuvimos, y que en este momento se acrecienta, atiendas como objetivo principal a la salvación de tu alma, porque de esa manera conseguiremos reunirnos en el Cielo por toda la eternidad, donde nadie nos separará.
¡Hasta entonces, pues, Maruja de mi alma!

Un seminarista de Santander: José Susilla Bustamante

Al advertir la vocación al sacerdocio, José Susilla ingresó en el Seminario Conciliar de Corbán (Santander) y luego se le envió al Pontificio Colegio Español de Roma para los estudios de Teología, dadas sus notas brillantes y su virtud ejemplar. La devoción al Papa era una de las características más señaladas de su devoción religiosa. El 12 de julio de 1936 regresó a España para pasar las vacaciones con su madre y sus hermanos en Reinosa (Santander), donde les sorprendió el Alzamiento Nacional. Fue detenido con su hermano Adalberto y conducido a una cheka, pero luego se les puso en libertad, a pesar de haber hecho una admirable defensa del Pontificado Romano. Sin embargo, poco después volvieron los frentepopulistas a buscarles, si bien no consiguieron cogerles hasta unos meses más tarde y les llevaron a la cheka de Reinosa, donde fueron sometidos por tres días y tres noches a torturas de frío, hambre, sed y golpes. Al encontrarles un rosario con el que rezaban, determinaron su muerte, a lo que el joven seminarista respondió valientemente: “He de morir gritando: ¡Viva Cristo Rey! Soy seminarista y tengo que cumplir con mi deber”. Luego fueron conducidos a otra cheka, la del terrible Manuel Neila, en la que sufrieron grandes crueldades, y de allí les tomaron para ser arrojados, como tantas otras víctimas, desde el faro del Cabo Mayor al acantilado (también fue salvaje en Santander lo acaecido en los barcos-prisión “Alfonso Pérez”, con 171 víctimas, “Altuna Mendi” y “Cabo Quilates”). Poco antes de su muerte, dejó escrita una bella poesía donde refleja que la presentía cercana [20]:

Pronto, Señor, nos veremos
en tu Casa solariega.

Contadas tienes mis horas
y los pasos de mis sendas,
contadas mis pulsaciones
y las gotas de mis venas,
los soles que han de lucirme
y las noches que me esperan,
los inviernos que me aguardan
y estíos y primaveras…

Tú escrita, Señor, la tienes
mi jornada postrimera.

Yo sé que se está llegando
yo sé que la tengo cerca,
yo las veo, yo las toco
de mi vida las fronteras.

Oh muerte que serás mi vida
vida que serás eterna.

Pronto, Señor, nos veremos
en tu Casa solariega.

Veo en tus manos las llaves
que abriránme aquellas puertas.

Y siempre, Señor, contigo
en tus moradas eternas;
sin temores de perderte,
sin las zozobras terrenas,
sin aquel ¡ay!, en el alma,
sin nublados ni tinieblas,
sin los febriles ardores
de ambición no satisfecha.

No son sueños, ni ficciones,
no es ilusión, no es quimera.

Pronto, Señor, nos veremos
y nos veremos de cerca.

Y serán tus heredades
mi patrimonio y mi herencia,
tu gloria será mi gloria,
tu Cielo mi recompensa.

Pronto, Señor, nos veremos
en tu Casa solariega.

Qué Casa, Señor, la tuya.
Qué praderas tus praderas.
Qué lumbre la de tus soles.
Qué paz la de tus estrellas.
Qué manar el de tus fuentes.
Qué frescor el de tus selvas.
Qué cantar el de tus auras.
Qué bonanza en tus riberas.

Pronto, Señor, nos veremos
en tu Casa solariega.

Un religioso pasionista: Beato Eufrasio Del Amor Misericordioso

Eufrasio de Celis Santos nació el 13 de marzo de 1915 en Salinas de Pisuerga (Palencia) e ingresó en la Congregación de la Pasión, en la que profesó sus votos el 23 de octubre de 1932 en Corella (Navarra). Sufrió el martirio con otros hermanos de hábito en Manzanares (Ciudad Real) el 23 de octubre de 1936, cuando tenía 21 años de edad y cumplía exactamente los cuatro de profesión religiosa, al comienzo del curso en el que tendría que haber iniciado sus estudios teológicos para el sacerdocio. Había padecido primero un fusilamiento del que salió vivo y curó sus heridas, sirviendo por un tiempo en la cocina, pero cayó definitivamente en el segundo, en la fecha indicada. Pertenece a los 26 pasionistas de la comunidad de Daimiel (Ciudad Real) que sufrieron el martirio y que han sido ya beatificados por Juan Pablo II (1 de octubre de 1989). Además de la crueldad que padecieron algunos pasionistas, cabe recordar la sufrida por el diputado Ruiz Valdepeñas, preso con ellos, a quien los milicianos llevaban al campo y le uncían a una noria que había de mover, arreándole latigazos como a las bestias; cuando caía a tierra por agotamiento, le arrojaban encima agua de una alberca y comenzaba de nuevo el suplicio. En cuanto al Beato Eufrasio, recogemos aquí parte de una carta fechada en Daimiel el 26 de marzo de 1936 a su madre, Juana Santos, quien se encontraba en Salinas de Pisuerga, y en la que ya se observa el ambiente revuelto que existía y la disposición al martirio y a lo que pudiere suceder [21].

[…] Aprovecho también la ocasión para felicitarles y augurarles unos santos días de Semana Santa y Resurrección. No se olviden de mí en esos días ante el Señor, y especialmente ante el Monumento; rueguen mucho por sus necesidades y las mías y también por España. Pedid y recibiréis; llamad y se os abrirá. Pidamos mucho al amor misericordioso, pues sólo su infinita misericordia nos puede salvar. Meditemos con fervor en esos días los misterios del Calvario y del Sagrario, y estemos dispuestos a padecer y sufrir con Cristo y si es preciso morir con Él y con Él resucitaremos como dice San Pablo: “Si con Cristo padecemos, con Él seremos glorificados”. Pueden estar tranquilos. Por aquí nada ha pasado, todo está en paz. Del futuro nadie puede hablar; sólo Dios sabe. Estemos resignados y dispuestos como los Macabeos: “Si tempus nostrum appropinquavit…”

Un fraile carmelita descalzo: Beato Tirso De Jesús María

(Valdecarros, Salamanca, 19.IV.1899 – Toledo, 7-IX.1936)

Su nombre en el siglo era Gregorio Sánchez Sancho, con el que firmó una carta que recogemos aquí. Tercer hijo de una familia de labradores charros, era muy dado a la lectura desde niño y estudio en el colegio de los carmelitas descalzos de Medina del Campo (Valladolid), donde ya comenzó a despuntar como escritor y poeta. Inició su noviciado en Segovia en 1915 y profesó sus votos religiosos en 1916. Fue ordenado sacerdote en Segovia en 1923, después de haber realizado los estudios de Filosofía y Teología en Ávila, Toledo y Salamanca. Marchó a Cuba en 1924 para ocuparse de las labores pastorales de los carmelitas en la isla y regresó a España en 1933, siendo destinado a la comunidad de Toledo, que padecería el martirio en 1936. Apresado a finales de julio de este año, se le acusó injustamente de “rebelión militar” ante un “tribunal popular” y se le condenó a muerte, sentencia que acogió con tranquilidad y serenidad de espíritu, feliz por ir a morir en realidad sólo por ser religioso carmelita y sacerdote. Fue fusilado junto a las tapias del cementerio de Toledo en la madrugada del 7 de septiembre de 1936, apretando con las manos cruzadas un crucifijo contra su pecho y pidiendo perdón a Dios por sus verdugos y por sus propias faltas; incluso uno de los asesinos quedó profundamente impactado por su personalidad. Ha sido beatificado junto con otros 497 mártires españoles de la persecución religiosa de la II República (1934, 1936 y 1939) el 28 de octubre de 2007. Poco antes de ser asesinado, dejó una carta de despedida a los suyos [22]:

Sr. Don Juan Sánchez, Valdecarros (Salamanca).
Amadísimos padres, hermanos, sobrinos y demás familia:
Por conducto del Sr. Director de la cárcel, deseo llegue a su poder la presente con todos mis últimos documentos. Como verán por ellos, no he cometido delito ninguno. Un tribunal de guerra me condena a la pena de muerte. ¡Cúmplase la voluntad de Dios! ¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!
A todos les tengo presentes y les abrazo a todos con el deseo de que sean muy felices en esta y la otra vida. Sean todos muy buenos. Perdonen y bendigan y amen a todos, como yo les amo y perdono y bendigo. No se ocupen de mí más que para rezar por mí.
Adiós. Les bendice y abraza,
Gregorio Sánchez.
Toledo, 6.IX.1936

II. Asesinados por motivos políticos o por su vinculación al Alzamiento Nacional

Uno de los motivos fundamentales del Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936 fue la defensa de la fe católica frente a la persecución religiosa ya iniciada en 1931 y acrecentada sobre todo desde la llegada del Frente Popular al poder en febrero de 1936 [23]. Por ello, entre quienes fueron acusados de traición o por motivos políticos por los poderes existentes en la zona frentepopulista, en muchas ocasiones no es del todo fácil discernir dónde terminaba la inculpación por causas simplemente políticas o de “rebelión militar” y dónde comenzaba el odio a la profesión de la fe católica. Hay casos, por supuesto, en los que sí se ve clara la causa de la acusación y no se descubre en ella motivación antirreligiosa. Pero, aun en estos casos, con frecuencia sí se halla en el condenado una serena y alegre actitud cristiana ante la muerte, realmente ejemplar, como se podrá observar en los testimonios que presentamos a continuación.

Hoy se tiende a criminalizar el Alzamiento Nacional y a presentarlo como un “golpe militar-fascista”. Pero, si la cosa hubiera sido así de simple, la verdad es que no hubiera tenido la amplia y esperanzada acogida que tuvo entre una gran parte de la sociedad española. Desde el mismo momento en que comenzaron a enrolarse multitudes de voluntarios de todas las clases sociales en las unidades militares del Ejército Nacional y en las milicias que combatieron de su mano (especialmente Requeté y Falange), puede decirse que fue un verdadero Alzamiento Nacional y popular. Pero, una vez más, pensamos que es oportuno recoger el juicio de Salvador de Madariaga al respecto [24]:

Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936.

Jóvenes marinos de la Armada Española

Son preciosas las cartas de algunos oficiales de la Armada Española, sentenciados a muerte en Málaga junto con todos los jefes y la oficialidad de los destructores “Sánchez Barcáiztegui” y “Churruca”, en “juicio sumarísimo” por “crimen de alta traición” al haber tratado de adherirse al Alzamiento Nacional. La pena se ejecutó en la Prisión Provincial de Málaga el 21 de agosto de 1936. Fueron asistidos en sus últimos momentos por el jesuita P. Francisco García Alonso, que convivió con ellos en la cárcel y testifica el elevado espíritu con que dieron sus vidas por Dios y por España. Son magníficas asimismo las cartas del capitán de fragata Fernando Bastarreche, comandante del “Sánchez Barcáiztegui”, pero, dado que aquí nos centramos propiamente en el epistolario juvenil, no las recogemos.

a) Alférez de navío Juan Araoz.

El joven alférez de navío (el grado equivalente a teniente del Ejército de Tierra) Juan Araoz, “chico ocurrente y oportuno de genio vivo y alegre”, según lo describe el P. García Alonso, que le conoció en la cárcel de Málaga, escribía con esta valentía a sus familiares [25]:

Málaga, 21 agosto 1936.
Queridísimos padres, hermanos y Auntie:
A las dos de la madrugada de hoy, me comunican mi sentencia de muerte. Voy a ser fusilado a las cinco, es decir, dentro de tres horas. Dios ha sido tan bueno, que me ha concedido la felicidad de morir por mi Patria y, mejor que eso, me ha dado un confesor, con el que acabo de confesar hace un momento. A todos os pido perdón por lo que os he hecho sufrir con mis defectos. A todos os quiero con toda mi alma y con todo mi corazón.
Desde donde Dios me mande, os veré y os querré y rezaré por vosotros, y velaré para que seáis felices, y Dios os conceda, como a mí, morir cristianamente y en gracia de Dios. Pediré también que España se salve de esta horrible hecatombe, y que todos seáis felices y recéis mucho por mí. Adiós a todos, que Dios os bendiga.
Paso estas últimas horas con mis once compañeros y con un padre jesuita que nos auxilia.
Adiós, os abrazo y os beso con toda mi alma y mi corazón, vuestro hijo, sobrino y hermano,
Juan.
P.D.: Como yo creo en todo lo que Dios y la Iglesia nos enseña, le pido a Jeanne [su esposa] que se haga católica (en una carta que le escribo), para que el día del Juicio y la Resurrección de la carne nos reunamos todos. Ayudadme a su conversión. La quiero tanto… y ha sido tan buena para mí… Haced lo que podáis por ella. Adiós, hasta la eternidad,
Juan.

Como acabamos de leer, dejó otra carta para su también joven esposa, con el deseo manifiesto de su conversión al catolicismo para poder encontrarse de nuevo en el Cielo, pues ella no era católica y estaban casados en matrimonio mixto. Tal fue el efecto de la epístola, que ella, al recibirla en Londres, se puso en contacto con un jesuita inglés, quien la presentó a una catequista delicada, y se bautizó allí mismo, antes ya de venir a España. Recogemos a continuación el texto [26]:

Málaga 20 Agosto 1936.
Mi queridísima Jeanne:
Hoy ha tenido lugar el Consejo de guerra y dentro de una hora y pico me fusilarán. Perdóname todo lo que te he hecho sufrir. Te adoro con toda mi alma y mi corazón. Sólo te pido en la hora de mi muerte que te hagas católica y que reces por mí y que el día del Juicio Final nos reunamos todos delante de Dios. Yo te lo suplico. La Religión Católica es la verdadera.
Muero contento porque tengo tu cariño y tú me has hecho tan feliz en todo el tiempo que hemos vivido juntos. Te ruego otra vez que te hagas católica y no puedo decirte más porque quiero prepararme a morir cristianamente.
Adiós, te abrazo y te beso con toda mi alma, mi corazón, y te espero en el Cielo con mis brazos abiertos. Tu marido que te adora,
Juan.

b) Alférez de navío Tomás Silvestre.

Otro alférez de navío, Tomás Silvestre, dejó una breve despedida a su madre, escrita en la misma noche previa a su muerte [27]:

Querida, queridísima madre:
He tenido mucha suerte. He tenido auxilios espirituales y voy tranquilo y confiado en Dios, que me habrá perdonado. Por el confesor te llegará este mi último papel. ¡Si supieras lo tranquilo que estoy! Sólo siento tu pesar, pero consuélate que esta vida nada es comparada con la eterna. Muchos besos de tu hijo
Tomás.

c) Teniente de navío Juan Soler-Espíauva.

El teniente de navío (el grado equivalente a capitán del Ejército de Tierra) Juan Soler-Espíauva escribía así a su madre, María Soler-Espíauva, y a los suyos [28]:

Málaga, 21 agosto 1936.
Mi queridísima madre y hermanos:
Solamente puedo poneros dos letras, pues acaban de notificarme que dentro de unas horas me fusilan con la oficialidad y jefes del “Sánchez” y del “Churruca”. No lloréis por mí. No sabéis lo bueno que es Dios conmigo, que no merezco tanta bondad. He pasado un cautiverio de un mes largo, horrible, que me sirve de purgatorio. Así es que estoy convencido de que voy al Cielo derecho. Sed muy buenos, para que nos reunamos allí pronto.
Estoy encantado. Un sacerdote me espera para confesarme. Un jesuita. Tengo una fortaleza inmensa, que me ha dado Dios en este instante. A Carmina [su esposa] también la he escrito. Queredla mucho, que es muy buena y me ha querido siempre con locura, como yo no he merecido nunca. Quered mucho a mis hijos, ya que no me van a ver más los pobres. Yo, desde el Cielo, os protegeré a todos. Perdóname, mamá, las lágrimas que mi ingratitud te haya hecho derramar. Siempre te he querido mucho, aunque no tanto como tú mereces.
Muchos besos a todos, y a Antonio y Solita y Carmen y Pepe, y todos; y para ti, madre mía, un abrazo y mil besos de tu hijo que te espera en el Cielo,
Juan.

Y ésta es la carta a su esposa, María del Carmen Mirones [29]:

Málaga, 21 agosto 1936. Mi muy amadísima Carmina:
Ya todo se acaba. En este momento son las dos y media de la mañana y a las cinco me van a ejecutar.
No quiero entretenerme mucho en esta carta; perdóname, pero poco tiempo tengo y quiero prepararme para el paso a la otra vida.
No me llores, mi corazón, pues muero tranquilo y después de haber pasado un mes largo de horrible cautiverio que me servirá de purgatorio. Estoy convencido firmemente de que dentro de tres horas estaré en el cielo y desde allí te esperaré y contemplaré, y pediré a Dios por vosotros hasta que vengáis conmigo.
Dios es buenísimo conmigo, pues me ha dado una fortaleza inmensa para pasar este trago, y muero arrepentido de mis pecados que Dios me ha perdonado. Un confesor me espera, así es que muero confortado con este divino Sacramento.
Mis cosas no sé si te gustarán. En la carpeta que yo tenía te mando lo más esencial, que es mi reloj, para que lo lleves tú, y mi carnet con otros papeles.
Y ahora, mi última voluntad, Carmina querida: es que seas muy cristiana siempre; no hagas jamás un pecado mortal que te prive de unirte conmigo en el cielo. Sé una santa, dedícate a Dios y a tus hijos y hazlos muy religiosos, muy cristianos. Reza el rosario diariamente y, si puedes, comulga diariamente también y pide por mí. Ya te dejo para poner dos letras a mi madre y preparar mi alma. Muchos besos a todos y tú y mis hijos de mi corazón, recibid todo el cariño de vuestro marido y padre que no dejará de contemplaros desde el cielo,
Juan.

d) Teniente de navío José Fullea.

Otro teniente de navío, José Fullea, se dirigía así a su madre el 5 de agosto de 1936, dando detallada cuenta de la trágica situación de caos, terror y represión que se vivía en la Málaga frentepopulista, en la primera parte de la carta, y exponiéndole su buena preparación para la muerte próxima [30]:

En la cárcel de Málaga a 5 de Agosto de 1936.
Mi queridísima mamá:
Hace unos 15 días le escribí una carta que dudo llegara a su destino; hoy lo vuelvo a hacer quizás por última vez en mi vida. Como en mi anterior, debido a las circunstancias, no le relaté lo ocurrido, quiero hacerlo en ésta.
El viernes día 17 salimos de Cartagena para cruzar frente a Melilla. En esa situación permanecimos todo el día 18 y por la tarde fondeó el buque en Melilla sumándose al movimiento. Algún tiempo después se insubordinó la dotación sacando el barco del puerto y arrumbando a Málaga en donde fondeamos en la madrugada del 19.
Ya se puede Vd. figurar el sufrimiento moral de aquella noche interminable, producido no por miedo, que no lo he tenido en ningún momento, sino por el aspecto que presentaba el barco en manos de una dotación indisciplinada y en completo desbarajuste. Basta decirle que debido a ese estado en su dotación, el “A. Valdés”, otro destructor que corrió nuestra misma suerte, varó en el malecón de Melilla al tratar de salir y a nosotros no nos ocurrió por milagro. Además otra cosa que me producía gran pesar era ver el desagradecimiento de algunos individuos de marinería y Auxiliares a quienes tenía afecto y creía que me correspondían y no resultó así. Precisamente en ese barco me he portado siempre con gran afecto y he querido a toda la dotación. A media mañana vino a sacarnos un camión de Guardias de Asalto y para traernos a este presidio nos dio un paseo por la población, del que escapamos con vida por milagro.
En la ciudad estaba ardiendo toda la calle de Larios y otra infinidad de edificios y muchas calles estaban obstruidas con automóviles ardiendo.
En las calles había numerosos grupos en la actitud que le es de suponer y tuvimos que parar varias veces, una de ellas por tiroteo que repelieron los guardias del camión y otra vez frente a la casa del pueblo por obstrucción. En fin, un paseo de turismo. Por fin llegamos a esta cárcel en donde ya llevamos 17 días. Estuvimos un día encerrados en celda y después nos pasaron al departamento de políticos, en donde he estado hasta hace cuatro o cinco días, en que tomé el destino de ordenanza de la enfermería con objeto de acompañar al Comandante, que está en ella.
Aquí también he pasado lo mío, pues la noche del día en que llegamos le prendieron fuego a la cárcel los presos comunes (unos trescientos) y tuvieron que sacarnos de las celdas y cambiarnos de alojamiento hasta que se apagó el fuego. Un par de días después hubo una fuga violenta en combinación con los de fuera y se escaparon todos los presos comunes y no entraron en el departamento de políticos por milagro, pues días antes hubo refriega entre ambos y tuvieron los comunes un muerto.
A partir de ese día están entrando muchos presos políticos. De cuarenta que éramos ya estamos unos trescientos de Málaga y su provincia. También aumenta el número de presos comunes y hoy o mañana se esperan los presos comunes de las cárceles de la provincia.
Esta provincia ha sido la más castigada de España en el movimiento y hay muchos cientos de muertos; pero en fin, no quiero contarle más horrores.
Ayer nos tomaron la primera declaración. El juez creo que es un Auxiliar radio y venía en compañía de un Auxiliar de Oficinas y un diputado comunista. Como se puede usted figurar, dadas las circunstancias actuales no tengo ninguna esperanza de salvar la vida, solamente un milagro de Dios pudiera hacerlo. A los pocos días de entrar en la prisión confesé con un Padre recluso político y hoy lo he vuelto a hacer con un Padre Jesuita de Cádiz que lo han detenido cuando hacía ejercicios espirituales en Málaga. Gracias a Dios tengo tranquila la conciencia, que es lo único importante, que la vida no vale nada y espero resignado y con valentía el momento final. También me reconfortan las noticias que tengo del movimiento, pues creo que se salvará España de este caos en que está metida.
Adiós, mamina querida. Millones de abrazos a usted y la nena y a mis hermanos Joaquín y Fulgencio. Que sean ustedes muy felices les deseo de corazón. Yo muero bendiciéndolos a todos y contento.
Pepe.

e) Teniente de navío José Garcés.

El teniente de navío José Garcés escribió unas breves líneas a su esposa y a su madre, en las que refleja que esperaban el nacimiento de una niña y deja un bonito testimonio de agradecimiento a la Virgen María por los auxilios que de Ella ha recibido en sus últimas horas [31].

Querida Pilar y querida madre:
Son las tres; a las cinco me fusilan en la cárcel de Málaga donde entré juzgado. A última hora he tenido la suerte de tener un sacerdote a mi lado. Muero tranquilo y os pido perdón.
Cuida de nuestra hija que deseo se llame Pilar, porque la Virgen en esta última hora me ayudó mucho.
José Garcés.

f) Capitán de corbeta Rafael Cervera Cabello.

El joven capitán de corbeta (el grado equivalente a comandante en el Ejército de Tierra) D. Rafael Cervera Cabello escribió una hermosa carta a su esposa, Mercedes Zabala, el 21 de julio de 1936, recién ingresado en la cárcel de Málaga. Relata cómo la oficialidad de su buque de guerra se sumó al Alzamiento por su deseo de que España se salvase, y la manera en que la insubordinación abortó el intento y cómo fueron detenidos, así como la situación caótica y dantesca de la ciudad de Málaga, y finalmente le revela el buen estado de su alma. Toda la despedida hacia ella pone el corazón en un puño. Recogemos ahora esta epístola [32].

Málaga, 21-7-1936.
Merche de mi alma:
¡Ya ves en qué ha venido a parar todo esto!
Por si te llega esta carta, quiero darte un pequeño extracto de lo ocurrido para que sepas cómo he obrado; aunque sé por anticipado que por grande que sea nuestra pena aprobarás mi conducta.
Al salir de Cartagena recibimos órdenes de ir 30 nudos a Melilla y todo el camino fuimos recibiendo radios con órdenes severísimas a los barcos -echar a pique los transportes de tropas que fueran para España-. Ya comprenderás la noche que pasamos; y vimos la situación de la siguiente manera: El estado de España era tal que, levantado el Ejército, el Gobierno para reprimir el movimiento acudiría a las milicias socialistas y comunistas y, por tanto, si triunfaba se implantaría el comunismo, con la ruina de España. Había por tanto que ayudar al movimiento y, como pensábamos que no se levantaría toda España y que se necesitaba fatalmente el Ejército de África para vencer y que este Ejército no podría pasar a España si la Marina lo impedía, vinimos en consecuencia de que la salvación de España estaba en nuestras manos, en las de la Marina.
A mediodía del sábado recibimos un radio del General Franco con una alocución patriótica al Ejército y Marina y esto, unido a unos radios apremiantes del Ministro para que bombardeáramos Melilla, nos hizo decidirnos a entrar allí y ponernos a las órdenes del Ejército de África.
Amarramos en Melilla y, como para esto había que contar con la tripulación, se llamó primero a los auxiliares a la Cámara y el Comandante les leyó la alocución de Franco y la reforzó con otra suya. La recibieron con una frialdad fatal y entonces les habló a la marinería, que la recibió exactamente.
Nos quedamos muy fastidiados, pero no creímos que pasaría más y, con un Teniente Coronel del Estado Mayor, pedimos nos mandaran a desfilar por el muelle una bandera del Tercio con música y dando vivas a España para levantar el ánimo de la gente.
Al enterarse ellos, les entró tal terror que se amotinaron y vinieron de repente a popa a exigirnos salir, pero ya ellos habían largado las amarras y daban órdenes a la máquina con verdadero pánico. Esto fue completamente imposible de evitar.
Me pasé la noche esperando que me matasen, pues cada vez estaban más excitados y por la mañana del domingo (19 de Julio) nos encontramos que nos habían traído a Málaga.
Fueron unos auxiliares a ver al Gobernador Civil y vinieron unos Guardias de Asalto a buscarnos con la orden de detención. Nos trajeron al Comandante, tres oficiales y a mí en una camioneta de Asalto a la cárcel y no comprendo cómo no hemos muerto en el camino, pues estaba todo en poder de las turbas, ardiendo media ciudad y los guardias formando causa con ellos. Al ver que nos llevaban detenidos, se acercaban al coche con los puños en alto, diciéndoles a los guardias que nos matasen por la espalda. En fin, ¡cómo te voy a contar todo lo que en esta cárcel estamos pasando con incendios en ella, ataques de la calle y de dentro de todos los presos comunes! A nosotros nos han puesto con los de Falange.
Es tal el estado en que está esto que hasta este momento no he podido ponerte unas letras, que les voy a dar a unos amigos por si alguna vez pueden llegar a tus manos y te quiten de la terrible incertidumbre sobre la suerte que haya podido correr. Desde que me vi preso en el camarote me preparé a bien morir, rezándome la recomendación del alma. Estoy en gracia de Dios, y esto, Merche de mi alma, es preciso que te entre dentro con tanta fuerza que tu resignación pueda llegar a ser una dulce resignación; pues esta seguridad que yo te doy, no hubieras podido tenerla a lo mejor, si muero tranquilamente en una cama.
Tú eres muy buena y moriré en la confianza de que encontrarás con eso un gran consuelo, y como las niñas no se dan cuenta de nada, casi es el momento mejor para morir.
Tengo la conciencia absolutamente tranquila, creo que he obrado bien y lealmente.
En cuanto a ti, ¡qué te voy a decir!, tú eres una santa, y sabes que te quiero con toda mi alma, que bendigo la hora en que te encontré, y que el dolor de dejarte es el mayor sacrificio que puedo ofrecer a Dios en estos momentos. No te quiero dar consejos porque no los necesitas. Haz siempre en todo lo que te parezca, con la seguridad de que a mí me hubiera parecido lo mejor. No puedo seguir hablándote a ti porque me parto de pena y pierdo la tranquilidad. Hasta este momento no había derramado una sola lágrima, y ahora no veo lo que escribo. Ten en cuenta la presencia de ánimo que hace falta para esperar una muerte segura y perdóname que, aunque me falten días, no te escriba más. Desde este momento no quisiera pensar más que en la otra vida para entrar en ella, no con dolor, sino con la alegría con que la debemos recibir los que creen como tú y como yo; y si te escribo y pienso mucho en ti, me faltarían las fuerzas. Perdóname, por tanto, y despídeme de todos, tanto de tu familia como de la mía. Adiós, Micucha, piensa mucho en Dios y que Él te dé resignación. Que las niñas salgan a ti y, si no las llama Dios por otro camino, no te opongas nunca a que se casen con un hombre honrado, creyente de verdad y que las quiera con el alma y la vida, como te quiere a ti tu
Rafael.

g) Capitán de corbeta Fernando Bustillo.

El también joven capitán de corbeta Fernando Bustillo dejó una breve pero hermosa carta a su esposa, Concepción Navia-Osorio [33]. Suyas fueron unas palabras que dijo al P. García Alonso y que alcanzaron cierta fama en los años siguientes, porque reflejan el espíritu de servicio y sacrificio, de auténtica inmolación, con que muchos españoles entregaron sus vidas en aquellos momentos: “Nosotros morimos, pero España se salva”; ofrendaban a Dios sus vidas por su Patria.

Queridísima con toda mi alma Concha:
Acaban de procesarme y piden para mí pena de cadena perpetua a muerte. Yo creo que me matarán y te escribo tranquilo, pues espero que Dios nuestro Señor, con su infinita misericordia, perdonará mis pecados y no me condenará al infierno. Dios os proteja y a mí me dé su gloria. Adiós, reza por mí. A mi madre, que me acuerdo mucho de ella, ¡qué le habrá ocurrido!
Confesé y comulgué el 13 de Julio y estoy en gracia de Dios. Ya ves que estoy tranquilo. Quisiera poderte dar un abrazo muy fuerte, muy largo y un beso al nene. Adiós, hasta la otra vida. Reza por mí. Adiós.
Fernando.

Un capitán del Ejército: Juan Ramos.

El capitán Juan Ramos, del Regimiento “Garellano”, de guarnición en Bilbao, fue detenido el mismo 18 de julio de 1936 y se le llevó a la cárcel, donde enfermó gravemente. Postrado y medio moribundo, tuvo lugar la vista de su causa y se le condenó a muerte “por traidor”, según sentenció la sectaria “justicia” frentepopulista. Había tenido la misión de servir de enlace entre Burgos, Pamplona y Bilbao para el Alzamiento Nacional y fue descubierto. Cuando el médico que le asistía y que veía en él un modelo de bondad y cortesía quiso tratar de evitar o retrasar su ejecución operándole de apendicitis, el joven capitán contestó: “¡De ninguna manera! Yo quiero morir de pie y con la frente alta, como un soldado de España”. Transcribimos la carta que dejó a su esposa e hijos, un auténtico testamento de recomendaciones y consejos finales para su familia, antes de ser fusilado en Derio al día siguiente de redactarla [34].

Bilbao, 18 de diciembre de 1936, a las 12,45 en el Santo Hospital de Basurto.
Queridísimos hijos míos:
En estos momentos, que son los más trascendentales de mi vida, os escribo para daros los consejos de un padre, al morir; por eso habéis de seguirlos al pie de la letra y que os sirvan de guía.
He tenido tres grandes amores: Dios, España y esta Madrecita que os queda, porque Dios así lo dispone, para que la toméis de ejemplo constante de amor, cariño y sacrificio; de abnegación constante. Por estos amores tan puros he trabajado siempre con ahínco y con fe, he rezado mucho, he luchado siempre por España, hasta entregar mi vida y mi sangre, y he adorado, sobre todas las mujeres, a esta Mamasita que ha sido el amor de mis amores. Hoy os dejo, cuando todavía sois niños, cuando no os dais cuenta de que perdéis al padre, al consejero, al educador; pero Mamá, que es tan buena, hará mis veces, y yo pediré desde el cielo por ella y por vosotros.
Estudiad mucho, haceos hombres, siendo el único camino el de la perseverancia y del trabajo, no olvidad nunca, como cosa primordial, la fe en Dios, que salva las almas, fin para el que venimos a la Tierra. Sed buenos católicos, y cuanto más fervorosos mejor; desechad de vosotros los respetos humanos para lo que se refiera a Dios; confesadle con orgullo, en público y en privado, como el galardón más preciado que poseéis. Os dejo poca fortuna; no es muy necesaria para vivir bien con Dios, lo contrario quizá os perjudicara; de la privación y el sacrificio sale siempre la virtud. Tenéis ejemplo en vuestra Madre que os servirá de ejemplo vivo como ahorradora y hacendosa; ella supo administrar lo poco que teníamos con tal maestría que siempre hubo bastante en el hogar que juntos formamos y que ahora Dios dispone que quede roto. Todo el cariño que pongáis siempre en ella será siempre poco; nunca os han de parecer bastantes los sacrificios que hagáis en su beneficio y yo os pido, hijucos míos, que cuando seáis mayores habéis de hacer mis veces los tres: ayudadla, sostenedla, y, si Dios quiere que llegue a edad provecta, los tres juntos seáis su sostén y el báculo de su vejez.
No quiero rivalidades ni pendencias entre vosotros; el mayor, tú, José Luis, a quien yo en esta fecha llamaba Puchito, en recuerdo de aquella hermanita a quien, si Dios quiere, voy a ver pronto, habrás de perder a veces tu derecho, en beneficio de los más pequeños; tú habrás de sustituirme en los menesteres de Rector del hogar y, guiados siempre por el consejo de vuestra Madre, ten la seguridad de que viviréis felices. Vosotros, Juan Ignacio y Evaristo, obedeceréis a vuestro hermano, que tiene mi representación, y todos juntos habéis de defender a vuestra Madre en todo y por todo, con razón o si ella, con motivo o sin fundamento, pensando siempre que la suprema razón es la de ser vuestra Madre.
Cuando lleguéis a la juventud, conservaos puros de alma y cuerpo; tened en cuenta que os habréis de encontrar en mil peligros, de los que saldréis con el alma mancillada y el cuerpo podrido si caéis en ellos. Huid de las mujeres públicas; no os darían más que un remordimiento de conciencia y un mal sabor de boca, cuando no una enfermedad que os dejaría recuerdo para toda la vida y, lo que es peor, que podéis legarla a vuestros hijos. Si por desgracia, y Dios no lo quiera, caéis en pecado de lujuria y la enfermedad hace presa en vosotros, acudid presto al médico confesando la falta: más vale ponerse una vez colorado que ciento amarillo.
La honradez acrisolada será vuestra norma; el cumplimiento del deber, vuestro norte; cualquiera que sea la disciplina que escojáis, en ella trabajad siempre con ahínco y con los ojos puestos en lo alto, que Dios devuelve el ciento por uno.
Si reveses de fortuna os ponen en situación precaria, los tres, como un hombre, habréis de acudir y socorrer a vuestra Madre; el mayor orgullo de un hijo es poder resarcir a su Madre de todos los sacrificios que hizo por nosotros, en la cuna, en la infancia, en la juventud y durante toda nuestra vida. Habréis de venerarla por todas las virtudes que posee y que a mí en lo pocos años que Dios me ha permitido que seamos el uno para el otro me ha demostrado; ella ha luchado a mi lado siempre, y cuando, a lo mejor, yo desfallecía, cubría la brecha con su cuerpo y seguía la contienda.
Yo, hijos míos, he muerto por el afianzamiento de la fe católica y por el engrandecimiento de España, y aunque ahora hijos de ella me hagan perder la vida, ahí quedáis vosotros para ofrendarla tres veces, pensando siempre que vuestro padre, que os adora con locura, no vaciló un instante, cuando ella, la Patria, la España querida lo necesitaba, en ofrendarle paz, tranquilidad y todo cuanto poseía, y hasta la misma vida, por legaros una España católica y grande como en los tiempos en que en España no se ponía el sol. Muero mártir de estos deberes, y lo hago proclamando, como mi mayor timbre de gloria, el haber sido católico, apostólico y romano, hasta el último instante de mi existencia, en que, si Dios me lo permite, moriré gritando: ¡Viva Cristo Rey! y ¡Viva España!
A todos mis enemigos perdono; pero habréis de tener en cuenta que la justicia debe cumplirse sin venganzas, sin enconos, y no empañando lo que debe ser fiel reflejo de la de Dios con el baldón de una pasión insatisfecha. Esto es lo que me lleva a la muerte; no ha habido injusticia mayor en el proceso que se me siguió que la de declararme traidor a España, cuando yo entrego mi vida, todo lo que tengo, por su engrandecimiento y liberación de las garras de los sin Dios, los sin Patria y masones que, confabulados, pretendían hundirla para siempre. Yo estoy seguro de que España resurgirá de sus cenizas y volverá a lucir el sol para ella; he creído y creo en las virtudes de su Ejército, fiel exponente, en estos momentos, de lo que quiere y debe ser España, y yo le pido a Dios que vosotros gocéis los beneficios que os quiera dar y que mi sangre derramada por Dios y por España abone la tierra, amor de mis amores.
Para ti, en último término, pues lo eres todo para mí, es también esta carta, mi Candelas adorada; yo he encontrado mujeres brillantes en mi vida, con muchas dotes, pero entre todas tú has sido la elegida de mi corazón y Dios ha premiado con creces mi elección; nunca la hubo más cristiana, más honrada y más abnegada, ni más pura. Yo la he amado con locura hasta mis últimos momentos y la única obligación que os impongo es que la recompenséis con vuestro cariño y vuestra adoración constante de todos los sacrificios que ella ha hecho por mí, luchando hasta el último momento por conseguir un indulto que me hubiera dejado más horas a su lado, pero que, a lo mejor, me hubiera separado de Dios eternamente.
¡Cuánto quisiera dejarte mío para tu consuelo!, pero yo te aseguro que, si Dios lo permite, en el Cielo, donde creo que iré, porque la fe salva siempre, seré tu caballero allá arriba; que intercederé por ti, que pediré e interpondré todo el amor que te he tenido, ante el trono de Dios, para que te llene de todos los bienes que pueda concederte.
A vosotros, abuelos y hermanos, a todos, gracias mil por todos vuestros desvelos; habéis sustituido a mis padres cuando ellos me faltaron y os he tenido en la misma veneración que a ellos; os pido perdón si os falté alguna vez y no quiero encargaros que veléis por mis hijos el tiempo que Dios os conceda la vida, porque así lo haréis.
Y ahora, ante Dios, a cuya presencia voy a ir dentro de breves horas, yo proclamo que he sido y soy católico, que muero contento de entregar mi vida por Dios y por España, y que tú, Candelucas adorada, has sido el más grande amor de mi vida terrenal.
Adiós, mi cielo querido, adiós, hijucos adorados; sed buenos siempre con Mamá y tú, alma de mi alma, amor de mis amores, esposa modelo, mujer fuerte como la de la Biblia, recibe en mi último momento la seguridad de que me has hecho feliz.
¡Viva Cristo Rey!
¡Viva España!
Adiós, Nenuca, hasta la eternidad, tu
Juan.

Un soldado de Santander: Virgilio Rodríguez Fernández

(Susilla, Valderedible, Santander, 1916 – Santander, 14.X.1936)

Habiéndose incorporado como soldado voluntario en el Regimiento de Infantería “Valencia, nº 23” en noviembre de 1935, era de profunda fe católica y, al estallar el Alzamiento Nacional, no quiso permanecer con las tropas que quedaban afectas al bando frentepopulista, en el cual veía que se venía desencadenando una terrible persecución religiosa. Trató de pasar a la zona nacional el 18 de septiembre de 1936 junto con otro soldado, Germán Gutiérrez Gutiérrez. La noche del día siguiente fueron detenidos en Fombellida, maltratados y conducidos a Santander, donde se les recluyó en la Prisión Provincial y se les condenó a muerte. Se preparó debidamente para ese trance, que afrontó con magnífico espíritu cristiano, y fue asesinado por los esbirros del criminal Manuel Neila. Al ir a vendarle los ojos a la hora de matarle, dijo: “A mí, ¿vendarme los ojos? No será verdad. ¡Viva Cristo Rey!” Dejó escrita el día previo una bonita carta a sus padres y hermanos[35]:

Santander, 13 de octubre de 1936.
Queridos padres y hermanos:
Debo notificarles que me hallo en la Prisión Provincial de esta ciudad después de haber tenido un juicio en el que se me ha declarado desertor del Ejército del Frente Popular. La sentencia será quizá grave y me creo en el caso de comunicarlo a mi querida familia para su conocimiento.
En todo caso yo estoy resignado y deseo y pido a Dios para Vdes. la resignación que yo tengo.
Aunque tuviera que sufrir la última pena, créanme que estoy dispuesto con el mejor ánimo y que si esto ocurriera, sabré morir como un buen cristiano, agradecido a Vdes. por la buena educación que me han dado.
Por si sucede así, tengo el consuelo de dejar para Vdes. un reloj como recuerdo mío. Este reloj lo tiene hoy en Santoña Emeterio, el cuñado de Carlos. Vdes. pueden pedírselo y él lo entregará en la primera ocasión.
Para completa satisfacción de Vdes. añado que me he confesado con toda tranquilidad y buen ánimo.
Y bien saben Vdes. que para un cristiano la despedida más larga y última es “hasta luego”, porque la vida es breve en la tierra y volveremos a unirnos en el Cielo.
No tengan pena por mí y encomiéndenme a Dios.
Recuerdos muy cariñosos para todos los parientes y amigos de su affmo.
Virgilio Rodríguez.

Un abogado tradicionalista: Javier Pradera Ortega

El hijo del eminente pensador, orador y político tradicionalista-carlista navarro Víctor Pradera, Javier, fue detenido en su domicilio de San Sebastián por milicianos anarquistas de la CNT y llevado a la cheka que se había instalado en el convento de franciscanos de Atocha el 2 de agosto de 1936. En la misma fecha, también su padre fue apresado por milicianos anarquistas y separatistas (del sindicato nacionalista ELA-STV), por orden del nacionalista Telesforo Monzón (pues el comisariado de Orden Público estaba bajo la dirección, absolutamente inoperante, del PNV). Javier salió absuelto el día de su detención, pero no así su padre, a quien se recluyó en la cárcel de Ondarreta, en manos de las Juventudes Socialistas Unificadas (organización que agrupaba a las juventudes del PSOE y del PCE bajo la dirección de Santiago Carrillo). Nuevamente detenido Javier, ahora por orden del PNV y con el desagrado de los cenetistas que le habían liberado, fue conducido a la cárcel del Kursaal y luego a la de Ondarreta, la cual fue asaltada por los milicianos marxistas el 26 de agosto, ocasión en la pudo encontrarse con su padre y estuvieron a punto de ser asesinados. La noche del 30 de agosto fueron fusilados 56 presos de la cárcel en venganza por la toma del fuerte de San Marcial por unidades de Ejército Nacional, pero ambos salvaron aún sus vidas. Ante la cercanía del avance victorioso de los requetés (las milicias tradicionalistas carlistas) sobre San Sebastián, los frentepopulistas y los separatistas procedieron a rápidas ejecuciones de presos y el 6 de septiembre asesinaron por separado a Víctor Pradera y a su hijo Javier.

Javier era un joven abogado, casado y con hijos, que heredaba el mismo pensamiento por el que su padre se había venido esforzando para restaurar en España la monarquía tradicional. Y como él, también se oponía al racismo y al antiespañolismo del nacionalismo vasco, así como a labor de destrucción de la esencia católica de España que estaban tratando de realizar las izquierdas. Por todo ello fue detenido y ejecutado. Su padre, don Víctor, murió haciendo un precioso acto de fe y perdonando a quienes le habían denunciado y a quienes le mataban; el hijo, por su parte, pudo confesarse y rezó el acto de contrición, ofreció su vida a Dios y, de rodillas, con las manos cruzadas y la mirada hacia lo alto, cayó bajo las balas. Dejó escritas previamente unas bonitas cartas a su familia, que recogemos a continuación [36]. La primera es la dedicada a su esposa:

Carmenchu queridísima:
Estas letras son mi testamento espiritual y material: puedo escribirlas porque la infinita Misericordia del Altísimo me ha conservado la vida hasta estos momentos.
Te dejo todos mis pequeños bienes, porque si eres única en mi cariño, has de serlo también de otro modo. Vela por nuestros hijos para que crezcan y mueran en el seno de la Iglesia católica como muero yo, que pude confesarme a la salida del Kursaal y he podido hacer acto de contrición.
No sé cuándo moriré: hoy, día 24 [de agosto], a las tres y veinte, me han sacado de la celda y he podido juntarme con papá, a quien también han sacado para fusilar. Después de hora y media de agonía nos han soltado. He escrito en esos momentos las letras que están en la dirección de la adjunta tarjeta, que supongo te la manden con esto cuando muera.
Reza por mí y haz que mis hijos bendigan mi memoria.
Adiós, hasta el Cielo.
Javier.
Adiós Víctor, Nena y Javierito. -Papá.

A su madre, María Ortega, le mandó esta otra carta:

Madre queridísima:
Cuando esto recibas, habré pasado ya a mejor vida. No sé, si como esta madrugada iba a suceder, abrazado a papá. Pero bien seguro que Blanquita no me abandonará en el camino del Cielo.
Reza por mí y ampara a Carmen y a mis hijos, que desde ahora, deberán serlo tuyos también.
Adiós, hasta el Cielo.
Javier.

Y a sus hijos y de nuevo a su esposa, les decía finalmente:

Vikiki mío queridísimo:
Te dejo en recuerdo de mi cariño, a ti, hijo primogénito, de mi corazón, los botones de la pechera, regalo de tu madre, a quien en lo humano querrás como yo la he querido.
Reza por mí y acuérdate siempre del cariño de tu
Padre.

Mashasha mía de mi alma:
Nada puedo ofrecerte como prenda de mi cariño. Ya sabes cuán grande era y todo el amor que te profeso.
Reza por mí y acuérdate siempre de tu
Papachu.

Xtº [Xavierito] mío:
Tú, que llevas mi nombre, eres el tercero de mis hijos; pero no el tercero de mi corazón.
Tu edad no te permite conocer cuánto me apena separarme de ti; pero espero que todos nos reuniremos en el Cielo.
Papá.

Carmenchu mía queridísima:
Guarda estas líneas como testamento de mis hijos y hazles saber a los pobrecitos todo el dolor de mi alma al dejarlos desamparados.
Que guarden mi memoria como yo los tengo presente en mi corazón.
Tuyo, hasta el Cielo,
Javier.

Un político: José Antonio Primo De Rivera y Sáenz De Heredia

José Antonio Primo de Rivera nació en Madrid el 26 de abril de 1903, descendiendo por línea paterna de una estirpe militar y aristocrática de relieve a partir del último tercio del siglo XIX. Estudió Derecho y ejerció la abogacía. Según contaba él mismo, no había pensado dedicarse a la política, pero lo hizo finalmente para defender la memoria de su padre, el general D. Miguel Primo de Rivera, que entre 1923 y 1930 encabezó bajo el reinado de Alfonso XIII la Dictadura que restauró en España el orden y la paz: fin de la Guerra de África y pacificación de Marruecos, fin del terrorismo anarquista, fin de las huelgas que desangraban la economía e integración del sindicato socialista UGT (Unión General de Trabajadores) en la vida económico-laboral, promulgación de una avanzada legislación socio-laboral para la época, saneamiento de la hacienda e impulso de las obras públicas y de la economía, etc.

La evolución política de José Antonio, sin embargo, es digna de notar y cabe resumirla, a muy grandes rasgos, en las fases siguientes: sus inicios se observan principalmente en la Unión Monárquica Nacional y muestra ciertas tendencias liberal-conservadoras; en 1933 funda la Falange Española y, admirando en buena medida el fascismo italiano y el modelo corporativo, quiere sin embargo que sea un proyecto muy diferente; a partir sobre todo de la fusión con las JONS (Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista) de Ramiro Ledesma Ramos en 1935, evoluciona principalmente a lo largo de 1935 hacia un sindicalismo revolucionario. En cualquier caso, tres son los principios esenciales de su pensamiento: la dignidad de la persona, desde una profunda concepción cristiana; el sentido de España como Patria; y la justicia social. En gran medida aspiraba a una síntesis de los aspectos positivos de las derechas y de las izquierdas en un proyecto que no fuera ni de derechas ni de izquierdas, capaz de fundir la Patria con el Pan y la Justicia.

Detenido por su jefatura al frente de la Falange a raíz de la llegada al poder del Frente Popular, fue conducido después a Alicante, donde se le sentenció a muerte y fue fusilado el 20 de noviembre de 1936. No sólo su testamento, que aquí recogemos como muestra de serenidad y de fe ante la muerte, sino ésta misma, son un hermoso testimonio del espíritu de reconciliación cristiana y nacional que latía en su corazón: afirmó no considerar enemigos a quienes le condenaban y a quienes le iban a matar, estrechó la mano al director de la prisión, animó a los otros cuatro que eran ejecutados con él (dos carlistas y dos falangistas)… Mientas su mano derecha se alzaba ante el pelotón con el saludo de la Falange por él fundada, la izquierda sostenía un crucifijo. Léase su testamento sin prejuicios y se verá cuán lejos estaba de su corazón el deseo de provocar una guerra civil, qué hondo sentía el perdón cristiano y con qué fe afrontaba su hora final.

Testamento que redacta y otorga José Antonio Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, de treinta y tres años, soltero, abogado, natural y vecino de Madrid, hijo de Miguel y Casilda (que en paz descansen), en la Prisión Provincial de Alicante, a dieciocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis.
Condenado ayer a muerte, pido a Dios que si todavía no me exime de llegar a ese trance, me conserve hasta el fin la decorosa conformidad con que lo preveo y, al juzgar mi alma, no le aplique la medida de mis merecimientos, sino la de su infinita misericordia.
Me acomete el escrúpulo de si será vanidad y exceso de apego a las cosas de la tierra el querer dejar en esta coyuntura cuentas sobre algunos de mis actos; pero como, por otra parte, he arrastrado la fe de muchos camaradas míos en medida muy superior a mi propio valer (demasiado bien conocido de mí, hasta el punto de dictarme esta frase con la más sencilla y contrita sinceridad), y como incluso he movido a innumerables de ellos a arrostrar riesgos y responsabilidades enormes, me parecía desconsiderada ingratitud alejarme de todos sin ningún género de explicación.
No es menester que repita ahora lo que tantas veces he dicho y escrito acerca de lo que los fundadores de Falange Española intentábamos que fuese. Me asombra que, aun después de tres años, la inmensa mayoría de nuestros compatriotas persistan en juzgarnos sin haber empezado ni por asomo a entendernos y hasta sin haber procurado ni aceptado la más mínima información. Si la Falange se consolida en cosa duradera, espero que todos perciban el dolor de que se haya vertido tanta sangre por no habérsenos abierto una brecha de serena atención entre la saña de un lado y la antipatía de otro. Que esa sangre vertida me perdone la parte que he tenido en provocarla, y que los camaradas que me precedieron en el sacrificio me acojan como el último de ellos.
Ayer, por última vez, expliqué al Tribunal que me juzgaba lo que es la Falange. Como en tantas ocasiones, repasé, aduje los viejos textos de nuestra doctrina familiar. Una vez más, observé que muchísimas caras, al principio hostiles, se iluminaban, primero con el asombro y luego con la simpatía. En sus rasgos me parecía leer esta frase: “¡Si hubiésemos sabido que era esto, no estaríamos aquí!” Y, ciertamente, ni hubiéramos estado allí, ni yo ante un Tribunal popular, ni otros matándose por los campos de España. No era ya, sin embargo, la hora de evitar esto, y yo me limité a retribuir la lealtad y la valentía de mis entrañables camaradas, ganando para ellos la atención respetuosa de sus enemigos.
A esto tendí, y no a granjearme con gallardía de oropel la póstuma reputación de héroe. No me hice responsable de todo ni me ajusté a ninguna otra variante del patrón romántico. Me defendí con los mejores recursos de mi oficio de abogado, tan profundamente querido y cultivado con tanta asiduidad. Quizá no falten comentadores póstumos que me afeen no haber preferido la fanfarronada. Allá cada cual. Para mí, aparte de no ser primer actor en cuanto ocurre, hubiera sido monstruoso y falso entregar sin defensa una vida que aún pudiera ser útil y que no me concedió Dios para que la quemara en holocausto a la vanidad como un castillo de fuegos artificiales. Además, que ni hubiera descendido a ningún ardid reprochable ni a nadie comprometía con mi defensa, y sí, en cambio, cooperaba a la de mis hermanos Margot y Miguel, procesados conmigo y amenazados de penas gravísimas. Pero como el deber de defensa me aconsejó, no sólo ciertos silencios, sino ciertas acusaciones fundadas en sospechas de habérseme aislado adrede en medio de una región que a tal fin se mantuvo sumisa, declaro que esa sospecha no está, ni mucho menos, comprobada por mí, y que si pudo sinceramente alimentarla en mi espíritu la avidez de explicaciones exasperada por la soledad, ahora, ante la muerte, no puede ni debe ser mantenida.
Otro extremo me queda por rectificar. El aislamiento absoluto de toda comunicación en que vivo desde poco después de iniciarse los sucesos sólo fue roto por un periodista norteamericano que, con permiso de las autoridades de aquí, me pidió unas declaraciones a primeros de octubre. Hasta que, hace cinco o seis días, conocí el sumario instruido contra mí, no he tenido noticia de las declaraciones que se me achacaban, porque ni los periódicos que las trajeron ni ningún otro me eran asequibles. Al leerlas ahora, declaro que entre los distintos párrafos que se dan como míos, desigualmente fieles en la interpretación de mi pensamiento, hay uno que rechazo del todo: el que afea a mis camaradas de la Falange el cooperar en el movimiento insurreccional con “mercenarios traídos de fuera”. Jamás he dicho nada semejante, y ayer lo declaré rotundamente ante el Tribunal, aunque el declararlo no me favoreciese. Yo no puedo injuriar a unas fuerzas militares que han prestado a España en África heroicos servicios. Ni puedo desde aquí lanzar reproches a unos camaradas que ignoro si están ahora sabia o erróneamente dirigidos, pero que a buen seguro tratan de interpretar de la mejor fe, pese a la incomunicación que nos separa, mis consignas y doctrinas de siempre. Dios haga que su ardorosa ingenuidad no sea nunca aprovechada en otro servicio que el de la gran España que sueña la Falange.
Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles. Ojalá encontrara ya en paz el pueblo español, tan rico en buenas calidades entrañables, la Patria, el Pan y la Justicia.
Creo que nada más me importa decir respecto a mi vida pública. En cuanto a mi próxima muerte, la espero sin jactancia, porque nunca es alegre morir a mi edad, pero sin protesta. Acéptela Dios Nuestro Señor en lo que tenga de sacrificio para compensar en parte lo que ha habido de egoísta y vano en mucho de mi vida. Perdono con toda el alma a cuantos me hayan podido dañar u ofender, sin ninguna excepción, y ruego que me perdonen todos aquellos a quienes deba la reparación de algún agravio grande o chico. Cumplido lo cual, paso a ordenar mi última voluntad en las siguientes cláusulas.
Primera. Deseo ser enterrado conforme al rito de la religión Católica, Apostólica, Romana, que profeso, en tierra bendita y bajo el amparo de la Santa Cruz.
Segunda. Instituyo herederos míos por partes iguales a mis cuatro hermanos: Miguel, Carmen, Pilar y Fernando Primo de Rivera y Sáenz de Heredia, con derecho de acrecer entre ellos si alguno me premuriese sin dejar descendencia. Si la hubiere dejado, pase a ella en partes iguales, por estirpes, la parte que hubiera correspondido a mi hermano premuerto. Esta disposición vale aunque la muerte de mi hermano haya ocurrido antes de otorgar yo el testamento.
Tercera. No ordeno legado alguno ni impongo a mis herederos carga jurídicamente exigible; pero les ruego:
A) Que atiendan en todo con mis bienes a la comodidad y regalo de nuestra tía María Jesús Primo de Rivera y Orbaneja, cuya maternal abnegación y afectuosa entereza en los veintisiete años que lleva a nuestro cargo no podremos pagar con tesoros de agradecimiento.
B) Que, en recuerdo mío, den algunos de mis bienes y objetos usuales a mis compañeros de despacho, especialmente a Rafael Garcerán, Andrés de la Cuerda y Manuel Sarrión, tan leales durante años y años, tan eficaces y tan pacientes con mi nada cómoda compañía. A ellos y a todos los demás, doy las gracias y les pido que me recuerden sin demasiado enojo.
C) Que repartan también otros objetos personales entre mis mejores amigos, que ellos conocen bien, y muy señaladamente entre aquellos que durante más tiempo y más de cerca han compartido conmigo las alegrías y adversidades de nuestra Falange Española. Ellos y los demás camaradas ocupan en estos momentos en mi corazón un puesto fraternal.
D) Que gratifiquen a los servidores más antiguos de nuestra casa, a los que agradezco su lealtad y pido perdón por las incomodidades que me deben.
Cuarta. Nombro albaceas contadores y partidores de herencia, solidariamente, por término de tres años, y con las máximas atribuciones habituales, a mis entrañables amigos de toda la vida Raimundo Fernández Cuesta y Merelo y Ramón Serrano Súñer, a quienes ruego especialmente:
A) Que revisen mis papeles privados y destruyan todos los de carácter personalísimo, los que contengan trabajos meramente literarios y los que sean simples esbozos y proyectos en período atrasado de elaboración, así como cualesquiera obras prohibidas por la Iglesia o de perniciosa lectura que pudieran hallarse entre los míos.
B) Que coleccionen todos mis discursos, artículos, circulares, prólogos de libros, etc., no para publicarlos –salvo que lo juzguen indispensable–, sino para que sirvan de pieza de justificación cuando se discuta este período de la política española en que mis camaradas y yo hemos intervenido.
C) Que provean a sustituirme urgentemente en la dirección de los asuntos profesionales que me están encomendados, con ayuda de Garcerán, Sarrión y Matilla, y a cobrar algunas minutas que se me deben.
D) Que con la mayor premura y eficacia posible hagan llegar a las personas y entidades agraviadas a que me refiero en la introducción de este testamento las solemnes rectificaciones que contiene.
Por todo lo cual les doy desde ahora las más cordiales gracias. Y en estos términos dejo ordenado mi testamento en Alicante el citado día dieciocho de noviembre de mil novecientos treinta y seis, a las cinco de la tarde, en otras tres hojas además de ésta, todas foliadas, fechadas y firmadas al margen.

III. Combatientes

Según hemos indicado ya, la motivación religiosa llevó al frente de batalla a multitud de voluntarios en el bando nacional, incluso venidos del extranjero (en especial, portugueses e irlandeses, pero también algunos grupos significativos de rusos blancos, rumanos y de otras muchas nacionalidades). Un espíritu de Cruzada enardeció los corazones de muchos jóvenes y no tan jóvenes, que decidieron tomar las armas ante los atropellos que la fe católica venía sufriendo en España y que se recrudecían desde los inicios del conflicto. De las filas de la “Acción Católica”, entonces en pleno auge, salieron numerosos muchachos dispuestos a dar sus vidas por Dios y por España. E igual fervor cruzado se descubre en los Tercios de Requetés, que tantos combatientes y tanto heroísmo aportaron a la victoria nacional. Bien hace en recordar un prestigioso, concienzudo y prometedor joven historiador que ha tratado todos estos asuntos [37]:

Como en tantas ocasiones, la paz vino después de la guerra. El fin de la persecución religiosa tenía lugar a medida que cada rincón de España era liberado por los ejércitos de Franco y no acabó definitivamente hasta la Victoria del 1 de abril de 1939. Silenciar esto puede ser un nuevo secuestro de la memoria de los mártires, ya que se pretende ocultar que otros muchos dieron su vida en las trincheras para poner fin a aquella situación, y que también en los frentes se luchaba y se moría por Dios y por España.

Como buena muestra de ello, ofrecemos a continuación toda una serie de cartas bien elocuentes.

Un universitario, alférez aviador: Carlos María Rey-Stolle

(Barcelona, 1916 – Logroño, 19.I.1939)

Carlos María Rey-Stolle es uno de esos jóvenes combatientes que ha dejado un número elevado de cartas escritas durante la contienda, sobre todo a sus familiares, en las que refleja el estado de su alma, su entrega generosa a la causa de Dios y de España y su buena preparación para una muerte que pueda llegar de un momento a otro, aun teniendo cierta convicción (que se cumpliría) de que ésta no le acaecería en el curso de la guerra. Joven universitario, aunque nacido en Barcelona era de familia gallega. En los comienzos del Alzamiento Nacional sirvió como voluntario en la Armada, para pasar luego a la Aviación, donde ostentó la estrella de alférez y se convirtió en un valiente piloto. Profundamente religioso, con una vida espiritual que en parte bebía de las Congregaciones Marianas de inspiración ignaciano-jesuítica, afecto además a las ideas de la Falange y admirador del gran aviador García Morato, participó valerosamente en la guerra y recibió la Cruz Laureada, pero murió en un accidente aéreo una vez terminado ya el conflicto. En sus últimos tiempos experimentó una crisis interior de la que fue saliendo con el auxilio de la gracia, entre otras cosas a partir de unos ejercicios espirituales en Loyola, y que fue la preparación definitiva para el trance final de su vida. Su hermano, el escritor jesuita conocido como “Adro Xavier”, escribiría su biografía con auténtica admiración, y de ella tomamos aquí dos cartas que consideramos bastante significativas en lo que concierne al modo de afrontar la realidad de la muerte [38]. La primera que ofrecemos va dirigida a su hermano.

Gallur, 17-6-38.
Querido Alejandro:
Por fin, sé mi destino. No sé cómo explicártelo, si como a profano en materia aérea o entendido, si como a hermano o como amigo, si la verdad o su proximidad y parecido.
Pero opto por hermano que eres y como sincero que soy, y creo que así sigo mejor camino, aunque éste no es el que he cogido cuando escribí a casa.
Voy a la Cadena, caza de asalto, de protección de Infantería, primera línea de la vanguardia del aire, a los servicios más bonitos y también más peligrosos de todos y con mucha diferencia, y de más bajas. Consiste en acompañar a los infantes en los avances, ametrallando a ras de suelo las trincheras enemigas. Es la vanguardia de primera línea. Voy contento y orgulloso de ir al peor sitio… y Dios sabe cuánto duraré.
Yo, te soy sincero, no lo pedí, sino que me lo han dado; tampoco hice nada para que me lo cambiasen, no he presionado en ningún aspecto; así voy más tranquilo por si ocurre algo. Cumplo órdenes. Es éste mi deber y gustosísimo, sabiendo que hay bastante peligro, voy a la Cadena, además con el orgullo de ocupar el puesto de más peligro del aire, y casi diría de la guerra. Caen muchos. Pero yo estoy completamente entregado a la Providencia, a los destinos de Dios. Si Él quiere que caiga, me ocurrirá; y si Dios no lo quiere, hará, aunque sea diariamente, milagros, y nada me ocurrirá. Cualquiera que sea mi futuro, es el destino que Dios me ha dado desde siempre, y yo acato con toda conformidad, como creyente convencido y cristiano de fe. Quizá por la muerte entre en la vida. Entonces estad orgullosos de tenerme allá: al fin, hoy tantos somos de familia en el cielo como en la tierra: puedo ir con unos o con otros, voy por los dos caminos dirigido por Dios, y ¿quién mejor que Él, que es mi guía, me sabrá orientar?
Tú y los de casa tened completa confianza, que, si sigo como hasta ahora -que espero y quiero-, no dudo de la gloria que Dios me dará (parece orgullo; no, es la tranquilidad que tengo). Y por ello no tened penas ni tristezas, soportad al principio lo desagradable del definitivo abandono y no olvidaros de mí, que siempre me hará falta, como yo lo haré por vosotros.
Anteayer le tocó morir a un compañero mío, Serra. ¡Qué pena da…! Se lo dije a la novia, ¡qué triste embajada! Esto ha encorajinado mi espíritu, si cabe. Mañana, Dios mediante, llegaré al frente. El avance es fantástico. Aunque cueste la vida de uno, parece que la compensa la victoria. Ruega a Dios para que se haga su voluntad.
Parece pesimista esta carta; es bastante realista, la verdad cruda. Pero tengo plena confianza de que nada me ocurrirá y que os veré, al fin de esta guerra, con el orgullo de haber peleado valientemente en ella.
Con toda el alma te abraza tu hermano, que pide ruegues por él,
Carlos María.

La segunda carta que recogemos aquí la remitió a la madre de un amigo muerto en combate, un jovencísimo congregante mariano, voluntario en el reconstituido Tercio de Requetés de Nuestra Señora de Montserrat; en ella expresa también de manera clara la actitud hacia la muerte con la que iban ambos amigos:

Señora doña Carmen Galobart, viuda de La Riva.
Muy querida y distinguida señora:
De repente, y con la brusquedad de lo inesperado, me dijeron lo ocurrido. Me parecía imposible el creerlo, y todavía me cuesta horrores el acostumbrarme a tan grandísima pena.
Acababa de recibir dos cartas suyas y estaba ya encantado de poderlo ver ya tan pronto y abrazarlo y contarnos tantas cosas que por carta nos decíamos, pero no es forma de desahogarnos del todo: esperaba ese momento con gran ilusión, y ahora han fallado todos los planes.
No he sentido por nadie, ni sentiré, más pena que por Esteban. Lo quise muchísimo; ya en Barcelona solidificamos una amistad sincera e íntima. No teníamos secreto alguno entre nosotros y coincidíamos admirablemente.
Me doy cuenta del sacrificio de usted. A Carroggio ya le había dicho muchas veces que el caso de su hijo de usted no era de ir al frente, y que no le presionase en absoluto, pero su ímpetu valeroso lo llevó allí adonde su muerte alcanzó la mejor vida.
Dios le tendrá en su gloria; desde allí velará y rogará por usted. ¡Quién mejor que el único hijo para ayudarla a llevar pena tan horrible! Yo, en la comunión, pido más a él por mí que yo por él. Él está ya desligado de este valle de lágrimas, mientras nosotros -¡hasta que Dios quiera!- quedamos padeciendo.
Yo, señora, no le pongo en estas líneas una fórmula protocolaria, sino que me gustaría poder expresar todo mi dolor. Como le conocía muy bien sé que tengo ahora en el cielo el mejor amigo, que será mi mejor intercesor. Poquísimas personas han podido llevar una vida así en la guerra: tan pulcra y limpia para el alma y valerosa y heroica como español. Era todo un resumen de todo lo bueno, y Dios no quiso que se llegara a marchitar esa flor pura y se la llevó para Él. Tiene usted la satisfacción, dentro del dolor, de entregar su hijo a Dios como Él se lo había dado.
Así como muchos han variado con los motivos excepcionales de la guerra, él siempre ha sido el congregante mariano de Barcelona: en sus cartas y palabras -reflejo de sus pensamientos y vida- lo demostraba. Él goza ahora de una vida que nosotros añoramos. Es la voluntad del Altísimo, y hemos de recibirla gustosos. ¡Quién sabe si yo, que hoy intento consolarla por la muerte de Esteban, vaya pronto con Él! Desde el primer día de guerra estoy entregado a Dios, y le pido lo que más convenga, y para Esteban, no hay duda, lo mejor en el cielo, porque un ángel en la tierra no puede vivir.
Carlos María Rey-Stolle.

Un aristócrata: Francisco De Borja De Arteaga Falguera

(1916 – 5.VI.1937)

Hijo menor del XVII Duque del Infantado, don Joaquín de Arteaga y Echagüe, y de Isabel Falguera, Condesa de Santiago, y hermano de la que sería muy destacada historiadora, escritora y monja y priora jerónima M. Cristina de la Cruz de Arteaga (actualmente está abierto su proceso de beatificación), este joven de la nobleza no dudó en 1936 en lanzarse al frente, renunciando a todas sus comodidades y posibilidades de futuro, para defender la causa de la fe y de la España católica. Antes de cumplirse el primer año del conflicto, cayó muerto en combate en la ofensiva nacional sobre el “cinturón de hierro” de Bilbao, como alférez provisional, habiendo tenido un presentimiento muy nítido de que se encontraba en los últimos días de su vida en la tierra. Afrontaba la lucha y la muerte con conciencia de cruzado y de mártir, idea en que su hermana le confirmaba. Fue enterrado en el monasterio de los benedictinos de Lazcano, en medio del calor popular. En el bolsillo de su guerrera encontraron una carta dirigida a su madre: “Duquesa del Infantado. Se ruega llevarla a mano, si es posible, en caso de que yo muera”. La transcribimos a continuación [39].

Dios y España.
Faldas de Peña Lemona, a 3 de junio de 1937.
Queridísima Mamá:
Quisiera escribirte una larguísima carta, pero no puedo ni me siento capaz de hacerlo.
Esta carta es una despedida, pues creo que esta tarde Dios me llamará.
No entro en detalles de los que ya te enterarás.
Lo único que quiero es decirte que tengas valor y que no llores por mí, pues estaré mucho mejor que en esta tierra.
Es duro el sacrificio, pero Dios y España nos lo exigen y no podemos regateárselo.
Dale un abrazo muy fuerte a papá; dile que quisiera evitarle este nuevo disgusto, pero no puede ser.
Te abraza fuertemente tu hijo que te espera allá arriba.
Adiós y viva España,
F. de Borja.

Un Congregante Mariano y oficial de complemento de Caballería: Fernando Vidal-Ribas Torres

Fernando Vidal-Ribas Torres era un congregante mariano catalán de 24 años cuando murió. Había hecho ejercicios espirituales en mayo de 1936 y había salido fortalecido de ellos. Oficial de complemento del Arma de Caballería, la noche del 18 de julio se sumó con su regimiento, sito en Barcelona, al Alzamiento Nacional, y al día siguiente cayo herido a las tres de la tarde. Tras unas semanas de hospital, fue recluido en el barco-prisión Uruguay, anclado en el puerto de la ciudad condal. Fue juzgado el 14 de octubre con otros compañeros por un “tribunal popular” y los cuatro recibieron sentencia de muerte, de las que se conmutaron las otras tres por cadena perpetua y se mantuvo la suya, porque era odiado previamente en razón de sus apellidos, bien conocidos en Barcelona. Fue fusilado el 16 de octubre y el día previo redactó unas cartas a sus padres y a sus hermanos [40].

Barcelona, 15 octubre 1936, a bordo del vapor “Uruguay”.
A mis padres, Emilio Vidal-Ribas Güell, María Torres Gener.
Queridísimos Papás:
Cuando esta carta llegue a vuestras manos, ya estaréis enterados de que el día 14 fui juzgado ante un tribunal popular y condenado a muerte.
El delito de que se me acusa es haber salido a defender a España y la religión, y yo, por mi España y mi Dios, doy la vida con gusto y con verdadero orgullo, pues en estos momentos, más que nunca, comprendo que la vida no es patrimonio del hombre, sino de Dios.
Yo he pedido a Dios que se haga su Voluntad; ha sido ésta. Alabado sea Dios y reine en España.
Tened la seguridad de que los momentos más felices de mi vida son éstos. Con la conciencia limpia y sabiendo muero por mi Patria, espero con ansiedad el momento en que Dios me quiera llevar a su lado.
Acoged mi muerte, no con tristeza, sino con alegría; Dios lo quiere y España necesita mi sangre; desde el Cielo velaré por todos vosotros.
Perdonadme los malos ratos que os haya hecho pasar, los disgustos que os haya dado, mis faltas, todo.
Y, del mismo modo que Dios me dio la vida y que la alegría reinó entre vosotros, y le disteis gracias a Dios, en este día alegraos ahora, pues es su santa Voluntad.
Os agradezco infinitamente la educación religiosa que me habéis dado, pues a ella debo el morir como un verdadero cristiano.
Pensad mucho en Dios, haced que mis hermanos piensen en Él, y Dios os concederá la gracia de vivir y morir como verdaderos cristianos.
Un último abrazo y un beso, con más amor que nunca, os manda vuestro hijo que muere con Dios y por España,
Fernando.
¡Viva España!
Besos, abrazos y recuerdos a todos mis tíos, primos y demás parientes. Leedles esta carta. Adiós,
Fernando.

La carta a los hermanos decía así:

A mis hermanos: Alfonso, Antonio, Isabel, Guillermo, Luis, Javier, Santiago, a Laura y Alfonsito.
Queridísimos hermanos:
Cuando el día 19 de julio os vi por última vez, no creía fuera la última vez que os viera, pero Dios así lo ha querido, hágase su Voluntad.
Salí a defender a la Religión y a España, y, con Dios, muero orgulloso de morir por España, y dando gracias a Dios que me permite morir como un verdadero cristiano.
No os apenéis por mi muerte; yo he pedido en estos días a Dios que se haga su Voluntad y lo que más convenga, y morir por España y con Dios es su Voluntad y mi mayor orgullo.
No creáis que por dejar este mundo os abandono; desde el otro velaré por vosotros y le pediré a Dios os proteja.
Perdonadme si en algo os he perjudicado en este mundo. Yo no tengo que perdonaros nada, pues nada habéis hecho contra mí.
Sed más cariñosos y amables cada día con Papá y Mamá y pensad que todo lo hacen por vuestro bien y recordad que a ellos debo el poder morir con Dios y por España.
Recordad los buenos ratos que hemos pasado juntos.
Alfonso y Laura, educad a Hugo en el santo temor de Dios y amor a España.
Alfonso, Antonio, Isabel, Guillermo, Luis, Javier, Santiago, laura, sed católicos y españoles.
Un fuerte abrazo de vuestro hermano, que muere con Dios y por España,
Fernando.
¡Viva España!

Jóvenes combatientes de Acción Católica

Muchos jóvenes de Acción Católica, según hemos dicho ya, acudieron prestos a combatir en el frente con profundo espíritu religioso y patriótico, como lo demuestran numerosas cartas que se han conservado de ellos, dirigidas habitualmente a sus familias, o bien a amigos, directores espirituales, novias, etc. Bastantes fueron recogidas en un folleto de 1937, Epistolario del frente, y posteriormente algunas fueron seleccionadas en otras obras, de una de las cuales es de donde las tomamos. Veamos la primera que destacamos [41]:

Cerca de Buitrago, en un monte entre rocas, a 5 de agosto de 1936…
Aquí, sin apenas tinta, escribiendo encima de una maleta, achicharrado al sol, sucio todo mi cuerpo, oyendo el zumbido del cañón, las bombas de los aviones y el incesante tiroteo… Bello preámbulo…
De la guerra, desde luego; pero aquí la paz es mayor, es más espiritual, es más de Dios, es… eso, paz.
¿Cuándo llegará? No lo sé, pero sí que deseo ardientemente mi vida ordinaria, la comunión, etc. Tengo que conformarme con la caricia espiritual del Señor, en la negrura de la noche, en lo más recóndito del parapeto. ¿Con tanta unción como en mi parroquia? Creo que sí, tal vez con más; hay veces, muchas veces, que me siento ya ante el Tribunal de Dios…
Pasó ya la granada y continúo rezando…

He aquí otra carta aún más hermosa, si cabe, sobre todo por el sentido sacrificial de la propia vida, la idea de victimación que se descubre y el gran amor al enemigo [42]:

San Andrés del Congosto, 5 de febrero de 1937.
El corneta ha tocado a oración. Uno de los momentos más bellos de la guerra. Todos firmes, exteriormente impasibles, por los hermanos que ya dieron su ofrenda de la vida al Señor.
A continuación se reza el Ángelus, un saludo a María, y una petición que le hace mi alma, mi corazón de apóstol, al remontar mi imaginación hacia el campo de enfrente y ver tantas almas que se pierden. ¡Qué pena me da el pensarlo! Mi corazón sangra ante tanta desgracia.
Ayer tuvimos un poco de jaleo, pero se presumía un ataque, y como estamos en una posición poco recomendable, ya hice mi ofrenda de la vida ante el Señor. Todos los días la renuevo, pero ayer me sentía verdaderamente inspirado. Con qué alegría hubiera dado toda ella. Me sentí plenamente feliz con la satisfacción de estar con Él… Pero esta mañana ya me arrepentía, no quería lo de la noche anterior, pues paréceme que no debo morir; debo y quiero pasar toda la campaña, para sufrir mucho, mucho… ni yo mismo sé cuánto; quisiera sufrir sin que me agotara, para merecer por ellos, por los que luchan enfrente nuestro; quiero sufrir para pagar mis culpas; quiero sufrir por todos ustedes que me llevaron al camino de la verdad; quiero sufrir como sufrió Teresa de Jesús… Quiero sufrir mucho, porque haciéndolo por Él no sufro, sino que es cuando mejor vivo, cuando me encuentro lleno de felicidad, porque Él está en mí y yo en Él.
¿Desvarío? No. Solamente he volcado todo lo que había en mi corazón, porque, además de decírselo a Jesús cuando lo tengo en mi pecho, lo tengo que contar con alguien, y ese alguien nadie mejor que usted puede ser.

También es muy bonita la siguiente carta [43]:

Santiago y cierra España.
Te escribo en la madrugada del día 5, pasado el tiempo de guardia. Las molestias de este servicio las he ofrecido a Dios pro-Congreso de Santiago…
Hoy he podido ir a Oviedo. No encontré a ningún miembro de la Juventud. El fuerte achuchón rojo los tiene a todos en el frente. Lo único que supe es que varios se incorporaron a la Bandera del Tercio [la Legión] que opera en Asturias…
El domingo, día 28, tuvimos Misa de campaña debajo de una panera. Por cierto que me presenté al capellán del Batallón como directivo de la Juventud de Acción Católica. Se mostró muy satisfecho y me dijo que era precisamente su obra favorita, y que en el tiempo que estuvo retirado como castrense, a ella se dedicó como consiliario.
Por aquí me encuentro perfectamente bien, salvo las incomodidades del mal tiempo (ayer nevó bastante). Pero eso no es nada, y además es magnífico para ofrecer a Dios en este tiempo de Cuaresma. Lo ofrezco principalmente por la celebración del Congreso de Santiago que, como tú dices, supone la salvación de la Iglesia y de España.
No te escribo más: voy a pasar una ronda. Perdona la caligrafía, la llama de aceite es algo temblona.
Monte Naranco (Oviedo), marzo del 37.

Véase otra epístola de un combatiente de Acción Católica, consciente de que la guerra es una verdadera y necesaria Cruzada, sin que por ello pierda de vista que tiene también un carácter cruel y fratricida [44]:

Recibí su carta con alegría. Sus palabras de consiliario llenas de santo ánimo fueron para mí motivo de fortalecimiento y elevación de espíritu para proseguir con más fe la obra que me impuso al recibir en grato día la insignia de la Acción Católica, a la que tanto debo.
En estas trincheras donde la muerte acecha a cada momento nuestra vida, donde más cerca se ve la justicia del Señor y se sufre algo siquiera, en pago de lo que Él padeció por nosotros, desde Belén al Gólgota, es donde más viva arde la llama del agradecimiento y de amor de Dios por ser sus elegidos.
Bien dice usted, mi querido Don N. ¡Qué dicha tan grande poder contarme entre la Juventud de Acción Católica! ¡Cómo no ha de ser la Juventud de A.C. la cúspide de las aspiraciones de todos los españoles!
Sí, Don N., en este resurgir magnífico de la verdad, el Señor hará, sin duda, que cada joven español sea un apóstol suyo dentro de nuestra organización. Allá, en Santiago, será el lugar donde nuestros corazones se unan con vínculo fuerte en una misma ilusión.
Después de terminada la guerra, muy necesaria, pero en todo momento cruel y fratricida, podremos decirle al Señor con el alma llena de gozo: Hasta ahora te defendimos con el fusil y con él en la mano luchamos por Ti. Desde hoy tenemos que luchar y defenderte con un arma sin igual: ¡Tus Santos Mandamientos!
Me parecen muy bien los actos de organización para la Cuaresma. Es preciso que tanto el sacrificio material y espiritual de vanguardia como el de retaguardia sea ilimitado. Todo se merece la gran cruzada emprendida. Recibí el folleto del cardenal primado y ciertamente la realidad no es otra. Poco a poco lo van leyendo mis compañeros, pues creo que no debe archivarse sin dar sus frutos. También recibí “Signo” [el periódico-revista de A.C.], que fue repartido; no dejen de enviarme el número siguiente y algo de propaganda, si disponen de ella. Igualmente quisiera unos Evangelios para entregarlos a un muchacho que empieza a sentir interés por nuestra Juventud.
Aunque sé que les sobra, dé usted de mi parte muchos ánimos a mis compañeros para que esos ochenta niños tengan un recuerdo grato de nuestra Juventud cuando sean hombres. No sólo se hace Patria en el parapeto; quizá no hubiésemos llegado a este extremo de cosas, si en la niñez de los hombres que hoy vivimos para matarnos, nos hubieran inculcado más el santo temor a Cristo.
No sabe cuánto le agradezco sus oraciones. También yo rezo por todos ustedes y porque pronto podamos vernos juntos, con el triunfo y la victoria final dispuestos a trabajar sin descanso por nuestra Juventud de Acción Católica.

Véase aquí otro testimonio epistolar más, realmente llamativo por su piedad filial, del presidente de la Juventud de Acción Católica de Navarra, que murió en julio de 1937, después de haber caído herido [45]. Hay que tener presente, como en la carta se alude, el gran número de combatientes voluntarios que salieron de Navarra, sobre todo alistados en el Requeté, y el sacrificio que ello suponía para tantas familias.

Elgóibar, 24 de abril de 1937.
¡Viva Cristo Rey!
Queridos padres:
Nada debe extrañarles que haya salido para el frente, ya que de sobra saben mi manera de pensar, y que no es otra sino la que tienen ustedes y de pequeño me enseñaron, como a todos los demás hermanos. Por eso, siempre he tenido vivas ansias de ir al frente, hasta que ya no he podido resistir, porque me parecía que era mi obligación en estos momentos, como buen católico y patriota, y que era Dios quien me llamaba y quien, seguramente, les está pidiendo a ustedes este sacrificio de que se les va el cuarto hijo al frente. Así que ofrézcanselo a Él para bien de la Patria, que con esto conseguirán para la victoria más que con las armas.
Además, queridos padres, con esto no he hecho otra cosa que seguir la enseñanza, religiosa y patriótica, que siempre han dado ustedes a la familia, principalmente en los pasados tiempos de la República. Y si mi salida ha sido sin despedida, no obedece a falta de cariño para ustedes, sino todo lo contrario; he querido evitar disgustos, y puedo asegurarles que ahora, ante el sacrificio que están sufriendo por mí, es cuando más les quiero.
Al mismo tiempo les prometo solemnemente que, mientras viva y pueda trabajar, no les ha de faltar mi ayuda incondicional en todo momento. Es y será mucho el amor que les profeso, pero antes que el amor a ustedes está el amor a Dios; por eso me he decidido a venir al frente con la confianza plena en la Providencia, que no puede dejar de asistirles.
Además, siendo miembro de la Juventud de Acción Católica de Navarra y su presidente, aunque indignamente, mi campo de acción de apostolado está en estas circunstancias en el frente. Comprendan también que los hijos los da Dios para el Cielo, y si esto lo consiguen plenamente ustedes, queridos padres, ¿qué les puede interesar todo lo demás?
Pueden darse cuenta además que, debido al trabajo de la noche, yo me encontraba peor de lo que a ustedes les parecía y a punto de contraer alguna enfermedad, lo que hubiera sido mucho más doloroso que estar aquí, donde, a pesar de todo, he de mejorar mucho, pues lo que me conviene es la vida de campo. Si regreso bien, procuraré por todos los medios cambiar de oficio.
[…]

Un ejemplo más del profundo espíritu religioso y patriótico de aquellos jóvenes es el siguiente [46]:

La Casa de San Galindo, 17 de abril de 1937.
[…] Le pido mucho al Señor cuando le tengo en el pecho [al comulgar], con todas mis fuerzas, por los del campo de enfrente, y por nuestra obra, la Juventud de Acción Católica, para que sea grande, para que sea lo que usted y yo soñamos.
Todos mis sufrimientos, todos los sinsabores, todas las amarguras, todo yo… para Él, mediante la obra. ¿Que necesitamos torrentes de gracia? Los obtendremos; usted bien lo sabe; los pediremos con santa insistencia y nos los concederá.
No me atrevía a comunicarle este presentimiento, pero hace ya mucho que lo tenía; amargas lágrimas hemos de llorar, pero tendremos el consuelo de llorarlas juntos, y abrazados a su Cruz. Será nuestro sufrimiento vida. Él con sufrimiento nos redimió, y espera, pendiente en la Cruz, que con los nuestros llevemos hasta sus labios abundancia de almas de fuera del aprisco […].
Bien sabe usted que yo le llevo [al Señor] siempre conmigo, aunque muchas veces no pueda recibirle; que le amo con locura, y por ÉL lo haré todo. Pídame cuanto quiera que yo lo haré. Sé que es una hora y a ÉL me entrego, de verdad. […]

El espíritu de inmolación y sacrificio se hace patente asimismo en la carta que recogemos a continuación [47]:

[…] Hoy me encuentro en Toledo, a donde me ha traído mi suerte. Antes de continuar te voy a pedir un favor, y es que guardes un secreto absoluto sobre lo que voy a decirte.
Estoy en el Hospital de Toledo, con una enfermedad que no me abandonará hasta la muerte. ¿Comprendes lo terrible que es esto, sobre todo a los dieciocho años?
Pues bien, es cierto. Como consecuencia de exceso de ejercicio padezco un exceso y una dilación del corazón, de carácter incurable, que, si bien es cierto que por sí sola no me causaría la muerte, me la puede ocasionar en cualquier enfermedad que padezca.
Y no es esto sólo, sino que esta enfermedad me impide continuar en el frente, me impide seguir luchando por Dios y por España.
Te digo la verdad, sufro con un dolor que no sé describir, que no he sentido nunca; lo único que me queda es ofrecer a Dios este dolor, tanto más duro cuanto no es físico, sino moral.

Hermosa es igualmente la siguiente carta, en que se ve una vez más a un muchacho idealista, entregado y generoso en el combate y en la convalecencia [48]:

La Coruña, 2 de abril de 1937.
Acaso te haya extrañado mi incorporación en las filas de la Legión. Cuando el asedio a la capital, pertenecía a la compañía de voluntarios del Regimiento de Infantería de Milán. Pasé a la segunda línea. Mientras tanto, iban llegando a España grandes contingentes de milicianos a engrosar las Brigadas Internacionales. Llegó a mis oídos que para avanzar se necesitaba más fuerza. Me enteré de que en la Legión hacían falta hombres. En Santullano se estaba organizando la bandera que allí estaba de guarnición. Una voz interior me decía: Vete a la Legión. Pensé un momento en casi media España por conquistar. Surgió el afán de buscar a mis padres y el deseo de dejarlo todo por Dios y por la Patria. Y un día del mes de enero, partimos cuatro jóvenes, tres del centro parroquial de Santa María de la Corte, a incorporarnos a la Legión.
Pasaron los días y llegaron los ataques del mes de febrero. Al tercer combate, en las proximidades de Oviedo, una bala explosiva me fracturó el brazo. El Señor había querido que sufriera, y precisamente en los días en que ÉL tanto sufrió por nosotros […].

En fin, recogemos una carta más de otro joven de Acción Católica, alférez provisional, desde el frente del entorno de Madrid, que contempla la guerra como un a purificación para la sociedad española, incluso a nivel personal para él mismo[49]:

Fuenlabrada, 26 de marzo de 1937.
En la profunda religiosidad de este Viernes Santo, en el que mi recogimiento interno ha de suplir la falta de todo culto público, imposibilitado por la iconoclasta impiedad comunista, te dirijo estas impresiones nacidas del alma.
Sin duda ninguna, esta guerra, que Dios ha impuesto como tributo a la regeneración de España, está sirviendo también para la regeneración individual de muchos espíritus mediocres; es éste también mi caso personal. Nunca he sentido con más intensidad los deseos de mejoramiento, ni nunca mis propósitos de conseguirlo me parece que fueron tan sinceros. Todos mis sacrificios me parecen pocos para expiar tantas debilidades pasadas y, al ofrecérselas a Dios en mi oración de cada día, le pido los acepte con tal fin.
Infinitamente te agradezco tus peticiones para que Él me defienda, si ésa es su voluntad, pero si me reclamara a su lado, sería más provechoso a todos, en esa labor que tú dices que después de la guerra puedo realizar.
Observo en tus cartas aún mayores inquietudes apostólicas que en otras hasta ahora recibidas, aunque siempre muy elevadas; empresa difícil, es verdad, la que quieres llevar a cabo, pero todo hay que posponerlo a la urgencia de acercar a Dios una sociedad que sólo aparentemente le sirve, y todo, también, espéralo de su ayuda misericordiosa. A implorarla te secundo diariamente en mis oraciones humildes, en cumplimiento de mi promesa y mi deber.

IV. Otros testimonios

Ofrecemos, en fin, un grupo de otros testimonios de aquellos años 1936-39, de miembros jóvenes de comunidades religiosas que estuvieron al borde del martirio y afrontaron su posible muerte con grandeza cristiana de corazón, o bien el de un conocido monje trapense que deseaba la palma martirial o, en su defecto al alejarse esta probabilidad, poder ir con su quinta al frente para defender las causas de Dios y de España, lo cual refleja bien el ánimo que latía en el corazón de muchos jóvenes de aquellos momentos; y cuando tampoco esto fue posible por razones de salud, entonces encaró la muerte que le llegaba por enfermedad con un espíritu profundamente sobrenatural.

Un Monje Trapense: Beato Rafael Arnáiz Barón

(Burgos, 9.IV.1911 – San Isidro de Dueñas, Palencia, 26.IV.1938)

Este monje cisterciense de la Estricta Observancia (los conocidos como “trapenses”), beatificado por Juan Pablo II en 1992 y propuesto por él mismo en 1989 como modelo para los jóvenes de todo el mundo, no murió ni en combate ni como mártir, y ni siquiera a consecuencia de la Guerra de 1936-39; sin embargo, falleció en el curso del conflicto y dejó varios escritos muy elocuentes sobre lo que pensaba de él, desde su ocultamiento en la abadía de San Isidro de Dueñas, donde ofrecía a Dios su sacrificio escondido. Para él supuso un gran dolor tanto el hecho de producirse una guerra entre hijos de España, como no poder participar como combatiente en el bando nacional, militando por la defensa de la Cruz de Cristo y de la España Católica, precisamente porque fue declarado inútil por enfermedad: la misma enfermedad, una terrible diabetes que en aquella época era fatal, que tantas renuncias le hizo aceptar y sufrir en su Trapa querida y que finalmente le llevó a la muerte. Hijo de una familia de la aristocracia, había comenzado a estudiar Arquitectura en Madrid, carrera que abandonó para seguir la vocación monástica (1934) que advirtió en su interior, dejando un porvenir prometedor y muchos afectos, así como la admiración de las chicas hacia él. Recogemos aquí algunos textos bastante significativos, que revelan su ansia de eternidad, sus deseos de martirio y su visión de los sucesos acaecidos en España [50].

Ave María
¿Qué pasará en España?
19 de julio de 1936.
No bien hube dejado la pluma y bajado a la iglesia… cuando estábamos esperando en el Coro el comienzo de la Misa, hay un revuelo entre los monjes… En lugar de tres sacerdotes para la Misa, sale uno solo…
No se tocan las campanas y hacemos el Oficio rezado…
Cuando salimos de la iglesia nos enteramos de que en España hay revolución, de que se ven soldados en la carretera, y se habla de un levantamiento… no sé más; únicamente que no se oyen trenes… hay huelga, por lo visto.
Estamos en manos de Dios.
¿Qué pasará en España?
No sé nada; a nosotros los novicios ninguna noticia llega.
Hay algo de intranquilidad entre los Padres y Hermanos. En fin, solo Dios. Quizá no sean más que alarmas, pero son alarmas que llegan del mundo, y por muy indiferente que uno sea a todo lo que de él pueda venir, cuando se sabe que estamos rodeados de pueblos hostiles, y de hombres que nos odian… no puede uno permanecer impasible.
Época difícil es ésta. Pero no importa, el que a Dios tiene nada le falta, y por mucho que nos hagan los hombres, lo más que nos pueden hacer es quitar la vida… y la vida de un trapense vale bien poco… mejor dicho nada. Para mí, desde luego, mientras la tenga la emplearé en servicio de Dios, y cuando Él me la quite de una manera o de otra, bien está, pues es suya, y como cosa suya puede disponer de ella… no comprendo a un monje con miedo a la muerte.
¡Ah!, ¡qué felicidad tan grande sería si pudiese dar mi vida por Jesús!... seguro que no me cabrá esa suerte. Pero si el Señor consiente que mis días terminasen con el martirio… en fin, qué cosas digo.
Lo mejor es estar contento con todos los acontecimientos que Dios envía, bien sean épocas de paz o de revoluciones… nada ocurre en el mundo que Él en su infinita bondad no tenga previsto y la criatura no llegará más allá del límite por Dios señalado.
En fin, sólo Dios basta, y en manos de la Virgen María descansamos.
Es triste no oír campanas.

Otro texto que seleccionamos es de principios de agosto de 1936, cuando el Beato Rafael ya tenía un cierto conocimiento mayor de lo que sucedía en España por esas fechas.

Ave María.
España está en guerra.
2 de agosto de 1936.
Estamos en época de revolución, de guerras sangrientas entre hermanos de una misma nación.
Al monasterio llegan noticias del mundo que hacen poner en la paz conventual una nota de tristeza.
España está en guerra.
Nuestros hermanos allá en el mundo se matan unos a otros. Los hay enemigos de Dios, y los hay que militan bajo la bandera de Cristo.
Unos y otros bajo la mirada del Rey del mundo… Todo estaba dispuesto por el Amo y Señor de los hombres. Nadie llegará más allá de lo que Él permita.
Aquí, en el Monasterio trapense hay almas que se ofrecen a Dios por la paz de España. Almas que alejadas de las luchas políticas piden a Dios la paz entre los hermanos, el triunfo para los seguidores de Cristo, y el perdón para los enemigos de Dios.
Todo lo que en España está pasando es una prueba de la misericordia Divina.
La impiedad entre los malos reinaba a cara descubierta, la apatía y tibieza se apoderaba de lo buenos, y por todos lados se filtraba la inmoralidad y el paganismo. España necesitaba una sacudida… necesitaba una limpieza, necesitaba una reacción, necesitaba incluso mártires que mueran por ella.
Y la misericordia de Dios hace desencadenar la guerra.
Quizás queden destruidas ciudades enteras. Quizás mueran los españoles por miles. Quizás sea esto la ruina material de la nación.
Pero no importa, si con ello se consigue purificar a los cristianos de sus pecados, se logra desterrar en parte la inmoralidad de costumbres, y se eleva el nivel espiritual de España.
Dios trata a los pueblos según merecen, y si a unos les manda la guerra y la desolación por castigar sus pecados, a otros los azota con el dolor para hacerles recordar que Él existe… para hacerles ver su ingratitud, para sacarles de su tibieza.
España, que tanta gloria ha dado a la Iglesia de Cristo, patria de Santos, y tierra privilegiada por su Catolicismo, está dormida, y Dios, con esta guerra, la está dando un toque de atención.
¿Responderá?
Que la Virgen del Pilar de Zaragoza haga que vuelva a España la fe… pero si el triunfo no nos sirve para ser mejores… es preferible no triunfar… y si hacen falta mártires, que los haya; todo antes que seguir ofendiendo a Dios.
Pero no será así.
La Virgen vela por los españoles, y el Corazón de Jesús no nos abandonará.
Hoy, día 2 de agosto de 1936, tenemos toda la Comunidad vela al Santísimo para pedirle la paz, pedirle por los que mueren, reparar muchos pecados, y para que nos conceda a todos conformidad con sus Divinos designios.
Y Dios nos tiene que oír… porque Dios es muy bueno…
No bastan, desde luego, nuestras disciplinas, ayunos y oraciones… todo eso es un granito de arena en el mar…; la muerte de todos los hombres no serviría para pagar un solo pecado mortal… ofensa infinita al que es Infinito.
Pero no debe cundir el desaliento en el corazón…
Cuando pedimos a Dios piedad y perdón, lo hacemos como David…

Secundum multitudinem miserationum tuarum (Ps. 50).
Es decir, no por nuestros pobres méritos, sino por la multitud y grandeza de su misericordia borrará nuestros pecados y los del mundo entero.
¡Qué grande es Dios!
¡Qué locos están los hombres!

Ofrecemos otro escrito muy poco posterior:

Ave María.
Sin noticias del mundo.
4 de agosto de 1936.
Seguimos sin tener noticias del mundo…
Qué lejos suena esa palabra… el mundo. ¿Acaso los trapenses no estamos en él? Sí, pero gracias a Dios nuestro encierro nos preserva de sus muchos peligros para el alma.
Vivimos en el mundo, pero muy lejos de él.
Ahora, en las circunstancias por que atraviesa España, los monjes españoles no podemos permanecer impasibles… y si cuando el mundo es feliz y se divierte no queremos enterarnos de nada, ahora que sufre y que hay guerra quisiéramos saberlo todo, y ayudar a todos.
No es tan egoísta el fraile como la gente cree.
Sin embargo, nada sabemos… ni lo bueno, ni lo malo.
Solamente seguimos pidiendo a Dios por nuestra querida Patria.

En una carta del 13 de septiembre desde la Trapa de Dueñas, escrita a su hermano Fernando, que había venido desde Bélgica para ofrecerse voluntariamente a luchar en el bando nacional, le decía así:

…Tu hermano en la Trapa te ayuda como puede, y aunque sus oraciones valen bien poco, cada cual hace lo que está en su mano.
Siempre que pido por España pido por ti, pues España está hoy en el Ejército, y el Ejército para mí eres tú… ¡ni más ni menos!... Mira, no te pongas hueco. Que Dios te ayude y nos ayude a todos… todo lo demás, incluso la guerra, no tiene importancia…
Aquí sigue todo como siempre, con la diferencia de que ahora cantamos Maitines y Laudes fuera de la iglesia, pues a las dos de la mañana no podemos encender las luces por precaución a los aviones enemigos (los aviones del Ejército rojo) .
P.D.: No te olvides que en la Virgen María lo hallarás todo, como un día te dije, y si a Ella acudes, te aseguro que te irá bien… no lo olvides.

El 29 de septiembre de 1936 salió de la abadía de Dueñas a Burgos para incorporarse a filas con su quinta; pero al ser declarado exento, inútil por motivos médicos, sufrió doblemente al ver que la enfermedad le dificultaba su progreso en la vida monástica y asimismo su posibilidad de prestar el servicio a su Patria en un momento dramático para ésta. Ya había realizado el Servicio Militar años antes, pero ahora sufrió especialmente cuando vio partir a sus compañeros que se reenganchaban y que serían destinados al frente, mientras él no podía unirse a ellos. En tales circunstancias, marchó con su padre y su hermano Leopoldo a La Coruña, con el fin de desplazarse luego a Oviedo, que había sido recién liberada por los nacionales (pues había estado sitiada por los frentepopulistas). Desde la ciudad gallega escribió la siguiente carta a su madre, el 18 de octubre de 1936:

Como supondrás, el entusiasmo ayer en Coruña con motivo de la toma de Oviedo ha sido desbordante: colgaduras, manifestaciones, músicas y banderas, vivas a Galicia, al Ejército y a la ciudad de Oviedo.
Papá estuvo saludando al Comandante de la Plaza con las demás autoridades…
Yo he festejado como he podido el triunfo de España, alabando hoy en la Comunión al único Jefe de todo, al verdadero Defensor y Libertador, al Amo del mundo, que es Jesús, cuya misericordia es infinita.
¡Qué grande es Dios, querida madre!
Ahora que estoy en el mundo, en medio de esta barahúnda de movimiento, de excitación, de frenesí de la guerra, qué conveniente resulta recogerse un poco para ver en todo esto nada más que la misericordia y los designios de un Dios que no quiere más que nuestro bien, y que, aunque a nosotros nos parezcan castigos, y los horrores de la guerra nos estremezcan, no dejemos de ver la suave mano de Aquél que rige los destinos de los hombres.
Ya estamos cerca de ver lo que ocurrió en Oviedo, de ver qué queda de nuestra familia, y de nuestra casa… no hay que apurarse, los que dieron la vida por Dios y por España, felices ellos, y en cuanto a los bienes materiales, qué quieres que te diga este pobre aprendiz de trapense que tú no sepas…
¡Sólo Dios basta!
No quiero hacer mala filosofía en estos momentos, pero te aseguro que en medio de los escombros y rodeado de cadáveres, también se puede y se debe alabar a Dios y agradecerle su misericordia infinita.
No sé si saldremos de aquí mañana lunes o quizás el martes, antes tenemos que asegurarnos la llegada a Oviedo, pues habrá dificultades en el camino; ya veremos, no conviene ser imprudentes, aunque yo creo que ya hoy, si no fuera por cuestión de pasaportes, podríamos llegar.
Te diré que hemos alabado mucho a Dios… y que también hemos comprado jamones, fiambres, aceite, quesos, latas de conservas, chocolate…
Llegaremos con el coche lleno de entusiasmo y de víveres.
Todo es necesario.
Hay mucha alegría, pero como comprenderás tenemos una impaciencia muy grande, y además se ve oscurecida a ratos por tantas desgracias, muertes, fusilamientos, como nos vamos enterando.
Es algo espantoso.
De Asturias no quedará nada; será la tragedia de la guerra la que dure por muchos años en el alma de todo asturiano y de los que amamos a Asturias.
En fin, Dios sobre todo y que María nos ayude.
Me alegro mucho de haber venido, pues ya que mi inutilidad me impide coger un fusil y servir a mi Patria, por lo menos puedo en estos momentos ser útil a mi padre.
¡Quién sabe! Cuando Dios me ha sacado de la Trapa, por algo será, y está visto que he de estar en el mundo en los momentos en que es menos divertido… ¿Te acuerdas de octubre?
Te abraza y te manda todo su cariño tu hijo, que sin gritos, sin banderas y sin músicas, pero con toda su alma, su alma de trapense silencioso, lanza también su ¡Viva España! a los pies de Jesús en el Sagrario.

El Hermano Rafael volvió a la Trapa de Dueñas, donde murió santamente en abril de 1938. Queremos recoger también parte de uno de sus últimos testimonios, en los que refleja de qué modo se iba preparando su alma para afrontar ese trance final de la vida terrena; esperaba con ansia ir ya a la vida eterna:

13 de marzo de 1938.
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
¡Señor, cómo me es posible vivir, esperando lo que espero!
¡Cómo me es posible pensar en tanta cosa creada como me rodea, teniéndote a Ti!
Me maravillo de que tu gracia no me mate. ¡Es tanta y tan abundante!
Sueño con tu gloria, vivo algunas veces atontado sin saber lo que quiero… de tanto que quiero.
¡Cómo me cansan las criaturas, Señor y Dios mío! ¡Qué sinsabor tan grande me causa el tratar cosas del mundo, el hablar de negocios temporales, el escuchar noticias!
¡Ah, Señor, nada quisiera saber ni escuchar… sólo Tú, Señor, sólo Tú!
Nada me llena, nada desea mi alma… ni aún gozar, ni padecer… sólo desea amar con locura, sólo se llena del pensamiento de Ti… ¡qué ansias tan grandes, Señor!
[…]
Sólo en el silencio de todo y de todos hallo la paz de tu amor… sólo en el humilde sacrificio de mi soledad hallo lo que busco… tu Cruz… y en la Cruz estás Tú, y estás Tú solo […].
Señor Jesús, mírame a tus plantas adorando tu agonía, besando tus llagas, limpiando con mi dolor tu Divina Sangre… cómo quisiera, Señor, morir a tus plantas de amor […].
¡Señor, quisiera morir de amores a los pies de tu Cruz!
[…]

Carmelitas Descalzas del Cerro de los Ángeles

Santa Maravillas de Jesús (Madrid, 4.XI.1891 – La Aldehuela, Getafe, Madrid, 11.XII.1974) es una de las más destacadas hijas de Santa Teresa de Jesús y un auténtico referente en la historia de la Orden Carmelitana. Hija de una noble familia, desde niña advirtió la vocación contemplativa e ingresó en el Carmelo de San Lorenzo de El Escorial en 1919. Por inspiración divina, llevó a cabo la fundación del que se estableció en el Cerro de los Ángeles en 1924, como lugar de reparación y del que fue nombrada priora en 1926. Fundadora incansable y seguidora fidelísima del espíritu de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz, los conventos que hoy pertenecen a la “Asociación de Santa Teresa” por ella iniciada se encuentran rebosantes de jóvenes y ardientes vocaciones. Fue además un alma caritativa y con auténtica preocupación social a favor de los más necesitados, para los cuales, por ejemplo, promovió la construcción de viviendas.

En 1936, al inicio de la Guerra Española, hubo de salir con su comunidad del Cerro de los Ángeles y trasladarse a Madrid, donde mantuvieron admirablemente la vida carmelitana en la clandestinidad en un piso de la calle de Claudio Coello, nº 33, de donde marcharon hasta Francia y en 1937 consiguieron asentarse en el antiguo Desierto de San José Las Batuecas, que había sido de los Padres Carmelitas y a quienes más tarde se lo cederían. Ni ella ni sus monjas murieron mártires, por lo tanto, pero durante su estancia en la calle de Claudio Coello de Madrid estuvieron abiertas a la cercanía de morir martirialmente, para lo cual realmente faltó muy poco; la Providencia, sin embargo, tenía otros designios sobre ellas. De entonces recogemos aquí una canción que las jóvenes de la comunidad compusieron y que cantaban todas en las recreaciones, y que incluso no dudaron en cantar en un registro de la casa ante unos milicianos anarquistas, a uno de los cuales, Carcajo, de buen corazón, le tocaron en lo más profundo de su sensibilidad y supo reconocer que “esto es ser verdaderamente católicas”: no sólo no les hicieron nada, sino que él incluso les pidió oraciones. Previamente a todo esto, pero en relación con ello, queremos recordar lo que Santa Maravillas oyó del Sagrado Corazón de Jesús en El Escorial, cuando tuvo la inspiración para fundar en el Cerro de los Ángeles: “España se salvará por la oración”. Y se cumplió. Ojalá vuelva a ser así. Léase ahora la canción mencionada:

Si el martirio conseguimos,
qué mayor felicidad
beber con Jesús el cáliz
y después con Él gozar…

Y si Dios quisiera
que muera en prisión,
le diré que estoy presa,
sólo, sólo por su amor.

Hijas de la Caridad en cárceles madrileñas

Varias Hijas de la Caridad (muchas de ellas jovencísimas), fundadas por San Vicente de Paúl y Santa María Luisa de Marillac en el siglo XVII, fueron apresadas durante el tiempo de la Guerra Española, conducidas a la cárcel y asesinadas. Pero es obligado advertir que, ya antes del Alzamiento Nacional del 18 de julio, bajo el gobierno del Frente Popular, se había procedido a arrestos arbitrarios y a un verdadero acoso contra ellas, así como contra otras personas consagradas a Dios.

En España había unas 8.000 Hijas de la Caridad en 1936. El 18 de marzo de ese año, el presidente de la Diputación de Madrid, Rafael Henche de la Plata, solicitó su expulsión del Colegio de Pablo Iglesias de la capital española, y el 22 de abril lo mismo con respecto a los Colegios de la Paz y de las Mercedes; el 8 de julio se ordenó suspender todo acto de culto en las Casas de Beneficencia. Pero además, el 4 de mayo se produjeron terribles atentados alentados por los partidos frentepopulistas contra los religiosos y religiosas, como el bulo de los “caramelos envenados”: por lo que respecta a las Hijas de la Caridad, sufrieron el incendio del Asilo-Escuelas de Nuestra Señora del Pilar en el barrio de Cuatro Caminos, quedando así sin albergue 50 niñas asiladas y sin Academia Nocturna las obreras, y dejando sin clase a 1.000 niños de ambos sexos y sin la acogida que se daba los domingos y festivos a 400 muchachas; a las religiosas se las echó de allí y se las sometió a todo tipo de vejaciones (interrogatorios, en los que confesaron valientemente su fe; despojadas de sus hábitos, desnudadas, golpeadas, insultadas, etc.). A tal punto llegaron los acontecimientos del 4 de mayo, que don José Calvo Sotelo exclamó en el Parlamento: “Ya nadie contendrá la Revolución, pues se han atrevido con las Hijas de la Caridad”, indicando con ello que ni siquiera se había respetado a unas personas tan queridas por sus probados servicios a los niños, los pobres y los enfermos.

De las que estaban en Madrid al producirse el Alzamiento Nacional, fueron arrestadas bastantes. El Miércoles Santo de 1937, que caía ese año en 24 de marzo, las cinco que quedaban detenidas (Sor Josefa Ribera, de 30 años de edad y ocho de vida religiosa que dejó escrito el relato, Sor Montserrat Vidal, Sor Elvira Rivero, Sor Josefa Núñez y Sor Eustaquia Ruin) fueron trasladadas de la cárcel de San Rafael a la cárcel de mujeres de Ventas, con el permiso bastante benevolente de una jefa comunista de que pudieran hacer sus rezos todas juntas y en unas condiciones relativamente buenas, sobre todo si se tiene en cuenta cómo funcionaba paralelamente la represión en el Madrid republicano. De su estancia en prisión, nos parece digno de resaltar el buen espíritu que mantuvieron, preparadas para lo que pudiera acontecerles y rogando a Dios por la paz en España, el triunfo de la fe y la conversión de los frentepopulistas, todo lo cual lo transcribían a unos cantos que compusieron [51]. El primero de ellos, que cantaban a diario juntamente con el himno del Congreso Eucarístico de Madrid y valiéndose también de la música de éste, decía así:

Roguemos al Señor de los señores
que con paterno amor
beso de paz a los españoles
que ya sienten sus culpas de verdad.

Oiga Cristo también nuestros clamores
pidiendo contrición
para la España infiel, blasfemadora,
que en mal hora
siguió al fiero Luzbel.

Además, con la música de un canto de Comunión, entonaban estas coplillas, que terminan con una alusión a la promesa del Sagrado Corazón de Jesús al jesuita P. Hoyos cuando era novicio en Valladolid:

Dulce Jesús, salva a la España ingrata
que ciega y sorda reniega de su fe.
Ten compasión de los que a Ti clamamos
y que pronto se cumpla el “Reinaré”.

El 5 de abril de 1937 hicieron renovación de sus votos como Hijas de la Caridad; con este motivo, compusieron este poema:

¡Oh, que día de recuerdos!
¡Qué emoción tan singular
de estas cinco prisioneras
que en la cárcel viven ya
hace larga temporada,
unas menos y otras más!

Ante Jesús prisionero
hicieron promesa hoy
de guardar fidelidad
a los santos compromisos
que un día juraron ya.

Y en lugar del Altar Santo
do se eleva la Hostia Pura,
fue una silleta pequeña,
puesta en una sala oscura
la que sirvió al buen Jesús
de trono y santo lugar.

Por mantel un pañolito
y por Copón una caja;
y allí unidas en espíritu
a todas nuestras Hermanas.

Y antes de que apareciese
la carcelera en la sala,
hicimos la fiel entrega
de nuestros cuerpos y almas,
renovando a Dios los Votos
de Pobreza, Castidad
y de servir a los Pobres
viviendo en Comunidad.

¡Cuándo llegará ese día,
oh Jesús, Rey Celestial,
en que nuestro cuarto Voto
podamos bien practicar…!

Aquí estamos, Jesús bueno,
cumpliendo tu voluntad.

Pero sabes que las cinco
y otras muchas que hay por ahí
en pensiones, con familias
y oculta Comunidad,
anhelamos vivamente
el podernos entregar
de nuevo a nuestras tareas
sirviendo con lealtad
a nuestros pobres, señores
que son tu imagen real.

Y hasta que llegue esa hora,
mientras nuestra España sufre,
te ofrecemos nuestras ansias
para que tu gloria triunfe;

y sobre todo este día,
que te dignaste encarnar,
te pedimos por María
venga a la Patria la paz.


·- ·-· -······-·
Santiago Cantera Montenegro, O.S.B.


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[1] MADARIAGA, Salvador de, España. Ensayo de Historia Contemporánea, México-Buenos Aires, 1955 (6ª ed.), pp. 609-610.

[2] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, pp. 42-43.

[3] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, p. 280.

[4] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, p. 283.

[5] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, pp. 279-280.

[6] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, p. 281.

[7] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, p. 282.

[8] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, p. 282.

[9] CODINACHS I VERDAGUER, Pere, C.M.F., El holocausto claretiano de Barbastro (1930-1936). Los hechos y sus causas, Barcelona, 1997, p. 284.

[10] PÉREZ ALONSO, Alejandro, Informe sobre los mártires benedictinos del Pueyo, en Barbastro, sacrificados en 1936, Oviedo, 1986, pp. 180-189; BENABARRE VIGO, José Pascual, Murieron cual vivieron. Apuntes biográficos de los 18 monjes benedictinos del Pueyo de Barbastro, sacrificados en 1936, Aler (Huesca), 1991, pp. 333-339; PERAIRE FERRER, Jacinto, La canción de Dom Mauro. El primitivo entusiasmo cristiano, revivido por los benedictinos de El Pueyo, Madrid, 2006, pp. 212-214.

[11] GARCÍA SANCHO, Manuel, Sacerdotes diocesanos fieles hasta el martirio. Diócesis de Tortosa, 1936-1939, Tarragona, 1997, pp. 383-384.

[12] GARCÍA SANCHO, Manuel, Sacerdotes diocesanos fieles hasta el martirio. Diócesis de Tortosa, 1936-1939, Tarragona, 1997, pp. 39-40.

[13] GARCÍA SANCHO, Manuel, Sacerdotes diocesanos fieles hasta el martirio. Diócesis de Tortosa, 1936-1939, Tarragona, 1997, pp. 57-58.

[14] GARCÍA SANCHO, Manuel, Sacerdotes diocesanos fieles hasta el martirio. Diócesis de Tortosa, 1936-1939, Tarragona, 1997, p. 238.

[15] VIOLA GONZÁLEZ, Ramiro, El martirio de una Iglesia: Lérida, 1936-1939, Lérida, 1981, pp. 84-90.

[16] PERAIRE FERRER, Jacinto, Cantando hacia la muerte. Heroico testimonio martirial del joven Francisco Castelló Aleu, Madrid, 2001, pp. 162-167.

[17] Sobre él, más información en GARRALDA GARCÍA, Ángel (Pbro.), Los mártires de Nembra (Aller – Asturias), Avilés, 1995.

[18] CASTRO ALBARRÁN, A. de, Este es el cortejo… Héroes y mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1938, pp. 162-163. LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 75-76.

[19] CASTRO ALBARRÁN, A. de, Este es el cortejo… Héroes y mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1938, p. 163. LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, p. 76. NIETO CUMPLIDO, Manuel – SÁNCHEZ GARCÍA, Luis Enrique, La persecución religiosa en Córdoba, 1931-1939, Córdoba, 1998, pp. 987-988.

[20] LAMA RUIZ-ESCAJADILLO, Fernando de la, Mártires de la Montaña en nuestra Cruzada Española de Liberación, 1936-37, Santander, 1994, p. 188.

[21] DÍEZ MERINO, Luis, C.P., La Pasión de Jesucristo y la de los mártires de Daimiel, Nicéforo y XXV Compañeros, Zaragoza, 1989, p. 332.

[22] RODRÍGUEZ, José Vicente, “La dichosa ventura de los 16 mártires carmelitas descalzos de Toledo”, en Teresa de Jesús, 148 (julio-agosto 2007), pp. 154-170, concretamente p. 162. El autor cuenta con una obra de título similar publicada en Madrid, 2007.

[23] Sobre esta motivación del Alzamiento, lo ampliamente secundado que fue debido a ella y el espíritu religioso que animaba a muchos combatientes del bando nacional, es muy aclaratorio y libre de prejuicios y de complejos el reciente libro de Ángel David MARTÍN RUBIO, La Cruz, el perdón y la gloria. La persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil, Madrid, 2007, al que acompaña un interesante DVD.

[24] MADARIAGA, Salvador de, España. Ensayo de Historia Contemporánea, México-Buenos Aires, 1955 (6ª ed.), p. 527.

[25] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, pp. 87-88. LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 72-73.

[26] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, p. 88.

[27] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, p. 87.

[28] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, pp. 86-87. LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 73-74.

[29] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, pp. 85-86.

[30] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, pp. 41-42 y 51.

[31] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, p. 88.

[32] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, pp. 37-41 y 83-84.

[33] GARCÍA ALONSO, Francisco, S.J., Flores de heroísmo, Sevilla, 1939, pp. 84-85.

[34] CASTRO ALBARRÁN, A. de, Este es el cortejo… Héroes y mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1938, pp. 58-63; LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 24-26.

[35] LAMA RUIZ-ESCAJADILLO, Fernando de la, Mártires de la Montaña en nuestra Cruzada Española de Liberación, 1936-37, Santander, 1994, pp. 220-221.

[36] LOYARTE, Adrián de, Mártires de San Sebastián, Madrid, 1944, pp. 275-277.

[37] MARTÍN RUBIO, Ángel David, La Cruz, el perdón y la gloria. La persecución religiosa en España durante la II República y la Guerra Civil, Madrid, 2007, p. 92.

[38] ADRO XAVIER, Carlos María. 1916-1939, Barcelona, 1991 (19ª ed.), pp. 317-318 y 347-349.

[39] CASANS Y DE ARTEAGA, Araceli, Cristina de Arteaga. Tras las huellas de San Jerónimo, Madrid, 1986, pp. 134-135.

[40] CASTRO ALBARRÁN, A. de, Este es el cortejo… Héroes y mártires de la Cruzada Española, Salamanca, 1938, pp. 92-96.

[41] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, p. 34.

[42] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, p. 35.

[43] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 40-41.

[44] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 41-42.

[45] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 43-44.

[46] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, p. 52.

[47] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 52-53.

[48] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, p. 56.

[49] LUGO, Fray Antonio de, O.S.H., El precio de una victoria, Madrid, 1979, pp. 56-57.

[50] Vida y escritos de Fray María Rafael Arnáiz Barón, Madrid, 1984, pp. 252-253, 283-285, 290, 303-304, 307-308 y 490-491.

[51] ESCRIBANO, Eugenio, C.M., Las Hijas de la Caridad de la Provincia Española en la zona roja, Madrid, 1945, t. I, pp. 260-262.

Santiago Cantera Montenegro, O.S.B. Arbil.org

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