<%@LANGUAGE="JAVASCRIPT" CODEPAGE="1252"%> El gran resurgimiento español 1936-1939

 

8. El gran resurgimiento español: (1936-1975)

"El carácter esencialmente religioso y a la vez ideológico de la guerra de España, está contrastado por el alucinante interés que despertó en el mundo. Abrió el capítulo de la historia europea que narra la lucha entre la concepción cristiana de la vida y la barbarie marxista. Su actualidad, demostrada día a día por el sinnúmero de artículos y libros que sobre ella se escriben, da fe del hecho de que ese enfrentamiento no está cerrado todavía. El mundo entero participó como beligerante en la contienda española del 36: unos con armas, otros con mediaciones diplomáticas y todos con su emoción apasionada. Aún hoy, si se quiere provocar una violenta discusión en cualquier parte del mundo, basta con suscitar el tema de la guerra española".

- "La guerra planteaba virilmente los temas más agudos. "España - escribierón en 1.939 Brasillach y Bardiche - acaba de transformar en combate espiritual y material a la vez, en
Cruzada verdadera, la larga y grave contradicción que se incuba en el mundo moderno. Por todo el planeta los hombres sentían como guerra propia, como victorias propias y propias derrotas, el asedio del Alcázar de Toledo, las batallas de Teruel, Madrid, Guadalajara y Valencia. El "coolie" chino, el peón de Belleuille, el "voyou" perdido en la niebla de Londres, el buscador de oro pobre y decepcionado, el ganadero húngaro, vibraban frente a algún nombre, mal transcrito, en cierto periódico desconocido. Bajo el humo gris de los obuses, con el cielo incendiado, las
contradicciones ideológicas se resolvían en esa vieja tierra de los autos de fe y de los conquistadores, por el sufrimiento, la sangre y la muerte. España consagraba y confería carta definitiva de nobleza a la guerra de ideas".

"¿Por qué tuvo que ser España el escenario de un conflicto universal, en el que se debatía el valor y el sentido de la libertad, la crítica de los totalitarismos comunistas, nazi y fascista, el egoismo del capital, el respeto por la herencia espiritual de los mayores?. Parece como si nuestra nación, crisol en la antigüedad de pueblos y de razas, defensora después de la conciencia clásica en el orden de los valores, tuviera la misión histórica de poner el error de manifiesto"- (Vicente Rodríguez Casado).

La guerra de España sigue hoy apasionando al mundo mucho más que las dos guerras mundiales. La epopeya española de 1.936 - 39 constituyó lo único digno y grande que ha hecho la humanidad en el último siglo en el orden del espíritu.

De la legitimidad del Alzamiento Nacional del 18 de julio de 1936, recordemos solamente lo siguiente.
- "Ha habido en la Historia de España muchas ocasiones en las que se planteó la legitimidad, y lo que es más, la moralidad de determinadas acciones políticas o militares cuya transcendencia se entrevió con mayor o menor claridad, pero con seguridad. Entre las más notables estan quizá la conquista de América y la guerra de España de 1.936 a 1.939".

"En ambos casos, teólogos y juristas estudiarón la cuestión de la existencia o no existencia de justos títulos que legitimaran la conquista en el primer caso, y el alzamiento del 18 de Julio de 1.936 en el segundo".

"Esta preocupación por la moralidad de acciones políticas y militares, de si en conciencia podían justificarse o no, constituye un hecho único en la historia de las naciones. Por lo general, los pueblos suelen moverse en la vida política más por razones de Estado que por cuestiones de conciencia".

"En cuanto a la epopeya española del 18 de Julio de 1.936, a fines de 1.938 se creó una Comisión, compuesta en su mayor parte por juristas, que elaboró un dictamen que fue publicado en 1.939, concluyendo que, en el sentido jurídico penal del término, el calificativo de "rebelde" no podía aplicarse a los que se alzaron el 18 de Julio".

" Se debe señalar la preocupación que hubo de examinar - o si se prefiere, de legitimar - desde la Teología y el Derecho lo que estaba ocurriendo. Lo cual quiere decir que existió un sentido religioso tan profundo que ni siquiera con la Carta colectiva del episcopado o las pastorales de Gomá, Pla y Deniel o de otros Obispos, se consideró zanjado el tema".

"Probablemente, la razón de que todavía hoy, a los sesenta y cuatro años de iniciarse la guerra de España, siga apasionando hasta el punto de que el torrente de publicaciones, lejos de haber cesado, siga aumentando sin que lleve trazas de detenerse, sea la que de modo tan claro
señaló en Febrero de 1.937 Hilair Belloc: "fue esencialmente una guerra en defensa de la religión, una guerra entre defensores y adversarios de la religión cristiana. Por eso sigue apasionando tanto" - (Federico Suárez Verdaguer).

En los dos últimos síglos, desde la Revolución atea hasta hoy, la única legislación positiva que se ha conocido en el mundo coherente con el Derecho natural y con los principios
de la civilización cristiana, es la que se promulgó en España en el tiempo de Franco. Y esto, en medio de un mundo rabiosamente hostil a ello y en posesión de todos los poderes materiales del mundo. Esto honra a España mucho más que el hecho de haber ganado nuestra última guerra de legítima defensa, en combate materialmente desigual contra el comunismo. Y los españoles de hoy viven todavía en gran medida de aquel impulso heroico, aunque por ignorancia no se enteren y se pierdan la alegría y el honor de agradecerlo.

El comunismo es la aberración más gigantesca y cruel que se ha conocido en la Historia universal. España se defendió de la gran agresión comunista de este siglo con la fuerza de una fiera herida; y prestó su más reciente y heroico servicio a la humanidad venciendo al comunismo en legítima y debida defensa, propia y ajena; y en combate materialmente en gran medida desigual como ha hecho muchas veces en su muy larga y gloriosa Historia.

* * *

De la legitimidad del Alzamiento Nacional de 1.936 ya hemos dicho algo. El ordenamiento jurídico español creado con el Estado nacido el 18 de Julio de 1.936, es, en una prespectiva de civilización cristiana, el de más alta calidad científica y el más noble que conoce el mundo en toda la Edad Contemporánea. Es una de las máximamente dignas y grandes cosas hechas por la humanidad para rectificar el rumbo perdido por la civilización cristiana en la Edad Contemporánea. Sería gran injusticia no reconocer que la legislación positiva del mundo que mejor se aproxima a los principios cristianos en toda la Edad Contemporánea, es la que se promulgó en España en el tiempo de Franco.

En Abril de 1.939 estaban, de una parte, los países de tradición liberal y grandes imperios coloniales, en donde predominaban sistemas políticos y económicos de raíz positivista opuestos a la moral católica. De la otra, tres versiones de totalitarismo: el marxismo soviético, el fascista
italiano y el Nacional-Socialismo alemán. Franco se permitió el lujo, siendo Jefe de Estado de una pequeña potencia, de no encuadrarse en ninguno. Mantuvo firme adhesión a la doctrina católica y negaba al Estado, al Parlamento y a los Partidos., el derecho a situarse por encima de unos principios que pertenecen al orden moral estatuído por Dios.

Hemos de insistir mucho en esta afirmación: Franco nunca fue fascista. Sólo algunos autores con escaso conocimiento o excesiva obediencia a consignas, pueden seguir sosteniendo esa tesis. Fascismo y Nacional-Socialismo proceden de la misma fuente de donde naciera el marxismo, esto es, de Hegel, de quien tomaron el principio de la identidad entre la sociedad y el Estado. Franco no podía colocarse ni a la derecha ni a la izquierda hegeliana, porque era radicalmente católico.

Es muy de destacar la grandeza de alma y singular valor de mantener un sistema de inspiración claramente católica, atenido en sus leyes a los principios morales guardados por la Iglesia, en todo un mundo rabiosamente hostil a esto y en posesión de todos los poderes materiales del mundo.

Ya antes, pero sobre todo cuando el desembarco de Alhucemas que dirigió Franco y que proporcionó la tan deseada y necesaria pacificación de Marruecos, el prestigio militar de Franco era reconocido por todos los altos militares del mundo. Felipe Pétain, que era la mayor autoridad militar del mundo, dijo a sus colaboradores:"este hombre tiene la espada más limpia de Europa".

Franco creó nuevo arte militar en Marruecos, todos sus ascensos se debieron a méritos en campaña y llegó, a sus 33 años, a ser el general más joven de Europa. Por supuesto en España, se le consideraba ya con toda justicia como un gran héroe nacional.

A Franco no le movió nunca la ambición personal, sino su limpia y abnegada vocación de servicio. Sin él pretenderlo, desde muy joven, le vinieron sobre sus hombros responsabilidades superiores a su edad y a su empleo.
El fracaso de la República y el fracaso también del golpe de Estado que abrió las puertas a una guerra civil terrible, de dos años y medio de duración, proyectó a Franco a la Jefatura del Estado ya en 1.936. Se dijo a sí mismo que tenía que ganar la guerra y, luego, la paz. Comprendemos así que la Era de Franco, o como quiera que la llamemos, consistió en un colosal esfuerzo de reconstrucción nacional.

Francisco Franco fue ante todo un militar que, sin proponérselo, se vio convertido en árbitro del país en momentos de especial dificultad, y teniendo en sus manos los poderes más completos que cabe imaginar, a causa de que, en la guerra civil, las instituciones se rompieron desde el primer momento. Pero en lugar de intentar la conservación de esos poderes, creando en torno a su persona los compromisos personales de un partido único, como hacen los dictadores, buscó el modo de dotar al Estado de nuevas instituciones, recortando con lentitud, pero sin pausa, dichos poderes, a fin de transmitirlos. Debe decirse que la singularidad de su postura aparece también en que no tuvo que volver a conquistar el poder, ni que defenderlo, porque su autoridad fue aceptada en todo momento. En muchos momentos Franco se encontró en las más terrible de las soledades, la de quien tiene sobre sí los poderes más absolutos que ningún Jefe de Estado poseyera jamás, desde antes de la constitución de la monarquía española. Esta es la soledad que le convierte en responsable ante Dios y ante la Historia. Franco nunca pretendió conservar ni transmitir ese poder, sino hacer de su singular posición fuente creadora de instituciones nuevas que recortasen, poco a poco, las atribuciones del Jefe de Estado, hasta dejarlas reducidas a las que corresponden a las funciones de Rey. Este complejo y dificultoso proceso resulta apasionante cuando se le desentraña con el debido rigor.

La obra institucional tenía como meta la creación de un nuevo Estado de Derecho, a partir del reconocimiento de un principio cristiano: el hombre como persona que se realiza al trascenderse, que tiene deberes antes que derechos, y no como individuo cuya única realización consiste en sumarse, como un número más, hasta la constitución de un grupo, mera cantidad. Este punto es de la mayor importancia. Cuando se analizan los numerosos discursos de Franco no se encuentra ningún doctrinalismo político previo, sino sólo el empeño en seguir las enseñanzas de la Iglesia de un modo simple y tradicional.

De acuerdo con estas ideas, la libertad no nace de un cómputo numeral de mayorías - siempre mostró repugnancia a admitir los votos inorgánicos - sino del juego equilibrado entre el cumplimiento de los deberes y la posibilidad de ejercer los derechos. Naturalmente el liberalismo extremo - cualquier hombre vale tan sólo un voto - y las diversas formas de materialismo, positivista o dialéctico, resultaban incompatibles con esta postura.

Desde el primer momento Franco reveló que consideraba a la Monarquía tradicional como la forma de Estado que podía dar a las instituciones esa intrínseca legitimidad que necesitan para ser duraderas. Monarquía social, de acuerdo con el espíritu de los tiempos, es decir, apoyada en una mejor justicia distributiva y en una mayor estabilidad de los trabajadores en su empleo - y representativa - reflejo de las personas y de las instituciones.

El Régimen de Franco fue sanamente autoritario pero no dictatorial. La parcela de autoridad que Franco se reservó al coronar su magnífico orden institucional, coincide exactamente con la que, de acuerdo con el Régimen, debía conservar al Rey para siempre.

La autoridad es imprescindible para la sana convivencia y el progeso de un pueblo. Debe estar fundamentada en el Derecho natural y en la ley divinopositiva, o dicho más sencilla y propiamente en la Ley. Tal fue el Ordenamiento jurídico que tuvo España en la era de Franco. Por eso ha sido el único sistema político que en todo el mundo contemporáneo se ha basado en un concepto correcto - real - de la persona y de la libertad. Y por eso mismo el Régimen político de España en la era de Franco, perfectamente equilibrado y armónico en sus diversas y sabias instituciones públicas, hacía imposible la dictadura, contra la opinión de los miserables "políticos" advenedizos del día.

Junto a la grandiosa labor jurídico-institucional, y sin duda como consecuencia práctica de ello, España realizó un esfuerzo espectacular en el orden económico, logrando alcanzar un progreso sin precedentes desde el tiempo de los Reyes Católicos.

El crecimiento de la economía española durante la década de los 60 fue el más alto de Europa, con un 7,3 % de ritmo medio anual acumulativo, mientras los demás paises europeos crecían en torno al 5 %. El crecimiento de la producción industrial fue del 20,4 % en 1972, mientras los demás paises europeos se situaban en torno a la mitad de este valor. España alcanzó por este año el segundo puesto mundial en la construcción de buques después del Japón. Los muchos pantanos nuevos construidos multiplicaron por diez el volumen total de agua embalsada entre 1952 y 1972. La producción de energía eléctrica siguió un ritmo de crecimiento paralelo a los indices antes citados, que fueron publicados por instituciones y personas solventes de todo el
mundo, y cualquiera interesado en ello lo puede constatar. Y todo esto partiendo de cero y sin el oro del Banco de España que fue a parar a Rusia al poco tiempo de comenzar nuestra Cruzada Nacional.

Se habló del "milagro español", expresión acuñada fuera de España por economistas extranjeros. Hubo milagro, sí. Pero como nunca hay progreso integral sin un previo impulso moral, el milagro consistió en el enorme potencial acumulado por dos generaciones de españoles que habían reencontrado la fe y los valores esenciales del espíritu. Y tras el heroismo derrochado en la guerra y que asombró al mundo, y habiendo dejado en el trance un montón de muertos y de mártires - de los trece obispos y unos siete mil sacerdotes y religiosos de ambos sexos cruelmente asesinados, y muchos miles de seglares, y de los cuales a más de cuatrocientos ha elevado ya Juan Pablo II al honor de los altares -, esas dos generaciones magníficas de españoles que colaboraron eficazmente con Franco, crearon con su trabajo inteligente y abnegado una España mejor, más justa y respetada, cuyo recuerdo permanecerá siempre vivo en la conciencia de muchos españoles de buena voluntad, que lo transmitirán lealmente sin duda a las generaciones venideras para su alegría y alto estímulo.

La dificilísima operación de mantener a España al margen de la segunda guerra mundial, no fue sólo altamente meritoria, sino que benefició enormemente a España y a todo el mundo. España salvó la vida de unos 46.000 judíos del exterminio nazi.

Hubo en España trabajo para todos y se mejoró extraordinariamente la justicia distributiva creándose una gran clase media nacional.

El Consejo Superior de Investigaciones Científicas, creado tan pronto acabó la guerra, promovió la cultura y la ciencia españolas de manera extraordinaria. Y pronto la Seguridad
Social mejoró extraordinariamente las condiciones de vida de todos los españoles.

Franco fue un militar extraordinariamente ejemplar. Su hoja de Servicios no tiene igual en la historia de los ejércitos. Pero además de extraordinario militar y patriota, fue también un estadista genial. Franco fue siempre plenamente coherente con los principios de la moral católica, tanto en lo grande como en lo pequeño. Por eso fue el artífice de su propia gloria que tan pródigamente decoró su persona.

Franco no entendía a Europa como una mera concurrencia de interes económicos, sino como una civilización históricamente conformada por ciertos valores del espíritu: como el Papa Juan Pablo II. Y la voluntad europeísta de España, no como entrar en un negocio, sino como el derecho a disfrutar de una herencia.

Contemplando atentamente y por entero la vida y obra de Franco, y teniendo a la vez presente la magnitud total del enemigo, resalta con perfiles más y más claros la grandeza de su alma.

-"Como soldado había probado en la guerra su enorme valor. Pero no inferior es el que se exige para gobernar en las condiciones en que él tuvo que hacerlo. Hubo de mantener y ganar una guerra de 32 meses, partiendo de cero y de un Alzamiento fracasado, frente a una tremenda superioridad cuantitativa de sus adversarios. Se quedó sólo frente al mundo entero que le proscribió, y montó conspiración tras conspiración para derribarlo. Afrontó situaciones económicas pavorosas; y amenazas interiores y exteriores de todo orden con un valor sobrehumano, con una energía psíquica incalculable y una personalidad propia de los elegidos. Jamás actuó para la galería, sino para "responder ante Dios y ante la Historia". La justicia de Dios le habrá premiado. Y la Historia le colocará entre los grandes gobernantes que construyeron y levantaron la nación española"- (Federico Silva Muñoz).

* * *

Traemos aquí unas líneas espigadas de la obra de Luis Suárez Fernández, Titulada Francisco Franco y su tiempo (tomo II; págs. 78 y S.S.), porque es seguramente lo mejor y más importante que se ha escrito sobre nuestra guerra y la posguerra española y europea hasta 1975. Y además, porque en esta obra se reflejan rasgos muy importantes de la personalidad de Franco, que el Generalísimo mantuvo durante su vida desde su adolescencia hasta su muerte.

(…) - "Franco necesitaba acreditar esas condiciones que todo el mundo le reconocía cumpliendo con éxito aquellas dos operaciones de las que dependía el destino final de la guerra: atravesar con sus tropas el brazo de mar que separa España de África y ensamblar luego las dos mitades, norte y sur, en que se ejercía el poder del Movimiento. El paso del Estrecho llegó a convertirse en una obsesión: "tengo que pasar, y pasaré", repetía con frecuencia. Pero frente a la poderosa flota roja, que utilizaba el puerto de Tánger como base, y había recibido refuerzos, él disponía tan sólo de un cañonero, Dato, el torpedero T-19 y un guardacostas, (…)

(…) Por razones de prestigio militar, Franco estaba decidido a arriesgar el transporte por mar de una parte, al menos, de sus fuerzas. El mismo día 29 de julio, apenas regresado de Sevilla, convocó a su despacho en Tetuán a los pocos oficiales de Marina con que contaba, para comunicar este proyecto; todos protestaron del riesgo: la superioridad numérica del enemigo era aplastante. Pero el general razonó de otro modo; y les conminó: "no les he llamado para que me digan estas cosas, sino para comunicarles que el convoy de tropas y material debe pasar lo más pronto posible; y les aseguro que pasará". (…)

(…) Conforme pasaban los días, iba creciendo la importancia del general Franco. Todas sus decisiones resultaban certeras. No demostraba ninguna vacilación en cuanto a los objetivos a alcanzar y, una vez señalados, nunca se le escapaba la victoria. Era como el reflejo de la buena fortuna de que, muchos años antes, hablaran sus soldados marroquíes. Las campañas de África crearon en torno a Franco esa imagen específica del guerrero excepcional que es una mezcla de valiente, mizzian y de invencible o baraka en la visión simplista de los berberiscos. Dicha imagen ha desempeñado un papel muy importante en su vida y en que no se trataba de algo espectacular, con grandes gestos. Al contrario, los testigos insistieron mucho en la actitud serena, casi pasiva, que demostraba en el combate, aun en los momentos más duros. Pero era, todavía más, el resultado de una preparación concienzuda durante largo tiempo. En su conciencia - y este es dato que no podemos desdeñar - se trataba de la "ayuda escandalosa de Dios. El ángel de la guarda está con nosotros". Hombre de fe, atribuyó una parte de sus éxitos a la Providencia; tal vez, por esta razón, sabía conservar la serenidad. (…)

(…) Preparada para el día 2, y demorada luego para el 5, según revela la correspondencia entre Franco y Mola, la travesía marítima del Estrecho tuvo lugar en la tarde de este día. El convoy, con hombres y petrechos se había venido disponiendo en Ceuta. Muy significativamente, Franco subió primero al santuario de la Virgen de África, para rezar ante la imagen. Luego se trasladó al fuerte del Hacho, que iba a servirle de puesto de mando durante la operación; estaban con él el general Orgaz, un oficial de la Guardia Civil y dos ayudantes. (…)

(…) Pasaban lentas las horas. Hasta las cinco en punto de la tarde, no emprendió la marcha el convoy. La distancia entre Ceuta y Algeciras es muy corta. A la espera de noticias, mientras veía a sus barcos, uno a uno, hundirse en la bruma que ocultaba la costa de enfrente, el general Franco mantuvo con sus acompañantes una conversación trivial, como si toda aquella operación fuese de mera rutina. A las 8 de la tarde le pasaron la noticia: "el convoy de la victoria", se encontraba ya a salvo en los muelles de Algeciras. Franco se volvió hacia sus interlocutores y comentó "se me ha pasado rápidamente el tiempo hablando con ustedes". Pero entonces alguien no pudo contenerse y estalló: pues "a mí me han parecido las horas más largas de mi vida". (…)

(…) A punto ya de abandonar definitivamente África, cerrando el capítulo más decisivo de su vida, Franco, a quien la Junta de Defensa había acordado el día 3 incorporar a su seno, tuvo una importante conversación con Kindelán que le aseguraba que la guerra estaba ganada. "Conforme enteramente - me dijo el general - no abrigo dudas sobre el triunfo, no las he abrigado un solo momento". Pero luego guardó silencio unos minutos y añadió: "va a ser costoso y largo". Esta era la meditación profunda de quien, desde ahora, se convertía en el primer general del Movimiento. (…)

* * *

Aunque muchos españoles de hoy lo desconozcan por irresponsable, o desagradecido, o por el provocado olvido, la obra más colosalmente benéfica de Franco para el verdadero bien común de todos los españoles, después del hecho de haber vencido en la guerra a nuestros mayores enemigos, fué la de haber instituido un ordenamiento jurídico de la sociedad española conforme con el Derecho Natural y con la Ley divinopositiva. Y lo hizo en medio de un mundo rabiosamente hostil a ello y en posesión de todos los poderes materiales del mundo.

La Ley de Principios del Movimiento Nacional, promulgada por Franco el 17 de mayo de 1958, comienza diciendo: consciente de mi responsabilidad ante Dios y ante la Historia. No dice que "él se hace responsable", como alguno lo está tergiversando por ignorancia o malicia, sino que es consciente de su responsabilidad, lo cual es completamente distinto.

Esto es de tal trascendencia benéfica para el verdadero bien común de todos los españoles, o al menos lo fué durante cuarenta años de nuestra todavía reciente Historia, que fué
muy agradecido y así manifestado como tal, pública o personalmente, por gente eminente de ciencia y conciencia del mundo. Pondremos a continuación sólo estas muestras.

- "Sería gran injusticia no reconocer, que la legislación positiva que mejor se ha últimos siglos a los principios cristianos, es la que se promulgó en España en el tiempo de Franco" - Cardenal Primado Don Marcelo González artín.

- "El hecho tiene en la historia de la sociedad civil el relieve extraordinario que todo el mundo reconoce, amigos y enemigos, por el trance heroico y universalmente apasionante de sus orígenes y por la larga trayectoria, pacificadora y transformadora, que desde entonces y por bastantes años vino marcando a la vida de España".

"Pero el hecho es también un signo, ya imborrable en la historia de la Iglesia empeño, singular en esta época, con que un hijo de la Iglesia ha tratado de proyectar en la vida pública su condición de cristiano y la ley de Dios proclamada por el Magisterio eclesiástico: y por las manifestaciones emitidas acerca de él por Papas y obispos, que si se atiende a su contenido y también a su unanimidad y persistencia, difícilmente se hallarán en relación con ninguna otra persona viviente en los últimos siglos" - (Mons. José Guerra Campos. La Iglesia y Francisco Franco, Suplemento Iglesia-Mundo, n.º 80).

Cuando en 1953 se firmó el concordato del Estado español con la Iglesia, el Papa Pio XII mostró a Franco su agradecimiento por haber sido este Concordato una de las mayores victorias que obtuviera nunca la Iglesia en sus relaciones con los Estados modernos. El Papa otorgó a Franco el Gran Collar de la Orden de Cristo y le nombró Caballero de la Milicia de Cristo, exquisita Orden a la que pertenecían sólo cuatro personas y ninguna de ellas Jefe de Estado o de Gobierno. Franco podía sentirse, verdaderamente, hijo predilecto de la Iglesia a la que había
tratado siempre de servir.

Por Luis Suárez
Catedrático. Académico

Decir que España es unidad de destino significa tanto, como afirmar que los españoles somos hombres y mujeres que tenemos principios del Movimiento, que fueron promulgados como fundamentales en mayo de 1958.

Fue entonces cuando el Generalísimo Franco utilizó una expresión que en nuestros días se está tergiversando. Él nunca dijo que se hacía responsable ante Dios y ante la Historia, sino que era consciente de su responsabilidad. Responsables ante Dios y ante la Historia somos todos por nuestros actos y en mayor medida los que se dedican a la política. Es posible que unos se sientan conscientes de esta
responsabilidad y que otros sean unos inconscientes… Allá ellos. Pero yo quisiera, cuando llegue el final de mi vida, tener en mis manos aunque sólo fuera la milésima parte de la que Franco tenía en las suyas, cuando llegó el momento de dar cuenta de la España que había tenido bajo su mando ante el tribunal de Dios. Que es la hora de las cuentas definitivas.

Esta ocasión de 1958 fue muy importante, porque se trata de la primera vez y, hasta ahora, la única, si no me equivoco, en que se ha intentado reflejar por escrito la constitución básica de la nación española, es decir, de qué modo se encuentra constituido el cuerpo nacional. Los historiadores nos vamos acostumbrando a establecer la ambivalencia de la palabra constitución. Hay mucha diferencia entre el enunciado constitución - la nación es así - y el enunciado constituyente. Cuando el enunciado es constitutivo no se pretende inventar nada: se recoge la herencia que la Historia ha creado en nuestro país y de la que los ciudadanos de hoy no pueden considerarse dueños, pues pertenece a los que vivieron antes y a los que han de venir después. Pero en cambio cuando se trata de buscar un texto constituyente - y esto sucede desde la Constitución de 1812 - no se pretende respetar lo que hay, sino imponer al futuro una determinada dirección.

(…) En la Constitución actual se habla de regiones y nacionalidades. Se apunta a esto, para crearlas, aunque no existan. Y esa es la tremenda interrogante de futuro que cobra en nuestros días sentido dramático.

En cambio, el primero de los principios del Movimiento Nacional - y haría falta un curso entero para explicar lo que esto significa - afirmó precisamente que "España es una unidad de destino en lo universal". La frase , como todo el mundo sabe, fue pronunciada por un hombre excepcional, pensador político excepcional en circunstancias también excepcionales. Me refiero a José Antonio Primo de Rivera. Y pienso que, para entenderla tendríamos que releer al gran doctrinario político que, además de poeta, fue José Antonio. Se incorporan en ella dos conceptos muy fundamentales. Primero que España es y no necesita llegar a ser; es la herencia que hemos recibido con cierta estructura. Segundo, que hemos de amar a España no porque nos guste, pues amar lo que gusta carece de mérito, sino precisamente con el sentido serio y dramático de la existencia, aunque no nos guste. Más aún, precisamente porque no nos gusta, y no con el amor de sensualidad que une al aldeano con su valle, sino con el amor que trasciende al hombre y le une en unidad de destino, desde el pasado al futuro que tiene que construir.

En la mente de Dios los españoles hemos recibido algo y somos llamados a responder. Lo que Dios reclama a cada una de las generaciones de españoles es que sepa asumir libremente la herencia de ese algo esencial que somos y responda de ello. (…)

(…) ¿Recuerdan todavía aquella terrible mañana del 19 de julio de 1936?. Cuando España era como fondo de caleidoscopio, ruptura de la realidad en un cuadro abstracto. Bajaban los requetés de los montes a la plaza mayor de Pamplona. Hervían los falangistas en Valladolid. Ya era Madrid la presa de las brigadas del amanecer. Se repetían en nuestros buques de guerra de escenas del acorazado Potemkin, según la película de Eisenstein que, precisamente, se proyectaba en aquellos días. La violencia estallaba porque media España no quería morir a manos de la otra media ni someterse a la dictadura del marxismo. Pues bien, en medio de la locura, un hombre vestido de paisano por respeto al territorio extranjero que sobrevolaba, iba hacia Tetuán. Y al llegar al aeropuerto un teniente coronel, el "rubito" Sáez de Buruaga, le recibió con el gesto
normal que indica la tabla: "Sin novedad en Marruecos, mi general." Aquel hombre era Francisco Franco, que había tomado sobre sí la responsabilidad de rehacer la unidad de España. Y lo consiguió. Y sucedió entonces que con el mero hecho de la restauración de esta unidad, a partir de aquel día, los españoles comenzaron a ver que las cosas estaban siendo cada vez menos malas. Hasta que llegó la hora en que empezaron a ser mejores. Y España se situó en el sexto lugar de los países del mundo… España, unidad, es en sí una fuerza tan poderosa, que es comprensible que sus enemigos busquen el modo de dividirla. (…)
(…) ¿Será posible que los españoles de hoy nos hayamos vuelto tan insensatos como para renunciar a todo esto, qué fuimos y qué somos, para retornar a la España tribal de los tiempos antiguos?. Confieso que experimento profundo sufrimiento cuando contemplo los esfuerzos que hoy día se hacen para borrar los signos de la unidad española y del profundo secreto de la Hispanidad. Que nadie se engañe a este respecto: todos nosotros, españoles, queramos o no, somos responsables ante Dios y ante la Historia de la herencia espiritual que hemos recibido. El primero de los principios del Movimiento no inventaba nada; sólo pretendía recordarnos que ser español, antes que un derecho, constituye un deber del que los votos de un Parlamento no pueden eximir. Y de los deberes morales se responde ante Dios, al final de la vida, seamos o no conscientes de ello. (…)
Por Antonio Millán-Puelles
Catedrático. Académico

No tuve el honor de tratar personalmente a Franco y, por lo demás, nunca he sentido la noble vocación de la política, a veces tan profanada. Mi gratitud a Franco responde exclusivamente a lo que entiendo que es un puro y simple deber de elemental justicia, independientemente de toda clase de prejuicios ideològicos, aunque no de unas básicas y esenciales ideas acerca del bien común.

La victoria capitaneada por Franco en nuestra guerra de 1936-39 nos salvó a todos los españoles de las aberraciones del socialismo incivil y de la monstruosidad del comunismo. Todos los españoles debemos también a Franco el habernos ahorrado las pavorosas consecuencias que nos hubiese traído la participación en la guerra mundial, subsiguiente a la nuestra. Y mientras Franco vivió, los españoles estuvimos libres de la bochornosa legislación que hoy nos permite algunas de las peores depravaciones morales y hasta consiente que se las subvencione con el inero del erario público. ¿Puede alguien imaginar que con Franco hubiera sido posible algo semejante, ni aun de lejos, a estos frutos del libertinaje político?.

A lo que llevo dicho debo añadir que Franco supo hacernos imposible, a lo largo de todo su mandato, esa especie de permanente guerra civil fría - a veces recalentada - que es la pura "partitocracia" con su apriorística y sistemática oposición a cuanto haga el Gobierno de turno y con el fuego cruzado de groserías y difamaciones a cargo de los portavoces y representantes de los distintos bandos.

Hasta cierto punto, me parece explicable el rencor a Franco en quienes lucharon contra él y en quienes fueron sentimentalmente los herederos de ellos. Perdonar al vencedor es más difícil que perdonar al vencido. Lo que no logro, en cambio, es encontrar una relativa disculpa a quienes habiendo sido admiradores y hasta colaboradores de Franco, guardan un silencio sepulcral ante las injurias que se le vienen haciendo tras su muerte, cuando no es que se suman a ellas con cobardes ambigüedades y plebeyos oportunismos.

Pero estoy convencido de que una sensibilidad normal y una información no adulterada bastarán para que la imagen de Franco quede libre de las manchas y sombras que el resentimiento y la manipulación siguen proyectando sobre ella. Franco merece un recuerdo lleno de gratitud. Son palabras de S.S. Pablo VI.

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