<%@LANGUAGE="JAVASCRIPT" CODEPAGE="1252"%> España. Esencia historica inmortal

 

5. España: esencia histórica inmortal.

España fue continuadora de Roma y algo muy diferente de los demás pueblos bárbaros como demostraban su "Lex romana wisigothorum" ahora convertida en Codex de Recesvinto, sus Concilios, su alta cultura transmitida por medio de bibliotecas, y su propio nombre. Los nuevos reyes no habían impuesto un nombre germano, como en Francia, Inglaterra o Deutschland. Lo que significaba, también, que la romanidad había sido capaz de absorber y transformar el germanismo.

El comienzo de la conciencia nacional hispana se sitúa así con San Isidoro de Sevilla y se consolida con el III Concilio de Toledo y con la conversión de Recaredo (589).

Todo se perdió el 711 a causa de la invasión musulmana. Pero la cultura isidoriana se salvó en los pequeños reductos al principio pequeños y después crecientes de la Reconquista, ejerciendo su influencia positiva en la naciente Europa cristiana a través de los Pirineos.

Los primeros reinos cristianos surgidos en España en el avance de la Reconquista asumieron plenamente el Derecho natural en sus leyes, en su organización municipal, hasta alcanzar una forma política ejemplar en su tiempo y primera en Europa: las Cortes de León.

Cuando el conde de Leicester, antiguo peregrino a Santiago, se detuvo en León para estudiar el sistema de representación de los ciudadanos a través de las Cortes llevó la idea a Inglaterra, donde siglo y medio después de existencia que contaban nuestras Cortes, se reunieron por primera vez los Comunes en el Parlamento inglés.

Una característica ejemplar de la Historia de España, es la de haber elaborado las más sabias y luminosas leyes que se han conocido en el mundo. España fue realmente la depositaria de la gloria jurídica de Roma, superada por su propio genio, con un sentido cristiano en su legislación política, social y económica.

Las leyes de Indias, en expresión del Cardenal Antoniutti, son un monumento a la sabiduría y a la generosidad universal.

El P. Vitoria y la Escuela de Salamanca alumbraron el Derecho de gentes, básico para las relaciones y la convivencia pacífica entre las personas y naciones.

Nebrija explicaba en 1492 a la reina Isabel de qué modo esta conciencia tenía que ser servida por una "lengua de imperio", pues ese había sido el secreto de la penetración de Roma. En aquel momento entregaba a sus soberanos el primer ejemplar de la Gramática: el más rico, bello y completo compendio lingüístico que se conoce en el mundo, capaz de expresar con precisión los más profundos y sutiles pensamientos y afectos. Una lengua que Carlos V declararía apta para hablar con Dios.

Con este bagaje se lanzaría España a la gran aventura de
América: su conciencia histórica, su fe, su Derecho y su lengua, dejaron de pertenecerle porque pasaron a ser patrimonio de una comunidad mucho más grande. Al arraigar en espacios nuevos y dilatados, España se desvivió para poder contribuir a la existencia de un mundo nuevo. Durante su estancia en Santo Domingo, en 1984, Juan Pablo II dedicó a esta empresa ecuménica española uno de sus cordiales alientos con ese: Gracias España, porque la parcela más numerosa de la Iglesia de hoy cuando se dirige a Dios lo hace en español.

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"Fuimos a un tiempo rodela y maestra de Occidente. Evitemos hoy el bache depresivo: ese mirar fuera de España como si hubiésemos sido una comunidad histórica sólo capaz del heroico manejo de la espada. Sin esas batallas, porque fueron muchas, el Occidente no sería como es. Otros pueblos hubieran debido librarlas o Europa hubiera sido piltrafa del Islam y no existiría esta nueva maravilla que es América. Pero hemos hecho mucho más que mantener a raya el islamismo en el solar hispano primero y contra los turcos despúes. Hemos hecho mucho más que descubrir, evangelizar y civilizar América. Hicimos la gran cultura española y universal de la Modernidad. No reneguemos de nuestro ayer. Hemos hecho maravillas por obra de nuestro genio bimilenario …". (Sánchez Albornoz: Mi Testamento Político; 1984).

Muchos hombres marginan la Verdad o la rechazan de manera rabiosamente polémica. ¿ Y por qué la Historia de España resulta para muchos tremendamente polémica? No hay nación alguna en el mundo cuya Historia suscite semejante apasionamiento, desde los Reyes Católicoshasta Francisco Franco, desde el principio hasta hoy. La única explicación posible de ello es que España se ha distinguido, como ninguna otra nación en la Historia, por su heroico y fecundo servicio a la Verdad. Por eso resulta España tan polémica como la Verdad misma. Esta es su incomparable grandeza. Y a la evidencia de esta explicación, que se conoce por el estudio riguroso de la Historia, se añade la de ser la explicación única. Por eso sólo España tiene "leyenda negra" que mucho la honra, a la vez que envilece a sus autores de los dos últimos siglos.

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El honor es una cualidad del alma por la que un hombre se conduce con arreglo a los principios morales más elevados. Cobra pleno sentido y vigencia práctica en la persona y vida de los santos. El honor supone las virtudes cristianas y, entre ellas, la magnanimidad.

El honor, la magnanimidad y el valor son virtudes históricas españolas con su formidable belleza moral. Desde la maravillosa gesta de Numancia y luego durante el largo período de la Reconquista, la Historia de España está llena de personajes representativos que cobran valor legendario y universal precisamente por su contextura psicológica netamente hispánica: el Cid Campeador y San Fernando, Alfonso X el Sabio y Guzmán el Bueno, San Raimundo de Peñafort y el beato Raimundo Lullio…Y muchísimos más después, como Isabel la Católica y Santa Teresa de Jesús, Hernán Cortés y Pizarro, Cervantes, Lope de Vega y Calderón; y saltándonos los felizmente muchos que no caben en la brevedad de ningún libro, llegamos a Menéndez Pelayo y a los del "98", con José Antonio Primo de Rivera y Francisco Franco…

Santa Teresa de Jesús admirada, amaba y ejercía el sentido
de grandeza, el honor, el amor a la gloria y todo lo que constituía, en suma, la esencia de las tradiciones de España. Y le molestaba que los libros de caballería relatasen hechos heroicos imaginarios con personajes frecuentemente ingleses o franceses, cuando las auténticas proezas reales de los héroes castellanos eran mucho más dignas de admiración y de asombro. Por eso exclamaba: " Una higa para todos los golpes que fingen de Amadís y los fieros hechos de los gigantes, si hubiese en España quien los de los españoles celebrase".

"España aportó también al mundo uno de los rasgos característicos de su actitud ante la vida: ese sentido de la caballería que se identifica con el "artificio de lo
heroico", que no consiste tan sólo en que se tenga y practique el valor, sino precisamente en el alarde del valor, no por orgullo sino por amor, para sostener el valor y la moral de su gente. No otra cosa es el gesto de Cortés al hundir sus naves, o de Pizarro al trazar con su espada la raya sobre la arena para "los trece de la fama", o el heroismo a secas de Joaquín Vara del Rey en el fuerte de El Caney, o de Saturnino Martín Cerezo y Enrique de las Morenas al otro extremo del mundo en el blocao de Baler. "Artificio" que alcanza a todos los extremos de la existencia, ennobleciéndola, buscando para ella la dignidad, preciándose del ingenio y burlándose de lo meramente utilitario".(Luis Suárez Fernández)

Este sentido caballeresco y heroico de la vida fue heredado en Hispanoamérica por el generoso mestizaje. Los "rostros pálidos" y racistas anglosajones exterminaron con saña a los indios en América del Norte. La Hispanidad es un modo específico de entender la vida y de expresarla; hay rasgos comunes como el espíritu de la caballería que todavía hoy se encuentra en el amplio abanico que va desde el charro mexicano y el gaucho argentino hasta el huasco de las estancias de Chile, el caudillo valiente y magnánimo, el menosprecio de los valores materiales, el cuidado de la honra y ese espacio de resignada nostalgia que mueve a Martín Fierro a decir que: "Vamos suerte, vamos juntos, desde que juntos nacimos, y ya que juntos vivimos, sin podernos devidir, yo abriré con mi cuchillo el camino pa seguir".

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Oigamos a Don Ramón Menéndez Pidal en su libro "Los españoles en la Historia".
En el umbral de la época de mayor plenitud histórica española, Jorge Manrique enuncia la distinción de las tres vidas como serena consideración ante la muerte: la vida temporal, perecedera; la vida de la fama, más larga y gloriosa que la corporal, y la vida eterna, coronación de ls otras dos. Pues esas dos vidas, posteriores a la muerte, las siente todo español; las sentía entonces con viveza característica, según aparece en contraste con el modo de pensar de otros pueblos hermanos.

En cuanto a la segunda vida, la de la fama, es de gran interés observar cómo la ideología del soldado español choca con la del italiano en las primeras polémicas entabladas entre los capitanes de uno y otro pueblo que se hallaban al servicio de Alfonso V de Aragón. Tenemos memoria de una de estas conversaciones ante el rey Magnánimo en 1420. Los españoles reprobaron a los italianos la flojedad en el guerrear y los poquísimos que morían en sus batallas, mientras el gran condotiero Braccio da Montone replicaba, tachando a los españoles de fiereza ignorante: "Tenéis por más honroso dejaros despedazar por los enemigos que escapar con vida y reservaros para el desquite".

Y no tengamos estas palabras como propias sólo de un condotiero que hablase así como tal, falto de espíritu bélico y patriótico; los franceses, que abundan en lo uno y en lo otro, sin embargo, notaban también la misma particularidad, rehuyendo un encuentro con los soldados del
Gran Capitán:"Estos locos españoles tienen en más una poca de honra que mil vidas, que no saben gozar de esta vida a su placer", juicio donde hallamos patentizada la estrecha dependencia de la idealidad española con la sobria austeridad tomada por nosotros como base del carácter hispano.

El estimar en poco los disfrutes de la vida persiste como rasgo básico (cuente o no con la noble compañía de una alta aspiración), lo cual hace que la segunda vida preciada por Jorge Manrique, la de la fama y de la honra, no es en España un halago reservado al héroe ilustre, sino que es estímulo para cualquiera; todo caballero aspira, como don Juan Manuel, a que de él se diga: Murió el hombre, mas no su nombre , divisa heráldica después: Muera el hombre y viva el nombre. Y esto no sólo en aquellos siglos en que grandes empresas nacionales imprimían dirección elevada y coherente a las voluntades de todos.

Aun en medio de cualquier dificultad abundan los oscuros héroes que arrastran con firmeza la honrada muerte en aras del ideal; y los ánimos dispuestos para la muerte se hallan siempre, hasta cuando toda esperanza en el éxito del abnegado sacrificio esté perdida, como cuando se ha querido consumir hasta el último hombre en una guerra de antemano desahuciada.

Y este perdurable anhelo de una segunda vida, la de la fama honrosa, ansia de supervivencia que domina al español, recibe en la religión su sentido más puro y más pleno. Era lema muy usado por los soldados españoles de la Contrarreforma: Por la honra pon la vida, y pon las dos, honra y vida , por tu Dios. En esas palabras se ve cómo las tres vidas, valuadas correlativamente por Jorge Manrique, estaban entonces, en igual correlación, presentes
en el ánimo de cualquier español. Todos sabían que, en último término, por lo que el soldado daba su vida era por su Dios. El Tansillo, en sus tres sonetos ante el ingente montón de huesos insepultos en las playas dálmatas, cadáveres de los tres mil defensores de Castelnovo en 1539, ensalza la gloria terrena alcanzada por aquellos héroes de Iberia, pero pone la coronación excelsa de esa gloria de haber vendido muy caras sus vidas perecederas para comprar la vida eterna.

Esa tercera vida, a la cual conduce la religion, se sobrepone y antepone a todas las apetencias de la vida terrena, y no es raro que, en medio a los afanes de ésta, se exalte el anhelo de la muerte como entrada a una existencia mejor, según lo sentía el doctor Villalobos: Venga ya la dulce muerte con que libertad se alcanza. Ese pensamiento de la muerte, que es sed de inmortalidad, constituye preocupación profunda del pueblo español, muy notada bajo diversos aspectos por nuestros ensayistas, pero que aquí nos interesa sólo como fundamento supremo de religiosidad y en tanto que ésta influye en la vida civil.

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Y continúa en su mismo libro Don Ramón Menéndez Pidal. En la vida histórica, todo período de auge se distingue por una vigorización de la justicia, y lo contrario en las épocas de decaimiento. Este contraste se manifiesta con la mayor claridad en la más radical de las mudanzas que la historia de España registra. Un cambio como el que sobreviene en toda la vida nacional cuando, tras la desastrosa época de Enrique IV, subieron al trono los Reyes Católicos, sólo se comienza a explicar considerando una ejemplar instauración
de la justicia.

Y esto efectivamente lo consiguieron los Reyes Católicos. Todos alababan la inviolabile giustizia con que, al decir de Vespasiano da Bisticci, satisfacía Fernando por igual a los
poderosos y a los ppobres, así como la severa e inflexible rectitud con que Isabel decía holgarse de ver a cada uno en su puesto:"los hombres de armas en campaña, los obispos en pontificial, los ladrones en la horca". Esa tan inexorable e incorruptible justicia es la que abre una edad de oro siempre recordada en los siglos sucesivos como la más feliz que vivió la nación.

Tal culto a la rectitud en la gobernación, una vez establecido y practicado con escrupolisidad verdaderamente religiosa, continúa bajo los grandes reyes sucesores en todo el siglo XVI, siendo notoriamente excepcional en desconocer toda acepción de personas. No era sólo en los autos de fe donde, por el sagrado interés de la religión, aparecía degradado un marqués de Poza, o donde doña Ana Enríquez, hija de los marqueses de Alcañices, se presentaba
condenada a sambenito y cárcel, entre la conmiseración general que su singular hermosura y su nobleza despertaban. Por causas comunes padecían destierro o prisión muchos nobles: un duque de Alba, un conde de Tendilla, un marqués de Peñafiel, un duque de Osuna, un conde de Paredes. Todavía esa rectitud duraba a comienzos del siglo XVII; bajo Felipe II, un consejero y limosnero del rey francés observaba, viajando por España, que las leyes eran, sin distinción de clases, mucho mejor observadas que en Francia, donde a los nobles todo les era permitido, hasta
los crímenes, mientras que en España un hijo de familia ducal sufría el más duro rigor de la ley, y a los caballeros duelistas se les clavaba una mano en la picota de la plaza, por muy ricamente vestidos que anduviesen. Entonces también Pinheiro da Veiga, en la corde de Valladolid, observa que el recuerdo de Felipe II, verdadero sacerdote de la justicia, hacía que ésta en Castilla fuese no sólo temida y respetada, sino adorada ella y sus ministros.

La preocupación por la juricidad afectaba incluso a los fundamentos mismos del Estado, engrandecido con los descubrimientos geográficos recientes. Se discutió durante años memorables, bajo Carlos V, para resolver en derecho el novísimo problema de incorporar a la civilización occidental multitud de pueblos en estado de naturaleza. Al tiempo mismo en que la idea del viejo imperio europeo, cargado de historia, iba a caer arruinada, surgía el imperio español, sin historia, el primero de los tiempos modernos, o atenido al derecho romano y medieval, sino con general inquietud por encontrar nuevas normas de derecho natural y de gentes. Singular caso de un Estado que se preocupa de discutir consigo mismo la legitimidad de su dominio. De este alto espíritu de justicia nacieron las ejemplares Leyes de Indias, modelo de colonización moderna, no superado, cuyo alto espíritu se resume en aquella disposición de Felipe
II que ordena castigar las injurias y mal trato de los españoles contra los indios con mayor rigor que si los mismos delitos fuesen cometidos contra españoles, y los declara por delitos públicos.

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El Imperio español fue la más plena y grande extensión alcanzada por la cultura cristiana sobre la Tierra. Y tan profundamente arraigó en las gentes que aun ahora, a tan larga distancia de su derrota, es la población del mundo con más hondo sentido de su dignidad y a la vez más generosa, refinada y alegre. El gran hispanista francés Maurice Legendre, llama "la aristocracia del mundo" a la población hispánica del planeta.

El ámbito protestante de Europa profesó un odio creciente a la Iglesia y a España.Cuando la masonería se organizó en Inglaterra en 1717 y luego en Francia en 1725, las logias inglesa y francesa sintonizaron enseguida con las sectas protestantes y juntaron recursos para difundir por todo el mundo una campaña difamatoria y calumniosa contra España. La "leyenda negra" antiespañola llegó en los siglos XVIII y XIX a lo fantasmagórico. Les interesaba mucho hundir el Imperio español con la intención de producir un daño muy grave a la Iglesia.

En 1898 se consumó la gran traición de la Masonería contra España. Una mayoría del Parlamento español de entonces obedecía a sectas masónicas, y obeciendo a ellas, contra su
propia Patria, urdió la conjura para despojar a ésta de los últimos girones de su Imperio. Esta incalificable traición facilitó completamente al enemigo ejercer una de las manifestaciones más brutales del utilitarismo y el cinismo masónico y anglosajón, con la vil calumnia de la voladura del Maine difundida por la cadena publicitaria Pulitzer y agada por las compañías azucareras yanquis. El Ejército español quería combatir. Pero el Gobierno, siendo incapaz en su miseria moral, hasta de reconocer lo que el propio enemigo reconocía: el alto espíritu de los soldados españoles tan brillantemente demostrado en el Caney, en Santiago de Cuba y en Baler, entregó al extranjero nuestras posesiones de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Testimonio solvente de esta triste historia es, por ejemplo, la Historia de España de Salcedo. No mucho tiempo después, durante la trágica II República, había más de la mitad de masones en su Gobierno provisional. Y como atestigua Sánchez Albornoz en su Anecdotario Político, publicado en 1980 por Planeta, en el último Parlamento de la República había más de trescientos francmasones.

Tuvo que producirse la heroica Cruzada Española de 1936-39, movida por la magnífica generación española llamada simplistamente del "98", para que España se zafara de las tenazas masónica y luego además marxista, que la tenían herrojada durante casi un siglo hasta el 18 de julio de 1936.
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Ramiro de Maeztu, por su parte, alcanza en la exposición resonancias y acentos de hondura difícilmente superable: "los españoles no nos hemos creído nunca un pueblo superior. Nuestro ideal ha sido siempre trascendente a nosotros. Lo que hemos creído superior es nuestro credo en la igualdad esencial de los hombres(…). La posición ecuménica de los pueblos hispánicos, que dice a la humanidad entera que todos los hombres pueden ser buenos, y que no necesitan para ello sino creer en el bien y realizarlo. Esta fue la idea española del siglo XVI (…). La posición española es la católica, pero templada al yunque de ocho siglos de lucha contra el moro. El Islam fue para España lección inolvidable de universalidad".(Nuestro humanismo en la Historia)

En Razón Española de enero de 1994, Enrique Zuleta Alverez, glosando la obra del gran historiador argentino Julio Irazusta, nos recuerda esto: "Pertenecemos a la mejor tradición intelectual del mundo, a la progenie de los definidores de dogmas, evangelizadores y civilizadores de bárbaros e infieles y unificadores del universo; y sin embargo vivimos postrados de admiración ante los destructores de esos bienes perdidos". (Irazusta, 1942)

" Nuestros antepasados lucharon de veras - no mintieron luchar - por la unidad espiritual del mundo, por la antirracismo, por el principio universal de la capacidad de salvación; y en esa lucha maravillosa, el enemigo estaba constituido por las naciones que hoy invocan sólo de palabra aquellos principios. La unidad espiritual del mundo no está amenazada hoy de ruina, porque ya sucumbió hace siglos, a manos precisamente de las naciones que en el actual conflicto invocaron su defensa, con una hipocresía que puede ser el clásico homenaje del vicio a la virtud".

Irazusta defendió el predominio del fin religioso preseguido por España, aun a costa del éxito temporal, porque su justificación ética fue el haber salvado principios indeclinables de la humanidad. "El éxito temporal de las naciones que han imperado en el mundo después de la caída del imperio español no tiene nada de envidiable para un miembro de la Hispanidad descendiente de los que lucharon por el principio de la capacidad de salvación de todas las razas, es decir, de la igualdad fundamental del género humano". El Imperio español no sojuzgó nunca a los pueblos sobre los que ejerció legítima soberanía. Se desvivió en cambio por enseñarles a crecer y a vivir; y así alumbró más de veinte naciones cristianas en el mundo. No existió nunca la España opresora que pinta la "leyenda negra". Los autores de esta, en cambio, sí. Dos siglos después los yanquis exterminaron a los indios del norte con dinero público y ayuda de su ejército.

España fué un verdadero modelo de doctrina jurídica y política durante mil quinientos años de Historia, el modelo de Reino, de Imperio y de Estado más perfecto que se ha conocido en la Historia.

Los Reyes Católicos pusieron las bases para esa gran estructura política que luego sería el Imperio. Al sabio dominico italiano del siglo XVII, Tomás Campanella, le asombraba la singular maestría española en la promulgación de sabias y luminosas leyes - de Indias, Derecho de gentes … - , la extraordinaria capacidad creadora del genio español en la literatura del Siglo de Oro, y la vitalidad y generosidad española en la evangelización y civilización de América. Campanella llegó a preguntarse como habría que definirla, y no encontró un nombre mejor que el de Monarchia Catholica. Monarquía por la unidad conseguida entre tantos Reinos, y católica porque tal era la condición sobre la que se apoyaba la legitimidad.

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