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4. Derrota española: Westfalia.
España se hallaba muy agotada como consecuencia del esfuerzo sostenido durante el siglo y medio anterior. La civilización de América, las guerras y las pestes habían menguado considerablemente la población. La economía estaba exhausta y se iban extinguiendo las energías creadoras.
En España se consagra - por más que viniera larvado del siglo anterior - el concepto de "Estado misional", esto es, provisto de una misión concreta que realizar en el mundo, en defensa de la fe y de los valores de la civilización cristiana. De aquí que lo caballeresco y su personificación en el caballero o el hidalgo imprima carácter a la historia española del siglo XVII, que es también el siglo del barroco español. Esta manera de ser hace que los ideales más puros y generosos prevalezcan sobre el ideal burgués o el sentido práctico o meramente utilitario.
Francia defendía una nueva concepción del mundo, basada en el naciente racionalismo y en una visión utilitaria o pragmática de las cosas; proclama la "razón de Estado", según la cual las naciones no están sujetas a normas de moral objetivas, sino que cada una debe buscar aquella política capaz de enriquecerla o engrandecerla. Un orden europeo, basado en unos principios únicos a aceptar por todos, sería injusto.
Los españoles, en cambio, no aceptan la idea de Europa como diversidad, sino la de Cristiandad, que unifica a Occidente, no física, pero sí moralmente en unos ideales comunes.
La guerra ardía de nuevo en el corazón del Imperio alemán. Pero España, erigida ya por los acontecimientos en guardiana activa de la situación en Europa, no podía permitirse un momento de respiro. El ejército sueco, dotado por primera vez de uniformes modernos y armado de fusiles de chispa, gozaba fama de ser invencible desde que el rey Gustavo Adolfo de Suecia pretendía ser cabeza del mundo protestante y germánico y había transformado a su país en una gran potencia militar.
Una vez más tuvo que intervenir España en el espacio alemán. En la batalla de Nördlingen (1.634) los suecos fueron destrozados por la infantería española. Los soldados españoles se desparramaron por Alemania y se asomaron a las orillas del Báltico. La enorme potencia española, a pesar de todos los síntomas de cansancio, se había impuesto espectacularmente una vez más.
La guerra entre católicos y protestantes, que había ido transformándose también en una lucha por el dominio de Europa, parecía definitivamente ganada. Pero no fue así. En mayo de 1.635 Francía se sumó a la guerra contra España en la llamada guerra de los Treinta Años. Los franceses fueron derrotados en un intento de penetrar en los Países Bajos; y en otro intento de entrar en España por Fuenterrabía. Pero en 1.643 los españoles sufren su primera derrota en la batalla campal de Rocroy. Y otro desastre en Lens (1.646) conduce a la paz de Westfalia (1.648), en la que España se ve obligada a admitir, con la pérdida de su hegemonía en el mundo, la realidad de un mundo nuevo.
Westfalia significa el triunfo de la concepción antropocéntrica del hombre sobre la teocéntrica, de lo subjetivo sobre lo objetivo. En Westfalia se instaura el triunfo del interés de la burguesía sobre la derrota del ascetismo exigente de una concepción cristiana de la vida. Cuando a la Europa del servicio sucede la Europa del interés y de la inicua "razón de Estado", cuando a la Europa trascendida de San Benito que llamaba al trabajo "servitium sanctum", sucede la Europa de los Fugger o Maquiavelo, España derrotada en Westfalia al ser derrotada la causa católica, se queda replegada en sí misma. España siguió abrazada a la Verdad.
La paz de Westfalia señala el cambio definitivo del destino de Occidente. El fin de la hegemonía española es el fin de la mayor plenitud y extensión alcanzada por la civilización cristiana en la Historia universal, que fue en parte compensada por la evangelización española en América.
El siglo XVIII presencia el avance de la revolución atea con el enciclopedismo francés y la ilustración que se mofa de Dios, el hombre y los valores superiores del espíritu. España fue desespañolizada por los Borbones en su concepción de la política. Experimentó no obstante un nuevo auge económico y militar, extendiendo al máximo sus dominios de América como consecuencia de su ayuda a los yanquis en su guerra de la Independencia.
La invasión ideológica revolucionaria, procedente mayormente de Francia, comenzó a hacer sus estragos en España. Hubo algunos hombres valiosos que intentaron una "ilustración cristiana" en España, pero no hubo propiamente genios creadores en la España del siglo XVIII, aunque el pueblo, como juzga Menéndez Pelayo, siguió siendo español, es decir, adicto a la Verdad, sano y religioso como lo demostró heroicamente en la guerra de la Independencia contra los ejércitos de Napoleón.
Francia gestó y realizó la revolución atea, liberal primero y marxista después como consecuencia lógica de su raíz falsa. Europa siguió así un lamentable proceso de trágica descomposición con la defección de parte considerable de sus "intelectuales". Desde finales del Siglo XVIII este proceso se siguió lentamente, como a saltos, buscando cambios políticos y económicos pero tratando de conservar los demás valores de su patrimonio. Pero luego, cada vez con mayor velocidad, hasta hacerse vertiginoso, entró en el proceso revolucionario que todavía hoy vivimos. Muy otro fue el proceso histórico español y del mundo hispánico, no sólo y de modo evidente durante la Edad de Oro sino durante mucho tiempo después de la derrota. Por ello se puede hablar en rigor de dos modernidades: una católica y otra protestante y positivista; o también, de una modernidad hispánica y de otra centro europea, nórdica y anglosajona. En su grandiosa Edad de Oro, España creó una vigorosa cultura cristiana de influencia universal, que es el monumento más rico y valioso de toda la cultura mundial moderna que conoce la Historia. Esto sólo se explica por misterioso designio divino y porque la raza española ha demostrado la máxima categoría humana que se ha conocido en la Historia.
Además de la maravilla que es la herencia cultural española, España intervino en una serie innumerable de guerras a lo largo de su Historia. Todas las guerras que libró España fueron legítimas o en legítima defensa propia y ajena. Las libradas en generosa defensa de la Cristiandad fueron básicamente en dos direcciones geográficas: hacia Occidente, el Descubrimiento, conquista, evangelización y civilización de América, operaciones todas simultáneas en la intención española y progresivas en el orden en que lógicamente se pueden enunciar. Hacia el Oriente, en defensa de la Cristiandad del gran peligro de la invasión turca que amenzaba muy gravemente con el dominio del Mediterráneo y hasta el corazón de Europa. Gran parte de las guerras libradas por España fueron cruzadas convocadas por los Papas o respaldadas moralmente por bulas pontificias.