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Descubrimiento y civilización de América: El Imperio español
El Descubrimiento de América es una de las aventuras más bellas de la humanidad, "el hecho de por sí más grande entre los hechos humanos", como señaló el Papa León XIII.
A partir de 1.520 se produce una serie asombrosa de hechos de los más impresionantes de toda la historia universal. En 1.520 se produce una verdadera explosión de vitalidad conquistadora que causa la admiración de todos los historiadores españoles y extranjeros. Los hechos son perfectamente conocidos; pero nadie ha conseguido aún explicar como pudieron producirse. El resultado es que hacia 1.540 todo el inmenso espacio comprendido entre el norte de México y Santiago de Chile había sido conquistado por unos pocos miles de españoles.
La gesta conquistadora fue obra de gloriosos aventureros que se lanzaron a la empresa en busca de fama, de riqueza o de engrandecimiento del Reino de Dios: que de todo hubo. Con un denominador común: una enorme capacidad operativa, intrepidez, voluntad y valentía. Hernán Cortés partió de Cuba con 416 hombres y se apoderó del imperio azteca en una serie de hazañas que aun hoy parecen legendarias. Francisco Pizarro, con poquísimos medios y en las condiciones más hostiles, con 170 compañeros se apoderó del imperio inca, atravesó las gargantas andinas hasta Cajamarca y en un audaz golpe de mano se apoderó del jefe inca Atahualpa. Al sur de Perú la conquista más asombrosa fue la de Chile, a la que se lanzó Valdivia con su ejército de siete hombres (luego recibió refuerzos, algo más de cien), para atravesar el desierto más árido del mundo, el de Atacama, y ocupar en los valles andinos un espacio tan largo como el de Madrid a Moscú.
El conquistador realizó su empresa por iniciativa propia, pero nunca en nombre propio. Lo primero que hace es poner el nuevo territorio bajo la soberanía del Rey de España. El Estado tuvo que realizar luego una gran labor - y la realizó - menos espectacular pero tan decisiva para la historia universal: la religiosa y cultural (las misiones, escuelas y Universidades), la políticoadministrativa (los virreinados), y la economía (la explotación del metal precioso)-
El gran hispanista norteamericano Charles F. Lummis, en su magnífica historiagrafía titulada "Los exploradores españoles del siglo XVI", escribe esto:
- "El honor de dar América al mundo pertenece a España; no solamente el honor del descubrimiento, sino el de una exploración que duró varios siglos y que ninguna otra nación ha igualado en región alguna. Es una historia que fascina (…). Amamos la valentía, y la exploración de las Américas por los españoles, fue la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la historia (…). Había un viejo Mundo grande y civilizado: de repente se halló un Nuevo Mundo, el más importante y pasmoso descubrimiento que registran los anales de la humanidad. Era lógico suponer que la magnitud de ese acontecimiento conmovería por igual la inteligencia de todas las naciones civilizadas, y que todas ellas se lanzarían con el mismo empeño a sacar provecho de lo mucho que entrañaba ese descubrimiento en beneficio del género humano. Pero en realidad no fúe así. El espíritu de empresa de toda Europa se concentró en una nación, que no era por cierto la más rica o la más fuerte. A una nación le cupo en realidad la gloria de descubrir y explorar América, de cambiar las nociones geográficas del mundo y de acaparar los conocimientos y los negocios por espacio de un siglo y medio. Y esa nación fue España.
Ocurrió ese hecho un siglo antes de que los anglosajones pareciesen despertar y darse cuenta de que realmente existía un nuevo mundo; durante ese siglo la flor de España realizó maravillosos hechos. Españoles fueron los que vieron y sondearon el mayor de los golfos; españoles los que descubrieron los ríos más caudalosos; españoles los que por primera vez vieron el Océano Pacífico; españoles los primeros que supieron que había dos continentes en América; españoles los primeros que dieron la vuelta al mundo. Eran españoles los que se abrieron camino hasta las interiores y lejanas reconditeces de nuestro propio país, y los que fundaron sus ciudades miles de millas tierra adentro, mucho antes de que el primer anglosajón desembarcarase en nuestro suelo. Aquél temprano anhelo español de explorar era verdaderamente sobrehumano.
No sólo fueron los españoles los primeros conquistadores del Nuevo Mundo, sino también sus primeros civilizadores. Ellos construyeron las primeras ciudades, las primeras iglesias, escuelas y Universidades; montaron las primeras imprentas y publicarón los primeros libros; escribieron los primeros diccionarios, historias y geografías, y trajeron los primeros misioneros. Una de las cosas más asombrosas de los españoles, es el espíritu humanitario y progresivo que desde el principio hasta el fin caracterizó sus intenciones. Algunas historias han pintado a esa heroica nación como cruel para con los indios; pero la verdad es que la conducta de España en este particular a nosotros debiera avergonzarnos. La Legislación española referente a los indios de todas partes, era incomparablemente más extensa, comprensiva, sistemática y humanitaria que la de la Gran Bretaña, la de las Colonias y la de los Estados Unidos juntas. Aquellos primeros maestros enseñaron la lengua española y la religión cristiana a mil indígenas por cada uno de los que nosostros aleccionamos en idioma y religión. Ha habido en América escuelas españolas para los indios desde el año 1.524. Tres Universidades españolas tenían casi un siglo de existencia cuando se fundó la de Harward. Sorprende el número de hombres educados en colonias que había entre los exploradores españoles; la inteligencia y el heroismo corrían parejos en los comienzos de la colonización del Nuevo Mundo" - (págs. 22,23)-
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La entronización de la Casa de Austria tuvo la virtud de dotar a España
de una política de los más altos vuelos. Carlos V, el hombre del
siglo, intuyó en su tiempo como nadie la unidad de Europa, de Occidente,
pero en su espíritu prevalecían inicialmente los intereses del
Imperio alemán sobre los propios intereses españoles.Sin embargo
al fracasar en su empeño de establecer sobre nuevas bases el Imperio
alemán, debido a la rebelión protestante, abrió las puertas
para el establecimiento del Imperio español.
España, al aceptar sin reservas la política imperial, se había convertido en el centro del Imperio. Las ideas políticas y religiosas, los soldados, el dinero del emperador eran españoles. El único equipo humano organizado y homogéneo, capaz de regir un imperio más o menos unitario, era el español.
Alemania, desvinculada ya de todo cometido imperial, con su estructura medieval casi intacta y dividida por las confesiones religiosas, quedaba en manos de su hermano Fernando. La idea del Imperio potencia se mantenía, pero no ya tomando como base el viejo Imperio alemán, sino levantándolo como un puente gigantesco sobre el Atlántico.
Los
monarcas austriacos se hispanizaron hasta la médula. A este proceso respondieron
los españoles con un proceso de "imperialización". Así
se hizo realidad histórica esa simbiosis
España-Imperio, eje de la política mundial durante dos siglos.
Así desde 1.492 hasta 1.700, aproximadamente, un nuevo Imperio se levanta
en España, después de tres siglos y medio de olvidado Imperio
medieval. Es un Imperio mundial, fundado en las ideas universalistas de la filosofía
de la Historia concebida por el gran Padre de la Iglesia, el obispo de Hipona;
un Imperio de la Edad Moderna que deja atrás y olvidado al medieval Imperio
romano-germánico. Castilla fue el reino que aportó los mayores
esfuerzos, tanto humanos como económicos; el que dio, por lo general
las ideas y los ideales que rigieron el imperio. De las 600 operaciones crediticias
concertadas por Carlos V, 518 pesaron sobre la hacienda castellana. Castilla
fue así, a la vez, la que cargó con la mayor parte del peso, pero
también con la mayor parte de la gloria.
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La reforma protestante fue para muchos, sobre todo para los nobles y "príncipes"
de Alemania, un cómodo expediente para apoderarse de los bienes de la
Iglesia y mantener sus
privilegios feudales. Las querellas de teólogos y reformadores, al derivar
en posturas políticas, desembocaron en un estado de guerra.
Lo más grave en el ámbito doctrinal es lo que expresó Lutero con su conocida frase cuius regio eius religio, que daba a los príncipes el derecho de imponer la creencia a sus súbditos. Esto suponía una negación de la libertad del hombre y también una negación de la capacidad de la razón humana para iluminar y explicar racionalmente las verdades de la fe. Lutero negó todo valor al conocimiento especulativo y por eso llamó la prostituta a la razón humana.
El lógico pesimismo introducido en el mundo por el error protestante, marcó la gran decadencia moral que se siguió en la Europa de la reforma luterana progresivamente hasta el día de hoy.
Entre 1545 y 1559 la Iglesia hizo un esfuerzo formidable para salvar la imagen del hombre "nuevo" y para invitar a todos los europeos a defenderla. Este esfuerzo se llama Trento, adonde los protestantes ya no quisieron acudir. En sus tres etapas, el Concilio fue defendiendo los tres más sólidos fundamentos sobre los que puede edificarse la dignidad humana. Primero dijo que la naturaleza humana es capaz de obtener méritos y de realizar obras creadoras más allá de los estrechos límites del mundo; por consiguiente, negó que la fe sin obras bastase e invitó a los hombres a operar sobre el mundo. Luego defendió la presencia real de Cristo en la Eucaristía, lo que significaba el establecimiento de una comunicación sustancial y permanente entre inmanencia y trascendencia; de ahí extrajo también la consecuencia de la recuperación del hombre pecador y de que ninguna situación moral puede considerarse irreversible. Por último defendió la capacidad de la razón para iluminar incluso las verdades de la fe.
Frente a la doctrina irenista que defendía Seripando, se impuso la tesis de los españoles: la justificación del hombre por sus obras mediante la gracia de Dios. La claridad esquemática de la doctrina tridentina se impuso con la certeza inconfundible de la luz.
El Concilio de Trento es una parte de la historia de España en el sentido de que la participación de los teólogos españoles resultó decisiva. El hecho demostró, por una parte, la eficacia de la reforma de la Iglesia española emprendida por los Reyes Católicos y Cisneros; y, por otra, su capacidad doctrinal - fruto de la madurez del pensamiento español por entonces - para hacer frente a la más graves cuestiones. La Compañía de Jesús, fundada pocos años antes por otro español, Ignacio de Loyola, sería el arma más fuerte de la Iglesia en el movimiento de reexpansión del catolicismo en todos los órdenes que siguió al Concilio de Trento, es decir, en la llamada por algunos historiadores Contrarreforma.
Las sesiones tridentinas culminaron a fines de 1563. La doctrina de la Iglesia quedaba clarificada en cánones estrictos, donde no cabían equívocos o interpretaciones ambiguas. En su forma, es obra de una generación que ve más necesaria que nunca la firmeza inflexible de las definiciones, del mismo modo que estima perniciosa y oscurecedora la tendencia al diálogo con el error. Felipe II, paladín de la Contrarreforma, no hace sino participar de este espíritu general.
El gran rey Felipe II reanudó la política de cruzada cuando el peligro turco se recrudecía sobre el Mediterráneo. Los turcos conquistaron Chipre en 1570. El Papa San Pío V predicó la cruzada general, a la que España se adhirió desde el primer momento. Pero no así Francia ni el menguado Imperio romano-germánico. La "Liga Santa" que al fin se formó, estaba constituida sólo por España, Génova, Venecia y los Estados Pontificios, sin otra gran potencia que la española, que fue la que aportó la mayor parte de los barcos, los hombres y el dinero. Mandó la expedición el español Don Juan de Austria.
El
7 de octubre de 1.571 chocaban las escuadras a la entrada del golfo de Lepanto.
Fue una de las batallas navales más grandes de la Historia, en la que
participaron más de 300 barcos por bando y unos 80.000 hombres. Se llegó
al abordaje masivo, hecho que sin duda favoreció a los cristianos que
llevaban embarcada a la famosa infantería española. Fue una de
las victorias más sensacionales de todos los tiempos. Los turcos perdieron
300 galeras y sólo 30 pudieron salvarse; sólo 10 barcos cristianos
se fueron a pique. La escuadra otomana, completamente destruida y muerto su
célebre caudillo, convirtió al Mediterráneo en un mar cristiano
y la decadencia turca se precipitó entonces sin remedio.
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El Emperador y su hijo el gran rey Felipe II profesaron un profundo amor a Castilla, como la amaron los Reyes Católicos y todos los gobernantes españoles; "porque ha sido siempre la región que ha sabido dar el paso mesurado en los tiempos de agitación; la que se ha orientado hacia el progreso estricto sin preocuparse de la moda; la que ha hecho en cada instante el sacrificio más costoso por la patria común sin pasar jamás el recibo; la que ha visto nacer en su seno al hombre inteligente, sobrio, generoso y valiente, y a la mujer enjuta, paridora y recta, que conservan y transmiten como nadie la esencia inmortal de lo español". (Marañón)
En 1536 Carlos V adoptó solemnemente la lengua castellana como lengua universal de la política, en un parlamento celebrado ante el Papa Paulo III; cuando el obispo de Macon se quejaba de no entender la lengua, el César le respondió: "Señor Obispo, entiéndame si quiere, y no espere de mí otras palabras que de mi lengua española, la cual es tan noble que merece ser sabida y entendida de toda la gente cristiana".
La mayor intensidad de la influencia cultural española en Europa coincidió con el máximo apogeo del barroco. Durante los primeros años del reinado de Felipe IV parecía España dotada de más bríos y esperanzas que nunca. Finalizada la tregua con los Paises Bajos, los holandeses fueron derrotados por tierra y mar; los franceses fueron rechazados espectacularmente de Italia. Las victorias exteriores no hacían sino fomentar el clima de orgullo propio de los tiempos; las publicaciones del barroco se hacían eco de la grandeza de España y la nobleza de sus ideales.
En el teatro flotante se representaron los mejores dramas de nuestro siglo de oro. Y aquel teatro - de Lope de Vega, Calderón, Rojas, Tirso de Molina o Moreto - representa a las mil maravillas, con su exaltación del sentido del honor, su idealismo y su visión teológica, filosófica y ética, todo el espíritu de su tiempo.
El pensamiento, la literatura, el arte de España, alcanzan por entonces no sólo el momento cumbre de su historia, sino, sobre todo, el de su más peculiar personalidad. No hay, como en el Renacimiento, influencias italianas o flamencas, sino todo lo contrario: el arte, la literatura, las modas, la indumentaria, hasta los ritmos de baile españoles se imponían en toda Europa. Las bibliotecas de Londres estaban llenas de libros españoles, y en París el mejor negocio, según Brantôme, era montar una academia de lengua castellana; Tiermann y Weissbach han podido estudiar, por ejemplo, los influjos hispánicos en Bohemia y en Polonia en la primera mitad del siglo XVII. España, es cierto, estaba al borde del agotamiento, pero su personalidad se desbordaba hacia el mundo más que nunca.