PENSAMIENTOS VARIOS (1)
I


Entre las notas que caracterizan en la época presente, una de ellas es que la legitimidad brilla por su ausencia.
Los que gobiernan han perdido la facultad de gobernar y los pueblos han dejado de ser gobernantes.
De donde se sigue que el gobierno ha huido de la sociedad.
Hoy en día, llámese como se quiera a los gobernantes, príncipes o presidentes, pero la verdad es que no gobiernan. Los pueblos se constituyen a sí mismos, a su antojo, en Monarquías o Repúblicas; pero, en realidad, no son gobernados.
No habiendo, pues, Gobiernos, mal puede haber Gobiernos legítimos; para existir de este o aquel modo, lo primero que se necesita es existir.
¡Admirar consonancia de las cosas humanas! A este siglo, sumergido por completo en la materia que ha entregado su corazón a los deleites sensibles, Dios, dándole lo que merecen sus obras, le niega la protección del Derecho y le hace caer bajo el yugo de la fuerza.
Dicen que vamos a la barbarie
Pluguiera al cielo que esto fuera verdad, porque la barbarie tiene sobre la civilización una ventaja: el ser fecunda; la civilización es estéril: Como estéril que es; nada engendra; mientras que de la barbarie puede afirmarse que ha engendrado a todas las civilizaciones.
No, no tenemos ni aun el consuelo de caminar en dirección a la barbarie. ¿Dónde están los bárbaros por ventura?
No honréis con el nombre de bárbaros a los Catilinas implacables que ante los altares del dios que preside sus orgías juran entregar a este Dios el dios vencido de Roma.

I
¿Sabéis qué es la revolución? El último término donde ha llegado el orgullo.
El mundo sueña en cierta unidad gigantesca que Dios no ve con buenos ojos, y que este Señor no permitirá, porque esa unidad seria el templo del orgullo.
Nuestro siglo precisamente peca en todo por ahí. El delirio por la unidad se ha apoderado de todos en todas las cosas: unidad de códigos, unidad de modas, unidad de civilización, unidad administrativa, unidad comercial, industrial, literaria y lingüística.
Unidad reprobada, no será ella otra cosa sino la unidad de la confusión. Huye el hijo impaciente del hogar paterno para lanzarse en la sociedad, que es unidad superior a la familia. Deja su aldea el aldeano, y se va a la ciudad a trocar la unidad del concejo por la de la nación. Los pueblos todos se salen de sus fronteras y se mezclan unos con otros. Tenemos, pues, la Babel de la Biblia.
Hasta el pueblo Español cede al ímpetu de la corriente. En la Exposición de Londres hubo días en que el número de los españoles fue allí mayor que en Madrid. Tornáronse curiosos y sin asiento fijo los que nunca se movían sino para conquistar la tierra o visitar los países conquistados.
La centralización no es otra cosa sino ese movimiento que va buscando la unidad en el campo de las leyes.
El telégrafo, los caminos de hierro y el comité democrático de Londres: ved ahí tres grandes síntomas de esa revolución.

III
Nuestro Señor Jesucristo vino al mundo para constituir, en sí y por sí, la unidad del género humano.
De todos los pecados posibles, ninguno hay que se iguale con el que consiste en echarla el hombre de Dios o en querer hacer con otros fines, y por modo diferente, quello que Dios hace.
Dos veces ha tenido el hombre esta intención satánica: la primera cuando quiso erigir la torre de Babel; y la segunda, el mismo día de hoy, en el cual una democracia insensata pretende constituir el mundo de esa manera unitaria.
Pero Dios no permitirá que haya otra unidad que la unidad de la Cruz.
La Babel democrática tendrá la misma suerte que la Bebel de los libros santos; lo que aconteció entonces acontecerá ciertamente ahora. Repetiráse el drama de las llanuras de Sennar: antes que esté acabada la torre. Dios castigará a los pueblos.
IV
Dios ha hecho la sociedad para el hombre, y al hombre, para sí.
En esta teoría, Dios es principio y fin, alfa y omega de todas las cosas.
Síguese de aquí que aunque a primera vista la sociedad parece cosa humana, porque ha sido hecha para el hombre y se compone de hombres, pero en realidad es divina, porque el hombre, para quien fue hecha, y los hombres que la componen, han sido hechos para Dios.
Según esto, cuando hacéis distinción entre las leyes, una de ellas respecto del hombre y la otra respecto de la sociedad, ponéis en contradicción una con otra la ley del individuo y la de la asociación. La ley social y la ley divina, el ciudadano y el particular.
La libertad humana toca al individuo: lo que es común depende exclusivamente de la voluntad directa de Dios. Dios ha hecho al hombre señor de sus propios actos y se ha reservado el gobierno de la sociedad, el imperio de las naciones. El mismo Dios, en su sabiduría, quiere que su acción sea secreta y silenciosa, y por esta causa la oculta siempre en el estéril tumulto de las acciones humanas.
Dios ha dicho al hombre y a todos los hombres:
“Tened fijos vuestros ojos, individual y exclusivamente, en mí, que yo los tendré puestos en todos vosotros a la vez.”
“Si sois justos, yo haré que vuestro linaje sea poderoso; pero pensad en mí, y no en vuestro linaje.”
“Si guardáis individualmente mis mandamientos, yo engrandecerá la sociedad en que vivís, pero esto me pertenece a mí, sino pensad en cumplid mis mandamientos.”
“Soy árbitro de vosotros mismos.”
“Yo soy el que levanta y abate las naciones, el que ensalza y humilla a las sociedades, el que engrandece y aniquila a los pueblos. A mí deben los imperios su grandeza, y su decadencia es obra mía.”
“En mis manos tengo suspendida la Historia, con todas sus mudanzas y vicisitudes.”

V

Tan lejos está la verdad del dogma filosófico de la perfectibilidad indefinida, que la sociedad humana, para no dar consigo en la barbarie, tiene por fuerza que volver atrás antes de llegar a los últimos límites de la civilización.
La discusión, fruto de la civilización, cuando, impulsada de los periódicos diarios, toca en sus últimos límites, mata los libros y mata los entendimientos en las regiones de una duda más temible que la ignorancia.
A Europa sólo le falta continuar escribiendo como hasta aquí para llegar al estado característico de la barbarie, o sea aquel estado en que la balumba de los escritos y de los documentos hace que sea menos fácil aprender la verdad que descubrirla.
Sólo el pecado de Adán es como el nuestro; pues así el nuestro como el suyo es el pecado de todos.

VI

Una de las tendencias características de nuestra época es la creación visible de dos unidades que radicalmente de contradicen entre sí: la unidad del bien y la unidad del mal.
Todos los estados intermedios perecen con todas las doctrinas transigidas, y todos se disuelven unos en pos de otros.
Y así debe suceder. Las medias tintas, los períodos de transición, las transacciones doctrinarias, sólo tienen razón de ser respecto a las doctrinas absolutas, mientras que estas últimas existen con una existencia radical y absoluta.
El influjo y la existencia de esas transacciones se parecen al crepúsculo, que sirve perpetuamente de medio por donde se pasa del día a la noche y de la noche al día.
Leo en la Sagrada Escritura que Dios hizo la noche y el día, más no leo en ella que Dios hiciera el crepúsculo su existencia efímera y relativa, sino porque ese fenómeno no existe por sí mismo y debe cesar cuando el día triunfe de la noche.

VII


Libertad, igualdad, fraternidad: fórmula contradictoria.
Dejad al hombre el libre desenvolvimiento de su actividad individual, y veréis como al punto muere la igualdad a manos de la jerarquías, y la fraternidad a manos de la concurrencia.
Proclamad la igualdad, y veréis a la libertad huyendo en ese mismo instante y a la fraternidad exhalando su último aliento.
No ha querido Dios que en el corazón humano no se dé el sentimiento de la igualdad.
En mis ojos es un misterio que esa palabra exista y que sirva de expresión a una cosa que ni existe ni puede siquiera existir.
Yo no conozco sino tres maneras de hombres: hombres vencidos por la humildad, hombres dominados por el orgullo o por la envidia y hombres a un mismo tiempo orgullosos y humildes. Los primeros gustan siempre de ser menos, los segundos quieren ser siempre más y los últimos quieren ser ala ver más y menos.
Pero jamás han pretendido ser los hombres ser entre sí iguales.
La igualdad fue siempre el pretexto de la ambición y, como la hipocresía, de la envidia.
Gracias únicamente al cristianismo, esas tres cosas, libertad, igualdad, fraternidad, son verdaderas. El cristiano, en efecto, les ha dado ser real valiéndose de los respectivos contrarios.
Ha dado al hombre la libertad haciéndole esclavo de Dios.
Ha hecho iguales a todos los hombres entre sí mediante la compensación que resulta de sus varias y diversas condiciones.
Los ha hecho a todos hermanos destruyendo el parentesco carnal que tenían de Adán y dándoles el parentesco espiritual que les ha prometido Jesucristo.
¡Cosa extraña! Los hijos de Adán, lejos de tratarse como hermanos, son enemigos, y cuando Dios deshace la posteridad de Adán, luego dejan de ser enemigos para ser hermanos.

(1) Estos Pensamientos los publicó Gabino de Tejada, tomándolos, sin duda, de apuntes del archivo, en el periódico La Regeneración. Después se publicaron en francés en la edición que hizo Veuillot. De ahí los tradujo Ortí y Lara.

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