Señores:
Los diputados que recuerden los varios discursos que he tenido la honra de pronunciar
en los Congresos anteriores, saben muy bien que, a pesar de que
mis doctrinas han sido en algunos puntos contrarias, en muchos más, diferentes
de las que sostienen los señores ministros, he votado una constancia
sin ejemplo con el Ministerio. Esta conducta mía, señores, ha
estado fundada en solidísimas razones. En primer lugar, mis doctrinas
no se han puesto nunca a votación; y no votándose mis doctrinas,
he tenido que votar las del Ministerio, menos distantes aún de las mías
que las de las oposiciones. En segundo lugar, yo soy un hombre de gobierno ante
todo y sobre todo; y hombre de gobierno, voto siempre con el Gobierno en caso
de duda. En tercero y último lugar, yo creía
que podría hacer más en provecho y beneficio de mis propias doctrinas
siendo amigo del Ministerio que siendo adversario.
Hoy las cosas han cambiado enteramente de faz. El Ministerio ha exagerado hasta tal punto su sistema, que en esu exageración creo funesto, que estoy en la situación de elegir entre mi conciencia y mi amistad, entre mis propias doctrinas y el Ministerio. El trance, señores, en muy duro; pero la elección no puede ser dudosa; yo haré callar a mi amistad, para oír sólo a mi conciencia; yo me alejaré un tanto del Ministerio, para quedarme con mis doctrinas.
Yo me propongo, señores, delinaer a grandes rasgos el tristísimo cuadro que ofrece la nación bajo los siguientes aspectos: el moral, el político, el rentístico y el económico; y para que todos lo sepan sin necesidad de tenerlo yo que repetir en cada paso, voy a anunciar desde ahora hasta qué punto creo que el Ministerio es responsable de esta triste y dolorossa situación en la que nos vemos. A ella hemos venido por carias causas. La situación actual, por otra parte, es un efecto de los pasados trastornos; por otra la situación es efecto y resultado del sistema errado de los anteriores minsiterios; por otra parte, en fin, la situación actual es el resultado del errado y funesto sistema del Minsiterio que hoy preside los destinos de la nación española.
Yo no puedo acusar a los trastornos, porque la revolución me responderá: "Trastornando hago mi oficio". Yo no puedo acusar de esta situación a los ministerios pasados, porque podrían responderme: "Nosotros hemos estado bajo la presión revolucionaria". Pero puedo acusar y acuso al Ministerio presente, porque él solo es, entre todos los que han existido desde 1.834 acá, el dueño absoluto y soberanos de sus propias acciones.
Yo no puedo acusar , yo no acuso al Ministerio de haber creado la situación actual. ¿Cómo podía acusarle de eso? Ella existía antes de que él existiese; pero le acuso porque la conserva; pero le acuso también porque la empeora.
Para exponer estas cosas, puedo brevemente por lo avanzado de la hora, he pedido la palabra. La he pedido también con otro objeto; yo debo hacer aquí mi profesión de fe política, aunque es conocida de todos, en materia de autorizaciones. Yo creo, señores, que el Ministerio puede perder el derecho de vivir; pero no creo que pierda nunca el derecho y el deber, que son un deber y un derecho imprescriptibles, de cobrar las contribuciones.
Yo creo que el Congreso de los señores diputados tiene el derecho de matar o contribuir a que muera un Ministerio por un voto de censura; pero no tiene el derecho de negarle las contribuciones, por la razón de que no tiene el derecho de matar al Estado.
Esto supuesto, señores, claro está que mi voto contra la autorización no significa que el Ministerio no cobre los impuestos, que el Ministerio no recaude ni distribuya las contribuciones.
Pero sucede a menudo que los votos del Parlamento necesitan un comentario: aquí rara vez sucede que un señor diputado vote lo que quiere, y es más raro todavía que quiera lo que vota. ¿Por qué? Porque los votos son complejos, porque los votos significan cosas muy diferentes y a veces de todo punto contrarias. Esta autorización es algo más de lo que suena, es mucho más de lo que suena; participa de la naturaleza propia de todas las autorizaciones; es un voto de confianza; lo sería de todos modos, lo ha sido aquí y en otros países, sin necesidad de que lo declare el Ministerio; pero hoy día lo es mucho más, y lo saben los señores diputados, después que así lo ha declarado el Ministerio. Pues bien:al dar yo voto negativo a esta autorización, no m opongo a que el Gobierno cobre los impuestos; digo sólo que le Ministerio(no el Ministerio que compone de amigos míos), el sistema del Ministerio no tiene mi confianza.
Señores, ¿En dónde está la disidencia capital(porque yo no puedo hablar sino de disidencias capitales), la disidencia capital entre el sistema del Ministerio y mis doctrinas? Voy a decirlo: Consiste cabalmente en aquello en que el Ministerio funda su título de gloria. Consiste en que es un Ministerio que se proclama y que es Ministerio de orden material, Ministerio de intereses materiales.
Y cuenta, señores, no me opongo a los intereses materiales ni al orden material: el orden material es una parte constitutiva, aunque la menor, del orden vardadero; el orden vardadero está en la unión de las inteligencias en lo que es verdad, en la unión de las voluntades en lo que es honesto, en la unión de los espíritus en lo que es justo. El orden verdadero consiste en que se proclamen, se sustenten y se defiendan los verdaderos principios políticos, los verdaderos principios religiosos, los verdaderos principios sociales.
Loa intrereses materiales, señores, serán, sin duda, y lo son, una cosa buena, excelente; pero no por eso los intereses materiales son los intereses supremos de la sociedad humana; el interés supremo de la sociedad humana consiste en que prevalezcan en ella esos mismos principios religosos, políticos y sociales. Señores, la salud no consiste sólo en la salud del cuerpo; consiste también en la salud del alma: mens sana in corpore sano. Ese equilibrio entre el orden material y el orden moral, ese equilibrio entre los intereses morales y los materiales, ese equilibrio entre la salud y el alma y del cuerpo es lo que constituye la plenitud de la salud en la sociedad como en el hombre. A ese equilibrio se debió, señores, que el siglo de Luis XIV fuese llamado gran siglo , y que Luis XIV fuese llamado el Grande; y grande era en verdad el príncipe dichoso que reinaba sobre Bossuet, aquel rey de las inteligencias, y sobre olbert, rey de la industria.
Cuando este equilibrio se rompe, los imperios comienzan a declinar hasta que desaparecen del todo. Yo quisiera, señores, fijar en vuestros corazones, en vuestra memoria, estos principios, porque interesan demasiado a vuestra Patria.
Dos grandes dinastías hay en Europa: la dinastía borbónica y la dinastía austríaca. La dinastía austríaca conservó vivos entre nosotros los verdaderos principios políticos, religiosos y sociales; y al mismo tiempo que hizo esto, tuvo la desgracia de dejar en olvido y abandono los principios económicos, los principios adminsitrativos, los intereses materiales. Pues bien, señores: esto nos explica su vida y su muerte. Pocos ejemplos nos ofrece la Historia de una vida más gloriosa y de una muerte más miserable. ¿Queréis saber hasta dónde pueden llegar los imperios cuando prevalecen en ellos los verdaderos principios sociales, políticos y religiosos? Poned los ojos en Carlos V, el gran emperador, en aquella águila imperial, de quien ha dicho el más grande de nuestros poetas que
en su vuelo sin segundo,
debajo de sus alas tuvo al mundo.
¿Queréis saber cómo concluyen las razas y las dinastías cuando ponen en olvido los intereses materiales? Poned la vista en el último vástago de es dinastía generosa; poned la vista en Carlos II, el rey mendio, el Augústulo de su raza.
Volved ahora la vista a la raza borbónica. Enrique IV comienza por ser protestante y halagar a los católicos, y acaba por ser católico y halagar a los protestantes. Es decir, señores, que la religión era para él un instrumento de dominación, instrumentum regni; ved ahí el modelo de un rey espíritu fuerte. Seguidle después en su vida y en su historia, y le veréis siempre entregado a la idea exclusiva de hacer prosperar materialmente a la Francia, de establecer una sabia administración, de acallar las diferencias de los partidos por medio de transacciones; ocuparse, en una palabra, solamente de la organización administrativa y de los intereses materiales. Pues bien, serores: Erique IV no es un hombre solo: es la personificación de toda su raza, es la raza borbónica; raza que ha venido al mundo para dos cosas: para hacer a los pueblos industriosos y ricos y para morir a manos de las revoluciones.
¿Quién no admira, señores, estas grandes, esas magníficas consonacias de la Historia? ved ahí dos razas más enemigas todavía en el campo de las ideas que en los campos de batalla:la raza austríaca pone en olvido los interes materiales, y muere de hambre; la raza borbónica, los más de sus príncipes por lo menos, aflojan en la conservación intacta y pura de los principios religiosos, sociales y políticos, para convertirse en reformistas e industriales, y tropiezan con el espectro de la revolución, que los aguarda para devorarlos unos después de otros, puesto en el límite de sus industrias y de sus reformas.
Pues bien, ministros de Isabel II: yo vengo a pediros que apartéis de vuestra reina y de mi reina la especie de maldición que pesa sobre su raza.
El tiempo urge, señores, el tiempo urge, porque tiempos más calamitosos de los que pesáis se acercan. Por de pronto ahora mismo, si es verdad que el árbol se conoce por su fruto, por el fruto habéis de conocer el árbol que habéis plantado: su fruto es fruto de muerte. La polítida de los intereses materiales ha llegado aquí a la última y más tremenda de todas las evoluciones: a aquella evolcuión en virtud de la cual todos dejan de hablar de intereses para hablar del supremo interés de los pueblos decadentes, del interés que se cifra en los gocen materiales. Esto explica las ambiciones de que se ha hablado aquí con sobrada razón.
Nadie está bien donde está; todos aspiran a subir, y a subir, no para subir, sino para gozar. No hay español ninguno que no crea oír aquella voz fatídica que oía Mácbeth y le decía: "Mácbeth, Mácbeth, serás rey". El que es elector oye una voz que le dice: "Elector, serás diputado." El diputado oye una voz que le dice:" Diputado, serás ministro." El ministro oye una voz que le dice: "Serás...", yo no sé qué, señores.
¿Arroyo, en qué has de parar
tanto anhelar y subir,
tú por ser Guadalquivir,
Guadalquivir por ser mas?
Yo sé, señores, adónde va esto a parar, o pr mejor decir, adónde ha ido a parar; ha ido a parar a la corrupción espantosa que todos presenciamos, que vemos todos; porque el hecho hoy dominante en la sociedad española es esa corrupción que está en la médula de nuestros huesos; la corrupción está en todas partes; nos entra por todos los poros; está en la atmósfera que nos envuelve; está en el aire que respiramos. Los agentes más poderosos de la corrupción han sido siempre los agentes primeros del Gobierno; en las provincias, éstos han sido los agentes más activos de la corrupción, loc compradores y vendedores de conciencias. ¿Quién no ha visto lo que ha pasado en España desde que estalló la revolución hasta hoy? Cuando los Gobiernos han sido débiles, sus principales agentes se han pasado en tropel hasta los reales de la insurrección victoriosa; cuando los Gobiernos son fuertes, o cuando se cree que los son, entonces para sacar airoso al Gobierno atropellan todo cuanto se les pone por delante.
Recordad, si no,
señores, los pasados pronunciamientos. Todavía me figuro ver pasar
por delante de mis ojos
aquella procesión de generales y jefes políticos
con las manos llenas de incienso para quemarlo en los altares de las juntas
revolucionarias. Pues volved los ojos a lo que pasa ahora. Pensad en alguno
de los escándalos, que son públicos y notorios, ocurridos en las
últimas elecciones. No los creáis ni a unos ni a otros cuando
se llamas enemigos; no son enemigos: son hermanos de las elecciones y de los
pronunciamientos. Dios ha puesto en todos las
mismas inclinaciones y hasta la misma fisonomía; todos han hecho el juramento
heroicon de sacrificarse por el vencedor; todos han hecho pacto con la fortuna;
todos son amigos de la victoria; todos son adoradores del sol; todos miran al
Oriente.