La demagogia,
que va caminando por la Europa, como las furias antiguas coronada de serpientes;
que va dejando en todas partes en pos de sí manchas rojizas y sangrientas;
que ha hollado en París todos los tesoros de la civilización,
en Viena toda la majestad del Imperio, en Berlín la cumbre de la filosofía,
viéndole estrecho a su ambición tan portentoso teatro, ha levantado
su trono y ha asentado su yugo en Roma la santa, la imperial, la pontificia,
la eterna.
Allí donde el Vicario de Cristo bendice al mundo y a la ciudad, se levanta
arrogante, impía rencorosa, frenética y como poseída de
un vértigo, y como tomada del vino, esa democracia insensata y feroz,
sin Dios y sin ley, que oprime a la ciudad y que conturba al mundo.
Las colinas de roma han presenciado el tumultuoso desfile de todos aquellos
pueblos bárbaros que, ministros de la ira de Dios, antes de sujetar a
la tierra, vinieron a saludar respetuosos y sumisos a la reina de las gentes.
Atila el bárbaro, el implacable; Alarico el potentísimo, el soberbio,
sintieron desfallecer sus bríos, templarse su arrogancia, amansarse su
ferocidad, dispararse su cólera y humillarse su soberbia en presencia
de la ciudad inmortal y de sus Pontífices santos. Corred del Oriente
al Occidente, del Septentrión al Mediodía; abarcad con la memoria
todos los tiempos y con los ojos todos los espacios, y en toda la prolongación
de los primeros y en toda la inmensidad de los segundos no hallaréis
un solo individuo de la especie humana que no reverencie la virtud y que no
respete la gloria. Sólo la demagogia ni respeta la virtud, esa gloria
del cielo, ni la gloria, esa virtud de las naciones; la demagogia, que, atacando
todos los dogmas religiosos, se ha puesto fuera de toda religión; que,
atacando todas las leyes humanas y divinas, se ha puesto fuera de toda ley;
que atacando simultáneamente a todas las naciones , no tiene patria;
que, atacando todos los instintos morales de los hombres, se ha puesto fuera
del género humano. La demagogia es una negación absoluta: la negación
del gobierno en el orden en el orden político, la negación de
la familia en el orden doméstico, la negación de la propiedad
en el orden económico, la negación de Dios en el orden religioso,
la negación del bien en el orden moral. La demagogia no es un mal, es
el mal por excelencia; no es un error, es el error absoluto, no es un crimen
cualquiera, es la acepción más terrífica y más lata.
Enemiga irreconciliable del género humano, y habiendo venido a las manos
con él en la más grande batalla que han visto los hombres y que
han presenciado los siglos, el fin de su lucha gigantesca será su propio
fin o el fin de los tiempos. (2)
Todas las cosas humanas caminan hoy a su final desenlace con una rapidez milagrosa.
El mundo vuela; Dios ha querido darle alas en su vejez, como dio en su vejez
hijos a la mujer de la Escritura. Dios le ha puesto las alas con que vuela,
y él no sabe a donde va. ¿Adónde iba el pueblo cuando levantó
en París sus barricadas de febrero? Iba a la reforma y se encontró
en la república. ¿Adónde iba cuando levantó sus
barricadas en junio? Iba al socialismo, y se encontró en la dictadura
(3). ¿Adónde iba Carlos Alberto cuando descendió con ejército
potente a las llanuras lombardas? Iba a Milán y se encontró en
Turín. ¿Adónde iba el ejército austríaco
cuando salió vencido de Milán? Iba a encumbrar los Alpes y se
encontró en Milán. ¿Adónde iban esos pueblos italianos,
levantados de su asiento como si obedecieran a una voz imperiosa bajada de las
alturas? Iban a vencer a un Imperio vivo y fueron vencidos por él, como
los moros por el Cid después de muerto.(4) ¿Adónde van
esos esclavos croatas? Van a Viena a defender la democracia esclavona, y se
vuelven después de haber levantado al César sobre sus escudos
como los antiguos francos(5).
¿Adónde van los magiares, esa raza nobilísima de nobles
caballeros? Van a sostener la aristocracia feudal en las aguas del Danubio,
y tienden las manos a la demagogia alemana. ¿Adónde van los asesinos
de Rossi? Van al Quirinal a robar a un rey una corona, y, sin saberlo, ponen
en su sagrada frente una corona más: la corona del martirio.
El mártir santo es hoy más grande, es hoy más fuerte a
los ojos atónitos de la Europa que el rey augusto. La demagogia no reinará
en el mundo sino en calidad de esclava de Dios y como instrumento de sus designios.
¿Qué importa que ella vaya al Capitolio? ¿Quién
es en estos tiempos que llega donde va? ¿Quién es aquel a quien
el claro día no se le hace oscura la noche, que le extravía en
su camino? Si la Francia fue a la república pensando ir a la reforma;
si después fue a la dictadura pensando ir al falansterio; si Carlos Alberto
fue a Turín pensando ir a Milán; si Rodetzhy (6) fue a Milán
pensando ir a los Alpes, ¿qué mucho que la demagogia romana, pensando
ir al Capitolio vaya a la roca Tarpeya?
Los demagogos de nuestros días, habiendo llegado ya al paroxismo de su
obediencia, han renovado la guerra de los titanes y pugnan por escalar el Quirinal
poniendo cadáver sobre cadáver, como los titanes pugnaron por
escalar el cielo poniendo monte sobre monte, Pelión sobre Osa. ¡Vanos
intentos! ¡Soberbia vana! ¡Locura insigne! En este duelo del demagogo
contra Dios, ¿quién habrá que tema por Dios...si no es
acaso demagogo?
Pueblos, escuchad; extraviadas muchedumbres, poned un oído
atento y guardaos, porque, al paso que van los crímenes la hora de la
expiación está cerca. Ni el mundo en su paciencia, ni Dios en
su misericordia pueden sufrir por más tiempo tan horrendas bacanales.
Dios no ha puesto a su Vicario en un trono para que caiga en manos de aleves
asesinos. El mundo católico no puede consentir que el guardador del dogma,
el promulgador de la fe, el Pontífice santo, augusto e infalible, sea
el prisionero de las turbas romanas. El día que consintiera el mundo
católico tamaño desafuero, el catolicismo habría desaparecido
del mundo, y el catolicismo no puede pasar, antes pasarán con estrépito
y en tumulto los cielos y la tierra, los astros y los hombres. Dios ha prometido
el puerto a la barca del Pescador; i Dios ni el mundo pueden consentir
que la demagogia encumbre su seguro y altísimo promontorio. Sin la Iglesia
nada es posible sino el caos; sin el Pontífice no hay Iglesia, sin independencia
no hay Pontífice. La cuestión, tal como viene planteada por los
demagogos de Roma, no es una cuestión política, es una cuestión
religiosa; no es una cuestión local, es una cuestión europea;
no es una cuestión europea, es una cuestión humana. El mundo no
puede consentir, y no consentirá, que la voz del Dios vivo sea el eco
de una docena de demagogos del Tíber; que sus sentencias las sentencias
de asambleas tumultuosas, independientes y soberanas; que la demagogia romana
confisque en su provecho la infalibilidad prometida del Obispo de Roma; que
los oráculos demagógicos reemplacen a los oráculos pontificios.
No; eso no puede ser, y eso no será, si no es que hemos llegado a aquellos
pavorosos días apocalípticos en que un gran imperio anticristiano
se extenderá desde el centro hasta los polos de la tierra, en que la
Iglesia de Jesucristo sufrirá espantosos desmayos, en que se suspenderá
por única vez el sacrificio tremendo, y en que, después de inauditas
catástrofes, será necesaria la intervención directa de
Dios para poner a salvo su Iglesia, para derrocar al soberbio y para despeñar
al impío.
Al punto que han llegado las cosas, una solución radical es urgentísima.
Las sociedades no pueden más, y es menester que la demagogia acabe o
que la demagogia acabe con las sociedades humanas: o una reacción o la
muerte. Dios nos dará en su justicia la primera, para librarnos en su
misericordia de la segunda. (7)
(1) En los años
que van desde 1.840 en adelante , todos los observadores europeos presentían
que se acercaba una terrible tormenta. Ya en 1.831 Víctor Hugo escribía
que oía “ el ronco son de la revolución, todavía
lejano, en el fondo de la tierra, extendiendo bajo cada reino de Europa, sus
galerías subterráneas desde el túnel central de la mina
que es París”. En 1.848 estalla la revolución de febrero
en París. Cae Luis Felipe e implantación de la segunda República.
La revolución se extiende a varias naciones de Europa. Estas conmociones
impresionaron profundamente a Donoso que escribió este artículo,
que se publicó el día 30 de noviembre en El Heraldo.
(2) Donoso vio que el liberalismo se convertía en demagogia y esto le
llevó a reflexionar sobre la esencia del liberalismo.
(3) En junio hubo una nueva revolución, ésta de tipo socialista.
(4) Carlos Alberto consiguió la anexión de Milán al Piamonte
y los austríacos fueron derrotados, pero más tarde volvieron sobre
Milán, la conquistaron y los italianos tuvieron que replegarse
(5) Los pueblos eslavos se alzaron contra la dominación austro-húngara;
pero, tras luchas y pactos, el emperador, que había tenido que huir de
Viena, volvió a ella y retiró las concesiones hechas.
(6) Radetzky era el general austríaco gobernador de Milán que
después de ser derrotado conquistó Venecia y Lombardía.
(7) El estilo de Donoso, grandilocuente, se ve arrastrado por el ímpetu
del sentimiento antirrevolucionario y por la impresión del horror ante
la catástrofe.